Bomba de tiempo Cine de terror nacional. No deja de ser un acontecimiento digno de ser nombrado, no sólo por que su estreno se da en salas comerciales (algo prácticamente inédito) sino porque la difusión jugó y jugará un papel fundamental para llegar al público. Por otro lado se encuentra Paura Flics, que desde hace varios años se consagró por ser una de las productoras de cine independiente especializada en subgéneros del terror gracias a películas como Habitaciones para turistas, 36 pasos o Masacre esta noche. Aunque pasen desapercibidos para el “gran público”, lo cierto es que su nombre figura en espacios del circuito alternativo, donde son reconocidos por la capacidad para trabajar el shock y la violencia con un subtexto que nunca se pierde entre distintas tramas y propuestas estéticas. Pero la cuestión es centrarnos en Sudor Frío, de Adrián García Bogliano, esta película con la que Paura Flics se larga al público masivo. No estaríamos completamente errados si admitiéramos que Sudor Frío es una de las propuestas más clásicas de la productora, pero tampoco lo estaríamos si dijéramos que técnicamente es la que mejor se luce y demuestra que no sólo hay un presupuesto para alcanzar el nivel de producciones internacionales, sino que también hay realizadores cinéfilos que conocen el género, logrando un nivel que pide una continuidad en nuestro país. Pero, ¿de que diablos trata Sudor Frío? Para no arruinar como se va a suceder la trama vamos con el puntapié inicial: Román (Facundo Espinosa) y Ali (Marina Glezer) ingresan a una casa a buscar a una amiga pero las cosas no salen para nada bien con sus ocupantes, dos ancianos que con su apariencia inocente ocultan un secreto que puede hacer volar todo por los aires, literalmente. Este secreto aparece contextualizado en la película en su prologo, remitiéndose a los setentas con un enfrentamiento entre el ERP (Ejercito revolucionario del Pueblo) y la triple A, que tiene en el medio un cargamento de dinamita que no había sido utilizado jamás. Esta es quizá una de las jugadas más riesgosas de la película, ya que según como se resuelva esto se puede afectar de manera determinante el contenido de la trama. Digamos sencillamente que se encuentra bien resuelto y que, a la manera del cine español o norteamericano, resulta en una formula más para contextualizar un relato. Sí, es cierto, genera controversia y debate, venas hinchadas y voces que quieran gritar cada vez más alto sobre lo que dice finalmente la película pero, ¿acaso no es eso saludable? Quizá, a pesar de ello, uno no puede evitar advertir que en el guión el mensaje termina por momentos alcanzando un relieve que tapa lo que ocurre con nuestros protagonistas (cosa que no ocurría con un film como 36 pasos). Hay diálogos que aparecen demasiado cargados y evidentes, lo cual quita cualquier tipo de suspenso para el desenlace. Tomemos como ejemplo la charla entre uno de los captores y Ali en la cabina, bah, en realidad no charla, mas bien es un monologo donde se habla de las diferencias generacionales, del estado de los jóvenes, de los proyectos que no pudieron ser concretados por la represión…etc. En contraste hay que advertir el notable trabajo de edición de la escena anterior, donde Román se ve obligado a ver que es lo que sucede dentro de esa cabina, mientras intenta comunicarse desesperadamente a través de un intercomunicador. Hay un juego de montaje que contribuye de manera decisiva en la tensión y demuestra lo mejor que sabe hacer Bogliano: generar shock con todos los recursos a mano para mantener un ritmo narrativo que nunca decae a pesar de las falencias que se puedan advertir en el guión. En el clímax es donde vamos a ver con lujo de detalles la marca de la productora: una violencia desencadenada que se remite a los climas del giallo italiano (sobre todo en la introducción) pero también al splatter sobre el final, con un ritmo donde el enfrentamiento aparece shockeante e inevitable, entre una cámara lenta que distiende estos momentos y la música que va del tecno a la cumbia y el industrial sin matices. Con Sudor Frío tenemos un promisorio estreno que nos puede abrir la puerta para que el público se interese por la forma de contar otras historias en nuestro país, desde salas comerciales donde este cine apenas ha sido advertido a nivel nacional. En serio gente, hay alternativas al Juego del miedo.
