Vientos de cambio Con Zonda, el director Carlos Saura parece haber saldado una asignatura pendiente con la música argentina, así lo expresó en una oportunidad al contarle a los periodistas que el folclore argentino lo escuchaba de niño cuando su madre, pianista, ejecutaba piezas como chacareras o sambas para no perder la digitación. El sentido de homenaje se respira en cada cuadro de este largometraje de no ficción, que reúne a lo más representativo del folclore nacional, desde las tradicionales canciones pasando por otro tipo de interpretaciones más ligadas con la actualidad y la fusión de ritmos e instrumentos. Además, se destaca un homenaje a Mercedes Sosa con el emblemático himno Cambia, todo cambia y otro a Atahualpa Yupanqui, que gracias al trabajo visual a cargo de Félix Monti, director de fotografía -ya convocado por el realizador aragonés en otras oportunidades-, explota en pantalla. Cada matiz musical, cada ritmo, incluido cuerpos de baile al que la cámara danzante de Saura recorre y no abandona nunca, encuentra en la puesta en escena y de luces un tono singular, mezcla de colores fuertes y cálidos, que fluyen con absoluta armonía en contraste con las sombras que a veces se proyectan en el fondo, o en complemento con las imágenes que se multiplican desde un tríptico que juega con los espejos para resaltar, por ejemplo, los cuerpos en las coreografías concentradas en el baile. Los convocados al convite de Carlos Saura fueron: Koki y Pajarín Saavedra, Horacio Lavandera, Jaime Torres, el Chaqueño Palavecino, Soledad Pastorutti, Liliana Herrero, Jairo, Los Nocheros, Polo Román, Luis Salinas, Pedro Aznar, el grupo Metabombo, Los Amigos del Chango, Marián Farías Gómez, Juan Falú, Gabo Ferro, Walter Soria y Luciana Jury, quienes aportaron, además de su arte, la riqueza compositiva y melódica de chacareras, sambas, cuecas, vidalas, entre otros ritmos. La dirección musical, a cargo de Lito Vitale, es otro de los elementos artísticos de primer nivel en Zonda, que cuenta con la cantidad justa de cuadros y el tiempo adecuado para no resultar denso al público, pero con la salvedad que la propuesta no se agota en el regionalismo, sino que pretende trascender y encontrar su público en cada país donde se logre estrenar el último trabajo, hasta la fecha, de Carlos Saura.
Ensoñación Folclórica Una vez más Carlos Saura nos invita a una nueva producción sobre la música popular, en este caso el folclore argentino. Invita, digo, porque no sólo es una muestra de los ritmos autóctonos de nuestro país, sino también un viaje dulce y emocionante con firma de autor. Hay algo que este director español siempre deja claro: “esto es una película”. Se bajan las persianas del estudio, se ajustan los faroles, el movimiento de cámara y empieza la película. El primer número musical y ya quedamos todos los espectadores hipnotizados. Es que Saura tiene esa magia que no se pierde al pasar de los años. Construye unos espacios oníricos, que hablan por sí solos, bellamente iluminados por Felix Monti, un grande del cine nacional, acompañados por la cadencia musical a la que Lito Vitale nos tiene acostumbrados. Se logra así un recorrido armónico por un lugar que conocemos pero igualmente nos sorprende, porque no cae en el retrato clásico, a lo Billiken, con el que crecimos. Cabe destacar también la exploración en la danza a cargo de Coki y Pajarín Saavedra, la cual se quita el traje típico descubriendo nuevas interpretaciones, al punto de darle al Gato una representación literalmente felina, estas incursiones sin duda aportan al relato Sauriano. Si las músicas populares saben de tocar las fibras que movilizan, en unión con los artistas adecuados, esto se logra aún más. Se trata de voces y melodías que nos son familiares e inevitablemente evocan a nuestra vida. Y sí, puede que ciertas elecciones nos gusten más o menos, porque cuando se habla de algo tan conocido uno tiene sus propias construcciones, pero eso es un detalle menor frente a la efectividad del relato. Para el baúl de los recuerdos: El homenaje a Mercedes Sosa Esta figura no debería faltar en ninguna evocación audiovisual donde se habla de folclore argentino. Por ello, aquí vemos un lindo homenaje representado en una escena, que sintetiza el vínculo con la música popular pero también define la identidad nacional de varias generaciones, incluyendo las venideras. Por Julieta Lupiano
Metamorfosis y amalgama El término folclore fue concebido por el arqueólogo británico William John Thompson a mitad del Siglo XIX para definir lo que más tarde se consolidó como las tradiciones populares. En la Argentina, la noción comenzó a ser utilizada por los intelectuales, que buscaban crear, a partir de los usos populares, un apuntalamiento de la noción de Nación que sustentara al joven Estado argentino en su centenario a principios del siglo XX. A partir de esta definición europea de la tradición, las elites políticas construyeron una estructura de valores telúricos opuesta a las tradiciones que traían consigo los inmigrantes pobres europeos que venían buscando un futuro más prospero. Estas definiciones de la tradición le permitían a las clases dominantes disciplinar e incluir a los nuevos ciudadanos en la ficción que los historiadores y políticos estaban proponiendo para educar a la próxima generación de argentinos.
Homenajes y limitaciones El aragonés Carlos Saura vuelve a ensayar una aproximación musical después de Tango, Fados y Flamenco, Flamenco, en ese caso al acervo de los ritmos característicos de la Argentina. Zonda, folclore argentino está compuesta por fragmentos de vidalas, chacareras, coplas y chamamés interpretados por figuras de renombre que van desde Jairo hasta Lito Vitale, pasando por Juan Falú, Soledad Pastorutti, Peteco Carabajal, el Chaqueño Palavecino y el Chango Spasiuk, entre otros. No hay nada necesariamente negativo en la idea de iluminar una zona artística que, salvo contadas excepciones, no cuenta con difusión masiva ni mucho menos rotación radial. Tampoco en el objetivo de trazar un recorrido temporal que abarque desde sus comienzos hasta el presente, rindiendo además merecidos homenajes a dos figuras emblemáticas como Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa. El problema de Zonda es mucho más profundo y es de forma. Filmado en un enorme galpón del barrio porteño de La Boca, el último trabajo de Saura exhibe una notoria falta de ideas limitándose a poner en escena a distintos artistas para ser filmados a media altura. Así, con la excepción del número de malambo y su escena final, Zonda se parece demasiado a una versión compacta de un festival folclórico del verano argentino.
