Con 37 años de trayectoria y un total de cinco películas, la saga que arrancó con “First Blood” en 1982 llega a su fin con un John Rambo que sienta cabeza, pero que nos muestra que, aunque pasen los años, siempre está preparado para una batalla más. Después de haber sobrevivido a un infierno, John Rambo se retira en su rancho familiar. Sin embargo, su descanso se ve interrumpido por la desaparición de su ahijada tras cruzar la frontera con México. Por ello, el veterano de guerra deberá emprender un peligroso viaje para buscarla, descubriendo, a su vez, una oculta red de trata de blancas controlada por uno de los carteles más despiadados de la zona. Con sed de venganza, Rambo se embarcará en una última misión desplegando nuevamente sus enormes habilidades de combate. Así como hizo con Rocky Balboa, Sylvester Stallone decidió otorgarle un final a su segundo personaje más icónico del cine con una entrega más vengativa, emocional y explícita que las anteriores, pero no así mejor que todas ellas. Al tratarse de una obra relacionada al narcotráfico y trata de personas con la frontera México-Estados Unidos de por medio, no es de extrañarse la elección de Adrian Grunberg como encargado de la dirección. Grunberg, anteriormente, solo dirigió la película “Vacaciones Explosivas” en 2012 de la mano de Mel Gibson, pero ha tenido experiencias como asistente de dirección en obras como “Hombre en Llamas” o la exitosa serie “Narcos” por lo que se encuentra familiarizado con el tema que motiva la trama del film, dándonos una cruda y realista imagen de ese bajo mundo. Asimismo, las escenas de acción destacan por su brutalidad al punto de herir la sensibilidad de los menos impresionables y rozando a su vez los límites de lo creíble y humanamente posible. Las actuaciones secundarias de Paz Vega y Óscar Jaenada (Luisito Rey en la serie de Netflix “Luis Miguel”), experimentados en representar personajes mexicanos siendo actores españoles, son más que decentes, pero claramente limitados por la simpleza del guion y por no poder quitarle protagonismo a la estrella de la película. El papel de Rambo se mantiene impoluto a lo largo de los años con una personalidad tranquila y pensativa, pero a su vez despiadada y estratégica, en este caso desencadenada por un sentido de justicia por mano propia y de proteger a la familia sin importar el costo. No obstante, esta idea, aunque novedosa dentro de la franquicia, está bastante vista en el cine de acción pudiéndose comparar con algunas obras del género como la primera entrega de la trilogía de “Búsqueda Implacable”, entre otras. En términos generales, la “Última Sangre” de Rambo mejora considerablemente su performance anterior con firmes actuaciones e impactantes escenas de acción, pero mostrándonos una idea conocida en un escenario bastante explotado en el género que, aunque innova en este universo, es una trama que deja mucho que desear para ser su cruzada final.
Se acerca octubre y, con él, el período del año donde el terror toma mayor protagonismo. Utilizando el arribo de Halloween como excusa, llegan nuevas obras del género que buscan destacarse en la pantalla grande. La mayoría no tiene suerte, pero unas pocas logran hacerse notar. Tal es el caso de “Historias de miedo para contar en la oscuridad”, la nueva producción de Guillermo del Toro, basada en la serie homónima de relatos cortos publicados entre 1981 y 1991 por Alvin Schwartz. Dichos relatos, apuntados al público infantil, resaltaron en su época por sus sombrías ilustraciones recopilando distintas historias del folclore americano. ¿Será esta adaptación un buen homenaje a la obra de Schwartz o un intento fallido de recrear dichas “historias de miedo”? A finales de los 60, un grupo de adolescentes debe resolver el misterio que rodea una serie de repentinas y macabras muertes en Mill Valley, un pueblo ensombrecido por la leyenda de la familia Bellows y su más joven integrante, Sarah, una niña cuyas historias de terror empiezan a cobrar vida y a perseguirlos uno a uno. A diferencia de las obras literarias que se presentan en forma de antología de relatos, el largometraje aúna algunas de las leyendas más famosas en una historia propia situada en Halloween para darle una motivación