Uno esperaba más del nuevo filme de Juan Taratuto. No es fallido, pero está por debajo de “No sos vos, soy yo”, de “Un novio para mi mujer” y de “Reconstrucción”. El libro de Eduardo Sacheri intenta, desde el amor fanático que despierta el fútbol, armar un retrato costumbrista, sensible y barrial que tiene en el centro a cuatro amigos. El cáncer acabó con uno de ellos y la promesa de los otros es cuidarle la hija y hacerla hincha de Independiente. En el medio hay una trama, algo inverosímil y con un final muy anunciado. El Mono compró en 300 mil dólares un delantero que ahora sobrevive malamente en la liga de Santiago del estero. Y los muchachos harán lo imposible para poder venderlo: autorobos, promotores (¿no había otro actor menos recitador que Rabinovich?), videos truchos. Hay buenos diálogos, toques de humor y los actores no desentonan, pero el film exagera con el tono sensiblero y suena recargada tanta pasión futbolera con esa nenita en el medio. Pero Sacheri se vengó: en “El secreto de sus ojos” debió capitular ante la adaptación de su novela que hizo el rancinguista Campanella. Aquí, por eso, todo es del Rojo de Avellaneda.
John es un Du Pont, heredero de una familia que acumuló dinero y poder a manos llenas. Es un tipo desequilibrado, retorcido, sin amigos ni reconocimiento. Vive junto a su madre en la mansión de Pensilvania. Es fanático de la lucha libre y ha comprado algunos torneos para poder lucir trofeos en una casa sin vida. Quiere ser entrenador y ganar. Por eso lleva allí a un campeón olímpico, Mark Schultz, un pibe simple, manejable y vulgar. John, un tipo ladino y siniestro, se apropia del deportista para intentar darle algún objetivo a su desolada existencia (“al único amigo que tuve, lo había contratado mi mamá”). Foxcatcher (cazador de zorros) se llama el lugar. Y el film es una larga cacería con un final a la altura de esta alegoría. Bennett Miller ya había mostrado mano maestra en “Capote”, otro film inspirado en sucesos reales. Y aquí nos envuelve otra vez con su estilo envolvente, parco, sutil, lleno de gestos reveladores, con la manera estupenda de dirigir actores (grandes trabajos de Steve Carell y Channing Tatum ), de crear climas, de aprovechar silencios y miradas. Miller advierte que, los que ayudan, frecuentemente terminan usando a su antojo al necesitado. Y nos deja ver que, bajo la caparazón de este perverso pusilánime (la escena que corre alrededor del gimnasio es demoledora) se agitaba el poder impune de una clase que necesitaba medallas para justificarse. El film alterna imágenes documentales con una rigurosa reconstrucción, pero son los detalles los que mejor nos hablan del poder y de la dependencia, de la soledad, los falsos sueños y lo que cuestan algunas medallas. Un film magnífico que desde los combates físicos nos habla de otras luchas. Una crónica trágica y triste que marca el contraste entre el poder avasallante de los Dupont y los desvelos de estos luchadores, vulnerables y condenados, tanto como esos zorros que la dinastía fue matando a lo largo del tiempo.
El poder único de la música en un hogar lleno de silencio Amable, liviana a más no poder, familiar, justo para la Navidad, en esta comedia francesa nada estorba y nada encanta. Todo es simpático y previsible, pero, más allá de sus clises y de su anunciada moraleja superadora, se deja ver. Estamos en un pueblito del Loire, en la casa de una familia de granjeros, pero una familia muy especial: el padre, la madre y el hermanito menor son sordomudos, pero Paula, la hermana adolescente, no. Y ella acabará siendo una magnifica cantante. Es como la venganza de esa casa en permanente silencio. Paula es una presencia clave en ese hogar. El film juega con la paradoja: la hija canta pero no puede ser oída por sus seres queridos; y el padre sordo, harto del palabrerío de los políticos, quiere ser candidato a alcalde (Una subtrama argumental que quedará curiosamente en el olvido). Paula es la que traduce y pasa en limpio las relaciones hogareñas, la que maneja el negocio de la granja, la que pelea con bancos y proveedores. Cuando el profesor de música del Liceo descubre que tiene un don singular para el canto y le aconseja ir a concursar a París, serán sus padres los que tratarán de disuadirla. El filme juega con la paradoja: la hija canta pero no puede ser oída por sus seres queridos; y el padre sordo, harto del palabrerío de los políticos, quiere ser candidato a alcalde. ¿Qué hacer sin ella? Es que en ese hogar silencioso la voz de Paula es la voz de todos. Pero, cuando ya ella había desistido de su viaje a Paris, la fiesta de fin de año en el Liceo les enseñará a los padres el verdadero valor artístico de su hija y el poder encantador de la música. En la mejor escena del film, sin audio, el espectador percibe lo que esos padres solo ven y presienten: los ojos emocionados de los oyentes, rendidos ante el canto de Paula. Y allí se darán cuenta que el destino de su hija no puede estar ligado al de ellos y que, como dice la hermosa canción de Michel Sardou que ella canta (y les canta), llegó la hora de partir pero no de abandonarlos, sino de empezar a buscar su camino. Película candorosa, con personajes ingenuos, con una subrayada inocencia pueblerina y con gente bonachona, sencilla, sin matices (salvo el profesor, el único personaje en serio). Pero nada desentona y si uno deja a un lado las exigencias, hasta se puede disfrutar: hay gente buena, música encantadora, viajes en bicicleta por la pradera, un romance escolar, sentimientos nobles y una historia que pivotea sobre la discapacidad de esa familia para enviar un mensaje de amor y superación.
