Manhattan Regresa Filmada hace dos años y retirada por Amazon Studios en vísperas del #MeToo, Un día lluvioso en Nueva York (A Rainy Day in New York, 2019) finalmente recibe un estreno limitado en salas comerciales. Woody Allen es un realizador tan prolífico que en 50 años ha hecho más de 50 películas y suele promediar una obra maestra entre alguna que otra obra menor. Aun cuando no sorprende, siempre es interesante. Nadie escribe y dirige una auténtica ‘screwball’ (comedia de enredos) como él. Allen no imita al género: piensa en sus términos. Por ello hay algo necesariamente anticuado en todos sus films. La clave es el diálogo, que se intercambia entre los personajes - todos locuaces e intelectuales - con la cadencia e intensidad de un partido de tenis. El diálogo determina el ritmo acelerado de la escena, y las escenas se desenvuelven con la espontaneidad de una farsa teatral. Es un registro difícil de abordar como realizador o espectador, pero funciona gracias al nivel del parlamento, las ideas en juego y la dirección minuciosa de un gran elenco. Hasta el personaje más ínfimo tiene capas para pelar. Un día lluvioso en Nueva York no es nada que el realizador no haya hecho antes en su extensa obra, que a grandes rasgos trata sobre el eterno dilema entre lo que es cómodo y seguro y lo que es riesgoso pero más deseable. Y sin embargo verla es disfrutarla. Es ver a un maestro en acción creando algo que ya no tiene receta. Una de las críticas recurrentes que se le hace al artista es cuan anacrónicas se sienten sus películas, como si fuera algo deleznable. Va de la mano con un género desaparecido como el ‘screwball’, y el tono nostálgico de una historia que por más que se narre en tiempo presente siempre tiene la textura de un recuerdo. La trama trata sobre una pareja de jóvenes enamorados, Gatsby (Timothée Chalamet) y Ashleigh (Elle Fanning), que viajan a pasar un fin de semana en la ciudad que nunca duerme. Ella va porque ha conseguido una entrevista con un renombrado director y él la acompaña para mostrarle la ciudad a la que ama. Tienen todo el día planeado, pero por una serie de coincidencias y desencuentros la pareja se separa. A su manera, cada uno se deja seducir por la ciudad, recorriéndola en paralelo y descubriéndose a sí mismos en la ausencia del otro. Ashleigh queda obnubilada por un jet set de cineastas que idolatra y con el que se fetichiza mutuamente, pasando rápidamente de una “entrevista” a otra: un director (Liev Schreiber), un guionista (Jude Law) y un galán (Diego Luna), cada uno torturado por su propio genio. Gatsby pasea por la ciudad, visitando conocidos y evitando otros, replanteándose su relación con su novia y una vida que no tiene una dirección concreta. Chalamet, el hípster melancólico por excelencia, continúa la tradición de encarnar vívidamente las neurosis e inquietudes existenciales de Woody Allen en las películas que no tienen al director de protagonista. La moda hoy en día es redoblar la apuesta con una situación ridícula tras otra, inevitablemente solapándose con el cine de acción o aventura, pero no hay nada demasiado absurdo o implausible en la película (salvo por un intento mediocre de slapstick en la tumba de Tutankamón). El diálogo, nominalmente ingenioso, puede sonar un poco pretencioso a veces pero va la mano con el elenco de dandies y bohemios que pueblan la historia. El humor nace naturalmente del conflicto interno de sus protagonistas: ella entre la culpa y el deseo, él entre su necesidad de establecerse y la de rebelarse. Así como la película es entretenida también tiene un gusto agridulce. A fin de cuentas, la gracia es ver cómo responden los tórtolos a la metralla de estímulos que los van separando física y emocionalmente a lo largo de un día de lluvia.