Fuga de cerebros Hay películas que dan uno o dos pasos en falso. Hay otras donde el paso parece marcado perfectamente, hasta dar lugar a un progresivo cambio que nos prepara el camino para otra forma de caminar ese paso. Y, finalmente, hay otras que avanzan progresivamente para transformarse una barrabasada y su “paso en falso” es la caída a un barranco sin fondo. Todo esto es para decir que Skyline: la invasión, pertenece a este último grupo sin lugar a dudas. Cuando ustedes crean que la película toma un rumbo, de repente los directores viran hacia una idea aún más patética que hace que un film que puede ser considerado regular o pasable termine siendo mediocre o malo. Si vieron esos efectos visuales y se sintieron inmediatamente atraídos, sugiero que huyan de estos espantosos espejismos. En verdad, he visto cosas más malas que esta, pero no una que se esforzara tanto en destruir lo poco bueno que había construido. Continuando con nuestra reseña de golpes sobre esta película de los hermanos Strause hay que decir una cosa más: más allá de sus increíbles efectos visuales, que son puro CGI en un 90 % de la historia, roba a mano armada el imaginario generado por otras obras de ciencia ficción. Si ven algo de Blade Runner, Matrix o Sentencia previa, por poner algunos ejemplos, se van a dar cuenta de lo que estoy hablando. Esto no es un “homenaje”. Para seguir un poco la onda que persigue Skyline, imagínense a los personajes de Cloverfield atrapados toda la película en su departamento, mientras afuera ocurre algo parecido a Guerra de los mundos o El día de la independencia. Por si no se entiende la referencia: un par de pibes comunes con poca o nula inteligencia para sobrevivir se encuentran en el medio de una invasión extraterrestre y sólo es cuestión de tiempo para que finalmente mueran, o sean captados por los aliens, o lo que sea. Increíblemente, en el medio de toda esa tragedia que tiene un tono de cine-catástrofe se preocupan por un triángulo romántico, cometen errores cómicos, se confiesan embarazos y surgen reacciones absurdas que estarían bien en una producción que fuera serie B. Pero esto no es serie B o al menos no lo es hasta el ridículo final donde definitivamente hubieran deseado ser un film de esa categoría durante cada minuto que dura la acción. No hay un Dante o un Landis tras las cámaras, sino un dúo de hermanos muy talentosos para algunos efectos visuales pero incapaces de trasladar eso a la trama. Finalmente, Skyline es por momentos aburrida. Créase o no, varios minutos transcurren en un departamento entre charlas que, previsiblemente, resultan inútiles. Ocasionalmente surge de la nada una panorámica de un punto de vista inexplicable que pretende describir la invasión alienígena y luego de vuelta al departamento. El Jarrod de Eric Balfour intenta desesperadamente transmitir algún matiz de drama a la cuestión, pero entre las subtramas de sus compañeros y el final que pretende disparar una Skyline 2, todos sus intentos se disuelven para convertirse en algo casi paródico. Y tampoco es una película paródica. En síntesis, no es ni serie B, ni paródica, ni catástrofe. Por momentos tiene un perfil, luego otro, y en lugar de aprovechar las pocas virtudes que tiene, la embarra. Olvidable, salvo algunos efectos ingeniosos que sirvieron para el trailer, definitivamente olvidable.
¡Wowwwwww! Cómo resumir Scott Pilgrim vs. The World en apenas unas líneas. Imposible. Son tantas las capas referencia, los distintos niveles de lenguaje visual y oral sobre los que trabaja Wright, que el film se merece no una crítica sino un ensayo. Ya saben, adaptación de una historieta de culto, con el adolescente del momento Michael Cera en el rol de Scott Pilgrim, quien tiene que pelear contra los siete ex de una chica que le gusta mucho. Vale la pena verla en el marco del Festival no sólo porque es una maravilla, sino porque además no tendrá estreno comercial en el país: en los EE.UU. le fue muy mal y eso tiró para atrás sus posibilidades de estreno en otro país. Una pena y otra demostración de que el público se equivoca: Scott Pilgrim vs. The World es sumamente creativa, divertida, original, es una bola de estímulos que nunca agota porque los diálogos se mantienen allá arriba y las actuaciones entienden el juego. Elevación ya mismo al lugar de genio para Edgar Wright, quien luego de Muertos de risa, Hot fuzz y esta se va acercando a la perfección absoluta. Scott Pilgrim… no huele a espíritu adolescente, huele a sudor de pendejo encendido. Fabulosa. Sonará comercial, “mainstream”, “cool”, tendrá mucho “Hype”, pero no pierdan el foco: es una comedia romántica donde sobra talento y ritmo, y merece ser vista ahora o en cualquier otro momento del año. La película, basada en el cómic Scott Pilgrim es una gran película absolutamente contemporánea. Rescata la inmediatez y se transforma en un relato genuinamente actual donde hay declaraciones de amor porque es una enorme comedia romántica, pero no sólo eso: Scott Pilgrim es una declaración de amor a los videojuegos y a la nueva cultura de Internet, incorporando su lenguaje en lugar de singularizándolo o reflexionando sobre el mismo. Desde lo formal mantiene un vértigo visual que recuerda al hipertexto, al anime, a las sitcom y al cómic con una superficialidad y una naturalidad que hace que esta sea una película generacional imprescindible. Además, el ritmo rockero que habla de la escena independiente de la música norteamericana mantiene una banda sonora impecable, y el ritmo “up-tempo” que sostiene la película entre gags visuales y diálogos es frenético y caótico. Pero saludablemente caótico. Por si fuera poco, también es una película sobre asumir los miedos y el pasado para poder mirar el futuro, diciéndolo de una manera ejemplar, sutil, natural. Cristian Ariel Mangini / 9 puntos Somewhere, en algún lugar del corazón, de Sofía Coppola / 7 puntos La última película de Sofía Coppola es un ejercicio irregular, donde la herramienta que mejor la define es el uso de los tiempos psicológicos con los que se sucede la trama. El Jhonny Marco de un más que aceptable Stephen Dorff vive entre la fama, mujeres, drogas y alcohol, en un mundo que funciona por inercia. A saber: en la película se presenta como algo inevitable donde se concatena una cosa con la otra debido a que se trata de un actor famoso que debe aceptar una forma de vida. Lo del “deber” parte más del punto de vista de la directora y cierta indulgencia autobiográfica que se traslada al personaje de Elle Fanning, Cleo Marco. Es allí donde reside el corazón del film. La joven actriz sostiene con naturalidad los planos más largos, donde se aprecian los momentos en que padre e hija se encuentran a pesar de estar en mundos completamente apartados y aquí está la clave de la película: se nos presenta al mundo de Jhonny como un mundo vertiginoso y superficial hasta que su relación con Cleo le permite observar a su alrededor lo que está sucediendo, lejos de la fama que lo rodea y apreciando actos más cotidianos. Sí, suena a cliché, pero no está mal contado y cuenta con grandes actuaciones, a pesar de que se puede cuestionar la falta de profundidad con la que se describe un entorno que parece más una alegoría que una realidad.
