Alguien te está mirando Royce (Adrien Brody) es un mercenario que cae desde el cielo en una selva extraña y amenazante. No tarda en encontrarse con otros siete que corrieron su misma suerte. Todos sujetos de acción, excepto uno, un médico. Han sido elegidos por los alienígenas depredadores para que sirvan como presas de caza y con esta premisa, durante algo más de hora y media, el director Nimród Antal se las ingenia para hacer entretenido el clásico juego del gato y el ratón. Buen manejo del suspenso, escenas terroríficas y mucha acción sin culpa es lo que ofrece esta película que tiene el sello de su productor, el también director Robert Rodríguez. Aquí Adrien Brody demuestra que es un actor todo terreno, tan capaz de protagonizar un drama de Polanski como de encabezar esta aventura sangrienta en la que se divierte disparando contra monstruos de otro planeta. Ideal para fanáticos de la franquicia iniciada por Arnold Schwarzenegger en 1987, bajo la dirección de John McTiernan, como para aquellos que sólo quieran entretenerse un rato sin importar si vieron algún filme de la saga.
Un baño pop Los viajes en el tiempo siempre son atractivos al momento de contar una historia. Activan en el público una fantasía común, igual que cuando se trata de volver rico a un pobre o cambiar de sexo a un individuo. En este caso tres amigos cuarentones se reencuentran luego de que uno de ellos intentara suicidarse, y junto al sobrino de uno de ellos viajan hasta un hotel en la montaña para recordar viejos tiempos. Sólo que el lugar no luce como imaginaban; descuidado, en pésimas condiciones, ofrece un servicio deplorable, especialmente por su botones manco. De todas formas los muchachos deciden quedarse a pasar unos días y es cuando se dan un baño en el jacuzzi que se produce lo inesperado. Los ochentas están de vuelta, 1986 para ser exactos, en el mismo sitio y ante situaciones ya vividas, que ahora deberán respetar si es que no quieren alterar el orden del universo. Es obvio que estamos ante una parodia, pero que se toma muy en serio. Claro que en lugar de usar un DeLorean para viajar en el tiempo, usan un Jacuzzi. Pero que el botones del hotel sea Crispin Glover, el George McFly de "Volver al Futuro", es toda una referencia. Como lo es la participación de Chevy Chase, ícono de la comedia tonta estadounidense de lo ochentas. Los gags se suceden unos tras otros con diversa suerte. Muchos escatológicos, otros localistas, varios en referencia a la cultura pop de la época que serán disfrutados por los consumidores de VH1, además de la banda de sonido que ofrece canciones de INXS, Scritti Politti, Poison y Talking Heads, entre otros. John Cusack ya demostró en varias ocasiones lo versátil que es para moverse bien tanto en el drama como en la comedia; en tanto Clark Duke, a quien ya vimos en "Supercool", "Sex Drive" y "Kick Ass", se va volviendo un rostro conocido y, hay que decirlo, algo monótono si no cambia por lo menos el peinado y su rol de "mister sarcasmo" para el próximo filme.
Salgan al sol, idiotas Cinco amigos de la infancia se reunen luego de treinta años en el funeral del entrenador que les hizo ganar un campeonato de basquet cuando eran chicos. Cada uno hizo su vida, a algunos les fue bien, a otros no; lo importante es que tienen la oportunidad de estar juntos por un fin de semana, en una casa de campo y revivir los viejos tiempos. Claro que no están solos, sino con sus familias, donde no faltan chicos que viven pegados a sus celulares sin idea de lo que es jugar al aire libre. El marcado contraste que se muestra entre lo que los padres y los chicos consideran apropiado para divertirse y pasar el rato, vale en definitiva para exhibir la moraleja del filme. Haciendo base en el humor simplón y escatológico que la comedia estadounidense ha dado en los últimos veinte años, desconociendo así el legado de décadas de comediantes ingeniosos, Adam Sandler se pone a la cabeza de un elenco contemporáneo a él, moldeados desde el "Saturday Night Live", algunos más graciosos que otros, pero todos tocando la misma cuerda. Y eso es justamente lo que hace que, con todos sus defectos, este filme funcione. Gags a repetición, situaciones creadas como bolas de nieve que a veces rematan efectivamente, y ninguna pretención extra más que la de ofrecer un pasatiempo efímero, son suficientes razones para que el lector tome la decisión por su cuenta y riesgo. No hay sorpresas en esta película, apenas un puñado de comediantes que están a años luz de ser lo mejor que haya dado Hollywood, pero que tal vez puedan arrancar alguna sonrisa.
