Con la presencia detrás de cámaras del talentoso Francis Veber, Querido asesino no alcanza los picos de eficacia de algunas otras brillantes comedias suyas pero logra un producto humorístico aceptable. Creador de films notables del género como El juguete, Los compadres, El placard y La cena de los tontos, Veber trabajó con grandes actores y comediantes franceses como Pierre Richard, Gerard Depardieu y Daniel Auteuil, y también fue autor de aquél film singular de Philippe de Broca, El magnífico y otros memorables con distintos directores como Alto, rubio y con un zapato negro, La jaula de las locas y su secuela. Este hombre que asimismo emprendió remakes de sus guiones y films en Estados Unidos reflota aquí un personaje histórico de su cuño como François Pignon, un cargoso de pocas luces que puede ser capaz de los actos más nobles. La trama transcurre casi en su totalidad en dos habitaciones de hotel comunicadas por una puerta en las que están él (traicionado y al borde del suicidio) y un sicario implacable. Los enredos que se producirán serán inevitables e incluirán a un tercer sujeto, el doctor amante de la mujer de Pignon, con alguna participación desopilante. El buen humor de los protagonistas Patrick Timsit y Richard Berry sostiene la eficacia de una propuesta llevadera.
El guionista y director Todd Phillips ya tiene, al menos, dos hitos perdurables en el terreno de la comedia disparatada: ¿Qué pasó ayer? y Borat. En el caso del desopilante y exitoso film con Bradley Cooper, Ed Helms y el propio Zach Galifianakis (protagonista de este estreno), hay que decir que ya está en rodaje su secuela, y la genial comedia sobre el reportero de Kazajistán y su incalificable documental en Estados Unidos, partió de un argumento original de Phillips, y significó el lanzamiento del fenomenal Sacha Baron Cohen. Todo un Parto propone una pieza humorística con un espíritu afín pero con una trama de otras características. Que propone confrontar dos personalidades opuestas pero complementarias, la de Peter (Robert Downey Jr.) padre primerizo que intenta regresar a su hogar de un viaje de negocios para estar presente en el parto de su mujer, y la de Ethan (Galifianakis), sujeto –al igual que su perro- intolerable y calamitoso pero de buenos sentimientos, con el que el primero probará su paciencia e instinto asesino. Lo que acontezca con ese yuppie impoluto y ese actor aficionado que lleva a las cenizas de su padre en un tarro de café (que dará pie a un predeterminado pero antológico gag) será fundamentalmente descontracturado y divertido como para pasar un momento entretenido, y no mucho más que eso. Con toques de road-movie y claros puntos de contacto con Mejor solo que mal acompañado de John Hughes con Steve Martin y John Candy, esta nueva entrega de Phillips no alcanza la eficacia de ¿Qué pasó ayer?, porque aquella suculenta idea tenía una pareja acumulación de alternativas. En este caso el espacio de diversión se reduce mucho y por momentos flaquea. De todas maneras es indudable que, con el aporte significativo del dueto de comediantes protagónico, Todo un parto provoca, merecidamente o no, un puñado considerable de sonrisas, risas y risotadas a lo largo de su metraje. Y eso siempre se agradece.
Primer largometraje de Lucas Blanco, Amor en tránsito combina con buenos recursos dos historias de amor urbanas en medio de éxodos y migraciones. Idas y vueltas de argentinos nómadas e indecisos, porque tanto Mercedes (Sabrina Garciarena) como Juan (Damián Canduci) se debaten entre irse o quedarse en el país ante nuevas y desafiantes circunstancias afectivas. Ella termina los trámites que la llevarán a Barcelona donde un novio la espera y él arriba al país tras muchos años de ausencia, y ambos se cruzarán con dos personas que representarán un cimbronazo en sus vidas. Diálogos interesantes en el guión elaborado por Blanco y Roberto Montini, en los que el humor y la melancolía están presentes, van marcando una línea expresiva y dramática que sufre un corte algo abrupto. Porque la última porción del film ofrece una vuelta de tuerca inesperada pero confusa, en un intento de remedar la cinta de Moebius. Más allá de ese cierre no del todo logrado. Amor en tránsito ofrece un aceptable espíritu romántico y porteño, sostenido en parte por un cuarteto protagónico carismático a pesar de ciertos desniveles interpretativos y de marcación. Se destaca la creíble y sensible Verónica Pelaccini, la química entre Lucas Crespi y la bella Garciarena y la participación del siempre eficaz Carlos Kaspar.