Triste destino Terminator: Destino Oculto (Terminator: Dark Fate, 2019) sigue un patrón iniciado por HALLOWEEN (2018): ignorar la mayoría de las secuelas de la franquicia, resucitar a la heroína original y continuar la historia a partir de la última gran película de la serie, en este caso Terminator 2: El juicio final (Terminator 2: Judgment Day, 1991). Hasta los créditos de la película contienen de nuevo la bendición del creador de la franquicia, James Cameron, así como John Carpenter ha vuelto a aparecer en los créditos de la suya. Buen marketing. Borrón y cuenta nueva, todos contentos. Linda Hamilton, única e inigualable, regresa como Sarah Connor. Como Jamie Lee Curtis en HALLOWEEN, ha dedicado su vida a mitificar el monstruo que la traumó y ahora encabeza tres generaciones de heroínas que le dan batalla. Las otras son Grace (Mackenzie Davis), una súper cyborg enviada del futuro y Dani (Natalia Reyes), la chica a la que Grace debe proteger del Terminator (Gabriel Luna) que tiene el objetivo de asesinarla. Arnold Schwarzenegger también regresa, como siempre promete, aunque en un papel menor. Es un placer verle de nuevo junto a Hamilton. Podrían haberse robado la película a solas, pero ambos quedan relegados a roles secundarios. Tienen la tarea doble de atraer a los viejos fans de la serie a la vez que hacen de sponsors para una nueva generación, turnándose correctamente para que cada uno tenga su momento de gloria. Davis es sobresaliente. Tiene el look, la garra y la presencia de una heroína versátil. Es tan efectiva que sobrevive toda la mediocridad que la película le llueve encima, como algunas líneas de diálogo verdaderamente vergonzosas, y los flashbacks (o flash-forwards) que simultáneamente rellenan y desinflan el film. Los demás personajes no dejan gran impresión. Su némesis (Luna) es técnicamente formidable, pero su caracterización resulta blanda. Reyes, como sus jóvenes cofrades en las nuevas Star Wars, tiene el porte de un ídolo de Disney Channel. Linda Hamilton y Arnold Schwarzenegger no tienen mucho para hacer salvo atraer al público, repartirse los chistes y sellar la película con su iconografía. Sarah Connor recibe un final más o menos digno, considerando las injurias que sufre, aunque el T-800 ha tenido demasiados finales como para que su quinta despedida tenga el impacto que debería. ¿Cómo se compara la película a sus antecesoras? Es mejor que las secuelas que ha eliminado del canon (gran cosa), pero nunca alcanza la cúspide emocional o espectacular de las primeras dos. Terminator (1984) es uno de los grandes referentes del cine de acción así como Terminator 2: El juicio final es uno de los grandes referentes de secuelas igual de excelsas o incluso superiores a la original. ¿Quién va a recordar Terminator: Destino Oculto salvo como un vehículo al estrellato para Mackenzie Davis? Lo único que le queda es la galantería de reivindicar a Sarah Connor, y una cornucopia de efectos especiales que no se sienten la mitad de revolucionarios que hace 30 años.
Regreso de las secuelas vivientes Auna década de Tierra de Zombies (Zombieland, 2009), la secuela llega demasiado tarde para importar mucho pero no lo suficiente como para hacer algo nuevo o distinto. Los personajes no han cambiado, sus problemas tampoco y la trama es la misma que ciertas franquicias están condenadas a rodar ladera arriba una y otra vez: aprender a trabajar en equipo, por no decir en familia. No es que la dinámica entre el dúo de Jesse Eisenberg y Woody Harrelson haya dejado de ser simpática (junto a Emma Stone, son actores intachables en papeles que ya rayan la caricatura), o que ciertas escenas no sean entretenidas (paradójicamente, la mejor llega junto con los créditos). El tema - y motivo de frustración para los personajes - es que no hay hacia dónde ir, salvo continuar dando vueltas haciendo las mismas cosas, repitiendo las mismas gracias. A la que ya no le causa gracia es a Little Rock (Abigail Breslin), cuyo adolescente interno se muere de aburrimiento en medio del apocalipsis de zombie así que abandona su familia adoptiva rumbo a la aventura. En el camino levanta a un estereotípico hippie con guitarra; su grupo, que está siguiéndola, levanta a una estereotípica rubia tonta. Gran parte de los chistes corren a expensas de estos especímenes extraordinariamente estúpidos. La frustración de Harrelson y Stone, que se siente bien genuina, empieza generando risas y termina generando empatía. La otra novedad es un versus exacerbado entre la cultura armamentista de Estados Unidos - llevada al extremo por Tallahassee (Harrelson) - y la juventud activista que aún rodeada de muertos vivientes prefiere luchar contra “la injustica