EL PASADO VUELVE Nikki (Annette Bening) se quedó viuda hace cinco años. Está sola y triste. Y una tarde descubre en los jardines de un museo un hombre que es exactamente igual a su marido. La sorpresa y la curiosidad se transforman en obsesión. Ella quiere conocerlo. Y lo logra. Y se empeña en quererlo. Y el tipo se engancha porque a él también el matrimonio le ha dejado un gusto amargo y necesita urgente una segunda oportunidad. El tema del sustituto, tan tratado en el cine, invita siempre al juego de los falsos espejos. Ella no le cuenta de su gran parecido con el ex. Vive escondiendo fotos y amistades. Pero cuando él se entera que lo que sostiene ese vínculo es más la copia que el original, decide borrarse. Y todo se vendrá abajo, bien abajo. Historia mal escrita sobre gente que en el amor elige muy mal (el vecino melancólico y la hija de Nikki, también) y que anda siempre con cara de sufrimiento. Melodrama convencional, desganado, con una señora que no termina el duelo y un Ed Harris que no sabe qué hacer en esta historia lacrimógena que, mal o bien, nos recuerda que el pasado siempre está volviendo
Carne podrida y gente maltratada. EL PATRON, RADIOGARFIA DE UN CRIMEN.- Hermógenes (Joaquín Furriel) es un santiagueño que vino a la capital con su mujer Gladys en busca de un mejor porvenir. Es casi analfabeto y un poco rengo. Y empieza a trabajar como ayudante en una carnicería. Allí se cio cuenta que no sólo las vacas eran maltratadas. El carnicero le enseñará todas las mañas para poder estafar a los clientes. Pero el gran patrón es Latuada (el dueño de una cadena de carnicerías) un mayorista que compra vacas viejas y enfermas y las hace vendibles. Hermógenes vive con su mujer en una mugrienta piecita del fondo de la carnicería. Ella trabaja en la casa del déspota Latuada, que los explota y los insulta. Esa media res podrida en la ganchera no es la única carne maltratada. Ellos dos son parte de esa mercadería descompuesta. Pero Hermógenes un día no aguanta más. Y será el cuchillo, siempre tan lleno de sangre, el que hará justicia. El film va y viene en el tiempo. Empieza con Hermógenes en la prisión y vuelve al pasado para explicar por qué pasó lo que pasó. El que ordena el relato es un abogado joven que, a medida que va tomando conciencia del infierno que padecieron los santiagueños Hermógenes y Gladys, se involucra cada vez más con el caso. Prometedor debut del documentalista Sebastián Schindel. El film es creíble, intenso, el libro no se aparta del tema central y están muy bien retratadas las escenas en la carnicería. Miradas, gestos, réplicas, observaciones que parecen incidentales, todo está cuidado y suena bien. Hay algunos clishes, por supuesto, pero el saldo es más que bueno. Esforzado trabajo de Furriel y gran labor de Germán de Silva y Luis Ziembrowski. El film retrata una realidad que tiene poca visibilidad. El desenlace es inteligente: el juicio termina y los santiagueños retornan a su terruño; la esposa del abogado subraya que Hermógenes trata a todos como si fueran patrones; y el plano final redondea esa idea: en tierra santiagueña, vemos a Hermógenes resignado y con el hacha al hombro. Schindel parece sugerir en ese plano desolador que la sumisión y la explotación nunca desaparece, que para gente como Hermógenes y Gladys todos los demás son patrones.
