No tan extraños en un tren. El cine parece no tener el misterio que solía… en particular cuando hablamos de “misterio” propiamente dicho. El subgénero whodunnit (quién lo hizo?) gira en torno de algún crimen o asesinato, que pone en la mira a múltiples sospechosos y donde las pistas van alimentando la intriga secuencia tras secuencia. La pluma de la mítica Agatha Christie exprimió al máximo este terreno en incontables novelas, siendo una de las más populares Asesinato en el Expreso de Oriente, la cual tuvo una primera transposición cinematográfica en 1974. Así las cosas llegamos a nuestro año 2017 y Kenneth Brannagh en su rol doble de actor/director nos presenta una versión renovada del relato. En los inicios de la década del ‘30 un grupo de pasajeros viaja en el mencionado expreso desde Turquía hacia el viejo continente. Entre ellos se encuentra el excéntrico Hércules Poirot, para muchos el mejor detective del mundo. En plena travesía el expreso queda varado a causa de una avalancha de nieve que retrasa el cronograma, pero hay un problema mayor: Ratchett, un hombre de negocios turbios, aparece muerto en su camerino. El crimen obligará a Poirot a hacer uso de todas su habilidades detectivescas para descubrir quién es el culpable del crimen. Cómo el género demanda, el relato está compuesto por un desfile de personajes que guardan algún secreto -el asistente, la condesa, el doctor, la institutriz, etc- por lo cual cada palabra y cada gesto puede ser el indicio de algo mucho más complejo, que tire algo de luz sobre el caso. Brannagh se dió el gusto y filmó en 65mm, agregando un elemento más en pos de sumergir al espectador en esta pieza llena de aire nostálgico. También aprovecha la tecnología moderna, en particular el uso de pantalla verde, para expandir el espacio de acción de los personajes y generar composiciones visuales que enriquecen cada puesta y le sacan ese peso claustrofóbico a una historia que sucede “en un vagón de tren”. Judy Dench, Michelle Pfeiffer, Johnny Depp, Penélope Cruz, Daisy Ridley y Josh Gad son algunos de los intérpretes que conforman este reparto de súper lujo acompañando al Poirot de Brannagh, que por cierto se luce poniéndole el cuerpo a un personaje tan carismático y emblemático del universo de Agatha Christie. En comparación directa con la versión de Sidney Lumet, algunos personajes fueron combinados para favorecer un mayor dinamismo narrativo y el peso del nuevo milenio derivó en una mezcla más “étnica” en roles originalmente concebidos de forma mucho más conservadora. Hoy el público es realmente global y la variedad es norma. Dependiendo el nivel de fanatismo particular de cada espectador, esta nueva versión podrá ser vista tanto como un acierto o una pequeña herejía innecesaria que atenta contra la obra original. Pero por sobre toda esa inevitable polémica, el resultado es interesante y brinda la posibilidad de ver en la pantalla grande una historia que rememora un modo particular de relato, revalorizando las tramas cuidadosamente entretejidas, el valor del detalle y los personajes que tienen mucho para decir, por más que intenten esconderlo.