Leer un libro siempre es una buena opción El espectador deberá tolerar una hora de acción ridícula y sin sentido con pretensiones de comedia, para llegar a algo parecido a una trama. En esa hora puede el público entretenerse contando las diferentes caras de una Cameron Díaz que definitivamente no cuenta con el cariño del director. Pocas veces se vió en pantalla a una actriz tan descuidada; por la luz, por el plano, por el maquillaje. Bueno, se darán cuenta que no hay algo mucho más interesante para comentar sobre una película que es la nada misma. Un espía que es perseguido por el FBI usa como objeto de distracción a una mujer a la que cruza en el aeropuerto. El espía, interpretado por Tom Cruise, se gana la simpatía de la mujer, la multifacética Cameron, quien acaba involucrada en una caso de alta seguridad nacional en el que, obviamente, corre riesgo su vida. Tiros, patadas, piñas, explosiones, corridas de toros, Díaz en bikini y Cruise en cueros son algunos de los ingredientes de un filme en el que el director James Mangold no encuentra jamás el rumbo, si es que tenía uno.
La histeria sin fin Aquello que en la primera entrega era aceptable y en la segunda tolerable, aquí se hace insoportable. Un director sin el más mínimo sentido del ritmo cinematográfico, incapaz de dotar de cierta creatividad a las interminables y tediosas escenas cargadas de diálogos, demasiados, vacuos, y propios de la más berreta de las telenovelas. Una protagonista que agota con sus contados mohines y una languidez que exacerba el bucólico y desganado rol que le toca ¿componer?. Co-protagonistas que no le van en zaga y una sub-trama sin sustancia que al menos sirve para despertar al espectador que envejece viendo este bodrio con pretenciones románticas. Bella sigue con su indefinición, y los dos pavotes, uno vampiro y otro hombre lobo, continúan peleando por ella. A esta altura, y con toda justicia, uno se pregunta que le vieron a esta insípida egoista, que ni siquiera está buena. Pero allá ellos, lo que nos importa es que estamos ante un filme aburrido, falto de sorpresa, con algunas de las peores actuaciones en lo que va del año y que empantana a una franquicia que merecía algo mejor, al menos por la expectativa que genera. Resta todavía la definición de la historia, que será divida en dos para prolongar el negocio un poco más, hasta que aparezca algo nuevo. Es de esperar que entonces se acuerden del público y brinden un espectáculo decente.
Otra vez sopa Una vez más y con pocas semanas de diferencia, llega a las salas una película que vuelve atrás en el tiempo para tratar el tema de la dictadura y los desaparecidos, y avisamos que queda otra por venir en un par de semanas. Esta vez la propuesta es algo más decente que la impresentable "Eva y Lola". Porque hay en "Cómplices del Silencio" un tratamiento cinematográfico decente, buena producción y algunas actuaciones destacables. Eso sí, dentro de un elenco muy desparejo y con un guión muy pobre y efectista. Un par de periodistas italianos viajan a la Argentina para cubrir el mundial de fútbol de 1978. Uno de ellos, el protagonista de la historia, tiene familia en Buenos Aires y un encargo por cumplir. Recién llegado a la casa de sus tíos, Maurizio (Alessio Boni) comparte un almuerzo familiar en el que conoce al marido de su prima, un funcionario del ministerio del Interior interpretado por el siempre eficaz Juan Leyrado, quien de entrada deja en claro qué tan oscuro es su personaje, y gracias a su oficio lleva adelante el rol sin caer en la caricatura en la que sí caen muchos integrantes del reparto. Maurizio busca a una mujer llamada Ana (una correcta Florencia Raggi), a quien debe entregarle dinero de parte de un amigo italiano. El encuentro se produce y por esas cosas del cine, el amor se da a primera vista. Répidamente Maurizio se interesa en saber por qué esa mujer actúa tan misteriosamente. El público también. Nunca se explica por qué Ana y sus barbudos y desaliñados amigos portan armas y viven escondidos. ¿Cuales son sus planes? ¿Qué los llevó a vivir en la clandestinidad? Nada de eso se cuenta en el filme; sí en cambio, se pone mucho esfuerzo en mostrar de qué son capaces los villanos de la historia. Deja vú. Cine argentino del alfonsinismo. Más de lo mismo. Lo peor son las pésimas actuaciones de quienes hacen de soldados y