El filme es una mezcla de thriller y melodrama, de cine de terror y documento. La sombra del maléfico Pablo Escobar se ve a través de los ojos de Nick, un surfista canadiense que llega a Medellin en plan vacacional y que se enamorará de la sobrina del gran mafioso de todos los tiempos. Si hay amores que matan, este es uno. El filme tiene un buen arranque, con el “Patrón” a punto de entregarse. Reparte tareas, prepara la sucesión, da órdenes, ajusta detalles. Clima urgente, rostros crispados, detalles reveladores. Después, se centrará demasiado en esa historia de amor juvenil que vive en constante zozobra. Nick, mimado de Pablo, en un momento verá que todo es sucio y peligroso, se asusta y quiere tomar distancia, pero ya es tarde, porque siempre al lado de Escobar es tarde para decidir. En la primera parte está el Escobar servicial, el que ayuda a los pueblos, a las entidades a los municipios, el del clientelismo arrollador y el paternalismo culposo. Los ojos inocentes de Nick y su novia nos muestran su mejor cara. Pero lentamente hará su aparición el mafioso sangriento, el que hace justicia por mano propia, el que maneja con gran aplomo y mano dura al poder político, la curia y la policía, el que sólo parece enternecerse ante su familia y sobre todo ante su madre, el zar que repartía drogas, plata y muerte. De a poco el thriller irá eclipsando cualquier intento de reconstrucción. Y en esa marcha, el realizador italiano Di Stefano parece pedirle prestado a Nick sus ojos inocentes. Porque en lugar de penetrar más en el mundo de Escobar, el relato prefiere adoptar el trazo del policial más convencional, con lugares comunes y resoluciones narrativas algo forzadas, lunares que le quitan credibilidad y fuerza a los buenos momentos del comienzo, cuando la cámara se asoma a la intimidad de Escobar y en pocos pincelazos sentimos el eco de su colosal y despiadado imperio. Lo mejor del film es lejos Benicio Del Toro, un actor sobresaliente, un Escobar que infunde temor y curiosidad, que enriquece cada plano con su mirada, su andar, sus preguntas, sus pausas. Cuando sale de escena, la película decae, aunque nunca pierde interés. Del Toro, insistimos, es el punto más alto de un relato donde la droga a cada paso va reformulando el peso de la lealtad, el poder, la impunidad y el horror. (*** ½)
Tras incursionar en comedias románticas leves y dulzonas, Pierce Brosnan vuelve a ponerse el traje de hombre de acción. Detrás de la cámara está un director experimentado como el australiano Roger Donaldson (“Sin salida”) pero el film hace agua: es convencional, estereotipado y pesado. La realización repite fórmulas ya transitadas y parte encima de un esquema muy gastado: un veterano agente de la CIA fuera de servicio es convocado otra vez: debe sacar de Rusia a una doble agente que es nada menos que la madre de su hijo. Como todo sale mal, el tipo se retoba y la CIA, que tiene muy poca paciencia, empezará a buscarlo para dejarlo definitivamente fuera de todo servicio. Y en esa mezcla de búsqueda y huida (otro recurso gastado) se topara con un ex discípulo, un principiante con ínfulas que sueña con aniquilar a su mentor. Y detrás del gran tema, todo se resolverá al fin en un feroz mano a mano. El soporte argumental es conocido: llegadas sobre la hora, persecuciones, tiroteos, tecnología de punta, señoritas lindas y peligrosas y mucha gente alrededor, que hace todo más confuso y complicado. Nada nuevo en esta desteñida reaparición de un ex 007 en plena retirada. (** REGULAR).
