Hay momentos coyunturales que son clave para contar ciertas historias. En el caso del mediático enfrentamiento de los tenistas Bobby Riggs y Billie Jean King, ocurrido en plena segunda ola del feminismo, parece no haber momento más apropiado para contarla que ahora. La vigencia de la temática sigue intacta y la película la aborda con ingenio. El título tampoco es casual. En el mundo del tenis, el término ha sido utilizado en varias ocasiones por la prensa para referirse a partidos amistosos entre destacados tenistas, masculinos y femeninas. Pero el caso de nuestros dos protagonistas es emblemático por una serie de razones que quedan a la vista en esta película dirigida por (no podía ser de otra manera) un hombre y una mujer. En su primer gran protagónico tras ganar el Oscar como Mejor Actriz por La La Land: Una Historia de Amor (La La Land, 2016), Emma Stone cambia radicalmente su imagen para convertirse en la tenista que modificó las reglas del juego en un ambiente dominado por hombres. De esta manera, se suma a la tradición de actrices que dejaron de lado el glamour para encarnar papeles más realistas en el pináculo de su fama y despegando hacia otro tipo de cine. Steve Carell no se queda atrás y derrocha carisma en un rol mucho más descontracturado, el de su contrincante Bobby Riggs. A medio camino entre deportista exitoso y jugador empedernido, brinda quizás una de las mejores interpretaciones de su carrera. Bill Pullman encarna a Jack Kramer, fundador de la asociación de tenistas profesionales y perfecto antagonista, mientras que Elisabeth Shue vuelve al ruedo después de algunos años de ausencia en la pantalla grande, y Sarah Silverman se luce en medio de su ascendente carrera como actriz. El resto del elenco funciona, pero no está a la altura de estas interpretaciones. Con mucho espíritu deportivo, bastante humor, algo de drama y excelente ritmo, La Batalla de los Sexos (Battle of the sexes, 2017) es un perfecto retrato de la figura del deportista como referente social y la industria del espectáculo detrás del deporte. Quizás la vida personal de sus dos protagonistas parezca cobrar demasiada relevancia en ciertos momentos, pero es fundamental para entender el rol que cada uno cumplió en un juego trascendió la cancha de tenis para cobrar relevancia política y moldear la opinión pública.
Después de una olvidable segunda parte, la nueva película de Thor tenía la tarea de desempatar el partido que jugó esta trilogía en el resto del Universo Cinematográfico de Marvel. Con una película de presentación al mejor estilo shakespeariano de Kenneth Branagh y una secuela que no estuvo a la altura de las circunstancias, Thor: Ragnarok (2017) viene a inclinar la balanza para el lado del humor, cerrando así la trilogía más desprolija de todo el MCU. Anticipada, sobre todo por su contenido estilístico y por el fervor que despierta siempre un director independiente a cargo de una franquicia multimillonaria, la campaña publicitaria de la película se sostuvo en los pilares fundamentales de cualquier película que se precie de taquillera en estas épocas: una estética retro, referencias a la cultura pop y música que acompañe el combo nostálgico. Algo muy similar a lo que hizo en su momento Guardianes de la Galaxia (Guardians of the Galaxy, 2014) y repitió con éxito este año en su secuela. Al igual que aquélla, Thor: Ragnarok tiene que recordarle permanentemente al público que seguimos dentro del Universo Cinematográfico que Marvel viene construyendo hace ya casi diez años, para no perdernos en este mundillo psicodélico de planetas alienígenas, naves monstruosas y seres extraños. Pero tiene muchos más elementos para hacerlo, incluyendo a dos de los mismísimos Avengers, que explota a base de chistes autorreferenciales y comedia de situación. Las aventuras de Hulk y Thor, para los más chicos, y los chistes subidos de tono, para los más grandes. Todos contentos. A fin de reforzar la idea de que seguimos en ese universo tan esmeradamente construido, la película retoma la escena post-créditos de su nuevo protagonista: el Doctor Stephen Strange (Benedict Cumberbatch) y utiliza algunos recursos muy divertidos para recordarnos en qué quedó todo luego de aquella olvidable segunda parte. Algunos giros a la trama y ya tenemos la justificación para todo un capítulo nuevo en la historia del -hasta hace poco- Avenger menos popular. En esta entrega, además, Marvel se hace eco del desatendido reclamo tras casi una década sin protagonistas femeninas, a excepción de una decorativa Black Widow (Scarlett Johansson) y una tibia Scarlet Witch (Elizabeth Olsen). Es así como incluye a una poderosa guerrera devenida en cazarrecompensas con un previsible pasado y aún más previsible futuro, que sin embargo le hace mucho bien a la dinámica de la película. Y una carismática villana encarnada por Cate Blanchett, desaprovechadísima en un papel que podría haber sido glorioso si no le dieran las migajas del tiempo sobrante en pantalla. Con algunos personajes demás y algunos conflictos de menos, olvidando la solemnidad de la primera y el sinsentido de la segunda, con sus típicos villanos y monstruos marvelitas que parecen demasiado poderosos para ser derrotados por el (o los) héroes (o heroínas) de turno, con mucho autobombo y un insistente abuso de sintetizadores, la película se las arregla para no ser un despropósito absoluto sino más bien una de las entregas más divertidas del MCU y -notablemente- una que ha aprendido a darle a sus directores cierta soltura de movimiento en pos de incluir productos con más personalidad en este ecléctico pero sólido universo.
