Alejada de visiones escolares, acartonadas y esquemáticas, Revolución: el cruce de los andes redescubre la figura de un hombre esencial de nuestra historia, buscando reconstruir con crudeza y pocas concesiones una gran gesta épica. Con la preocupación de ser fiel a la verdad histórica, y a la vez, sin embargo, no estar completamente aferrado a ella, este film dirigido por el debutante Leandro Ipiña logra despertar un puñado de sensaciones que la acercan a sentimientos verosímiles y por qué no, genuinamente patrióticos. Ipiña es un sanluiseño que estudió cine en Córdoba y que finalmente se afincó en Buenos Aires, recorrido que seguramente lo habrá templado como para encarar un proyecto de esta envergadura, para nada sencillo y desbordante en significados. Sea como fuere, el joven realizador se las ha ingeniado para entregar una ópera prima sólida. Y desde su interesante arranque el film muestra una distinción para contar su trama, porque no estará narrada desde San Martín, sino desde el punto de vista de uno de sus colaboradores, ahora un anciano y antes un joven con vocación literaria que se volverá combatiente. Un testigo de la historia, un hombre obsesionado por el recuerdo de viejas épocas gloriosas que abre y cierra una película que se ocupa mayormente de la epopeya del cruce de la Cordillera, pero que no es sólo eso, Empresa que también resulta atrayente, por supuesto, fundamentalmente por la grandeza del marco y de sus artífices, junto a logradas escenas de batallas, masas en movimiento y de travesía. Lo mismo se puede decir de los diálogos del General con sus subordinados en pos de establecer las mejores estrategias de lucha. Revolución, título significativo, logra alcanzar un valioso y emotivo espíritu épico. Factores que se amalgaman con la intensa, visceral, apasionada composición de Rodrigo de la Serna para darle carnadura a un film nacional relevante.
Comprometida y genuinamente conmovedora, El mensajero habla de las secuelas irreparables de la guerra desde un punto de vista poco habitual, además de hondo y descarnado. Indagación que aborda al personal asignado al Servicio de Notificaciones de Víctimas de Guerra en Estados Unidos, aquellos soldados y oficiales encargados de comunicar a los familiares acerca de la muerte de un combatiente. Víctimas de conflictos en los que se embarca ese país con el aval de gobiernos belicistas y capitalistas como el de George W. Bush. Dos integrantes del ejército enfrentan la ardua tarea de transmitir malas nuevas, mientras bromean y discuten en el camino y buscan luego alivio y alguna compensación adictiva en sus respectivas casas. Pero uno de ellos empieza a sentirse atraído por una reciente viuda a la que contacta, ante lo cual el desapego y la distancia ordenada por sus superiores se desvirtúa y se acrecienta el conflicto con su compañero. El guionista Oren Moverman (I’m not there) debuta aquí como director y logra imbuir a una trama sencilla con pocas alternativas de una notable intensidad dramática. Los ajustados diálogos y las compenetradas interpretaciones aportan otros elementos significativos de una obra fuerte que a veces corta el aliento. Woody Harrelson y Ben Foster asumen sus roles poniendo en juego una emocionalidad constante y redondean dramáticamente un film que hay que ver.
Este film de animación digital de Disney está llevado adelante por el estudio digital de Robert Zemeckis, director de piezas antológicas como Forrest Gump, ¿Quién engañó a Roger Rabbit? y la trilogía Volver al futuro, entre otras, quien se ha obsesionado últimamente con el sistema motion capture. En Marte necesita mamás, con el respaldo de la productora del gran Walt, vuelve a la carga con un formato con el que ha pergeñando títulos animados poco convincentes como El Expreso Polar, en este caso con una mayor justificación en su empleo, ya que se trata de un film de ciencia-ficción. El director Simon Wells, un especialista en el género (Balto, El Príncipe de Egipto), se ocupa de la lucha de un niño por rescatar a su madre abducida por marcianos que precisan de su esencia para los cachorros de su especie. Una trama algo rebuscada y dotada de escenas poco agradables para los muy pequeños, pero que puede interesar a niños más grandes por la aventura interplanetaria. La realidad es que sólo James Cameron pudo darle envergadura al sistema a través de la excepcional Avatar, mientras que Marte necesita mamás cae en falencias ya vistas, como los rostros y expresiones que buscan ser calcos de la mirada humana y no lo consiguen. Están más logrados, lógicamente, los personajes marcianos, y atraen ciertos logros formales y de diseño, pero aún así el humor y la diversión no abundan.