Lo que el viento nos dejó El español Carlos Saura se dedicó a lo largo de su carrera a explorar la relación entre el cine y la música a través de obras como Flamenco, Flamenco (2010), Fados (2007) o Sevillanas (1992). Ahora le llegó la hora al folklore argentino y lo hace a través de Zonda, Folklore Argentino (2014), una obra que conceptualmente mantiene la línea estética y narrativa de sus antecesoras. Zonda, Folklore Argentino es un compilado de ritmos, temas musicales e intérpretes que en manos de cualquier otro podría haber quedado un pastiche pero a los que Saura combina de tal manera que hace que todo sea un conjunto armonioso. Así sonarán desde Liliana Herrero, Soledad Pastorutti, Jairo, Gabo Ferro, Luciana Jury, El Chaqueño Palavecino, Pedro Aznar hasta Horacio Lavandera. Todos bajo la coordinación de Lito Vitale. Filmado en un estudio montado en un galpón de del barrio de La Boca, Zonda, Folklore Argentino carece de todo tipo de narración y solo se compone de música que en algunos casos viene acompañada por coreografías a cargo de Coki y Pajarín Saavedra. Hay algunos números logrados desde lo cinematográfico (el malambo, el carnavalito o el cierre) en donde Saura utiliza todos los mecanismos necesarios para mover la cámara y darle vida a cuadros que bien se podrían haber convertido en canciones filmadas, emulando a lo que se conoce como teatro filmado. Lo que hace a Zonda, Folklore Argentino diferente a otras películas del mismo estilo, que muchas veces son programas de TV llevados al cine (Argentinisíma, 1971), es que Saura le imprime vuelo y una estética particular que lo hace un trabajo digno. El problema se presentará en aquellos a los que nos les guste el folklore, ya que minutos después de los primeros cuadros, el film se volverá reiterativo y lo que en un principio era atractivo visualmente se convertirá en monótono. En síntesis Zonda, Folklore Argentino no es una mala película. Pero si el folklore no es lo suyo será mejor que elija otra cosa. Aunque tal vez si es un especialista del tema espere otra cosa y también salga defraudado.
Otra vez Carlos Saura adentrándose en los misterios y la fascinación de la música popular. Aquí, el folklore argentino, con homenajes a Mercedes Sosa y Atahualpa Yupanky, y un desfile de nuestros artistas más queridos. Respeto, belleza. Por sobre todo, talento.
Publicada en edición impresa.
Zonda, folclore argentino es, antes que buena o mala, una película honesta, directa, consecuente con la idea de su máximo responsable, Carlos Saura, de llevar los ritmos autóctonos de la Argentina a “lugares donde todavía no fueron descubiertos”, tal como afirmó en una entrevista a Escribiendo Cine realizada durante el rodaje. Así se entiende que la concatenación de vidalas, chacareras, coplas y chamamés interpretados por figuras de renombre (de Jairo a Lito Vitale, pasando por Juan Falú, Soledad Pastorutti, Peteco Carabajal, el Chaqueño Palavecino y el Chango Spasiuk, entre otros) que componen la totalidad del metraje responda a una suerte de paseo para turistas y/o principiantes por las distintas postas que conforman la historia y el presente del folclore, casi un episodio extendido de Encuentro en el estudio pero sin Lalo Mir manejando los tiempos. Sin embargo, esto no implica necesariamente un reproche. Al contrario: es loable visibilizar una corriente artística que, salvo excepciones, no responde al mandato de las bateas. El problema, entonces, es la forma elegida para encarar ese viaje. Filmado en un galpón del barrio de La Boca y con la coordinación musical de Lito Vitale, el último film del director de Tango, Fados y Flamenco, flamenco se muestra demasiado cómodo en el mero retrato de músicos y cantantes desfilando con su arte frente a cámaras que, salvo contadísimas excepciones, jamás se desplazan del proscenio del virtual escenario, lo que las convierte en lo más parecido a un grupo de espectadores electrónicos de un Festival de Cosquín reducido, veloz, claustrofóbico y sin tiempos muertos ni cortes comerciales. Televisivas y dominadas por planos medios y cerrados, las elecciones formales no sólo son perezosas, sino en muchos casos también obvias, como aquella en la que para homenajear a Mercedes Sosa se recrea un aula con chicos vestidos con guardapolvo que observan y tararean un video de la tucumana entonando “Todo cambia”, marcando groseramente la consideración totémica que tiene Saura de la tucumana. Sobre el final llegará el número de malambo, uno de los pocos momentos que rompen con la norma preestablecida. Allí la cámara se eleva para tomar desde las alturas una coreografía sincronizada a la perfección, mostrando que, sin las ataduras autoimpuestas, Zonda tenía buena materia prima para ser más que lo que finalmente es.
