Abordando el reino animal submarino como pocas veces lo ha hecho antes el cine, Océanos combina documental con toques de recreación ficcionada para ofrecer una obra con un poderoso y conmovedor mensaje ecológico. Con realizadores y producción diferentes, resulta complementario a Terra, el otro gran documental presentado el año pasado por Disney Nature y, condensando largos años de elaboración en mares de los cinco continentes, se trata del film en su género más caro de la historia de Europa y quizás del planeta. A propósito de planeta y de dinero, da la sensación que está justificado cada centavo puesto en su realización, la segunda como director del reconocido intérprete francés Jacques Perrin, ahora dedicado a la manufactura de este tipo de propuestas junto a Jacques Cluzaud, el verdadero cerebro de esta proeza audiovisual. Aquí ambos elaboran un verdadero y deslumbrante redescubrimiento de la vida acuática, con la breve participación de Perrin como un abuelo que contempla junto a su nieto museos y acuarios que conservan numerosas especies desaparecidas por la acción del hombre o a punto de extinguirse. También estrujan el alma las mutilaciones y matanzas de tiburones, delfines y ballenas, y los fuertes párrafos sobre la contaminación; pero aún así, y con más silencios que palabras, Océanos apuesta a la esperanza antes que al vaticinio apocalíptico.
Con la apariencia de un policial sórdido y melancólico, el genial Werner Herzog vuelve al ruedo –aunque esté filmando seguido y acá poco y nada recibamos de su trabajo-. entregando una particular semblanza de un corrupto policía americano. Empleando el marco de una ruinosa y dolida Nueva Orleans, el director de Kaspar Hauser integra un film de género con otro en el que determinadas visiones surrealistas, oníricas y sarcásticas se intercalan. Si bien Herzog lo niega, Un maldito policía en Nueva Orleans parece estar claramente inspirada -hasta el título es casi el mismo, tanto en inglés como en su versión en español- en Un maldito policía de Abel Ferrara con Harvey Keitel, que también retrataba un corrupto y licencioso teniente policial, sólo que emprendiendo un caso de otras características y en un contexto urbano muy diferente. Aquí el teniente en cuestión está a cargo de Nicolas Cage, quien es un detective de homicidios con fuerte dolores de espalda que fomentan sus tendencias adictivas. Sus vínculos con dudosos personajes, como una prostituta, un apostador usurero y finalmente un gangster responsable de una masacre, al que presuntamente se alía para traicionarlo; no hacen más que hundirlo cada vez más en un abismo. De todos modos el cineasta alemán se toma en serio muy poco de toda esta trama, entre las alucinaciones del protagonista y sus desbordes eufóricos y melodramáticos. Momentos surcados por una extraña poesía y un ácido sentido del humor van desvirtuando creativamente lo que se podría denominar un simple policial de acción. A esto se suma un tramo final envuelto en una absurda resolución serial de conflictos, que formarían parte de una ensoñada redención. De todos modos el pulso irregular puesto en juego por Herzog no alcanza para dar forma a una gran obra. Un Cage sobreactuado y burlón se luce junto a un elenco que ofrece curiosos matices.
Con un espírtu romántico a toda prueba, Cartas a Julieta narra dos historias de amor lejanas generacionalmente pero muy cercanas afectivamente. Una corresponde a una casi utópica búsqueda amorosa de cinco décadas atrás, y la otra a una suerte de triángulo que se irá despejando a medida que avanzan estas tramas que se desarrollan en forma paralela y funcional. La película, que mayormente se desarrolla en un deslumbrante marco que abarca Verona, Toscana y otras locaciones itálicas, arranca en Nueva York con Sophie, una joven aspirante a escritora que viaja a la península junto a su novio (un Gael García Bernal muy secundario y algo esquemático), y descubre que todos los años miles de cartas llegan a una casa que presuntamente inspiró a Shakespeare a escribir su legendario Romeo y Julieta. Ella se suma a un cuerpo de voluntarios que se encarga de responderlas y responde con tal convicción una escrita hace cincuenta años, que motiva a una mujer muy mayor a viajar a Italia a buscar un antiguo y perdido amor. Dotada de toques quijotescos y aún despojada de conflictos sustanciales, Cartas a Julieta escapa a otras historias remanidas del género, entretiene y llega a emocionar. El talento de Vanessa Redgrave y la belleza –consustanciada con el entorno- y carisma de Amanda Seyfried redondean la propuesta.