Cuando se trata de historias con títulos grandilocuentes, por lo general podemos esperar que haya personajes bastante extravagantes detrás de estos relatos. Tal es el caso de Rex, un padre de familia con una personalidad única y anclaje en una historia de vida real. Woody Harrelson encarna a este renegado de la sociedad que no encaja porque no quiere, ya que cualidades le sobran. Pero Rex y su esposa Rose Mary (Naomi Watts) son espíritus libres eligiendo un modo de vida poco convencional, que funciona para ellos pero no tanto para sus hijos. En el drama familiar está el alma de esta historia, protagonizada por una sobria pero magnífica Brie Larson, desde cuyo punto de vista somos testigos de las desventuras de los Walls. Larson interpreta a Jeanette Walls, una famosa periodista de espectáculo que escribió sus memorias sobre una familia disfuncional y pintoresca, alcanzando la lista de best sellers del New York Times durante siete años seguidos. Después del éxito de su libro, Jeanette se retiró de Manhattan a las afueras del país para continuar su carrera como escritora, abandonando para siempre los chismes sobre celebridades. No todos pueden elegir su carrera, algunos son elegidos por las circunstancias. Jeannette navega las aguas torrentosas de su destino con las mejores herramientas de las que puede disponer, dado el contexto extraordinario en el que se encuentra durante su infancia y adolescencia. La película lo cuenta de una manera inteligente, con flashbacks que conectan su presente de éxito en la New York de los años ochenta con su pasado de carencias a través del país, según los caprichos de su familia. Una tribu tan disfuncional como querible, tan extremista y desconectada de la realidad como se puede concebir. Quienes amaron Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine, 2006) seguramente apreciarán la ternura y el crudo humor de esta película, que a su vez conviven con una amargura digna del relato basado en la realidad, apenas romantizado pero sin dejarse engañar por la nostalgia, manteniendo el espíritu de una historia llena de necesidades, tristeza e incluso violencia y abusos. La vida pasa por la pantalla como un retrato perfecto de los recuerdos de esta mujer compleja con un pasado persistente, que intenta dejar atrás en lugar de reconciliarse con todo lo que la llevó hasta el lugar donde está. Los puntos de quiebre elegidos para la narrativa son tan acertados como el tono en el que está contada, actuada y dirigida. Si alguna vez leyeron El Plan Infinito, de Isabel Allende, esa novela donde la vida de un soldado es contada a través de su repaso por una infancia de pobreza y abandono, a pesar de su posición privilegiada en la escala social, es probable que su eco resuene en la historia de vida retratada en este film, guiada por el mismo delirio místico y casi mágico de un patriarca en busca de algo más, de algún diseño superior y divino a expensas de sus hijos y de su propia cordura.
