El coleccionista de clichés Debía ser un trabajo más. La familia debía estar de vacaciones, la casa deshabitada, la caja fuerte localizada, sólo debería tomar la joya y concretar el negocio antes de medianoche. Pero para Arkin esa no iba a ser su noche de suerte. Otro hombre estaba en la casa y con otras intenciones. De las macabras y sangrientas. Desde el estreno de "La Masacre de Texas" en 1974 no fueron pocos los que decidieron seguir ese camino de violencia, sangre y mutilaciones, con mayor o menor impacto. Unos años atrás llegó "Saw" para redefinir el género sumando importantes dosis de sadismo a las historias, algo que este filme que nos ocupa le debe. No es original, pero se anima a ir un poco más allá, alcanzando lo risible. Por momentos, el psicópata en turno pone tantas trampas que recuerda, incluso en el tipo de ellas, al coyote en su intento de atrapar al correcaminos. De todas formas el director logra mantener la tensión en el relato, cierto suspenso y algún que otro susto. Pero es en el guión donde está la mayor falla. La inconsistencia del villano, su falta de historia, la ausencia de su "por qué" le restan presencia y lo dejan al nivel de una presencia ejecutora sin sustento. Los amantes del género tienen en este filme un entrenimiento digno, con uno de esos finales que tanto gustan a los cultores del terror sádico tan de moda en los últimos tiempos. El resto debería tomar ciertas precauciones antes de ver esta película. No tener el estómago muy cargado, por ejemplo.
Habiendo escaleras el propietario no se responsabiliza... Cinco desconocidos atrapados en un ascensor, que por causas extrañas no puede volver a funcionar. De pronto la cabina comienza a matar uno a uno a sus ocupantes. ¿Les resulta familiar? Tal vez algunos recuerden un telefime holandés de comienzos de los ochenta acerca de un ascensor que asesinaba a quienes subían a él. Puede que sea el punto en común con este cuentito de terror, el primero de una serie, que nos propone la mente cada vez menos ingeniosa de M. Night Shyamalan. Sólo que aquí, tal su costumbre, involucra cuestiones religiosas y el obvio mensaje moralizante que caracteriza a sus filmes. El diablo anda suelto y reune a algunos indeseables en un sitio preciso, el ascensor. Uno de ellos puede ser el mísmisimo demonio. Cuando el técnico del edificio no logra solucionar el tema y los aprisionados comienzan a ser hostiles entre ellos, entra en escena el detective Bowden (Chris Messina) quien andaba por la zona investigando un suicidio ocurrido pocas horas antes. Interesante, mas no descollante, labor de John Dowdle en la dirección. Sabe provocar tensión en el relato, consigue buenas tomas dentro de lo que se supone es un espacio reducido, consigue matices que dotan de interés a la trama, más del que tal vez merecería y si bien la historia es previsible, cumple con el objetivo de brindar algunos sobresaltos y entretener en un tiempo afortunadamente corto.
La cambiadita Eva (Silvina Acosta) vive junto a su novio, Lucho (Esteban Meloni), en un pequeño departamento. Forman una pareja bien complementada en lo sexual, algo fetichistas, adeptos a los juegos eróticos y al uso de juguetitos. Cierto día suena el portero eléctrico y Eva escucha del otro lado la voz de Sofía (Florencia Braier), su hermana, quien regresa de Europa con su bartulos dispuesta a quedarse un tiempo junto a ellos, en el departamento. Y se queda. Para disgusto de Eva, y cierto gusto para Lucho, que desde el inicio muestra algo de interés en la recién llegada. Las cosas se complican cuando Eva comienza a dar clases particulares de inglés a un adolescente, cuya madre fotofóbica y sobreprotectora -desopilante Soledad Silveyra- piensa que es gay. Los directores plasman la historia dentro de una estética algo kitsch, forzada hacia la farsa y con ánimo de provocación constante mas no siempre efectivo. Sin embargo, la apuesta por sumar conflictos, y así alcanzar un crescendo dentro de la trama, logra redondear un filme que en su segunda mitad consigue entretener y finalizar satisfactoriamente.
Game over...? Aunque parezca mentira esta séptima entrega de la saga más sádica de los últimos tiempos todavía tiene sorpresas. En la película anterior dejamos al detective Hoffman y a Jill, la mujer de John/Jigsaw, brutalmente enfrentados. La continuidad de esa lucha sigue en este nuevo capítulo que para iniciar, como en los anteriores, tiene un juego para entrar en clima. esta vez con un estilo "reality" y una resolución que apenas anuncia lo que vendrá en los minutos siguientes. Porque esta vez las escenas más fuertes van al límite de lo tolerable, aún para el más morboso. Y si a esto le sumamos que también se presenta en 3D, entonces recomendamos pensarlo dos veces antes de someterse a la ilusión de ser salpicados por litros de sangre y trozos de tripas. El esquema es idéntico a los filmes anteriores, víctimas elegidas por cuestiones moralmente reprochables son sometidas a juegos perversos y sangrientos. Sin dudas, en esta ocasión uno de los mejores es el que tiene a unos xenófobos como protagonistas. Hay que verlo, aunque sea por catarsis. En la trama central, un sujeto que se presenta ante los medios como un sobreviviente de Jigsaw y especula comercialmente con ello. El crescendo final con las pistas presentadas ante el espectador con el fin que comprenda claramente todo es ya un clásico, y deja abierta la puerta para que una octava entrega llegue a los cines el año próximo; esta vez sí, para que todas las piezas del rompecabezas encajen perfectamente.