Otro parto Por la simultaneidad con la que fueron entregadas, resulta casi imposible desligar a ¿Qué pasó ayer? de este nuevo film de Todd Phillips. Sin embargo el planteo, la construcción del film es distinta. Aquí estamos ante una comedia contenida entre la road-movie y la buddy-movie que avanza con un guión prácticamente episódico, sólo que esas partes se definen mejor aisladas que en la integridad del film. Esto no quita que sea una buena comedia y que a esta altura estemos en condiciones de decir que Zach Galifianakis es un gran comediante, no, de hecho, es un gran actor, y que Robert Downey Jr. también puede ser un gran comediante como ya lo demostró en la antológica comedia de Ben Stiller, Una guerra de película. Pero no todo aparece tan logrado, a veces algún chiste se diluye en la obviedad y en otros la misma trama se diluye porque, al plantearse como una buddy-movie, no faltan ocasiones en que veamos que el nexo entre los personajes aparece forzado e inverosímil. Aún con este lastre a cuesta la comedia se sostiene a fuerza de una energía y una rusticidad a la cual el director nos tiene acostumbrados, siempre trabajando sobre un hecho cotidiano (o que se asume cotidiano) llevado a una alucinación pesadillesca. En ¿Qué pasó ayer? teníamos a un grupo de muchachitos aburguesados que se van de joda a Las Vegas para terminar “dados vuelta” literalmente, metidos en una trama detectivesca donde todas las partes adquirían cohesividad cuando averiguábamos que diablos pasó durante el desenfreno causado por alcohol y otras sustancias. El mérito estaba en un guión quirúrgico donde lo situacional del gag fluía con la trama convirtiendo, precisamente, esa salida aparentemente inofensiva en una auténtica pesadilla descontrolada. En Todo un parto hay varios elementos en común con su película anterior. Ya dijimos lo del elemento pesadillesco y en esta ocasión está trasladado a Peter Highman (Robert Downey Jr.), un tipo corriente que desea asistir al nacimiento de su hijo luego de dar una conferencia. La cuestión es que luego de un malentendido a raíz de su encuentro con un tal Ethan Tremblay (Zach Galifianakis), le será imposible utilizar la vía aérea y perderá su billetera y casi todas sus pertenencias en el camino. Lo que parecía sencillo se transforma entonces en una odisea a través del continente americano para llegar a Los Ángeles. Entonces aquí la formula cambia pero, me aventuraría a decir, no la cosmovisión del punto de vista desde donde se concibe el film. Ambas películas juegan con esa coherencia ya que en ambos hay una cuestión conservadora o, en todo caso, asimilada y normalizada institucionalmente que se termina subvirtiendo, saliéndose de los límites, para luego volver a la aparente “normalidad”. Con esto lo que quiero decir es: la fiesta, el “descontrol” previsto (no sus consecuencias) por los personajes de ¿Qué paso ayer?, es semejante al viaje previsto (no sus consecuencias) para la asistencia al nacimiento de su hijo por parte de Peter Highman. Ambas premisas involucran a un mundo burgués donde la incoherencia y la paranoia acechan a presas ingenuas que caen en un sitio donde todos sus temores hacen que lo que hubiera resultado normal se transforme en una pesadilla. Por eso estimo que son relatos complementarios, a pesar de que son películas completamente distintas en la forma en que fueron concebidas. Y aquí es donde entramos en el terreno donde hablamos de porque Todo un parto resulta irregular. Se trata de una comedia que en su planteo de buddy-movie resulta un tanto forzada porque el nexo entre Peter y Ethan resulta prácticamente insostenible para cualquier tipo de verosímil ni bien pase la mitad del film. Esto no quita que alcance a mantenerse, pero el guión se muestra más quebradizo en cuanto al desarrollo de personajes, particularmente porque a diferencia de ¿Qué pasó ayer? este factor es determinante debido al subgénero en el que se enmarca. Antes que lo situacional esta es una película de personajes y no alcanza el excelente nivel actoral para compensar lo que entiendo como un bache en el guión. Pero, y sin embargo, el film tiene grandes secuencias que, después de todo, son guionadas. Esto genera que nos acordemos de la secuencia en la frontera con México, del viaje psicodélico con el “Hey you” de Pink Floyd o del delirante enfrentamiento con un ex combatiente, pero no tanto de la relación entre Peter y Ethan que es, después de todo, el disparador del film. En todo caso, la habilidad para los gags, particularmente la brusquedad con la que son resueltos algunos, sigue siendo una marca registrada que se mantiene gracias a la innegable destreza de Phillips para filmar secuencias de acción y por la particular intensidad en el trabajo de montaje. En definitiva, Todo un parto es una buena comedia que confirma el talento de Galifianakis pero que se vale más por sus partes que por el todo. De alguna manera intuye sus fallas pero queda atrapada en una trama fragmentaria sin cohesividad que, a pesar de todo, logra entretener.
