Convengamos que no es fácil abordar una biopic de la princesa Diana de Gales, un personaje popular, contradictorio y de múltiples aristas, y que encima se convirtió en una suerte de mito con su muerte temprana. El director alemán Oliver Hirschbiegel (“La caída”) asumió este desafío, centrándose en los últimos años de Diana, y poniendo en foco su apasionada pero problemática relación con un médico paquistaní, después de su separación del príncipe Carlos y antes de su mediático romance con Dodi Al-Fayed. Aunque este es apenas un recorte de la vida de la princesa, la película tiene aires de biopic que quiere abarcarlo todo, y al final no convence en ningún aspecto. La Diana de Hirschbiegel y del guionista Stephen Jeffreys no pasa de la niña rica con tristeza: asume el mismo gesto cuando se enamora, cuando se enoja, cuando encara campañas humanitarias o cuando intenta manipular a los paparazzi. Aquí los personajes son chatos, sin relieve dramático. Sólo parecen estallar en algunas escenas y el resto del tiempo son como títeres que te muestran el lado oscuro de la revista Caras. Hay algunos detalles pintorescos sobre la historia de amor que domina la película, pero la chispa del romance nunca termina de prender, en parte porque el director no se puede desprender de su mirada grave y estructurada sobre Diana. Además, algunas líneas de diálogo son imposibles. Cuando la princesa y su gran amor están mirando las noticias desde la cama y él dice sobre Tony Blair “él es el hombre que necesita este país” uno no puede tomárselo en serio. Tal vez el único acierto haya sido elegir a Naomi Watts como protagonista, aunque, en este contexto, su trabajo queda limitado a hacer una imitación correcta.
María es una mujer de 45 años que está tratando de rehacer su vida. Trabaja en una empresa, como jefa del área de recursos humanos, pero no puede disimular una tristeza visceral: por una orden judicial no puede acercarse a sus hijas. Después de una crisis en su lugar de trabajo, y siempre abrumada por la confusión y la culpa, María recibe una llamada en la que una voz misteriosa le asegura que va matarla en cinco días. A partir de ahí, su infierno personal empieza a tomar forma. “Sola contigo” es un thriller psicológico en el cual la protagonista se va revelando de a poco: es un personaje atrapado por su pasado, que está a punto de caer en una trama policial densa y oscura. El director Alberto Lecchi (“Perdido por perdido”, “Nueces para el amor”) acierta en este planteo inicial, y en la forma en que busca mostrar el trasfondo dramático de las noticias policiales que aparecen en los diarios. Sin embargo, la película no cumple con lo que promete en un principio. Hacia la mitad pierde interés y empieza a dar vueltas en círculos. La voz fantasmal que suena en el teléfono de María no genera suspenso, es sólo un truco de cine de terror clase B, y los personajes secundarios, torpemente bosquejados desde el guión, no aportan nada. Para rematar, el final se reserva una vuelta de tuerca que es mucho más lo que confunde que lo que explica.
“El abogado del crimen” es una película inexplicable. Detrás están las firmas del veterano Ridley Scott (“Alien”, “Blade Runner”, “Thelma & Louise”) y del prestigioso novelista Corman McCarthy, que se encargó del guión. En el frente, como un cartel luminoso, hay un elenco de primeras figuras de Hollywood. Por eso es muy difícil entender que este (proyecto de) thriller falle desde el primer minuto hasta el último. La historia de un abogado que se mete en el mundo del narcotráfico se convierte rápidamente en un bodrio que no termina de definirse. ¿Es una caricatura o va en serio? ¿Es irónica o es un disparate? Al final nunca se sabe. La película es confusa y obvia al mismo tiempo, carente de ritmo y aburrida, y a veces se hunde en un limbo en el que nada sucede. Los diálogos, además, son imposibles. Están plagados de parrafadas solemnes y frases de autoayuda. En ese contexto los actores no pueden aportar nada, y en muchos casos terminan haciendo el ridículo. Sólo Cameron Diaz aporta un poco de desparpajo en una escena de sexo bizarra. La fotografía de Dariusz Wolski (colaborador de Scott y de Tim Burton) es lo único que suma una pizca de belleza.
