Matt Damon queda abandonado en un planeta desierto y se presume muerto. Otra vez. Por más similar que esto pueda sonar al giro argumental de “Interestelar“, lo que se propone en “Misión Rescate” es un punto de vista completamente distinto a todas las películas con temática espacial que vimos hasta ahora. Y ahí reside su atractivo, ya que poco dispuestos estamos a ver otro dramón interestelar con tan poca diferencia en años terrestres a exponentes como “Gravedad” y la anteriormente mencionada obra maestra de Nolan. La cuestión pasa por el espíritu optimista de su protagonista, Mark Watney (interpretado por Damon) quien, lejos de resignarse a su suerte, hace lo imposible por sobrevivir. Y lejos de dejarse abatir psicológicamente por su desgracia, traza planes metódicos y efectivos para revertir su condición. Su palabra preferida es “afortunadamente“, lo cual nos da una idea bastante contundente de su visión de la vida y las circunstancias. Pero en el espacio no todo tiene un lado positivo, y si hay algo que los astronautas saben con certeza es que nunca coopera. Siempre algo sale mal, especialmente en el cine. Y la desesperación y tensión que generan las situaciones espaciales están tan bien logradas como las escenas cómicas, de las que hay muchas y se agradecen. Ya no es común ver un film que balancee tan bien el humor, con el suspenso y el drama, sin grandes pretensiones y logrando un buen entretenimiento. Con una película que nos recuerda a los mejores exponentes del cine hollywoodense de los ’90, el gran Ridley Scott vuelve al ruedo después de dos importantes tropezones. Sazonada con música disco y grandes referencias a la cultura popular, carismáticos personajes y actuaciones descasilladas (Jeff Daniels y Kristen Wiig haciendo drama, Matt Damon y Sean Bean haciendo comedia), “Misión Rescate” cumple, sorprende y divierte.
Muchas comedia y poco romance A veces los títulos que reciben las películas extranjeras en su traducción al español es desafortunado. Es el caso de ésta, cuyo título original es “La reescritura”, el cual le sienta a la perfección -como debe ser- a su historia. No hay que dejarse engañar entonces por su sospechoso aspecto de Rom-Com melosa porque dista bastante de las pobres propuestas que agobian al género. Estamos ante otro caso de obra autorreferencial, una tendencia que se viene imponiendo en Hollywood, y que todavía sigue siendo bienvenida. La industria, como el protagonista de esta película, se encuentra enfrentando una gran crisis existencial, luego de su gran época de gloria. Ante la amenaza de ser reemplazada por nuevos medios y frente a su necesidad de reinventarse y redefinir permanentemente su relación con la tecnología, echa mano al recurso de la meta-ficción para contar sus historias en este contexto. Keith Michaels (Hugh Grant) es un afamado guionista de Hollywood en decadencia, que decide tomar un trabajo como profesor en una prestigiosa universidad del país. Su estatus y costumbres se ven bastante alterados cuando debe adaptarse a la vida en un pequeño pueblo y convivir con catedráticos y alumnado. Su costado misógino se pone de manifiesto casi de inmediato, creando un ambiente de tensión laboral que le causará unos cuantos problemas y como si fuera poco, su vida personal venida a menos comienza a pasarle factura. Si bien es una película con una estructura bastante clásica y una historia llena de lugares comunes, los aborda desde la sátira inteligente y compensa con bastante altura, continuas situaciones cómicas y guiños al espectador. Además de personajes bien compuestos que se balancean entre ellos con asombrosa gracia a lo largo del film, especialmente teniendo en cuenta la cantidad de secundarios y su relevancia en la historia. Marisa Tomei destaca en el papel de una co-protagonista no tan común, que desafía varios estereotipos hollywoodenses. Pero como no podía ser de otra manera, será ella quien aporte la madurez que le falta a su contraparte. El elenco se termina de completar con J.K. Simmons (nuevamente en el papel de un profesor, pero inversamente proporcional al obcecado de Whiplash), la magnífica Allison Janney, quien por el contrario nos tiene acostumbrados a roles desopilantes y sorprende con un personaje de implacable seriedad, y el siempre efectivo Chris Elliott haciendo lo que mejor (y probablemente lo único que) sabe hacer. Los alumnos darán la nota joven y fresca entre tanto veterano consagrado, formando un “dream team” que no resulta ser todo lo que parece y ofrece buenas situaciones. Una comedia ligera y sin pretensiones, pero muy eficiente y bien escrita. Con pocos momentos flojos y muchos aciertos, es ideal para ir a ver en compañía de amigos o pareja y pasar un buen rato.