Steven Soderbergh vuelve al ruedo con lo que más le gusta hacer: una de robos espectaculares, con fugas ingeniosas y mucha testosterona. Tras haber anunciado su retiro como director hace cuatro años, después del éxito de la película para TV Behind the Candelabra (2013), había dejado cerrada la posibilidad de verlo explotar esa otra faceta lejos de Hollywood y sus glamourosas estafas. Ahora vuelve sin aviso, pero en terreno seguro. La Estafa de los Logan (Logan Lucky, 2017) es una de esas películas prácticamente para todos los públicos. Entretenida, sin pretensiones, con personajes adorables y un éxito asegurado en taquilla. Sin tomar ningún riesgo innecesario, narra la historia de los hermanos Logan, dos perdedores del sur de Estados Unidos, que deciden sacarle ventaja al destino con un golpe brillante del que nadie los creería capaces. Jimmy Logan (Channing Tatum) es un trabajador de Virginia Occidental que se queda sin empleo de un día para el otro. Con una hija que mantener y una ex esposa a la que impresionar, no pierde tiempo e idea un plan para robar la recaudación del evento más importante de NASCAR en Carolina del Norte. Para esto recluta a su hermano Clyde (Adam Driver) y a su hermana Mellie en el improvisado equipo. El último integrante es el experto en demoliciones Joe Bang (Daniel Craig), pero hay un pequeño problema: está en la cárcel. Los autos rápidos y las carreras no son más que el paisaje de fondo para esta desopilante aventura familiar, en la que el complicado plan contrarreloj tiene todas las chances de salir mal. A eso se le suma el irascible temperamento de Joe, un secuaz improbable pero divertidísimo, que se roba el protagonismo de la película con su carisma. Daniel Craig pasa del distinguido James Bond al bruto criminal sureño con tanta gracia como Soderbergh, que pasó de los casinos y smokings de La Gran Estafa (Ocean’s Eleven, 2001) y sus secuelas a un ambiente mucho menos elegante, pero manteniendo la misma esencia. Detrás de esta nueva aventura está la guionista debutante Rebecca Blunt, que parece ser la nueva obsesión de Hollywood: nadie sabe quién es y llegó a rumorearse que ni siquiera existe. Se especula desde un seudónimo de Soderbergh para su propio guión (no sería la primera vez) hasta la mano de su esposa, quien ya tiene antecedentes como escritora, pero nadie lo sabe a ciencia cierta. Ni siquiera el elenco, que jamás vio a la guionista en el set. Pero el director asegura que existe y que ya está trabajando en nuevos proyectos que podremos ver más adelante. Por ahora, a sentarse con un buen balde de pochoclos a disfrutar durante casi dos horas de esta historia que no requiere gran esfuerzo sino que está hecha a la vieja usanza del Hollywood menos ampuloso: el que sólo busca entretener.
Hay algo de Spider-Man: De Regreso a Casa (Spider-Man: Homecoming, 2017) que genera expectativas hasta en los que no son tan adeptos al personajes. Es que se trata de la primera película del arácnido como parte del Universo Cinematográfico de Marvel, que iniciara Iron Man: El Hombre de Hierro (Iron Man, 2008) hace ya casi diez años. Mirando los cartelitos de las fases que anunciaban los planes futuros de la compañía, pocos se hubieran atrevido a imaginar que en alguno de ellos figuraría El Hombre Araña, cuyos derechos estaban en poder de Sony Pictures por aquel entonces, sin negociaciones a la vista. Era tal la pica entre Marvel y los otros estudios que se alzaban con los derechos de sus propios personajes, que la rama editorial sacó de circulación algunos títulos de cómics cuyos derechos cinematográficos no les pertenecían, para no hacerles difusión contraproducente. No se sabe bien en qué momento esto se dio vuelta, pero ya sea por el hackeo masivo sufrido por Sony, o porque los planetas se alinearon y los accionistas se levantaron todos con el pie derecho ese día, eventualmente las hostilidades disminuyeron y comenzó el diálogo, echando una luz divina sobre las esperanzas de todos los fanáticos. Así se supo que la primera aparición de Peter Parker como parte del MCU iba a ser en Capitán América: Guerra Civil (Captain America: Civil War, 2016) como integrante del bando liderado por Iron Man. Bajo la convocatoria de Tony Stark al llamado de “Underoos!” (Una marca de ropa interior para niños muy popular en Estados Unidos) aparecía por primera vez en pantalla grande junto a los pesos pesados de Marvel el juvenil Spider-Man, reseteando todo lo