Tom no corre, ¡vuela! Caracortada (Scarface, 1983), Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990), Casino (1995)… el cine está lleno de historias sobre el ascenso y caída de aquellos que operan en ciertas zonas moralmente oscuras que ofrecen mucho pero a cambio de todo. El director Doug Liman –Al Filo del Mañana (Edge of Tomorrow, 2014), Identidad Desconocida (The Bourne Indetity, 2002)- nos trae una de esas historias, con el agregado de tratarse de un hecho real: el de Barry Seal, un piloto comercial devenido en contrabandista narco e informante de la CIA. Tom Cruise y su histrionismo registrado le ponen el cuerpo a Barry Seal: Sólo en América (2017), dentro de un relato que condensa los años más activos del piloto, en los que se involucró en uno y mil chanchullos en ambos lados de la ley, entregando como resultado una suerte de Blow: Profesión de Riesgo (Blow, 2001), combinada con la autoconsciencia de El Lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013). Como es de esperarse, el impetu de Cruise es el alma de una fábula construida con el atractivo suficiente para atrapar incluso a aquellos que conociesen de antemano la vida y obra del polémico Seal. Breves “inserts” atemporales de Barry Seal explicando o acotando sobre aquello expuesto rompen con la temporalidad narrativa y ofrecen una dinámica interesante al conocido formato en clave “basado en hechos reales”. Si bien las desventuras del piloto son el núcleo del film, la coyuntura histórica sirve como segunda línea de lectura y enriquece el resultado final. Los narcos colombianos, el cartel de Medellín, Pablo Escobar (personaje a quien deberían dar un largo descanso en la ficciones), la CIA, las presidencias de Reagan y Bush, son todos elementos que desde lo dramático exponen de manera crítica el manejo político de los intereses siempre cambiantes de las potencias mundiales, sus trapitos sucios y la guerra por el poder. Liman y el guionista Gary Spinelli no se quedan solamente con el protagonista colorido, buscan contar algo más. Probablemente el único punto flojo sea la falta de profundidad en la propia moral de Barry Seal. Su nivel de participación en conflictos de naturaleza tan variada seguramente lo impactaron de maneras que la historia no sabe o elige no contar, inclinando la balanza en favor del mito. El diseño de arte ayuda a ubicar con eficacia en tiempo y lugar los hechos, y la producción en locaciones reales donde sucedieron algunos de los episodios descriptos agregan un plus a la realización. Con una relato que pone el foco sobre un personaje tal vez no tan conocido pero definitivamente colorido, Barry Seal: Sólo en América prueba ser un entretenimiento más que interesante… y sin la necesidad de hacer correr a Tom Cruise: directamente vuela.
Watergate, Garganta profunda y el fin del sueño americano La Casa Blanca, un presidente poco transparente y un hombre decidido a destapar la olla del escándalo más grande de Washington. Es difícil que esta clase de elementos no nos entreguen una historia interesante, y mucho menos cuando se trata de una historia verídica. El Informante (Mark Felt: The Man Who Brought The White House Down, 2017) nos pone en los zapatos de Mark Felton, el No.2 del FBI, que decidió convertirse en el famoso informante conocido por la prensa como “Garganta profunda” para hacer públicos los secretos del caso Watergate, aquel que obligó al presidente Richard Nixon a renunciar a su cargo en 1974. Liam Neeson interpreta a Felt en el film dirigido por Peter Landesman, hombre curtido en el terreno de los secretos escondidos gracias a películas como Parkland (2013) y La Verdad Oculta (Concussion, 2015). Tras el fallecimiento del mítico director del FBI J. Edgar Hoover, su mano derecha Mark Felt siente la presión del Presidente Richard Nixon, quien pone en la silla del Buró de Investigación a un hombre de su riñón, alguien que juegue a favor del gobierno; una estrategia no recibida de buena manera por Felt y los suyos. En medio de un proceder que el propio agente considera indigno de su agencia, Felt decide ir en contra de aquello que más valora para intentar salvarlo, y es así como se convierte en el informante de dos importantes periodistas, ganándose el apodo de “Garganta profunda”. Los datos filtrados por Felt se vuelven piezas clave para develar el escándalo de Watergate, que involucraba al presidente de Estados Unidos y su administración, responsables de intentar ocultar casos flagrantes de abuso de poder. Basada en la autobiografía publicada por el verdadero Mark Felt en 2006, no extraña que el peso de la historia descanse sobre los hombros de su personaje principal, retratado como el único hombre del FBI dispuesto a hacer todo lo que sea necesario para salvaguardar el honor de la institución. La interpretación de Liam Neeson es un claro reflejo del temple autobiográfico de Felt y entrega momentos de brillo, dentro de lo que podríamos llamar una “película de escritorios” al estilo de la ganadora del Oscar En Primera Plana (Spotlight, 2015), donde el grueso de la trama tiene lugar en reuniones dentro de oficinas, despachos y otros ambientes similares que se vuelven el telón de fondo para exposición de los personajes. Eso sí, el duro acento irlandés de Neeson se cuela de vez en cuando para rompernos el encanto. Diane Lane, Josh Lucas, Michael C. Hall y Tom Sizemore son algunos de los nombres Clase A que completan un reparto de lujo, haciendo su juego de buena manera dentro de un relato cuyo foco nunca abandona a Felt y entrega un thriller político bien ejecutado que se beneficia gracias al plus de “basada en hechos reales”.
