Gianni Di Gregorio es sin dudas uno de los artistas más carismáticos y talentosos del más reciente cine italiano, y hace muy poco que empezaron a llegar aquí sus películas. El año pasado se dio a conocer Un feriado particular, deliciosa pintura de la relación entre un maduro hombre soltero, su madre y su grupo de amigas. Esa ópera prima databa de 2008, pero este segundo film suyo ha llegado con más premura, y también (por momentos parece una secuela del anterior) se refiere a un protagonista con una relación estrecha con su madre, pero que en este caso vive junto a su mujer, hija y novio –ocioso e invasivo- de esta última. Su título original, Gianni e le donne, es mucho más gráfico con respecto a este señor recién jubilado y dedicado a quehaceres domésticos, que, pese a estar rodeado de bellas mujeres, piensa que ya no está en edad de romances. Hasta que un amigo lo despierta de su letargo amoroso. La sal de la vida es casi un eco expresivo de Un feriado particular, y en ese sentido Di Gregorio innova muy poco. Pero su imperdible galería de gestos y sus pequeños gags corporales son la clave de su cine, que además escudriña leve pero entrañablemente en la situación de un hombre que atraviesa por una edad en la que está a mitad de camino en todo.
Transpuesta al cine en varias oportunidades, la obra de Adolfo Bioy Casares tuvo en los últimos tiempos una aceptable adaptación como la de El sueño de los héroes, de Sergio Renán. Ahora Alejandro Chomski se suma a la lista de realizadores atraídos por su literatura, adaptando el libro Dormir al sol, a priori un material interesante dentro de un marco ídem: el enigmático barrio porteño de Parque Chas. Pero esta historia ambientada en los años 50, que aborda la locura (o acaso la bipolaridad, aún no definida así en aquella época) y que se interna en extraños -y fantásticos- vericuetos del comportamiento humano, pese a sus esfuerzos formales, no termina de convencer. Tanto la trama, que deriva en una prodigiosa transmutación de almas, como ese pequeño laberinto urbano que representa esa zona de Buenos Aires, no están aprovechados a pleno. Más allá de ciertas imágenes subjetivas -relacionadas con perros-, ofrece una ambientación correcta pero precaria, con actuaciones ceñidas a personajes limitados que luchan por salir a flote. Dormir al sol (título sobre el que, por otra parte, no hay referencias durante el metraje) es un film demasiado medido que no alcanza clímax ni atmósferas pesadillescas -o kafkianas-, acordes con la imaginación puesta en juego en el texto original.
Graciosa, juguetona y bufonesca, El Vagoneta en el mundo del cine propone un momento de desfachatez y entretenimiento sobre la base de personajes de una serie web con numerosos adeptos. En formato de sólido paso de comedia con mucho de parodia, ofrece además el atractivo de las participaciones de muchas caras conocidas. La parte del título que hace referencia al “mundo del cine” no es una redundancia sin sentido, ya que la trama se introduce descontracturadamente en dicho ámbito, ante la posibilidad de los cuatro protagonistas de lograr un contacto, no para ser parte del mismo, sino tan sólo para acceder a un buen sponsor y aprovechar el cartel que han instalado en la azotea. Y así dedicar su vida al ocio mientras “trabaja” el letrero. Llegarán al Festival de Mar del Plata para convencer al productor de la película del momento, en un pasaje en el que se destaca Juan Martín Denari como el acelerado secretario del magnate del cine, a cargo de un impecable Guillermo Francella. Las actuaciones del cuarteto, deliberadamente estáticas e inexpresivas, vuelven aún más cómico el producto, en perfecta sintonía con los cameos de Gastón Pauls, el Puma Goyti, Jean Pierre Noher, Paula Kohan y Axel Kuschetvatzky, entre otros. Una muy buena banda de sonido completa una pequeña sorpresa del cine nacional como para disfrutar sin disimulos.
Si bien no está presentada como una pieza reveladora acerca de realidades ocultas en territorio africano, El mal del sueño tiene un enfoque por lo pronto disperso, que no deja en claro su cometido. Se trata de un film alejado de lo convencional e imbuido en una peculiar postura artística, lo cual no justifica sus falencias. El mal transmitido por la picadura de la mosca tse-tse es una problemática abordada tangencialmente por este film del germano Ulrich Kohler, cuya trama se ocupa fundamentalmente de los devaneos del doctor Velten, afincado en África para mitigar los efectos de esa enfermedad en la comunidad. Cuando su mujer prefiere volver a Alemania, él decide permanecer allí no sólo por su vocación sino por un misterioso apego, factores que investigará un doctor francés de origen congoleño que es enviado a la zona. Un desenlace alegórico y risueño, que se relaciona con una leyenda regional, ofrece una bienvenida sorpresa en el final, pero no rescatan a El mal del sueño de sus baches narrativos y personajes inconsistentes, incluyendo la declarada homosexualidad del médico recién llegado, un dato que nada aporta a la historia. Bien filmada pero caprichosa y desprolija, la película no se destaca por su causa humanitaria ni por sus valores estéticos y conceptuales.