que sabíamos hasta ahora sobre el personaje, con su tercera (y esperemos, definitiva) versión cinematográfica. Ahora Spider-Man: De Regreso a Casa retoma esa primera aparición para explicar a los incautos que no hayan visto su previa interacción con el resto del equipo cuál es el origen del traje y cómo conecta con los demás superhéroes. Pero este repaso es rápido y se hace de una forma increíblemente orgánica e ingeniosa. De hecho, sus propios orígenes se explican como al pasar, teniendo en cuenta que ya lo vimos hasta el hartazgo en versiones anteriores. Esto resulta en un interesante cambio de paradigma en las motivaciones de un Peter Parker mucho menos atormentado y bastante más adolescente. Las referencias a las versiones previas, al comic y al resto del MCU están ahí para quien las entienda, pero no hacen a la historia. Así que tranquilamente, para el que nunca antes vio una del Hombre Araña o se topó con un comic, funciona como película de origen. Ni que hablar de los más chicos, que la encontrarán divertida, mucho más que la de cualquier superhéroe hasta el momento (exceptuando quizás a los Guardianes de la Galaxia). No nos olvidamos de la gran Deadpool (2016), es que simplemente no era apta para chicos, y es más, hay varios puntos de referencia a ese film, a pesar de que sigue perteneciendo a la tercera pata de esta mesa destartalada que completa Fox, dueña de los X-Men. La comedia juega un papel fundamental en Spider-Man: De Regreso a Casa, no hay lugar para el drama ni la introspección; las lecciones se aprenden rápido y se pasa a lo siguiente. Pero eso no significa que abuse del recurso ni que sus personajes sean simples. Al contrario, hay una cierta profundidad de niveles en cada uno de ellos que los hace muy queribles. Y los chistes están bien ubicados, distribuidos, y justificados por el tono de la película. Los realizadores encontraron la mejor forma de contar la historia de un adolescente con poderes, que experimenta esa etapa de cambios desconcertantes que para él es el doble de compleja (o mucho más) y donde aprende a descubrir quién es, qué quiere y qué está dispuesto a hacer. La influencia de un mentor como Tony Stark (Robert Downey Jr.) puede jugarle una mala pasada, tanto a Peter como a la película, pero hace apariciones en su justa medida y en el momento indicado, cuando la historia lo requiere y sin abrumar. Cosa que con esa personalidad avasallante, es algo difícil de lograr y un gran mérito del guión y del joven protagonista, Tom Holland, que no se deja intimidar. En este punto cabe destacar que no podrían haber elegido un mejor Peter Parker. El casting del pequeño gran actor estuvo marcado por la polémica por su edad y sus capacidades artísticas, con escasa experiencia previa en el cine y la gran presión que conlleva encarnar a un personaje tan emblemático y protagonizar un blockbuster de estas dimensiones. Pero Holland no sólo sale airoso, sino que lo hace con la gracia y frescura con que Peter hace sus piruetas. Algo así se veía venir este último año, con su campaña promocional en las redes social que se tomó a modo casi personal, el entrenamiento con el que estuvo muy comprometido, sus increíbles presentaciones y el talento que venía cultivando desde que encarnó a Billy Elliot en teatro. Por otra parte, tenemos al villano encarnado por un enorme Michael Keaton. Si pasamos por alto las referencias a otros papeles emblemáticos del actor, nos queda un personaje creíble, coherente y hasta querible, que funciona a la perfección como némesis de Peter, sin robarle protagonismo. Y tiene la gran ventaja de ser muy superior a todos los villanos que venimos viendo hasta ahora en películas de superhéroes: demasiado caricaturizados, absurdamente poderosos o carentes de motivaciones. El Vulture de Keaton sortea con altura todos esos estereotipos y se ubica como uno de los mejores personajes del Universo Cinematográfico de Marvel. Si a eso le sumamos un elenco diverso y entrañable, algunas caras conocidas pero no tanto como para distraernos, los guiños a la cultura popular, el humor desopilante y las buenas escenas de acción, que no pierden tiempo en explicaciones innecesarias, nos queda que Spider-Man: De Regreso a Casa es una de las mejores películas de superhéroes de los últimos años. Y eso es mucho decir en una época en que ya estamos bastante saturados con la repetición de las fórmulas y los intentos fallidos de adaptar todo cómic existente.