a los personajes y un trasfondo lúgubre a la ambientación de pueblo. Más allá de ser el nombre del aclamado director de “The Shape Of Water” (2017) el que resalte en esta película, es el no tan experimentado André Øvredal (“The Autopsy of Jane Doe”, 2016) quien toma las riendas de la dirección haciendo un correcto uso de los elementos del terror y el CGI para mantenernos atrapados durante gran parte del film entre el misterio y la tensión asemejándose un poco a la primera entrega de “IT” de Andy Muschietti o hasta a la reconocida serie de Netflix “Stranger Things”. Asimismo, y a diferencia de la mayoría del cine de terror, el director noruego logra escapar un poco de las especulaciones del espectador con giros no tan predecibles, pero tampoco rebuscados para perder la atención del público. Los protagonistas no brillan en su performance, pero representan su papel correctamente, alternando las situaciones de tensión con un poco de humor infantil pero no demasiado como para opacar la esencia del film. Por último, cabe destacar la participación en un rol secundario de Dean Harris (“Breaking Bad”) como una de las pocas caras familiares que veremos aquí. En cuestiones generales podemos decir que “Historias de miedo para contar en la oscuridad”, aunque no con actuaciones estelares, supo adaptar el folclore gótico americano al terror actual pero ambientado en la época de Nixon, haciendo buen uso del CGI y logrando que soltemos algunas risas, pero también que nos genere nerviosismo y una que otra tapada de ojos.
Desde la mítica “2001: Odisea del espacio” (1968) hasta metrajes de la actualidad como, la dentro de todo reciente, “Interestelar” (2014), las películas espaciales han significado un sector aparte en el mundo de la ciencia ficción, incluyendo una gran variedad de temáticas tales como la propia supervivencia, la exploración de lo desconocido o la salvación de la humanidad, entre otros asuntos. “High Life” no es la excepción. Sin embargo, este film incursiona en el género desde un ángulo diferente a lo familiar, rozando lo sombrío y ahondando en la psicología humana haciendo dudar al mismísimo espectador de si esto se trata de un sinsentido o de una obra de arte. En la profundidad del espacio, Monte (Robert Pattinson) y la pequeña bebé Willow viven aislados a bordo de una nave. No obstante, no siempre estuvieron solos: Monte formaba parte de un grupo de condenados a muerte que aceptaron formar parte de una misión científica que pretende investigar los agujeros negros. La primera ficción en inglés de la directora francesa Claire Denis significa también su debut en sci-fi, el cual realizó dándole un gran papel a la musicalización de Stuart Staples, con quien trabajó en la mayoría de su filmografía, pero poco uso, disminuyendo rotundamente el costo del film a la herramienta fundamental del género: los efectos especiales. El espacio, cargado de detalles, como si de un paisaje fantástico se tratara en la mayoría de las obras del género, se muestra en este caso como un insondable vacío oscuro que, al contrario de lo pensado, beneficia al mensaje otorgado por la trama. Ésta, vista como una retorcida crítica a la humanidad, se ve obstaculizada por una constante disrupción de las líneas temporales, planteadas en torno al pasado, presente y futuro del protagonista, Robert Pattinson, que, aunque se encuentra en un papel totalmente alejado del que lo hizo famoso en “Crepúsculo” (2009), mantiene la misma personalidad, carente de emoción, que dificulta el poder engancharse con la historia. Fuera de ello, “High Life” es peculiarmente explícita, tanto en la ambientación, teniendo que expresar el argumento verbalmente en algunos casos, como en contenido, otorgándonos escenas impactantes con simbologías que van de lo sexual a lo perturbador, especialmente en las que protagoniza Juliette Binoche. Claire Denis nos presenta una idea de desesperación y soledad en forma de un largometraje que no es fácil de ver, una producción independiente que significa un desafío audiovisual para el público que se verá dividido entre los que vean una película profunda, emocionante y, en momentos, conmovedora, y aquellos para los que represente un trago fuerte, rebuscado e incoherente.
