Erotismo que patina Varias décadas atrás la sociedad Armando Bo + Isabel Sarli calentaba la pantalla grande de un cine nacional que había profundizado poco en el cine erótico. La voluptuosidad de la Coca combinado con lo mal que la pasaba a costa de parejas golpeadoras, jefes explotadores e incluso la mitológica criatura misionera conocida como el Pombero, marcaron a fuego la experiencia de nuestro cine dentro del género. Diego Kaplan ya nos había hablado sobre temáticas relacionadas con el deseo, el sexo y la pareja en Dos más Dos (2012), pero en un tono mucho más cercano a la comedia. Esta vez no se contuvo en lo absoluto y nos entrega un relato tan fallido como desenfrenado en Desearás al Hombre de tu Hermana (2017), la historia de dos hermanas marcadas por las perversiones propias y ajenas respecto de los tabúes del sexo. Lucía (Mónica Antonópulos) recibe la visita sorpresa de su hermana Ofelia (Carolina “Pampita” Ardohain) mientras festeja su casamiento con Juan (Juan Sorini). Pasó mucho tiempo desde que las hermanas estuvieron bajo el mismo techo, y conforme avanzan los días posteriores a la boda, Juan se obsesiona más y más con Ofelia, al mismo tiempo que va conociendo las historias de las primeras experiencias sexuales de las hermanas y sus parejas durante la adolescencia. Como ya apreciamos en el título del film, la tentación entre cuñados irá in crescendo, amenazando con destruir la tensa armonía familiar. La primera cuestión que hace ruido en Desearás… es el tono. El universo creado por Kaplan parece tambalearse constantemente entre lo erótico y el ridículo. Durante varias secuencias, como espectadores se nos dificulta discernir si estamos ante una situación estimulante o que simplemente busca la comicidad desde el absurdo. Todo transcurre en la casa familiar, componiendo un espacio ficcional que no hace más que sumar confusión a la hora de construir un ya complicado verosímil: está cerca de la frontera con Brasil, en medio de la selva, pero también con salida al mar… En fin, un no-lugar que desorienta más de lo que suma. Este problema de tono impacta también en la performance de los actores, sobre todo en el trabajo de Sorini, cuyo personaje parece sintonizar al mismo tiempo la quintaescencia de los hombres de Armando Bo y los personajes más psicodélicos de Diego Capusotto. Pampita pone en evidencia su belleza en pantalla, aunque interpretativamente le quede mucho camino por recorrer. Andrea Frigerio parece ser la única que se divierte, en el papel de una madre desinhibida en clave MILF. De manera inexplicable todos atraviesan su etapa de “castellano neutro” en alguna que otra escena, sin justificación aparente. Sin duda el diseño de arte, que emula el fin de la década del ‘60 e inicios del ’70, es de los puntos altos de la producción, con un espacio hogareño que -amén de su polémica ubicación geográfica- toma la circularidad como motivo para construir lugares en torno a los personajes y sus características. Se festeja el hecho de ver plasmado en un film nacional matices de la exploración sexual femenina y la conformación de su imaginario, cuestiones mayoritariamente desplazadas de nuestro cine comercial. Para quienes prefieren ver el vaso medio lleno, lo mejor que podemos decir es que esto podría ser una apuesta a futuro para el género erótico local, pero todavía queda un camino largo y duro…
Giallo profondo La nueva película de Luciano Onetti vuelve a poner la “T” mayúscula en Terror dentro del 16 Buenos Aires Rojo Sangre . El director que hace dos años había sorprendido en el mismo festival con su ópera prima Sonno Profondo (2013) nos entrega un film que nuevamente homenajea con mucho corazón al querido Giallo italiano, pero redoblando la apuesta desde su producción y su estructura narrativa. En Francesca (2015) todo se desata a raíz de un misterioso ataque en la casa de Vittorio Visconti, un poeta y dramaturgo italiano, lo que deja como saldo la desaparición de su hija mayor Francesca y al propio Visconti confinado a una silla de ruedas como secuela del ataque. 