Jubilación anticipada Red es una película de acción con un atractivo temático que engancha inmediatamente. Ver a un grupo de jubilados del espionaje volviendo para la que quizá sea su última misión, tiene un atractivo que dispara preguntas e interpretaciones que dialogan con el cine del género de todas las épocas. Basada en un cómic contemporáneo, cualquiera puede pensar en Los indestructibles como una asociación inmediata. Sin embargo no es así, es cierto que ambas se remiten al cine de acción de los ochentas, pero la metodología y la construcción visual de ambas es distinta y los aciertos de este film dirigido por Robert Schwentke también tiene (al igual que Los indestructibles tenía los suyos) sus irregularidades en una trama condensada donde por momentos se diluyen protagonistas y subtramas completamente accesorias. Más allá de esto, al igual que con la película de Stallone, el entretenimiento está asegurado a pesar de un ritmo que a veces pueden encontrar algo denso. A diferencia de Los indestructibles el principal atractivo de Red es lo heterogéneo del elenco. No todas son estrellas del cine de acción consagradas o por consagrarse, en Red tenemos a Bruce Willis junto a Helen Mirren, John Malkovich y Morgan Freeman, por ejemplo, que si bien hicieron alguna película dentro del género no son particularmente reconocibles en este registro. Ahí esta en parte lo hilarante de la cuestión: ver a Helen Mirren con una Uzi o un rifle francotirador y a John Malkovich como a un loco desquiciado (y paranoico) disparando a mansalva es una postal en si. En tanto, Willis se sostiene como el héroe de acción que tan bien sabe hacer, tratando de balancearse en una trama romántica algo inverosímil que prácticamente desaparece del mapa en la segunda parte de la película, afectando al personaje de Sarah (Mary-Louise Parker). Lo fallido de este aspecto es lo que obliga a que nos olvidemos de esta subtrama tanto como la cuestión política que aparece como una suma de datos incluida de manera algo arbitraria. Salvo, por supuesto, la mención de un año clave: 1981. ¿Por qué clave?, la respuesta está en que es mencionado en una charla entre nuestro héroe jubilado Frank Moses y el antagónico de turno, un traficante de armas encarnado por Richard Dreyfuss (Alexander Dunning). El tono de la charla remite a un Moses que alguna vez había trabajado incondicionalmente para Dunning pero las cosas habían cambiado, y no sólo por el paso del tiempo. La pregunta obligada sería si hay aquí una relectura moral de cierto cine de acción de los ochentas o si se trata de un dato accesorio incluido como parte de la trama ¿Representa Willis al estereotipo de héroe norteamericano de los ochentas, con el pecho inflado, que aceptaba misiones (o léase guiones) en países periféricos disparándole a todo a mansalva para preservar el bienestar yanqui?, ¿o sólo se trata de una sobre lectura hecha en base a un dato aislado? En todo caso, la inclusión de este diálogo en la película tiene un tono superficial que quizá pase desapercibido pero que encuentra en Karl Urban, el agente William Cooper, un vistazo de lo que pudo haber sido Moses en el pasado, logrando una relación dialógica que agrega tensión a la trama gracias a ese enfrentamiento generacional. Otro detalle es que visualmente Red difiere de Los indestructibles. En el film de Stallone dominaba una estética cercana a las películas de acción de los ochentas: maquetas, grandes sets, secuencias de acción arbitrarias se juntaban con un mínimo (y a veces tosco) uso del CGI, entre planos donde podían apreciarse las peleas y las estrellas de turno. Aquí veremos una estética más cercana a las recientes adaptaciones de cómics con ralentis, planos detalles y encuadres más calculados y expresivos donde no falta el CGI para resaltar espectacularidad, mientras la cámara se queda no tanto con el personaje de acción, sino más bien con las consecuencias de esa acción. Por decirlo de un modo más sencillo: Los indestructibles retoma la estética de los ochentas y Red es una película actual, con temáticas que remiten al héroe ochentoso desde otra perspectiva. En definitiva, una película entretenida donde no todos son aciertos, pero que cuando fluye como comedia de acción logra situaciones antológicas. También hay drama y romance, pero estos aspectos van a aparecer prácticamente insostenibles, más allá de que el reparto logra barrer esto gracias a cosas como el muñeco de Malkovich o la historia romántica de Mirren con un ex agente ruso.