Jalonada por estudiados pero disfrutables chispazos creativos, Un cuento chino es un film pequeño con aspiraciones de obra mayor, que aunque navegue en ese tránsito intermedio alcanza igualmente resultados estimulantes. Sebastián Borensztein, el de ciclos televisivos notables como El garante y Tiempo final, demoró un poco su esperado paso hacia el largometraje, que finalmente llegó con la comedia bizarra La suerte está echada, con puntos de contacto con este nuevo film suyo aunque las temáticas sean muy diferentes. Su segundo y misterioso opus, el thriller Sin memoria, seguramente tendrá otro estilo, pero aquí Borensztein despliega recursos narrativos y formales vinculados a un humor melancólico y tragicómico, a través del inesperado encuentro entre un porteño y un chino perdido en la gran ciudad, que busca al único familiar que tiene vivo, y al que el primero da cobijo. Una incómoda convivencia debido a la incomunicación (su huésped sólo habla chino mandarín), y las características hoscas, solitarias, obsesivas, rutinarias y pesimistas del argentino (para el que la vida es “un gran sinsentido”); asimismo atormentado por su condición de ex combatiente de Malvinas. La trama ofrece un terreno fértil para los equívocos y el paso de comedia, y el film avanza serenamente y sin pausas, con algunos momentos divertidos y otros paradojales y fantásticos a lo Tim Burton. El desenlace, ciertamente emotivo, redondea una pieza que cumple con sus objetivos pero que pudo haber dado para más. Un par de sólidos protagonistas como Ricardo Darín, exacto en cada gesto y cada frase, e Ignacio Huang, formidable revelación; se complementan con el creíble y sensible aporte de Muriel Santa Ana y los estupendos apuntes musicales de Lucio Godoy.
Si bien una partitura del colosal Tchaikovsky en un final de película a toda orquesta es potencialmente emocionante de por sí, el film El concierto es mucho más que eso. La realización del rumano Radu Mihaileanu va más allá del simple estímulo sonoro de una obra del gran compositor ruso espléndidamente recreada. El autor de la extraordinaria El tren de la vida aprovecha al máximo los elementos expresivos que tenía entre manos y arriba a una obra que aúna comedia con drama y denuncia política y que se podría definir como un emocionante y a la vez divertido homenaje a la música y al espíritu artístico incluyendo críticas descarnadas a más de un sistema gubernamental. Nominado en los últimos Globo de Oro, el film fustiga en su trama al comunismo soviético, especialmente el comandado por Leónidas Brézhnev, que convierte al director de orquesta del Bolshói -que luego se tomará su gran revancha-, en un empleado de la limpieza ante su empecinamiento de incluir músicos judíos en su formación. Por otra parte el personaje de la violinista solista, a cargo de la bellísima y talentosa Mélanie Laurent (Bastardos sin gloria) también sufre en su más tierna infancia atropellos del régimen. Pero estos apuntes decidamente críticos se extienden también al fuerte neo capitalismo que impera en el país ruso. Por supuesto que apuntar a tantos objetivos al unísono hace tambalear por momentos el andamiaje y especialmente la credibilidad de El concierto, pero hay que decir que el film apela a elementos sencillos como el carisma de sus personajes, a cargo de un estupendo elenco, y la emoción que producen la música y la tenacidad de un artista. Los pasos de comedia, un ritmo indomable a puro pulso emotivo y la reconfortante y magnífica escena final hacen el resto.
Realizada con notable pulso cinematográfico, acción trepidante e impecable tecnología, Invasión del Mundo. Batalla: Los Ángeles no se destaca en cambio por su idea, su guión ni por el tratamiento que le da a su remanida trama. Además, por momentos se vuelve irritantemente pronorteamericana y militarista. La escasa historia arranca, precisamente, en un campo militar, donde un veterano marine (Aaron Eckhart), decide retirarse del servicio tras un luctuoso operativo en Irak. Paralelamente una invasión masiva de naves extraterrestres asola a diversas urbes del mundo, incluyendo, claro está, a Los Angeles, donde el oficial en cuestión volverá al ruedo y se tomará revancha. Hay que decir que el film se despega de los códigos clásicos de la ciencia-ficción y se acerca más a una película de guerra, aunque standard. Aún así luce emparentada con la reciente Skyline La Invasión, probablemente debido a las tendencias que genera Hollywood, por no hablar de copias descaradas, mientras que los aliens y las naves recuerdan bastante a los diseños de Sector 9. El director Jonathan Liebesman tiene un par de interesantes antecedentes y aquí vuelve a demostrar su gran capacidad narrativa. Pero no contó con un buen sustento, y los tiros, explosiones y combates descarnados terminan por abrumar.