Asesino por naturaleza Richard "The Iceman" Kuklinski fue uno de los asesinos a sueldo más brutales de la mafia de EEUU. Se cree que entre mediados de los años 60 y mediados de los 80, cuando fue arrestado, mató a más de 100 personas. Lo curioso, sin embargo, era la "doble vida" que llevaba Kuklinski, quien supo ser un esposo y padre modelo mientras liquidaba a sangre fría a deudores y gangsters. Con esta jugosa historia, el director israelí Ariel Vromen construyó un thriller convencional, que nunca llega a brillar pero que tampoco decepciona. La película tiene un estilo seco, frío y duro, como su mismo protagonista, y se apoya en gran parte en el trabajo de Michael Shannon, que se luce en la piel de este asesino por naturaleza. El director no cae en la tentación de justificar al personaje, pero también es cierto que se queda a mitad de camino entre contar una historia de gangsters y hurgar en el perfil psicológico de Kuklinski, algo que finalmente no aparece. Aunque los personajes secundarios rara vez vibran, el elenco que los interpreta es notable. Ahí se destacan una recuperada Winona Ryder, el siempre efectivo Ray Liotta y un irreconocible Chris Evans, que deja por un momento el traje de Capitán América para convertirse en un asesino entre pintoresco y abominable.
“El arte de la guerra” resume las luces y las sombras del particular universo de Wong Kar Wai, uno de los directores más elogiados de las últimas décadas. El realizador de “Happy Together” y “Con ánimo de amar” se inspiró esta vez en la biografía de Ip Man, el maestro de Bruce Lee, antes de que se convirtiera en el mentor de la estrella de las artes marciales. La historia comienza en los años 30, en el sur de China, cuando reinaban las peleas entre los distintos estilos de kung fu, hasta que después estalla el drama de la ocupación japonesa. Sin embargo, esta no es una biopic convencional, y tampoco es una película de artes marciales propiamente dicha. Wong Kar Wai se concentra más en la filosofía que envuelve al kung fu, y cómo ésta marca a sus personajes. El director termina imponiendo su estilo, para bien y para mal. “El arte de la guerra” es visualmente impactante: las peleas son pequeñas películas mudas en sí mismas y algunas secuencias son para coleccionar. El hongkonés también hipnotiza con esa delicada tensión erótica que flota entre sus protagonistas, otro amor imposible (como en “Con ánimo de amar”) separado por la distancia y las circunstancias históricas. El único y gran problema de “El arte de la guerra” es que falla en la narración. La historia de Ip Man queda muchas veces desplazada por la de Gong Er (la hija de un maestro de kung fu interpretada por la inquietante Zhang Ziyi), y en ese sentido la película parece desbalanceada, porque la figura del supuesto protagonista pierde interés. Además, cuando el director intenta unificar las historias al final, queda la sensación de que las conclusiones llegan demasiado tarde.
La vida es una gran mentira Después de pasearse por las capitales europeas con un cine entre molesto y anodino (la única excepción podría ser “Medianoche en París”), Woody Allen volvió a filmar en EEUU y se enfocó (al fin) en una historia dramática intensa, en donde realmente vibra el perfil de los personajes. Tal vez “Blue Jasmine” sea la película más lograda del director desde “Crímenes y pecados” y “Maridos y esposas”. Estamos hablando de 20 años, y por eso podríamos celebrarlo como un regreso. La heroína absoluta de esta historia es Jasmine French (Cate Blanchet), una dama de la alta sociedad neoyorquina que cae en desgracia cuando su marido termina preso por fraudes y estafas. En bancarrota, y perdida entre el alcohol y las pastillas, Jasmine se muda a San Francisco para intentar rehacer su vida, pero “la transición” va a resultar mucho más difícil de lo que esperaba. Allen reivindica aquí por qué es un maestro en la construcción de estos personajes femeninos perturbados. De a poco va llevando a su protagonista de las anécdotas casi graciosas de su vida de millonaria hacia la más pura tragedia de alguien que ha vivido alimentándose de mentiras. Con un humor cruel y una mirada punzante, también logra acercar al espectador a este personaje lejano, y subirlo a su montaña rusa anímica. Claro que todo esto no sería posible sin una actriz como Cate Blanchet. Ella sola hace brillar la película más allá de los méritos de Allen.
Entre la vida y la muerte Hace cuatro años, un caso de “muerte digna” dividió a Italia. Fue el caso de Eluana Englaro, una joven que permaneció 17 años en estado vegetativo hasta que su padre pidió la interrupción del suministro de alimento. En ese momento se abrió un debate que cruzó a toda la sociedad y llegó hasta las altas esferas del gobierno. Con este disparador, el veterano director italiano Marco Bellocchio (“El diablo en el cuerpo”, “Vincere”) construyó una película coral que mediante tres historias diferentes indaga en los dilemas morales, religiosos y políticos que aparecen en el límite entre la vida y la muerte. “Bella addormentata” se sostiene en un fino clima de tensión que se va tejiendo a través de las dudas y las ambigüedades que definen a sus protagonistas, y se distancia del drama para bucear en las aguas del cine más social y político. Más allá de su fuerte perfil ideológico, Bellocchio no juzga a sus personajes, como si tratara de comprender sus motivaciones, y al mismo tiempo ensaya una reflexión sobre la Italia “cínica y depresiva” de Berlusconi, como expone el personaje central del senador oficialista. Es cierto que la película pierde algo de intensidad en su esquema coral, y que el director no llega a cortar hasta el hueso como en otras oportunidades, pero estamos ante un cine riguroso y valiente que en la cartelera local, en los tiempos que corren, es toda una rareza.
