Néstor Frenkel es un cineasta que, luego de un breve paso por la ficción con Vida en Marte, ha destinado su carrera a largometrajes documentales plenos de originalidad y hallazgos. Buscando a Reynols ofreció la singular visión de un muchacho con síndrome de dawn baterista con su propio e inclasificable grupo de rock, y Construcción de una Ciudad abordó con lucidez y sensibilidad la historia de un pueblo entrerriano arrasado en pos del progreso, vuelto a reconstruir de manera esquemática, para luego transitar por su tercera fundación. Ahora con Amateur Frenkel encuentra otra veta expresiva a través de un insólito cineasta aficionado al margen de todo tipo de cine existente y recolector de datos sobre la cinematografía mundial, entre otras cosas. Protector apasionado de su propia y abundante obra, este odontólogo, conductor radial, filatelista y fundador de un peculiar grupo de boy scouts tiene un caballito de batalla llamado Winchester Martín, un western pampeano kistch en súper 8 con el que está a punto de llegar a su tercer remake. Un personaje increíble e infatigable que se apropia de la película, aunque los primeros diez recorriendo material visual casero anónimo propongan asimismo un momento extraordinario. Una pieza fuera de serie que, más que al cine, homenajea a la cámara cinematográfica.
Con una brillante calidad de animación digital, muy buenas ideas narrativas y divertidas parodias sobre el cine, Gnomeo & Juliet propone un momento muy entretenido para el público infantil y a la vez fenomenal para los espectadores adultos. Especialmente por su particular recreación de los legendarios Romeo y Julieta de Shakespeare, que se vuelven aquí dos simpáticos enanos de jardín como los que decoran la entrada de algunas casas, pero dotados de pasión amorosa y rivalidad familiar. Con una indisimulable influencia de Toy story, el film de Pixar que resignificó el largometraje de animación en tres dimensiones, aquí también los personajes sólo adquieren movimiento una vez que los humanos los pierden de vista, pero en el film de Kelly Asbury, director de Shrek 2 y Spirit que también participó en la manufactura de, precisamente, Toy story, eso es sólo un detalle. Sólo hay que sentarse a disfrutar de las peripecias de estos gnomos y otras criaturas afines que cobran vida, incluyendo también la estupenda música, ya que el film tiene la particularidad de contar con un puñado de canciones de Elton John, además productor ejecutivo. Es una pena que no se estrenen copias en su idioma original, una mala costumbre reciente que impide escuchar las labores de intérpretes como Emily Blunt, Michael Caine y Julie Walters.
Con el estilo intimista, humano y fraternal que ha caracterizado la obra más reciente del realizador Jean Becker, Mis Tardes con Margueritte es un película pequeña y entrañable, espléndidamente interpretada. La fortuna de vivir y Conversaciones con mi jardinero son dos films anteriores de este director vinculados estilísticamente con esta pieza, que se ocupa de la cálida y singular relación entre un maduro sembrador y comerciante de legumbres, casi analfabeto, y Margueritte, una erudita anciana, apasionada por la lectura, ex investigadora y militante de la Organización Mundial de la Salud. Por casualidad este hombre se sienta al lado de ella en un parque y lentamente empiezan a compartir el amor por las palomas, y los diálogos sencillos que tocan circunstancias de la vida, de las pasiones y el arte. Y alrededor de ellos, familiares y afectos que serán partícipes significativos en las reacciones y las vicisitudes por las que atraviesan. Una madre desequilibrada, y un grupo de amigos posesivos en el caso de él y un sobrino desapegado en el caso de ella, entre otros. El inmenso, en todo sentido, Gérard Depardieu y la formidable Gisèle Casadesus sostienen una tierna y esperanzada trama, que no deja de ser una historia de amor.
En general los largometrajes de Javier Torre, que cuentan con búsquedas temáticas y cierta capacidad narrativa, no han sido muy valorados, quizás por haber sido estigmatizado por su condición de hijo de Leopoldo Torre Nilsson y nieto de Leopoldo Torres Ríos, prestigiosos hombres de cine. Se trata de un cineasta desparejo, sí, pero también capaz de contar bien una historia, como demostró en Las tumbas, El camino de los sueños, El juguete rabioso y especialmente Un amor de Borges. En el caso de este nuevo film suyo logra un nivel aceptable, trasladando al cine precisamente una novela de su padre, acaso influenciado por su mujer escritora Beatriz Guido. Sea como fuere, se trata de una historia con costados interesantes y algunas falencias que Torre no pudo remontar, como la falta de un crescendo dramático en el protagonista, un jugador empedernido y patológico que hace honor al título. En cambio el rol de su mujer tiene otro aliento trágico y más alternativas. La trama transcurre en una Buenos Aires de la década del 50 que se transforma en un personaje más, dentro de una humilde pero acertada recreación de época y de tipos humanos. Adrián Navarro logra darle una convincente máscara a su perdedor, bien acompañado por la bella Romina Gaetani, el sólido Rafael Ferro y acertadas participaciones de Daniel Ritto y Elena Pérez Rueda.