La Mona Lisa de Austria Con dos héroes tan improbables como sus resultados, esta película narra la historia real de Maria Altman, una mujer de origen judío despojada de todo durante la incorporación de Austria a la Alemania nazi. Sabemos que Hollywood se especializa en contar historias biográficas de manera heroica, americanizada y llevada a tonos a veces ridículos. Al menos para el espectador experimentado en este tipo de dramas. Pero en “La Dama de Oro” son pocos los clichés y muchos los aciertos. Aunque ya conozcamos lo crudo de la historia, aunque preveamos el final o ya lo sepamos por tratarse de hechos reales, la película nos atrapa y las actuaciones conmueven. Helen Mirren está impresionante como la protagonista, prácticamente irreconocible y perfectamente sintonizada con su versión joven: Tatiana Maslany. Con una serie de flashbacks que nos remontan al pasado de Maria Altmann en oportunos momentos de la trama, vamos conociendo sobre su historia, su familia y sus motivaciones. Lo que ella actualmente busca es recuperar el famoso cuadro de Klimt que ilustra a su tía Adele y le pertenece legítimamente. Esto supone una verdadera odisea por tratarse de un ícono considerado reliquia nacional por sus compatriotas. La persistencia y determinación de los protagonistas se pondrá de manifiesto con el objetivo de encontrar lo que la búsqueda de María realmente implica: justicia. O al menos una versión de ella, en la que su antigua comunidad deba admitir que acogió al régimen nazista. En este sentido, el guión se maneja con mucha delicadeza sobre la responsabilidad de cada Nación , y hasta desliza notas de sutil humor sobre las implicancias de contar una historia así en una película con perspectiva americana. Hay incluso una referencia que da la clave para entender el tono de esta ópera: En un guiño que reivindica un mito reforzado en cientos de películas hollywoodenses, “La Dama de Oro” nombra a Argentina, no como refugios de criminales nazis y cómplice de los horrores, sino como un ejemplo que sienta precendente en la lucha de Maria. Con escenas de suspenso muy bien logradas, la película mantiene un ritmo excelente y francamente difícil de lograr con una historia de estas características. Sostenido por las actuaciones de grandes figuras que desfilan por pantalla junto a los protagonistas: Daniel Bruhl, Charles Dance, Jonathan Pryce y Katie Holmes son de la partida. Ryan Reynolds destaca junto a Mirren en el papel de un abogado dispuesto a todo por recuperar parte de su pasado familiar y herencia cultural, una vez que su relación con Austria y el destino de Maria toquen una fibra sensible en él. Hay historias que no pueden ser contadas si resultan demasiado inverosímiles, ese es el problema con la ficción. Pero cuando la realidad la supera, le da un asidero firme del cual sostenerse para narrar con gracia y credibilidad, saliendo victoriosa como esta película.