Muchos son los films argentinos que, ante el poco consumo del cine nacional, recurren al uso de temáticas comerciales, sobrecarga de actores y actrices de alto renombre y al gran impacto que generan los planos de la Ciudad de Buenos Aires en la pantalla grande. Sin embargo, la mayoría de la belleza se encuentra en los llamativos paisajes naturales albergados a lo largo de toda Argentina, desde el sur de la Patagonia hasta la región Noroeste de nuestro país, lugar donde se sitúa esta película, que se distancia de lo convencional y nos relata una historia cargada de metáforas y escasa de palabras. Fran (Emilia Attias) es una reconocida actriz que, agotada del mundo que la rodea, decide escapar de su carrera y su vida aventurándose en una travesía por los bellos panoramas de Catamarca para liberarse de la saturación y el ruido que la envolvía sumiéndose en un ambiente vacío y silencioso. El metraje, que apenas sobrepasa la hora de duración, significa el debut en cine de ficción del documentalista Martín Jáuregui, el cual está basado en un cuento de su propia autoría. La historia, aunque concisa al momento de mostrarnos el enfoque que toma la trama, presentándonos a una mujer que sale de su zona de confort para “secarse” de esa vida e iniciar una nueva, se torna monótona y trabada rápidamente al perseguir solo una idea que no logra desarrollarse por completo a causa de los recursos que utiliza el director para darle trasfondo al argumento, con un guion limitado y la rapidez con la que termina el filme. Este último motivo también afecta en la performance de la protagonista que, más allá de no llegar a demostrar totalmente la evolución del personaje hacia el final de la obra y de quedar opacada por su coprotagonista, Adriana Salonia, cuyo carisma hace que el personaje que representa destaque en todas sus apariciones, interactúa impecablemente con su entorno, resaltando por sobretodo la riqueza y humildad del paisaje y los habitantes catamarqueños respectivamente. Por último, es para subrayar el hecho de que la película fue filmada en su totalidad con equipos alimentados por energía solar. “La Sequía” nos muestra un lado majestuoso de la geografía argentina que muchos desconocen, pero no llega a complementarlo con una historia igual de espléndida por su falta de despliegue y atracción, además de su brevedad que hace que no se logre conformar un largometraje con todas sus letras que, así como en un cuento, no nos da tiempo a conectar con lo trasmitido.
Con el paso del tiempo se ha vuelto cada vez más común en el cine y televisión la utilización del arte del spin-off. Este tipo de proyectos significan darle un nuevo giro a una película o serie de gran éxito desde el punto de vista de un personaje, que en su momento fue secundario, pero captó la atención de la audiencia lo suficiente como para desprenderse de la historia original, pasando a ser protagonista de su propio universo y hechos que lo rodean. Este es el caso actual de la franquicia de “Rápidos y Furiosos” que, 18 años después de su primer film, decide apostar por una idea de este estilo al ver cómo se destacaban los personajes de Dwayne Johnson y Jason Statham en las últimas entregas de la saga. Sin embargo, los spin-off no sobresalen en el mundo del espectáculo por ser exitosos sino por representar un logro fallido de las compañías de generar nuevos ingresos. ¿Será esta la excepción o solo una demostración de que no hay triunfo sin Dominic Toretto? Los caminos del agente Hobbs (Dwayne Johnson) y del solitario mercenario Shaw (Jason Statham) vuelven a cruzarse en este film para enfrentarse a Brixton (Idris Elba), un anarquista ciber-genéticamente mejorado que quiere obtener el control de una peligrosa arma biológica. Esto, sumado al hecho de que Brixton está en búsqueda de la hermana de Shaw (Vanessa Kirby), una intrépida agente del MI6, significará para ambos protagonistas dejar de lados sus diferencias para salvar al mundo con la ayuda del otro. David Leitch se mete de lleno en la dirección de su cuarto largometraje, luego de debutar co-dirigiendo la primera entrega de la saga “John Wick”, utilizando