Combinando con cierto equilibrio drama y comedia, el guionista y cineasta debutante Edgardo González Amer presenta una pieza personal, que logra destacarse dentro de otros films sobre temáticas familiares del cine argentino reciente. La particularidad de Familia para armar reside en una historia poco transitada, con varias líneas narrativas que atraviesan con ductilidad el film. El balneario de Valeria del Mar sirve de agradable marco para atravesar una trama con zonas más incómodas que simpáticas, donde en un hospedaje regenteado por un hombre joven, su madre y su hermana, surgirá en escena una hija adolescente, lanzada desde Buenos Aires tras una situación límite, y decidida a recuperar amor paterno tras largos años de distanciamiento. Un terreno plagado de lógicos obstáculos, en los que la terquedad de él –entre traumas y temores-, los devaneos adolescentes de ella y un secreto difícil de digerir dificultarán el reencuentro. Protagonizada por un auténtico núcleo familiar, compuesto por Norma Aleandro (madre), Oscar Ferrigno (hijo), Valeria Lorca (esposa y nuera), la película alcanza algunos momentos verosímiles y sentidos a través de estos intérpretes y otros secundarios, con diálogos aceptablemente formulados. Una familia que pudo haber dado más frutos, pero que resulta interesante de apreciar.
Recién a los 58 años el guionista, director y actor Gianni Di Gregorio arriba finalmente a su ópera prima, a través de esta breve pero verdadera joya llamada Un feriado particular. El título original, Pranzo di Ferragosto, se refiere a una festividad itálica que se realiza en el mes de agosto, y gira alrededor de Gianni, un romano desocupado casi sesentón acuciado por deudas, que vive con su madre viuda. El persecutorio administrador lo sorprende con la propuesta de cobijar a su madre en su casa durante los días festivos, a cambio de reducir sus deudas. Pero esta señora vendrá acompañada por una tía, a la que se suma la madre de su médico de cabecera, que le pide también que la cuide durante esas fechas. El hombre ve de pronto invadida su casa y deberá doblegar su esfuerzo ante cuatro mujeres de avanzada edad que precisan atención. Con toques inimitables que sólo pertenecen a la mejor comedia italiana, y un certero costumbrismo, Di Gregorio diseña una obra entrañable que quizás demandaba algunos apuntes extra sobre los personajes, dando una sensación de film en proceso que a la vez, dentro de sus códigos, es redondo. Pleno de matices resulta asimismo su propio trabajo como protagonista, mientras los espléndidos toques musicales de Ratchev & Carratello enmarcan esta pequeña pero deliciosa pieza cinematográfica.
Apelando básicamente a rostros en primer plano, diálogos ajustados y lacerantes y el pequeño espacio que presenta el cubículo de un tanque de guerra, Líbano diseña una obra cinematográfica de máxima destreza, expresividad y originalidad. Con fuertes puntos de contacto con su propia historia de vida, el cineasta israelí Samuel Maoz se introduce de lleno en la guerra de Oriente Medio, una de las más atroces y dilatadas de todos los tiempos. Sus experiencias como soldado novato durante la guerra del Líbano de 1982 están expuestas sin medias tintas, eufemismos ni heroísmos, sumergiendo al espectador en medio de una devastadora e impiadosa conflagración. La misión de un tanque israelí durante la invasión al Líbano, llevando en su interior a un prisionero libio, es el mínimo eje argumental de esta verdadera proeza fílmica, que apenas presenta alternativas o conflictos personales profundos. Con cuatro inexpertos soldados a bordo, tripulando una brutal máquina de matar y obedeciendo órdenes criminales totalmente desligadas del más mínimo respeto por la condición humana, el vehículo militar avanza sin pausas ni concesiones, igual que el largometraje. O se detiene, dando pie a las más inquietantes sospechas y sentimientos; compartidos, confrontados o degradados. Movilizadora, claustrofóbica, pesadillesca, excepcionalmente actuada y dotada de un par de escenas finales de la más pura y bizarra poesía visual y emocional, Líbano es una obra maestra del cine de guerra.
Hay un solo Robert Rodriguez, capaz de presentar las historias más absurdas y extremas en un homogéneo y aggiornado registro clase B, y el canadiense Patrick Lussier, especialista en cine de terror, intenta con Infierno al volante emparentarse frenéticamente al notable estilo del realizador de Machete y Del crepúsculo al amanecer. Sin conseguirlo, claro, más allá que su film tenga un buen arranque a través de un inmortal sediento de venganza (Nicolas Cage), que perseguirá a una secta criminal que sacrificó en un ritual a su hija y que hará lo propio con su pequeña nieta. A bordo de un reciclado auto deportivo y con inmejorable compañía (la súper sexy Amber Heard), recorrerá las carreteras en un atrayente despliegue de súper acción y parodia con estética de comic. Pero luego la propuesta se desvirtuará en su propio desborde de cadáveres acribillados, chatarra ensangrentada, interminables peleas cuerpo a cuerpo, enviados demoníacos y fuegos del averno. El personaje de Cage recuerda al de Ghost rider, el vengador fantasma, y no se puede negar que el film proporciona un suculento plato para un ávido público seguidor de este subgénero. Violencia gore, vehículos retro, cachondas chicas onda Hustler y un premeditado mal gusto son la clave para una pieza muy clase B o Z en un renovado 3D, que puede ser tan amada como detestada.