La capacidad narrativa y visual del gran Roman Polanski se pone a prueba en esta última obra suya, algo inusual en su cinematografía. Porque Un dios salvaje, basada en una pieza teatral de la reconocida Yasmina Reza, no deja de ser una de esas películas que se suelen denominar despectivamente teatro filmado. Si bien el realizador de El pianista sale airoso del desafío, el resultado final no escapa a ese mote, a sabiendas que es difícil llevar adelante esa cinchada de formatos en forma acabada. Relevamiento agudo y corrosivo de la clase media burguesa de las grandes ciudades, la autora de ART ubicó originalmente su texto en París y Polanski la trasladó a Nueva York para trabajar con actores mayormente estadounidenses (aunque irónicamente tuvo que filmar en Francia por conocidos impedimentos legales). El resultado es bueno, pero no hubiera estado nada mal que la hubiera rodado directamente en francés con actores de ese origen. Sea como fuere, Un dios salvaje cuenta con un sólido cuarteto protagónico, que intercala detalles sutiles de interpretación que en teatro no hubieran sido factibles. Dos parejas de padres que tienen una reunión aparentemente cordial luego de una grave pelea entre sus hijos, cuatro personajes con características muy definidas que desarrollan diálogos intensos e irónicos y se vuelven despiadados y humillantes. Los cuatro caerán en comportamientos intempestivos que los llevarán al más absoluto ridículo, y en esto Polanski es inclemente. La catarsis será feroz y los emparentará en plena adultez con el enfrentamiento adolescente de sus hijos. Lejos de un final explícito, el film termina con dos últimas y sugerentes imágenes, en una traslación fílmica impecable pero que no será recordada entre lo más destacado del renombrado cineasta.
Basada en el primero de una serie de libros del gran Edgar Rice Burroughs, John Carter: entre dos mundos contiene elementos de legítima imaginación pero también recuerda a otros films y personajes. Su espíritu épico y fantástico la emparentan con sagas como la de Star Wars, El señor de los anillos, y a films como El último samurai o Avatar. Aunque hay que decir que este personaje y su epopeya pueden haber sido una inspiración previa a esos títulos y no al revés. Esta historia de un militar de la época de la secesión transportado a un planeta retro-futurista en el que adquirirá poderes inusuales y será parte de luchas entre distintas especies, quiere ser el inicio de una nueva saga, más allá que la película sea muy ambiciosa, lo que la hace caer en excesos. De solemnidad, como si se tratara de la recreación de un texto demasiado honorable y asimismo de una violencia y crueldad incesantes, que no siempre son sinónimos de acción (en la premiere doblada al castellano un par de niños salieron llorando). Desbordes que alcanzan la utilización de la animación digital (más allá de algunos excelentes logros) y su extensión. Andrew Stanton, director de la notable WALL-E, no logró una calidad semejante en este traspaso suyo al cine de acción viva, pero su film atrapa, y se puede esperar más de él en el futuro (en principio, una secuela).
Dentro de la ya –muy- transitada fórmula de la cámara en mano que va narrando una historia (y que después por necesidades resolutivas va trasladándose a otras cámaras ocasionales), Proyecto X posee una estética muy afín a la aún en cartel Poder sin límites. Sólo que en el film protagonizado por adolescentes superpoderosos, la cosa se pone melodramática -con varias muertes y todo- y aquí, si bien el descontrol es descomunal; no. Además de recordar a una película que a su vez es un remix de otras, e incluir toques de las viejas Porky’s o American Pie, se puede decir que Proyecto X es una suerte de Supercool extrema, porque también está protagonizada por tres nerds, que para destacarse deciden organizar una fiesta inolvidable. Un cumpleaños absolutamente extremo que se les va de las manos, con desastres varios que convocarán a la policía y los medios de comunicación. Detrás está el sello de Todd Philips (¿Qué Pasó Ayer?), que se nota en el humor sexual, escatológico, el caos y la oda al mal comportamiento; pero también en su falta de reflexión acerca de estos hechos. Sea como fuere, la película está bien hecha por el británico de origen árabe Nima Nourizadeh y depara un momento de desmedida diversión, ideal para aquellos “fiesteros”, jóvenes y no tanto, que aman las raves con accesorios.
