SÓLO UN (GRAN) ENTRETENIMIENTO MÁS En la línea de "Harry Potter" y "Crepúsculo", Los juegos del hambre es una novela adulto-juvenil escrita por la aclamada autora Suzanne Collins, cuya adpatación al cine corrió por cuenta del director Gary Ross, responsable anteriormente de filmes tales como “Pleasantville” y “Seabiscuit”. La protagonista es una jovencita de dieciséis años, Katniss Everdeen, que vive en un mundo post-apocalíptico donde un gobierno, llamado el Capitolio, asumió el poder después de varios desastres. Cada año, en las ruinas de lo que una vez fue Estados Unidos, este Capitolio obliga a sus doce distritos a enviar un chico y una chica a competir en los Juegos del Hambre, un evento que se televisa a nivel nacional en el que los jóvenes que envía cada distrito deben luchar entre sí hasta que sólo uno sobreviva. Este rebuscado argumento ha sido merecedor de un éxito inusitado, tanto en las librerías como ahora, en su formato cinematográfico. Protagonizado por Jennifer Lawrence (Lazos de sangre) y Josh Hutcherson (Mi familia), el elenco se completa con Elizabeth Banks, Liam Hemsworth, Stanley Tucci, Wes Bentley, Lenny Kravitz, Donald Sutherland y Woody Harrelson. Los 140 minutos del filme se disfrutan por lo entretenido de su propuesta, además de una atractiva puesta en escena, pero su flaqueza principal pasa por lo dramático, ya que no logra transmitir los sentimientos de sus personajes. Ni el hambre, ni el desgarro emocional que significa participar de estos sangrientos juegos, ni el incipiente amor entre los protagonistas… Nada que signifique emociones le llega al espectador, ni siquiera la terrible muerte de una niñita de 12 años. Por lo tanto, la película se torna en una fría matanza de chicos en medio de un bosque, sin que a nadie se le corra el maquillaje. A pesar de ello, el elenco demuestra un gran compromiso con sus roles, seguramente por la enorme producción en la que se vieron inmersos, anticipando el arrasador éxito de taquilla que está teniendo: la película, que debutó en su primer fin de semana recaudando la cifra récord de 152,5 millones, alcanzó en su segunda semana de exhibición en Estados Unidos los 250 millones de dólares en sólo 10 días, más otros 115 millones del mercado extranjero. Lo que resulta innegable es la gran presencia actoral de la joven Lawrence; desde "Winter´s bone" ha demostrado que puede llevar adelante el protagónico de cualquier filme, y en este caso, pese al gran equipo secundario de actores que la acompaña, se pone al hombro el filme, en el 100% de las escenas. Para pasar un rato de grato entretenimiento y disfrutar de magníficas escenografías, fastuosos vestuarios y grandes dosis de suspenso, el filme vale la pena para ver en una sala de cine, sin olvidar el balde de pochoclo.