15 años después, unos sorpresivos asesinatos en serie cuyo autor se encarga de firmar en forma muy particular, obligan a dos detectives a investigar lo que parece ser una conexión con la desaparición de la niña Visconti. Onetti sin dudas sabe lo que hace y se mueve como un veterano dentro de un subgénero que da la sensación de conocer hasta en el más mínimo detalle. Además no sólo se sentó en la silla de director, sino que también se hizo cargo del montaje y la fotografía, dos datos no menores teniendo el cuenta el peso de cada función en el resultado final del film. La pericia estética, el diseño de arte y el aporte de la banda sonora también ayudan a sumergirse por completo en una historia que tiene muchos elementos familiares para los amantes del género, pero no por eso deja de mostrarse como una propuesta atractiva por el gran nivel de factura. La resolución se guarda varios puntos de giro interesantes para el final, e incluso se anima a salir un poco de su zona de comfort, con guiños incluso al mejor Brian De Palma de fines de los ‘70 y principios de los ‘80. Si escapamos del universo cinematográfico por un breve instante y nos vamos al mundo de los códigos futboleros, podríamos que decir que Onetti “le paga la entrada a la gente” con sus lujos y firuletes, los cuales no son simples acrobacias por beneplacito de la tribuna aplaudidora, sino también herramientas altamente efectivas que conforman una producción sobresaliente.
Pubertad y coulrofobia Todo aquel nacido y criado a fines de los 80s que acudía con regularidad al video club del barrio seguramente quedó marcado por IT (1990), esa miniserie producida para televisión que derivó en un extenso VHS acá por nuestras tierras. El telefilm basado en una de las novelas más exitosas -y largas- de Stephen King sobre un monstruo transuniversal que adoptaba la forma de un payaso para hacerse de los niños de un pequeño pueblo se convirtió en una obra de culto para una generación completa. Tras décadas de rumores, idas y venidas, nuestro crédito local Andrés Muschietti (Mamá, 2013) trae a la pantalla grande -técnicamente por primera vez- una sólida actualización de la historia del clown siniestro devorador de infantes. El eterno pueblo de Derry, epicentro ficcional del universo de King, sufre la desaparición de los más pequeños de forma inexplicable. Cuando Georgie, el hermano menor de Bill (Jaeden Lieberher) se suma a la lista de “desaparecidos”, este y su grupo de amigos -conocido como ‘El Club de los Perdedores’- descubren que detrás de esta tragedia se esconde una oscura criatura con apariencia de payaso, llamado Pennywise, interpretado por Bill Skarsgård. El grupo deberá enfrentar sus mayores temores, tanto reales como imaginarios, para desenmascarar al monstruo y poner fin al mal. No tiene mucho sentido comparar la versión de 1990 con la actual, en particular pensando cuál era la aspiración de cada una, el tono y el presupuesto. El telefilm se la ingenió para quedar grabado a fuego en la memoria de muchos jóvenes cinéfilos explotando al máximo sus limitados recursos y apoyándose en una performance inolvidable de Tim Curry como Pennywise. La nueva adaptación llega con la vara muy alta, goza de un mayor presupuesto, una campaña de publicidad masiva multiplaforma y la doble exigencia de complacer tanto a fanáticos de Stephen King como a fanáticos de la primer versión para la pantalla. Gracias a un calificación para mayores de 18 -el famoso Rated R de Hollywood- la visión de Muschietti no le teme a los momentos de terror más gráficos y sengrientos dentro del relato, algo que queda en claro desde la primer secuencia. En plena fiebre por Stranger Things, es reconfortante ver que el director no abusa de las referencias nostálgicas ni sucumbe ante la tentación del fan service. Algo que a priori se mostraba sumamente tentador, en especial considerando que la nueva versión corre la acción de los 50s a fines de los 80s, década pop nostálgica por naturaleza. Dentro de una ficción que representa al mundo desde la