parapoliciales que deben decir sus líneas prefabricadas, plagadas de lugares comunes. Se animan incluso el director y el guionista, italianos ellos, a asegurar que aquel mundial fue comprado por los militares, faltando así el respeto no sólo a los jugadores de aquella selección sino también a los de la selección holandesa, la única que se manifestó pública y oportunamente en contra de la dictadura imperante. Esta co-producción italo-argentina se suma a otros filmes que poco hacen por mostrar una porción de nuestra historia con imparcialidad y rigor histórico; por el contrario, se inscribe en el género maniqueo y efectista que se nutre de obviedades que insultan la inteligencia del espectador informado. En la década del ochenta se podía permitir que el cine se dejara llevar por cierto espíritu militante, en el fragor por contar tantas historias desgarradoras cruzadas por una dictadura sangrienta. Pero en esos años faltaba información. Hoy es imperdonable que con tanta bibliografía disponible y a años de distancia del horror, se sigan produciendo filmes que poco esclarecen y mucho confunden.
Echarse una siesta Cheka y "el flaco" son hermanos. Su papá murió y lo velan en su casa. No soportan el clima ni a los parientes y amigos que llegan para dar el pésame y de paso comer sanguchitos de miga. Deciden dejar el lugar y dar una vuelta por el barrio a la hora de la siesta. El silencio del velorio parece trasladarse a toda la zona y acompaña a los hermanos en su desganado paseo. La directora Sofía Mora parece tener la excusa perfecta para practicar encuadres, contraplanos, y jugar con los contrastes que ofrece el hecho de haber grabado en blanco y negro. Porque esta historia no fue filmada sino grabada en digital, y ese es un problema en cuanto a la calidad final donde en el traspaso a fílmico se nota el pixelado en los tonos oscuros y afea el trabajo de fotografía. El guión se inscribe en la corriente de este nuevo/viejo cine nacional que busca profundidad donde sólo hay tedio y frases vacías. La protagonista Belén Poviña es monocorde y hasta molesta por su impasibilidad, actitud de la que apenas consigue destacarse su co-protagonista Elías Maidanik, como su melindroso hermano. "La Hora de la Siesta" se queda en la pretensión estilística de su directora sin proponer un conflicto accesible para el espectador, algo que no sería grave sino fuera porque el tedio llega inexorablemente.
Con un gestito de idea Burke Ryan (Aaron Eckhart) viaja hasta Seattle para dar uno de sus seminarios de autoayuda para personas que han sufrido una pérdida cercana. Él mismo perdió a su esposa en un accidente automovilístico y a partir de ese hecho escribió un libro que se convirtió en un éxito editorial. El suceso interesa ahora a importantes empresarios de los medios que buscan explotar el filón, algo que a Ryan no parece convencerlo del todo. Viudo y sin perspectivas en lo afectivo, Burke tropieza en el hotel con Eloise (Jennifer Aniston), encargada de los arreglos florales del lugar, y queda automaticamente flechado. Pero el levante no le es fácil, Eloise se muestra experimentada en lances y Burke tiene que demostrar que lo suyo es serio. Mientras tanto debe lidiar con los problemas de quienes asisten a su seminario, especialmente con Walter (John Carroll Lynch) que no termina de asumir la muerte de su hijo. El filme tiene una estructura que puede recordar a "Amor sin Escalas", por cargar el peso de la historia en su protagonista y hacer relevantes los roles secundarios que le potencian; incluso el de Aniston, quien se luce con lo mínimo, acotada en su histrionismo, bien dirigida y mejor fotografiada, apuntalando a Eckhart desde un papel casi secundario. Aaron Eckhart se hizo conocido por su labor en la brillante "Gracias por Fumar", y se popularizó mundialmente con su participación en "The Dark Knight" donde interpretó a Harvey Dent/Dos Caras. Ahora, en "Nuevamente Amor" despliega su capacidad para atravesar diferentes estados y conmover con cada uno de ellos. Por otra parte, la actuación de John Carroll Lynch, a quien vimos recientemente en "La Isla Siniestra", es de una potencia dramática notable y tiene a su cargo los momentos más emotivos del filme. El director Brandon Camp consigue redondear con ajustado equilibrio una comedia amable, cálida y conmovedora. Disfrutable de principio a fin.