Israel Adrián Caetano es uno de los cineastas nacionales de mayor predicamento en los últimos años, dueño de un estilo contundente con el que presenta intensas pinturas sociales, mostradas desde ángulos y temáticas diferenciadas. Su impactante debut junto a Gabriel Stagnaro con Pizza, birra, faso tuvo cierta correlación con su notable film siguiente, Bolivia, pero muy poco que ver con su formidable -aún su mejor obra-, Un oso rojo. Menos aún se pueden vincular estos títulos con su posterior Crónica de una fuga, su único pero épico acercamiento a los años de plomo. Quizás su excepcional miniserie Tumberos tenga más relación con algunos de sus largometrajes por su vibrante mirada marginal. En el caso de Francia, su última pieza, se interna nuevamente en una búsqueda, aún más alejada de sus anteriores trabajos. Una trama que gira alrededor de una niña que es depositaria de numerosos conflictos de los adultos que ejercen su tutela, en medio de subhistorias que sobrevuelan el costumbrismo y la comedia ácida. Las vivencias de esa niña son volcadas a través de su propio y peculiar relato, observando básicamente a sus padres y ese extraño comportamiento de estar separados y al mismo tiempo estar viviendo bajo el mismo techo. La historia incluye miradas escuetas pero incisivas acerca de la violencia, tanto en el seno familiar como el escolar, junto a trazos sobre despectivas familias pudientes y dudosos tratamientos psicológicos judiciales. Un notorio riesgo artístico, sin dudas, del que Caetano no sale del todo bien parado, pero está claro que se trata de un realizador que no opta por ir a lo seguro. Cierto estatismo y falta de convicción de algunas escenas se alterna con otras muy logradas, conformando un film interesante en el que se destacan más algunos roles secundarios como los de Mónica Ayos, Daniel Valenzuela y Violeta Urtizberea, que los protagónicos.
Coproducción ítalo-argentina, Cómplices del Silencio (un título explícito pero a la vez muy poco gráfico acerca del contenido y la potencialidad del film) propone una visión lejana pero no por ello menos lacerante acerca de la dictadura militar, en este caso circunscripta al período del Mundial de fútbol de 1978. Los cineastas italianos parecen estar particularmente dotados para abordar esta problemática, tal como lo hiciera Marco Bechis en la excelente Garage Olimpo, y aquí el director y coguionista Stefano Incerti logra ensamblar con solidez una serie de tópicos íntimamente vinculados a esa etapa nefasta. Los secuestros compulsivos e indiscriminados, las torturas, los asesinatos masivos, el contubernio entre militares, civiles, sacerdotes, políticos y embajadores y la resistencia armada, están desoladoramente presentes. Aunque se trate de situaciones transitadas por numerosos films, la convicción y verosimilitud de varias escenas ubican a Cómplices del Silencio entre los retratos más contundentes dentro de esta temática. Tampoco el género, una fuerte historia de amor dentro de un trasfondo político, es novedoso, e incluye un par de resoluciones simplistas y for export. Pero la película atrapa e inquieta en todo su metraje, cuenta con una puntillosa ambientación de época, una sorprendente y bellísima Florencia Raggi y un notable Alessio Boni, a la cabeza de un compenetrado elenco.