"BUENAS ACTUACIONES EN UN FILME ´TEATRAL´" Aclamada por la crítica y el público, la obra de teatro en la que se basa este último filme de Roman Polanski, obtuvo un gran éxito en París, Londres y Broadway, tras su estreno en 2006, y ganó varios galardones en los premios Olivier y Tony de teatro. La obra en cuestión es “Un dios salvaje” (“Le Dieu du carnage” en su original), escrita para las tablas por la exitosa Yasmina Reza (“Art”, “Tres versiones de la vida”). La trama se enfoca en cuatro personajes, dos matrimonios específicamente, que han generado un encuentro en el departamento de uno de ellos, para solucionar, civilizadamente, un episodio violento entre los hijos de ambos. Aparentemente, una lucha escolar entre los niños de 11 años terminó con uno de ellos lastimado. Al principio, el diálogo entre las dos parejas va bien y transcurre cordialmente. Pero poco a poco, la charla entre la inversora de bolsa (Kate Winslet), la escritora activista (Jodie Foster), el vendedor de artículos para el hogar (John C. Reilly) y el ocupado abogado (Christoph Waltz ) va subiendo de tono, y las buenas intenciones dan paso a una esgrima oratoria que saca lo peor de cada uno de ellos. Casi tan importante como los cuatro personajes es el escenario. Construido en unos estudios de las afueras de Paris, el plató fue creado por director artístico Dean Tavoularis, dando vida detalladamente a un apartamento neoyorkino de lo más realista, “inventando” las ventanas que dejan ver la calle y los cielos de NYC. Así, ya sea desde el living, como desde la cocina o el baño, se permite un mayor respiro al encierro que implica ver la película toda puertas adentro. Los personajes se mueven todo el tiempo, para dar mayor dinamismo a la puesta, incluso “sacándolos” al pasillo del edificio sin que la charla se suspenda. Hay instancias de mayor climax y otras no tanto, pero claramente, el filme se basa en la excelencia de las performances actorales. Winslet, Foster, Waltz y Reilly se sacan chispas durante los 75 minutos, en tiempo real, que dura el filme, pues prácticamente no hay elipsis. Mejor le había ido al director con su adaptación de la obra "La muerte y la doncella", de Santiago Dorfman, protagonizada en 1994 por Sigourney Weaver y Ben Kinglsey.Ver “Carnage” en pantalla es casi como verla en una sala de teatro, lo que le puede restar puntos a esta adaptación cinematográfica hecha por Polanski y Reza.
"NOSTÁLGICO RETRATO DE UNA SEMANA INOLVIDABLE" El filme se basa en los libros de memorias de Colin Clark: “Mi semana con Marilyn” y “El príncipe, la corista y yo”; su autor es un hombre que, 40 años después de esta inolvidable vivencia, la plasmó en sendos escritos. En sus años de juventud, cuando Colin era estudiante de cinematografía, se las arregló, a fuerza de tenacidad, para trabajar en la productora del gran actor de cine y teatro Laurence Olivier. La acción se sitúa en 1957, cuando Olivier invita a Marilyn Monroe a Inglaterra para que, en la cúspide de su carrera, actúe en El príncipe y la corista, que él mismo también dirigiría. El guión de Adrian Hodges, apoyado en ambos libros de Clark, toma el cándido punto de vista del veinteañero Colin, por aquel entonces tercer ayudante de dirección de Olivier, donde se relatan los problemas que tuvo el gran actor y director inglés con Marilyn durante el rodaje de la película. Lógicamente, en sus cruces en el set de filmación, el joven Colin se siente atraído por la estrella, que, curiosamente, también encuentra en él la comprensión y la paciencia que los otros hombres que la rodean no tienen. Marilyn se interesa por el joven y le abre su alma, mostrándole que lucha con su monumental popularidad, su enorme gracia y seducción, y sus ansias de convertirse en una verdadera actriz. Por aquellos años, Marilyn está recién casada con el escritor Arthur Miller, y se enfrenta a su enfermiza inseguridad, chocando con las distinguidas formas del inflexible Sir Laurence Olivier, incapaz de conseguir que la actriz concurra puntual al rodaje y entregue lo mejor de sí misma. El director de “My week with Marilyn”, Simon Curtis, es responsable de varias series y telefilmes, y la mayoría del equipo técnico procede de la cadena televisiva BBC; entre todos dotan a la película de un estilo cuasi-televisivo que no llega a incomodar demasiado. Lo que en principio parece plantearse como una trivial seguidilla de anécdotas de rodaje va transformándose, a medida que se expone la fragilidad del mito, en un apesadumbrado retrato de la estrella del cine más famosa de todos los tiempos. Pero, a su vez, es la narración en primera persona de un muchacho común que, más que enamorarse de esa diosa de celuloide, se dejó deslumbrar por la mujer que había debajo del maquillaje, con sus múltiples traumas y vacilaciones. Michelle Williams (nominada al Oscar por este papel) resulta una muy atinada elección para dar vida a la frágil Marilyn. Al margen de lo discutible que pueda ser su parecido físico (a fuerza de maquillaje, peinado y vestuario), su capacidad como actriz nos deja entrever la vulnerabilidad de esa mujer atormentada e incapaz de enfrentar sus responsabilidades, pero también su irresistible seducción y sus infantiles actitudes. Eddie Redmayne es el perfecto actor para dar vida al apocado Colin. Su compasiva mirada verde y enternecedora, sus pecas cargadas de ilusión, y su pasión, su amor y su inocencia, permiten comprender las emociones de su personaje frente a un ícono del cine. Su presencia en el filme es constante y necesaria (relegando, incluso, del protagonismo, a la propia Williams). El elenco secundario está repleto de actores de renombre: Kenneth Branagh (nominado al Oscar por su rol de Laurence Olivier), Judi Dench, Julia Ormond, Emma Watson, Dominic Cooper y Derek Jacobi. Con una buena ambientación de época y cuidada fotografía, la cinta logra conmover gracias a la exquisita y elegante música de Alexandre Desplat, que es de lo más sentimental, enternecedora y melancólica, y acompaña a la perfección el sentimiento del personaje de Colin y su recuerdo de una semana inolvidable con una diva de frágil porcelana, que tristemente, apenas 5 años más tarde, estaría entrando en las puertas del Cielo.