La epidemia de nunca acabar Alice (Milla Jovovich) está de vuelta y decidida a llegar al corazón de la corporación Umbrella. La superficie de la tierra fue devastada y los zombis pugnan por encontrar un cuerpo virgen de virus para comer. La corporación se refugió tierra adentro, literalmente, y nuestra heroína usa sus súper poderes para alcanzar el objetivo deseado. Pero alguien más listo la espera. Despojada de sus habiliades sobrehumanas, Alice ahora va en busca de un lugar libre de virus y en el camino se encuentra con viejos camaradas de antiguas batallas con quienes librará la que ahora se presenta. Sin el ritmo de su predecesora y con la mira puesta en los efectos especiales para la versión 3D, sobreabundantes y nada originales; esta nueva entrega de la saga basada en el popular video juego de Capcom no ofrece nada demasiado interesante a nivel argumental, sólo se justifica en la necesidad de mantener la franquicia y seguir facturando con la próxima entrega que ya está asegurada. Jovovich está muy cómoda en su rol y junto a Ali Larter, quien vuelve a interpretar a Claire, prueban que el combate constante contra zombis, en las peores condiciones climáticas y los días sin el aseo deseado no es óbice para lucir siempre espléndidas, con sus ojos bien delineados y sus labios pintados, suponemos con rouge indeleble de excelente calidad. Por lo demás, se trata de un filme sólo para fanáticos y espectadores poco exigentes.
El asesino americano Jack o Edward, según sea el caso, está cansado; se le nota en la mirada, no quiere saber más de ese oficio tan ingrato que es el de matar gente. Su jefe, el que le da las misiones, dice que ya no tiene el "toque" y lo manda a refugiarse a un pueblito italiano hasta completar otra misión. Por más hosco que intente ser, a Jack se le animan igual, y así se hace amigo, o algo por el estilo, del cura del pueblo y va un poco más allá con una puta del lugar. Mientras, Jack trabaja en el que ya casi tiene decidido será el último encargo. George Clooney protagoniza un filme muy europeo, no sólo por los paisajes y el elenco sino también por el tono, esa ausencia de prisa a la que nos acostumbró buena parte del cine francés, por ejemplo. El director tensa el clima, propone un filme denso, se apoya en la mirada de Clooney, en su actitud paranoica, esa que permite a su personaje seguir con vida. El suspenso crece, tal vez hacia lo obvio, una resolución otras veces vista, seguramente. Pero consigue redondear una cinta sin artificios, bien fotografiada, morosa en el relato, algo que se acentúa ante los escasos diálogos que tiene el filme; que por cierto no viene mal ante tanta parrafada gratuita que se suele lanzar ultimamente en el cine. De acertada musicalización, paisajista fotografía y buenas actuaciones en el elenco, "El Ocaso de un Asesino" no destila originalidad pero sí propone, en cambio, un buen momento cinematográfico.
Otra vez sopa De nuevo Katherine Heigl en pantalla, decidida a quedarse con el trono de reina de la comedia pasatista. Y esta vez con el control total al asegurarse el cargo de productora ejecutiva del fime. Ahora es una treintañera soltera y desesperada por encontrar una pareja que debe convivir a la fuerza con un soltero mujeriego y despreocupado con quien no se lleva nada bien, especialmente desde una cita fallida hace un tiempo atrás, pergeñada por una pareja amiga de ambos. Esa pareja tuvo una bebé y al poco tiempo murieron en un accidente de tránsito. Su deseo, plasmado en un testamento, fue que sus amigos se hicieran cargo de la niña. Y ahí están, ella y él, sin tener la menor idea sobre como cuidar a una criatura de un año y viviendo bajo el mismo techo. El chiste es viejo y remanido. Situaciones ya vistas donde un crío vomita sobre el adulto inútil, o llora porque no dan en el clavo con la comida indicada. Nada nuevo. En medio de todo el enredo propuesto queda la relación amorosa entre la pareja despareja, cuadro también hartamente visto en la pantalla. Y como es previsible, el final será el adecuado para quienes decidan ver esta comedia intrascendente, algo extensa, aunque digna. Sólo para mujeres ñoñas, parejas acarameladas y mártires decididos a inmolarse en una primera cita.
