Sabor a nada Más de medio millón de muertos dejó la guerra civil en los Estados Unidos. Los bandos estaban bien definidos: El norte industrializado contra el sur agrícola que usaba a los negros como mano de obra esclava. En el inicio nomás, el filme nos presenta a quien fuera presidente en ese entonces, y lo hace situándolo -literalmente- en una suerte de pedestal desde el que escucha a unos nobles soldados que le admiran. Se trata de Abraham Lincoln, y la escena citada marca el tono que tendrá el filme; discursivo, impostado, artificioso. Spielberg muestra cómo el bueno de Abraham lideró la lucha por instaurar la enmienda tendiente a abolir la esclavitud, sin importar si en el camino corrompía voluntades y convicciones. En la película nos enteramos que la "borocotización" ya existía en esa época y que Lincoln no evitaba seguir preceptos maquiavélicos. Desconocemos cómo hablaba el personaje que nos ocupa, ignoramos si caminaba como Groucho Marx o si siempre lucía como un limpiador de chimeneas, pero la actuación de Daniel Day Lewis es convincente y visceral, tal como nos tiene acostumbrados este brillante actor. En un rol secundario se luce Tommy Lee Jones, aunque la puesta e iluminación no ayude, especialmente cuando los rostros de los personajes importantes son remarcados por un molesto reflejo que parece destinado a destacarlos innecesariamente. No consigue Spielberg instalar el conflicto dramático que se presenta en la intimidad de Lincoln, dado que el farragoso debate político gana la posición, desequilibra y allí es donde el gran Steven hace lo que jamás debería permitirse: aburrir. No encontrarán aquí al director de "El Color Púrpura", sino apenas a un profesional acometiendo una labor que no parece tener que ver tanto con el cine como sí con algún personal mandamiento cívico que nos es ajeno.
Abuelos piolas Artie (Billy Crystal) era el relator oficial de un equipo de béisbol, hasta que fue despedido. Ahora, sin ocupación y listo para jubilarse le surge un viaje con su esposa que lo distraerá: cuidar a sus nietos. Los niños en cuestión fueron criados de acuerdo al manual de corrección política que no pocos estadounidenses llevan a la práctica. Básicamente se trata de estimular a los chicos, evitar darles un "no" como respuesta, consentirlos en todo para no traumarlos, etc. Obviamente, Artie y su mujer Diane (Bette Midler)son de la vieja escuela y se les hace algo difícil y poco comprensible el método que su hija decidió usar para criar a sus hijos. El chiste entonces consiste en ver como el viejo matrimonio, y en especial Artie, confrontan con las nuevas formas de educación. El filme apuesta a la fórmula de comedia familiar que, en este caso, no esquiva la crítica. Cualquiera que haya estado en los EE.UU. habrá notado cierta histeria que hay en torno a los chicos y el cuidado exagerado que hay por complacerlos, que va más allá del natural que debe tenerse. Exagerados por demás, los yankis se las ingenian para convertir algo natural en un hecho tipificable en el código penal, al punto que un padre no puea darle un chirlo a su propio hijo. En una escena del filme se ve a Crystal a punto de darle una nalgada a uno de sus nietos ante una horrorizada platea que pareciera estar viendo una foto de la bomba atómica en Nagasaki. Pero como el filme no es tan jugado, la nalgada no se ejecuta. Se traa en definitiva de una comedia honesta, sin dobles intenciones, pasatista y efectiva, con sólidas actuaciones en los roles protagónicos, a cargo de veteranos en el oficio.
De códigos y lealtades Luego de 28 años a la sombra, Val (Al Pacino) sale de prisión y es su viejo amigo y secuaz Doc (Christopher Walken) quien lo espera para darle la bienvenida a la libertad y ofrecerle su hospitalidad. Ambos formaban parte de un trío delictivo que trabajaba para un capo mafia que aún controla los movimientos de Doc, y hasta le exige que lleve adelante un "trabajo" muy especial. El otro miembro es Hirsch (Alan Arkin), actualmente internado en un asilo de ancianos. Los tres viejos compinches no tardan en reunirse y rememorar viejos tiempos, en burdeles, a bordo de autos y perseguidos por la policía y hasta a dar algunos tiros para salvar el honor de una dama. Con varios elementos que remiten al clásico "The Blues Brothers", pero sin números musicales mas sí buenas canciones de soul y blues, estos "Tres Tipos Duros" ofrecen, en principio: dos grandes actuaciones por parte de Pacino y Walken, este último genial en su rol de tipo agobiado por la carga de una labor por hacer, y también por lo hecho. Paino sencillamente luce formidable, esta vez dándole una vuelta más al personaje de un pistolero de poca monta, pero con códigos inquebrantables. Ágil, divertida y con destacadas actuaciones en general, esta película no es precisamente original, pero entretiene con calidad, que no es poco.