social”. Los mejores chistes de la película se hacen sobre esta dicotomía pero más que afectar realmente a la trama es algo que la decora. Hay una total falta de tensión entre lo que los personajes quieren lograr y los obstáculos a los que enfrentan. Esencialmente la historia trata sobre un rescate que no tiene urgencia alguna. Se muestra reiteradamente que Little Rock está sana y salva (y todavía aburrida), y hasta la inclusión de “nuevos” tipos de zombies es más que nada anecdótica. Los desafíos son triviales y el objetivo no es apremiante, ¿por qué es interesante la historia? De vez en cuando sobresale alguna secuencia individual, pero las escenas se suceden sin sumarse y el clímax llega sin gran ímpetu. Zombieland: Tiro de Gracia (Zombieland: Double Tap, 2019) se presenta como una comedia irreverente y políticamente incorrecta, del tipo que se celebra a sí misma con numerosas referencias pop (varias de ellas a la película original) e indulgencias por el estilo, pero por más festivo que sea el tono de la película la fiesta en sí no es la gran cosa.
El hombre que ríe En 2019 se cumplen 70 años de Batman - creado por Bob Kane y Bill Finger - y 30 desde la epónima película de Tim Burton. Desde la aparición del primer tráiler de Guasón (Joker, 2019) que circula por las redes el chiste: para crear a Joker en 1989, arrójenlo a un tanque de ácido; para crearlo en 2019, arrójenlo a la sociedad. Es una buena síntesis de la premisa del film de Todd Phillips, que propone una versión realista de los orígenes del súper villano y su descenso a la locura, aunque no del todo exacta. Para empezar, la historia se enraíza firmemente a comienzos de los 80s, en una Gótica que no disimula su parentesco con la New York de la época: mugrienta, descuidada, deprimente y colmada de indigencia e inseguridad. Gótica abandona la desvanecida gloria del art deco a cambio de algo igualmente anticuado pero más burdo y sórdido. No es sólo estética: el descontento social es palpable y se protestan las políticas laissez-faire del libre mercado republicano. Hasta el oligarca principal de Gótica, Thomas Wayne, tiene un dejo reaganesco. El contexto se define vívidamente, evocando un momento y un lugar precisos que no son el presente ni podrían ser otra cosa. Pero por más discurso sociopolítico que baraje la película, su protagonista es flamantemente apolítico. No cree en nada y no representa nada, salvo una sensación básica de insatisfacción, lo cual es suficiente para inspirar un movimiento en el cual sus integrantes se proyectan a sí mismos. Es verdad en todo nivel posible: Joker es tan sólo un payaso. Rebautizado Arthur Fleck, es interpretado por Joaquin Phoenix con una corporalidad magistral. En principio es un comediante fracasado, un payaso de alquiler que vive con su anciana madre (Frances Conroy) y se nutre de delirios de grandeza en los que es gracioso y por lo tanto querido. Quebrado, amanerado, poseído por un tic desternillante y lentamente perdiendo una mediocre batalla por encajar en sociedad, su Joker es un ser lamentable; tanto más patético porque su única posibilidad de catarsis termina siendo la violencia. Sus fantasías a menudo lo tienen de invitado en el show del capocómico Murray Franklin (Robert De Niro), lo cual suscita la obvia comparación con El rey de la comedia (The King of Comedy, 1983). La otra referencia clave es Taxi Driver (1976). Guasón amalgama los seminales films de Martin Scorsese, presentando un antihéroe desechado y desestimado por el más bajo nivel del inframundo en el que vive miserablemente. Su único consuelo es la fantasía y la violencia, a menudo confundiéndolas. La película se arma de referentes excelentes y rinde un muy buen estudio de personaje, aunque en su búsqueda por validarse a sí misma se parece un poco a su protagonista, que termina obsesionado con la vieja realeza representada por los Waynes (lo cual rinde una escena entre tierna y espeluznante con su futuro némesis). Guasón es de lo mejor que han aportado los cómics al cine en años, pero lo que eleva el material es la impecable actuación de Phoenix, que supera los detalles menos verosímiles o convincentes del guión y crea algo único y distinguible de las otras versiones que ha tenido el personaje. Su recorrido es tan tortuoso como plausible. Se ha inventado una suerte de controversia banal entorno a la película con la que se la quiere promocionar. No es más osada o sugestiva que un montón de películas “controversiales” que en otros tiempos ni conseguían calificación para ser exhibidas. Guasón es tan controversial como se lo puede permitir el cine comercial: es decir, incluye algo de humor negro y a veces roza el mal gusto. Nada que Joker no haría.