visión de los más chicos, es destacable el trabajo de los actores más jóvenes, en especial Jaeden Lieberher y Sophia Lillis, quien interpreta a Beverly Marsh, la única chica del grupo de los perdedores. Es interesante ver en pantalla como los miedos propios de la pubertad y la entrada en la primer adolescencia se funden con el temor por este monstruo al que sólo ellos pueden hacer frente. Bill Skarsgård entrega una actuación sólida como el payaso Pennywise, evitando volverse una repetición del clown de Curry. Sus rasgos infantiles y el manejo de su fisionomía de manera monstruosa en pantalla se vuelve un combo interesante, que entrega momentos inquietantes y cargados de tensión. El único detalle que le juega en contra es la forma en que -por momentos- se elige poner en escena al personaje, repitiendo más de lo debido ciertos recursos visuales. A pesar de una primera secuencia que parece no ir estéticamente de la mano con el resto, Muschietti hace un trabajo interesante, dándole vida al Derry de King re-imaginado en una década distinta, con ese estilo “small town america” tan característico del universo del escritor. La paleta de colores y los motivos visuales ponen en evidencia la mano de un director que conoce bien las herramientas con las que cuenta y su oficio para introducir al espectador de lleno en una historia que -dejando de lado su costado fantástico y tenebroso- pone el acento sobre el trauma de crecer, el paso a la adultez y la derrota de los miedos propios.
Testigo en peligro Los cracks del marketing lo hicieron de nuevo y para que ningún despistado se quede afuera ni malinterprete de qué se trata, The Hitman’s Bodyguard (2017) se estrena en nuestras salas como Duro de cuidar. Exacto, el prefjio “Duro de...” en un título permite identificar inequívocamente al género Comedia de la misma forma que otros del estilo de “Un loco suelto en...” o “¿Y dónde está el...”. Gracias a esto no hay manera de pifiarle cuando de una comedia mainstream con tufillo a directo-a-video se trata. Muchos lugares comunes se hacen presentes en Duro de cuidar, a pesar de su reparto clase A. Ryan Reynolds (Deadpool) interpreta a Michael Bryce, dueño de su propia empresa de seguridad personal, quien tras una mala experiencia en su trabajo sobrevive como puede hasta que le llega la tarea de proteger al asesino a sueldo Darius Kincaid (Samuel L. Jackson), quien tiene que ser trasladado desde Londres hasta la corte de La Haya en Holanda para prestar testimonio contra Vladislav Dukhovich (Gary Oldman) el sangriento dictador de Bielorrusia, acusado de genocidio. Como bien sospechan el camino estará repleto de otros asesinos contratados por el propio Dukhovich para evitar que Kincaid suba al estrado. En lo que intenta ser una buddy movie -esas películas en las que una “pareja despareja” debe aprender a trabajar en equipo- combinada con una road movie, los extensísimos 118 minutos de duración no ayudan a una historia que nunca encuentra el tono cómico, en medio de persecuciones, tiroteos y explosiones. A pesar del talento de Reynolds, Jackson y un desaprovechado Oldman, el guión -considerado curiosamente uno de los más buscados por los grandes estudios para producir- no ayuda a dar forma a un relato que lucha de principio a fin por agarrar buen ritmo. Las múltiples ciudades europeas que sirven de telón de fondo se siente igual de desaprovechadas en medio de un poco inspirado diseño de arte. Uno de los pósters promocionales del film muestra a Reynolds sosteniendo en sus brazos a Jackson, parodiando la clásica imagen de El guardaespaldas (The Bodyguard, 1992), dando a entender que el personaje de Kincaid es el débil del dúo y Bryce tiene que lidiar con él, cuestión bastante opuesta a lo que sucede en la trama y que concede algo de confusión. Otro ejemplo de la forma en que los guiños y lugares comunes buscan la asociación fácil sin pensar de qué forma afectan a aquello que su película quiere contar… un pecado casi tan grande como usar el prefijo “Duro de...” o una de esas salidas fáciles.