La posesión va por dentro Emily Jenkins (Renée Zellweger) trabaja como asistente social, su labor es intentar conseguir armonía en hogares donde los chicos pueden estar en riesgo, sea por desatención de sus padres o por algún tipo de violencia ejercida por ellos. Con muchos casos que revisar y sin el tiempo que desearía tener recibe un nuevo fajo de expedientes, entre ellos uno que le llama la atención de manera especial. Se trata del caso de una niña de diez años, llamada Lillith, que demuestra una personalidad retraída y se duerme en clase. El director alemán Christian Alvart nos muestra como Emiliy visita la casa de la niña, su entrevista con los padres, de aspecto desquiciado, claramente trastornados, y la lucha de la asistente por alejar a la chica de esa casa. También nos hace partícipes de como Emiliy junto a un policía amigo consiguen salvar a Lillith de una muerte segura, y como se establece un lazo afectivo entre la chica y la asistente social. Pero lo que nos muestra Alvart es apenas un señuelo, una pase de manos, ilusión que lamentablemente se desmorona demasiado pronto. Pierde la oportunidad de ser sutil, de sugerir, y descubre el juego con torpeza para dar lugar a un devenir de clichés y referencias a filmes varios que sólo consiguen ansiar el desenlace. No es que las actuaciones estén mal, ni la cinematografía en general. Es apenas una más de terror y suspenso cuando prometía ser algo distinto. De esas que no dan vergüenza ajena y se dejan ver si se es fanático del género o se está aburrido una tarde en casa, haciendo zapping.
Ni siquiera maldito... No es el maldito policía de Harvey Keitel, ni siquiera el Torrente de Santiago Segura. Ni dramático, ni gracioso, más bien patético es este teniente Terence McDonagh, encargado de conducir la investigación del asesinato de una familia de afroamericanos en la Nueva Orleans post Katrina. Cocainómano, corrupto, jugador, vicioso a tiempo completo y enganchado sentimentalmente con una prostituta, el oficial va acumulando problemas personales mientras intenta solucionar el caso. A poco de transcurrido el filme al espectador poco le importará quien fue el asesino, el director no pretende que nos interese y hasta la resolución del hecho pasará casi desapercibida entre tanto devenir del personaje principal. Es que ese es el objetivo de la historia, mostrarnos la decadencia de un sujeto que debe servir a la sociedad y por el contrario se aprovecha de su posición para obtener aquello que desea, siempre ilegal. Pero hay un par de problemas. Nicolas Cage y Werner Herzog. El primero compone uno de los papeles más sobreactuados de la historia del cine. Cuesta comprender por qué fue elegido para un rol que requiere de una calidad interpretativa de la que carece por completo. El segundo es uno de los realizadores más importantes del siglo pasado, con obras que le valen un sitial dentro de los grandes del cine. Pero eso fue en el siglo pasado. Si al hecho de que cuenta con un actor desbordado y poco creible, le sumamos un relato desprolijo y escenas que bordean el ridículo narrativo, entonces debemos concluir en que el bueno de Werner necesitaba algo de dinero para financiar vaya uno a saber qué proyecto, o gustito personal, y tomó su salario sin culpa alguna. Porque hacer un remake tiene sus riesgos y Herzog decidió correrlos. Le salió mal. Por ser servil a una seudo-estrella acabó destruyendo el sentido de la historia original justificando torpemente el accionar de un sujeto cuya naturaleza corrupta no necesitaba justificarse, sino asumirse. No hay manera de aprobar, sino desde el esnobismo o la obsecuencia, la labor de un cineasta al borde del precipicio que, para peor, tiene a un actor dispuesto a darle un empujoncito. Busquen "Bad Lieutenant" -1992- y disfruten del capo laboro de Harvey Keitel desde la sórdida mirada de Abel Ferrara. Nuestra calificación: Esta película no justifica el valor de una entrada.