Un país a través de su música y la lente de Carlos Saura Con importantes figuras del género, el film es la concreción de una idea de puesta en escena deudora del teatro más que del cine Luego de Tango (1998), Fados (2007) y Flamenco (2010), los viajes turísticos-cinematográficos del otrora personal cineasta español Carlos Saura se detienen en una nueva estación: el folklore (¿por qué con “c”?) argentino, sus ritmos, sus músicos canónicos y exitosos y la particular forma en que se presentan una serie de números con su correspondiente puesta en escena. Ayudado por la invasiva luz del Chango Monti, el documental-musical o, en todo caso, el film que cuenta con la performance de un listado/elenco de primeras figuras, más que tratarse una película, apunta a conocer al folklore nacional como si se tratara de un catálogo de grandes éxitos para ser explotado en el exterior o en el hall central y salas contiguas de los aeropuertos en actitud de espera o antes de subirse a un avión. No está mal pero es muy poco, casi nada, si se piensa que Zonda, folclore argentino sólo se dedica a dividir en cuadros la representación de cuecas, sambas, bagualas, chacareras y otros ritmos y formas que identifican al país desde el punto de vista musical. De esta manera, se está ante la posibilidad de elegir un número en desmedro de otros en donde, a puro gusto personal, los mejores vendrían por el lado de Liliana Herrero con su particular versión de "Luna tucumana" o a través de "Vidala para mi sombra" entonada por Pedro Aznar. Pero también hay lugar para los homenajes, como si se tratara de la ceremonia del Oscar, ya que Zonda muestra imágenes de Mercedes Sosa y el imbatible "Todo cambia" presenciado por un grupo de chicos con guardapolvos blancos, en una escena didáctica y hartamente escolar, y también Atahualpa Yupanqui con "Preguntitas sobre dios", en este caso, sin público infantil. Filmada en un galpón de la Boca, es decir, en un espacio cerrado como la añeja Bodas de sangre (1982) de Saura y Antonio Gades, el espectáculo tiene sus correspondientes bailes utilizados como separadores de las canciones. En ese sentido, nadie de renombre quedó afuera del proyecto: además de los citados aparecen Soledad, Jaime Torres, Horacio Lavandera, Koki y Pajarín Saavedra, Luis Salinas, Marian Farías Gómez, el Chaqueño Palavecino, Juan Falú y Gabo Ferro, entre tantos. Una virtud es la selección de planos generales y planos intermedios con poca incidencia del montaje; en efecto, Zonda no es un videoclip folklórico sino la concreción de una idea de puesta en escena que le debe más al teatro que al cine, a la ubicación de un hipotético espectador en una sala teatral que tiene la intención de disfrutar de un espectáculo con pretensiones for export. Lejos del cine y cerca de las tablas.
A los 83 años, el español Carlos Saura no sólo es uno de los grandes directores que sigue en actividad sino también uno de los más versátiles. Su filmografía incluye obras como Peppermint Frappé y Cría Cuervos, que hablan de los oscuros tiempos del franquismo, y también dramas sociales (Deprisa Deprisa), comedias (Ana y los Lobos, Mamá Cumple Cien Años) y films biográficos (La Noche Oscura, Goya en Burdeos). Datos que no alcanzan para adentrarse en una carrera que sigue siendo reconocida y admirada. Pero sí es preciso mencionar ahora sus incursiones en el terreno musical, que ocupa un espacio de privilegio en su filmografía. Primero fue la trilogía compuesta por Bodas de Sangre, Carmen y El Amor Brujo, junto al coreógrafo Antonio Gades. Luego vinieron Sevillanas, Fados y Flamenco y su secuela. Se trata de musicales puros, y si bien no hay una trama en el sentido más tradicional, poseen dramatismo, fuerza y una capacidad de cautivar que va más allá del conocimiento que se tenga de esos ritmos, ya que apuntan directo a los sentidos. Una visión única, influida por su tarea como fotógrafo de los festivales de música y danza de su país. Y es un film de esas características el que lo trae de nuevo a la Argentina, donde ya había realizado El Sur y la nominada al Oscar Tango. Esta vez, su ojo y sus oídos se posaron en la música autóctona, y el resultado es Zonda, Folclore Argentino. Desde la zamba hasta la chacarera, pasando por el gato, el bailecito y la baguala, entre otros géneros del folclore, interpretado por artistas consagrados en la materia (Jaime Torres, El Chaqueño Palavecino, Soledad Pastorutti, Juan Falú, Peteco Carabajal, etc.), por quienes trascendieron esa campo (Jairo) y por figuras que no vienen de esos terrenos pero demuestran ser grandes conocedores, como Lito Vitale, Horacio Lavandera y Pedro Aznar. Cada imponente número incluye con puestas en escena de telas, contraluces y, en algunos casos, coreografías a cargo de los hermanos Koki y Pajarín Saavedra. Y para que la experiencia sea completa, homenajes indispensables -y muy emotivos- a Mercedes Sosa y a Atahualpa Yupanqui. Sin importar qué conocimiento se tenga de la música ni de los músicos que aparecen en pantalla, y alejado de cualquier estilo for export para iniciados o extranjeros atentos a los exotismos, Zonda, Folclore Argentino nunca deja de ser fascinante y funciona como un reencuentro con las tradiciones nacionales. Sin duda, Saura continúa en forma, siempre dispuesto a asombrar al espectador.
SAURA, especialista en filmes musicales que funcionan como homenajes a los distintos géneros (Flamenco, Tango, etc) firma esta cinta sobre la música telúrica nacional, con una cuidada puesta en escena y estética, pero con un corte "for export" que poco tiene que ver con la escéncia de la música nacional y popular. La película luce impecable, pero sin alma. Ni los momentos que se suponen más emotivos: el recuerdo a Mercedes Sosa y a Atahualpa Yupanki logran conmover. Además, los casi 90 minutos de metraje pueden resultar eternos para los espectadores no interesados en este genero musical. Sin la alegría ni el espíritu de las peñas folklóricas, ZONDA no aporta nada nuevo ni a la filmografía de SAURA ni al cine vernáculo.
