Si mezclamos a Infierno en la Torre con Duro de Matar obtenemos Rascacielos: Rescate en las Alturas. Para los memoriosos y los cinéfilos de alma, el olor a reciclado es tan fuerte que uno puede decir de cual de las dos películas citadas pertenece tal o cual escena. Tenemos otro rescate ridiculo con tablita puesta sobre un voraz incendio, en donde dos miedosos deben cruzarla antes que el borde donde se apoya se desplome; hay tipos colgando de cuerditas y flotando por el borde de un gigantesco rascacielos de 220 pisos antes que la soga se acabe o se cercene. Hay un villano buscando un tesoro (no una fortuna en títulos del tesoro a lo Hans Gruber, sino un disco duro con un software que puede (y lo ha hecho) rastrear todas las cuentas fantasmas de las principales organizaciones criminales del mundo), y hay un tipo desesperado por salvar a su familia. Lo único que le falta al final, cuando a Dwayne Johnson lo cubren con mantas los socorristas, es que empiece a gritar “Holly, Holly!” y pongan a Vaughn Monroe cantando Let It Snow, Let It Snow, Let It Snow. Rascacielos no es una película mala; es bastante entretenida y está plagada de proezas imposibles y agujeros de lógica enormes, pero uno disfruta esas locuras porque Dwayne Johnson está en el medio. Como al moreno le falta una pierna, no es todo lo ágil que debiera así que debe ingeniárselas para acercarse a sus enemigos ya que en corto rango puede ser letal. La trama traída de los pelos es que se trata de un ex agente de las fuerzas especiales, lisiado durante una de sus operaciones y que ahora posee una pequeña empresa de seguridad… razón super estúpida por la cual un súper millonario chino lo contrata para testear la seguridad de su súper rascacielos de 220 pisos, dotado de parque temático y turbina eólica propia. Están los traidores de turno, y están los mercenarios de turno, que quieren hacerse con el disco duro del millonario y para ello no se les ocurre una idea mas discreta que prenderle fuego a medio edificio y cancelar los sistemas anti incendios. No sólo es un espectáculo dantesco que puede verse desde miles de kilómetros de distancia sino que atrae a millones de espectadores y policías al lugar. Obviamente la sutileza no está a la orden del día. Mientras tanto Johnson renguea pero es capaz de dar saltos que Usain Bolt sería incapaz de hacer – desde una grúa cercana hasta el edificio ubicado a casi 20 metros de distancia y a cientos de pisos de altura -, mamporrea a medio mundo con su pierna de titanio y arregla todo con cinta de embalaje. Si hay una sorpresa en medio de todo este estofado, es ver a Neve Campbell en el rol de ex doctora militar badass. La Campbell era preciosa de adolescente y daba ideal para papeles románticos y lloricosos (por eso funcionaba bien en Scream) pero, cuando crecés, tenés que demostrar que tenés algún talento adicional aparte de poner los ojos rojos y moquear con facilidad. Acá opera como una especie de ayuda externa del sufrido Johnson, colabora con la policía y termina por darle la biaba a un par de villanos. Nada mal para la ex Party of Five. Rascacielos: Rescate en las Alturas se deja ver. Johnson siempre es simpático, la acción no da respiro y la trama está traída de los pelos – ¿en serio un americano con una firma chiquita de seguridad revisa un super rascacielos?¿no hay nadie mas que pueda hacer lo mismo en toda la China, donde hay miles de millones de personas?; tan solo una vil excusa para poner un astro americano en una coproducción que debería seducir al gigantesco mercado chino y obtener una buena box office -, pero el calco de escenas de películas mas famosas y mas conocidas es demasiado fuerte y predecible. Eso sin contar con la idiotez de la Perla, cuyo único uso útil es crear un palacio de espejos (al estilo del final de El Hombre del Revolver de Oro o, si quiere, de La Dama de Shanghai de Orson Welles) para confundir a los malos que son mayoría. Quizás la idea de los productores de Hollywood sea que, en algún momento, la generación de cuarentones / cicuentones como nosotros se muera, y la taquilla esté compuesta únicamente por millenials, tipos superficiales que no saben lo que pasó hace 20 años y odian las películas antiguas porque no vienen en alta definición o traen actores desconocidos (¿Steve McQueen? ¿Paul Newman? ¿Quiénes son esos? ¡Qué efectos especiales mas patéticos!), olvidándose que fue la era de los grandes directores y las grandes ideas y que, sin ellas, no existiría el actual cine norteamericano.
