Una verrrrgüenza La primera toma que vemos es gráfica sobre lo que vendrá. Silencios, tiempos muertos, largas tomas que obligan al espectador a ser testigos de lo más anodino. El director decide que el guión técnico vaya a la par del artístico y ante la inmovilidad de sus personajes inmoviliza también la cámara, evita los cortes; se torna pretencioso tal vez creído de poseer un talento que aquí no demuestra. Brandon (Michael Fassbender) es un hombre pulcro, muy "cool", que vive en un departamento acorde a su personalidad, con bandeja giradiscos y muchos vinilos junto al ventanal que le permite ver la ciudad de Nueva York desde la altura. No tardará el espectador en advertir que a este muchachón le gusta el sexo pago, la pornografía y cuando no tiene compañía gusta de autosatisfacerse, donde sea. Se le complica la cuestión cuando su hermana se le instala en el departamento. La chica es de cascos ligeros, bastante pesada, y para colmo en una escena nos ofrece la versión más exasperante que alguna vez hayamos escuchado del clásico "New york, New York". Asistimos al derrumbe físico y emocional de Brandon al ver su mundo invadido, aunque el director no consigue establecer el contraste que la historia pide, su mundo aséptico sumado a la pereza creativa en materia cinematográfica, atentan contra el conflicto que nunca llega a exponerse del todo con la fuerza que su protagonista impone en el tramo final, donde el relato mejora un poco. Es mérito de Fassbender ponerse la historia al hombro, contar lo que le pasa a su personaje desde la mirada y el cuerpo. Pero el director prefirió la distancia. La que hay que tener de los cines donde se exhiba esta oda soporífera a la pretención.
Una buena intención Con la clara intención de concientizar acerca de la problemática de personas con retraso mental, y en especial las circunstancias por las que deben atravesar sus familias, el guionista y director Rodolfo Carnevale construye una película por momentos publicitaria, incluso en su estética y puesta artística, y hasta inverosímil dentro de la historia misma. Pero afortunadamente cuenta con un elenco encabezado por el siempre eficaz Eduardo Blanco y la talentosa Patricia Palmer, quienes interactúan con una sobresaliente Ana Fontán, que compone a su hija autista con descarnado realismo. Franco y Estela viven con comodidad, gozan de un bienestar económico que tiene como contraste el sufrimiento por su hija Pilar, autista con retraso mental. Alejo es el hijo menor de la pareja, quien más sufre por el estado de su hermana ya que por eso no puede tener una vida social normal, llevar compañeros de la escuela a su casa ni escapar de las burlas de muchos de ellos. Ante el empeoramiento en la salud de Pilar se impone la toma de una decisión: internarla o no. El conflicto invade a la pareja y la consecuente elección deriva en situaciones que atentan contra el verosímil del propio relato. Poco rescatable en lo cinematográfico, "El Pozo" se destaca por sus actuaciones y el abordaje de una temática difícil que sin dudas debe tener su espacio dentro del mercado.
Súper chica Algo raro pasa con Jill (Amanda Seyfried), todos la miran raro, como si no le creyeran siquera cuando dice buen día. Cuando su hermana desaparece esa actitud social no le ayuda para buscarla. La policía no parece dispuesta a iniciar una investigación por algo que consideran es fruto de su imaginación. Según parece, Jill habría sido secuestrada un año atrás pero jamás hallaron al culpable. Ahora ella emprende por su cuenta la investigación que la lleve al rescate de su hermana. Falsas pistas, dudas sobre la salud mental de la protagonista que tiene una determinación a toda prueba, y que fuerza la paciencia del espectador al que solo le resta esperar ver que traje de súper heroína lucirá en algún momento. No alcanza a ser una thriller psicológico, algunas actuaciones no merecen ser parte ni siquiera de una soap opera y el suspenso se quedó en la intención del guionista. El director cumple a reglamento con el material que tiene entre manos, del que solo vale rescatar la actitud de la bonita Amanda, una ascendente actriz que esta vez erró feo con su elección laboral.