Big trouble in little Marvel Thor: Ragnarok (2017) es la quinta película de la tercera fase del Universo Cinemático de Marvel -MCU para los entendidos- y la decimoséptima entrega de este ya bastante atiborrado compendio de films. ¿Por qué atiborrado? Es la primera vez que tenemos tres películas del mencionado universo en el mismo año. ¿Era necesaria una tercera en solitario de Thor? ¿Vale la pena como producto de entretenimiento? Respondiendo respectivamente a cada una de las preguntas: no y sí. En esta vuelta, el Neozelandés Taika Waititi –Casa Vampiro (Want we Do in the Shadows, 2014), Hunt for the Wilder People (2016)- se pone al mando desde la dirección y arma un relato donde los momentos de comedia inconexos funcionan mejor que la estructura general. Simplificando la trama, podemos decir que tras lo vivido en Thor: Un Mundo Oscuro (Thor: The Dark World, 2013) y Los Vengadores: Era de Ultrón (Avengers: Age of Ultron, 2015), Thor debe evitar que la nueva villana llamada Hela (Kate Blanchet) destruya Asgard y se cumpla la profecía más trágica de todas, aquella conocida como Ragnarok. Como bien indica el Camino del Héroe, durante su primer enfrentamiento con Hela, El Dios del Trueno no puede hacerle frente, su martillo es destruido y termina estrellándose -literalmente- en un extraño planeta donde se cruza con Hulk, su colega de los Avengers. La cuestión es que Thor deberá buscar la forma de regresar a su tierra natal antes de que Hela arrase con ella. En un proceso al cual se podría definir como guardianesdelagalaxización, esta nueva entrega de los estudios Marvel pone todas sus fichas en el costado más cómico, liviano y caricaturesco del género de aventuras: mucho color, muchos personajes pintorescos y música cuidadosamente elegida para acompañar las secuencias más dinámicas. Su estructura narrativa parece remitir a un capítulo serial antes que una película. Pensémoslo de este modo: si Thor fuese una serie, veríamos Ragnarok y diríamos: “¿Te acordás del capítulo en el que Thor se encuentra a Hulk en ese planeta raro?”. El primero acto y el tercero se encargan de desarrollar la trama principal, mientras que el acto intermedio se siente como un paréntesis en el cual Waiti quiso divertirse con los personajes y regalarnos momentos entretenidos sin ningún otro tipo de aspiraciones. Cate Blanchett da la sensación de estar pasándola fenomenal interpretando a la villana de turno; primera villana femenina del MCU, entendiendo a la perfección lo que un rol de estas características demanda, si bien Marvel sigue entregando enemigos algo endebles a nivel guión. Los cameos están a la orden del día -incluida la ya clásica aparición de Stan Lee- y son bien recibidos en esta película que prepara el terreno para la llegada de Avengers: Infinity War en 2018. Canalizando el espíritu del Flash Gordon de los ochentas e incorporando el tono Guardianes de la Galaxia, Thor: Ragnarok es un entretenimiento cuya función está fuera de cuestionamiento, si bien a gran escala no llegue a ser una obra culmine del género.
Una (geo)tormenta perfecta No es de ninguna forma una exageración decir que Geo-Tormenta (Geostrom, 2017) es una de las comedias del año, créannos. Gerard Butler sigue explotando su costado histriónico de “hombre contra todo” y esta vez le hace frente nada más y nada menos que al apocalípsis climático. El científico/chanta/rebelde/padre separado Jake Dawson (Gerard Butler) es el responsable de la creación de un elaborado sistema de satelites desarrollados para evitar catástrofes climáticas en cualquier parte del mundo. La colaboración entre cientos de países del globo hizo posible que desde una estación espacial se neutralice cualquier tipo de amenza natural contra la civilización, ya sean tornados, nevadas, tsunamis,olas de calor, etc. Después de que Lawson pierde el control de su creación debido a su conducta indomable –con una escena durante una audiencia que se encarga de poner en diálogos de los personajes TODO lo que el espectador necesita saber- el mega dispositivo funciona bien durante un par de años, pero de repente se suceden fallas ocasionando ataques que inicialmente parecen accidentales o fallas aisladas, pero todo indica que alguien está utilizando los satélites para atacar áreas determinadas en lugar de protegerlas. Y cuando las papas queman todos van a pedirle perdón al bueno de Dawson para que intente poner la casa en orden. Gerard Butler nos entrega una performance a