Liviana y conmovedora evocación de una marcha y un gran luchador. Estos Oscar vienen recargados de biografías. Y “Selma” pasa a engrosar una lista que ya tiene a “Francotirador”, “Código enigma” y “La teoría del todo”. Más allá de las lógicas diferencias, de contenidos y de aciertos, “Selma” es una más, sin nada especial, una recreación muy cuidada y muy calculada, que termina siendo un homenaje con pocos contrastes y demasiados subrayados. El tema por supuesto conmueve y ha recobrado actualidad con los recientes sucesos en calles estadounidenses. El filme arranca cuando reverendo Martin Luther King Jr recibe el Nobel, en 1964. Y se centra en su lucha histórica a favor de los derechos civiles de los negros que culmina cuando el presidente Johnson, en 1965, hace ley su reclamo. Lo vemos discutiendo en el Salón Oval, explicando a los suyos su credo pacifista, enfrentando la postura extrema de sus sectores radicalizados, confesándole a su esposa sus sueños (y sus infidelidades). Lo central son las marchas pacíficas sobre el puente Edmund Pettus en Selma, Dallas, violentamente reprimidas por las fuerzas de seguridad locales, que culminan con la histórica marcha del silencio, desde Selma hasta Montgomery, una demostración que la historia considera conmovedora y decisiva. Los estudiosos le han objetado su falta de rigor y la superficialidad de algunos enfoques; y los críticos exigentes le han achacado falta de audacia, profundidad y vuelo para poder aportar algo más que un dibujo una figura (y a una época) de semejante envergadura. Como documento tiene baches: las palabras que se escuchan no se ajustan a los verdaderos discursos de Luther King; y hay un dibujo malicioso del presidente Johnson. Pero hay también aciertos: diálogos sustanciosos, buenas reconstrucciones, escenas fuertes sobre la feroz represión. Más que el retrato de Luther King, lo que vale es la fuerza de esas marchas que le dieron tanto significado a su atronador silencio.
Cuando se fue Guillermo Arriaga, su libretista estrella, el cine del mexicano Iñarrritu cambió y para mal lado. “Amores perros” y “Babel” siguen siendo sus mayores logros. Pero a partir de allí, empezó a decaer. Hasta tocar fondo con la decepcionante “Biutiful”. Ahora ha querido levantar la puntería (como su protagonista), pero no hay caso. “Birdman” es confuso, burdo y efectista. Juega con el mundo del cine y el teatro. Carga contra la fama, los actores, los críticos. Retrata a Riggan (Keaton) un actor que se hizo tres films de superhéroe (recordemos que Keaton hizo dos veces de Batman) y que quiere sacarse ese pasado de encima montando una pieza teatral sobre un texto de Raymond Carver. Necesita hacerlo para probarse y rearmarse, para tratar de recuperar estima, familia y nombre. Recicla un par de artistas sacados, habla con el superhéroe y desafía al público. ¿Lo que vemos es lo que sucede o es parte del delirio del protagonista? ¿Es cierto lo de los poderes ocultos? Film rebuscado y pretencioso, cruel y a ratos chocante, que está buscando siempre el impacto, con personajes estereotipados y un final que es puro efecto.
Romántica aproximación a un enorme suceso editorial sobre pasiones fuertes y peligrosas. El film (no leímos el libro) parece ser mucho más light que lo que su fama prometía. Y desde ese lado, funciona. Es quizá algo pomposo en su ambientación y en su tono, pero tiene a su favor una actriz estupenda, Dakota Johnson, mezcla exacta de inocencia, calidez y atrevimiento, una estudiante de letras que tantea entre las raras preferencias del millonario y excéntrico Christian para poder conocer al fin sus propios límites. Ella se hace sumisa para poseer. Y el film, más allá de sus extravagancias y simplificaciones, plantea el tema del poder en estos juegos sexuales que pivotean entre la entrega y el dominio. Es una idea apenas insinuada, pero siempre presente. Es cierto que los personajes secundarios están desdibujados y que el erotismo es muy blando, pero el film ha dejado a un lado la audacia y su misma calificación, apta para menores de 16, habla mejor que nada de las intenciones de los autores: presentar un drama amoroso con aire de telenovela bien vestida, más dulzón que perturbador, con toques de humor, que se apoya en la elegancia más que en la provocación y que de su anunciada crudeza apenas quedan unos chirlos en el culo y unas lamidas muy respetuosas. Lo bueno es que no aburre. Y lo mejor, insistimos, es Dakota, maliciosa Caperucita que anda reclamando un lobo que enseñe, disfrute y castigue.