El ciclista imprudente Federico (Leonardo Sbaraglia) es ventrílocuo, anima fiestas, se gana la vida como puede, es más bien un cuarentón perdedor sin un horizonte muy ambicioso. Matías (Martín Slipak), en cambio, estudia para ser arquitecto, es joven y vive de joda. Pablo, por su parte, es tatuador y en su mirada se nota cierto desencanto. Una noche, luego de cenar con su padre, Pablo regresa a su casa en bicicleta, mientras Matías deja por un rato una fiesta en busca de otra licuadora para preparar tragos y Federico termina una actuación. Todos salen en sus respectivos vehículos, con diferentes destinos por las desoladas calles porteñas cuando otro destino, el inexorable, hace que Pablo se distraiga juntando unos papeles que se le cayeron en medio de la avenida. Federico no lo ve, y choca contra su bicicleta y luego de discutir se va, dejando a Pablo puteando y tratando de enderezar el rodado cuando de pronto el auto que maneja Matías lo embiste, y ahora sí, Pablo queda tirado en el pavimento, en mal estado. La situación parece algo tirada de los pelos, inverosímil tal vez, y lo que sigue en la trama oscilará entre acertados apuntes acerca de la justicia y derivaciones algo caprichosas. La cobardía de Matías al no hacerse cargo de haber matado a un hombre, apoyado por su inmoral padre (Luis Machín), derivará en el castigo al inocente Federico, que luego de purgar una condena buscará algo más que venganza. No hay mucho por destacar en el filme, al menos desde lo estético; su cinematografía es más bien mediocre. Es la parte actoral la que salva el asunto, con sólidos trabajos de Machín y Federico Luppi, como el padre de Pablo que busca justicia. El director opta por usar un cartel que indica el tiempo transcurrido entre un acto y otro, recurso simple y directo que evita caer en situaciones que distraerían del eje, pero que sólo el talento de Leonardo Sbaraglia salva. Su actitud corporal y su mirada, sólo esos elementos, alcanzan para saber que pasaron años, que fueron duros y que ya no es el que era. Mientras el resto del elenco y su entorno no alcanza ese nivel, Sbaraglia consigue solito que el tramo final del filme valga la pena. Y eso ya es bastante, aunque no suficiente.
Ese farsante llamado Carrey Ha logrado engañarnos el bueno de Jim. Lo hizo en "Man on the Moon" donde compuso estupendamente a Andy Kauffman. Lo hizo también en "The Truman Show", tal vez su mejor trabajo, se destacó también en "Eterno Resplandor de una mente sin Recuerdos". ¿Era suyo el mérito? A esta altura y ante el filme que nos ocupa, todo indica que no. Jim Carrey es un elemento peligroso dentro de una película. Debe ser manipulado con precaución, como si fuera nitroglicerina; así de inestable es este actor tan propenso a los excesos. Aquí interperta a Steven, un policía felizmente casado que de pronto decide asumir su homosexualidad reprimida durante años. También se convierte en un tipo lanzado y ambicioso. El problema es que Steven es muy inteligente, y sabido es que quien delinque nunca es lo suficientemente inteligente y así es como va a parar a la cárcel por fraude. En prisión conoce a Philip (Ewan McGregor), un delicado gay de quien se enamora de inmediato. A partir de entonces todos sus esfuerzos estarán dedicados a satisfacer a Philip y vivir felices fuera de la cárcel, a costa de estafas, mentiras y engaños no sólo a su entorno sino también al Estado. Esta película tiene un claro problema con el tono. Basada en una historia real, no se decide a parodiarla del todo, pero tampoco a tomársela en serio. Jim Carrey logra por momentos, sólo eso, encarnar al sujeto que se supone que es; pero todo se echa a perder cuando asume personalides ya exhibidas en otros filmes más familiares como "Mentiroso, Mentiroso". Los directores pierden entonces definitivamente el control del filme ante un Carrey avasallador y decidido a gesticular y sobreactuar todo lo posible. A Ewan McGregor, por su parte sólo le queda dejar que todo fluya y hacer su parte con profesionalismo, sin conseguir plasmar algo de química en la pareja. Aún con algunos buenos momentos que destilan cierto aire indie, el todo no alcanza a redondear una película que merecía otro protagonista.
El viejo truco El pastor Cotton Marcus (Patrick Fabian) es fiel a la tradición familiar y se dedica, como su abuelo y su padre, también a los exorcismos. El punto es que lo toma sólo como un negocio y es consciente de que todo es pura charlatanería. Cansado de tanta superchería, decide protagonizar un documental en el que descubre los trucos con los cuales estafa a los creyentes que tienen a un "poseído" en la familia. Marcus prefiere decir que los ayuda, que en realidad no los estafa; hasta que se le presenta un caso muy peculiar. De pronto lo razonable se derrumba y aquello sobre lo que se burló siempre ahora le plantea un desafío. Con momentos bien logrados de suspenso, buenas actuaciones -especialmente una actriz como Ashley Bell que consigue impactar con su lograda interpretación de la joven poseida-, "El Último Exorcismo" está rodada al estilo "REC", cámara en mano pero con detalles de edición que dejan planteadas dudas luego del final. Sin ser una obra maestra, este filme se suma con dignidad a la larga lista que tiene este sub-género de exorcismos y a la más corta de falsos documentales.