El astronauta de las tinieblas Balanceándose entre la grandilocuencia épica de Christopher Nolan y la introspección trascendental de Terrence Malick, Ad Astra (2019) es una película hecha con aires de grandeza y la disciplina necesaria para merecérselos. Funciona superficialmente como un serial aventurero y ulteriormente como un estudio del héroe. Los dos Joseph, Campbell y Conrad, estarían contentos. El crédito es del director James Gray y su co-guionista Ethan Gross, así como Brad Pitt en el papel del astronauta Roy McBride. Es difícil imaginar la película sin él. Entre Había una vez... en Hollywood (One Upon a Time in Hollywood, 2019) y esta película la estrella demuestra nuevamente su versatilidad para interpretar distintos tipos de cool. Como Cliff Booth, McBride es alguien que puede habitar varias esferas simultáneamente y desplazarse de una a otra con facilidad, siempre la persona correcta en el lugar correcto y ni un segundo después. Si Cliff es impredecible y esclavo de su propio id, Roy es de su propio hábito: inteligente y capaz pero retraído y emocionalmente enajenado. A Willard le dan una misión “por sus pecados”; a McBride le dan una misión por los de su padre, que además sirve de Kurtz. La Tierra está siendo asolada por rayos cósmicos desde los confines más remotos de la galaxia y los jefes de Roy creen que el culpable es su padre Clifford (Tommy Lee Jones), un astronauta desaparecido hace 16 años en plena misión de buscar vida inteligente. Roy debe viajar a Marte (con escala en la luna) e intentar contactar a su padre en un intento desesperado de encontrar la explicación de los rayos y detenerlos. Ambientada en un futuro cercano, la ciencia ficción de la historia está imaginada dentro del reino de lo realista. No sólo por la tecnología esbozada en pantalla (hasta las pistolas láser se ven plausibles) sino por la relación del ser humano con el espacio, que en su monotonía y frivolidad recuerda a 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968). Pero Gray sabiamente limita el foco al protagonista y su recorrido, tanto el físico como el interno. El marco de la ciencia ficción, mundano y opresivo, es lo que permite (e instiga) el recorrido en sí. Como buen serial de aventuras, la película postula un sencillo itinerario con paradas exóticas entre las cuales sucede una pequeña aventura, cada una riesgosa pero autocontenida. Es un formato tan anticuado como efectivo y realza el peso de la misión de Roy, quien empieza a cuestionar su verdadera motivación con una apesadumbrada voz en off. Tommy Lee Jones es excelente como un sombrío Kurtz, lejano y omnipresente, perfilado a través de una serie de ominosas bitácoras. Los demás actores - Donald Sutherland, Ruth Negga, Liv Tyler - quedan relegados a partes meramente funcionales o simbólicas. Como toda buena ciencia ficción, la historia de Ad Astra nace de las ganas de reflexionar sobre el presente especulando sobre el futuro. No es una película de acción o fantasía disfrazada, aunque funciona perfectamente como una aventura. De hecho el mensaje de la película es tan sencillo que, tras tanta parsimonia, resulta más bien un anticlímax. Además de abrupto el final.