lo Gerard Butler a la enésima potencia como el go-to-guy que primero era una amenaza pero se termina convirtiendo en la única alternativa… y realmente parece divertirse con este cliché de personaje bidimensional que le toca interpretar cada vez más seguido. Jim Sturgess interpreta a Max, el hermano de Lawson con quien viven una eterna competencia fraternal. Andy Garcia se convierte en la nota de color, interpretando a un presidente de los Estados Unidos utópicamente sencillo y con sentido común de apellido Palma. El debut como director de Dean Devlin cumple con todos los requisitos del cine catástrofe, pero al drama humano, la destrucción desmedida y el sacrificio heróico le agrega una subtrama conspirativa, persecuciones, tiros, chistes con dudoso timming y viajes al espacio como quien va al kiosco y vuelve. Vista con el humor apropiado, podríamos estar hablando tranquilamente de la comedia del año: Un sistema que evita catástrofes climáticas de repente puede ser invertido para realizar lo exactamente opuesto, científicos portando armas en una estación espacial, el presidente de una potencia mundial tirando chistes en medio de una persecución en auto… y por sobre todo titular un film “Geotormenta” y pretender que no nos cauce un poquito de gracia. Los clichés están a la orden del día, desde el padre que tiene que dejar a su hija para ir al espacio pero le promete volver, hasta los hermanos unidos por el desastre, pasando por la moraleja de “si trabajamos juntos podemos”, la cuenta regresiva y el protocolo de autodestrucción que busca ponernos al borde de la butaca. Pero lo divertido de todo esto es que el propio film no se toma a si mismo tan en serio y se regodea en este festival de lugares comunes y tropos ampliamente transitados. Pocas veces el entrenimiento banal y formulaico se atrevió a ser tan divertido y autoconsciente al mismo tiempo.
Dos extraños en la nieve Cuando el cine une a dos súper estrellas de la industria, los productores suelen frotarse las manos mientras se imaginan la cantidad de billetes que van a contar al momento de estrenar la película. Porque suponen que, independientemente de la historia que les toque protagonizar, su mera presencia conjunta ya es garantía de éxito comercial. En el caso de Más Allá de la Montaña (The Mountain Between Us, 2017), el israelí Hany Abu-Assad tiene el mérito de unir a Kate Winsley e Idris Elba en pantalla, pero no logra aprovecharlos al 100% dentro de una historia despareja. Los caminos de Alex y Ben (Winslet y Elba) se cruzan fortuitamente en un aeropuerto del cual no pueden salir porque su vuelo se canceló, y ambos comparten un pequeño avión piloteado por el veterano Walter (Beau Bridges) para poder llegar a destino en tiempo y forma. Cuando Walter sufre un paro cardíaco en pleno vuelo y el pequeño avión se estrella, Alex y Ben se encuentran a merced de los elementos, varados en medio de las montañas. Lo que comienza siendo una historia en clave Viven (Alive, 1993) pero en versión “vuelo charter”, nos invita a transitar el derrotero de la pareja unida accidentalmente y su lucha por sobrevivir con todo en contra. No obstante, conforme llegamos a la mitad del segundo acto, la cuestión da un giro curioso que despega el relato del drama de supervivencia y lo acerca a una experiencia con aires de telefilm, digno del desaparecido Hallamark Channel. Movida bastante extraña, ya que el costado sentimental del film se percibe descolocado, incapaz de encontrar el tono correcto. La fotografía de Mandy Walker retrata con belleza el entorno natural que contiene a los protagonistas, pero la química entre ellos no termina de cuajar por completo, a pesar de entregar interpretaciones de buen nivel. El guión de Chriz Weitz busca crear intriga en torno al background de los personajes, aunque muchas veces cae en un despliegue de información redundante, tal vez por miedo a no perder la atención del espectador; da la sensación de desperdiciar el talento de sus estrellas. Algo raro debía haber con este guión: tanto Margot Robbie y Michael Fassbender como Charlie Hunnam y Rosamund Pike se bajaron del proyecto antes de que llegaran Winslet y Elba. Con una historia que no aporta un ángulo novedoso respecto del subgénero survival y cae en el lugar común y novelesco cuando explota su costado sentimental, Más Allá de la Montaña termina siendo una idea que promete desde sus estrellas más de lo que su propia narrativa puede cautivar y sostener.