Las caras de la moneda Varias preguntas se plantean al espectador desde el comienzo. ¿Qué pasó en esa habitación donde un hombre yace evidentemente abatido por el whisky? ¿Quién y por qué provocó semejante desorden en ese lugar? Roberto Bermúdez (Ricardo Darín) ha sido un notable abogado y hoy, ya retirado, se dedica a dar seminarios de derecho penal en la facultad de derecho. Entre sus alumnos está el incisivo Gonzalo, hijo de unos viejos amigos de Bermúdez. Desde el primer encuentro, Gonzalo se muestra decidido a dejarle bien en claro a su maestro el crítico punto de vista que tiene sobre la ley y la justicia. Una tarde, la clase se ve alterada por el alboroto provocado por sirenas de patrulleros y ambulancias en el estacionamiento de la facultad. Movido por la curiosidad, Bermúdez baja a ver que sucede. Al llegar al lugar, entre los autos estacionados ve el cuerpo de una mujer sobre el que ya trabajan los peritos forenses. Gracias a que el comisario a cargo es un viejo conocido, el profesor puede acceder a la escena y obtener información vital para iniciar una investigación. Sí, algo motiva al veterano abogado a meterse en el asunto. Y ese algo tiene que ver con Gonzalo. Un alumno que provoca a su maestro, quien queda obsesionado con una idea que le hace poner el foco justo donde le es conveniente para sostenerla. Darín vuelve a ponerse en la piel de un abogado, y demuestra una vez más su precisión en el gesto, su economía de recursos aprendida con años de oficio. Arturo Puig tiene una breve pero solvente participación, en tanto Alberto Ammann ofrece eficazmente una ambigüedad enigmática y perversa. El director pone ante el espectador más de un punto de vista, al punto de perder, por momentos, el verosímil que un relato tan puntilloso requiere. Hay una manera de ver los hechos según Bermúdez, pero también hay otra forma presentada al público. Todo con buen ritmo, y un equilibrio preciso, que hacia el final trastabilla con una resolución algo caprichosa. Nuestra calificación: esta película justifica el 80 % del valor de una entrada.
A matón, matón y medio En 1949 la ciudad de Los Angeles está bajo el poder de Mickey Cohen, un ex boxeador, sanguinario y desquiciado, que maneja como títeres a policías, jueces y políticos; a todos, menos a algunos, entre ellos el sargento O´Mara, un hombre incorruptible, formado con fuertes ideales basados en el cumplimiento de la ley. Mickey planea disputar el poder a los mafiosos de Chicago y para ello tiene planeado llevar adelante una gran empresa que lo convertirá en el zar de juego, y dueño de medio país; pero no cuenta con que el jefe de policía vaya a armar un escuadrón especial, con O´Mara a la cabeza para destruir su imperio criminal. Como los "intocables" de Elliot Ness, pero sin placas y al margen de la ley, así es el el grupo que arma el buen sargento para golpear a Mickey donde más le duela. Como todo policial negro que se precie de tal, una bella muchacha pasa a ser parte crucial en la historia y en esta ocasión es Grace, una pelirroja a quien Mickey usa como adorno y que no tarda en caer en los brazos de un policía. La primera escena del filme deja en claro que no habrá sutilezas, es la primera muestra de un festival de violencia que durante casi dos horas no dará respiro. Hay gángsters que disparan con dos ametralladoras al mismo tiempo, o subidos al costado de una auto en movimiento, también capaces de obedecer al impiadoso Mickey y perforar con un taladro la cabeza de un súbdito ya prescindible. Sean Penn compone magistralmente a un hampón rabioso, cegado por la sed de revancha, ambicioso y poseedor de una violencia demencial. Como contraparte, Josh Brolin se impone con rudeza y convicción, bien acompañado por Ryan Gosling, quien aporta con gracia la dosis de liviandad necesaria en el relato. La dirección artística ofrece una formidable reconstrucción de época que se luce gracias a una impecable labor de fotografía que, junto a la banda sonora de Steve Jablonsky, honra al género que tantos éxitos le dio a la Warner Bros. Nuestra calificación: Esta película justifica el 100 % del valor de una entrada.