Mujer Maravilla (Wonder Woman, 2017) viene a marcar un antes y un después en la historia del cine moderno, de las producciones comiqueras en particular y de la industria del entretenimiento en general. Este quiebre se da por el hecho de que es la superproducción basada en cómics más cara de la historia con una mujer como protagonista y otra mujer detrás de cámaras. Esta semana finalmente estrena en cines, después de mucha expectativa y una campaña publicitaria grande pero bastante medida, si tenemos en cuenta la movida marketinera excesiva de Escuadrón Suicida (Suicide Squad, 2016). Con apenas unos trailers y pósters mostrando el tono de la película, el diseño de producción y el traje, y a los principales protagonistas, pero sin revelar nunca los giros fundamentales de la trama, los villanos ni las motivaciones de Diana para convertirse en la heroína que todos conocemos, la promoción del film estuvo a la altura de las circunstancias. Y podemos afirmar, con una mezcla de alivio y orgullo, que la película también. Con los antecedentes de El Hombre de Acero (Man of Steel, 2013) y Batman v Superman: El Origen de la Justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice, 2016), ambas a cargo de Zack Snyder, como fracasos entre la crítica y gran parte de la audiencia (no así en las taquillas), la redención del universo DC en la pantalla grande dependía casi completamente del desempeño de WW. Mientras que el Universo Cinematográfico de Marvel sigue avanzando a paso firme, su gran debilidad radica en la falta de protagonistas femeninas, y este es un punto al que DC supo sacarle provecho con uno de sus personajes más icónicos. A esta altura, el UCM tuvo quince oportunidades para poner a una mujer a la cabeza, y todavía faltan cinco más para que lo hagan. Aunque DC rebooteó una y otra vez a sus protagonistas masculinos, Diana tuvo recién su primera aparición en cines el año pasado. Con un papel clave en la película Batman v Superman, que sirvió a su vez de introducción para el personaje dentro de este mundo creado por DC Comics y Warner para la pantalla grande, marcó el inicio de lo que sería el camino hacia su propia película. La película de la Mujer Maravilla es lo mejor de DC en el cine hasta la fecha, por lejos. Un lujo como historia de origen, con excelente ritmo y sin baches argumentales. La directora Patty Jenkins decidió encarar la historia de la princesa amazona desde sus orígenes hasta su transformación en la heroína que todos conocemos, en lugar de explotar la faceta más madura que pudimos ver en su cameo anterior. El punto de partida elegido es la Isla de Themyscira, un paradisíaco lugar alejado de la humanidad, donde Diana convive solo con mujeres. Ellas son las amazonas que la entrenan y pelean a su lado: su madre, la reina Hypólita, y su tía, la general Antíope. Diana va evolucionando de una niña empecinada en pelear a una joven prometedora, hasta convertirse en una mujer fuerte y determinada, llena de compasión y sentido de la justicia. Gal Gadot es la Mujer Maravilla perfecta, dueña de una gracia y fuerza en la pantalla que se complementan de manera ideal. Esa mezcla de belleza y fiereza, ingenuidad y valor, pasión e inteligencia, es lo que define el tono de su historia, siempre entre lo divino y lo humano. El film encuentra el permanente equilibrio entre estas facetas del personaje, su origen mitológico y su misión autoimpuesta, y va tiñendo el recorrido con dosis de humor y acción en la justa medida. Jenkins y Gadot supieron encontrar el tono perfecto para narrar el nacimiento de la más icónica superheroína de todos los tiempos y, en honor a su espíritu, colaboraron mutuamente en el proceso creativo del film para brindarnos este producto final tan prolijo y épico. Es una película hecha con amor, y se nota. Y con la responsabilidad que implicaba llevar adelante este desafío. Todas características dignas de la Mujer Maravilla, que no podían lograr sino un resultado a la altura de las circunstancias. Se podría decir que sigue la fórmula clásica y no sería ningún pecado; en definitiva, estamos hablando de superhéroes así que no hay razón para alejarlos del típico camino del héroe. Una vez sentadas las bases de la historia y del personaje, tal vez se pueda experimentar un poco más. Pero ahora logra a la perfección su cometido de introducir a Diana Prince en un mundo ya existente. Matiene a su vez en cierta medida el tono creado hasta el momento por Zack Snyder para este universo, tanto estética como argumentalmente (sobre todo en sus escenas finales), con lo cual encaja perfecto en el universo DC, pero lo empuja un paso más adelante en calidad narrativa y consistencia. Ojalá veamos esto mismo en la Liga de la Justicia (Justice League, 2017). Los personajes secundarios también hacen un papel muy digno, desde las amazónicas Connie Nielsen (Hypólita) y Robin Wright (Antíope), hasta el interés amoroso y heroico Steve Trevor, interpretado por un correcto Chris Pine. Los villanos son algunos de los mejores que vimos hasta ahora en materia de cine de superhéroes, y el momento histórico elegido para narrar la historia (la Primera Guerra Mundial) no podría haber sido más indicado para justificar la acción de la película, por parte de nuestra heroína y de sus némesis. Es importante destacar que hasta hace poco parecía no haber lugar para la diversidad en el universo de las producciones comiqueras, pero esto de a poco está cambiando. La industria cultural pide a gritos más representación, todos quieren tener un superhéroe con el cual identificarse. Que la mitad del planeta tenga a su superheroína más representativa en pantalla grande, con una gran película y el prospecto de más directoras al frente de este tipo de producciones, sienta un precedente y habla de una evolución en la industria del entretenimiento.