Ant-Man y la Avispa es un delicioso bolazo. La historia no va para ningún lado, el encastre en los últimos sucesos ocurridos en el MCU está pegado con saliva (se supone que ocurre apenas unos días antes que Thanos pegue el chasquido de sus dedos y desaparezca a la mitad del universo) (ups), y prácticamente no hay villanos sino individuos mal entendidos. Pero considerando el sabor amargo que te ha dejado en la boca Infinity War, Ant-Man and the Wasp es como un bálsamo que calma las heridas. Es básicamente una comedia tonta con mucha adrenalina y acción filmada de manera inspirada, pero a uno le importa tres pepinos ya que es enteramente disfrutable. Terriblemente disfrutable. Alejada la sombra de Edgar Wright de la saga, ahora han precisado un equipo de cinco guionistas para armarle una historia a uno de los superhéroes menores del universo cinemático Marvel. Y si bien la historia no es redonda, los mecanismos de la saga funcionan de manera mas aceitada que en la entrega anterior. Los chistes de Paul Rudd desentonan mucho menos (se acuerdan del ¿alguien tiene gajos de naranja?), Evangeline Lilly luce mas desaliñada, salvaje y bella que nunca, y ahora que está en modo bad ass full time hace una dupla notable con Rudd cuando están enfundados en los trajes. Claro, como ocurre con el Hombre Araña, la gracia del personaje reside en los superpoderes que tiene, lo que le permite hacer peleas totalmente distintas (y que por lejos es lo mejor del filme), ya sea Rudd en modo gigante usando un camión como patineta o la Lilly caminando por el filo de una cuchilla que le acaban de lanzar (y dispuesta a patearle el trasero al agresor de turno). Mientras que el original era básicamente una película de atracos, acá es una comedia de enredos: Hank Pym (Michael Douglas, superenvejecido pero con el carisma intacto) tiene un edificio propio donde reside su laboratorio de ultratecnología y, como el mismo se reduce al tamaño de una mochila, lo que sigue es villanos y héroes sacándose de las manos el edificio / paquete, ya que el mismo tiene un túnel que permite viajar al universo cuántico, ese escenario hiper microscópico donde la esposa de Pym se perdiera hace 30 años y que Rudd logró entrar y salir en el final de la película anterior. Como el túnel tiene múltiples usos – rescatar a la esposa de Pym (Michelle Pfeiffer) o utilizarlo para estabilizar las moléculas de una asesina mutante entrenada por SHIELD llamada el Fantasma, cuyo fenómeno está a punto de entrar en estado critico en cuestión de días y la va a matar – mafiosos, villanos mutantes y héroes trajeados se pasan de mano en mano el edificio miniaturizado. Y no hay mucho mas que eso en la trama. Desde ya está la pandilla de Rudd (con Michael Peña repitiendo sus fantásticos monólogos), la pandilla del malo (Walton Goggins, haciendo un cameo extendido para que los héroes tengan un antagonista), y el Fantasma, la cual es una causa trágica que la locura del libreto termina por desperdiciar: una niña atrapada en un invento basado en una idea de Pym, el cual sale mal y no sólo mata a sus padres sino que la convierte en un ser molecularmente inestable, capaz de materializarse / desmaterializarse a gusto pero a costa de un dolor terrible. El Fantasma está a cargo de Hannah John-Kamen, una morena de ojos claros y expresión salvaje que ya había demostrado su fiereza en Ready Player One. La Kamen da para el estrellato, ya que es mala o frágil según lo pidan las circunstancias, y exuda energía cada vez que está en escena. Si Ant-Man y la Avispa tuviera un final claro, un villano definido al cual destruir (no ese mamotreto que le dieron a Goggins como papel), hubiera sido un filme superior a la Ant-Man original. Aún así, con todos sus errores cinematográficos, sus desprolijidades y su falta de objetivo, me resulta un placer culpable con el cual me reí mucho y lo disfruté como si fuera un niño.
No dejamos de jugar porque envejecemos. Envejecemos porque dejamos de jugar. ¿Quién no ha jugado a la Mancha?. Hay montones de variantes pero la mecánica siempre es la misma; el manchado persigue a otros, traspasa la mancha a una víctima, y ahora éste se convierte en verdugo, cazando al resto para pasarle su maldición. Para los ingleses es Tag (¡etiquetar!) y es la base de la película de Jeff Tomsic. Un grupo de adultos que se conocen desde la infancia han hecho una promesa y desde hace 30 años juegan a la Mancha, sin importar el lugar ni las circunstancias. Claro, esto tiene un par de reglas mínimas: no juegan mujeres ni otros fuera del grupo original, y sólo se juega durante el mes de Mayo de cada año. En el grupo hay de todo, desde paranoicos a fumones, pasando por un super ejecutivo (Jon Hamm, que no puede sacarse de encima la imagen de Mad Men), y un pasado de rosca (Ed Helms) casado con una loca que es mas fanática del juego que todos los otros juntos (Isla Fisher, maldiciendo en 20 idiomas distintos y robándose cada escena donde aparece). Pero en el juego hay un líder indiscutido: Jerry (Jeremy Renner), el que permanece invicto desde hace 30 años. La ocasión ideal es el 31 de Mayo, fecha en que se casa con su simpática novia (Leslie Bibb, mostrando toda su ilimitada hilera de dientes cada vez que puede), y en donde pueden atraparlo de una vez por todas antes que se retire definitivamente del juego. A los críticos ¡Te Atrapé! le pareció mediocre, pero yo me divertí mucho. Hay mucha comedia física en donde todos estos pavos se pegan unos porrazos de novela, pero las palmas se las lleva Renner, que tiene una actitud ultra ninja para el juego. Se disfraza, entra a escondidas, calcula probabilidades, tira donnas como si fueran shurikens y, vestido de negro, hace parkour como los dioses. Para el resto de los cuarentones es imposible alcanzar a un tipo en tan perfecto estado, pero se dan maña para armarle trampas… aún cuando Renner se comporte como Batman y tenga una cueva secreta llena de gadgets, disfraces y químicos para engañar y derrotar a sus contrincantes con métodos para nada ortodoxos. Si ¡Te Atrapé! me sacó unas cuantas carcajadas (el cast es un lujo y hay un par de gags que son formidables), por otro lado el filme pega un par de patinazos cuando mete con calzador un par de circunstancias dramáticas – algunas reales, otras falsas -, las cuales son demasiado graves como para poner como excusa o como para intentar usarlas para crear un lazo emocional con esta pandilla de vagos pasados de rosca. Bordea el mal gusto y, aunque son aisladas, opacan lo que era una comedia eficiente. Aún con esos defectos, ¡Te Atrapé! me parece muy recomendable. Son grandes actores haciendo pavadas con una pasión formidable considerando lo pequeño de la anécdota, y es mas una comedia de situaciones que una historia sólida conformada por tipos reales y personajes bien formados. Sean caricaturas, sean circunstancias exageradas, sea como sea, yo sigo riéndome de Renner usando el bolsito de una anciana como un nunchaku y haciendo piruetas sobrehumanas para evitar que un grupo de bobos lo manche… una actitud tan calculadora como paranoica que me parece altamente festejable.