Casa tomada ¿Le vienen siguiendo el rastro a la saga de Amityville? Afortunadamente eso no importa, porque Amityville: El Despertar (Amityville: The Awakening, 2017) nos hizo el favor de solucionarnos ese inconveniente yendo en una dirección completamente novedosa, sin tener en cuenta las secuelas, precuelas ni remakes en cuestión. Eso sí, no sabríamos decirles si esto es algo bueno. En esta ocasión nos llega una historia que ocurre en una casa icónica dentro del mundo de los fenómenos paranormales, una que existe de verdad: está anclada en hechos reales que involucran a Ronald DeFeo, un hombre que asesinó a toda su familia semanas después de mudarse a la dichosa vivienda del 112 de la Ocean Avenue. Tras el éxito inesperado de Aquí Vive el Horror (The Amityville Horror, 1979), que se tomaba sus licencias para contar la tragedia de los Lutz -la familia que se mudó allí después de la tragedia de los DeFeo-, la siguieron un sinfín de continuaciones. El Despertar elige narrar un hecho ficcional pero independiente del resto. Belle (Bella Thorne) se muda a la propiedad de Long Beach con junto a su madre Joan (Jennifer Jason Leigh), su pequeña hermana July y su hermano gemelo James, este último en estado vegetativo desde hace 2 años a raíz de un trágico accidente que pesa sobre toda la familia. Cuando James empieza a experimentar una asombrosa recuperación, Belle comienza a sospechas sobre la fuente verdadera de esta mejora, temiendo que una fuerza oscura que se percibe en cada rincón de su flamante hogar tenga algo que ver. El mayor problema de Amityville… no es ser una película mala, sino carente de sorpresa. La remanida premisa de la familia que experimenta sucesos paranormales en la nueva casa es un cuento tan agotado -mayormente por películas de esta propia saga- que se requiere algo extra para lograr un destaque… y este de ninguna manera es el caso. La película se filmó en 2014 y su estreno se vio postergado en múltiples ocasiones por cambio de productoras, testeos de audiencia poco felices, retomas obligadas dos años después, de todo. Es un film que incluso goza de un estreno limitado en pantallas, y que en menos de un mes estará disponible en Blu-Ray/DVD y servicios de streaming. Sigue siendo un enigma el motivo por el cual producciones como Amityville llegan a nuestras salas, dejando afuera otras propuestas del género mucho más interesantes y atractivas. Con una historia predecible y carente de suspenso, una Jennifer Jason Leigh en clave “me tomé un rivotril de más” y una estructura narrativa que quiere ser original pero se agarra como puede de todos los clichés y guiños propios de la franquicia, Amityville: El Despertar es un entretenimiento de lo más banal que nos ofreció este año el cine de terror. Uno de los personajes incluso nos dice “Las remakes apestan”, y si bien acá no tratamos con una remake propiamente dicha, podríamos estar ante el sincericidio guionístico más fuerte de los últimos tiempo.
Muerto al llegar En el momento en que la industria cinematográfica empieza a rascar el fondo de ese tarro siniestro que satura la pantalla grande con reboots, remakes, secuelas y precuelas, ahí es cuando deberían sonar las alarmas. Así como cuando se nos está por quedar sin crédito el celular recibimos un mensaje, los grandes estudios deberían tener algún protoclo que les advierta cuando están por sobrepasar el límite aceptable de re-versiones. En un mundo idílico en el cual un sistema así funcionara, no tendríamos que lidiar con producciones como Línea Mortal: Al Límite (Flatliners, 2017). Si les parece que esta introducción es demasiado dura, lo es, tiene que serlo. Hay cosas peores que las malas películas y esas son las películas intrascendentes, films que no nos dejan nada, ni para bien ni para mal. Allá por el año 1990, un todavía prometedor Joel Schumacher nos traía la historia de un grupo de estudiantes de medicina que morían solo para ser resucitados por sus colegas minutos después y comprobar si efectivamente hay algo después de la muerte. Por supuesto, la experiencia dejaba algunos efectos secundarios que se vuelven el quid de la cuestión. Una película recordada por la generación VHS gracias a una historia relativamente entretenida -sin demasiada ambición- y un reparto conformado por las entonces estrellas jóvenes de la industria como Julia Roberts, Kieffer Sutherland, William Baldwin y Kevin Bacon. En esta ocasión, el danés Niels Arden Oplev -responsable