Venganza y codicia en un paisaje salvaje y peligroso Western latinoamericano, con un mexicano una brasileña y unos argentinos animando una trama densa y salvaje en medio de un verdor feroz que está a punto de caer bajo el avance del poder y la codicia. Historia de venganza con un solitario que viene de la nada a salvar todo. Sangre y acción en un escenario donde la naturaleza y sus pocas armas lucha como puede para no ser arrasada. Con toques místicos (el tigre defiende su hábitat y protege a quienes se resisten a entregarlo) y bellas imágenes, un film parsimonioso, desparejo, lacónico que pone al progreso y al poder como agentes destructivos y que convierte a sus desamparados pobladores en parte esencial de un entramado donde los rugidos, los árboles, los arroyos y la bruma van interponiéndose a su manera a la marcha de los depredadores. Le falta más rigor, hay demasiadas caídas en el efectismo y, al final, lo inverosímil y un par de clishes mal puestos le quitan potencia. Pero es un cine distinto, que explora otros territorios, que asume la textura de su ambiente y que busca la moraleja entre los rasgos amenazantes de un paisaje americano que suele ser al mismo tiempo bendición y condena
BUENA IDEA MALOGRADA Lo de los videos hot que se cuelan en la web, es un tema de estos días. Y mucho más si se trata de famosos. El tema merecía una comedia ingeniosa y chispeante. Pero no es ésta. Una pareja, después de un comienzo a todo sexo, siente que su vida amorosa ha entrado en una meseta. Los hijos y la rutina se encargaron de ir apagando el fuego. Y deciden hacer un video hot para recuperar el tiempo perdido. Y bueno, por descuido el picante archivo aparecerá en una serie de iPad que el dueño de casa regaló a sus amistades. Y hay que salir a buscarlo. El resto es una farsa forzada y sin gracia que en lugar de apostar a la locura adopta un tono infantil y familiero, repetido y de trazo grueso. Nada se salva de una medianía que sorprende. Los diálogos son largos y anodinos, las situaciones absurdas (la larguísima pelea con el perro), no hay un solo gag bien puesto. Tampoco audacias, porque lo del video erótico es un amague que logra salvar Cameron Díaz y su estupenda silueta. No hay tema, sino situaciones alargadas. El marido es un insoportable medio tontón y los secundarios son de madera. Eso es todo
Sátira inteligente sobre el engaño y la política “El cine y la política son dos mundos donde el genio y el engaño coexisten… y cuesta distinguirlos”. Le dice un director de cine a Enrico, ese líder de la oposición que un día, en plena campaña, decide irse de Roma, no avisar a nadie y marcharse a París a la casa de una ex. Estupor general por esta desaparición. Pero sus colaboradores cercanos encuentran una salida: el fugado tiene un hermano gemelo, Giovanni, que está medio loco, un tipo culto y extravagante. Otra vez genio y engaño. Encandila al electorado con sus ocurrencias y crece en las encuestas. La gente ignora que es un impostor y el filme pivotea sobre esa idea: el cine y la política necesitan del engaño; y el pueblo cree más en las ocurrencias de los desequilibrados que en las promesas de los dirigentes. Toda su vida estos gemelos se aprovecharon de su condición y compartieron juegos y novias. La ex de Enrico, la parisina, admite que ella anduvo con los dos, que primero le molestó, pero después disfrutó del juego y los acabó amando. Y en Italia, la mujer de Enrico, que sabe del truco, se empieza a enamorar de Giovanni. El filme habla del atractivo del doble, pero va más allá: presenta la política como un juego donde siempre ganan los impostores; y postula que el poder inventa una realidad engañadora. El falso político llena plazas y gana votos con su trampa. ¿A la gente en el fondo le gusta que la engañen? El gemelo lo reemplaza y lo enriquece. Y al final nadie sabe quién es quién. Este juego de sustituciones y mentiras está hecho en tono de comedia. Es una sátira mordaz y agridulce. El autor es Roberto Andó, que fue asistente de Francesco Rosi, Fellini, Cimino y Coppola. “Viva la libertá” adapta su propia novela. Y está protagonizada por Toni Servillo, el magnífico actor de “La grande bellezza” un tipo socarrón, imprevisible, ladino, de mirada profunda, que, desde sus dobleces, nos dice que la verdad ya no cuenta ni en el arte ni en la política. ¿Ni en el amor?