Muchas parejas sueñan con casarse y tener hijos; pareciera uno de los proyectos ineludibles de todo ser humano. Eva (magistral Tilda Swinton), con sus cuarenta años a cuestas, está felizmente casada con su esposo (John C. Reilly), es autora y editora de guías de viaje, y lo único que le falta es ser madre, cuestión que resuelve dando a luz a su primer hijo Kevin. Sin embargo, nada es como ella esperaba, las expectativas puestas en el proyecto de ser madre no se parecen en nada a la realidad que comienza a vivir. En la película “Tenemos que hablar de Kevin”, basada en la novela de Lionel Shriver, Eva pone a un lado sus ambiciones y su carrera profesional para dar a luz a su hijo. La relación entre ambos es extrañamente complicada desde los primeros años, mostrando el niño una evidente antipatía hacia su madre, todo lo contrario de lo que sucede con su padre. Cuando Kevin (magnético Ezra Miller) tiene 15 años realiza un acto irracional e inexplicable a los ojos de toda comunidad. Eva lucha con sus propios sentimientos de dolor y responsabilidad y vive un presente sombrío y malogrado. Es intrigante todo el desarrollo del filme, porque el montaje salta en el tiempo constantemente, mostrando pero sin revelar lo que sucedió con Eva, que la vemos en un presente devastado. Swinton está superlativa, pero la dirección de Lynne Ramsay es algo "afectada", con una puesta en escena algo forzada; el color rojo constante, presente en todo, es poco sutil y resulta abusivo su uso. Por otro lado, el estilo de montaje “saltado” tiene sus aportes positivos, pero por momentos no favorece el desarrollo del guión. El trailer (engañoso) presenta una película algo más convencional, que particularmente hubiera agradecido más. En este filme inglés hubo más preocupación por la forma que por el contenido, lo que puede desanimar hasta al espectador más osado.