Emociones a flor de piel La dupla Disney-Pixar nos tiene acostumbrados a un nivel de calidad en sus producciones que se equipara sólo con su nivel de ternura. Personajes entrañables, historias inolvidables, lecciones para toda la vida. “Intensa-Mente” es la apoteosis de todo eso, y viene a ocupar un lugar al ladito de “Toy Story” en el podio de la factoría de la lamparita. ¿Para tanto? Sí, para tanto. Es el nuevo futuro clásico de la generación que la verá hoy y cada vez que pueda, mientras espera su continuación, colecciona sus juguetes y eventualmente, le pasa el legado del amor por esta película a sus hijos. Pero no es una película hecha especialmente para chicos, eso es algo que queda claro. Si bien la van a disfrutar tanto como los adultos, esa es otra de las grandes habilidades que conforman la magia de Pixar. ¿O acaso los niños de 10 años no volvimos a disfrutar de “Toy Story” a los 20 y a los 30? “Intensa-Mente” es única: Desde el original concepto de las emociones como personajes principales, hasta el diseño de todos los rincones de la mente. Cada escena es una sorpresa, es diversión, es ternura. Es una mezcla de emociones, de las cuales Alegría y Tristeza son las principales protagonistas, viviendo una aventura tan simpática como profunda. Porque Pixar sabe hacer justamente eso: compatibilizar emociones. Hacernos reir a más no poder y después dejarnos pensando, reflexionando sobre lo que acabamos de ver y sobre nosotros mismos. Conectarnos con nuestro niño interno, y con el de los demás. Como los creadores de esta película, que admiten ser su propio público target: Es una película pensada para adultos, pero con alma de niños. Concebida desde la observación de sus propios hijos y con una gran pregunta en mente: ¿Qué está pasando dentro de su cabeza? Cinco emociones básicas son las principales protagonistas de Intensa-Mente: Tristeza, Alegría, Desagrado, Miedo y Furia, cada una de ellas caracterizada a la perfección y construídas de una forma muy rica a pesar de ser personajes unidimensionales. Entre todas forman un equipo perfecto como pocos, pero en algún momento todo se sale de control y da lugar a un alocado y maravilloso recorrido a través de la mente. En él veremos también un despliegue asombroso de conceptos abstractos ilustrados con gracia e ingenio: pensamientos, recuerdos, inconsciente, sueños. Todo mientras afuera el mundo sigue, y también la vida de la persona en la que viven todas esas emociones: Riley, una nena de 11 años que no tiene idea de por qué siente lo que siente, y atravesará una difícil situación de la manera que puede. Pero Riley, al igual que sus padres y el resto de los personajes humanos, es la “locación” de los verdaderos protagonistas: sus emociones.
El mañana nunca muere “Tomorrowland”, rebautizada en nuestro pagos como “Ciudadanos del mañana”, es una película de aventuras por sobre todas las cosas, bien fiel al estilo de Disney. La protagonista es Casey, una adolescente cuya curiosidad científica y empedernido optimismo no la dejan darse por vencida ante nada. Son justamente estas características las que la llevan a ser “especial” y recibir un prendedor con extraordinarias cualidades que le cambiará la vida. Pero no sólo su vida será la que cambie. Detrás de cada respuesta que Casey va encontrando se esconde un misterio aún más grande, y a medida que avanza la trama vamos descubriendo que su destino implica más que su realización personal y está atado al destino de algo mucho mayor. En esta característica del argumento encontramos la influencia de la mano de Damon Lindelof, uno de los creadores de la serie “Lost”. Y al igual que en ésta, los misterios serán demasiados como para poder cerrarlos. Tiempo no falta, dado que la película dura más de dos horas, pero es una constante que la respuesta brindada no alcance a satisfacer la curiosidad despertada en el espectador y queden más preguntas sin resolver. Sin embargo, el mensaje fundamental de la película es simple, al igual que pasaba con Lost. En aquella, la ideología subyacente a toda la serie era un gran y hermoso “el destino nos cruza para que podamos ayudarnos mutuamente”. Y en esta película, la