Todo lo fresco e intenso que tenía el reboot / secuela Jurassic World (última iteración de la saga jurásica comenzada por Steven Spielberg en 1993) termina diluído en Jurassic World: El Reino Caído. No solo refrita cosas de The Lost World, sino que se mete en un berenjenal en la segunda parte y no logra salir bien parado. Y para colmo comete el pecado de desperdiciar a Jeff Goldblum – regresando a la saga como Ian Malcolm – en un cameo sacrílegamente anónimo, despojado de esas goldblumeadas que lo hacen memorable (vean sino la participación de Jeff en Thor: Ragnarok, donde conserva intacto todo su mojo) y poniendo en su boca conclusiones obvias. Por supuesto uno sigue enamorado de Bryce Dallas Howard. Pelirroja, morruda, bonita, buena actriz… y una que ha tenido una carrera a los tumbos, lo cual no debería haberle pasado ya que tiene belleza y personalidad. Pero Jurassic World era su hora del estrellato y acá está de vuelta, convertida en una heroína de acción 100% aunque la historia se lleve a las trompadas con la lógica. Porque los absurdos abundan en Jurassic World: El Reino Caído, ya sea el cómo John Hammond se le ocurrió construir un parque de costo billonario en una isla volcánica a punto de explotar, cómo había un socio secreto de Hammond que nunca conocimos en todas las películas anteriores, cómo la gente logra sobrevivir las nubes piroclásticas como si fuera el humito de un asado (cuando deberían cocinarte vivo), cómo el personaje de la Howard sigue libre cuando debería estar tras las rejas y con juicios billonarios debido a su negligencia en el manejo de la crisis de Jurassic World que terminó con decenas de personas devoradas, clones que salen de la nada, y el punto mas estúpido es el del uso de dinosaurios como armas teledirigidas. Como dijo un crítico, si el raptor ataca a donde uno dirige un láser y emite un sonido… ¿no es mas simple hacer lo mismo con un rifle, disparar una bala y gastar un par de dólares en un proyectil de plomo que en vez de un bicho creado en un laboratorio y que sale un par de decenas de millones de verdes?. Aparte que los dinosaurios no son inmunes a las balas, off course. La primera parte es El Mundo Perdido: Jurassic Park II reciclado. Acá hay que salvar a los bichos porque el único volcán de la isla (!!) va a estallar, y piensan llevar los especímenes a tierra firme… sin acordarse que existe el sitio B, la isla donde creaban los clones y que fuera presentada en Jurassic Park III. La Howard, libre de cargos, dirige una fundación para salvarlos antes que los bichos se achicharren y para ello vuelve a reclutar a Chris Pratt, el que no tenía nada mejor que hacer que construir una cabaña en un lugar paradisíaco. A Howard y Pratt los apoya un siniestro CEO (Rafe Spall), que sale de la nada y representa los intereses de un ex socio de Hammond. El tipo pone toda la viyuya, van con un gran cazador blanco (Ted Levine, que exuda maldad pero está demasiado viejo para esta clase de papeles), y pronto descubren que las intenciones de la expedición no son todo lo honorables que debieran. Mientras Pratt & Howard escapan de la explosión volcánica se meten de polizones en el barco de Spall, que lleva los bichos rescatados a una mansión en donde Toby Jones quiere hacerlos plata vendiéndoselos a quién sabe quién. Los héroes harán un par de aliados, irrumpirán en la subasta y terminarán arruinando la operación, aunque ello los lleve a enfrentarse frente a un nuevo engendro mutante llamado el Indoraptor. Si como espectáculo pochoclero zafa el problema es que, para el que sigue y reverencia la saga, Jurassic World: El Reino Caído es como un escupitajo en la cara. No hay un giro intrigante y novedoso, y toda la segunda mitad te hace crujir los dientes de lo agarrada de los pelos que está la historia. Además la gran cuestión – si los dinosaurios deberían seguir viviendo – es algo que debería resolverse con un NO gigantesco, ya que los bichos ya devoraron un montón de gente (se acuerdan del memorable parlamento de Goldblum en The Lost World: “si, primero todos dicen “ahh, ohhh, woow…”, y luego empiezan los gritos, las corridas y los “aargg, auxilio, socorro!””). Acá hay dos o tres ocasiones en donde los bichos deberían terminar muertos o rostizados y algún personaje estúpido termina por sentir lastima y los salva a ultimo momento… como para que sigan habiendo secuelas. Es difícil adjudicarle el costo de toda la mediocridad al director J.A. Bayona (que ha hecho cosas muy buenas como El Orfanato o A Monster Calls), ya que Colin Trevorrow es el autor del libreto. Si al tipo se le terminaron los ideas o le faltaba tiempo para terminar de cocinarlas es su responsabilidad, y acá lo que termina de hacer es arruinar un prometedor renacimiento, el que puede recaudar fortunas en taquilla pero seguramente terminará por decepcionar a fans y espectadores casuales de la franquicia, los cuales se acercaron con una expectativa y terminaron llevándose un chasco tremendo.