Policial del bueno, intenso, bien actuado, con clima y personajes sustanciosos. Es de esas películas que no aporta nada nuevo, pero que tiene más de un acierto a la hora de contar su historia. La realización está llena de detalles reveladores, no se pierde en subtramas inútiles, es concentrada. Presenta un grupo de gente extraviada que, entre iglesias y balazos, nos habla del pecado, de la culpa, de la piedad y de los difíciles caminos de la redención. Está ambientada en un bar del Brooklyn de las orillas, un paisaje áspero y poco amistoso. El boliche es usado por la mafia para guardar dinero sucio. Una mesa de dinero. El bar es una pantalla, pero a los personajes les pasa lo mismo: todos guardan más de lo que muestran, todos se recelan, se vigilan, se amenazan. La plata y un perrito son los únicos habitantes legítimos de ese territorio miserable. Un submundo con mucha basura en la calle y en la vecindad, con calles oscuras y con la mafia chechenia avisando que en el fondo todas las mafias son iguales. Otra historia bien armada de un buen novelista, Denis Lehane, que le había dado letra a films tan valiosos como “Rio Místico” y “Desapareció una noche”. Lehane vuelve a retratar gente del bajo mundo metida en barrios intranquilos. Y el realizador Roskam le sabe sacar partido a cada plano, cada réplica y cada personaje. Hay algo de Scorsese en su constante (y recargado) desfile de cruces, párrocos y alusiones. Pero el hombre aporta algo más que oficio: una mirada intensa sobre las pequeñas miserias de estos seres marcados por un pasado que no lo suelta. Y cuenta además con buenos actuaciones: un Gandolfini tenebroso, un impávido Tom Hardy y una estupenda Nadia, a cargo de Noomi Rapace, gente cargada de secretos que no sabe qué hacer con ese sucio presente que le pisa los talones (*** ½)
LOS HERMANOS SEAN… CUANDO LA MUERTE LOS JUNTO, de Shawn Levy.- Cuando fallece su padre, cuatro hermanos mayores, golpeados y desgastados, se ven forzados a regresar a su hogar de la niñez y a vivir juntos, durante una semana, junto con su pizpireta mamá (Jane Fonda) y un nutrido y florido elenco de cónyuges, ex parejas y viejos amores y otras vecindades. Por supuesto, habrá pases de facturas, reproches, situaciones tensas, revelaciones, secretos que salen a la luz, algunas ilusiones y confesiones varias. Trata de ser una comedia agridulce con lenguaje crudo de estos días. Pero es solamente absurda: cornudos civilizados, escenas traídas de los pelos, hermanitos que se agarran a las piñas, chistes repetidos, cuñadas desesperadas y una madre insoportable que le cuenta a la parentela escenas chocantes sobre su intimidad. Constantes alusiones al pene, gritos y lagrimitas pueblan esta historia de un fallido reencuentro. La sorpresa final a cargo de la mami, demuestra que los chatos guionistas sólo apostaron al golpe de efecto. Demasiado elenco para esta comedia anodina y superficial.
GENTE SUFRIDA Y BUENA Otro film basado en dolorosos hechos reales. Y otro film fallido, efectista, un melodrama bien pensante, una de esas historias que quieren ser tocantes, pero que no puede librarse de los clises de esa fórmula gastada y correcta del mal cine testimonial. Es la historia de cuatro hermanos huérfanos. Llegan a Estados Unidos desde Sudan como refugiados. Y allí podrán empezar una nueva vida. El film cuenta primero los salvajes contornos de la brutal guerra civil de Sudan. Y el calvario de esos chicos. Después, su llegada a Kansas City, el choque con la nueva cultura, su adaptación, sus recuerdos y un remate final que tiene al amor fraternal como mayor tributo. Detrás de esta elegía, el film deja ver las atrocidades de la guerra, los pesados engranajes de la burocracia, los fantasmas del miedo y los recuerdos. Pero todo es muy anunciado, sin fuerza, con mucha sangre al comienzo y mucho azúcar, un telefilm edificante que sólo intenta conmover. Y no le sale. (** ½)
OTRA VEZ EL PERDON Un veterano de guerra vive abrumado por sus tormentosos recuerdos. Tiene un buen trabajo, está casado, pero el pasado no lo deja tranquilo. Fue torturado y esas imágenes vuelven a su devastada conciencia. Es un hombre triste y sufrido. Recién al final, cuando puede ponerse otra vez frente a frente con su verdugo, encontrará una dolorosa calma. Y será desde allí, desde la reconciliación y el perdón, que podrá empezar a vivir sin rencor y con esperanza. Una historia real, lamentablemente estropeada por una realización sin fuerza ni emoción, un film de gran producción y cuidado en sus detalles, pero convencional y sin alma. Colin Firth y Nicole Kidman le agregan un distante profesionalismo a una película que, va y vuelve de la guerra y que apuesta todo al mensaje reparador de la escena final. (** ½)
Entre pesares y perdones Un hombre acude al confesionario. Le anuncia al padre James (gran trabajo de Brendan Gleeson) que se prepare, porque el domingo lo va a matar. ¿Por qué? El feligrés le cuenta que fue violado durante toda su niñez por un cura. Y que como ese sacerdote murió, se vengará matando a este buen cura para subrayar la injusticia de este mundo. Ese es el punto de partida de este drama de conciencia, tan desolado como el paisaje de este pueblito irlandés. Aquí, cada uno vive su calvario. Y buscan con ese padre algún alivio. Pero “el perdón está devaluado”, dice este sacerdote que se hizo cura siendo grande, que recibe la visita de una hija que quiso suicidarse y que anda por el pueblo juntando las penas y las frustraciones de unos seres extraviados que convierten a cada encuentro en un gran confesionario. Película densa, recargada en su retórica, que dice cosas interesantes sobre el pecado, la fe, el desánimo de esas vidas sin salidas, el dolor y la esperanza. Pero los personajes son esquemáticos, las palabras sobran, es discursiva y no hay emoción entre tanta angustia. Así y todo, con cinismo y algo de humor negro, explora los caminos del dolor y el olvido, para decirnos que la mejor forma de redimirse es a través del perdón.