Cuando una saga como Piratas del Caribe llega a su quinta entrega, debe prestar especial atención a no repetir su fórmula y cansar a sus seguidores. Es difícil no gastar la propuesta después de varias secuelas, especialmente cuando se trata de una franquicia de aventuras episódicas. Esto fue lo que pasó en la cuarta película, cuando empezaron a desertar los protagonistas y solo Jack Sparrow mantenía a flote el barco, a duras penas. A fuerza de personajes nuevos y grandes elementos de la mitología pirata que aún estaban sin explotar, partió hacia rumbos desconocidos y casi naufragó en el intento. Pero la quinta entrega, Piratas del Caribe: La Venganza de Salazar (Pirates of the Caribbean: Dead Men Tell No Tales), que llega ahora a nuestros cines, parece haber encontrado ese rumbo perdido años atrás. Con un retorno al espíritu original de las primeras películas, tiene ese gustito familiar que logró atrapar a toda una generación. Uno de los grandes aciertos de esta película es, justamente, heredar el protagonismo a los jóvenes Brenton Thwaites (Henry) y Kaya Scodelario (Carina), mientras los veteranos vuelven a sus clásicos roles. La trama retoma diez años después de donde quedó la tercera. Si recordamos cada cuánto tiempo podía volver Will Turner a tierra firme debido a su pacto con el Holandés Errante, es fácil deducir por dónde viene la mano. El otro gran enganche de esta nueva entrega tiene que ver con aquella última escena post-créditos. Hay grandes regresos, muchos de los cuales han sido adelantados en internet por los numerosos posters, trailers y clips que inundaron las redes. Esta estrategia quizás no sea la mejor para quienes disfrutan de una buena revelación en el cine, pero parece funcionar para atraer a los fanáticos, un poco desencantados con el rumbo que estaban tomando las cosas. Así, Johnny Depp encarna una vez más al icónico Jack Sparrow, encabezando un elenco de figuras por demás conocidas, entre las que se encuentra el villano más carismático y querido, Capitán Barbossa (Geoffrey Rush), y un nuevo némesis del “gorrión”, interpretado por Javier Bardem; compone a Salazar, un capitán de la armada española quien, engañado y derrotado por un joven Jack, vuelve de entre los muertos buscando venganza. Tal vez el mayor desacierto de esta película sea su duración, de más de dos horas, demasiado larga tanto para grandes (la historia no lo justifica) como para chicos (arriesgándose a perder la atención). Pero en lo que a entretenimiento y aventuras se refiere, los Piratas de Disney todavía tienen mucho para ofrecer. Con el clásico e infaltable elemento sobrenatural de por medio, esta vez los protagonistas irán en la búsqueda de un tridente que rompe todas las maldiciones, mientras sortean una amenaza tras otra. La motivación de sus jóvenes protagonistas serán las historias familiares, mientras que la de nuestro ya conocido Capitán Sparrow sigue siendo poco más que el ron. Tal vez finalmente en esta oportunidad aprenda la lección y decida alejarse para darle paso a nuevos y más frescos personajes. Eso sí, a no dejar la sala antes de que terminen los créditos, ya que no falta la clásica escena que hace las veces de anzuelo para la próxima aventura.