lección es igual de profunda y esperanzadora: “Los soñadores deben mantenerse unidos para cambiar el mundo”. Todo matizado con la ternura típica de Disney y apuntado a un público más infantil. La elección de los protagonistas es curiosa y forma un grupo bastante poco convencional que le da a esta historia original aún más frescura: Athena, la pequeña representante del futuro. Frank, el niño prodigio soñador que creció y se volvió un cínico a causa de las desilusiones. Y la inquieta y perseverante Casey, alma mater de la misión. El villano de turno también resulta ser bastante inesperado, al igual que los improbables héroes de esta historia. Y detrás de toda esta aventura, mensajes esperanzadores y efectos especiales de primer nivel, se esconde también una crítica bastante audaz a una creciente tendencia en la industria del entretenimiento: la del futuro distópico. La eventualidad de un apocalipsis es un tema que ha proliferado últimamente en los medios masivos de comunicación, siguiendo una línea marcada por la literatura. En general se toma como una crítica social destinada a alertarnos y prevernos, al igual que la creciente preocupación por el medio ambiente y las movidas en consecuencia. Pero Brad Bird (director de este largometraje, con joyas en su haber como “Ratatouille” y “Los Increíbles”) nos deja ver una perspectiva distinta sobre esta tendencia, que según su visión ha pasado a mayores. “Tomorrowland” es un viaje fantástico digno de la mejor infancia, lleno de vistazos al futuro y al pasado, con foco en el presente y una preocupación genuina por dejar una lección que pueda ser asimilada por espectadores de todas las edades.
Viejos son los trapos Una pareja de recientes cuarentones entabla amistad con una pareja de veinteañeros, que les dan una perspectiva distinta sobre la vida y las posibilidades de desarrollo personal y profesional. Todo comienza cuando Josh conoce a Jamie, uno de sus estudiantes que aspira a ser documentalista como él, y que le demuestra cierta admiración. Josh convence a su esposa para que salgan con la pareja de jóvenes y de esa manera de a poco sienten lo que es volver a tener esa edad. Ambos se involucran emocionalmente, especialmente Josh que ve en Jamie un colega más que un pupilo. A su vez se van distanciando de sus amigos de siempre, que los ven como inmaduros y atravesando una etapa en la que no conectan. Pero la cuestión va más allá, porque en realidad Josh y su esposa Cordelia decidieron no tener hijos, y eso es lo que en realidad los aliena de un círculo en que la reciente paternidad es el tema principal. De a poco se torna incluso un poco más complejo que eso cuando vamos descubriendo que pasaron por varias etapas previas a esta decisión y que pasarán por algunas más. Lo grandioso de esta pareja es que están siempre cuestionándose y abiertos a cualquier posibilidad, sin dejar de apoyarse mutuamente y ser quienes realmente son. Los matices de los personajes son cuanto menos interesantes, al igual que la premisa que promete muchísimo. Pero en algún momento la película se queda a mitad de camino y decide apuntar en otra dirección, dejando de lado los conflictos de la edad y la relación de ambas parejas para enfocarse en la crisis vocacional y existencial de Jamie, quien desde hace una década trabaja en el mismo documental sin poder terminarlo. Lo cual eventualmente desemboca en una vuelta de tuerca que poco tiene que ver con el conflicto original. Sin embargo, mientras tanto se puede disfrutar de ciertos diálogos muy bien logrados y situaciones dignas de una buena comedia dramática. Es una lástima que todo quede a medias y la película se tome tan poco en serio a sí misma, rozando la línea de lo absurdo en algunas escenas que podrían haberse aprovechado para darle más profundidad al conflicto principal. O para hacernos reir al menos, sin recurrir a ese humor burdo e infantiloide tan americano. “Mientras somos jóvenes” es una propuesta fresca con personajes geniales, que no termina de cumplir y queda en anécdota superficial, apenas logrando su propósito. Si algún mensaje nos deja, es el ya sabido y popular “El que duerme con niños, amanece mojado”.