"CUANDO VALE LA PENA PAGAR UNA ENTRADA AL CINE" El arte de la cinematografía alcanzó su plena madurez antes de la aparición de las películas con sonido, a finales de los años 20. Dado que el cine mudo no podía servirse de audio sincronizado con la imagen para presentar los diálogos, se añadían cuadros de texto para aclarar la situación a la audiencia o para mostrar conversaciones importantes en donde se le daba una narrativa real del dialogo. Así, tal cual, es el filme “El artista”, un filme mudo ¡de 2011!, en blanco y negro, con cuadros de texto intercalados entre las imágenes, y la clásica proporción de pantalla 4:3, característica de esa época. Las proyecciones de películas mudas normalmente no transcurrían en completo silencio: solían estar acompañadas por música en directo, cosa que, naturalmente, no sucede en la proyección del filme reseñado (aunque no hubiese sido una mala idea, ¿verdad?). Michel Hazanavicius se lanzó a la heroica aventura de dirigir esta bella obra que resulta un evidente homenaje a ese arte que crecía día a día en el año 1927, en el que se desarrolla el comienzo de “The artist”. A pesar de no ser una historia muy original (y, tal vez, también emulando el tipo de historias que el cine norteamericano contaba en esa época), el guión se centra en la decadencia de una estrella del cine mudo, George Valentin, con el arribo del sonido en las películas, y en el triunfo de Peppy Miller, una aspirante a actriz, que se convierte en estrella fulgurante. La magnífica pareja de actores que dan vida a estos roles son Jean Dujardin y Bérénice Bejo (argentina radicada en Francia), ambos excelentes en su difícil tarea de actuar sin decir una sola palabra, apelando a sus rostros y sus cuerpos para expresar sensaciones y sentimientos. Superlativa es la ambientación de época, el vestuario, el maquillaje, los decorados, la banda sonora… Todo contribuye a llevar al espectador a disfrutar honestamente de una historia que incluye sutilmente referencias y homenajes al cine de aquellos años, mostrando el detrás de escena de la industria cinematográfica de hace casi 100 años. John Goodman, Penelope Ann Miller, James Cromwell, Missy Pile y hasta Malcom McDowell en un breve cameo se lucen para brindar papeles secundarios queribles. Y oración aparte merece el perrito adorable que se convierte en héroe de la película en una secuencia crucial de enorme suspenso y acción. Hazanavicius se permite homenajear también a otro grande del cine como Orson Welles, emulando una famosa secuencia de “El ciudadano”, desplegando su maestría para manejar la síntesis, describiendo el deterioro del matrimonio de George Valentin en pocos minutos, mostrando sucesivos desayunos junto a su esposa, donde el maquillaje, la música y la actuación cada vez más cortante contribuyen a ello. Frente a tantos amantes del cine que hoy se conforman con ver una película recién bajada de la Red en la pantalla de su computadora, entrar a la sala de cine a ver “The artist” es una experiencia irrepetible y casi única, porque nos pone (casi) a la misma altura del espectador de hace un siglo atrás, que disfrutaba colectivamente, y más inocentemente, del espectáculo que significaba ir a ver una película. Eso vale el precio de una entrada, y mucho más…
"CABALLO ENTRETENIDO, PERO ELEMENTAL" Historia de lucha y superación, de coraje y emoción, la última propuesta de Steven Spielberg es, una vez más, una obra pensada para la familia y, especialmente, para adolescentes. El filme entretiene muchísimo; a pesar de su duración de 145 minutos, el ritmo no decae en ningún momento, ya sea que muestre una instancia de palpitante acción como otra más serena y contemplativa. Spielberg construye una aventura en la que el caballo del título es estrella absoluta, y se constituye como el hilo conductor a través de varios personajes en la Primera Guerra Mundial, cuyas secuencias resultan apabullantes en cuanto a diseño visual y sonoro se refiere. “War horse” (Caballo de guerra) relata la asombrosa historia de amistad que surge entre el joven Albert y un caballo al que bautiza Joey. Habiéndolo criado con todo su amor, ambos serán separados: el padre de Albert vende al animal a la caballería del ejército británico para luchar en el frente. Así, Joey será testigo de un sorprendente período de la Historia con la Gran Guerra como telón de fondo. A pesar de atravesar enormes vicisitudes, su intrepidez y bravura serán la fuente de inspiración para aquéllos con los que se cruzan en su camino. La capacidad y virtuosismo de su director para concatenar diferentes historias es realmente loable, ya que se sigue con mucho interés el recorrido del caballo a lo largo de las vivencias con sus dueños temporales. Ya sea que aprenda a arar con el joven inglés que