de Los Hombres que No Amaban a las Mujeres (Män som hatar kvinnor, 2009), la primera película de la saga original de Millennium– se pone detrás de cámara para actualizar sin mucha vuelta de tuerca la historia; el ámbito facultativo es el mismo, el rango etario de los personajes también y los problemas son los mismos, pero todo con mucha menos profundidad y en piloto automático. La cuestión fundamental que pone en movimiento la trama queda olvidada inciado el segundo acto, y los famosos “efectos secundarios” que sufren aquellos muertos y resucitados parecen una recopilación de sustos fáciles. De un momento a otro lo que pretende ser un film que explora la vida después de la muerte y el enigma del más allá se convierte en uno de terror adolescente. El elenco tampoco ayuda. Ellen Page –La Joven Vida de Juno (Juno, 2007)- y Diego Luna –Rogue One: Una Historia de Star Wars (Rogue One: A Star Wars Story, 2016)- son los rostros conocidos; hacen lo que pueden con el material a disposición y el resto del elenco -Nina Dobrev, James Norton y Kiersey Clemons- es de lo más intercambiable que puedan imaginarse. Como espectadores nos importa poco lo que pueda pasarle a estos personajes chatos y sin vuelo. Para sumar un poco de confusión a todo esto, Kieffer Sutherland tiene una breve participación (no estamos seguros si es técnicamente un cameo) interpretando a un personaje distinto al encarnado en la versión noventera… ¿Entonces todo sucede en dos realidades distintas? ¿O hay dos personajes físicamente idénticos pero no son la misma persona? ¿Comparten universo? El verosímil metafísico de este guiño fallido podría ser lo más interesante de todo el film en cuanto a análisis. Sin nada nuevo que contar y con poca inventiva para contarlo, problablemente lo mejor hubiese sido que Schumacher firmara la orden de no reanimar allá por 1990.
Manners maketh a sequel Allá por 2014, Kingsman El Servicio Secreto (Kingsman: The Secret Service) llegó como una brisa de aire fresco para el subgénero de espías ultratecnológicos del siglo XXI; la desfachatez impresa en cada fotograma por obra y gracia de Matthew Vaughn –Kick-Ass (2010)- sacudió el polvo y transformó la película sobre un joven de los suburbios londinenses devenido en agente secreto poco ortodoxo en una combinación interesante de acción y sátira autoparódica. Como todo éxito inesperado, una segunda parte era inevitable, y es así como nos llega Kingsman: El Círculo Dorado (Kingsman: The Golden Circle, 2017). Cumpliendo con un ítem fundamental del manual del buen proceder de las secuelas, el universo ficcional se expande cuando los Kingsman -estos agentes secretos británicos que velan por la seguridad global- son atacados por una organización criminal que prácticamente los aniquila, razón que lleva a Eggsy (Taron Egerton) y los agentes sobrevivientes en busca de ayuda del otro lado del océano por parte de los Statesmen, sus pares norteamericanos, quienes también luchan en las sombras contra los malvados. Hasta ahí la secuela cumple con las obligaciones de rigor: nuevo desafío, nuevos aliados, nuevos villanos. Pero el problema reside en la historia, con un conflicto central que parece ir mejor en un serial televisivo antes que en una secuela cinematográfica. Julianne Moore interpreta a Poppy, la jefa de una organización narco que opera desde una base ubicada en una isla remota en Camboya -si, Camboya- y planea liquidar a gran parte de la población con sus drogas de laboratorio. Moore se luce como tantas veces en pantalla, pero su personaje parece una suerte de “villano de la semana”. Múltiples subtramas debilitan la estructura narrativa antes que alimentarla, demorando más de lo necesario la resolución del conflicto central. Colin Firth, Mark Strong, Pedro Pascal, Channing Tatum, Halle Berry y Jeff Bridges completan el reparto de actores clase A. La pata visual sigue siendo la principal fortaleza del cine de Vaughn, regalándonos secuencias de acción que cautivan por su dinamismo y frescura, con el atractivo de jugar siempre al límite de su propio verosímil. Al igual que en la entrega anterior, es interesante la lectura entre líneas de ciertos puntos de la trama que intentan dar un mensaje sobre los males de la sociedad moderna: primero fue la crítica a la adicción a la tecnología, y ahora el hincapié sobre la profundización del abuso de todos tipo de drogas en distintos estratos sociales. Tal vez el acento sobre el tema sea minúsculo ante