Inquietante filme de Szifrón sobre la furia y la venganza Tragicomedia feroz que en seis historias traza un dibujo demoledor sobre la violencia social y sobre la furia del hombre común, capaz de asomarse a los abismos más negros y llevar hasta la aniquilación una situación que empieza siendo incómoda y que al querer resolverla se transforma en un verdadero infierno. Salvo en el relato protagonizado por Oscar Martínez, en todos los demás el desarrollo apunta al crescendo dramático como formato narrativo: sucesos desgraciados que se van potenciando sin darse cuenta y que tienen al estallido final como desahogo inevitable y reparador. El filme presenta situaciones conocidas que invitan a soluciones simplificadas. No las trasciende, las expone y nos invita a identificarnos con personajes a los que primero comprendemos y después los vamos abandonando a su suerte. Szifrón cuenta lo que todos sabemos y acaso padecimos. No abre juicio ni va más allá, aunque deja en claro que la burocracia, la corrupción, la desigualdad y la injusticia se encargan de potenciar una realidad que invita a la desmesura. En todos los capítulos está la furia y, sobre todo, la venganza. Y en todos brilla su cine, preciso, intenso y demoledor. Hay buenos diálogos, buena música, buen elenco (brillan mucho Darín, Martínez, Núñez; brillan menos Dupláa y Rivas) y Szifrón se mueve con inspiración y soltura entre el humor negro, el suspenso, la tragedia y el thriller. Las historias juegan con el descontrol, pero desde sus bordes nos desafían: sus inquietantes relatos nos invitan a cada paso a confrontar con nuestra conciencia y nuestros límites. No son naturalmente violentos, son seres a quienes las circunstancias los va probando y deshumanizando. La espiral sinuosa de los relatos va arrancando cuotas de cordura a unos personajes que andan a los golpes entre injusticias, celos, maltrato, revelaciones y agravios. Todos suman, pero el capítulo de Martínez no sólo es el mejor armado, también es el único que se permite descubrir las diferentes lecturas que admite cada decisión y el único que advierte que la ambigüedad y el engaño alcanza a todos. Es desparejo, como cualquier filme en episodios, aunque todos interesan y ninguno desafina. El menos logrado quizá sea el último, el casamiento, comedia negra medio alargada, con excesos y desniveles actorales, aunque apela a una filosa mordacidad para decir que los fantasmas más destructivos no siempre están lejos, a veces prosperan mejor entre el amor y el hogar. “Relatos salvajes” está concebido desde lo políticamente correcto y es capaz de ir revelando las capas de culpas, corrupción, manipulación, mentiras y barbarie de una sociedad lista para explotar y tan dispuesta a la justicia por manos propia. Pero Szifrón nos avisa que los límites se cruzan fácilmente y que la violencia puede ser, al mismo tiempo, estímulo, pecado y tentación.
Enfermos con muchas ganas Aquí se aborda un tema muy frecuentado en estos días: el de los adictos al sexo. Pero falla porque no define su tono y no se toma las cosas en serio. Si bien el material se presta para el toque grueso y burlón, el filme no abandona el tono de comedia amable, que en algunas situaciones y en algunos personajes (sobre todo ese médico desaforado) apela a la brocha gorda y no alcanza a ser ni chispeante ni romántico. Es el primer largometraje como director y guionista del hasta ahora solo escritor Stuart Blumberg. Su filme se pone a veces serio y a veces absurdo, pero es indeciso y desparejo. Los protagónicos tienen dos buenos actores (Marck Ruffalo y Gwyneth Paltrow) y su historia debería ser lo más interesante en este juego de enfermos raros que necesitan grupos de autoayuda para poder hacer los doce pasos salvadores que los dejarán en la otra orilla. No hay intriga, fluye entre notas pintorescas y apuntes de variada efecto, pero deja con ganas de ir un poco más allá, de poder abordar seriamente el asunto, de ver de qué manera esta nueva patología va condicionando conductas y hasta dónde el amor y sus demandas puede ser parte del manojo de adicciones que va atando a sus practicantes. Son ideas apenas insinuadas que a falta de profundidad se quedan en la superficie. El filme no aburre ni despierta mayor interés, transcurre en una medianía que alterna buenas y malas, es disperso y le falta garra, pero no deja de ser agradable, aunque quizá demasiado leve y agradable.
UNA VIDA FEA Biografía correcta, cuidada, pero convencional y con poca sustancia. Otro ejemplo de un cine sin atrevimiento que se conforma con darnos los momentos salientes de una mujer sufrida, difícil, a la que le sobró soledad y le faltó amor. Porque la biografía de Violette Leduc tiene como punto central su desamparo. Desde la niñez la hicieron a un lado. Y el resto de su vida fue igual. Fue una mujer fea –así lo dice ella- que acabó dándole aspectos sombríos a una vida que sólo gracias a las letras pudo conquistar atención y reconocimiento. En Violette su aspecto le trajo dolor. Como quería Freud, la anatomía fue su destino. El filme es una plegaria melodramática sobre la afirmación femenina, una película decorativa, donde cada uno hace su parte, pero no hay una escena capaz de transmitir a fondo la ausencia de un cuerpo querido que pudiera rescatarla de tantas penas y soledades. Y bajo esa misma mirada liviana y superficial, aparece este desfile de celebridades. “Violette” arranca en plena guerra y desde sus comienzos siente el rechazo y la desilusión que la acompañó siempre. Fue abandonada en su niñez, ignorada por su madre y todo siguió así. Pero será en la efervescencia de la posguerra, junto a Simone de Beauvoir, Camus, Genet y hasta Sartre, donde Violette irá perfilando los contornos de una vida tensionada entre la escritora con futuro y la mujer sin presente. La de ella fue una existencia desdichada y vacía, con el sexo como demanda central de una vida que parece haberse quedado con ganas de todo.