Otra biografía, esta vez la del científico Alan Turunf, un tipo raro que descifró las claves encriptadas de los nazis, que ayudó decisivamente a salvar vidas en la guerra que pareció vislumbrar el nacimiento de la computación. Es correcta, pero no alcanza a ser un gran film. Uno extraña la falta de intensidad en estas correctas evocaciones. Lo que se ve no es reprochable, pero no va más allá de un profesionalismo impersonal. La historia por supuesto es atrapante. Hay suspenso, hay buenos momentos, la Guerra está allí y la lucha personal de este matemático, también. El hombre que debe descifrar al enemigo no alcanza a desentrañar los caninos sinuosos su propia vida. El film echa sombras sobre una sociedad inglesa que antepuso sus prejuicios a todo y que con su dañina moralina terminó aniquilando (lo que no habían logrado los nazis) a este genio huraño, áspero, difícil, frustrado, pero un héroe al fin. Sin amor, sin reconocimiento, este estudioso solitario, engreído y maltratado, al final cayó vencido a los pies de sus fantasmas y de sus inesperados enemigos.
“Presenta la historia del más brillante y aclamado físico de nuestros tiempos, Stephen Hawking y su relación con Jane Wilde, una estudiante de arte de quien se enamoró en Cambridge en la década de 1960”. Está contado por ella, que escribió la novela que sirvió de base al film. Y eso explica por qué los grandes interrogantes que esa dificilísima relación amorosa plantea, han quedado desdibujadas por la evocación contemplativa y algo complaciente de una buena mujer que sostuvo (en todo el sentido de la palabra) a este sabio tan maltratado por su cuerpo. El film se ve con atención, es respetuoso y trata seriamente los muchos aspectos de una biografía tan llena de contrastes. No es lastimero ni trata de explotar la inexorable demolición física de Hawking. Pero hay delicadeza, a veces excesiva, a la hora de hablar de sexo, soledad y abandono. Porque hacía falta una mirada más profunda, saber más sobre su corazón y sus sueños, dejarnos asomar a la lucha feroz entre la inagotable cabeza y la frágil anatomía de un cosmólogo que parece haberse refugiado en el cielo al no encontrar aquí respuestas para su desesperación. “La teoría del todo” exalta al sabio y al jefe de familia. Y es también una historia de amor, amenazada y sufrida, que pinta un cuadro humano y triste sobre un hombre tan inquieto y tan inmóvil, un genio que, a medida que se iba empequeñeciendo, lograba penetrar cada vez más en los misterios del cielo y del tiempo. Homenaje al incansable espíritu de un gigantesco luchador y conmovedora labor de Eddie Redmayne, candidato firme al Oscar por esta sobrecogedora actuación
TORMENTOS Y PERDONES Otro biopic, otra vez la guerra y otra reflexión sobre la venganza y la redención. Se parece a otro film reciente, “Un pasado imborrable”, porque nos habla de un soldado que encuentra en el perdón la mejor manera de borrar de su conciencia el rencor y las torturas padecidas. Cuenta una historia real: la vida de Louis Zamperini, atleta olímpico italoamericano y prisionero de guerra del ejército japonés, un hombre triste y sufrido que al final, cuando puede ponerse otra vez frente a frente con su verdugo, encontrará un doloroso alivio. Aprendió del deporte la autoexigencia y la disciplina. Su hermano le enseñó que no hay que doblegarse, que si uno aguanta, al final se vence. Historia de superación con la tortura en el centro. Drama personal de afirmación y conciencia que nos muestra a un hombre capaz de sublimar su martirio para dar un ejemplo de vida y entrega. Lástima, la realización. Es convencional, rutinaria, sin compromiso ni garra, una película mediocre con personajes estereotipados y resoluciones poco creíbles.