Un verdadero renacimiento de su cine propone Carlos Sorín con su nueva película, fundamentalmente por su apuesta de género, que se suma a un alto riesgo narrativo y visual. La singular obra del director de El camino de San Diego incluye un par de verdaderos hitos del cine nacional como La película del Rey e Historias mínimas, pero tras su poética y contemplativa La ventana, minimalista y fallida, parecía que su carrera estaba entrando en un punto muerto. Y ahora rápidamente establece un golpe de timón con El gato desaparece, thriller acotado pero repleto de suspenso, vueltas de tuerca y agudas observaciones de la vida cotidiana. La trama se reduce al periplo de un profesor universitario dado de alta luego de un brote psicótico, y la tensión e intriga que generan su vuelta al hogar, especialmente en su vulnerable y expuesta mujer, crecen hasta llegar a instancias intolerables. Con sugerentes apuntes visuales -acentuados por el abarcativo superscope-, un suspenso bien entendido y algo de humor negro, el director logra entretener, inquietar, sorprender y ofrecer alguna breve e irónica reflexión. Estructura que se apoya en la sólida pareja de intérpretes compuesta por Luis Luque, excepcional en su capacidad gestual y manejo expresivo, y la notable paleta de emociones que transmite Beatriz Spelzini. Más allá de un estilo predeterminado, Sorín demuestra su condición de cineasta puro, capaz de lograr que hasta un animal tan inmanejable como un gato, le responda.
Intenso drama étnico, Ajami atraviesa conflictos milenarios entre judios, musulmanes y cristianos a través de personajes desesperados por sus tragedias y enceguecidos en sus odios, en medio de evidentes fragilidades. El título hace referencia a un barrio árabe llamado Jaffa Ajami, escenario de ataques y revanchas entre jóvenes enfrentados, pequeñas piezas de un gran tablero sangriento en el que están en juego el resentimiento, los clanes familiares, las mafias, las armas ilegales y la droga. La historia se va narrando a través de varios personajes, testigos y partícipes de una situación siempre insostenible, al borde del drama y de la muerte. Un niño israelí que es capaz de predestinar y un adolescente palestino que busca financiar una operación vital para su madre enferma son sólo un par de ejes narrativos de una trama compleja pero lineal, en la que la vida rara vez se impone. Sin proponer un derrotero sin salida ni una densidad asfixiante, los directores Scandar Copti y Yaron Shani, palestino y hebreo respectivamente, construyen con destreza, convicción y espíritu documentalista un film implacable y a la vez repleto de humanidad. Un notable grupo de actores no profesionales otorga una sorprendente verosimilitud dramática al conjunto.
La idea era atractiva: recrear el cuento (¿infantil?) Caperucita Roja, haciendo foco en sus costados más perversos y terroríficos, con todos los elementos técnicos del cine actual. Pero el arranque medianamente interesante de esta peculiar adaptación pronto se desdibuja para internarse en la línea de los subproductos para adolescentes que se iniciaron con Crepúsculo. Films que combinan elementos sobrenaturales y románticos, y que terminan siendo un desfile de carilindos y atléticos chicos y chicas que presuntamente actúan. La directora Catherine Hardwicke fue precisamente la responsable de Crepúsculo y aquí, en lugar de aprovechar alguna buena idea que le proponía el guión de David Johnson (La huérfana), prefirió alinearse dentro del estilo del film vampírico-amoroso que la catapultó. La chica de la capa roja transforma la antigua y tradicional fábula en una historia con toques góticos y medievales que incluye una aldea sitiada por uno o más licántropòs, un cazador estilo Van Helsing y una chica protagonista que en este caso no es una niña. En esta versión es ya una joven y bella mujer que no sólo se debate entre dos amores, sino que también debe lidiar con un padre y una abuela (sí, la famosa abuelita) que esconden siniestros secretos que ella intentará develar. Munida de su capa y capucha roja, claro. La bonita y no poco talentosa Amanda Seyfried (Mamma Mia!, Cartas a Julieta) debe padecer un par de inexpresivos galanes, dentro de un elenco que incluye un seleccionado de actores de ayer y de hoy como Gary Oldman (con su habitual capacidad histriónica), Julie Christie, Billy Burke, Virginia Madsen y Lukas Haas. Pero ninguno de ellos logra remontar una trama que se acerca más a un fiasco que a una recreación novedosa.
