El amor infinito de una madre sumado a la fantasmagórica capacidad de vivir por siempre, es una combinación de temer si se intenta hacer daño a esas pequeñas criaturas. Esta protección sobrenatural es con la que cuentan las hermanas Victoria y Lilly y gracias a la cual han logrado sobrevivir durante cinco años aisladas del mundo en una pequeña cabaña. Abandonadas allí por su inestable padre (luego de que el hombre asesinara a sus socios y a su esposa), es su tío quien un lustro y miles de dólares después logra dar con su paradero y decide adoptarlas a pesar de la condición cuasi animal con la que se comportan sus sobrinas. Pero las hermanas no se mudarán solas a la casa de la pareja que conforman Jessica Chastain (en su perfil dark, rockera, tatuada hasta la medula pero tierna en lo más profundo de su ser) y Nikolaj Coster-Waldau: el espíritu a quien las niñas llaman Mamá irá tras ellas. El director argentino Andy Muschietti y el productor Guillermo del Toro adaptaron el cortometraje homónimo, transformando la premisa de aquel inquietante producto audiovisual en una cinta mainstream capaz de funcionar en varios mercados internacionales. En adición a los adultos anteriormente mencionados, el trabajo de casting arrojó dos precisas elecciones a la hora de las perturbadas criaturas: Megan Charpentier e Isabelle Nélisse son las indefensas huérfanas adoptadas por un fantasma que mucho tiene para explicar de su historia personal pero cuyos celos voraces no le permiten soltar a las criaturas cuando aparecen tutores de carne y hueso. Propuesta que se enfilaría dentro del suspenso más que del terror (los sobresaltos existen, pero son pocos y lo menos importante del relato), Mamá se propone analizar la involución del hombre frente al aislamiento social, el poder de los espíritus que no lograron encontrar la paz suficiente para partir de este mundo y el sacrificio eterno e inmortal que una madre está dispuesta a hacer por sus hijos.
Intriga saber qué pensarán los seguidores de la Cienciología teniendo al personaje que da nombre al film inspirado en en L. Ron Hubbard, fundador de esta controvertida iglesia. Más allá de esta pequeña curiosidad, jamás se nombrará a este movimiento aquí rebautizado como La Causa, la película de Paul Thomas Anderson es un tratado sobre la religión, el poder de dominar la mente y la voluntad de las personas y sobre la influencia de ciertas figuras de poder sobre las acciones de aquellos que deciden seguirlos a pies juntillas. Tras la Segunda Guerra Mundial, un veterano de la marina (Joaquin Phoenix) se cruzará casi por accidente con Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman) quien junto a su mujer Peggy (Amy Adams) son los líderes de La Causa, una agrupación que ejerce una significativa presión en la vida de sus seguidores, convenciéndolos de la importancia y la carga que significan las acciones realizadas en las vidas pasadas. Lancaster encuentra inspiración en Freddie para escribir su segundo libro, donde cambiará sutilmente el enfoque del movimiento, creando cierta confusión en sus seguidores más devotos. “No somos presa de nuestras emociones” repiten cual mantra ya que “accediendo a los recuerdos guardados de vidas anteriores se pueden llegar a curar enfermedades, entre ellas ciertos tipos de leucemia”. Cuando los “principios” son cuestionados, responden a través de la agresión, el patoterismo, el insulto y la intolerancia, aquello que se supone que ellos mismos condenan. Aquí se mezclan religión, hipnosis, incredulidad y principios sectarios que pueden ser muy peligrosos en mentes débiles o necesitadas de contención. Paul Thomas Anderson es un realizador que se arriesga y jamás apuesta a lo seguro, aunque en este caso –con una historia compleja que requiere de un espectador atento- la Academia lo haya ignorado casi por completo. Cultor de un bajo perfil y con una personalidad huraña, ver a Phoenix en pantalla es siempre cautivador. Tan alejado de la frivolidad del show business sólo en sus interpretaciones tenemos la posibilidad de verlo y notar su evolución actoral, en este caso magistralmente acompañado por Hoffman y Adams.