Si uno se olvida un poco de la imagen clásica e inmaculada del detective criminalístico Sherlock Holmes, sin dudas que va a disfrutar intensamente de esta versión siglo XXI que propone la película del resucitado Guy Ritchie. El cineasta, que hizo una irrupción impactante en el mundo del cine con Snatch y que luego de unos años de repliegue retornó auspìciosamente con Rocknrolla, ofrece aquí una mirada riesgosa y audaz pero fascinante del inspector creado por el escritor escocés Arthur Ignatius Conan Doyle. El personaje, ese sagaz y obsesivo detective londinense de fines del siglo XIX, era capaz de resolver los casos más engorrosos y complejos gracias a su capacidad de observación y razonamiento deductivo, fue el rol más interpretado en cine, con setenta actores que le dieron vida en más de doscientos títulos. Y Ritchie aparentemente tira por la borda todo ese historial, hace borrón y cuenta nueva y le quita a Holmes muchos de sus atributos característicos, especialmente aquellos que tienen que ver con el vestuario y su afectación típicamente británica. Ya no veremos aquí su gorro de cazador y su ornamentado abrigo, ni mucho menos escucharemos la célebre frase "Elemental, mi querido Watson", que en realidad sólo aparece en una de los relatos y nunca más se repitió. Tan sólo encenderá su emblemática pipa en un par de ocasiones, y en ninguna de ellas ese gesto estará relacionado con situaciones relajadas y reflexivas. Un final abierto con Holmes en primer plano lanzando un interrogante, se empalma con la reciente confirmación de una secuela de un film pleno de trepidante acción y despliegue, que aún al borde del anacronismo no le resta espacio a su proverbial astucia y perspicacia ni de otros elementos que forman parte del universo del personaje. Especialmente su inseparable asistente Watson, que aquí no luce como un simple partenaire, y que conforma con Holmes una suerte de dúo dinámico. A los diálogos irónicos e ingeniosos, la deslumbrante ambientación y los hallazgos visuales y narrativos hay que sumarle la habitual energía y desparpajo de Robert Downey Jr. al frente de un brillante elenco.
Anahí Berneri confirma con Por tu culpa que se trata de una de las mejores cineastas nacionales, sumándose así a otras mujeres que están demostrando en los últimos tiempos una presencia nutrida y talentosa. Tan sólo este año han presentado films notables Gabriela David con La mosca en la ceniza, Natalia Smirnoff con Rompecabezas, Sabrina Farji con Eva & Lola, y Kris Niklison con Diletante, mientras que en 2009 otras directoras ofrecieron films valiosos como Amorosa Soledad y El último verano de la Boyita, entre otros títulos. Berneri, que tenía en su haber Un año sin amor y Encarnación, dos films atrayentes y a la vez opuestos narrativa y expresivamente, vuelve aquí a dar un giro singular, como si se tratara de una realizadora distinta en cada película. Por tu culpa plantea un drama doméstico que involucra acciones policiales y judiciales dentro de un marco urbano duro y distante, revelando entramados familiares vacíos de sensibilidad y compromiso. Un incidente hogareño aparentemente trivial desencadena sospechas que terminan en denuncia, y también inician incómodos sucesos que confrontarán a todos los personajes. En su tercer largometraje esta directora alcanza una lúcida mirada a una mujer en crisis, sostenida por la intensa tarea interpretativa de Erica Rivas, sin dejar de lado esa incisiva radiografía familiar y social que afronta un elenco homogéneo y ajustado.
Con sus peculiaridades teológicas, Legión de ángeles entra dentro de un grupo de títulos apocalípticos que últimamente predominan, como El libro de los secretos, Número 9, la vampírica Daybreakers, y la aún no estrenada La carretera, sin olvidarse de otras películas recientes como El fin de los tiempos y La niebla y, yendo un poco más atrás, la primer Terminator. Este formato ha ganado numerosos adeptos, pero también lo han hecho films que abordan temas bíblicos con toques fantásticos, y esta ópera prima del especialista en efectos visuales Scott Stewart combina ambos subgéneros con buenas ideas, pero arribando finalmente a un producto fallido. La trama imagina a un Dios violento y harto de la raza humana, que envía hordas poseídas que arrasan la Tierra, comandados por ángeles salvajes, armados y de obediencia debida. Pero un ángel rebelde se aparta del grupo y pretende desafiarlos, fundamentalmente protegiendo a una chica embarazada en el bar perdido de una ruta desértica, donde se recluyen los últimos humanos. El guión, repleto de asuntos que no cierran, excedido en solemnidad y en diálogos que pretenden ser profundos y no lo son, abunda en desaciertos, pero sin embargo la realización es vibrante y alcanza momentos de gran atractivo visual y expresivo. Está claro que Stewart, a través de un final sugerente, se ha propuesto instalar una saga propia con Legión de ángeles, pero deberá mejorar muchos aspectos de aquí en adelante.