Black ops: millenial edition La saga de Jason Bourne cambió el rumbo del subgénero de thrillers de espías sazonados con momentos a pura adrenalina y acción en el nuevo milenio, para bien y para mal. Asesino: Misión venganza (American Assassin, 2017) llega a la pantalla grande como la primera adaptación de una de las quince novelas que componen la saga del escritor Vince Flynn. Mitch Rapp (Dylan O'Brien) es un principiante dentro de las fuerzas que luchan contra el terrorismo a través de esas organizaciones gubernamentales poco transparentes que desde la ficción se suelen asociar al gobierno de los Estados Unidos. Tras la pérdida de su novia en un atentado, Mitch se obsesiona con formar parte de las fuerzas que pelean por mantener a raya a las células subversivas del mundo, y en su primera misión tiene la tarea de impedir nada más y nada menos que la construcción de una bomba atómica que incluye la participación de un ex integrante de su propio grupo anti-terrorista quien además tiene varias cuentas por saldar con el Tío Sam. Dylan O'Brien le ganó la pulseada por el papel protagónico a pesos pesados como Chris Hemsworth, Colin Farrell, Matthew Fox y Gerard Butler entre otros; pero cuando el actor elegido para ser tu próximo héroe de acción viene del semillero de Teen Wolf en MTV, debería encenderse alguna alarma, sino pregúntenle a Taylor Lautner y su mal paso con Identidad secreta (Abduction, 2011). Si bien se destaca el esfuerzo de Dylan O'Brien por darle forma a ese personaje recio y atormentado dispuesto a todo, su physique du role de niño bonito interfiere constantemente. Considerando que la producción de la película fue acelerada para no perder los derechos de la obra de Vince Flynn, no extraña la previsibilidad de varios puntos dentro de una estructura narrativa que entrega personajes con poca profundidad, entre los que destaca el inoxidable Michael Keaton interpretando al mentor de Rapp. Con un relato que intenta crear intriga respecto del pasado del personaje titular en combinación con una historia de terrorismo a gran escala y buscando sacar partido del intrincado mapa bélico internacional, Asesino: Misión venganza termina a medio camino entre las ideas más atractivas del universo Bourne combinadas con todas esas películas de acción machista ochenteras y su ideología de “uno solo contra todos” que al día de hoy desafían cualquier verosimil. Aceptable para aquellos menos exigentes para con el subgénero, pero no mucho más.
Ermitaño de la tercera edad Todos recuerdan a ese viejo del barrio que se quejaba cuando los chicos jugaban a la pelota en la calle. En cada edificio de departamentos está ese señor mayor que se queja cuando la música está muy fuerte. Todos vimos alguna vez a algún abuelo peleándose con la atención telefónica de servicio al cliente de esas compañías que nunca lo comunican con una persona de carne y hueso. El perfil del señor mayor hosco y gruñón parece ser universal según lo que describe Un Hombre Llamado Ove (En man som heter Ove, 2016), la película sueca que estuvo nominada a Mejor Película Extranjera en la última entrega de los Premios Oscar. Ove es un hombre de 60 años que, tras enviudar, intenta mantener encauzada la rutina de su vida, sin desviarse un centímetro. Vive en un pequeño barrio cerrado donde controla con exactitud cada detalle, desde el correcto estacionamiento de los autos, la recolección de la basura y el uso apropiado de las instalaciones. ¿A qué se debe su mal temperamento? Con una historia que recuerda al Bill Murray de St. Vincent (2014), el relato irá alternando entre el presente de Ove y su relación con sus nuevos vecinos, quienes le permiten reconectarse con el mundo y esos momentos clave de su pasado que definieron el costado frío de su personalidad. La dosificación de la información es clave y permite mantener el equilibrio dentro de una historia que evita caer excesivamente en la sensiblería y, en cambio, revela capa tras capa la esencia de su personaje principal. El trabajo de maquillaje sobre Rolf Lassgård, quien interpreta al gruñón de Ove, resulta increíble y explica el motivo por el cual también fue nominada a Mejor Maquillaje en los premios de la Academia. Tan importante como Ove son aquellos personajes secundarios que llenan de historias mínimas el relato y aportan un nivel de humanidad que permite la identificación de un rango mayor de espectadores. Con momentos de comedia, nostalgia y reflexión, Un Hombre Llamado Ove reúne todos los condimentos necesarios para convertir una historia convencional en un profundo estudio de personaje.