El español Carlos Saura dirige este documental / musical / ensamble de todo lo que es el folklore argentino. ¿Podrá la mirada de este gran director añadir algo nuevo a la escena? (No) Puesta en escena Zonda es una concatenación de números musicales de todos los rubros de nuestro rico folclore argentino, atravesando a todos sus grandes exponentes artísticos. También el baile está presente, en casi todas sus expresiones. Lo mismo que glorias que no nos acompañan más, como el caso de Mercedes Sosa, en lo que es un hermoso homenaje al ritmo de su Cambia, todo cambia. Todo esto filmado en un galpón enorme de La Boca. Si bien no hay puesta en escena, por momentos si hay un atisbo de componer desde el arte un fondo con retro-proyecciones tanto fílmicas, como feedback en video de lo que esta pasando o simplemente colores para componer el tono de lo que estamos escuchando. Esto último con resultados dispares. Si bien la fotografía es realmente buena, acá lo que importa es lo que se escucha mas que nada. Aunque como dije, están también representadas todas nuestras danzas folclóricas, incluida una escena que da algo de vergüencita ajena con seis bailarinas pintadas como gatitas, (si, como en cats). Te oigo bien Todos los artistas dan una gran performance de la parte que les toca interpretar. Siendo todos eximios interpretes y/o compositores. Quien disfruta de nuestro rico folclore es imposible que no se sienta llevado por el andar de Zonda. Sin embargo, hay algo que falta. O sobra. Toda la obra, sencillamente parece una edición de Argentinísima Satelital o el Festival de Jesús María en Ultra HD. Nada de lo que vemos aquí no lo hemos visto antes. No digo que sea ni malo ni bueno. No se puede buscar la originalidad cuando se habla de la historia musical y artística de un pueblo, de una nación. Aunque si se podría haber buscado en la forma de retratarlo. Que quede en claro que bajo ningun punto de vista es malo lo que se ve, por el contrario, la calidad de lo que vemos y oimos realmente es excelente. Pero por momentos, uno tiende a cabecear, y no es por seguir el ritmo de la musica en pantalla. Aun así, este resumen documental de la música de nuestro pueblo, habla por si solo y realmente deja en claro lo rico y variopinto de nuestra música y baile. Conclusión Zonda es una propuesta al menos interesante. Un compendio de música folclórica argentina que seguramente abundará en escuelas de ahora en mas, ya que parece haberse hecho a medida. Sin embargo, para el publico en general, si bien resume de manera por momentos espectacular nuestra cultura (increíble la Chacarera por Lito Vitale!), realmente en otros momentos no veremos nada que no hayamos visto por televisión en nuestra época estival repleta de oferta folclórica. Quizás una mano española no fue lo mejor que le podría haber pasado a Zonda. Pero ahí esta la paradoja, Zonda no se le ocurrió a un argentino.
Resulta extraño pensar en ver una película que tenga como eje principal la música. La nueva película de Carlos Saura (“Tango”, “Fados” y “Flamenco”), “Zonda, folclore argentino” toma al folclore como hilo conductor, sin contar ninguna historia en particular. Es así como repasa distintos ritmos: malambo, chacarera doble, vidalas, chamamé, con algunas personalidades conocidas, como Soledad Pastorutti, el Chaqueño Palavecino, Lito Vitale o Jairo, y otros no tanto, a quienes podemos ver cantando y bailando, según su especialidad. En los distintos cuadros podemos ver producciones diversas, algunas más simples y otras con mayor dedicación. Y probablemente algunos ritmos gusten más que otros. Es una propuesta muy arriesgada, ya que subrayamos nuevamente que no se cuenta ninguna historia entrelazada con los distintos ritmos musicales, pero la música siempre genera algo. Y en esta oportunidad nos provoca alegría, tristeza o emoción, según el ritmo que transitemos. También hay lugar para el homenaje, como el de Mercedes Sosa o Atahualpa Yupanqui, dos grandes personalidades, cuya música pone la piel de gallina. Y es allí donde “Zonda, folclore argentino” provoca muchas emociones en el espectador, entre ellas las ganas de bailar y cantar. No es una película como cualquier otra y no puede pasar inadvertida. Independientemente del gusto musical o del conocimiento del folclore que tenga cada uno, “Zonda, folclore argentino” representa parte de nuestra cultura y nuestra historia, y cualquier persona que la vea la debe tomar de esta manera y dejarse llevar por la emoción de la música. A pesar de no ser una película a la cual estamos acostumbrados ver, con una historia, personajes, conflicto, desenlace, “Zonda, folclore argentino” es una propuesta original y amena sobre un ritmo musical no tan difundido. Samantha Schuster
Veteran Carlos Saura’s foray into the work of local artists merely a recording with little insight You will probably like Carlos Sauras’ new film Zonda, folclore argentino just as much as you like Argentine folklore. It’s advertised as a musical, but it would more accurate to think of it as a showcase of high profile folklore musical numbers executed by renowned local dancers and musicians, from Soledad Pastorutti, Lito Vitale and Pedro Aznar to Liliana Herrero, Luis Salinas and Jairo, from the Ballet Nuevo Arte Nativo de Koki & Pajarín Saavedra, Jaime Torres, and Juan Falú, to Chaqueño Palavecino, Peteco Carabajal and the Orquesta Popular los Amigos del Chango — among many others. And, of course, all the musical numbers are deftly executed, no matter who the artist is. So you will get more than just a sample of assorted pieces: baguala, zamba, chacarera doble, chacarera with piano, zamba alegre, peña cuyana, and so forth. Each presentation takes place on a stage with minimum set design — if any. For the most part, the camera is static and placed right in front of the stage, so you get to see it all as though you were sitting in a theatre. Medium shots and close-ups are used to film the musicians and dancers, and to a lesser degree, large shots give you an idea of the overall picture. There are also back projection panels, in which, for instance, there are photographs and clips of Mercedes Sosa at a concert. As regards the lighting, most of the times it is functional to the spectacle, that is to say it allows viewers to see the artists with no shadows and highlights, but rather under the same overall lighting. There are, of course, some exceptions. But all in all, all numbers look pretty much the same. So Zonda is, first and foremost, a filmed version of a showcase of top notch folklore numbers. But it’s hardly a cinematic piece. Saura has chosen to do exactly the opposite of what other filmmakers have done when faced with a similar undertaking: think of Argentine Santiago Mitre and his film Los posibles, which focused on musical numbers choreographed by Juan Onofri Barbato and executed by a group of dancers from Casa Joven La Salle; or Win Wenders’ Pina, where the veteran director filmed the dance of legendary Pina Bausch; or Argentine Leonardo Favio with his ballet in Aniceto, a remake of one of his most popular films, El romance del Aniceto y la Francisca. In the cases of Mitre, Favio and Wenders, true cinematic gems emerged. Camerawork as well as photography were used in narrative ways to express the nature of the dance and the music — they are in constant dialogue with the material, they become a part of the spectacle and modify it through their active presence. In these cases, it’s never about just filming the show, but about recreating it and reshaping it. Thanks to these directors’ cinematic approaches, the art of dance is resignified. But Zonda never attempts to do so. Because it’s easier — and far less appealing — to just record the show in a somewhat largely formulaic manner that allows for no insights. Just like he did with Tango and Flamenco, Saura is no longer interested in making films, but rather in merely filming artistic presentations in the same way any somewhat competent director without a trademark would. And that’s about it. Production notes Zonda, folclore argentino (Argentina/Spain/France, 2015). Directed by Carlos Saura. With Soledad Pastorutti, Lito Vitale, Pedro Aznar, Liliana Herrero, Luis Salinas, Jairo, Ballet Nuevo Arte Nativo de Koki & Pajarín Saavedra, Jaime Torres, Juan Falú, Chaqueño Palavecino. Cinematography: Felix "Chango" Monti. Editing: César Custodio, Iara Rodriguez Vilardebó. Running time: 85 minutes.