Butler bajo fuego Cualquier mejoría cómica o dramática que Presidente bajo fuego (Angel Has Fallen, 2019) pueda ostentar sobre sus predecesoras es un desperdicio. La serie no lo merece. No se ha ganado esta pretendida “vuelta de la victoria”, que cierra la trilogía del agente secreto Mike Banning (Gerard Butler) con la fuerza de un petardo mojado. Banning nunca fue más interesante que las circunstancias en las que se veía involucrado. La película le inventa conflictos internos - estrés post-traumático, un padre ausente - pero nada que motive simpatía o le dé un virado triunfal a esta conclusión. Es como si Ric Roman Waugh (el realizador y guionista junto a Robert Mark Kamen y Matt Cook) hubiera decidido a último minuto humanizar un muñeco de acción para darle peso dramático a una franquicia que nunca lo tuvo. El resultado es una película que es técnicamente mejor que su antecesora, Londres bajo fuego (London Has Fallen, 2016), lo cual no es gran cosa. La primera secuela de Ataque a la Casa Blanca(Olympus Has Fallen, 2013) estaba hecha de manera tan reiterativa y barata como los peores “straight-to-DVD”. Pero lo que esta nueva iteración gana con un guión un poco más versátil lo pierde en escenas de acción intensas o interesantes. Como los villanos de turno, resultan sosas, predecibles e inmediatamente olvidables. Tratándose del final de una trilogía fundada en terrorismo espectacular (y nada más), la película es curiosamente apagada en materia de acción, manteniendo un perfil bajo y furtivo durante la mayor parte de la cinta. Esto se debe a que Banning pasa más tiempo huyendo de sus enemigos que peleando contra ellos, y las restricciones originales de tiempo y espacio han desaparecido para acomodar el recorrido amorfo de un héroe que va y viene sin gran apremio. Gerard Butler se ve tan harto y dispuesto a retirarse como su personaje. Morgan Freeman es un gran actor que podría interpretar sonámbulo cualquier parte y aquí lo demuestra. El único gran acierto es Nick Nolte en un papel cómico. Si Freeman termina su carrera interpretando papeles que requieren serenidad y elegancia, Nolte termina la suya jugando con su imagen de viejo gruñón una y otra vez. La serie siempre fue mediocre y su mediocre conclusión no tiene nada que lamentar. Se traduce “bajo fuego” al castellano, pero en el inglés original cada título lee “ha caído”. Dan ganas de bromear que la serie también, pero nunca tuvo desde dónde.
Como en casa El título promete unas vacaciones por el extranjero, y en este sentido Spider-Man: Lejos de Casa (Spider-Man: Far From Home, 2019) es mucho más exitosa que Hombres de Negro: MIB Internacional (Men in Black: International, 2019). No sólo resulta un tour más pintoresco, sino que los espacios están más aprovechados, mejor trabajados. Luego de tanta pantalla verde y paisajismo digital resulta placentero ver una película de superhéroes que parece ocurrir en el mundo real, aunque sea uno retratado con la deferencia exotista de Hollywood. Esta bajada a tierra (más literal imposible tras el cataclismo espacial de las anteriores “Avengers”) no sólo se ve reflejada en las locaciones - una ristra de íconos europeos como Venecia, Praga, Berlín y Londres - sino también en el enfoque más pequeño y ligero de la historia, que se centra en los esfuerzos de un adolescente por declararse a la chica que le gusta. Que el adolescente sea Peter Parker (Tom Holland), alias Spider-Man, es incidental. La película tiene tanto en común con el Universo Cinematográfico Marvel como con el tierno cine de John Hughes. Una de las tangentes más divertidas de la película ocurre al principio, mientras lidia con los cabos sueltos de Avengers: Endgame (2019) de la forma más creativa y ligera posible. Pero pronto eso se hace a un lado y la historia toma un rumbo familiar. A saber que Spider-Man se bate contra colosos de agua y fuego, y que la película no puede terminar sino con una gran batalla repleta de destrucción y efectos especiales, pero las mejores partes terminan siendo las que devuelven la atención a la comedia estudiantil porque es la parte más humana e interesante de la historia, por más ridícula