Si el universo cinematográfico nos ha negado tener una versión decente de Los 4 Fantásticos (aún después de cuatro intentos!), al menos la compensación cósmica la tenemos en la saga de Los Increíbles. Las diferencias del reparto de superpoderes son cosméticas (pusieron a un chico velocista a lo Flash en vez de la Antorcha Humana, pero el resto se ve igual) pero la mecánica es la misma. Considerando que cuando apareció el filme de Brad Bird en el 2004 no había casi nada en materia de superhéroes – sólo algunas producciones esporádicas; no existía ni el Universo Cinemático Marvel ni Christopher Nolan había llevado al zenit de El Caballero de la Noche -, su regreso era mas que esperado. Y las pruebas están a la vista: con el género de superhéroes en plena euforia, Los Increibles 2 hicieron 1.231 millones de dólares, nada mal para una franquicia que se tomó 14 años en parir la pertinente secuela. Aún con todo ello – los halagos de la crítica y el público, la tonelada de dolares de recaudación en taquilla – la saga de Los Increíbles es una que no me termina de conformar. Los raptos furiosos de acción y humor no terminan camuflar que hay algo aburrido escondido en la trama, un detalle que es difícil de descifrar cuál es y por qué no funciona. Será porque hay toneladas de referencias pop y toques retro futuristas (que tanto ama Brad Bird pero que se le escapan al público infantil); o será que, cuando los trajes de superhéroes están guardados, la trama familiar no es muy divertida que digamos. Los Increibles 2 tiene mucho mas acción y humor que el original pero, por contra, el argumento es mas débil: toda la historia de una pareja de hermanos billonarios decididos a sacar a los superhéroes de la ilegalidad (y abandonar todo ese escenario tipo Watchmen que el original del 2004 había pintado) parece arbitraria y traida de los pelos. Lo mismo las causas de la venganza del villano parecen carecer de fuerza. El por qué se reúnen de la nada un montón de politicos de todas las naciones y desean eliminar el baneo a la actividad de los superhéroes es inexplicable. Todo esto es una excusa para que superhéroes y mandatarios estén reunidos en un solo lugar y a mano de los propósitos nefastos del villano, pero carece de lógica explicable. El otro detalle que afecta a Los Increibles 2 es la necesidad de cambiar los roles tradicionales y empoderar a Elastigirl (e incluso ponerla contra una super villana). Uno está de acuerdo con la necesidad de emparejar roles, funciones y hasta salarios entre hombres y mujeres en Hollywood, pero una cosa muy diferente es alterar el balance de una franquicia establecida para dejar contento a un grupo de público determinado. Es como si tomaran la historia de Superman e hicieran a Lois Lane el personaje mas importante de la historieta, o como aquellos que pujan el reemplazo de Daniel Craig por una Jane Bond mujer. Llega un punto en que el movimiento para empoderar a las mujeres (sea actrices, directoras, roles femeninos, etc) termina siguiendo un camino forzado y antinatural en vez de un crecimiento espontáneo. Acá Elastigirl viene a ser una especie de Batman (o Batgirl, si se quiere), plagada de gadgets para derrotar a los villanos de turno mientras Mister Increíble se ve relegado al rol de niñero y amo de casa. Si, pasan cosas graciosas, pero la decisión del libreto es superficial. Si los hermanos Deavor quieren sacar a los héroes del ostracismo, ¿por que no elegir 10 o 20 héroes en vez de centrarse unicamente en Elastigirl?. Es por eso que el equipo aparece a las perdidas, al principio y al final del filme, y el resto son las desventuras familiares de Mr Increíble mientras Elastigirl investiga el misterio de turno. Eso es lo que hace diferente al filme de cualquier otro de superhéroes en donde los paladines de turno se pasarían minuto a minuto develando el plan del villano en vez de ocuparse de los problemas amorosos de la hija adolescente, el drama para aprender matemáticas del pequeño de la familia o ver qué macana está haciendo el bebé que acaba de descubrir sus superpoderes. Quizás el problema pase – en un momento de sinceridad suicida – porque a nadie le importa la vida familiar de los Parr y solo espera ver los superheroismos habituales como un filme de Marvel. O quizás la cuestión sea que los elementos familiares no está bien balanceados – yo me divertía mucho con la inusual (y amorosa) conducta paternal de Paul Rudd en Ant-Man, pero acá los Parr & Cia me aburren -. Los Increíbles 2 es mas de lo mismo; es espectacular y tiene humor, pero el libreto tiene menos sentido y aún hay momentos que aburren a la platea infantil. Ni por asomo es un mal filme, pero desde ya es uno que no termina por satisfacerme del todo a pesar de su exquisito envoltorio de lujo.
Qué feo que es cuando una gran película descarrila en la recta final. Hereditary no es el primer ejemplo de esto (que vengo viendo bastante seguido en los últimos tiempos), pero tampoco será el último. Si uno lo ve en retrospectiva, lo que hace Hereditary es cumplir la premisa inicial – escondida, camuflada en el libreto -, pero termina por irse al garete a la hora de concretarla. En el medio hay un sinfin de desvíos posibles – apasionantes, horripilantes – que el guión evade… ¿para llegar a esto?. Si no fuera por esa media hora final, yo pondría a Hereditary entre los mejores filmes de terror del año y hasta me animaría a postular a Toni Collette para un Oscar. El elenco es súper sólido pero Collette es una fuerza de la naturaleza, sutil cuando se precisa, y explosiva en el momento mas inesperado. De todos los caminos posibles, Hereditary toma el mas estúpido. Es una macana porque la primera hora es una exquisita obra de terror kubrickiana. La madre de la Collette ha muerto y ella no logra hacer el duelo porque la mina era mala y retorcida, y en los últimos tiempos – cegada por la demencia senil – era un peligro ambulante que hasta intentó acuchillar a su nieto. La cabeza de la Collette funciona de maneras extrañas para lidiar con el duelo – como ella es una artista de renombre especializada en miniaturas, hace maquetas de su madre postrada en su lecho de muerte, o apareciendo en la puerta de su cuarto a medianoche -. Todo el tema de las maquetas es escalofriante porque te da la impresión de que el filme va a rumbear por ahí – creo que hay un episodio parecido de la serie Galería Nocturna -, donde