Gaspar Noé, más que un simple cineasta, es un artista integral, un creador en estado puro, capaz de proponer un volumen expresivo y estético que acaso excedan el formato del cine. La extraordinaria, trascendente y perturbadora Irreversible es un hito cinematográfico y ahora con Enter the Void alcanza nuevos logros creativos, extrañamente emparentados con la obra maestra de Wenders Las alas del deseo y quizás también con el Kubrick de 2001. Unos títulos de apertura frenéticos, alucinógenos, psicodélicos, nipones, dan la pauta de una inminente y fuera de lo común vivencia cinematográfica. El arranque juega con dos carteles de neón, uno perteneciente a un aviso (Enter) y otro al nombre de una disco-café (The Void), pantalla de otros negocios, a pocas cuadras la casa del protagonista. Entre esas dos expresiones tintineantes deambula el noctámbulo Oscar, iniciático e inexperto dealer, incapaz de reconocer su propia condición de adicto. Su peregrinar será registrado en forma subjetiva y omnisciente, un ingrediente extremo que se mantendrá aún luego de su prematura muerte, donde la cámara ya no serán sus ojos -que en rigor ya no existen- sino su espalda, como cuando se cambia la perspectiva de un jugador de video game. Ambientada en una deslumbrante y a la vez inhóspita Tokyo, Enter the Void se introduce en un espíritu dolido, que indaga en su pasado y hurga en el presente de sus afectos, que dependían de él más de lo que se imaginaba. El segmento final, imbuido de erotismo, aporta conceptos energéticos y lumínicos (la luz que en todas sus formas serán parte esencial de ese viaje astral de Oscar). Inclasificable, desmesurada, virtuosa, genial, en Enter the Void el espectador será parte de un viaje audiovisual pocas veces visto. Y que quizás no vuelva a experimentar en mucho tiempo.
La bellísima y carismática Katherine Heigl es una nueva estrella hollywoodense que luego de algunos trabajos aceptables en comedias románticas (27 bodas, Ligeramente embarazada), ha decidido arriesgarse un poco más. Sin apartarse demasiado de esa línea, se ha involucrado hace poco en la fallida Asesinos con estilo y ahora en Sólo por Dinero, buscando roles con mayor exigencia física. La realidad es que aquí volvió a elegir mal, no solamente porque el personaje de Stephanie Plum, heroína de una exitosa saga literaria, no le sienta en lo más mínimo –especialmente por su escaso glamour-, sino además por la endeble adaptación del trío de guionistas y la directora Julie Ann Robinson. El material presuntamente brillante de la escritora Janet Evanovich, cuyos libros tienen miles de seguidores en los EE.UU. y su protagonista es una suerte de referente femenina, no alcanzó para armar una aceptable comedia, si es que eso se propusieron. Si es que existía algún ingenio en la historia de esta inexperta y pulposa cazarrecompensas, sólo se aprecia en un par de diálogos, el resto del film es un insípido producto romántico-policial que no atrae ni divierte y en el cual la Heigl trata de demostrar dotes para la acción y sólo trasunta incomodidad. Y el elenco que la acompaña deambula por la pantalla con roles poco aprovechados.
Distinguida en la muestra Bafici 2011, La carrera del animal denota algunas buenas ideas e indudables virtudes formales y expresivas. Aspectos positivos que se desdibujan ante un exceso de pretensiones y un manto de solemnidad que abarca la corta extensión del film. A través de una trama entrecortada y poco clara, la pieza da a entender cómo dos hermanos, en un pueblo grande, indefinido en el tiempo y el espacio, se debaten frente al futuro de una empresa familiar cuyo ceo es un hombre esquivo, misterioso y manipulador, que a la vez es su padre. La carrera del animal, dudosa metáfora que se vincula a la estética que trasunta el film, ofrece una tónica narrativa que atrae y a la vez desconcierta. Cada escena, en su aspecto formal y argumental, parece iniciar una nueva película, lo cual resulta llamativo pero a la vez desarticula la continuidad de la trama. Las tomas quedan aisladas y no son sostenidas por ciertas situaciones y diálogos ampulosos, semejantes a los de una obra de teatro independiente. De todos modos intérpretes como Lautaro Vilo, Valeria Lois y Elisa Carricajo resultan convincentes. En su trabajo iniciático Nicolás Grosso acierta en las locaciones elegidas, que crean un ambiente afín a films fantásticos de los años 60, que se realzan por la muy buena fotografía en blanco y negro de Gustavo Biazzi. Además es excelente la música de Pommez Internacional.