Anita y las huerfanitas ¿Por qué negarlo, verdad? Cualquiera que haya tenido la desgracia de ver Annabelle (2014) -la primer entrada de este spin-off surgido gracias al éxito de El Conjuro (The Conjuring, 2013)- tendría justificadas reservas respecto de Annabelle 2: La Creación (Annabelle: Creation, 2017), segundo capítulo de la saga de la muñeca posesa más popular del nuevo milenio. Pues para sorpresa de varios, esta continuación, que a fines prácticos precede a los hechos retratados en el film previo, reúne méritos más que suficientes para ser uno de los pocos casos en que una secuela de un spin-off (hasta es complicado explicarlo) supera a su antecesora. Como si de un cómic se tratase, la trama nos ubica en el año cero de Annabelle, creada por Samuel Mullins, un artesano que vive junto a su mujer Esther y la hija de ambos, Annabelle (sí, leyeron bien). Cuando un terrible accidente termina con la vida de la pequeña, todo cambia. 12 años después, la pareja decide recibir en su hogar a un grupo de huérfanas que se quedó sin techo, y ahí es cuando la cuestión se pone espesa a pura posesión, hechos sobrenaturales, sustos y otros elementos marca registrada del género. El joven director David F. Sandberg –Cuando las Luces se Apagan (Lights Out, 2016)- hace un trabajo correcto al no recurrir a los jump scares o sustos fáciles que normalmente abundan en este tipo de películas para impresionar a la audiencia, sino que construye gracias a personajes con la suficiente profundidad como para lograr interés y relevancia dentro del relato. Para los que crecieron en los ‘90, es lo más parecido al Chiquititas, de Cris Morena, pero en vez de un Rinconcito de Luz las huérfanas están atrapadas en un caserón de oscuridad… y con una muñeca espeluznante. Las historias mejores logradas son aquellas que esconden múltiples líneas de interpretación. El paso de la niñez a la adolescencia es una problemática universal y uno de los temas que también aborda esta narrativa; ese momento en que las mentes más jóvenes comienzan a tener mayor comprensión del mundo real, un mundo que no le escapa a la maldad en sus múltiples formas. Gracias a un terror que se toma su tiempo para desplegar detalles a través de la trama y evita en gran medida los lugares comunes, Annabelle 2: La Creación representa un salto cualitativo respecto de su antecesora, y una forma más que digna de mitigar la espera de los próximos films unidos al universo sobrenatural craneado por James Wan.