Pocas sagas llegan hasta su octava entrega. Algunas ni siquiera superan el desafío de la primera secuela con altura. Y muy, muy pocas lo hacen basadas en un guión original. No será exactamente el punto fuerte de este tipo de películas, pero no es un dato menor. Rápidos y Furiosos 8 (The Fate of the Furious, 2017) es la primera de una nueva trilogía dentro de la misma saga, con lo cual tendríamos asegurada por lo menos hasta su décima película. Esto responde, claramente, a un gran éxito de taquilla a nivel internacional. Aunque los responsables aseguran que no quieren fatigar a su público, cuidándose de renovar la fórmula en cada entrega. Así, F8 (como se conoce a la película, haciendo un juego de palabras entre el número de la continuación y la palabra fate, “destino” en inglés) arranca con una propuesta innovadora, que a la vez retoma la narrativa de todas las películas anteriores. Esto es lo que mantiene unida la saga, la continuidad siempre se respeta y los personajes son una constante, que poco a poco los va volviendo míticos dentro del imaginario del público. Era difícil imaginar esta continuidad sin Brian, el personaje de Paul Walker y co-protagonista de la franquicia, fallecido durante la producción de la séptima película en 2013. Con algunas escenas ya rodadas y muchas dificultades técnicas (y por supuesto, también emocionales) se incluyó a Brian en Rápidos y Furiosos 7 (Furious 7, 2015) a modo de despedida, adaptando el guión para poder justificar su salida de la saga sin perjudicar la historia. Pero el show debe continuar, y en esta entrega Dominic Toretto (Vin Diesel) carga con todo el peso del protagónico en sus hombros, aunque cuenta con un elenco de luminarias para respaldarlo. A esta altura, Dwayne Johnson (The Rock para los amigos) tiene un personaje establecido como uno de los favoritos de la saga y todo parece indicar que llegó para quedarse. Ciertos villanos de las entregas anteriores tendrán una segunda oportunidad, ya sea para redimirse o terminar de consagrarse al lado oscuro. Y la magnífica Charlize Theron hace las veces de antagonista, con un papel a su medida, encarnando una de las mejores villanas que dio el cine de entretenimiento en los últimos años. Además hay varios regresos de personajes regulares y cameos muy interesantes, cuando pensábamos que ya nada podía sorprendernos. En cuanto a acción, F8 no defrauda. La creatividad de los responsables de esta película para idear secuencias espectaculares y destrozar autos no tiene límites, pero además se suman los movimientos de The Rock y Jason Statham, máximos exponentes del cine de acción en estos días. Las escenas de pelea no tienen desperdicio, al igual que las del resto del elenco, que vuelve a lucirse en lo que mejor saben hacer. Así, la adrenalina fluye a niveles insospechados y la trama se las ingenia para mantenerse atrapante en todo momento y fiel a su esencia. No busquemos explicaciones demasiado sesudas ni diálogos elaborados, esta película está para sentarse a disfrutar de la experiencia con un buen balde de pochoclos Rápidos y Furiosos 8 es la mejor de las últimas entregas, un gran comienzo para esta nueva etapa y todo lo que el cine de acción tiene que ser. Una lección sobre cómo hacer entretenimiento, si se quiere, para todas esas películas pasatistas que hoy en día se toman a sí mismas demasiado en serio.
Hubo mucho ruido alrededor de la producción de esta película. Por un lado, ya se siente el hastío general hacia las incansables secuelas, remakes, reboots y otras yerbas hollywoodenses, ni que hablar cuando se toca un clásico adorado por generaciones enteras como es el caso de “Ghostbusters” (Cazafantasmas, 1984). Pero por otro lado, con este caso internet mostró la hilacha. Si se perdonaron cosas como “Jurassic World”, no se puede condenar la nueva Ghostbusters. Especialmente no sin haberla visto. Sin embargo el caso fue emblemático, olas de repudio hacia este refrito desde el momento que se anunció. ¿Por qué tanto alboroto? Porque se cambió el sexo de los protagonistas. Así de ridículo como suena, en Estados Unidos incluso se gestionaron campañas de boicot hacia la película desde meses antes. De ahí el trailer más dislikeado en la historia de YouTube, hasta las calificaciones negativas en IMDB (de gente que NO VIO la película). Podemos debatir mucho acerca de por qué nos molesta tanto que toquen a nuestros personajes preferidos, pero la realidad es que cuando a esa fibra nostálgica le sumamos ingredientes como el color o sexo del personaje, salen a la luz algunos problemitas que lamentablemente todavía sufre el fandom en general. Cosa que por suerte de a poco está cambiando, y que películas como ésta ayudan a cambiar. Más allá de si es o no una buena película, no podíamos ignorar todo el circo que se generó alrededor y sus razones de fondo. Sin embargo, el hecho de que haya una película de estas características con cuatro protagonistas femeninas, científicas, badass, graciosas y fuera del estándar hollywoodense de belleza, habla de un gran progreso en la industria y especialmente de una gran fuente de inspiración para las generaciones más jóvenes que tienen la hermosa posibilidad de crecer con estas role models. Ahora sí, hablemos de la película (sin spoilers, por supuesto). Con