lo cría, o a huir con dos reclutas alemanes novatos que desertan de su misión; ya sea que conviva con una adolescente francesa que quiere enseñarle a saltar, o con un general alemán que lo obliga a remolcar un tanque; todas las pequeñas vivencias del caballo con estos personajes secundarios logran atraer, divertir y emocionar. Lo que se le puede echar en cara a Spielberg es cierto estilo elemental, básico, poco sutil en la forma que tiene de poner en escena muchas de las instancias dramatizadas. Cuando el joven que cría a Joey, el caballo, intenta hacerlo arar un campo muy seco y repleto de piedras (de lo que depende que pueda pagar la deuda que tiene su padre), todo el pueblo (¡todo!) corre a ver cómo se las arregla, y encima se larga una lluvia torrencial que aumenta aun más la cuota dramática, mientras el malo de la película se deleita con lo difícil de la situación. O cuando entre un soldado inglés y otro alemán salvan al caballo de la maraña de alambres de púa, todos los soldados ingleses están al pendiente de la cuestión, abriendo camino (coreografiadamente) al paso del caballo y al soldado que, heroicos, salieron airosos de la complicación. La escena final tampoco es feliz, con el reencuentro familiar, ampulosamente fotografiado con tonos rojos de un atardecer excesivamente post producido y unos abrazos demasiado fríos para una escena dramática de estas características. Todos resultan trazos gruesos, evidentes, obvios, cuasi teatrales que, si lo expreso de manera exagerada, agravian la inteligencia de un espectador al que no le dejan nada por discernir. La fotografía del polaco Janusz Kaminski capta la belleza del campo inglés y la dureza de la vida en la granja, así como el desasosiego en el campo de batalla, acompañados por la efectiva orquesta de John Williams. Lo más logrado, sin dudas, en esta realización, es el impactante diseño de producción, más que el flojo guión de Lee Hall y Richard Curtis, basado en la novela de Michael Morpurgo. Emily Watson y el joven Jeremy Irvin resultan los personajes más sobresalientes de la trama, dentro de un elenco enorme de secundarios y extras, en el que, sin lugar a dudas, el equino es el que se lleva las palmas. Speilberg logra una obra magnánima en cuanto a despliegue audiovisual y puro entretenimiento, pero deja ver ciertos hilos manipuladores y evidentes que dejan al filme rayando con lo edulcorado y simplón.
HOMENAJE DE SCORSESE A OTRO GRANDE DEL CINE Habiendo crecido en un sector de la ciudad de Nueva York conocido como La Pequeña Italia en los 1940s y ‘50s, Martin Scorsese halló un vínculo intenso dentro de las salas de cine de esa época, no sólo por la experiencia de ver las películas, sino también por un acercamiento a su padre, quien se sentaba junto a él, fomentando el naciente amor del futuro cineasta por este tipo de arte. “La invención de Hugo Cabret” es un bello homenaje del realizador, dedicado al séptimo arte, y más especialmente, a uno de los directores pioneros de la Historia del cine: el francés Georges Méliès. Pero el filme no se centra en esta mítica figura histórica, sino que posa su cámara sobre un niño huérfano que vive en una estación de trenes parisina, rodeado de diversos personajes algo estrafalarios y queribles. Es relojero, como su padre fallecido, y también ladrón (ya que debe robar para poder comer), y a partir de conocer a una niña que va a la estación a diario, comenzará una aventura que lo unirá con un pobre viejo triste, que es nada menos que ese legendario ilusionista y mago que había sido Méliès, ya olvidado en la París de los años 30. El filme incluye memorables momentos que reflejan el nacimiento del cine en 1895, la primera función con público que miraba azorado una pantalla con imágenes en movimiento, y también relata, en un trascendental flashback, el desarrollo de Méliès dentro del mundo del cine y su famoso filme “Un viaje a la Luna”. Convencido de las posibilidades de futuro del invento, adquirió una cámara cinematográfica, construyó unos estudios en los alrededores de París y se volcó en la producción y dirección de películas. Pero su éxito fue moderado porque no pudo competir con las grandes productoras, y en la década del 30 pocos lo recordaban. Scorsese reclutó una vez más a Ben Kinglsey para este legendario rol (habiendo participado en la anterior “La isla siniestra”), construido con mucho amor, representando al triste director francés que supo ser feliz en un pasado. Para el protagónico Hugo se decidió por Asa Butterfield, conocido por el filme "El niño con el pijama de rayas, un actorcito de 14 años que lleva en sus hombros el hilo de la trama, secundado a la perfección por Chloë Grace Moretz, que ya había sobresalido en títulos como “Déjame entrar” y “Kick ass”. Lo mejor del