¿Infierno en la torre? ¿El libro o la película? No hay transposición que salga inmune de dicho proceso, no hay vuelta que darle. Y La Torre Oscura (The Dark Tower, 2017) no escapa a esta máxima, digámoslo sin eufemismos y dejemos de ignorar al enorme elefante en medio de la habitación, o la sala de cine, si prefieren. En el caso de este largometraje en cuestión, basada en la saga de Stephen King compuesta por ocho volúmenes -sí, leyeron bien, OCHO- el resultado es intrascendente en el mejor de los casos, pero alejado de las críticas destructivas que habían empezado a llover desde el extranjero. La que se cuenta es la historia de una torre que mantiene unidos todos los universos, incluido el nuestro, la cual se encuentra bajo la amenaza constante de Walter Padick (Matthew McConaughey) a quien llaman el Hombre de Negro, un mago que utiliza los poderes especiales de ciertos niños para destruir la torre. Roland Deschain (Idris Elba) es un pistolero que busca detenerlo y, al mismo tiempo, saldar cuentas pendientes. En el medio de todo esto está Jake, un chico neoyorquino que vive acechado por sueños sobre los acontecimientos en estas tierras fantásticas y las premoniciones que no auguran nada bueno. El poder “psíquico” de Jake -el mismo que posee Danny en El Resplandor (The Shining, 1980), otra obra de King con temática interconectada- es de vital importancia para el Hombre de Negro. Con la ayuda de Roland, Jake intentará detener a Padick y descubrir qué misterios se esconden más allá de nuestro universo. Como decíamos al principio, resumir en 95 minutos una obra de ocho volúmenes implica acelerar ciertos procesos y elegir qué elementos incluir y cuáles dejar por fuera del relato. La historia toma pedazos de varios libros de la saga, y según su director, Nikolaj Arcel, el film ocurre después de lo narrado en la saga literaria, algo que confunde más de lo que clarifica. En este apuro por condensar la historia, Arcel se apoya demasiado en diálogos redundantes y tropos clásicos, como el “cuadrito con la foto del familiar ausente”, entre otros ardides de manual para explicar de un plumazo el trasfondo de ciertos personajes. Es interesante la forma en que se lleva a la pantalla este mundo literario que combina la tecnología con lo mágico y fantástico, anclado a nuestro mundo en las ocasiones que la historia lo requiere. Probablemente este costado estético y el tratamiento musical sean los factores de mayor destaque de una producción que cuenta con actores enormes como McConaughey y Elba pero no les da material lo suficientemente profundo o interesante para trabajar. Ambos parecen atravesar las escenas en piloto automático. Si bien las retomas pedidas por Sony buscaron dar más profundidad al personaje de Elba, no se siente logrado. Curiosamente el joven Tom Taylor es quien más se luce interpretando a Jake. Sin ser ese desastre que se anticipaba antes de su estreno, pero tampoco volviéndose una obra que viene a revolucionar las adaptaciones literarias, La Torre Oscura cae dentro la intrascendencia del cine mainstream que nos satura con producciones que quedan a mitad de camino, algo que puede ser mucho peor para quienes gustan de ver el vaso medio vacío.
No todos los héroes usan ropa La imaginación de los más chicos siempre es un arma poderosísima, nunca hay que olvidarlo. Sobre esta máxima se apoya la sorprendente Las Aventuras del Capitán Calzoncillos (Captain Underpants: The First Epic Movie, 2017), poniendo la imaginación al servicio del entretenimiento mientras deja espacio para otro tipo de sublecturas interesantes. Dreamworks nos trae una vez más un film animado que toma su inspiración de los libros infantiles; en este caso, la obra de Dav Pilkey, que cumple este año dos décadas desde su lanzamiento. Esta es la historia de George y Harold, dos amigos de toda la vida que comparten su pasión por inventar historias y volcarlas en cómics. La más célebre creación de la dupla creativa se llama Capitán Calzoncillos, un hombre que parece un bebote, anda en ropa interior y usa una capa para luchar contra los villanos. Cuando el director del colegio decide separar al dúo de bromistas, intentan hipnotizarlo y accidentalmente lo convierten en el Capitán Calzoncillos, lo que desata un sinfín de situaciones cómicas y aprietos que Harold y George deberán resolver para que nadie descubra lo que realmente está sucediendo con su director. ¿Se acuerdan de la frase “Con grandes poderes vienen grandes responsabilidades”, no? Bueno, esto es algo similar… pero mucho más divertido y sin Tobey Maguire. El dinamismo de lo narrado se apoya fuertemente en la multiplicidad de medios que aprovecha para dar color al relato: animación 3D, borradores hechos cuadro a cuadro y hasta títeres hechos con medias. Muchas veces las películas apuntadas a los más chicos son tan vertiginosas que terminan sobreestimulando al espectador; en este caso, el ritmo veloz logra un gran balance casi perfecto y no deja una sola secuencia aburrida. La ruptura constante de la cuarta pared, el uso preciso de la banda sonora y los metachistes terminan de redondear una estructura narrativa que hace de la desestructuración su guía, entreteniendo al infante y captando la atención del adulto con múltiples líneas de lectura que también hablan de una necesaria renovación del sistema educativo y la búsqueda de formas creativas para interpelar a los más chicos y potenciar su intelecto. Con una animación llena de color y vitalidad, Capitán Calzoncillos es una oda a la edad dorada de la infancia y el mejor ejemplo de la futilidad de intentar poner límites a la imaginación.