que sea. Desde que fue materia de Sam Raimi, el atractivo de Spider-Man siempre ha sido el conflicto interno entre balancear la responsabilidad que conllevan sus poderes y el ansia por llevar una vida normal. Esto lleva a frustraciones divertidas cuando Peter quiere cortejar a MJ (Zendaya) durante una excursión por Europa pero el deber se interpone. Es gracioso porque Peter debe atajar constantemente su id en sus momentos de mayor vulnerabilidad, y tierno porque MJ claramente quiere corresponderle. Holland y Zendaya tienen más química que la mayoría de sus contrapartidas adultas en el MCU. También se destaca el resto del elenco, diverso y versátil dentro del estereotipo cómico que le toca interpretar a cada uno: Samuel L. Jackson en el papel del irritable Nick Fury, Martin Starr y J.B. Smoove como los sufridos profesores acompañantes de la excursión, Tony Revolori como un patético bully y Jacob Batalon y Angourie Rice como una pareja de tortolitos insufribles. Fiel el molde de Hughes, los adultos son todos entes unidimensionales demasiado naif o ineptos para ser de gran ayuda, y los adolescentes blanden sus inseguridades a cada oportunidad con gusto. No hay grandes sorpresas por este lado. La gran novedad de la película, aparte del cambio de escenografía, llega en la forma de un personaje apodado Mysterio (Jake Gyllenhaal), quien se presenta como un aliado para Spider-Man en su lucha contra los llamados “Elementales”. El rol de Mysterio es lo suficientemente maleable que lo convierte en el personaje más interesante de la trama (caso similar al Vulture de Michael Keaton), además de proveer lo más parecido a una autocrítica que Marvel ha hecho en su extenso catálogo de espectáculos de luz, pero por más fuerte que sea su motivación las acciones del personaje no resisten mucha lógica. En teoría debería ser un problema seguirle el hilo a la megalómana Avengers: Endgame, pero Spider-Man: Lejos de Casa tiene la ventaja de poder concentrarse en un superhéroe en vez de treinta y de tratarlo como persona primero y superhéroe después. Parece que Spider-Man sólo puede aprender la misma lección una y otra vez, acerca de ser todo lo que puede ser, pero Peter Parker es libre de formar parte de comedias simpáticas como esta.
A la trilogía y más allá Desde su debut en 1995 hasta su cuarta iteración en 2019 cada Toy Story ha tratado, cada una a su manera, el tema de encontrar y aceptar un verdadero propósito en el mundo. La primera trata sobre alguien que debe aceptar que no es único pero sí especial, la segunda sobre alguien que no por ser único es especial, y la tercera es la síntesis natural de la serie: el tiempo arrasa con todo, todo tiene su fin. Cada historia tiene su villano, pero su función siempre es descubrir el conflicto dentro del protagonista: los problemas se resuelven reevaluando prejuicios (usualmente sobre uno mismo) y adoptando una nueva perspectiva. Los problemas externos no desaparecen per se - aún embebido en sentimentalismo, Pixar es honesto con las brutales certidumbres de la realidad - sino que se los enfrenta y acepta como parte de una constante narrativa de auto superación. Todo esto se encuentra presente en Toy Story 4 (2019), la sorpresiva continuación de una narrativa que había concluido satisfactoriamente con Toy Story 3 (2010). La nueva película no posee el poder o la contundencia del cierre anterior, que probablemente representa la cumbre emocional de la serie, pero emana la misma energía y termina cerrando otro buen capítulo de una saga sobre juguetes eternamente condenados a una crisis existencial detrás de otra. Los juguetes se han adaptado a sus vidas con su nueva dueña Bonnie salvo por Woody (voz de Tom Hanks), que ha perdido su estatus de favorito y pasa las tardes abandonado en el armario. Pero de todos sus chiches el preferido de Bonnie pronto pasa a ser Forky (voz de Tony Hale), un muñequito que la niña confecciona a base de basura durante su primer solitario día en el jardín de infantes. Su naturaleza de chatarra deja al muñeco con tendencias “suicidas” (quiere desecharse a cada oportunidad) y Woody raudamente se nombra a sí mismo protector y