Cine. Fascinante recorrida audiovisual por nuestro folclore Dueño de una notable y vasta trayectoria cinematográfica, tanto en el terreno de la ficción –con obras maestras como La caza, Cría cuervos, La prima Angélica o Ana y los lobos– como en el de la semblanza musical, a través de piezas extraordinarias como Carmen, Bodas de sangre o Flamenco, Carlos Saura prosigue en esta última vertiente pero en este caso para abordar un género ajeno, el que corresponde al crisol de sonidos que se despliegan en el interior de nuestro país. De ahí su título, Zonda, Folclore Argentino, una fascinante recorrida audiovisual por nuestra música telúrica, pero en este caso –muy fuera de la impronta de Argentinísima o productos afines– con expresiones artísticas fuera de registro. Saura, rodeado de colaboradores inestimables como Félix “Chango” Monti en la fotografía y Lito Vitale en la coordinación artística, propone una experiencia única, en la cual cada pasaje musical se transforma en un momento virtuoso y de alta expresividad. Además de la expansiva participación de nombres como los de Coki y Pajarín Saavedra, Peteco Carabajal, Juan Falú, Luis Salinas, Soledad, Pedro Aznar, Horacio Lavandera, Jaime Torres y Liliana Herrero, entre otros, asoman también propuestas minimalistas en los homenajes a Mercedes Sosa y a Atahualpa Yupanqui, que sin ningún tipo de recargas poseen un altísimo contenido emocional. Se puede cuestionar que falten algunos intérpretes y grupos o se extrañe la ausencia de cierta canción, pero lo que está en pantalla se ve impecable, conmovedor, magistral. La exploración personal de un genial artista español sobre nuestra cultura. Es más que suficiente.
Con la música a otra parte Carlos Saura es uno de los directores más prestigiosos de la historia del cine español. Aunque en el cariño cinéfilo no conserva el respeto que, por ejemplo, tienen Luis Buñuel, José Luis García Berlanga o Victor Erice, sus películas conservan un nombre que aun es evocado. Luego de películas como Cría cuervos, Mamá cumple cien años y De prisa, de prisa, se acercó con mucho éxito al música (la música fue clave en varios de sus films) en los ochenta con Carmen y El amor brujo. Eran películas de ficción, no documentales, pero el registro bordeaba por momentos el documental. En algún momento de su carrera Carlos Saura ya no quiso ponerle trama a sus films musicales y pasó a realizar una seguidilla de números musicales en un espacio reducido, como si fueran producciones para televisión. Con este nuevo estilo, si acaso se le puede llamar así, Saura encontró una veta que sigue explotando hasta la actualidad. Pasó por varios géneros, incluyendo el flamenco y los fados. En 1998 hizo una película infame llamada Tango que era una combinación de pereza, falta de ideas y abyección que parecían cerrar cualquier esperanza de que volviera a filmar algo así en Argentina. Pero no todos pensaron lo mismo y por portación de nombre y por ser sobre tango, terminó con una absurda nominación al Oscar a mejor película extranjera. La puerta para que Saura volviera a saquear fondos para otra película había quedado abierta. Y así es como llegamos a Zonda documental sobre folclore argentino. O más bien, documental con números de folclore. Si para conseguir fondos Saura la presentó como ficción, allá él, pero no deja de ser un documental. No uno bueno, por cierto. Todo en Zonda es superficial, carente de vida. Como un programa de televisión con poco presupuesto (no me animo a averiguar cuánto será el costo real de la película), con un rodaje íntegramente realizado en un galpón, con todos refritos de sus otros films musicales. ¿Qué aprendemos o que entendemos del folclore a partir de este film? Nada, absolutamente nada. La selección de números y músicos será mucho más arbitraria para quien conozco de folclore, pero aun para los que no saben nada, mucho de lo que se ve suena forzado y de dudoso rigor. Algunos números musicales son malos, otros dan pena, y finalmente algunos producen una profunda vergüenza ajena. ¿En que estaban pensando los que apoyaron este film? ¿Quién puede creer que algo así se estrene? Sin duda un misterio digno de investigación. Es posible que Saura intente incursionar una vez más en Argentina para hacer otra película o tal vez lo intente en España. En ambos casos, será una mala noticia. Docenas de cineastas en ambos países podrían sin mucho esfuerzo entregar algo más digno y cinematográfico que esto.