Lo profundo de la superficie “Present day. Present time.” De la serie “Serial Experimental Lain”, dirigida por Ryutaro Nakamura Cuando me enteré que iban a hacer una película sobre Facebook pensé que era otro de esos biopics por encargo, carente de creatividad y con un formato previsible, destinado a satisfacer al público que busca “experiencias de vida”. Luego me di cuenta de que el director era David Fincher y me llamó la atención. Es lógico o al menos así suena, Fincher ha trabajado en sus videoclips con un montaje vertiginoso que tiende a expresarse en sus películas e incluye la tecnología como un elemento clave de sus narraciones. Pero el gancho está en una cuestión que me resulta tan inmediata como el nombre del film. Después de todo, es una película sobre Facebook, una herramienta que me resulta a esta altura tan cotidiana como encender el televisor. Pero más allá de mi vivencia con Facebook, encuentro que se trata de un elemento masivo e indudablemente contemporáneo. Atravesó un campo social de varios estratos con una inmediatez que a veces atemoriza ¿Desde cuándo está Facebook? ¿Qué nos hizo aceptar con tanta facilidad esa red que interactúa con más de 500 millones de personas de todo el mundo? Luego me di cuenta de que Red social no es una película de Facebook o el genio detrás de la idea. Es también una película sobre el Messenger, el Twitter, Friendster, el blog, My Space, Badoo o DeviantART entre otros, es una película sobre la reformulación de la comunicación en el siglo XXI y también sobre el mundo al que se dispone esa idea. En cierto sentido, Red social es sobre Mark Zuckerberg, Eduardo Saverin y Sean Parker, pero también sobre cada una de las personas que utiliza una red social. Y entonces, Fincher y el guionista Aaron Sorkin ponen junto a una biografía no autorizada todo esto en un guión, construyendo una ficción documentada que en su construcción de tragedia clásica aparece como un relato sólido que deja, entre el frenesí de información, un momento para reflexionar. Al menos hasta el próximo “me gusta”. Pero el foco es el Mark Zuckerberg interpretado por el brillante Jesse Eisenberg, un personaje oscuro que está fuera del estereotipo con el que Hollywood ha ilustrado a otros “genios incomprendidos” (véase Una mente brillante, por ejemplo). El de Zuckerberg es un personaje de un gris frío y constante pero, a pesar de todo, verosímil. Verosímil en su megalomanía, en su resentimiento, en su búsqueda de notoriedad, tanto como en la fragilidad que deja entrever Eisenberg. El prólogo del film, con un diálogo cargado de tensión ilustra la psicología del personaje con una perspicacia notable. No es sólo el resentimiento después de romper con su novia lo que dispara al personaje para ser el fundador de Facebook, sino también la búsqueda de algo trascendental para compensar ese sufrimiento. Es control, es poder, y utilizar cualquier medio para superar y superarse ¿Qué quiere decir esto en el mundo del personaje de Fincher? Quiere decir dejar su nombre impreso a los ojos de todo el mundo. Esa es la razón por la cual Zuckerberg lucha tanto por que sea “su” idea a toda costa, evitando que sea “manchada” por las debilidades que este personaje advierte en Saverin (interpretado por Andrew Garfield) y, posteriormente, en Parker (interpretado por Justin Timberlake). No es una cuestión de amistad ni de negocios como advierten algunos críticos. Al contrario, los negocios son un medio para otro fin: la imagen, la superficie, la perdurabilidad. Los climas son vitales. En un film que se sostiene en largos diálogos con un montaje paralelo que reconstruye el relato, es indispensable generar tensión en esas charlas. Y Fincher lo logra, no sólo gracias a las actuaciones de un elenco compacto sin desniveles en el rendimiento, sino también gracias a la construcción del espacio con planos abiertos, espaciosos, en oficinas pulcras y uniformes donde el foco es Zuckerberg. La incomodidad y los silencios parecen tenerlo allí en cada palabra, buscando anticiparse a lo que otros digan. En contraste, las secuencias que lo tienen fuera del juicio lo tienen en un tono amarillento y decadente que se torna asfixiante, en un tono donde las luces artificiales brillan y los personajes tienden a desvanecerse en las sombras de la misma manera que lo habíamos visto en Zodíaco. Sumado a esto está el detalle de la inquietante musicalización de Trent Reznor y Atticus Ross, tan cercana a los pasajes sonoros de texturas sucias y electrónicas que atraviesan su trabajo de 36 canciones, Ghosts. “We will slide down the surface of things” -“Vamos a deslizarnos a través de las superficies de las cosas”- canta Bono en Even better than the real thing citado por Bret Easton Ellis en Glamorama. En aquel libro la superficie se tornaba en un espacio enrarecido donde las identidades se confundían en una escalada de muertes y desapariciones, donde presentación y representación se alternaban hasta ser absorbidos por la superficie. Aquí la construcción de ficción se confunde con el Zuckerberg real del cual uno puede hacerse amigo en Facebook, incluso con la Erica Albright que rompió con él o podemos saber qué fue de Saverin mirando sus fotos en Facebook, FB. Podemos ver si Albright es tan sexy como la mismísima actriz que la interpreta (Rooney Mara) si acaso queremos emular el Facemash. Puedo mirar a la compañerita que siempre quise y reírme de lo que es ahora. Rompemos la cuarta pared y rompemos la profundidad de la superficie. Es en ese reino donde la moda, lo cool prevalece, y donde todo se hace inabarcable, una vitrina infinita de enlaces donde el medio ha construido la perpetuidad de la superficie, más allá de lo que pueda hacer la TV, la radio o cualquier otro medio. Es allí donde Fincher plantea en un plano final el resquebrajamiento de esta ilusión, cuando vemos ese nexo del protagonista con Albright “refrescando” una y otra vez la pantalla ¿Es así realmente? Por ahora, lo que sí sabemos es que un director encaró un biopic que es en verdad un complejo híbrido que levanta más de una pregunta y problematiza sin sonar subrayado, con grandes actuaciones y más de un mérito formal. Suficiente para que nos veamos en Facebook después, hablando desde el mismo medio. Intentaremos darle profundidad, si en verdad la profundidad es necesaria.