filme es su dirección artística, su puesta en escena y los movimientos de cámara que aprovechan la tecnología del 3D para brindar un espectáculo audiovisual único. Los cinéfilos empedernidos y estudiantes de Cine se toparán (alegremente) con escenas que recrean con inusitada belleza lo que los libros de Historia relatan en sus páginas, nunca antes mostradas en una película de esta manera. Ése es un plus que se agradece, porque logra emocionar el hecho de ver en pantalla toda la magia (poéticamente hablando) que significó el nacimiento del Cine y los logros de quien fuese considerado por muchos como el padre de los géneros de la ciencia-ficción, la fantasía y las películas de terror. Lo peor del filme es cierto aletargamiento en el ritmo, ya que Scorsese se toma casi toda la primera hora para meternos de lleno en lo que realmente importa de este guión, haciendo que la segunda parte sea más interesante que la primera. El riesgo que se corre es que, demorando tanto la acción, con la inclusión de secundarios que no aportan más que un contexto para el día a día de Hugo (el guarda de estación de Sacha Baron Cohen, la florista de Emily Mortimer, el librero de Christopher Lee), es que cierto público ya haya perdido la paciencia y no se deje llevar por el enternecedor tributo de Scorsese al arte que más ama, como muchos de nosotros…
"EXCELENTE COMEDIA DRAMÁTICA SOBRE LA ENFERMEDAD MÁS TEMIDA" Cuando se habla de salud o, mejor dicho, de enfermedad, una de las palabras que más espanta es “cáncer” o “tumor”. Es típico que los pacientes con este diagnóstico respondan conmocionados e incrédulos, cuando se les avisa por primera vez, en una sala de consulta, con un médico que habla sin parar y con enorme frialdad, sobre la posibilidad de la muerte. De repente, hay una urgencia por distanciarse de lo inimaginable… Eso mismo le sucede al pobre Adam Lerner (brillante y consolidado Joseph Gordon-Levitt), un joven de 27 años que, ni bien arranca el filme, se lo ve saludablemente haciendo footing por la ciudad y deteniéndose prudentemente ante un semáforo, a pesar de que no viene ningún auto. Sin aviso, un severo tumor se ha apoderado de su columna vertebral y la posibilidad de vida está en un 50% (de ahí el título del filme que, originalmente, se iba a llamar “I´m with Cancer”). El transcurrir de la película es la lucha de Adam por sobrellevar su existencia con este nuevo padecimiento, que puede llevarlo inexorablemente a la muerte. Está de novio con una artista plástica algo superficial (Bryce Dallas Howard), su bromista mejor amigo lo insta a que la deje para huir juntos de parranda y su madre lo sobreprotege aún más. El tratamiento del filme lejos está de querer arrancar la lágrima fácil como podría hacerlo, tal vez, un telefilme, dada la característica del conflicto principal. Sus toques de humor están tan equilibradamente incluidos que nos reímos y sufrimos con Adam. No hay subtramas que quiten el foco de lo que verdaderamente importa, que es, ni más ni menos, cómo enfrenta el personaje su imprevista dolencia. Para ello, su médico le sugiere concurrir a una terapia, y su psicóloga resulta ser una jovencita que está haciendo su tesis que lo recibe masticando un sabroso sandwich. Ana Kendrick le aporta a este personaje la autenticidad, inseguridad y dulzura, que hará que Adam intente lidiar con su nuevo presente. Los encuentros entre estos dos personajes son uno de los puntos más altos de esta comedia dramática, por lo natural que resulta el contacto entre ambos y la relación que van construyendo. La sonrisa de Gordon-Levitt al verla entrar a la habitación de la clínica es de una ternura y un cariño que emocionan. Anjelica Huston es la secundaria de lujo de este cast: como madre guardiana y belicosa aporta su enorme carisma en perfecta medida, tanto en el humor como el drama, en las diversas escenas que le toca protagonizar, como cuando se entera de la enfermedad de su hijo o cuando pide que bajen el aire acondicionado del consultorio médico. Seth Rogen acompaña muy bien al protagonista, demostrando que su personaje, a pesar de parecer un borrachín que sólo quiere llevar chicas a la cama, está muy al tanto de cómo acompañar a su par en esta adversidad que atraviesa. Dirigida por Jonathan Levine sobre un guión original (autobiográfico) de Will Reiser, el filme emociona con armas muy válidas, sin caer en sentimentalismos berretas, entrelazando sonrisas y llantos en proporcionadas y pertinentes dosis. Esperanzadora en un 100% (no en un 50), la historia demuestra que el amor, la amistad, la familia y la enfermedad pueden convivir con Adam y, a corto o largo plazo, uno puede encontrarse a sí mismo disfrutando de todo lo que tiene, a pesar de acarrear una enorme cicatriz que atraviese nuestro cuerpo.