ella ve cómo el fantasma de su madre deambula por la casa a través de los muñequitos que se mueven por las recreaciones de juguete de la casa. Incluso el director cambia de planos – por ejemplo, amanece en la casa – y vos lo que ves no es la casa real sino una miniatura de la Collette, con arboles y todo. Es como un juego de dimensiones, donde no sabés si lo que pasa es en la casa o en la maqueta. Para colmo el espíritu ambulante de la vieja va dejando señales y Collette de manera enfermiza las escribe en las paredes de la casa que viven. Si ese fuera el único problema… el drama, por otro lado, es que la familia es disfuncional y viven en una casa espantosa. Todo es deprimente, de colores opacos y madera barnizada, oscuro, apagado, sin vida. Al director le encantan los corredores, los planos simétricos y jugar con la luz, incluso la nena (Milly Shapiro que, no quiero ser malo, te da la impresión que tiene alguna enfermedad deformante porque definitivamente no tiene un rostro normal) tiene visiones y costumbres raras como coleccionar cabezas de pájaros muertos (¿alguien dijo Hotel Overlook?). El pibe (que lo venden como hijo natural pero Alex Wolff – el de la última de Jumanji – tiene mas pinta de hindú que de hijo de la Collette y Gabriel Byrne) es un fumón y calentorro de aquellos, y al ir tras una piba, accede (ordenado por Collette) a llevarse a su hermana a una fiesta. El drama es que la nena es rara, es alérgica, come algo que no debe y Wolff sale pitando hacia el hospital… justo cuando ocurre algo desgraciado que es por lejos la escena mas shockeante del filme. La Guerra Fria, la Segunda Guerra Mundial, proyectos faraonicos argentinos... todo eso esta en HistoriaDeCulto, el portal sobre historia argentina y mundial del siglo XX Toda historia de fantasmas puede ser reinterpretada en terminos sicológicos – tu mente te engaña y te hace ver cosas que no existen para poder lidiar con un drama real que te tortura – y acá el director Ari Aster toma prolija nota del detalle. La Collette, en un momento, explica cómo las enfermedades siquiátricas abundan en la familia, y cómo su hermano, su abuela y su padre se chiflaron y se suicidaron. Como no hay dos sin tres, la explicación mas racional es que la Collette – ante la avalancha de muertes que acumula su familia – terminó por trularse, imaginacosas y hace cosas mas raras aún. Hasta ese momento el filme va genial, y uno puede decir que el tema de la pelícuka es gente real, con problemas, que no sabe lidiar con el duelo y termina enloqueciéndose e imaginando cosas. El problema es que – como decía mi abuelo – si empezás con vino, tenés que terminar con vino, no con vodka y tragos estrafalarios, porque sino la mezcla te pega mal en la cabeza… y algo así es lo que sucede con la historia. (alerta spoilers) Si Aster ha estado construyendo un drama tremendamente realista y posible, atado a la Tierra con todos los pies en el suelo, la introducción con calzador de un festival de shocks baratos, cosas físicamente imposibles y leyendas paganas suena a un escupitajo en la cara del espectador. La última media hora está tan plagada de momentos WTF que ni aún la bravura de la Collette puede salvar a que el filme decida lanzarse al precipicio (fin spoilers). Aún con el horrendo final (por lo mal escrito, no porque sea aterrador) Hereditary me resulta recomendable. Tiene muchos buenos elementos, desde las perfomances hasta el clima y el principio de la historia. Lastima que el director se pasó de cocción y de condimentos y terminó arruinando algo que amenazaba ser una pequeña obra maestra, ya que la primera parte estaba construida como los dioses. Una lástima ya que pocas veces se ve una combinación de elementos en estado ideal y una idea con mucho potencial para convertirse en algo genuinamente aterrador.
Ultimamente está pasando algo muy curioso con el cine fantástico – y especialmente con las sagas y títulos de culto – y es la talibanización de la audiencia. Gente que, en masa, rechaza alteraciones, remakes y versiones alternativas de historias clásicas o de sus personajes favoritos. Es un criterio bastante idiota – por ejemplo descartar de plano la remake americana de Ghost in the Shell porque la protagonista ahora es una rubia caucásica (cuando si se lo considera en el contexto de un mundo cosmopolita como Blade Runner puede ser perfectamente viable), o la versión femenina de Los Cazafantasmas, la cual fue injustamente torpedeada ya que era muy buena -, porque prejuzga antes de ver si la obra tiene méritos de valía en la nueva versión, o si las excusas para el cambio están justificadas. Algo de eso esta ocurriendo con la comunidad Star Wars, donde los fans se siente violentados especialmente después de The Last Jedi. Es cierto que los autores de la nueva generación no saben recrear a los personajes clásicos de la saga – Han Solo nunca se pareció al original Han Solo; Luke Skywalker ya no es el niñato inocentón de hace 30 años -, pero tampoco quieren que los cineastas experimenten con nuevas ideas (para colmo, el libreto del filme que nos ocupa fue escrito por los Kasdan, padre e hijo, históricos contribuyentes creativos de casi todos los filmes de George Lucas, incluyendo la saga de Star Wars). Si El Despertar de la Fuerza tuvo un éxito brutal, fue porque era la versión 2.0 de Una Nueva Esperanza (la Star Wars original) y pareciera que los fans están contentos de escuchar una y otra vez la misma historia con mínimas variaciones en cuanto a sexo y nombre de personajes. Es como el teatro kabuki, que usa la misma estructura, solo cambia las partes y todas las historias son idénticas entre sí con meros retoques cosméticos. Todo lo cual me lleva a desafiar abiertamente a la comunidad de fans de Star Wars para preguntarles: ¿en qué caraj… están pensando?. Aceptaron idioteces monumentales como la trilogía de precuelas casi sin chistar (al menos le llenaron los bolsillos a George Lucas de manera obscena), sólo porque venía con la firma de Dios en el orillo, pero consideran blasfemos a todos los artesanos off shore que se acercaron a modernizar la saga, presentarla al público moderno y prolongarla en el tiempo. Si pudieran, lincharían a Rian Johnson por El Ultimo Jedi y ahora, en el caso de Solo: A Star Wars Story, se han dado el lujo de torpedear el filme y convertirlo en el primer fracaso de la saga (costó 300 millones, recaudó 390). No