Apelando a un registro poco explorado en su filmografía, Daniel Burman logra con Dos Hermanos una pieza singular, en la que revisa el desgastado vínculo entre una pareja de hermanos en un tono de comedia agridulce. Si bien no es un género absolutamente ajeno a su estilo, el director de El nido vacío aborda aquí una vertiente de humor grotesco y costumbrista, cercana acaso a Jacobo Langser. En películas como Esperando al Mesías, El abrazo partido (que siguen siendo sus obras mayores) y Derecho de Familia los toques de humor y comedia se internaban en mundos judaicos, judiciales y afectivos, mientras que aquí ofrece una impronta diferente, acaso más familiera, pero también dotada de finas observaciones acerca de la soledad. El fallecimiento de la madre de ambos desencadenará en el arranque del film un exilio en la otra orilla y una convivencia conflictiva, plagada de miserias, resentimientos, cuestiones nunca aclaradas, odios y amores encontrados. Aún así, más allá de un par de momentos de cierto patetismo, el film nunca alcanza clímax dramáticos de consideración. Que quizás no eran necesarios, porque también es cierto que Dos Hermanos posee una tónica contemplativa, que trata con mordacidad a sus criaturas pero sin desnudarlas con crudeza. Las clases de teatro a cargo de Mario (un preciso Osmar Nuñez) son un capítulo aparte en el film, y muestran una verdadera galería de personajes y situaciones. La mixtura de dos estrellas del calibre de Antonio Gasalla y Graciela Borges, con sus peculiaridades expresivas a las que suman algunos matices, se vuelve una apuesta atrayente. Un bellísimo plano final en el marco de ese pequeño balneario uruguayo y unos cuantos inserts en los títulos finales aportan gratificaciones extras al espectador.
Más allá del magnífico protagónico de Jeff Bridges, que le deparó sendos Oscar y Globo de Oro, Loco Corazón es también un valioso film que aborda el complejo mundo de un artista. La genuina visión con la que el adaptador y director debutante Scott Cooper afrontó esta temática, logra atraer al tocar variadas fibras sentimentales y emocionales. El actor de Tucker, Starman, Los fabulosos Baker Boys, Sin miedo a la vida y El gran Lebowski, entre muchas otras, realiza aquí una labor notable, quizás no la mejor de su trayectoria, pero la estatuilla otorgada por la Academia funciona también como un reconocimiento a otras grandes interpretaciones suyas no recompensadas. Aquí Bridges es Bad Blake, un cantautor country que otrora empleó su nombre original, Otis Blake; el Bad sobrevino a causa de sus malos hábitos y su errático andar artístico. La debacle en su carrera profesional, por su afición a la bebida, se ensombrece aún más por el resentimiento que le produce el masivo éxito de otro cantante más joven que él promovió. Su decadencia se extiende a su vida afectiva, incluyendo un hijo abandonado con el que pretende, ya adulto, reestablecer un vínculo inviable. Su nueva pareja, una periodista (excelente Maggie Gyllenhaal) con un niño pequeño, alienta una dudosa resurrección para sus días. Las alternativas del film prosiguen sin mayores sorpresas, pero cargadas de la mayor verosimilitud e intensidad emocional posibles, claros objetivos del realizador y de uno de los productores, Robert Duvall, también a cargo de un entrañable personaje. Duvall alguna vez protagonizó y ganó un Oscar por un film de características afines, El precio de la felicidad. Otro detalle disfrutable de Loco corazón es el real talento de Bridges como cantante y músico, al que se suma también Collin Farrell con su propia voz en su rol de afamado y carilindo músico folk.