GRANDIOSA ACTUACIÓN DE MERYL STREEP, EN UN TORPE BIOPIC Basada en la historia de la política británica Margaret Thatcher, la película de Phyllida Lloyd nos muestra a una veterana mujer que padece demencia senil en un presente que la encuentra ya viuda. Con rasgos paranoides y esquizofrénicos, podemos ver a Thatcher negándose a reconocer la ausencia de su marido Denis (Jim Broadbent), que la “visita” a diario, todo el tiempo, interactuando con ella en su cotidianeidad. Junto a él, en su imaginación, recuerda los más importantes hechos de su vida como Primera Ministra, desde su juventud hasta su caída en 1991, cuando le es arrebatado el poder dentro del Partido Conservador al que siempre perteneció. La puesta en escena de su directora tiene enormes vicios teatrales, muy especialmente por la forma en que el fantasma del marido aparece constantemente en la habitación de su esposa, en la que comparten el visionado de videos y grabaciones de los hechos más significativos de la mujer, como excusa para que el espectador conozca así los rasgos más salientes de la vida política de la protagonista. Este recurso, tan presente y continuo, actúa como “palo en la rueda” de una narración frecuentemente frenada por estas apariciones. Los capítulos del presente están prácticamente en igualdad de tiempo en pantalla que los del pasado, más ricos e interesantes, entre ellos, su actuación contra el terrorismo del IRA, contra los sindicatos para implementar un despiadado plan de privatizaciones y, por supuesto, contra la junta militar argentina en la guerra de Malvinas, que aporta uno de los momentos de mayor dramatismo (Thatcher diciendo enérgicamente “Húndanlo!”, decidiendo el destino atroz del buque argentino General Belgrano, hiela la sangre). Meryl Streep ES Thatcher. Compone con alma y vida este personaje que indudablemente quedará en la memoria de su filmografía, no tanto por el filme en sí, que termina siendo algo mediocre (por lo apuntado sobre la dirección) sino por la excelencia de su trabajo. Los movimientos tardos y lo encorvado de su cuerpo al momento de componer a una mujer de 80 y tantos años, o la vital energía, la tozudez y el ímpetu como mujer política en un mundo dominado por hombres, se hacen cuerpo y voz en la figura dominante de Streep. Aplausos de pie para ella y un leve abucheo a Phyllida Lloyd, que le fue mejor con Mamma Mia!...