Esta primera incursión oficial del circo más famoso del orbe en el mundo del cine decepciona un poco, y no por los méritos de sus artistas (eximios, un lujo del cuerpo puesto al servicio del arte) sino por la falta de creatividad de sus realizadores al momento de explotar al máximo los recursos que el séptimo arte ofrece para maximizar la experiencia. Mundos lejanos parece más un folletín de las hazañas alcanzada por los artistas de la compañía, pero carente de toda cohesión o hilo conductor. En la pantalla se suceden fragmentos de los espectáculos Zumanity, Mystére, Ka, Viva Elvis, O y The Beatles: Love… pero nada tiene que ver con la historia de esta joven pareja separada en el mundo real y con intenciones de encontrarse en este paisaje onírico y de fantasía. Bajo la producción de James Cameron, con un deslucido y cansador uso de la tecnología 3D, Cirque du Soleil: Mundos lejanos halaga la disciplina y performance de sus miembros con mayores destrezas pero deja en evidencia que cualquiera de estos shows aquí compactados merecen ser experimentados en vivo. La magia del circo no logra hacerse realidad dentro de la sala de cine.
Si están esperando únicamente desnudos, el primero de ellos tarda menos de dos minutos en hacer su aparición. Luego, aquellos que crean que Magic Mike es sólo eso, se quedarán con las ganas. Con una primera mitad ágil, entretenida y a la legua superior a su segunda parte, esta nueva producción de Steven Soderbergh (Contagio, el binomio del Che Guevara y Traffic) tiene a Channing Tatum en su faceta de stripper, que le sienta mucho mejor que la de actor, aún en etapa de maduración. Aquí encarna a Mike, un emprendedor con varias facetas: diseñador, techista, desnudista, entre un larguísimo etcétera que no encuentra financiamiento para su nuevo proyecto que sería un ticket de salida para las largas noches quitándose la ropa. Dallas (Matthew McConaughey), el dueño del local más visitado por las mujeres de Tampa ve en un recién llegado e inexperto adolescente (Alex Pettyfer) al sucesor de su máxima figura. Pero nada será tan sencillo de resolver cuando una innecesaria, poco convincente y gélida historia romántica haga su aparición de la mano de una desastrosa actuación de Cody Horn. Dispuesto a convertir su filmografía en una cinta transportadora de gran producción, Soderbergh falla una vez más pero ese detalle parece no importarle demasiado.
Thriller. Engaños. Traiciones. Sobornos. Informantes. Detectives. Policías. Políticos y sus mujeres. Nada es lo que parece en esta ciudad quebrada por la ilegalidad, los negociados turbulentos y la corrupción. Al frente de la misma y en el podio de las personas más inescrupulosas está el mismísimo alcalde de Nueva York Nicholas Hostetler (Russell Crowe), a punto de enfrentar las elecciones que podrían dejarlo fuera de su cargo. En medio de ello, la supuesta infidelidad de su esposa Cathleen (Catherine Zeta-Jones) está siendo investigada por Billy Taggart, un ex policía (Mark Wahlberg) que rasgando la superficie encuentra más suciedad de la que debería haber hallado. De a poco se van revelando las verdaderas intenciones de cada uno de los jugadores de este enorme tablero de ajedrez, interpretados con pericia por cada uno de los actores, hasta llegar a la resolución final de este laberinto de negocios, política sucia y crímenes de los más diversos.