Ni blanco, ni negro Un trabajo en el fin del mundo. Así lo define Ottway. Ser un francotirador al servicio de una compañía petrolera en Alaska. Dedicarse a matar a los lobos que acechan a los obreros mientras estos trabajan. Liam Neeson desde hace un tiempo compone a un tipo de duro que en este filme alcanza, tal vez, su máxima humanización. Es el duro melancólico, el que en este caso añora la felicidad compartida con su esposa mientras se plantea cuestiones filosóficas acerca de su propia existencia. Los planteos intelectuales de pronto deberán dejar paso a la acción, cuando el avión en el que Ottway viaja junto a otros trabajadores cae en medio de un desierto de nieve. Son unos pocos sobrevivientes que deberán imponerse al frío extremo, a sus propias debilidades y, para empeorar las cosas, a un jauría de enormes lobos. El filme funciona como una aventura sin demasiadas sorpresas en lo narrativo, a la vez que como metáfora de la autosuperación del individuo. Por momentos densa, monocorde, con algunas buenas escenas de tensión entre los actores, se destaca la labor de producción y una buena fotografía. Neeson se afianza como el actor maduro que es en producciones de consumo masivo -hemos visto que ultimamente no le hace asco a casi nada- y cada tanto nos ofrece además de su profesionalismo, alguna actuación digna de ser elogiada, como en este caso.
Metejón francés Ambientada en la década del sesenta, esta comedia muestra a través de la relación de un hombre de negocios y su mucama la parte de atrás de la sociedad francesa de la época. En un edificio de categoría hay un piso destinado a la servidumbre, el sexto. Allí vive un grupo de mujeres españolas que llegaron a París huyendo del franquismo y la miseria. Una de ellas, María, consigue trabajo en el departamento de monsieur Jean-Louis quien vive junto a su esposa snob y dos hijos racistas y malcriados. La vida de Jean-Lois -estupendamente interpretado por Fabrice Luchini- era rutinaria hasta que llegó María -una sensual Natalia Verbeke-, quien gracias a su carácter y personalidad lleva a su maduro patrón a querer conocer más sobre el universo en el que ella se mueve cuando no trabaja. Así, Jean-Lois sube al sexto piso de ese edificio en el que nació y vivió toda su vida pero que aún no conocía en su totalidad. La precaria condición en el que viven todas las mucamas lo conmueven al punto de interesarse personalmente en solucionar los problemas que tengan, sea un baño tapado o la falta de vivienda de alguna conocida de las muchachas. Este francés rutinario de pronto se halla fascinado con esas mujeres que viven para servir a otros y aún así se permiten cantar y reir por las noches. También está fascinado con María. Con un buen trabajo en la dirección de arte, una notable reconstrucción de época y de forma equilibrada, el director Philippe Le Guay logra una armoniosa comedia con algo de cuento de hadas, previsible y hasta tal vez algo cursi, pero en definitiva entrañable gracias la performance de ese coro de sirvientas encabezado por la gran Carmen Maura y secundada por Lola Dueñas.
Triángulo a la deriva Una casa de barrio, con una pelopincho en el fondo. Ahí está Teresa (Guerty) tratando de zafar del calor cuando llegan sus hermanas Amanda (Weinberg) y Ema (Zinski) con un tasador. La madre de estas tres hermanas murió hace poco y la idea es vender la propiedad. Al menos esa es la idea de Amanda, la más agobiada por las deudas causadas por un marido irresponsable. A Ema -la mejor posicionada económicamente- le da lo mismo vender o no, pero es Teresa -la menor- la que piensa que es demasiado pronto para desprenderse de aquello que aún la ata a su madre. El conflicto está planteado. La directora Eugenia Sueiro elige el blanco y negro para su debut. Apuesta a la fuerza, al realismo que se suele obtener en la ausencia del color. Sabe además que cuenta con un trío de sólidas actrices que son las que hacen valer cada palabra escrita en el guión y aportan adecuados matices a la acción. A medida que avanza la trama, la tensión crece y allí es donde se aprecia que el tono de comedia adoptado desde el inicio es el apropiado. Sueiro logra demás que la casa pase a ser un personaje más, consigue que sus actrices interactúen con sus ambientes, y sus trampas. Cuando las cosas conspiran y provocan a los humanos, los obligan a relacionarse más allá de lo deseado, al menos conscientemente. "Nosotras sin Mamá" es una propuesta que no desborda originalidad, pero sí talento desde lo actoral y marca un correcto inicio para una directora a quien lo sutil no le es ajeno.