Cosas del destino No sé si esta especie de telefilm romántico divierte a todo el mundo, o tiene posibilidades de mantener entretenido a todos los espectadores, pero debo reconocer que es honesto. Si vieron el trailer, si escucharon la sinopsis, saben a que tipo de honestidad me refiero: es una comedia melodramática previsible, con personajes que se desplazan entre climas calculados y sin sorpresas, con actuaciones que sin brillar son correctas y aparecen empapeladas con el celofán más coloreado, como para que nos olvidemos de la tragedia. O al menos para que permanezca en un segundo plano. Esto no logra ocultar un film al que por momentos le falta ritmo y que por otros se torna demasiado largo, intentando resolver situaciones que ya están perdidas desde su planteo. En definitiva se trata de una película que está entre los límites de la comedia conservadora que un determinado público espera, sin traicionarse ni ser inconsecuente con los personajes, además de lograr un par de momentos divertidos que hacen que podamos llegar a definirla como simpática. Una feliz pareja con una hija tiene dos amigos solteros que tienen una cita, resulta que la cita no funciona demasiado bien pero se ven obligados a vivir en el mismo círculo debido a la estrecha amistad que los une. Un día sus amigos mueren en un accidente y el bebe queda huérfano, con el detalle de que son Eric y Holly, sus mejores amigos, los que quedan indicados en el testamento para hacerse cargo de Sophie. O sea, la historia es que el golpe bajo, la tragedia, aparece al comienzo y el film es el desarrollo de una relación en base a esa tragedia. Por eso los momentos más cómicos van a estar en la introducción y el drama irá lentamente ganando terreno, sin opacar del todo el tono ligero que pretende tener la película dirigida por Greg Berlanti. La cuestión termina feliz, a pesar de que Holly (Katherine Heigl) y Eric (Josh Duhamel) se llevaban como el diablo lograran hacerse cargo de un bebe e instituirse como una familia normal (o normalizada). El destino los puso en esa situación y las cosas salen como si estuvieran destinados a seguir ese camino, lo cual si bien parece cuestionable (porque hace ruido, porque resulta forzado inicialmente), no es deshonesto con el planteo del film. Lo que permite que aceptemos algo que nos hace fruncir el ceño de solo pensarlo, por lo inconsistente, idílico y conservador que aparece, es el desarrollo de los personajes: la pareja tiene una evolución con contradicciones y desencuentros que no aparecen completamente forzados y la relación con Sophie, el bebé que aceptan debido al testamento de sus amigos, resulta natural, sin baches. Quizá lo que más ruido nos haga sea hacia el final esa discusión salida de la nada que va a llevar a una resolución donde luchan en el personaje de Eric la vocación y la responsabilidad aceptada sobre Sophie. Ustedes ya se imaginan el happy ending, por lo tanto me ahorraré los detalles pero después de haber visto películas como Sin reservas, hay que decir que esta bastante mejor resuelto. Se trata de una comedia con personajes creíbles en una situación en la que no se imaginaban estar, y allí es donde la película gana terreno, donde logra conectarse con el público sin mayor ambición que la de pasar un buen rato, en parte gracias a que Josh Duhamel y Katherine Heigl logran mostrar su faceta cómica y dramática sin resultar toscos o sobreactuar. Lo que sucede para afirmar la relación y las instituciones es otro cuento más forzado que termina arrojando un resultado tan irregular como la poca creatividad que asoma de manera alarmante por momentos desde lo visual y el guión. En definitiva, es una de esa películas con buena vibra que siendo pasatistas hacen un producto decente sin mayores pretensiones, tómelo o déjelo.