El caprichoso homenaje de Carlos Saura al folklore argentino ¿en qué falló? Zonda, folclore argentino, el filme del director español que homenajea a la música argentina, es un recorrido por un repertorio antojadizo. ¿Un musical? ¿Un documental? ¿Una película? Lo que hizo el director español Carlos Saura con Zonda, folclore argentino es un musical en estado puro, como él prefiere definirlo. Es un documento histórico, un legado que ofrece un puñadito de artistas del cancionero popular argentino puestos al servicio de un producto sin más pretensiones que un registro sonoro y visual de la música nativa. También te puede interesar: La antojadiza selección de folklore de Carlos Saura No hay una historia, ni una cronología, ni una pretensión didáctica. Hay Historia, eso sí, encerrada en las propias canciones, en las miradas, en las voces, en los instrumentos o en la danza, reunidos en un enorme galpón de La Boca por el que desfilaron los intérpretes, sobre una escenografía mínima y una sonoridad máxima. A Saura le alcanzan unas cuantas placas de inicio para dar un esbozo minimalista sobre el origen de cada ritmo folklórico, como: "La zamba adquiere en Salta la forma que tiene hoy"; o "de los llanos del noroeste surge la vidala"; o "la Chacarera proviene de Santiago del Estero". Después, la música, que transcurre a lo largo de un día: en las luces y las sombras está puesto el ojo sabio de Saura, quien se mantiene ausente, casi como un espectador de esa jornada, con día, noche, amanecer. "El cine es una gran mentira. La realidad solamente está en vivo y en directo, el resto es una ficción inventada. En ese sentido, éste es un musical per se. No hay argumento, no hay más que las interpretaciones, la escenografía, la luz, y gran respeto a los artistas", le dijo a Clarín cuando estaba en proceso de rodaje. En Zonda no sólo se proyectan, en esas grandes pantallas, fotografías. Una de las homenajeadas ausentes es Mercedes Sosa, que desde una imagen de archivo le canta a niños de escuela en sus pupitres. La voz maestra. Hay detrás de los artistas "puro material iconográfico que funciona para el ojo del espectador como parte inherente de la magia a crearse. Sobre algunos de esos bastidores se proyectan paisajes, sombras de grupos humanos o los estallidos y estertores de amaneceres y atardeceres, además de las propias actuaciones de los artistas convocados", describe Saura. Así como no hay un orden, una historia, un origen, la sucesión indefinida de ese repertorio caprichoso –a gusto personal de Saura- prescinde de nombrar las canciones o sus intérpretes, que en algunos casos pueden ser muy conocidos pero en otros no. Si esta producción es de consumo interno, puede sobrellevar esa ausencia, aunque los créditos estén detallados al final; si es para exportación, no se entiende. Jairo, sobre el final, junto a Juan Falú y Vitillo Ábalos; Soledad Pastorutti; Liliana Herrero; Lito VItale, el baile de Koki y Pajarín Saavedra; Pedro Aznar; Horacio Lavandera; El Chaqueño Palavecino junto a Jimena Teruel; Peteco Carabajal. Están los clásicos y los modernos, los referentes del cancionero más popular y los de un folklore que no es de consumo masivo, y músicos de otros géneros que echan mano a canciones preciosas. "Queremos mostrar a través de la música y la danza tradicional argentina una cultura y un país. La acción visual se centra alrededor de las diversas regiones que conforman la Argentina y que a su vez conforma un mapa de variantes musicales como el carnavalito, la zamba, la chacarera, la copla, el chamamé, la tonada y muchas otras expresiones arraigadas en la geografía y en alma de las diversas comunidades del país", agrega Saura. No hay tango (su película Tango, de 1998, representó a la Argentina en los Oscar), tampoco cuarteto, pero no faltaron los géneros más reconocidos de norte a sur, este y oeste del país. "Todo está puesto al servicio de un relato musical y audiovisual comprendido específicamente en el arte de los músicos y bailarines que son el centro de la escena, del mismo modo que los acordes y el silencio son la esencia de la banda sonora. De esta forma, Zonda, Folclore Argentino se constituye en un prisma de imagen y sonido de donde dimane, con profundidad y mirada original, un mosaico conceptual y afectivo sobre un arte que nace de la tierra y transmiten hombres y mujeres que habitaron y pueblan este suelo extenso y plural, ubicado al sur del sur del mundo conocido como Argentina", dijo. Saura ha realizado numerosas películas musicales en sus 60 años de carrera (con tres nominaciones a los Oscar y muchos premios en distintos países); en todas ellas, los cantantes, instrumentistas y bailarines reflejan determinados géneros o culturas, como ocurrió con Sevillanas (1991), Flamenco (1995) o Fados (2007), que no tienen una narración o una línea argumental clara. Zonda tampoco. Así como las dos películas de Argentinísima se han convertido en un documento histórico de una época, Zonda, folclore argentino realiza una nueva fotografía, más personal y menos geográfica, actual pero sin olvidarse de algunos símbolos clave: Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, infaltables. El director de 82 años asegura que ha escuchado folklore argentino desde chico, y en la anterior visita al país recorrió Salta y otras provincias del norte, donde conoció la música del noroeste. Esa fue la semilla de este retrato musical. La selección es propia, aunque tuvo la ayuda de Lito Vitale. "Mi interés es abrir una nueva mirada sobre el género. El folklore generalmente está anclado a una época y a ciertos prejuicios, y creo que, como en el flamenco, tiene que dar un paso adelante. Quiero abrir puertas, ventanas y enseñar a otras personas de otros países que estos ritmos son preciosos como pasó con el fado o con el tango. Pero no vengo a enseñar nada, sino a dar una opinión personal sobre una música y un baile maravillosos", confió a La Nación.
Después de haber hecho semidocumentales sobre las sevillanas (la mejor, lejos, de la serie), el flamenco, el tango (con la que lo nominaron al Oscar) y los fados, Carlos Saura se dedica al folclore argentino. Aunque la música -del gusto depende- es buena y hasta excelente, hay una mirada decorativa sobre el fenómeno. Un film que busca comprender un género y que, paradójicamente, demuestra desconocerlo.