Generalmente, cuando un fenómeno inexplicable hace de las suyas sin respetar las leyes de la ciencia, se lo llama magia. Hollywood tiene mucho de eso, y ya nos acostumbramos a aceptarlo en pos del entretenimiento. Pero cuando trata de explicar esa “magia” con leyes científicas de un futuro desconocido, o estamos viendo una de ciencia ficción o estamos viendo algo muy bizarro. Este último es el caso de “El Secreto de Adaline”, una película romántica que echa mano a recursos de otros géneros para contar una historia cuyo resultado final no conmueve y apenas entretiene, si bien parte de una base prometedora. La premisa tiene mucho potencial: Adaline es una joven de 29 años que sufre un accidente que le deja como consecuencia uno de esos dones que bien podrían ser considerados maldiciones: no puede envejecer. A raíz de esto, debe ocultarse y cambiar de identidad cada tanto. Pero todas las decisiones que toma parecen arrebatadas y no hay profundidad de conflicto, no somos testigos de la evolución de Adaline ni de las complejas consecuencias que podría tener este estilo de vida en su psiquis. Por el contrario, la protagonista (encarnada por una insulsa Blake Lively) parece extremadamente cómoda y resignada a su destino, hasta que un buen día conoce a un joven encantador que eventualmente la hará cambiar de parecer a fuerza de voluntad. Entre el tiempo que la película pierde tratando de explicar lo inexplicable y el abuso del narrador en off, que no deja nada a la imaginación o entendimiento del espectador, llegamos al verdadero nudo de esta historia casi al final de su duración. El conflicto principal es bastante retorcido para una película que venía llena de clichés, y el desenlace se vuelve tan abrupto como previsible. Mientras tanto, el tibio romance de los protagonistas no alcanza a convencernos de que algo de todo esto tenga sentido. Desperdiciando una historia que podría haber sido explotada como un gran relato de épocas y naturaleza humana, “El Secreto de Adaline” no es más que una peli melosa con momentos extraños, que ni siquiera su bella cinematografía o la presencia del gran Harrison Ford pueden rescatar.
El secreto de sus ojos Tim Burton vuelve al ruedo con “Big Eyes“, una obra prácticamente despojada de la estética que tanto lo caracteriza. Si bien su impronta no reside sólo en lo visual, es uno de los aspectos que más destaca de su filmografía, y en esta nueva película decidió dejarlo en segundo plano, en beneficio de la historia y sus protagonistas. Pero no sería el Burton que todos conocemos si el tema de su nuevo largometraje no fuera el cuento de un marginado. En este caso una pintora tan talentosa como desprovista de habilidades sociales, que deja que el control de su propia vida se le escape de las manos, mientras irónicamente triunfa de todas las maneras que nunca se imaginó. Encarnada por Amy Adams, la artista Margaret Keane marcó una década en su rincón del mundo, y en este retrato de su vida podemos ver la intimidad de tamaño suceso. Pero no es simplemente su historia lo que resulta atrapante en “Big Eyes“, sino la magnética y envolvente personalidad de su contraparte Walter Keane, su esposo, interpretado por el carismático Christoph Waltz, quien compone genialmente a un villano delirante y manipulador, pero de esos que resulta casi imposible odiar. El par de protagonistas son los que le dan alma y vida a esta biopic, con actuaciones a la altura de lo que nos tienen acostumbrados, y un elenco de secundarios que no se quedan atrás (especialmente el brillante Terence Stamp). La crítica social también está a la orden del día, con una validez que asusta casi sesenta años después, a la vez que divierte, obligándonos a reirnos de nosotros mismos. Es una comedia fresca etiquetada de drama por su condición de biográfica, pero no pierde el buen humor en ningún momento a pesar de las circunstancias, y se conduce con una gracia asombrosa a través de una historia real que -una vez más- supera a la ficción.