Brad Pitt sigue bajando alemanes Brad Pitt le tomó gustito al uniforme. Anduvo metiendo bala en “Bastardos sin gloria”, a las órdenes de Tarantino y ahora vuelve a pelear contra los nazis. La Segunda Guerra Mundial no le da tregua. Aquí, piloteando un tanque Sherman, se mete en territorio alemán. Estamos en abril del 45, cuando a Hitler sólo le quedaba un tembloroso ejército de pibes. Relato convencional, monocorde que apela con su tono de exaltado patrioterismo poco favor le hace al género. En la escena inicial, este bravo sargento Collier demuestra que la guerra no perdona a nadie. La escena es casi un alarde crueldad en un terreno donde todo es muerte y sufrimiento. Pero de allí para adelante, Pitt se encargará de ir mejorando su personaje, que terminará siendo un héroe. Es –quiere ser- un film de iniciación, porque a la dotación del tanque se incorpora un soldadito nuevo. Es un mecanógrafo que jamás vio un arma, que pregunta dónde está el frente (“A tu alrededor, todo es frente”, le dice uno de sus camaradas) y que se niega a disparar contra el enemigo. Por supuesto, tras un par de lecciones y un par de combates, el novato se convertirá en otro soldado implacable, cosas de la guerra, por supuesto, subraya este film manipulador que transforma, lo que parecía una meditación descorazonadora sobre el sin sentido demencial de la lucha armada, en un homenaje a un Sherman indestructible y a cinco heroicos tripulantes norteamericanos que dejarán todo en el campo de batalla. El film no ahorra señales de heroísmo y por supuesto esboza un dibujo muy elemental de los alemanes, que están allí para morir, salvo ese soldadito de la SS que le perdona la vida al muchachito norteamericano, como para subrayar que la juventud cree más en la esperanza. Balazos, frases de ocasión, alguna buena reconstrucción, clima arrebatado y pocas osas más acredita este film de largo aliento y poca inspiración que lleva la firma de David Ayer, un artesano que hasta ahora rindió más como libretista (“Día de entrenamiento”) que como director. Todo transcurre dentro de “Furia –ese es el nombre del tanque- y la única vez que salen es para protagonizar una penosa escena en casa de dos alemanas, una secuencia tan forzada, tan impostada y tan efectista, que uno pide a los gritos que los muchachos vuelvan al tanque cuanto antes. Allí todo es sudor, gritos de furia, alemanes muertos, hasta llegar al gran-final-gran: el tanque se rompe y un batallón de alemanes le pisa los talones. ¿Qué hacer? ¿Abandonarlo y marcharse o quedarse para morirse con “Furia? Y por supuesto eligen lo segundo. Y resistirán hasta la última bala y el último tornillo.
El año pasado vimos un film con el mismo tema: bebes cambiados al nacer por un grave error hospitalario. Y era mejor. ¿Qué hacer ante semejante noticia? nos pregunta. El film procede con mucha cautela, demasiada, y prefiere acomodarse a un clima general de amabilidad y buena gente. El Hospital llega con la mala noticia y cada hogar hace lo que puede. Los padres se encuentran, se reúnen, se juntan para accionar contra el hospital (las madres siempre saben acortar distancia hacia el amor) y al final se ponen de acuerdo para que cada uno se vaya haciendo cargo de su verdadero hijo. El film propone una mirada maniquea sobre planteos muy profundos y subraya demasiado la diferencia entre el padre rico, insensible y torpe, y el padre más modesto, bueno, vital y aconsejador. El film es simplista y es curioso ver qué bien sale todo, sin mayores inconvenientes, gracias a la inmejorable predisposición de chicos y grandes. Si hasta la enfermera que se equivocó da lecciones morales. Es cierto que el tema es interesante, que nada está fuera de lugar y que la historia aporta preguntas sobre la paternidad, la crianza y las formas del amor filial. No está mal, pero un hay un tono impostado, convencional y edificante que le quita profundidad y valor.