Jack son sorpresa Un francotirador, cinco víctimas mortales y una investigación que rápidamente da con el responsable. Al menos la policía y el fiscal de distrito están seguros de ello, pero inesperadamente el presunto asesino abre el camino para la duda, en un papel escribe un nombre: Jack Reacher. Reacher es poco menos que un fantasma; sin dirección conocida, mail, celular ni antecedentes penales, solo se conoce su intachable historial en el ejército y su pericia como investigador. Pero el sujeto de pronto aparece al enterarse que el sospechoso es alguien a quien le había hecho una promesa en los viejos tiempos de la guerra. La abogada defensora Helen Rodin (Rosamund Pike) decide que Reacher es fundamental para aclarar el caso y le propone que trabaje en su investigación. Con la policía y el fiscal vigilándolo, Reacher hace lo suyo, es decir, regirse por sus propias leyes, sin miramientos, con la violencia necesaria y basándose en su brillante poder deductivo. Las primeras imágenes de este filme ostentan calidad en dirección, edición y sonido. Secuencia bien armada que sirve como base para todo lo que vendrá después. El director Christopher McQuarrie tiene claro que de ese comienzo depende todo, cada detalle luego dará lugar a su correspondiente remate como para que todo cierre, no sin su debida dosificación para que el suspenso surta efecto. Tom Cruise saca provecho de su limitación gestual, y así aporta frialdad a su personaje que, sin llegar a ser Harry el sucio, se muestra con igual impiedad ante el villano que se le cruce. Pike, por su parte, es convincente y McQuarrie saca provecho de su rostro en momentos donde el estupor se impone con planos que hacen honor al género. Un parte merece la participación de Werner Herzog, el aclamado director alemán, quien comopone al siniestro Zec. Su presentación en el filme es antológica y su actuación es un lujo dentro de este filme que tiene más de una grata sorpresa. La otra es la presencia del veterano Robert Duvall, quien le aporta mayor solidez a un elenco en el que también destaca el versátil Richard Jenkins. "Jack Reacher" ofrece acción de la buena, contundente más que vertiginosa; suspenso bien manejado y algo de humor, alejado de los clichés de moda. Solo algún cabo suelto en el guión distrae un poco, pero no lo suficiente para opacar esta buena propuesta que llega a la cartelera.
Lo indignante Si en "Argo" elogiamos la acertada elección de los actores que personifican a quienes vivieron lo que se muestra en el filme -por su parecido con ellos- aquí no hay elogio que valga, porque no solo no se parecen en nada a los que pasaron por este drama -tal como se puede apreciar en la foto de los créditos finales- sino que, para peor, optaron por una pareja de aspecto publicitario, acorde a la finalidad del filme. Los primeros diez minutos son dedicados a presentarnos a la familia formada por Henry (McGregor), María (Watts) y sus tres hijos -además de colar el primer "chivo" de la película-, quienes se disponen a pasar unas vacaciones distintas en un hotel sobre la costa tailandesa, en diciembre de 2004. Sin profundizar demasiado en los personajes, y para cumplir con los cánones actuales, la espectacularidad de los efectos especiales irrumpe pronto con la misma fuerza que el tsunami que replica. A partir de entonces inicia la historia de supervivencia de esta familia, que por fiel que sea al hecho real, en cine aparece inverosímil, y hasta por momentos risible; como la escena donde el padre va en busca de su hijo y como si de un vodevil sin puertas se tratara, todo se resuelve ridículamente. Bayona construye su relato sobre el morbo y la redundancia. Pone a los personajes a relatar lo que ya ha sido mostrado profusamente, y -para peor- usa con una bajeza condenable la horrorosa situación por la atravesaron miles de seres -una familia argentina inclusive- para usar como fondo de uno de los momentos más deleznables de la historia del cine; cuando un representante de una compañía de seguros que sponsorea el filme aparece en escena, convirtiéndolo en un hecho obsceno por donde se lo mire. La lucha de una madre y su hijo por sobrevivir en la situación más extrema es mostrada con gran realismo, los efectos especiales son realmente impactantes y muy logrados. Lamentablemente, tamaña producción, sumado a tomas más propias de un aviso de shampoo que al drama que relata, acaba por derribar cualquier empatía con el relato. Sí vale destacar la labor de Tom Holland como el pequeño Lucas, interpretado con credibilidad y solvencia. Por lo demás, abundan los clichés, golpes bajos y escenas moralizantes acerca de la solidaridad, las que son más propias de un episodio de Plaza Sésamo que del filme que "Lo Imposible" pretende ser.
