Aún combinando una gran cantidad de ideas ya plasmadas en diferentes películas, y sin demasiadas luces en su trama y diálogos, Poder sin limites es una de las cintas más taquilleras en la cartelera estadounidense y su final augura una factible secuela. Puede que atraiga al público joven el protagonismo de tres estudiantes dotados de capacidades sobrenaturales, y los que ven series quizás encuentren toques de Héroes. De todos modos estos personajes adolescentes, que tras un hallazgo se impregnan de sorprendentes poderes mentales y físicos, en ningún momento se proponen ayudar a nadie, por el contrario, caen en el descontrol y uno de ellos, en una suerte de psicosis violenta. En el orden de las influencias, este film llamado originalmente Chronicle está rodado al estilo de Cloverfield o la legendaria Blair Witch, con una cámara en mano a la cual se sumarán otras. Estos recuerdos fílmicos, especialmente del primer título mencionado, no terminan aquí, y asoman otros afines como Kick-ass, Soy el número cuatro y hasta Hankock. Y si nos remontamos un poco más atrás, un casi olvidado film de Brian De Palma, La furia. Fuera de estas referencias Poder sin limites está muy bien hecha y es visualmente atrayente, pero su exceso de desbordes y alaridos, su guión desprolijo, carente de cualquier sentido y rigor, la descalifican.
Con el bagaje audiovisual y emotivo habitual en la filmografía de Steven Spielberg, Caballo de guerra propone una poderosa pieza de cine clásico desde lo narrativo, lo más despojada posible de añadiduras digitales. Lo que no significa que este tipo de asistencias técnicas estén ausentes, pero sí dosificadas con la habilidad proverbial de un realizador que desde Jurassic Park ha apelado a estos recursos casi como ningún otro. Paradójicamente Spielberg acaba de presentar la notable Las aventuras de Tintín, en donde da otro paso significativo en el campo de la animación digital. Sea como fuere, esta película nominada por la Academia que muestra sin pausas su rodaje verosímil en pantalla, es básicamente un relato de temple, reivindicación y lealtad, en el que prevalecen las vicisitudes de un caballo y su primer dueño, un adolescente idealista y tenaz. Ambientada en la Inglaterra rural y en distintos puntos de Europa en tiempos de la Primera Guerra Mundial, Caballo de guerra es tanto una atrayente aventura épica como una cruenta e impiadosa película bélica. A partir de la separación entre el joven y el caballo arranca una odisea plagada de sinsabores, en la cual se sucederán nuevos y pasajeros dueños para el equino. Como bien declaró el propio Spielberg, el film sólo se ocupa de los personajes que se relacionan con el animal, no sigue a otro rol ni toma partido, porque el animal no tiene ideas políticas. Con este concepto, la nueva obra del director de la saga de Indiana Jones desarrolla sobre un duro trasfondo una suerte de travesía emocional que en varios tramos golpea fuerte al corazón. La simpleza del guión y su carácter melodramático se vuelven por momentos ostensibles, pero la metáfora presente en la escena del caballo atrapado en medio de los dos frentes de batalla, la realza y resignifica.
Con la discutible pátina de film apto para todo público o directamente infantil, La invención de Hugo Cabret es en realidad una película destinada al más incondicional y militante cinéfilo en estado puro. Con lo cual, queda claro que un niño se va aburrir a los pocos minutos de verla, por más que un personaje de su edad la protagonice. Dejando en claro este detalle, el último trabajo del gran Martin Scorsese es un descomunal homenaje al cine, quizás uno de los más abarcativos que ha dado la cinematografía en su ya no tan corta historia. El director de Cabo de miedo, como parte de un giro expresivo que está llevando a cabo en los últimos años, desarrolla en este film temáticas casi nunca exploradas en su fértil y febril trayectoria. Con la presdigitación de un mago, como lo fue en sus orígenes Georges Méliès, principal destinatario del gran tributo que representa Hugo (a secas, en su título original) va construyendo su acto de hechicería buscando el más depurado arte y virtuosismo. A pesar sus denodados esfuerzos, no siempre lo consigue a lo largo del metraje, pero sin dudas que alcanza picos de altísima calidad técnica, visual y expresiva en su obra, imposible de ser apreciada en otro ámbito que no sea una sala cinematográfica. Porque La invención de Hugo Cabret es la más excelsa ofrenda a los inicios de ese vehículo audiovisual que tuvo varios nombres hasta ser denominado como cine. Queda claro que Scorsese hace años guardaba en su alma la chance de plasmar su propio Cinema Paradiso, incluyendo el protagonismo de un niño, cosa que concreta con una trama distintiva de la inolvidable pieza de Giuseppe Tornatore, cuyo espíritu flota sin dudas en el apasionante desenlace. Con interpretaciones soberbias de Ben Kingsley, Sacha Baron Coen y otros talentos, Hugo pudo haber dado aún para más, pero nada ni nadie le va a quitar su propiedad de obra que, con pocos parangones en la historia, homenajea el indudable legado del séptimo arte.