El Nuevo Escándalo Americano “Inherent Vice” arranca como una obra posmoderna de un anacronismo precioso entre el policial negro y las exploitation movies de los ’70, en perfecta sincronía argumental y visual entre el clásico hardboiled y la psicodelia de la década hippie. Los misterios y las pistas que van surgiendo dan lugar a un caso tan atrapante para el espectador como para su protagonista, el investigador privado Larry “Doc” Sportello, (encarnado por un siempre eficiente Joaquín Phoenix) y la trama se va complicando a medida que avanza, dejando dos cabos sueltos por cada uno atado. Al principio esta dinámica resulta interesante y llevadera, incluso divertida, pero de a poco se va tornando innecesariamente densa y estirada, y para cuando nos dimos cuenta la película ya tendría que haber terminado. La primera parte de este film brilla con una composición y ritmo impecables, prometiéndonos una de las películas del año. Pero hacia la segunda mitad se va revelando caprichosa y vaga, tornándose lentamente en una descabellada e incoherente versión de sí misma. Cuando ya nos acomodamos a un confortable estilo, Paul Thomas Anderson nos descoloca con un exceso de recursos y personajes que navegan al borde del capricho injustificable. Si soltar el timón de esa manera es una elección artística deliberada o no, es la cuestión. Podríamos deducir que lo es por ciertas pistas no tan sutiles hacia la última parte del film, pero si ese fuera el caso, en lugar de lograr el efecto deseado, parece una obra mal terminada, fruto de la desidia y no de una minuciosa intencionalidad que buscara inquietar al espectador. “Inherent Vice” es inclasificable, pero no de la mejor manera. Es un viaje agridulce que nos deja con la sensación de haber presenciado una obra genial a medias.
Había una vez un clásico Si hay algo que no cabe esperar de esta adaptación live-action de Kenneth Branagh es una vuelta de tuerca innovadora o una versión modernizada del clásico animado de 1950. Hasta ahora, la camada de reversiones de Disney de sus propias películas en clave de acción real, nos habían presentado elementos originales como la aparición de nuevos personajes, en el caso de “Alicia en el País de las Maravillas” (2010) o el cambio de punto de vista, como en “Maléfica” (2014). Pero no es el caso de “Cenicienta“, donde el apego a la historia original es tan grande, que el más mínimo y necesario de los cambios parece gigante. Esta adaptación es práticamente fiel al clásico de Disney, casi como las adaptaciones previas de Branagh lo son a las obras de Shakespeare. Con un historial de grandes puestas en escena de este tipo de piezas, no es de extrañar la literalidad y gran despliegue visual de la película. La transición de la magia animada al mundo “real” es impecable, las tomas bellísimas, el diseño de vestuario deslumbrante y en general todas las elecciones artísticas incuestionables. Pero peca de ser el punto más furte de esta película, que no se sostendría por sí sola si no fuera una recreación del cuento disneyniano que todos conocemos. Si bien Cenicienta no se destaca por ser una de las princesas con más personalidad o rica historia de trasfondo, lo que se espera hoy en día de una reinterpretación como ésta es que la narrativa esté un poco más desarrollada, que los diálogos reflejen la madurez de más de seis décadas de progreso con respecto a la original, o que de alguna manera se nos ofrezca algo distinto y mejorado. La recreación con lujo de detalle una historia que ya conocemos de memoria y vimos tantas veces, es algo que bien cabría esperar de una adaptación teatral, no de una película de un estudio tan experimentado en brindarnos entretenimiento como Disney. Que “Alicia…” y “Maléfica“, con sus errores y aciertos, hayan demostrado la rentabilidad de llevar títulos conocidos a su versión carne y hueso, no significa que se tenga que hacer necesariamente con todas las películas que fueron clásicos arrolladores de taquilla en formato animado. Sin embargo, esos parecen ser los planes, ya que a futuro se están barajando las remakes de “La Bella y la Bestia” y “Dumbo“. Será hora de que nos vayamos acostumbrando a que la aparición de princesas osadas e independientes como Elsa, o auténticas e intrépidas como Anna, deberá esperar detrás de una larga fila de clásicos aguardando su turno a una innecesaria segunda oportunidad.