Carne picada Se equivocan feo en Hollywood al hacer estas comedias "femeninas". Ya lo hicieron con "Damas en Guerra" y ahora vuelven a cometer el mismo error, pero peor. En este caso presentan a tres mujeres: una cocainómana superficial sin muchas luces, otra promiscua no menos viciosa y la tercera, una profesional, graduada universitaria en pareja con un profesional que de pronto ve como otro amiga, obesa y fea, le gana de mano en materia de matrimonio. A eso se reduce todo. No importa que tan universitarias, independientes, merqueras y reventadas sean, el hecho que otra les gane de mano para casarse les mueve el piso y las pone en alerta. Demasiado machismo para una comedia que se vende con otro envase. El conflicto se desata cuando las tres amigas, en la noche anterior a la boda, se ponen a jugar con el vestido de novia y lo rompen. A partir de ahí comienza la carrera contra reloj para solucionar el problema y da lugar a que cada una de ellas se enfrente a otros conflictos personales. Abortos, bulimias, adicciones e insatisfacciones varias son mezcladas y tratadas con la profundidad de un charco por la directora y también guionista Leslye Headland, quien sin decidirse por el tono del relato, va de la comedia disparatada al drama pretencioso e introspectivo, sin escalas ni talento, y encima con distorsiones moralizantes incluidas. Las actrices hacen lo que pueden, y es bastante, con un guión escrito por el enemigo. Ese que hace quedar a las mujeres como infradotadas mientras pretende darle lugar en el mundo de la comicidad. Obvio es que caen en la trampa.
La confianza conmovida Un sujeto es arrestado por la policía y una vez que está esposado, inmovilizado y rodeado se le pregunta si entre sus pertenencias tiene un arma o elemento punzante, a lo que el tipo en cuestión -en un rapto de lucidez- responde que sí. El policía que efectuó la pregunta no lo hizo solo por una cuestión de seguridad -de hecho lo tenían controlado- sino que se la hizo para saber si estaba lidiando con alguien en quien minimamente se podría confiar. Así es en los EE.UU., donde la confianza lo es todo. Allí lo peor que se puede hacer es mentir. La historia se sitúa en 2008, durante la crisis financiera global y en plena campaña por la presidencia de los EE.UU a la que aspiran Obama por un lado y McCain por el otro. Las primeras imágenes del filme muestran un paisaje desolado, apocalíptico pero real. Allí dos pobres diablos hacen el trabajo sucio para otro perdedor que cree poder timar a la mafia. Todo parece muy simple, robar un garito de mala muerte y esperar que culpen a otro. Pero obviamente no es tan fácil. La mafia, a esta altura una corporación más, manda a uno de sus killers para solucionar la cuestión. Una cuestión de confianza. Los sitios de apuestas ilegales están cerrados y hasta que no se ajusticie a los responsables del robo no volverán a funcionar, y eso no es bueno para el negocio, y mucho menos en época de crisis. Áspero, sórdido, así es el relato que construye Andrew Dominik, quien logra unir el mundo de la política y sus discursos al de los bajos fondos, no menos discursivos. Tediosa por momentos, cuando se pavonea con relatos de gángsters de poca monta sobre sus desventuras con putas y faloperos, consigue puntuar alto al plasmar la violencia de las calles con singular poética, no exenta de brutalidad. Aunque siempre es bueno escuchar a Johnny Cash y a Velvet Underground, no deja de sonar algo trillado su uso para acompañar viajes en autos clásicos por zonas industriales o viajes de los otros, más lisérgicos; pero al final la banda de sonido termina por redondear positivamente el relato. Brad Pitt luce implacable y se guarda para el final una de las mejores líneas de los últimos tiempos, la que le dice a un siempre impecable Richard Jenkins antes que el negro con los títulos impacte en la pantalla.
La juventud interior Claire no imaginó que la fatalidad se presentaría ante ella de la manera en que lo hizo. Como si la hubiera invocado al conversar con su marido sobre la manera en la que un amigo había fallecido de repente, de forma inesperada. Y así, igual de repentino, fue el infarto que sufrió su esposo mientras manejaba el vehículo en el que ambos viajaban. Viuda y preocupada al ver como uno de sus hijos, ya cuarentón, va sin rumbo por la vida, Claire decide ignorar la imagen que le devuelve el espejo y dar rienda suelta a la joven que lleva adentro. Así se reúne con dos viejas amigas, septuagenarias también, con las que en su juventud formaba "The Sisters of Love", trío dedicado a cantar melodías románticas, y que dejó de lado al ser madre. Reflotar al grupo es la excusa también para darle a su hijo Sid la oportunidad de demostrar qué tan bueno es haciendo música. Claro que hay quien se opone a la aventura, el otro hijo, más conservador, padre de familia y eterno crítico del estilo de vida de su hermano. Con buenas pinceladas de humor negro y tono tragicómico, transcurre apaciblemente este relato que tiene en Marilou Mermans a una notable intérprete, de gestos sutiles y capaz de transmitir el entusiasmo de quien comprende que el presente es lo que cuenta. El mérito del director belga Geoffrey Enthoven es el de no cargar las tintas sobre el perfil "inspirador" que suelen tener este tipo de historias, y en cambio solo narra el cuento, con naturalidad y buen timing, confiando en la labor de sus actores y la solidez de un guión que, hay que decirlo, no derrocha originalidad pero tampoco cae en obviedades insultantes.