todas sus habilidades como hombre de riesgo y su impronta personal, ya vista en “Deadpool 2” (2018), para traer un film a la medida del cine de acción de este último tiempo. Leitch utiliza las escenas de peleas y persecución, coreografiadas y musicalizadas a la perfección, junto al excelente uso de la cámara y edición, que captan cada detalle desde los mejores ángulos, para atrapar al espectador desde el primer momento con un enfoque distinto al de la saga original. Abusando de las contiendas a mano limpia, aunque no de mala manera, el director se desvía un poco el hecho de que se trate de una franquicia en el que los vehículos son las estrellas, dedicándole menos tiempo a las persecuciones, más allá de ser realizadas impecablemente, y más a sus protagonistas que prueban lo que saben hacer, lo suficiente como para opacar la precariedad de la trama y las falencias del guion. El dúo principal, presentados como el ying y el yang, demuestra que los opuestos claramente se atraen, o por lo menos atraen al público, con un carisma que hipnotiza y una imagen fuera de este mundo, apoyado por la presencia femenina de Vanessa Kirby que poco suma, pero nada resta. Por último, Idris Elba no llega a darnos todo de él por la simplicidad del libreto, pero nos convence con su carácter y espectacular porte. Con esto dicho podemos establecer que el nuevo spin-off de “Rápidos y Furiosos” voltea los porcentajes de acción característicos de la serie original, distanciándose de la misma, para darnos más golpes que derrapes con una película pochoclera que no necesita ahondar en la trama ni desarrollar las bases de su historia para captar nuestra atención y hacernos desear más de esta dupla formidable, sobre todo con un final abierto que desconocemos si nos anticipa una secuela de la misma obra o de una novena parte de la saga sumando a Toretto y al resto del equipo.
El muñeco que hace más de 30 años fue poseído por un asesino serial y nos aterrorizó en “Child’s Play” (1988), vuelve modernizado en un reboot que mantiene la esencia de la saga original, pero decide darle una vuelta de tuerca a la historia en una versión 2.0 que nos demuestra que, si el mundo puede evolucionar, Chucky lo puede hacer también. Después de mudarse a su nuevo departamento, Karen Barclay (Aubrey Plaza, protagonista de la serie “Legión”) le regala a su hijo Andy (Gabriel Bateman, “Cuando las luces se apagan”, 2016) el nuevo muñeco de última generación “Buddi” que consiguió gratis en su trabajo por estar defectuoso. Sin embargo, lo que ellos interpretan inicialmente como una pequeña falla es en realidad un deliberado sabotaje que privó al robot de sus protocolos de seguridad haciendo que, al querer ser el mejor amigo de Andy, no diferencie el bien del mal provocando una serie de muertes en la ciudad. La segunda obra a cargo de la dirección de Lars Klevberg, siendo su anterior “Polaroid” de este mismo año, nos muestra una historia digna de un capítulo de la serie de Netflix “Black Mirror”. Y es que el nuevo “relanzamiento” de la franquicia deja de lado la idea de los asesinos, posesiones y rituales satánicos mostrándonos un muñeco de extraña apariencia con comportamientos infantiles y graciosos durante la mayor parte de su duración funcionando solo como una simbolización de la otra cara de las ciencias aplicadas haciendo que algo que se creó como un avance tecnológico pueda atentar contra la humanidad. El desempeño de los actores fue muy por debajo de lo esperado, no permitiendo que se genere la tensión característica del primer film y manteniéndose siempre ante la sombra de Andy que sobresale en algunos momentos y, sobre todo, del muñeco en sí, potenciado en las escenas con efectos especiales y destacable por tener la reconocida voz de Mark Hamill (“Star Wars”) en su versión original. En resumen, “El Muñeco Diabólico” es una película entretenida pero que dista mucho del personaje creado por Don Mancini y de ser una película de terror que realice su trabajo eficientemente al presentarnos una versión ridiculizada, quizás intencionalmente, del monigote que dificultaba dormir a los más pequeños hace varios años.