mentor del juguete favorito de Bonnie, sin duda para volver a sentirse importante o al menos útil. La familia se va de vacaciones, la niña trae sus juguetes consigo y las circunstancias pronto los separan. La mayor parte de la película se divide entre dos sitios: un parque de diversiones y una tienda de antigüedades, ambos aprovechados al máximo desde un punto de vista estético y logístico. En el parque Woody se reencuentra con Bo Peep (voz de Annie Potts), otrora interés romántico, misteriosamente ausente de la película anterior (el prólogo se hace cargo de explicarlo). La macabra tienda en cambio es dominio de Gabby Gabby (voz de Christina Hendricks), una muñeca que desea apoderarse de la rara batería del vaquero y a sus efectos toma de rehén a Forky, armada con un séquito de siniestros muñecos de ventrílocuo. En una película colmada de personajes (la serie ha juntado unos cuantos a lo largo de los años), todos tienen algo para hacer y aún entonces dejan espacio para más. Entre los nuevos se destacan una dupla resentida de premios de carnaval (voces del dúo cómico Key & Peele) y un motociclista (voz de Keanu Reeves) frustrado por las exageraciones de su propio comercial. Bo Peep bien podría ser un nuevo personaje: la pasiva pastorcita se ha transformado en un espíritu libre lleno de vigor y sentido de la aventura, evocando a las heroínas modernas de Disney. Las últimas dos películas han sido mayormente un esfuerzo coral, pero Woody y Bo Peep son los indiscutidos coprotagonistas de ésta, con Buzz Lightyear (voz de Tim Allen) relegado a la distensión cómica. Puede que no sea la película más sobresaliente de la serie, y que su existencia haya sido concebida a pesar de un final perfecto más que como una extensión de una historia que necesitaba continuar. Pero hacia el final de la cinta, que culmina con el ya obligatorio lagrimón, Toy Story 4 ha probado su valía. Demuestra que la franquicia bautismal de Pixar continúa siendo la mejor: tierna sin ser condescendiente, graciosa sin ser cínica, de una animación preciosa y efervescente, versátil como para sobrevivir cuatro iteraciones sin perder la magia o la dignidad, pero siempre entorno al mismo núcleo de ideas que los propios personajes desarrollan con naturalidad a medida que van creciendo hacia el infinito y más allá.
Individuos de negro El subtítulo sugiere una expansión audaz hacia territorio desconocido, pero no hay nada que no se haya visto ya tres veces en Hombres de Negro: MIB Internacional (Men in Black: International, 2019). Esta suerte de secuela lateral hace a un lado a los Agentes J y K (Will Smith y Tommy Lee Jones) para iniciar a los lozanos Chris Hemsworth y Tessa Thompson en los papeles de H y M, pero los creadores han agotado la inspiración en el casting y el resultado es una película tan insulsa y olvidable que neutraliza a quien la vea. Hemsworth y Thompson demostraron cierta química en Thor – Ragnarok (2017), pero a falta de un elenco secundario divertido, una dirección artística atractiva y la energía lúdica e irreverente de aquella colaboración nada de lo que hacen o dicen aquí sirve de mucho. Los protagonistas quedan librados a sesiones de improvisación cómica en las que las risas son raras y los chistes accidentales. Cuando se apegan al guión es peor, con un torrente de líneas cliché tipo “El mundo no se va a salvar solo”, “¡Eso es a lo que me refiero!” y, haciendo sincero eco del peor parlamento de las precuelas de Star Wars, “Odio la arena”. La trama es esencialmente la misma de siempre: una carrera entre los Hombres de Negro y alienígenas invasores por apoderarse de una misteriosa y poderosa tecnología, sólo que la magia de la pantalla verde transporta a los protagonistas por una serie de distintos países, reconociendo superficialmente el subtítulo del film. Una pequeña variación introduce la posibilidad de que alguien dentro de la organización es un infiltrado pero la solución es tan evidente como el propósito de las primeras dos escenas de la película, las cuales establecen una falta de tacto y sutileza que se sostiene hasta el final, colmado de flashbacks y revelaciones obvias. Hay un intento