Leyendas y viñetas Lo de un film de animación en la carrera de Zack Snyder parecía prácticamente inevitable, sino una consecuencia de su visión del cine. Entre la carga épica de enfrentamientos crudos e historias heroicas, hay lugar para un cine donde las figuras resaltan en encuadres que por momentos transcurren como viñetas. Esto puede apreciarse en esa obsesión por el ralenti y el detalle en las escenas de acción, particularmente cuando, al igual que en un cómic, elige un plano detalle que expresivamente funciona como una parte del todo: un ojo o una pluma le alcanzan para complementar el vértigo de una secuencia. Entonces aquí esta, esa construcción del artificio visual que fueron tanto 300 como Watchmen tienen en Ga´Hoole La leyenda de los guardianes un espacio donde aquello que se denunciaba como “inhumano” (recuerden las críticas al uso de CGI) por algunos retrógrados es explotado (y naturalizado) por la propia técnica animada. El resultado es un film donde no falta la acción pero que se queda a medio camino en un guión irregular donde, sin embargo, no se puede dejar de pensar en un clímax con acción suficiente para dejar sin aire al espectador. Pero búhos, ¿Por qué búhos?, en principio hay que aclarar que se trata de la adaptación de una exitosa saga de 12 libros de Kathryn Lasky. No sabemos porque búhos, pero sin dudas el hecho de que Snyder tome la posta para animar bichos tan poco carismáticos merece su crédito. En este film aparecen condensadas las primeras tres partes de la saga, y eso por momentos se nota debido al por momentos precario desarrollo psicológico de los personajes y el exceso de diálogos que saturan de información el relato. No deja de sorprender que en un film tan basado en las imágenes haya líneas que tiendan a sobre explicar lo que de alguna manera ya vimos o intuimos. En todo caso, no logra opacar la acción, que fluye con las imágenes entre vuelos vertiginosos donde se aprovecha la profundidad del 3D y la habilidad de Snyder para filmar acción. Como se planteó, quizá el problema más grande sea el guión. El desarrollo de personajes es casi inexistente, salvando la excepción de Soren, el joven búho protagonista. Entre el resto de los personajes hay una superficialidad que favorece la narración en algunos casos y en otros la vulnera. Es notable el caso del personaje de Kludd, que sufre una transformación radical en la segunda parte, convirtiéndose en un antagonista vacuo luego de un penoso desarrollo en la introducción de la película. La dinámica entre hermanos aparece como la miniatura de un Caín y Abel, que pierde fuerza porque la narración no se focaliza en la relación fraternal de Kludd y Soren, sino en una alegoría sobre el nazismo que por momentos aparece caricaturizada al punto de acercarse más a un maniqueísmo de malos contra buenos que a, precisamente, una alegoría. De hecho, para disfrutar mejor la película es mejor olvidarse de la carga alegórica o el subtexto y centrarse en la construcción del héroe, porque es allí donde la película gana una carga emotiva que se complementa perfectamente con la acción. La historia es un cliché pero está bien explotado. Veamos: Soren vive con su familia pero luego de un desafortunado incidente con su hermano se ve arrastrado a luchar por su vida, en las garras de los “puros”. Apenas logrando huir, y sin Kludd, emprende un viaje que también es un viaje de autoconocimiento, donde descubre que la figura mítica que admiraba por sus batallas resulta estar cansado y amargado, obligándolo a pisar la realidad y repensar las leyendas que le contaba su padre. Entre comic reliefs y luchas cada vez más violentas, Soren conforma un grupo que junto a los “guardianes” se encargará de mantener la paz a toda costa, tras un enfrentamiento final con Kludd y el líder tirano de los “puros”. Casi un cuento, como verán, que en su sencillez encuentra momentos emotivos como la increíble secuencia final de batalla. Puede ser una película superficial, con estereotipos ya explorados varias veces y con una búsqueda “solemne” que atenta contra el propio contenido del relato, pero a la hora de mostrar el potencial visual del 3D y cautivar con batallas épicas continúa siendo un director interesante que empuja al espectador a interesarse por los personajes. En un relato con búhos animados en el medio de una batalla, eso no deja de ser un cumplido.
Mito en envase de telenovela Cuesta ceñirse estrictamente al campo cinematográfico cuando hablamos de esta película, especialmente porque su lectura esta sumergida en una coyuntura que hace que la sola película se transforme en un hecho digno de ser interpretado. El mandato de Lula está finalizando y la figura del carismático político brasileño se ha ido agigantando en función de un apoyo popular que aún se sostiene en los altos porcentajes de su imagen positiva, el apoyo explicito desde sectores académicos y políticos, el hecho de que esta película se haya convertido en un éxito inmediato en la taquilla del país vecino y que haya sido la candidata a representar a Brasil en el Oscar, además de los relevamientos de publicaciones prestigiosas como Time, Newsweek, Foreign Affaires, Le Monde o Financial Times sobre su figura ¿Populismo posmoderno?, ¿Centro izquierda?, ¿Progresismo latinoamericano?, ¿Centro derecha?; mientras surgen más preguntas o se tiene cada vez más seguridad sobre las respuestas respecto a la naturaleza ideológica del gobierno de Lula, surge este film que no es más que una serie de segmentos melodramáticos que en su fragmentación pretenden ilustrar la vida del mandatario. Con una carga televisiva y muy poco riesgo audiovisual, uno puede estar seguro de algo: al menos, la película dista de profundizar sobre su figura y se transforma en una telenovela de mala calidad, que cuanta con altibajos constantes hasta su mal resuelto final. Pero veamos: Lula, el hijo de Brasil no es necesariamente una mala película. Es un retrato romántico sobre una figura a la que se pretende mitificar desde la peor estrategia para lograrlo, es decir, vaciándola de significado y elevando iconos que fuerzan sentencias que pretenden reconstruir la imagen política de Lula. El film reniega de cargas intelectuales y prefiere seguir el camino para generar un arquetipo, poniéndolo sobre el carril de una historia tradicional que repite construcciones míticas cercanas a la religión o las leyendas. Por eso sugiero que olviden cualquier rigor político sobre su figura, no lo van a encontrar aquí. Entonces podemos ver cómo está contada esta historia que, no obstante, tiene su cuota de realidad en segmentos cuidadosamente elegidos de la vida de Lula. Detrás de esta visión no están solo los directores Fábio Barreto y Marcelo Santiago, sino también los guionistas y, particularmente, la autora del libro original, Denise Paraná. Tenemos entonces la vida de un chico que ha sabido superar la condición social merced a su madre (reserva moral de la película) y a su esfuerzo por sobrevivir, la buena convivencia con sus hermanos y a su condición innata para superar obstáculos que se plantean desde su figura paternal hasta la pobreza, pasando por los prejuicios sociales a los que tendrá que enfrentarse. Un hijo ejemplar, un líder nato, un amante apasionado, un buen hermano y un luchador de la clase trabajadora que asciende gradualmente hasta transformarse en un sindicalista ejemplar. Esa es la historia. Ustedes saben en que confiar y desconfiar como espectadores, ustedes saben que pueden corroborar cada dato a través de una cantidad prácticamente infinita de fuentes en Internet y ustedes saben que si una película se llama Lula, el hijo de Brasil, hay un determinado perfil que se alejará de cualquier objetividad. El problema es que el resultado transpira kitsch por todos sus poros, andar por el film de Barreto y Santiago es como caminar a través de un pasillo uniforme y perfumado sin grietas ni relieves, donde se adivina lo que habrá detrás de cada puerta sin que los directores nos lo muestren. Por supuesto, toda esta prolijidad se desploma en un guión naif del cual solo se pueden rescatar ciertos segmentos de su introducción, que en la dinámica de Lula con sus hermanos encuentra pasajes del neorrealismo. Pero luego, sus romances y la visión política van desgastando con su superficialidad a un relato que se extiende por más de dos horas que se tornan innecesarias y donde, para colmo, no se atan cabos sino que se levantan preguntas. No solo sobre la figura en cuestión sino sobre el contexto político de Brasil que se construye en el relato: es allí donde también se desea que el pasillo perfumado adquiera un matiz más real para leerlo en el contexto del Brasil actual. Para acercarse más a la figura política de Lula sugiero que vean el informe de “Visión 7 Internacional” emitido la semana pasada. Lo de esta película es sólo una novela irregular de final previsible.