sólo abortaron la posibilidad de un universo expandido de Star Wars (a lo Marvel) sino que ponen en serio riesgo la rentabilidad financiera de toda la franquicia. Como diría William Shatner, ¡Get a Life!. Honestamente Solo, A Star Wars Story no merecía tanto rencor. A la crítica le cayó bien: no es memorable, pero pasás un rato divertido. Después de todos los dolores de parto – echaron de una patada en el tuje a Phil Lord & Christopher Miller (que seguramente habrían hecho un filme mucho mejor, al estilo de Edgar Wright o James Gunn, plagado de comedia irreverente que camuflara la sosa historia), trajeron a un pistolero a sueldo como Ron Howard y el tipo se dió el lujo de refilmar el 80% de la película, así que no pueden responsabilizar del fracaso a los directores anteriores -, el resultado final es una aventura de matineé con algunos personajes interesantes, mucha acción y una historia agarrada con alfileres. Claro, no está Harrison Ford (herejía!!) pero pusieron a Alden Ehrenreich que al principio desentona pero después le agarrás cierta simpatía. Es cierto que se ve que el tipo está nervioso y se la pasa agarrándose los pantalones, pero tiene sus momentos de lucimiento. El drama es que el tipo encarna a una leyenda y, lo que es peor, lo metieron en un libreto plagado de personajes con carácter fuerte, los que terminan devorándole el espacio en pantalla. Woody Harrelson sigue siendo un ladrón de escenas, Thandie Newton rebosa de dureza, Donald Glover hace un Lando Calrissian mejor que el de Billy Dee Williams, y hasta hay una robot (L3 – nombre homenaje al estudio inglés Elstree donde rodaron la primera película de La Guerra de las Galaxias -, con la voz de Phoebe Waller-Bridge) cínica, soberbia y pasada de rosca que es por lejos lo mejor del filme. Hasta Emilia Clarke está bonita y destila sonrisas. Ehrenreich termina abrumado por todo eso y sólo termina brillando de a ratos. La historia es rebuscada, sin mucho asidero. Solo descubrimos algunas cosas de la infancia de Han, y cómo consigue a su compañero y todos sus chiches, pero tampoco vemos cómo este tipo evoluciona de ser un tiro al aire a transformarse en el contrabandista mas taimado de la galaxia. A mi juicio la película está bien y es divertida, y había margen para un par de secuelas para que Ehrenreich ganara confianza y expandiera su historia de origen; pero el extremo sibaritismo de los fans de Star Wars aniquilaron el filme y tuvo una recaudación decepcionante, como si los tipos se hubieran puesto de acuerdo para mandarle un mensaje mafioso a Kathleen Kennedy, la CEO de Lucasfilms bajo la égida de Disney, para que deje de manosear los textos sagrados. La veneración se ha convertido en fanatismo ciego, lo cual es repudiable y olvida el hecho de que éstos son personajes de ficción creados para entretenimiento, no figuras sagradas. Aunque, viendo esto, uno termina preguntándose si George Lucas no fue mas inteligente que todos nosotros juntos, vió toda esta locura y decidió escaparse por la tangente con la trilogía de precuelas, espantosas por cierto, pero que al menos tocaban poco y nada de los personajes principales de la saga (Darth Vader, Obi Wan Kenobi, los gemelos Skywalker), porque sabía que lo iban a linchar si retomaba la saga original sin los engranajes aceitados como corresponde. De ser así, estamos entrando en una era muy peligrosa en donde el publico se ha radicalizado tanto que prejuzga y condena sin ver siquiera cinco minutos del filme para valorar la calidad del material, y se aferra de manera feroz a la rutina sin darle opción a la creatividad y a la expansión de universos ya conocidos. Objetividad cero y fanatismo al 250%, una combinación que opto por aborrecer hasta su mas mínimo estamento.
Si usted busca a actores de calibre – gente camaleónica que puede asumir cualquier rol de manera perfecta -, tiene que irse a Gran Bretaña. Ahí va a encontrar tanto intérpretes de alto rango como gente gritona, perfectos para personajes de autoridad y formados en el teatro shakespeareano. En cambio si va a Estados Unidos sólo se topará con estrellas: tipos que no siempre son buenos actores pero que poseen un carisma sobrenatural que les permite apoderarse de cualquier escena en la que aparezcan, individuos cuya presencia la gente reclama a los gritos… y que han perfeccionado un único y específico papel por el cual son populares. Humphrey Bogart siempre hizo de Bogart; a Christopher Walken solo le pedimos que haga sus Walkeniadas habituales; Jack Nicholson tuvo el privilegio de triunfar en dos campos: el de loco chiflado y el de loco malo y peligroso. Encasillados en sus personalidades cinematográficas estos individuos triunfarán (y harán una carrera de ello) si logran mantener frescos sus alter egos de ficción, evitando que la gente se canse de ellos. Mucho de eso es lo que ocurre con Deadpool 2, secuela del vehículo cinematográfico que sacó a Ryan Reynolds de las ligas menores y lo volvió una estrella super taquillera. Ahora se ha vuelto imposible distinguir al actor del personaje y, cuando uno ve una comedia standard de Reynolds (de los últimos tiempos como Duro de Cuidar), se trata simplemente de ver a Deadpool sin su traje rojo. Ciertamente es una personalidad encantadora y super graciosa pero… ¿durante cuánto tiempo mas podrá seguir vendiendo lo mismo?. Pero si Reynolds corre por el filo del peligroso estigma del encasillamiento, al menos en su favor hay que argumentar que en Deadpool 2 ha pulido su personaje hasta el límite de la perfección. Sigue siendo gracioso, zarpado y plagado de chistes cínicos y autorreferenciales, pero aquí Reynolds le ha agregado un costado impensado: Deadpool tiene corazón, y uno que es mucho mas sensible de lo esperado. Cuando una misión queda incompleta y los esbirros encuentran la casa de Wade Wilson y arrasan con ella – incluyendo a su amada novia Vanessa (Morena Baccarin) -, nuestro amado antihéroe queda desolado. Y uno se entristece con él. Si Deadpool 2 se siente superior al filme original es porque es mas tridimensional y está mejor actuada, y ése merito le cabe tanto a Reynolds (que oficia como guionista) como al director David Leitch, el mismo de la primera John Wick y de Atómica, y el cual sabe hacer una pausa en medio del destripe, la locura y los chistes para poner un puñado de secuencias altamente emocionales. Es que nos hemos enamorado del payaso