a medias de tratar la relación entre lenguaje e igualdad de género, inspirando la única parte creativa de la película (un chiste recurrente sobre el lugar de la mujer dentro de los Hombres de Negro), lo cual refleja la propia inseguridad de Sony sobre cómo resolver la cuestión. Otro destello de ingenio trata sobre el cuestionamiento y desmitificación del discurso hegemónico, pero como el resto de las ideas de la película, asoma unos segundos antes de perderse en un tour express de acción y comedia banal. Quizás el problema es que la franquicia siempre fue inalienable de los personajes de Will Smith y Tommy Lee Jones. Más allá de la química que pueden llegar a tener Hemsworth y Thompson sus personajes simplemente no poseen una dinámica muy graciosa. La base de la trilogía original son los intentos del hombre más cálido y extrovertido del mundo por quebrar al hombre más frío e introvertido del mundo, y en este sentido el casting fue inmejorable. Es una fórmula de vodevil infalible. Hemsworth y Thompson estarán planteados como pareja dispareja pero en realidad ambos son igual de irritables y comparten la misma naturaleza infantil: él por su arrogancia, ella por su inocencia. Hay fricción pero nunca hay choque; eso los hace molestos, no graciosos.
Wick Recargado Creativa, cómica, violenta, coreografiada impecablemente y con un diseño de producción suntuoso y estilizado, John Wick 3: Parabellum (John Wick: Chapter 3 - Parabellum, 2019) canoniza la trilogía protagonizada por Keanu Reeves como uno de los mejores seriales de acción de este siglo. La trama nunca volvió a ser tan tensa o emotiva como Sin control (John Wick, 2014) pero en materia de personalidad, adrenalina y virtuosismo técnico cada film no hace más que superar al anterior. Retomando la historia inmediatamente luego de su abrupta conclusión al final de John Wick 2 (John Wick: Chapter 2, 2017), John Wick (Reeves) huye por las calles de Nueva York, contando los minutos hasta que la Orden Suprema de asesinos a la que solía servir lo excomulgue oficialmente y ponga un precio exorbitante sobre su cabeza. Son estas reglas y códigos de honor lo que hacen de estas películas tan divertidas: por más caprichosas o infantiles que suenen son observadas con absoluta seriedad, y esencialmente delinean una cancha de juego en la que lo único que limita a los jugadores es su creatividad para doblar reglas sin romperlas. Corriendo de noche por Nueva York Wick llega inevitablemente a Times Square, donde se divisa en las carteleras de neón el pétreo rostro de Buster Keaton. El memento promete y no decepciona: perseguido por todos, eternamente traicionado y asistido por los elementos, con entradas inusuales y salidas aún más inusuales, dedicado a extensos planos secuencia y con un don nato para la improvisación, Wick canaliza la corporalidad del clown silente mejor que nadie. Las escenas de acción se transforman en rutinas cómicas y viceversa con una fluidez deleitable. La trama tiene a Wick repeliendo hordas y hordas de asesinos mientras busca desesperadamente la forma de contrarrestar, dentro de sus ridículas leyes, a la Orden Suprema que lo quiere muerto. Es el tipo de historia que se alimenta del tono y la onda de las escenas y de los personajes que se las roban, más que de carga dramática o evolución narrativa. A lo largo de tres películas ha juntado un elenco de aliados formidable, interpretados por Ian McShane, Lance Reddick, Laurence Fishburne y excelentes recién llegadas como Anjelica Huston y Halle Berry. Mientras el tour de force de acción dura es inmejorable, pero el balance final de la película es menos contundente de lo usual. En vez de coronar una trilogía, el final simplemente regresa a todos los jugadores al casillero de partida y promete más de lo mismo. Como en el caso de las Misión Imposible, “más de lo mismo” siempre es bienvenido aún ante el riesgo de agotar la buena fe del espectador en una historia con principio, medio y fin. Hay una técnica para crear un buen film de acción y el director Chad Stahelski, el guionista Derek Kolstad y su estrella Keanu Reeves la dominan con una gracia y estilo dignos del género.