Doble crímen Todo político que ostenta un gobierno con poder busca hacer leyes a su medida, y si no lo logra al menos busca manipular las existentes para su beneficio. Si es en tiempos confusos, como los de guerra o desorden interior, entonces se aprovechan más aún para sacar provecho de la situación y fortalecerse en el poder. Robert Redford muestra, con maestría en todo sentido, como Lincoln es asesinado en lo físico pero también como sus ideas son aniquiladas por quienes quedan en el poder y creen estar haciéndole un favor a su país. El eje de la historia es el juicio a Mary Surratt, una mujer viuda que vivía en su casa junto a su hija Anna y su hijo John. Para ganar algún dinero la mujer hospedaba a otras personas en el lugar. Las últimas a las que dió pensión eran nada menos que los criminales que orquestaron el atentado contra el presidente Abraham Lincoln. Por eso es que Mary es acusada de ser parte de esa conspiración criminal. La difícil tarea de defenderla recae en un joven abogado, ex combatiente durante la guerra de secesión, a quien no le agrada tener que defender a una sureña a quien cree responsable del asesinato del presidente. Sin embargo, y gracias a las enseñanzas de su superior, la constitución se impone sobre lo personal. El proceso es narrado con detalle y sin dejar de lado la excelencia artística. La dirección de arte es excepcional, realzada por una labor de fotografía notable, además del vestuario y un casting impecable. Todas las actuaciones son precisas, sin artificios, pero se lleva las palmas una sobria Robin Wright que compone a Mary Surratt desde el gesto mínimo, el dolor contenido, la mirada justa captada por un Redford implacable. "El Conspirador" ofrece una lección de civismo a costa de una historia que al día de hoy no parece haber servido como ejemplo suficiente. Miremos a nuestro alrededor, a los líderes del mundo en que vivimos. Siguen siendo tan miserables como aquellos que solo querían una cabeza que ofrecer a la multitud para ganar más poder, aun a costa de lo que su propio mártir proclamaba.
El fuego interior Hace un año conocimos a Gianni y a su madre. Fue en ocasión de "Un Feriado Particular", donde el buenazo de Gianni se hacía cargo de cuatro venerables ancianas. Esta vez el personaje regresa, también junto a su madre, pero con algunas diferencias en la estructura que le rodea. Ya no es un desocupado sino un jubilado a la fuerza, que se niega a ser como los otros jubilados que conoce, sentados en una esquina perdiendo el tiempo. Convive con su ex mujer, una hija adolescente y el novio de esta. Incentivado por un amigo, a los 62 años intenta revivir el fuego amoroso y para ello se encuentra con amores del pasado, sin estar muy convencido de su accionar. Gianni Di Gregorio dota a su personaje de cierta languidez, con una sonrisa siempre lista, aunque sea de compromiso. Es el eterno hijo de mamá al que hasta las mujeres lo ven de manera maternal. Un auténtico tano incapaz de desentenderse de su madre mientras hace malabares para vivir su vida. Sin embargo lo que Di Gregorio consigue poner en foco, a medida que avanza la historia, es un tema que preocupa en Europa: los millones de individuos descartados laboralmente que quedan a la deriva, viviendo de una pensión y sin nada que hacer. Gianni los observa desde su ventana y no quiere ser como ellos, sentado en una silla viendo la vida de otros pasar. Pasea a su perro y ve a un tipo desarmando su Fiat 600 tal vez por enésima vez. Se sienta en una plaza y con desgano responde a un anciano desconocido lo que este le pregunta solo por hablar. Y no le gusta. Por suerte el destino tiene otros planes para nuestro amigo. Porque ya lo dijo el gran Javier Villafañe: "Yo no soy viejo porque no me junto con viejos".