sanguinario y su vida sentimental nos importa. Y cada encuentro onírico con su amada Vanessa – donde le va dando las pautas de cómo puede seguir viviendo sin ella – está armado con mucha sensibilidad. A final de cuentas Deadpool 2 no es la historia de un sicario de humor desquiciado combatiendo a un hombre biónico que viene del futuro, sino la crónica de un tipo que perdió todo, lo recuperó y volvió a perderlo. Es dificil ser depresivo e inmortal porque las reglas del suicidio no se te aplican. En todo caso Deadpool 2 es la crónica de la búsqueda de afectos que te hagan sentir vivo cuando ya no te queda nada. Como ocurría en Guardianes de la Galaxia, es hora de formar una familia de cualquier tipo, aunque sea con una galería de fenómenos que al menos te tienen gran aprecio y se preocupan por vos. PortalColectivo, tu guia de colectivos urbanos en internet: recorrido de lineas de Capital Federal, Gran Buenos Aires y principales ciudades del interior de Argentina Por lo demás Deadpool 2 es el mismo delirio de siempre. Hay toneladas de bromas de superhéroes, guiños cinematográficos y chistes fuera de lugar. Hay menos locura y mas acción, y el filme se siente mas medido y maduro. Por otra parte el villano está mucho mejor definido que “el inglés con risa malévola” del primer filme. Acá el cast actúa y le pone una ganas tremendas: desde la horrible causa perdida de Cable (Josh Brolin tiene tiempo de sobra para ser sensible y badass al mismo tiempo) hasta el pibe que puede lanzar llamas con las manos (el delicioso Julian Dennison, el cual tiene un rango formidable para la comedia y el drama) que viene a usar sus superpoderes contra aquellos que lo han torturado por ser diferente y amenaza con convertirse en el futuro exterminador de toda la humanidad. Cuando un adulto daña a un niño, no sólo está arruinando la vida de un inocente sino que está dando a luz a un monstruo que prolongará la cadena de daño perpetuo con la generación siguiente. Deadpool 2 me pareció una película genial, y me gustó mucho mas que la primera. La original era una avalancha de chistes zarpados que parecía salida de la revista MAD; acá el personaje está mucho mas maduro y mejor construido, y hasta tiene una causa noble para defender que permite redimirlo. Y si Reynolds quiere ser Deadpool toda su vida me parece bien, siempre que lo haga con la altura (y la gracia) que termina demostrando en esta ultima entrega. PD: no se pierdan los créditos finales, no sólo no tienen desperdicio sino que tienen los mejores gags de la franquicia hasta ahora.
El concepto de las “nanas mágicas” viene de la literatura inglesa, en donde los ejemplos abundan: desde Mary Poppins hasta Nanny McPhee, personajes fantásticos que visitan a familias en estado problemático, ejecutan su cuota de milagros, armonizan el clima y se van cuando su misión se han cumplido. Son como ángeles guardianes y sanadores que preservan a las familias de buen corazón cuando éstas se encuentran en su momento mas caótico. Tully viene a ser una versión post moderna de Mary Poppins. Como esto no es Disney, el drama está presentado de manera cruda en primerísimo plano: en este caso una madre de dos chicos (Charlize Theron, magnífica como siempre y arruinando su fantástico cuerpo con un enorme sobrepeso para cumplir con las exigencias del papel) que acaba de tener el tercero… y termina por quedar en una situación que la excede en todo sentido. Para colmo uno de sus hijos es autista, pero ellos no terminan de caer – sólo atinan a calificarlo de “extravagante” – con lo cual la situación es aún mas caótica: berrinches de día, el verse al espejo gorda y arruinada, noches sin dormir para alimentar el bebé, dolores de todo tipo en un cuerpo hinchado y vapuleado, un marido bonachón que no colabora demasiado… Entra en escena el hermano de ella (Mark Duplass), ricachón, casado con una asiática, amante de los placeres, el lujo y el exotismo, y se propone hacerle un regalo: contratarle una niñera nocturna que cuide al bebé mientras duerme, y que sólo la despierte al momento de amamantarlo. La chica en cuestión es la Tully del título (Mackenzie Davis), fresca, jovial, flaquísima y con toda la vida por delante. La muchacha parece demasiado confianzuda y chismosa, pero pronto demuestra su valía. Y en toda la crisis del post parto se convierte primero en la compañera – y luego en la confidente – de la sufrida Theron. Desde ya, esto es un gran duelo actoral de Davis y Theron. Irradian naturalidad, sacrificio, emoción a flor de piel. Cada una tiene su propia crisis – la muchacha, enredada con un novio aburrido; la madre, con su drama familiar que la sobrepasa -, pero se vuelven amigas y arreglan sus cuitas. Sí, es una vida de porquería para la Theron pero la gente que la rodea la ama; no hay emoción, solo problemas pero, a su vez, es la vida de ama de casa que siempre quiso. Es una rutina sin sobresaltos, aburrida como el demonio y con sus complicaciones, pero acá hay amor. No hay infidelidades, no hay enfermedades mortales, no hay dramas graves; todo lo que hay se puede manejar, aunque sea agotador. AutosDeCulto, el portal sobre la historia de los autos Esa es la enseñanza de Tully luego de que ambas mujeres pasen juntas mil peripecias, incluyendo una salida de borrachera para intentar recuperar algo de la juventud perdida… que no va a regresar y se extraña mucho. Ahora ésta es la vida que te tocó vivir y, en realidad, no elegiste demasiado mal de joven. Quizás los problemas de Tully pasen por dos lados: uno, que termina predicando el conformismo. Uno debe poder encontrar la manera de vivir mejor a pesar de todos los problemas que te da la vida – encontrar la alegría en medio de una rutina devastadora -. El otro drama es la vuelta de tuerca final, que suena artificial y parece armada para poder darle un cierre a la historia. Si, es muy a lo M. Night Shyamalan, pero ¿era necesario?. Aún con todo ello, Tully es recomendable porque es inteligente la mayor parte del tiempo y está bien actuada. Quizás la primera mitad sea mucho mejor que la segunda – ilustrando con gracia y lujo de detalles los dramas de la maternidad -, pero sin ser una película redonda le vendrá bien a los que tienen treinta y tantos y tienen familia e hijos, sintiéndose identificados en muchos aspectos que trazan – con pinceladas de calidad – Jason Reitman y Diablo Cody… aunque fallen sobre la recta final.