Luego de un paso interesante con Sudor frío, aguerrido film del género estrenado a principios del año pasado, los hermanos cineastas Adrián y Ramiro García Bogliano prosiguen con sus obsesiones terroríficas ahora con Penumbra, pieza dotada de una trama atrayente en la que se aprecian varias influencias. Platenses aunque nacidos en Madrid, han rodado en su ciudad varios largometrajes focalizados en este estilo cinematográfico y aquí evidencian una notoria capacidad para transitar una historia claustrofóbica de manera concisa y eficiente, logrando fuertes climas que se mantienen hasta un final extremo y sorprendente. La bella y convincente Cristina Brondo, protagonista hispánica que ha transitado el género, es una agente inmobiliaria española de paso por Argentina, que acude a mostrar un departamento en alquiler a unos potenciales arrendatarios. Lo que no imagina es el arrebatado destino que estos –sospechosos- interesados piensan otorgarle al inmueble, que se vincula de manera estremecedora a un inminente eclipse total de sol. Penumbra no mantiene todo el tiempo su tensión y suspenso, pero con toques visuales que recuerdan a Polansky y Alex de las Iglesia arriban a un aceptable resultado expresivo, bien sostenidos por un elenco en el que también se destacan el talentoso Sebastián Muñiz y la fenomenal participación de Arnaldo André.
Con un buen pulso cinematográfico y un gran manejo de actores no profesionales, el debutante Néstor Mazzini no logra de todas maneras encausar una película que se filmó hace casi diez años, que sufrió varios retoques de posproducción y recién ahora puede darse a conocer comercialmente. Que lo pague la noche cuenta con un atrayente marco real, los peculiares monobloks del barrio Lugano 1 Y 2, a su vez también recreados digitalmente en la sugerente presentación de títulos. Es otro los logros de este –corto- largometraje, pero en lo que hace a su trama con toques de thriller, el andamiaje fílmico se resiente al no lograr remontar una serie de confusas y forzadas vueltas de tuerca. Ambientada durante la crisis política de diciembre del 2001, el film, que hace alguna mención visual y narrativa de estos hechos, refleja climas de tensión, tras lo que sucede en una rústica boda que se lleva a cabo en una plaza de Villa lugano. Rodeados por ese paisaje de edificios, ese particular festejo va desenmadejando una extraña y sórdida trama entre oscuros personajes. Las alternativas van tomando un cariz algo ensoñado, donde no se sabe a ciencia cierta qué es lo que está sucediendo. Mazzini acierta en la caracterización de los personajes, pero no se decide entre una trama realista de acción o un drama psicológico surrealista, y se queda a mitad de camino.
Dotada de un humor ciento por ciento revulsivo y devastador, Peter Capusotto y sus 3Dimensiones se enaltece por un trabajo audiovisual acorde con el producto. Porque Pedro Saborido demuestra aquí, y con creces, que dentro del genial y proverbial universo de Diego Capusotto, él es una parte indisoluble, un creador de caracteres y de gags inagotables. Y, además, en su condición de director, le otorga a ese estilo de humor, que puede llegar a ser inmanejable y caótico, un marco ideal, catalizador y cómplice. Algo que el director Néstor Montalbano había esbozado con Capusotto a través de comedias absurdas como Soy tu aventura y Pájaros volando, pero aún faltaba algo más en el terreno cinematográfico para el mejor capo cómico argentino de los últimos tiempos. Y esa obra faltante llega ahora con toda la furia con esta película, auténticamente 3D y a la vez anti 3D y anti entretenimiento. Está claro que aquellos que se han regocijado legítimamente con Todo por $2, y luego con el formidable Peter Capusotto y sus Videos, serán más perceptivos con respecto a los innegables códigos que presenta el film –una espectacular catarata de squetchs en la que descollan personajes como Bombita Rodríguez, Violencia Rivas y Jesús de Laferrere-, pero los neófitos avisados y bien predispuestos encontrarán la más pura, bizarra y subversiva diversión.
A sólo una semana del estreno de J. Edgar, la gran biografía cinematográfica de un fuerte líder del poder político, La Dama de Hierro, sobre la controvertida Primer Ministro conservadora de Inglaterra, Margaret Thatcher, ofrece un personaje mucho más conocido por históricas razones. En este caso con dos particularidades artísticas relevantes, una cineasta mujer, Phyllida Lloyd, y el protagonismo de la descomunal y siempre inspirada Meryl Streep. La Lloyd viene del musical Mamma Mia! en el que también dirigió a la Streep, y pese a que aquí se introduce en un film de características opuestas, demuestra gran ductilidad, sensibilidad e inteligencia para abordar una temática riesgosa. Entre Edgar Hoover y la Thatcher existen claros puntos de contacto, como la ideología de derecha de ambos y el hecho que hayan privilegiado su carrera por el poder a los afectos, entre otros detalles. Pero mientras que Eastwood optó por una estética contenida, exhaustiva y rigurosa, el tono de la Lloyd es más frontal y visceral. Potentes biopics en las que J. Edgar sea acaso una obra de arte dentro de este subgénero. En este sentido La Dama de Hierro parece ofrecer mayores condescendencias hacia la señora en cuestión, pero también muestra su autoritarismo incontenible, su desprecio por las clases bajas y trabajadoras, incluyendo escenas con desesperadas movilizaciones sociales y una represión policial mostrada con crudeza. La directora no deja de lado imágenes sugerentes y focaliza en una sustanciosa conducción actoral, poniendo en pantalla la lucha de una mujer común por sus ideales, abriéndose camino dentro de un universo político liderado por hombres para nada dispuestos a darle un lugar. Una porción importante del film está dedicada a la Guerra del Atlántico Sur, que significó para la estadista un triunfalismo amargo y pasajero. La Streep, más allá de su extraordinario trabajo de caracterización, dota de una carga emocional sustantiva a su personaje.