Mientras el aire sea gratis Un niño habitante de una ciudad donde todo es artificial -los árboles son de plástico y el aire se compra envasado- está decidido a encontrar la última semilla existente para plantar un árbol. En su búsqueda conocerá la historia del responsable de la devastación del planeta y de El Lórax, criatura protectora de la naturaleza. Sin ninguna sutileza, "El Lórax" trata sobre la desforestación y el cuidado del medio ambiente. La historia creada por Theodor Seuss Geisel en 1972, se presenta en esta versión muy fiel a los dibujos del libro original, como así también a la moraleja final. A esta altura no es posible criticar las técnicas de animación ni las aplicadas para sus texturas y efectos tridimensionales. Este tipo de películas cada vez se ven mejor, aunque en este caso es su contenido, simplón y moralizante, el que no está a la altura. Por bien intencionado que sea.
Gran afano Apologética antes que crítica, "Los Juegos del Hambre" se presenta como un eslabón más en la cadena de consumismo destinada a un público adolescente, y no tanto, que es incapaz de analizar ni mucho menos cuestionar lo que se le ofrece. La propuesta llega por lo menos diez años tarde de lo que fue el furor mundial por "Big Brother", show televisivo creado en Holanda en el que hace base esta historia de una chica que debe participar en un show donde 24 participantes deben eliminarse -matarse- entre ellos. Cada uno de los jóvenes pertenecen a un distrito excluido del resto de una nación que decidió castigar a aquellos que se rebelaron al sistema creando este programa siniestro. Pero nada tiene demasiado fundamento, el director prefirió obviar las explicaciones y pasar directamente a la acción. Así ignoramos por qué los habitantes de los distritos segregados parecen personas comunes mientras los habitantes del capitolio parecen salidos de un dibujo animado; por qué algunos distritos se preparan para esta batalla y otros no, etc. Para peor, la propia lógica del filme es manipulada de la misma manera que los personajes manipulan el show; manipulación que la protagonista en su inicial estado de "pureza" repudia pero que luego aprende a utilizar en una clara muestra de resignación y asimilación por parte del sistema. La exclusión por parte de iguales, haciendo el trabajo sucio que el poder delega en los participantes que hacen del culto al ego una religión, es desde hace tiempo moneda corriente en el modelo televisivo mundial. Como parte de ese modelo, esta película es una cáscara vacía de contenido que expone como un mero entretenimiento aquello de que de por sí plantea dilemas más profundos. Estamos ante un pastiche logrado al mezclar algo de la secesión, con un toque nazismo y varios sinsentidos que el director nunca se opupa de justificar siquiera. Más allá del tedio que povocan varias escenas, ni las de acción valen destacarse dado que están presentadas de manera confusa para evitar que sean explícitas y consecuentemente conseguir la calificación necesaria para llegar al público menor de 18 años. Si "Live!" -aquel controversial filme protagonizado por Eva Mendes- contenía una propuesta de show llevada al extremo, donde los participantes jugaban una ruleta rusa en tv; al menos proponía abiertamente un debate acerca de los límites en los medios y hasta donde era capaz el ser humano de exponerse por un minuto de fama y la posibilidad de ganar dinero. Más darwiniana y llena de matices que "Los Juegos del Hambre" no tiene, la japonesa "Battle Royale", con Takeshi Kitano, presentaba a la competencia que el filme que nos ocupa copió flagrantemente, como una denuncia social al tiempo que parodiaba al extremo lo que en el 2000 era una moda televisiva. Una vez más, una crítica cinematográfica irá en contra de la taquilla. "Los Juegos del Hambre" seguramente tendrá sus secuelas en la pantalla merced a una buena recaudación. Eso habla sin dudas del triunfo de una ideología, la de la cosificación del individuo, que ya ganó terreno en nuestra cotidianeidad y que esta película promociona sin tapujos.