*carita triste => ENVIAR* La Gran Aventura LEGO (The LEGO Movie, 2014) fue una película animada que produjo un quiebre, probando de manera exitosa que una producción inicialmente percibida como una excusa para posicionar uno o varios productos puede tener en realidad méritos cinematográficos. Al mismo tiempo, también es por cuestiones como esta que películas como Emoji: La Película (The Emoji Movie, 2017) tienen la desafortunada posibilidad de existir dentro del universo cinematográfico. Sony Pictures Animation se las ingenió para llevar a la pantalla grande una película sobre los emojis. Si, los emojis, esos pictogramas con los que nos comunicamos diariamente desde nuestro smartphone. El relato cuenta la historia de Gene, el emoji meh (sic), que se muere por trabajar y poder llevar su expresión de desconcierto a las pantallas de millones de millenials que no tienen ganas de escribir. Pero Gene tiene la particularidad de no ser simplemente la cara de meh, él puede hacer infinidad de caras, y eso es algo que no cae del todo bien en la rígida comunidad de Textópolis, la urbe que vive dentro del celular de Alex, un jovencito que no sabe como comunicarse con la chica que le gusta y busca el emoji adecuado para hacerlo. Al elegir a Gene se desata un pandemonium debido a su volatilidad, convirtiéndolo en un paria del sistema que se da a la fuga. Mientras tanto, Alex cree que todo esto se debe a un problema de funcionamiento de su celular y su plan es llevarlo al servicio técnico para que sea formateado, amenazando con destruir a todo Textópolis. Emoji: La Película es un híbrido extraño entre la mencionada aventura Lego, Intensamente (Inside Out, 2016), Ralph el Demoledor (Wreck-It Ralph, 2012) y cualquier otra producción animada de los últimos años que involucre una mirada dentro de la vida de ciertas cosas que en la realidad no la tienen, pero despojada de cualquier lectura emocional que deje una suerte de mensaje o moraleja y una sola línea de interpretación bastante derivativa y pueril. En esta ocasión todo se percive como una enorme publicidad y colocación de producto para la apps del momento (Spotify, Instagram, Twitter) y otras que incluso ya se sienten bastante añejas como Just Dance o Drop Box, esta última encima volviéndose un parte fundamental de la trama. Aquellos que vean la versión en castellano seguramente se sentirán algo perdidos ante la diversidad de “acentos” de los distintos personajes. Los papás de Gene hablan un castellano muy centroamericano, Gene habla español neutro y el emoji del popó habla en un clarísimo tono porteño gracias a la voz de Daría Barassi. Preferimos no analizar por qué se eligió a un argentino para darle voz a un personaje que es literalmente un excremento, lo dejamos a criterio del lector. Varias alarmas deberían encenderse cuando una de las primeras líneas de un film sentencia: “Los emojis son la forma de comunicación más importante jamás inventada…”. En tu cara, Graham Bell. Presa de una historia poco inspirada que toma prestadas ideas de otros éxitos dentro del género pero sin añadir un plus ni valor agregado, Emoji: La Película es la remanida historia del chico -o emoji, en este caso- que se sabe diferente y quiere probar que puede hacerlo, pero debido a una narración sin frescura y personajes que hacen poco por atraer al espectador -el protagonista es un meh en sentido literal y figurado- no cuenta ni con lo mínimo e indispensable para ser una producción al menos pasatista.*Carita Enojada*