Una verdadera sorpresa dentro del desparejo terreno del paso de comedia cinematográfico autóctono propone Boca de fresa, título sugerente y acaso kitsch que también la da nombre a un tema cuartetero de la Mona Giménez que cierra jubilosamente la película. Porque la desprejuiciada historia abordada aquí tiene que ver con el nostálgico mundo que rodea a los hits discográficos y la antigua caza de talentos musicales. Con una indisimulable evocación a los años 70, sus artistas beat, y algo de aquella legendaria puja entre la música complaciente y la progresiva, la comedia entrega unos cuantos pincelazos retro y desarrolla una trama divertida y atrayente. Boca de fresa es capaz de abarcar tópicos sentimentales y pasatistas con una frescura que supera los estereotipos, enmarcándola en un terreno de cine popular de muy buen nivel. Escrita, dirigida y también musicalizada por Jorge Zima, esta segunda película suya cuenta la historia de un sobrino y tío que manejan una decadente productora de música y descubren que una banda noruega ha convertido en hit el remix de una antigua canción perteneciente a un cantante que ellos representaban. El aparente aislamiento de ese artista en un lugar impreciso de las sierras de Córdoba da el punto de partida de una aventura que emprende el más joven de la impresentable productora junto a su novia, engañada con un presunto viaje romántico. Brillantemente protagonizada por la pareja (real) compuesta por Rodrigo de la Serna y Erica Rivas, el film entretiene con buenas armas y algunos bien ubicados toques sensibles y románticos. Junto a intérpretes con mucho oficio como Roberto Carnaghi y María Fiorentino se destaca la excelente composición del cantautor Juan Vattuone, en un personaje clave en el film. Para disfrutar –y tararear- con un pequeño, divertido y cálido momento fílmico nacional.
Centrada en un personaje de la vida real que merecía una película, o, al menos una nota periodística, Como bola sin Manija va más allá de su circunstancia anecdótica y se transforma en una módica reflexión sobre una familia disfuncional y sobre la vida misma. El film aborda la personalidad y la existencia de un ex bancario jubilado llamado Rubén, cuyo hábito llamativo es el de negarse a salir de su vivienda desde hace casi tres décadas, a pesar de no tener impedimentos de ningún tipo. Con su casa como epicentro y microcosmos, este extraviado hombre grande no es un completo ermitaño, está vinculado con una vecina con la que se comunica a través de la medianera y mantiene un fluido contacto con tres sobrinos suyos, muy distintos entre sí en su aspecto, sus actividades, su manera de ser y sus actitudes frente al comportamiento de su tío. Abrevando en esta insólita pero limitada situación los directores Pablo Osores, Roberto Testa (ambos responsables del notable film testimonial Flores de Septiembre) y Miguel Frías (también crítico de cine del diario Clarín) construyen un lúcido documental. Sin alardes expresivos ni visuales, con una óptica sencilla y llana, pero focalizando en la atracción de un misterio que precisa ser develado, o, al menos, indagado; aciertan y echan luz sobre un ser singular y por qué no, encantador.
Con un estilo descriptivo y sensorial, focalizando en la fuerza de las imágenes y despojado de subrayados, el documentalista Erik Gandini realiza una demoledora semblanza del poder omnímodo del mandamás italiano Silvio Berlusconi. El título del film, Videocracy (algo así como imagencracia), grafica el concepto de un trabajo testimonial que engloba un país dominado y sometido por un empresario capitalista y de derecha que pasa de ser jerarca de los medios a jefe de estado. Gandini, desde una óptica irónicamente objetiva, acentuada por un desapasionado y monocorde relato propio (como Solanas en sus films pero con una expresividad opuesta); muestra a un país, el suyo, embrutecido. Una Italia limitada intelectual, cultural y emocionalmente por los medios hegemonizados por Berlusconi y sus laderos, algunos descaradamente mussolinianos como un famoso empresario televisivo que usa de ring tone una marcha al Duce. Dentro de una impronta eminentemente audiovisual la TV es la reina, mostrando personajes y programas que, más allá de una obvia frivolidad, bordean lo obsceno, lo patético, degradan ideales y anestesian conciencias. Al punto que el espectador por momentos parece estar asistiendo a un film futurista acerca de un país alegórico, dictatorial, orwelliano. Pero no, es el presente en Italia y Videocracy no recurre a ficción ni recreación alguna. El tramo final que aborda el itinerario de un sujeto mediático llamado Corona y un par de datos estadísticos inquietantes, si de un país del primer mundo se trata, terminan de redondear un documental apabullante, magistral, imperdible.
Con creatividad y sensibilidad, el cineasta Gustavo Fontán presenta a través de Elegía en Abril una historia autobiográfica que gira alrededor de su abuelo poeta y la suerte de un libro póstumo que no alcanzó a ser distribuido. Nunca mejor dicho que una película combina documental y ficción como ésta, cuyo título cita el del libro de ese hombre llamado Salvador Merlino, punto de partida de un bello ejercicio cinematográfico. El director propone una experiencia singular para narrar esa situación que arranca con la búsqueda de unos olvidados envoltorios en lo alto de un placard, “reemplazar” a quienes hacían esa tarea –sus propios padres- con los actores Lorenzo Quinteros y Adriana Aizenberg, que ocuparán sus lugares para desarrollar dramáticamente vivencias que tienen que ver con una íntima reconstrucción de la memoria. Como un ensayo puesto a la vista de un trabajo por editar que en realidad ya está –y muy bien- hecho, el film va desenvolviendo, al igual que esos polvorientos paquetes que guardaban ejemplares poéticos, una trama llena de sentimientos, evocaciones y pequeños tributos. Salpicada visualmente con apuntes sensoriales, estéticos y emocionales, Elegía de abril parece ser el mejor trabajo de Fontán, luego de su algo antojadiza La madre. El sustancioso aporte interpretativo de Quinteros, Aizenberg y el joven Federico Fontán redondean una breve pero entrañable joya.