Una nueva película de “nuestro vecino y amigo hombre araña” aparece cargada de comedia y drama adolescente con el fin de alivianar la tensión que nos dejó su inmediata anterior. Para muchos “Avengers: Endgame” significó el fin de una era, dándonos un efecto de cierre. Sin embargo, ese sentimiento, tan solo dos meses después, será interrumpido con un film que llega para contestar, en parte, la mayor incógnita que nos dejó su predecesora: ¿y ahora qué? Después de los sucesos de “Endgame” y de la muerte de su amigo y mentor Tony Stark, Peter decide dejar sus superpoderes durante algunas semanas para ir a un viaje de estudios con sus amigos y maestros por Europa. No obstante, ante la aparición de unas criaturas elementales que causan caos alrededor del mundo, Peter Parker se verá obligado a ponerse el traje nuevamente y unir fuerzas con un misterioso aliado para frenar esta amenaza, a la vez que intenta disfrutar de sus vacaciones ocultando su identidad secreta de quienes lo rodean. Después de “Spider-Man: De Regreso a Casa” (2017), Jon Watts redobla la apuesta en este nuevo film, repitiendo su muy efectiva fórmula anterior, al fusionar la idea de una película adolescente llena de amores y encantos con increíbles escenas de acción, diferenciándose de las anteriores adaptaciones del arácnido. Dichas secuencias de acción, aunque basadas casi en su totalidad en el CGI (efectos por computadora) como es costumbre, se logran disfrutar sin problemas por la naturalidad con la que se interactúa con el escenario y la musicalización, atrapándote con los enfrentamientos, las persecuciones y el paisaje europeo. Los gags de esta entrega del MCU se destacan por sobre las anteriores en cantidad y efectividad al darle períodos de protagonismo hasta a los actores menos destacados con algún que otro chiste haciendo que la gravedad de algunas situaciones quede opacada por dichos chascos. Esto se concibe como un acto intencional al darnos a entender que el largometraje trabaja constantemente con una idea de dualidad presentada en cada personaje. En el caso de nuestro protagonista, la duplicidad se muestra al no poder armonizar su vida adolescente con su trabajo de héroe teniendo que elegir entre una u otra continuamente reflejándose en pantalla como una constante lucha interna. Esta mezcla de emociones que lo llevan de la diversión a la responsabilidad y de las bufonadas al llanto hizo que Tom Holland sobresalga impecablemente más allá de algunos chistes forzados a los que nos tiene acostumbrados Marvel Studios. A parte de él, el debut de Jake Gyllenhaal (“Primicia Mortal”, 2014) en el MCU como el intrigante “Mysterio” nos demuestra una vez más la versatilidad de este actor al encarnar personajes, haciendo de su performance una obra de arte. Además de la dupla protagonista y de las ya conocidas caras en pantalla de Samuel L. Jackson, Jacob Batalon, Marisa Tomei, Jon Favreau y la retornada Cobie Smulders como la agente Maria Hill, cabe resaltar el desempeño de Zendaya (“El Gran Showman”, 2017) quien, a diferencia de su anterior aparición, dio un paso al frente esta vez y tuvo la oportunidad de mostrarnos una “M.J.” superior e impactante. Todo esto se vio resaltado gracias al guion a cargo de Chris McKenna y Erik Sommers que, aunque sólido y eficaz, se muestra inverosímil en algunos casos, especialmente a la hora de informarnos los acontecimientos, haciendo que los protagonistas tengan que monologar extensamente la explicación de los sucesos para comprender la totalidad de la situación. Para sintetizar, “Spider-Man: Lejos de Casa” es el broche de oro perfecto que cierra la denominada “Fase Tres” de la franquicia, dando paso inmediatamente a una etapa nueva con un futuro incierto, que poco se puede deducir por las dos escenas post-créditos que nos muestra pero que igualmente, deja felices a los fans y siempre con ganas de mucho más.