mucha astucia, la nueva “Cazafantasmas” toma los elementos icónicos de las originales para rendirles homenaje, a la vez que va construyendo este nuevo universo en la actualidad. Desde el logo hasta el cuartel general, todo está muy bien resuelto y por lo general desemboca en un gag desopilante. Porque si hay algo que esta nueva “Ghostbusters” tiene de sobra, son risas. Los chistes se suceden uno tras otro, algunos sutiles e inocentes, otros obvios y reciclados. Pero todos con excelente timing, hasta en las escenas de créditos inclusive. Está todo tan bien pensado, que cuando terminemos de reírnos seguramente nos preguntemos hace cuánto que una comedia no daba tantos y tan buenos momentos como ésta. Respecto a los tan vapuleados y controversiales personajes, no podrían estar mejor caracterizados. Tal vez el más flojo sea el de Leslie Jones, quien interpreta a Patty, la única no-científica del grupo. Sin embargo, tiene su razón de ser y está bastante bien aprovechada. La mejor interpretación es sin duda alguna la de Kate McKinnon, una ingeniera excéntrica e increíblemente divertida que se encarga de todo el equipo técnico de las nuevas Cazafantasmas. Kristen Wiig y Melissa McCarthy por su parte, llevan todo el peso de la trama en sus hombros y lo hacen con una gracia y química impecables, resultado de años haciendo comedia y mucha experiencia previa trabajando juntas. Erin Gilbert (Wiig) es una científica prestigiosa que se desempeña en una respetada institución, hasta que los “fantasmas del pasado” aparecen para atormentarla (el link está para que entren a su propio riesgo) y se ve obligada a retomar relación con su amiga de la infancia Abby Yates (McCarthy). Mientras tanto, los verdaderos fantasmas no tardan en aparecer por todo New York y darle bastante que hacer a nuestras heroínas. Volviendo al reparto, mención especial merece el papel de Chris Hemsworth, quien se luce como comediante en su primer intento y queremos que se quede para siempre en este género. Y la otra mención va para los efectos visuales, que nos brindan unos fantasmas dignos del siglo XXI. Más allá de la inversión de roles, lo desopilante que resulta ver a hombres interpretando papeles clásicamente femeninos y lo refrescante de ver a cuatro mujeres protagonizando un blockbuster de estas características, hay mucho más de fondo en una segunda lectura. Estas cuatro chicas que no podrían ser más distintas entre sí trabajan juntas y se llevan bien, no compiten entre ellas, si se pelean se reconcilian y mientras hacen todo esto nos descostillan de la risa. ¡La historia de Hollywood se los agradece! Ojalá este sea sólo el principio de una tradición de papeles que pueden ser interpretados indistintamente por hombres o mujeres. Y para todos los haters que juzgaron esta película sin haberla visto o dejaron algún comentario negativo en YouTube, hay unas lindas e inteligentes referencias a lo largo del film. La próxima vez que quieras ver un clásico renovado, ¿a quién vas a llamar? Ojalá que a Paul Feig, que con esta película se corona como uno de los mejores directores del género.
Lazos de Sangre En una casona tan antigua que vive y respira, cuya aristocrática decrepitud se refleja también en quienes la habitan, conviven pasiones y horrores del pasado y el presente. “La Cumbre Escarlata” (o carmesí, en el título original) debe su nombre al suelo de arcilla que todo lo tiñe de rojo sangre, coronada por la suntuosa propiedad y convenientemente alejada de toda civilización. Cuando sus moradores, los hermanos Thomas y Lucille Sharpe, se ven obligados a salir en busca de la salvación financiera que necesitan, cruzan sus caminos con la joven Edith Cushing (Mia Wasikowska), una aspirante a escritora de la alta sociedad americana. Hija de un comerciante que hizo fortuna a base de arduo trabajo, Edith reniega de la frivolidad de la clase a la que pertenece, y prefiere dedicar su atención a las letras en lugar de a sus pretendientes. Pero sus convicciones palidecen ante los encantos del británico Thomas (Tom Hiddleston) y los trágicos giros que toma su vida luego la llegada de los Sharpe. Con esta premisa, la nueva película de Guillermo Del Toro se debate entre el terror y el romance gótico, enmarcados en la evidente pasión de su realizador por el género. Con un diseño de producción deslumbrante, el despliegue visual que acompaña a esta historia se convierte en su verdadero y absoluto protagonista, en detrimento de la trama. Jessica Chastain destaca por momentos en el papel de la cuñada cuyo amor fraternal oculta algo perverso, pero en general las actuaciones son bastante medidas y los personajes se funden con el ambiente acartonado que los rodea. Cuando el drama finalmente se desata y el suspenso da lugar a la acción, ya estuvimos demasiado tiempo en la butaca intuyendo los misterios, y todo se vuelve bastante predecible y poco efectivo. Especialmente las interminables tomas de esos fantasmas que deberíamos estar imaginándonos. “La Cumbre Escarlata” echa mano a recursos clásicos del género, percudidos por una pátina que los despoja de su efecto para el espectador moderno. Sin embargo, la impecable técnica y belleza que rodean al producto final pueden lograr que valga la pena dejarse cautivar durante esas dos horas.