Con una trama llana y despojada de psicologismos y alegorías, el excelente cineasta milanés Silvio Soldini (Pan y tulipanes) ofrece su mejor obra en esta última y notable realización suya. Presentada con su título original, sin traducción o “adaptación” alguna, Cosa voglio di più (algo así como Qué más yo podría desear), se interna profundamente en la temática de la infidelidad y la pulsión contra viento y marea de dos amantes que redescubren la pasión. El director, como en la magnífica Sonrisas y lágrimas, se vuelve a ocupar de los vínculos de pareja, pero en este caso de dos relaciones, y de una tercera que se conforma a partir de éstas. Una empleada contable que acaba de acordar tener un bebé con su novio conoce a un hombre casado con dos niños con el que establece una desatada y estremecida relación amorosa, que modifica radicalmente la rutina de la vida de ambos. Con una magistral observación de la vida cotidiana, un registro conmovedor del amor pasional y clandestino, unos sutiles pero significativos trazos acerca de la crisis económica y moral que atraviesa Italia, Cosa voglio di piu cuenta además con un elenco inmejorable. Imposible no mencionar a la camaleónica protagonista Alba Rohrwacher, la adolescente feúcha y perturbada de El papá de Giovanna, aquí transformada en una bellísima mujer. Un film simple y a la vez extraordinario.
El cine mejicano sigue presentando cineastas con altas cualidades cinematográficas y expresivas, y en esa senda se puede incluir a Amat Escalante, el director de Los bastardos. Como Rodrigo Plá con La zona, pieza vibrante y con varias lecturas sociales y metafóricas, Escalante aborda esta trama fuerte con un espíritu afín pero con otras preocupaciones temáticas y estéticas. También la perceptible influencia de Carlos Reygadas es ostensible, no casualmente productor asociado de este film, suerte de thriller con toques introspectivos, contemplativos y hasta metafísicos. Dentro de un fascinante concepto narrativo, la presencia de sólo un par de escenas ultraviolentas sacuden con más dureza que las de un film de acción constante, fundamentalmente en el extendido abordamiento a la morada de una mujer indefensa. Sin embargo, todo el film está impregnado por una inquietante y asfixiante violencia contenida. Un par de jornaleros indocumentados en Los Ángeles, luego de un encargo ocasional, se introducen a la noche en una casa de familia para afrontar un trabajo distinto y más redituable, para el cual ya no emplearán sus herramientas habituales sino una escopeta recortada. En el abordaje de esa encomienda iniciática, ambos se tomarán licencias y prerrogativas en las que se combinarán el hedonismo, la perversión, la cobardía y el espanto. La humillación de su condición de extranjeros ilegales les hará aflorar una inexplorada crueldad. La minimalista actuación de Jesús Moisés Rodríguez y Rubén Sosa, contrapuesta con la estremecedora composición de Nina Zavarin, otorga un contraste interpretativo singular, dentro de un film dotado de imágenes tan atrayentes como perturbadoras.
Sin relación alguna con el cuento del mismo título escrito por Julio Cortázar que luego derivó en un recordado film con Sergio Renán, El perseguidor es una notable pieza corta que no podría haberse llamado de otra manera. Estremecedora, atrapante y dotada de un lenguaje cinematográfico impecable, esta película del debutante Víctor Cruz no cuenta con jazz ni saxofonistas pero se convierte en una sorprendente ópera prima. Con experiencia como co director de documentales y productor del atrayente y paradojal film de Sandra Gugliotta Las vidas posibles, Cruz diseña precisamente con Gugliotta un guión sugerente y a la vez contundente, apenas dialogado y despojado de subrayados. La trama, salpicada con ajustados saltos narrativos, se podría resumir como la pesadilla de un matrimonio de un neurocirujano y una arquitecta acosados por un desconocido al intentar pasar un fin de semana en el Delta, en medio de revelaciones y nefastas decisiones. El film construye su historia de manera fragmentada, al presentar como parte del relato la cámara del hombre acosador, que registra los pasos de la pareja. Un recurso muy empleado por el cine de los últimos años, que aquí ofrece un quiebre visual que enriquece aún más la narración. Las interpretaciones de Marita Ballesteros y Alejo Mango, formidables y plenas de intensos matices, se ensamblan a la perfección con la propuesta estética y expresiva del director, confirmando una vez más que un film conciso y modesto también puede ser extraordinario.