El mundo de las ideas Ante todo habría que aclarar que “Hannah Arendt” no es una biopic de la famosa filósofa alemana. La nueva película de Margarethe von Trotta (“Las hermanas alemanas”, “Rosa Luxemburgo”) se detiene en un momento clave de su biografía: los tres años (de 1961 a 1964) durante los cuales Arendt cubrió el juicio del Estado de Israel contra el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann, y luego escribió una serie de artículos para la revista The New Yorker que despertaron una agria polémica. Arendt fue acusada de justificar la conducta de Eichmann y, al mismo tiempo, de atacar a los líderes de su propia comunidad, la comunidad judía. Von Trotta analiza todo ese proceso con una mirada rigurosa: desde el juicio propiamente dicho en Jerusalén hasta el rechazo —incluyendo a sus seres más queridos— que sufrió la filósofa después de sus publicaciones. También entran en juego los recuerdos de la protagonista de su paso por un campo de concentración y algunos flashbacks sobre su conflictiva relación amorosa con Martin Heidegger. De esta manera, y contando con la actuación brillante de su actriz-fetiche, Barbara Sukowa, la directora conforma un retrato minucioso de una intelectual compleja que se arriesgó a perder su estatus por defender ideas que cuestionaban el pensamiento inflexible. En este último punto, Von Trotta se expuso a un gran desafío: hacer una película sobre un universo abstracto, el mundo de las ideas, una apuesta alta que también tiene sus costos. Es cierto que la película no simplifica, pero por momentos se torna demasiado esquemática y rígida.
Una pequeña travesura “Caídos del mapa” es una película que, esencialmente, desperdicia una buena oportunidad: la oportunidad de crear un cine argentino de calidad que apunte al público preadolescente, un público que parece estar fuera del target de todos los realizadores. Basada en el primer libro de una exitosa saga que escribió la argentina María Inés Falconi, la historia se centra en cinco compañeros de clase del séptimo grado de una escuela primaria. En el grupo los estereotipos están bien pintados: el galán canchero, el nerd, la linda, la tímida y la “olfa”. Y los cuatro primeros tienen un plan: “hacerse la rata” para zafar de una maestra insoportable y esconderse en el oscuro y abandonado subsuelo del colegio. A esa altura uno se ilusiona con ver una suerte de “El club de los cinco” en versión infantil, pero eso nunca sucede. En ese sótano sólo habrá una mínima aventura y un cruce de reproches entre los personajes, que intercatúan en situaciones forzadas que no tienen ningún desarrollo. A la par, los gags de humor físico no funcionan, los personajes adultos abusan de la caricatura y la falta de fluidez narrativa —que es constante— le resta credibilidad y naturalidad a los protagonistas. En contraste, el casting fue muy acertado. Los pequeños actores calzan perfecto en el estereotipo asignado.
Mentiras verdaderas El cine de entretenimiento, el cine de acción más puro, a veces da algunas sorpresas. Sin destellos, ni grandes dosis de originalidad, pero con la suficiente solidez como para creer que los antihéroes de carne y hueso todavía rinden en la pantalla grande. "Dos armas letales" es un buen ejemplo de esto, y también es una típica "buddy-movie", una suerte de "Arma mortal" aggiornada a los tiempos brutales que corren. Los protagonistas son un agente de la DEA y un oficial de Inteligencia Naval que trabajan encubiertos. Pero acá nada es lo que parece. Hay un robo a un banco que sale mal, narcotraficantes mexicanos, agentes corruptos de la CIA, militares infiltrados y todo tipo de traiciones, confabulaciones y persecuciones al por mayor. El director Baltasar Kormákur ("Contrabando") combina con pulso y precisión las escenas de acción, la violencia tarantinesca y el humor negro que destilan los personajes. Para esto se vale de las grandes actuaciones y la química de la dupla Denzel Washington-Mark Wahlberg, y de los pintorescos y delirantes roles secundarios que aportan Bill Paxton y Edward James Olmos. El único problema (para nada menor) es que la película abusa de las vueltas de tuerca y los "efectos sorpresa", y esto puede llegar a agobiar al espectador.