AMORES OTOÑALES Hace un par de semana, al comentar “Todo lo que necesitas es amor”, decíamos que en medio de una cartelera atiborrada de efectos especiales y mensajes apocalípticos, estas comedias costumbristas, leves y previsibles, proponen al menos una tregua. Y aquí el esquema general es parecido: bellas locaciones, viudos que no superan el pasado, gente grande que ignora que busca otra oportunidad. Todo transcurre sin mayores sorpresas. El (Douglas) es un agente inmobiliario cascarrabias y solitario; ella (Keaton), su vecina, es también viuda, lloriquea a cada rato y canturrea en un boliche para gente mayor. Y la llegada de una nieta producirá en ese abuelo gruñón los esperados cambios que toda comedia romántica necesita. Linda música, nenita simpática, perro juguetón, hijo descarriado que se endereza y algunos “avisos” muy subrayados: en una misma tarde, el protestón ayuda en un parto y vende su viaja casona, como para jugar con la idea del recomienzo y el adiós. El guionista es Mark Andrus, el de “Mejor…imposible” (especialista en veteranos insoportables) y el director es Rob Reiner, el de la magnífica “Cuando Harry conoció a SallY”. Es cierto, este filme no está a la altura de aquellos, pero al menos aporta una mirada simple sobre gente que no payasea ni hace el ridículo, que dice cosas interesantes y sólo quiere probar si el amor es posible.
Los personajes de la realizadora danesa Susanne Bier, siempre padecen. Accidentes o enfermedades, todo vale para poder descubrir, a partir de allí, la crisis de sus parejas. Aquí todos viajan para asistir a una boda en Sorrento, encantadora como siempre. Son seres confundidos. Comedia romántica, de hermosas locaciones, baile, flores y una casona de ensueño, un film apenas agradable, que habla de amores tardíos y de segundas oportunidades. Es algo cursi, exagerada, previsible, pero tiene una buena actriz (la vital Trine Dyrholm, la peluquera optimista) y mal o bien aporta un poco de amor y de esperanza a una cartelera sobrecargada por explosiones, villanos y terrores varios.
¿Qué llevan esas cajas? Todo sucede allí, en ese desordenado Mercado Municipal 4, de Asunción. El lugar es el que fija el tono y la estructura de este filme paraguayo, interesante y vivaz. El hacinamiento, los pasadizos, las escaleras, los lugares secretos, todo colorea y potencia una historia que combina con acierto el humor negro, el policial y el retrato social. Debajo de esta rara cacería, el filme deja ver de manera elocuente lo que significa ser visibles o invisibles en un mundo donde la TV, los sueños y sobre todo los celulares prometen hacer la diferencia. El libro surge de un punto de partida intrigante: un carnicero contrata a un chico de la calle para que transporte siete cajas. Le pagará bien, pero no debe perder ninguna ni abrirlas ni dejar que alguien las toque. Y allí va. Le dan un celular porque le irán marcando su recorrido. ¿Qué turbios secretos guardan esas cajas? Cada uno tiene razones para codiciarlas. Y cada uno ve en esos cajones misteriosos la chance de una salvación. Y su búsqueda estará cargada de alegorías. Es un filme enérgico y colorido que a medida que va encontrando incidentes, va abriendo nuevas capas narrativas. Y que muestra debajo de esa vertiginosa telaraña, que la corrupción siempre va más allá, que en la superficie todo es trueque, arreglos, intercambio de favores, pero que la verdadera maldad no está a ras del suelo. La narración jamás decae, tiene buenos actores, mucho ritmo, buenas observaciones, humor y sangre en medio de ese mercado de oportunistas donde convive la policía, la delincuencia, travestis, empleadas desesperadas, comerciantes chinos, ladrones, un mundo de carretillas llenas de sorpresas. Sin duda, una agradable sorpresas. “7 cajas” demuestra otra vez que, con poco gasto y mucha imaginación y frescura, se pueden hacer thrillers pintorescos que dejen ver algo más que balazos.
Un gran film. Combina el espectáculo, la ciencia ficción y el cine de aventuras. Pero va más allá: habla de la violencia, el liderazgo, la guerra y ese afán de dominio que sostiene a todos, hombres y monos. La primera hora es magnífica: tiene inventiva visual, diálogos precisos, personajes bien delineados, ritmo trepidante y una historia bien articulada, simple y contundente. El espectador está un rato al lado de los hombres y otro rato al lado los monos. Son dos batallones muy parecidos. Muestran ambiciones, miedos, recelos, pero también solidaridad y piedad. El encontronazo es inevitable. Es que los hombres y los monos saben que no hay acuerdos posibles cuando lo que está en juego es determinar quién es el dueño de las jaulas y dónde está el poder.