Con un fuerte contenido sentimental y emocional, El amor de Tony narra una historia de amor singular, fuera de registro, en un marco pintoresco pero a la vez atípico, arisco y por momentos desolador. En realidad el film se titula Angèle et Tony, que describe con mayor amplitud el contenido de la trama, que está quizás más emparentado con las vivencias de ella que con las de él, que aún así encierran numerosas aristas que el guión de la realizadora francesa Alix Delaporte irá develando poco a poco. Ambos se conocen tras una cita a ciegas en un pueblo costero, él un duro trabajador de la pesca afectado por una pérdida y ella en libertad condicional tras dos años de cárcel, en una etapa licenciosa de su vida. Dos almas vaciadas por la soledad y la necesidad de afecto con las que Delaporte hace una pintura muy personal de la pasión humana, una verdadera radiografía sostenida sin desmayos y con enorme sensibilidad por la pareja actoral compuesta por la bellísima y talentosa Clotilde Hesme y el fenomenal Grégory Gadebois. Polos casi opuestos que lograrán relacionarse y experimentar sensaciones casi olvidadas, incluyendo el amor materno-filial y el familiar, en un circuito emotivo potente pero sutil, y además sumamente disfrutable.
Sin dudas que el australiano Sam Worthington es un intérprete en franco ascenso que va un poco más allá de su imagen y carisma. Luego de un papel algo robótico en Terminator 4, lo cual no estaba del todo mal porque parte de su organismo era mecánico, demostró en Avatar condiciones actorales interesantes. Esto lo fue confirmando en algún otro film y ahora lo ratifica en Al Borde del Abismo, film en el cual está casi todo el tiempo en pantalla y debe sostener todo el peso narrativo. Viendo el film asoma el recuerdo de Ultima llamada de Joel Shumacher, en el que un hombre debe vivir una situación extrema en una cabina telefónica durante todo el film, algo parecido ocurre acá, pero en la cornisa de la ventana de un importante hotel de Nueva York, a la que se sube un hombre sin razón aparente. También films como El Plan Perfecto de Spike Lee y otros de ese estilo, incluyendo Robo en las Alturas, estrenada la semana pasada, se recuerdan, porque hay un robo en la película y un gran rascacielos tiene protagonismo. Cosa que asimismo ocurre en Misión Imposible 4. Pero bueno, dejando de lado semejanzas, el thriller del danés Asger Leth juega con la caída al precipicio de este ex policía injustamente acusado de asesinato, durante casi todo su metraje. Él intenta llamar la atención de la ciudad y lo logra, provocando gran revuelo en la calle y en la prensa. Todo para probar su inocencia, y también para disimular otras cosas generadas por él que ocurren al mismo tiempo y enriquecen la trama. Con un elenco llamativo en el que se pueden nombrar al magnífico Jamie Bell, Ed Harris, Edward Burns, William Sadler y Kyra Sedwick, entre otros. Al Borde del Abismo cumple su cometido, entretiene con nervio y buenos recursos.
Las remakes estadounidenses le quitan en general la esencia original al film primigenio, pero en el caso de La Chica del Dragón Tatuado, los productores se tomaron el trabajo de respetar el origen y la nacionalidad de la historia original y con ello las locaciones y hasta el nombre de los personajes. Ok, pero sin embargo en esta ocasión hubiera sido más interesante (será que no hay nada que nos venga bien) ver trasladada esa fascinante trama al territorio norteamericano y ver cómo se concatena con los violadores y femicidas existentes allí. Sea como fuere el notable David Fincher logra una gran recreación del film y de la novela, rodeándose de un brillante elenco y apelando a algunas armas expresivas que supo utilizar en Pecados capitales y en Zodíaco, entre otros detalles muy personales que aparecen aquí y allá en el film. ¿Qué le baja la calificación? Que ya estaba –y muy bien- hecha antes, y además, recientemente. Para los que disfrutaron de Los hombres que no amaban a las mujeres de Niels Arden Polev, con un sólido Michael Nyqvit y una Noomi Rapace inigualable, ver esta nueva versión, pese a su calidad, les puede deparar la molesta sensación de ver algo ya visto, y todo thriller pierde su eficacia cuando se sabe todo lo que va a pasar. Más allá que haya que destacar que Rooney Mara es una formidable réplica de la cyberpunk Lisbeth Salander. Es más, dan más ganas de revisar la original –hablada en sueco y no con actores que hablan inglés con acento nórdico- que otra cosa.