Accidentes En el encuadre distinguimos a una mujer rubia, con ansiedad en la mirada, con un leve rictus en su boca, casi inapreciable, a veces mirando hacia un costado como si cada segundo que pasara fuera un llamado desesperado. Su rostro, dotado de una extraña belleza coronada por unos profundos ojos azules permanece perdido, junto al vagón de un tren que permanece paralizado en la palidez del día. Ocasionalmente vemos el desplazamiento uniforme y mecánico de gente por detrás, mientras la espera y el tiempo bifurcan ese plano medio del rostro de Veronique Chambon junto a la línea de fuga que se funde con sus sentimientos junto al vagón. Adivinamos el dolor y las rupturas de ese personaje en ese encuadre, y adivinamos en la belleza pictórica de ese encuadre la intensidad visual que recorre cada minuto de este affaire, una historia contada numerosas veces en el cine a la que el realizador francés Stephane Brize dota de un tono intimista y natural, que le da un tono autentico a su narración y evita el horroroso kitsch en el que han caído varias de las últimas producciones románticas. No revelo nada diciendo que la película es sobre un triangulo amoroso, tampoco en decir que su resolución resulta previsible. El tono del film revela que la narración busca su personalidad en el manejo de los tiempos, la elección de encuadres y las actuaciones, con un registro intimista que mantiene a la cámara como testigo privilegiado del devenir de los personajes. Podríamos pensar que hay cierto determinismo en el desarrollo o, incluso, algunas ausencias que hubieran complementado mejor al personaje de Chambon (pienso en su trabajo como maestra), pero lo cierto es que el film fluye con una naturalidad admirable. En primera instancia porque no recarga de moral ni de elementos extraños al romance entre Veronique (Sandrine Kiberlain) y Jean (Vincent Lindon), es decir, no surge de la nada un personaje descolgado diciendo cosas del tipo “¿esta bien lo que hacen?” (Una pregunta que se deja en el suspenso al espectador para, establecer un cuestionamiento antes que una respuesta superficial) y, en segunda instancia, porque el guión es impecable. Es fácil entender impecable cuando hablamos de cine: no hay ni un solo plano desperdiciado, no hay ni una sola línea de diálogo que esté de más y no hay ningún silencio que resulte forzado o innecesario. Que se entienda que también se puede acusar al film de ser un relato algo asfixiante cuando cada elemento es diegético y todo se asume tan calculado y formal. Pero las actuaciones logran que cada plano tome vida y que cada silencio cargado de silencio, resignación, culpa o amor suene estruendoso sin la estúpida música en off con la cual aparecen cada dos por tres títulos en la cartelera de cine. Se trata de una película que tiene un tono adulto en función de mantener un verosímil a través del sonido ambiente, los gestos, la incomodidad y lo natural de la iluminación. Hacia el desenlace aparece una composición más prolija y algunos contraluces que hablan de una búsqueda expresiva siempre sutil, ocasionalmente apelando a planos largos que tienen un tono descriptivo en función de la expectativa (como la reunión familiar, en el momento en que es presentada Chambon) o el suspenso (el dramático travelling desde el cual vemos caminar al personaje de Jean en la estación de trenes hacia el final). En definitiva, seamos francos, Un affaire d´amour no atraerá a gran parte del público que tiene el conocido prejuicio sobre el cine europeo. Ya saben: “no pasa nada”, “es lento”, “no dicen nada”, etcetera. Pero es un logro cinematográfico que logra desde su concepción mínima, íntima, rescatar algo genuino sobre un drama romántico, sobre la posibilidad de la eventualidad de un affaire como algo natural, casi como un accidente, evitándose la culpa subrayada o un tono glamouroso. Y eso, aunque este dos semanas en cartel y solo haya recaudado una suma poco ostentosa en las taquillas, es meritorio.