tanto estímulo, pero se valora de todos modos. El elemento autoparódico y la autoconsciencia respecto del devenir propio del subgénero de espías prácticamente brilla por su ausencia en esta secuela, uno de los puntos más destacados de su antecesora. Y cierto giro argumental sobre uno de los personajes centrales parece sacado de la novela brasilera de la tarde, pero el empleo cómico de la estrella musical invitada por suerte mitiga el fuego de nuestras mayores exigencias. Con impactantes momentos de acción y tramas secundarias que desearíamos poder adelantar hasta la próxima escena de tiros, Kingsman: El Círculo Dorado reparte de manera bastante equitativa pifies y aciertos en los excesivos 141 minutos que dura. Será cuestión de esperar qué nos depara su próxima misión…
El humanismo sintético Ya como novela, Blade Runner de Philip K. Dick es un hito incuestionable dentro de la ciencia ficción. La versión cinematográfica de 1982, a cargo de Ridley Scott, también se convirtió en una obra de culto para el género, subiendo la vara para todo lo posterior. Haría falta un dossier aparte para hacer justicia a ambas piezas, por lo cual es mejor limitarse a estas líneas breves de referencia. Después de pisar fuerte con La Llegada (Arrival, 2016), el canadiense Denis Villeneuve se puso frente al ambicioso proyecto de llevar a la pantalla Blade Runner 2049 (2017), continuación de Blade Runner. Es todo un desafío explicar la trama del film sin espoilear cuestiones claves; esperamos sepan entender la liviandad de lo expuesto en este párrafo, hecho a consciencia para no arruinar la experiencia de nadie al sentarse en la butaca del cine. 30 años después de los hechos sucedidos en el primer film, la historia sigue la investigación de K (Ryan Gosling), un blade runner con la tarea de localizar y eliminar a los modelos más viejos de replicantes -aquellas entidades sintéticas tan fácilmente confundibles con un ser humano- que aun se esconden por los rincones más inhóspitos del planeta. En plena misión, K se topa con un descubrimiento que puede cambiar para siempre la concepción que se tiene hasta ese momento de los replicantes, y que también pone en crisis su propio ser. Este suceso inicia una trama donde cada pieza de la investigación conlleva una revelación que podría significar un cambio rotundo del paradigma humanos/sintéticos. La visión de Villeneuve, combinada con la cinematografía de Roger Deakins y el diseño de un departamento de arte al máximo nivel, entregan escenas y composiciones visuales simplemente alucinantes; uno se pierde dentro de esas puestas que nos regalan páramos desiertos, urbes grises y sobrepobladas, ambientes en clave steampunk y ruinas interminables de un pasado no tan lejano. Al igual que su antecesora, Blade Runner 2049 sigue la estructura clásica de un film noir… o mejor dicho, un tech-noir, donde el relato se concatena pista tras pista y giro tras giro; es un camino revelatorio de autodescubrimiento que nunca olvida el espíritu del material original. Es útil recordar que el propio Villeneuve declaró haber encarado esta secuela con la mente puesta en el corte final de Blade Runner lanzado hace exactamente 10 años. El carácter de los blade runner, ese devenir mezcla de melancolía con tintes apáticos, está hecho a la medida de un actor como Gosling, que no necesita largos parlamentos ni explosiones de histrionismo para expresar el sentir del personaje al que interpreta. Con mínimas expresiones logra un rango de emociones profundas que otorgan un mayor peso al relato. Harrison Ford también se luce como un Deckard desgastado y casi vencido, dando la sensación de disfrutar más este tipo de “revivals” por sobre otros del calibre de Star Wars o Indiana Jones. La holandesa Sylvia Hoeks se destaca en su rol de replicante despiadado y Robin Wright demuestra su fuerza en la piel de la jefa de K. Mientras todo esto acontece, la belleza de Ana de Armas intentará desconcentrar a varios durante demasiados pasajes de la película. Como piezas de un rompecabezas que se unen para echar luz sobre un misterio que interpela desde lo macro hasta lo micro de todos los involucrados, Blade Runner 2049 es una atrapante historia que -respetando un exigente canon- logra estar a la altura de lo más refinado de la ciencia ficción, entregando un producto que balancea de manera soberbia la belleza visual y la profundidad dramática dentro de un relato hipnótico con múltiples capas de lectura.