Catálogo de exportación Me dicen que Carlos Saura ha hecho esto otras veces: no sé, no tengo la suerte de haber visto sus películas anteriores. Zonda: folclore argentino (a partir de ahora Zonda a secas), por algún extraño mecanismo de la asociación libre me llevó a un nombre de fines de los 70: Sean S. Cunningham. Un mercenario del cine, productor de alguna película inaugural en la carrera de Wes Craven (La última casa a la izquierda), y director de la primera entrega de la saga emblemática del slasher Viernes 13. Esta asociación de una arbitrariedad abrumadora es una comparación forzada que, por alguna razón, en algún momento de fragilidad me pareció genial, hasta una epifanía: Saura con Zonda le hace al folclore argentino lo mismo que Cunningham con Viernes 13 le hace a Halloween de John Carpenter. Es decir, Cunningham y Saura son extractores de esencias que pretenden un producto final similar a las obras originales que usan de fuente porque de alguna manera tienen a disposición los mismos elementos constituyentes. Pero Viernes 13 no es ni remotamente Halloween y Zonda sólo roza la superficie de un corpus de obras que apenas se pueden seguir llamando folclore argentino. Saura sacrifica la rigurosidad histórica y técnica apelando a una puesta en escena despojada y estilizada y una fotografía digamos que correctísima, y entonces Zonda termina siendo un catálogo prolijo y cuidado del estado actual del folclore argentino, como para venderlo en el exterior o alguna empresa de cruceros que necesite animadores exóticos. Además, al ser un largo video musical cuyo concepto orgánico tambalea, dependemos de la música y de las interpretaciones para sostener el interés. Zonda tiene casi en el inicio a Soledad Pastorutti y al Chaqueño Palavecino, representantes más populares de la música tradicional que más allá de sus limitaciones no se puede negar la energía que despliegan. Más adelante nos encontraremos con una gloriosa interpretación de Gabo Ferro y Luciana Jury, y también los siempre irreprochables Pedro Aznar y Liliana Herrero, que cantan por separado pero con la misma actitud de “soy el mejor artista argentino vivo/a”. Tenemos un homenaje obvio a Mercedes Sosa con una hermosa canción obvia como Todo cambia (Julio Numhauser). Y es que Mercedes Sosa siempre ha sido una artista obvia porque eligió para su repertorio siempre las mejores canciones posibles, es decir las obvias, y además, digámoslo, siempre conmueve. Y sin embargo, el mejor momento de Zonda es el también obvio homenaje a Atahualpa Yupanqui, donde se ve una foto característica y se escucha Preguntitas sobre Dios que es básicamente un alegato ateo-comunista de esos que golpean seco en la cara. Por supuesto que podemos apreciar en Zonda la complejidad y las posibilidades de la música argentina conocida como folclore. Lo que no vemos es de dónde viene, ni tampoco un recorrido más o menos ilustrado de sus géneros que prácticamente se ven reducidos a tres o cuatro. No hay payada por ejemplo, no están José Larralde ni Horacio Guaraní y, más allá del homenaje a Yupanqui, el folclore según Zonda carece de toda dimensión política, y en nuestro país, la posta política en el universo musical siempre la ha sostenido el folclore más que ningún otro movimiento.
MUSICALIDAD VISUAL El galpón de La Boca empieza a acondicionarse: se limpian grandes espejos, se afina el piano, se preparan las luces e incluso se muestra una cámara que encara a los espectadores. Entonces, cuando ya las condiciones son las propicias, el pianista se sienta y comienza a tocar. En un primer acercamiento, bien podría tratarse de la expectación de un ensayo musical puesto que el lente registra, casi en su totalidad de forma fija, la sucesión de interpretaciones de algunos reconocidos cantantes en duetos, como solistas o en grupo. Por momentos, las interpretaciones se producen en climas más íntimos y en otros casos como una celebración. También algunos ritmos son acompañados por danzas o juegos entre luces y sombras. Sin embargo, en una segunda aproximación se puede pensar que la propuesta del director español Carlos Saura en Zonda: folclore argentino está ligada a la conformación de una especie de diccionario visual y auditivo. Claro que con algunas excepciones. Saura pareciera no realizar un trabajo exhaustivo sobre el folclore ni tampoco ocuparse de la historia desde los orígenes. Por el contrario, se concentra en un recorte personal que ordena de manera fortuita y, a veces, repetitiva. Por ejemplo, la zamba se muestra en varias oportunidades y eso no sólo genera cierta monotonía, sino también confusión ya que no se comprende la intención de dichas reiteraciones. No obstante, el interés de la construcción del documental radica en el aprovechamiento de su perspectiva: la ejecución como elemento primordial, la acentuación de los rasgos específicos de cada ritmo ya sea a través de los instrumentos, del vestuario o de las voces. De esta forma, la imagen y sobre todo el sonido cobran una importancia central como herramientas no sólo para describir, sino también para explicar o ejemplificar. Saura aprovecha la idea de íconos reconocibles de los cantantes, aunque no los introduce en la película y sólo se los nombra en los créditos, para vincularlos con espacios bastante despojados de elementos y realzar su interpretación. Pero también en los planos subraya la variación de los instrumentos, la creación de climas, las vestimentas características, los movimientos de los cuerpos y, en ciertos casos, la construcción de otros espacios como un aula – para rendirle homenaje a Mercedes Sosa – o una peña cuyana. La palabra, entonces, queda reducida a un plano secundario; su principal valor radica en las letras de las canciones y no como diálogo puesto que sólo actúa en acciones simples y asociadas a detalles previos a la puesta en escena. Otro de los inconvenientes de Saura tiene que ver con la forzada e inexistente asociación entre el viento Zonda y la música. El español resume en una breve placa al inicio del filme el origen del viento y lo vincula con la música por el ritmo. Sin embargo, ese lazo no es trabajado en ningún momento y tampoco se lo vuelve a exponer. Dentro de su linealidad y recorte caprichoso, Saura consigue esbozar el diccionario de forma acertada no sólo por la selección de una perspectiva fresca, sino también por el valor otorgado al sonido y a la imagen. Entonces, el círculo se cierra casi como al inicio, en la exhibición del galpón de La Boca y sus dos espacios: los elementos que fueron puestos en escena y el grupo lejano que termina de celebrar el recorrido del breve diccionario. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Un retrato imperfecto Hace más de tres décadas, León Gieco y Gustavo Santaolalla salieron a recorrer los caminos de la Argentina profunda para encontrar identidades musicales. “De Ushuaia a La Quiaca” se grabó y se filmó en cerros y patios de tierra, en soledades y cerrazones. Con “Zonda, Folclore Argentino”, Carlos Saura trató de hacer otra cosa. Aunque durante buena parte del metraje el espectador se pregunte qué quiso hacer el realizador. En principio, retomando ideas que aplicó con otros géneros (especialmente con el flamenco, al que conoce mejor), podemos pensar que es lo contrario de aquella gesta: aquí se trata de reunir a exponentes más o menos célebres de la música argentina de raíz folclórica, ésos que uno puede llamar por teléfono y encerrar a grabar en un ámbito acotado. Así se busca mostrar los diferentes caminos que el folclore argentino tiene en el presente, a través de cuadros estetizados, en los que el realizador recurre a los espejos, los paneles iluminados (en ocasiones generando sombras chinescas), las pantallas que reenvían imágenes y superponen capas, y la danza. Hay que reconocer que se logran escenas de gran belleza visual, especialmente cuando están los músicos solos o la danza los acompaña sutilmente. Aparte se apuesta a ese look de paredes desnudas, de camarines y bambalinas, incluso siguiendo el plano entre un artista y otro, como si fuera una escena de “Birdman”. También se luce cuando el Grupo Metabombo interpreta el “Malambo”, con tomas cenitales para mostrar bombos y zapateos, a los que se suman Koki y Pajarín Saavedra (retenga esos nombres, estimado lector) en las boleadoras. La cuestión se pone forzada cuando se quiere escenificar cuadros que pertenecen a otro espacio, como el carnavalito (“Diablada” de Lito Vitale, por el Ballet Juventud Prolongada) o la peña cuyana. Recorridos Volviendo a la selección musical, es destacable la búsqueda de apertura y representatividad. Ya desde el comienzo mismo, cuando Horacio Lavandera, figura de la música clásica, interpreta al piano un “Bailecito” (Carlos Guastavino); algo que se puede juntar con la impactante rendición de “La telesita” (Andrés Chazarreta/Agustín Carabajal) en piano percutido e intervenido por Lito Vitale. O la buena representación del canto con caja, en doble programa: la baguala, en las voces y cajas de Melania Pérez, Mariana Carrizo, María Mamani Reymunda, Bernardo Vicente Alarcón, María Fernanda Carrizo y Tomas Lipán; y la habitualmente sorprendente versión de la “Vidala para mi sombra” (Julio Espinosa) que hace a solas Pedro Aznar. Pero Saura confesó que gusta de la zamba y la chacarera, así que de eso hay bastante. Como “La Felipe Varela” (José Ríos/José Botelli), por el Chaqueño Palavecino y su grupo junto a la voz de Jimena Teruel, o Soledad Pastorutti, junto a sus músicos en “Añoranzas” (Julio Argentino Jeréz). También son interesantes “La zamba alegre” (Adolfo Ábalos) en solo y en grupo por Jaime Torres; “La amanecida” (Hamlet Lima Quintana/Mario Arnedo Gallo), en un inusual trío entre Jairo, Juan Falú y el infatigable Vitillo Ábalos; y el final con el himno santiagueño “Entre a mi pago sin golpear” (Pablo Raúl Trullenque/Carlos Carabajal), por Peteco Carabajal y Verónica Condomí con la Orquesta de Música Popular y la flauta de Rubén “Mono” Izarrualde. Hay lugar para composiciones originales, como la “Chacarera a Juan”, de y por Luis Salinas (con Carlos “Negro” Aguirre en piano), o la gran “En el fondo del mal”, de y por Gabo Ferro en dúo con Luciana Jury. Y para una versión de “Luna tucumana” (Atahualpa Yupanqui) por Liliana Herrero y grupo, que bien podría estar en un disco de Björk. En movimiento Nuestras danzas tienen la forma tradicional coreografiada, y la estilización por aporte de otras técnicas. No existe un equivalente al “tango escenario”, o a las formas libres que el flamenco le aportó al director en otras obras. Además, hay ritmos que no se bailan, o evoluciones musicales que tampoco. La solución fue dejar la mayoría de las coreografías en manos de los hermanos Saavedra (sobrinos del legendario Juan Saavedra) y su ballet. Koki y Pajarín abrevaron en esa tradición pero después se fueron a Francia durante 20 años y allí mamaron desde el neoclásico al rupturismo de Merce Cunningham. El resultado es que los números de baile terminan siendo mayoritariamente la reinvención de estos ritmos, con bailarines de rojo brillante y danzarinas descalzas con la inequívoca pisada del contemporáneo. Los litoraleños podrán enojarse con que el chamamé sólo esté representado por un cuadro estilizado con música en off (del Chango Spasiuk). Pero más extraña es la puesta del “Gato sachero” (de y por Walter Soria, junto a Marian Farías Gómez) como si fuera un número de “Cats”. Recuerdos fallidos Los homenajes son prescindibles y desacertados. El dedicado a Atahualpa Yupanqui es olvidable: una foto fija del zurdo, con gente mirándola, mientras se oye “Preguntitas a Dios”. El que rememora a Mercedes Sosa es peor: un grupo de escolares mira y acompaña una performance de la tucumana, con fotos alrededor. La canción es “Todo cambia”, del chileno Julio Numhauser de Quilapayún. Ahí no hay ni cine, ni folclore argentino.