Hablemos del ejército israelí, la fuerza militar mas eficiente del siglo XX. No poseen recursos inagotables ni armas de última tecnología como los yanquis, sino que se trata de una fuerza militar relativamente pequeña, altamente entrenada y extremadamente sagaz. Lo mismo podemos decir del Mossad, el servicio de inteligencia israelí que era capaz de rastrear y cazar a enemigos del estado y criminales de guerra nazi en cualquier parte del globo. Trabajando en conjunto, el ejército y el Mossad han dado a luz operaciones militares de magnitud épica como la Guerra de los 6 Días, en donde Israel estuvo a punto de ser reducido a cenizas por una masiva coalición militar de países árabes, la cual fue desbaratada con un preventivo raid relámpago que resulta digno de admiración. Después, discutir el tema de sus políticas nacionales – plagadas de decisiones polémicas – es harina de otro costal. Esa eficiencia militar a ultranza – que mezcla pragmatismo y bastantes dosis de amoralidad – ya la había plasmado Steven Spielberg en Munich, con el grupo comando que lideraba Eric Bana y que rastreaba toda Europa para dar con los terroristas que habían asesinado al equipo deportivo israelí en las olimpiadas de Munich en 1972. Pero, entre todas esas victorias y persecuciones que le dieron al ejército israelí un aura de implacable, quizás la mas legendaria sea la del rescate de un vuelo secuestrado en 1976 por terroristas palestinos y alemanes, el cual fue desviado hacia el aeropuerto de Entebbe en la república africana de Uganda, y que culminó con un operativo silencioso, veloz y certero que apenas dejó un puñado de muertos cuando los resultados esperados hablaban de una posible masacre. Si el rescate en Entebbe fue una muestra formidable de pericia militar y osadía – debiendo mandar decenas de tropas en una misión clandestina, volando bajo el radar sobre el espacio aéreo de un montón de países enemigos, incursionando a medianoche en un país extranjero para hacer una extracción masiva de decenas de civiles y salir pitando luego de eliminar a los terroristas -, 7 Días en Entebbe es un vehículo mediocre para intentar retratar todos los matices de semejante operativo y de todas las circunstancias previas que terminaron en el secuestro del vuelo de Air France en Julio de 1977 – el telefilme Raid en Entebbe de 1978 parece ser mas certero y excitante, y eso que fue rodado a menos de un año de que ocurrieran los hechos reales -. Hay buenos actores en el cast, y hay un intento de tridimensionalizar a los terroristas – en especial a los dos alemanes que participaron, interpretados por Daniel Bruhl y Rosamund Pike -, pero se distrae con tonteriís y no pone el acento en los aspectos mas peculiares de la situación. El director José Padilha (Tropa de Elite, la nueva Robocop) sabe crear tensión y rodar acción, pero debe lidiar con un guión estúpido que insiste en enfatizar la participación de un soldado israelí en el operativo, el cual no sólo no es interesante como persona sino que tiene una novia bailarina que se la pasa trabajando en un musical experimental. El libreto insiste en poner paralelos entre el musical y el secuestro / rescate, pero distrae y termina matando la adrenalina de las escenas. Por otra parte las secuencias del gobierno israelí – debatiendo si se tira al agua con un rescate militar en condiciones extremas – aburre porque los actores parecen mas interesados en calcar los tics de los personajes reales de la época (Itzak Rabin, Shimon Peres) que en exudar dramatismo. Pero quizás el mayor pecado de Rescate en Entebbe es relegar a un tercer plano al dictador africano Idi Amin Dada. En su momento su locura sanguinaria era legendaria, y si el tipo se prestó para que los palestinos aterrizaran en su país con el vuelo secuestrado, nunca queda demasiado claro cuáles fueron sus motivos o su protagonismo mas allá de buscar prensa. El tipo aparece amenazando a los rehenes pero, a la vez, posa para los documentales negociando la liberación de puñados de pasajeros como símbolo de buena voluntad. Sin Dada el secuestro nunca hubiera sido posible – ¿a dónde se habrían ido los terroristas con el avión secuestrado sin ser expulsados? -, y acá queda reducido al papel de personaje pintoresco cuando el tipo era una fuerza de la naturaleza, un demente tan delirante como peligroso cuyas atrocidades fueron memorables. Entre la música intrusiva, un Idi Amin desnatado y una burocracia gubernamental mas sosa de lo que debería, Rescate en Entebbe termina siendo un vehículo muy tibio para lo que fue una operación de rescate formidable y súper arriesgada. Habrá que revolver los viejos VHS e intentar encontrar el viejo filme con Peter Finch y Charles Bronson, el cual puede estar mucho mejor cocinado – y mas sazonado – que esta chatura que te deja sabor a poco en la boca.