Dotada de una estupenda galería de personajes, tanto del reino animal como del humano y de una formidable calidad audiovisual, Río se erige como una de las mejores piezas de animación digital de los últimos años. Producción de la Fox y Blue Sky Studios (La era de Hielo, Robots), el film supera esos productos y propone una burbujeante historia enmarcada en el marco fascinante de la ciudad de Rio de Janeiro y un colorido desfile de plumíferos, entre los que se destacan guacamayos –protagonistas- y tucanes. Precisamente su director es también brasileño, y para esa productora realizó como co director los films mencionados, y fue responsable exclusivo de las secuelas 2 y 3 de La era de Hielo y ahora vuelve a ser el único director en Río. Haciendo honor a su nacionalidad, Saldanha recrea la esencia de esa urbe –incluyendo las favelas y algunos sutiles toques sobre la pobreza, la marginalidad y la polución-, pero focalizando en sus íconos clásicos, mucho más aptos para el público infantil, como el carnaval, la samba y el fútbol. También el film se hace un espacio para mencionar las especies en peligro, a través de una trama en la que la dueña del último guacamayo azul macho del planeta se traslada desde Minnesota para unirla con su símil hembra en la ciudad carioca, tras lo cual arrancará una serie de frenéticas y bien dosificadas aventuras. La recreación del Sambódromo es notable, y lo propio de puede decir de los monitos arrebatadores, afines a otros animalitos antológicos como los pingüinos de Madagascar o las palomas de Bolt. Una banda de sonido espectacular completa una imperdible propuesta familiar.
Con un estilo que combina un drama naturalista “de hospital” con el thriller y lo sobrenatural, El mal ajeno propone una historia fuerte y atrayente, impecablemente filmada y actuada. Pero algunas notorias influencias y cierta reiteración melodramática la resienten. De la mano de Alejandro Amenábar, el director debutante Oskar Santos narra lo que le ocurre a un médico muy profesional en su manejo de situaciones límite, pero que se ha inmunizado ante el dolor de los demás y esto le trae consecuencias importantes en su entorno afectivo y familiar. Un violento encuentro termina con una vida y revive la suya, y le traerá a aparejado un don relacionado con la sanación, por el que luego deberá pagar un precio muy alto. El novel director se basó en un guión del experimentado Daniel Sánchez Arévalo, y le sirve para demostrar su mano diestra y a la vez una indisimulable semejanza narrativa y estilística con su padrino artístico Amenábar. La trama avanza con sustento, buenos diálogos, y unas cuantas sorpresas que la enriquecen. Pero asoma el nítido recuerdo de la excelente El protegido de M.Night Shyamalan, mientras que Eduardo Noriega no puede evitar mimetizarse con el George Clooney de ER, junto a situaciones melodramáticas que se acumulan en exceso, restando ductilidad al film. Aún así El mal ajeno es una pieza valiosa y atrayente, con alguna metáfora interesante. Excelentes labores de Noriega, Belén Rueda y la joven Clara Lago, dentro de un elenco muy ajustado.
Resulta sin dudas complejo reseñar y calificar un film de las características de El predio. Una pieza que desestima la narrativa cinematográfica y aún los principios básicos de cualquier documental, que, por más de avanzada que sea, ofrece al menos un registro audiovisual. La pieza de Jonathan Perel es también eso, una descripción visual, pero en este caso decididamente contemplativa, despojada de los conceptos clásicos empleados en el género. Tomas fijas, planos estáticos, ausencia de cualquier tipo de intervención por parte del realizador –obviamente no hay narración alguna-; un todo que conforma una visión absolutamente particular. Una visión desposeída fundamentalmente de vida, como un elemento clave que la define. Las imágenes de muros, salas ruinosas en proceso de reacondicionamiento, instalaciones artísticas, avances de actos culturales, dentro de los vestigios fantasmales de un pasado trágico, se van acumulando toma tras toma a través de una verdadera apuesta estética y expresiva. Fotos en movimiento de una realidad molesta, a través de las cuales El predio por momentos se transforma en una radiografía espeluznante de la muerte. Para apreciar con paciencia y sin preconceptos.