Ya pasados 22 años desde el lanzamiento de la primera película de “Men in Black” y siete desde la fecha de estreno del último film de la saga, el universo protagonizado en su momento por Tommy Lee Jones y Will Smith, que aún sigue fresco en el recuerdo de algunos dando la divertida idea de que los extraterrestres viven entre nosotros. Por ello, al darse a conocer que la historia resurgiría, y esta vez a nivel mundial, más de uno se emocionó, pero la reacción al saber que los actores principales no retornarían a sus roles no fue del todo positiva para varios. Entonces, ¿qué podemos esperar de estos nuevos agentes trajeados? La recién reclutada “Agente M” (Tessa Thompson), al ser enviada a Londres para iniciar su trayecto como nueva “Hombre de Negro”, elige como primera misión acompañar al famoso “Agente H” (Chris Hemsworth) a ser guardaespaldas de un importante alienígena en una noche de fiesta. Sin embargo, lo que comenzó como un simple trabajo, llevará a nuestros protagonistas a realizar una travesía alrededor del mundo mientras se enfrentan a su mayor amenaza hasta la fecha: un infiltrado dentro de la organización de los “Men in Black”. La dupla originalmente vista en “Thor: Ragnarok” (2017) de Thompson y Hemsworth nos demuestra que su química en pantalla ha mejorado desde esa primera vez. No obstante, esta conexión se asimila mucho a la del film del universo cinematográfico de Marvel. Con una dinámica en la que las personalidades de los protagonistas chocan al principio para ir fluyendo y generando una buena relación hacia el final, se nos dificulta poder ver a los actores fuera de sus papeles como Thor y Valquiria, con la diferencia de que en este caso será el personaje de Tessa Thompson quien lleve el liderazgo, pudiendo sobrepasar la actuación de Chris Hemsworth y dándole paso a una mayor cantidad de “Mujeres de Negro” en el futuro. Él, por su lado, mantiene parte de su carácter asgardiano al que estamos acostumbrados y que podemos resumir en: peleas con chistes de por medio. Fuera del dúo principal, se destaca la participación de Liam Neeson y Rebecca Ferguson que no desarrollan plenamente su talento en la pantalla, contradictoriamente a Emma Thompson, quien vuelve a su rol de la “Agente O”, otorgándole, con unas pocas escenas, una gran dosis de elegancia y nostalgia a la vez, recordando las anteriores entregas, sumada a otras apariciones de personajes ya conocidos, aunque con la gran ausencia de los Agentes “K” y “J”. El director Félix Gary Gray (conocido por dirigir “Rápidos y Furiosos 8”) toma la posta en este film, contradictoriamente a las primeras tres obras de la franquicia que fueron dirigidas por Barry Sonnerfeld, manteniendo la esencia de la obra, con la impecable banda sonora de Danny Elfman, y del universo extraterrestre aprovechando el avance de la tecnología para llevar un paso más allá el detalle y desarrollo de los personajes espaciales. Por último, fue el guion, a cargo de Art Marcum y Matt Holloway (“Iron Man” 2008), el que nos dejó con mucho que desear haciendo que, aunque la película presente gags al estilo MCU, presente una trama previsible, sucesos convenientes para la historia y un final semiamargo. En síntesis, “Hombres de Negro: Internacional” actúa como un “lavado de cara” para la franquicia, ampliando su territorio, pero no llegando a la altura de la película que lo inició todo. Una obra divertida, con buenas actuaciones y que funciona nostálgicamente, pero falla ante la posibilidad de sorprender al espectador y en la originalidad de la trama.
Cuando uno tiene géneros cinematográficos predilectos también tiene en mente los actores y actrices que se especializan en dichas variantes. Por eso, cuando vemos obras protagonizadas por famosos con esa característica, sabemos qué esperar de ellos. Sin embargo, en algunos casos, grandes personalidades del cine deciden incursionar en géneros fuera de lo común en su filmografía, lo cual pone en alerta al espectador. La nueva película de Jonathan Levine (“50/50” y “The Night Before”) nos otorga dos polos opuestos en la pantalla grande con una comedia romántica estelarizada por la “no tan experimentada en el género” Charlize Theron (“Mad Max: Fury Road”), junto al pionero de la comedia subida de tono, el carismático Seth Rogen (“Buenos Vecinos”). Fred Flarsky (Rogen) es un periodista político que inesperadamente se reencuentra con su primer amor, que ahora es una de las mujeres más influyentes del país, Charlotte Field (Theron). Ella, atraída por su peculiar sentido