SÓLO UNA AGRADABLE PELÍCULA MÁS, LEJOS DE MERECER UN OSCAR. Después de 7 años de su gran éxito “Entre copas” (Sideways), que se había alzado con el Oscar al mejor guión, Alexander Payne regresa con todo. Extrañamente, luego de semejante suceso en 2004, Payne había desaparecido de la dirección cinematográfica, pero en 2011 ha regresado con pasos firmes. Y el regreso triunfal se debe al vendaval de éxito que tiene su actual filme “Los descendientes”, más que por la calidad de la cinta. Con 5 nominaciones al Oscar en su haber, más el triunfo en los Globos de Oro como Mejor Filme Dramático y Mejor Actor, “The descendants” viene por todo. Con el denominador común de sus filmes anteriores, en su obra actual, el director repite una estructura de guión ya explorada por él. "No me gusta hacer road movies, pero siempre termino allí", admitió hace poco Payne. En la nombrada “Entre copas” y la anterior “Las confesiones del Sr. Schmidt” (2002), un hombre común debe hacerle frente a un conflicto existencial y sale a buscarlo no sólo espiritualmente, sino físicamente, poniéndose en movimiento, o sea, viajando a algún lado. En “Entre copas”, un abrumado Paul Giamatti salía en busca de respuestas a los interrogantes de su vida a través de un viaje por la ruta del vino en Napa Valley. En “Las confesiones…”, el pobre de Jack Nicholson se jubilaba de su trabajo, quedaba viudo de repente, su hija se estaba por casar y, para colmo, descubre que su esposa lo había engañado en el pasado, lo que lo impulsaba a realizar un viaje hacia Denver, Colorado, en una casa rodante, con motivo de impedir que su hija cometiera el mayor error de su vida. En "Los descendientes" hay un poco de todo eso. Matt (George Clooney), casado y padre de dos hijas, se ve obligado a reconsiderar su pasado cuando su mujer sufre un terrible accidente de barco en Waikiki, dejándola en estado vegetativo sin retorno. Sin saber cómo enfrentar solo la educación de sus hijas de 10 y 17 años (a las que ha desatendido), al mismo tiempo debe decidir vender las tierras de la familia. Junto a todos sus primos, los descendientes poseen algunas de las últimas zonas vírgenes de playa tropical de las islas, de un valor millonario. Cuando su hija mayor le revela que su madre tenía un affaire en el momento del accidente, Matt se lanza a la incierta búsqueda del amante de su esposa, en la que se alternan encuentros divertidos, conflictivos, trascendentales, y otros poco probables. Así, Matt comprende que por fin está en una buena dirección para reconstruir su vida y su familia. Guión con situaciones un poco forzadas y un protagonista que no merece ninguna nominación esta vez, el filme no alcanza a emocionar con buenas armas, por más que tenga una buena escena lacrimógena protagonizada por Clooney . Pareciera que en una semana (la más movida de su existencia, convengamos) el personaje logra sortear un enorme conflicto que apabullaría a cualquiera, pero no a nuestro querido George. La estructura de road movie vuelve a repetirse esta vez, porque la familia completa (más la presencia insólita y constante del novio de la hija mayor) se embarca en un viaje algo impuesto por un guión débil, recorriendo bellísimas playas hawaianas que aportan un excelente e inusual marco a esta historia, muy entretenida, por cierto. De factura sencilla, convencional y sin más sorpresas que las que su protagonista encuentra, la película se sigue con agrado, eso es innegable. Evidentemente, Clooney seduce a toda una comunidad cinéfila y a la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood, que otorga el galardón más buscado y que, peligrosamente, pueda regalárselo este año. La cámara lo sigue en todo momento, sin despegarse casi de sus miradas y sus gestos. Clooney es un indiscutido galán de cine y un comprometido director, que traspasa la pantalla con su simpatía, su charme, su facha, su tono distinguido, pero no es un actor de primera categoría: ¡con Tom Cruise se llevaría genial! En todo caso, mejor que él está Shailene Woodley en su papel de enfurecida y descontrolada adolescente. El filme no es "obviamente manipulador", porque si la historia planteada hubiese sido dirigida por algún novato, tendría que haberse estrenado directamente en TV por cable; pero hay cosas del guión que no resultan creíbles. El tema al que hace referencia el título no está profundizado y no se ensambla naturalmente con el conflicto central, y hubiese sido mejor que sí (al margen que la decisión final que tiene el protagonista, respecto de las tierras, tenga que ver con ello). En vez de hacer una road movie "en busca del amante", se hubiera enfocado en el tema de cómo nos condiciona a los seres humanos ser "descendientes de", y cuán ligados a nuestros antepasados podemos estar. Pero bueno, hubiera sido otra historia. Más interesante, seguro…