del humor y visión idealista del mundo y la política, lo contrata para que sea el encargado de escribir sus discursos mientras se prepara para aspirar a la presidencia del país. Sin embargo, Fred se sentirá como sapo de otro pozo junto al equipo de Charlotte mientras la relación entre ellos se afianza. Más allá de la posible falta de originalidad en la historia situándonos ante la “típica” relación entre personas opuestas, y la falta de pertenencia que una de las partes siente al estar en el universo de la otra, la película nos concede una sintonía perfecta de dos mundos contradictorios: la comedia y la política. Seth Rogen mantiene impoluto el humor que tanto lo caracteriza con unos gags más que efectivos, pero presentando un personaje que, a pesar de las facetas ridículas que puede mostrar, es una persona de principios que defiende sus creencias y puede ponerse serio cuando la trama lo requiera. Del mismo modo, la actriz sudafricana nos enseña un papel que se apoya en su coprotagonista para ir evolucionando de un ser que vive para su trabajo a alguien que es capaz de sentir y divertirse. Además del dúo, el film cuenta con las actuaciones destacadas de Bob Odenkirk, Andy Serkis y Alexander Skarsgard, teniendo el primero una performance muy similar a la de su papel en “Breaking Bad” y los otros desempeñándose muy por debajo de su nivel llegando a veces al punto de la vergüenza ajena. Por último, no se puede dejar de lado el notorio trabajo en la escenificación y banda sonora que nos da un tour alrededor del mapa enfatizando en las costumbres, situación política y paisajes de cada entorno. Si de querer ver una buena y divertida película se trata, “Ni en Sueños” es una elección muy acertada, ya que, aunque no llegue a deslumbrarnos, difiere mucho de una comedia sin sentido, mostrándonos unas geniales actuaciones, haciendo que pasemos un par de horas de risa y nos olvidemos de todo lo demás por un rato.
“¿Quién no ha salido de ver una película de acción en el cine y ha querido llevarse el mundo por delante, creyéndose Bruce Lee o el mismísimo Chuck Norris?”. Eso es lo que nos genera nuevamente la tercera entrega de esta saga que arrancó en 2014 con “Otro Día para Matar” y nos siguió entreteniendo en “John Wick 2: Un Nuevo Día para Matar” (2017). Con este nuevo film, la franquicia de John Wick continúa revolucionando el género que tuvo su primer apogeo en la década del 80 y que, desde entonces, fue mutando para atraer y retener la atención del público. La odisea prosigue donde nos dejó la anterior película en la que John Wick viola una de las reglas más importantes del mundo de los asesinos al eliminar a Santino D’Antonio dentro de las instalaciones del hotel Continental, significando para John quedar ex-comunicado, es decir, vetado de cualquier tipo de apoyo de la sociedad a la vez de tener un contrato internacional por su muerte de millones de dólares. Así, y con todo el mundo tras él, deberá usar todos los recursos a mano para revertir su situación mientras lidia con todos los asesinos que quieren la recompensa por su cabeza. “John Wick 3: Parabellum” nos muestra que siempre hay un escalón más que subir en un mundo en el que uno cree que “ya lo vio todo”. En este largometraje, Chad Stahelski, pionero en la rama cinematográfica de las escenas de riesgo, forja circunstancias de acción inimaginables, deleitándonos con cada secuencia perfectamente coordinada y coreografiada al nivel de una danza clásica, evitando que los hechos lleguen a ser demasiado sobreactuados o sin sentido. Keanu Reeves mantiene impecable el personaje, como ya ha demostrado saber hacer en las anteriores entregas al igual que Ian McShane (“Hellboy”, 2019). Por lo contrario, las nuevas participaciones de figuras reconocidas, entre la que aparece Halle Berry (“El Pasado Nos Condena”, 2002), no llegan a la altura de John Wick, pero contribuyen con lo necesario para que la trama avance, más que nada desde el lado del guion, que no es destacable, complementándose con el protagonista que aporta mucha pelea, pero pocas palabras. ¿Qué podemos esperar de esta película? Persecuciones a caballo, peleas sobre motocicletas con katanas, perros perfectamente entrenados para matar y escenas de acción explícitas que van a hacer que más de uno grite del dolor ajeno. Una película que se distancia totalmente del paradigma que muchas obras del género han formado alrededor de él al hacernos creer que todas las películas necesitan grandes explosiones sin sentido para mantenernos en la butaca.