Opresivo como pocos, el clima que se vive a lo largo de los 120 minutos de Amour llegan a incomodar al espectador, encerrado dentro de ese mismo departamento en donde transcurre toda la trama y que es testigo del deterioro físico y mental de sus protagonistas. Pero también ve en primera fila lo que es un amor verdadero que trasciende el tiempo, las desdichas y la enfermedad. George y Anne son dos jubilados, profesores de música clásica, cuya hija –algo distante e incapaz luego de adaptarse y actuar con responsabilidad y eficacia frente a la enfermedad de su madre- siguió sus pasos y vive fuera de Francia. La desgracia sobreviene, inesperada, veloz, llevándose consigo todo sesgo de vida normal, haciendo que ese amor que sienten desde hace varias décadas deba ser puesto a prueba. Ganadora del Premio de la Academia a mejor filme de habla no inglesa, Michael Haneke vuelve a conmocionar los sentimientos de la platea como ya lo había hecho en La cinta blanca. Podrá gustar más o menos su película, pero nadie sale del cine indiferente frente al sufrimiento del personaje de la excelente Emmanuelle Riva. Su caída en desgracia, el progresivo deterioro del cuerpo, su dolor expresado en miradas llenas de incomprensión y terrible sufrimiento. La complicidad y el amor desbordan la interpretación de Jean Louis Trintignant, el marido que cumplirá con la promesa que le hizo al amor de su vida aunque sus últimas fuerzas se vayan en ello.
Hay desesperación por encontrar un sucesor de los fenómenos de Harry Potter y Crepúsculo. A Hollywood se le va notando de a poco esa necesidad de hallar una franquicia multimillonaria que lleve adolescentes a mansalva a las salas de cine. Dejando de lado la primera entrega de Los juegos del hambre (con segunda peli a estrenarse a fin de año), en los próximos meses llegarán Cazadores de sombras, Warm Bodies (con el ridículo titulo local de Mi novio es un zombie) y otras historias de amor juvenil regado de hormonas en ebullición y con fenómenos sobrenaturales de telón de fondo. En Hermosas criaturas tomamos el romance de la historia de vampiros y los brujos del ex niño mago para una combinación que puede llegar a exasperar al público adulto pero que ya se ha ganado, en principio, a buena parte de la platea femenina adolescente. Aquí, a diferencia de otros relatos, el “normal” es el muchacho en cuestión: Ethan Wate acaba de perder a su madre en un accidente, sueña con ser escritor y marcharse del pequeño pueblo que lo vio nacer. Todo cambiará, de manera literal, cuando llegue a su vida Lena Duchannes, la sobrina de un misterioso hombre heredero de los padres fundadores del poblado de Gatlin. La atracción dará paso al amor, un amor que viene de generaciones pasadas y unido a una terrible maldición que ellos irán descubriendo con el paso de los días a medida que se acerca el cumpleaños dieciséis de Lena. Esa noche, cuando sume un año más a su vida, las fuerzas de la luz y de la oscuridad de debatirán por ver cual de las dos reclamará el poder de la joven. Hay un dato clave: Lena no es una adolescente más, es una Caster, una de las brujas más poderosas sobre la faz de la Tierra. Pieza a pieza se va conformando un rompecabezas que hará que las seguidoras de la versión literaria de esta saga de amor fantástico se vean atrapadas por sus trasposiciones al cine durante algunos años. A pesar de ello, los realizadores decidieron no descansar sobre los laureles de un best-seller y depositaron su confianza en grandes actores para roles secundarios que apuntalan a la joven pareja. Por allí aparecen Jeremy Irons, Emma Thompson (villana desaforada que confirma su increíble talento aún en las películas que menos material tienen para hacerla lucir), Emmy Rossum (sensual y divertida contrafigura de la heroína) y la siempre correcta Viola Davis. Buena decisión.
Silent Hill es el lugar al que el infierno llama hogar y al que el espectador llama "cómo perder cuarenta pesos de manera innecesaria". Ingresando dentro del hall de club de las secuelas innecesarias e inexplicables (en todo sentido) esa continuación se basa en la aventura propuesta por el tercer videojuego en el cual se inspira la franquicia. Tratando de escapar de su maldición/destino/pesadilla Heather regresa a Silent Hill a pesar de todas las advertencias de su padre, quien ahora ha sido secuestrado y supuestamente se encuentra en este poblado consumido por el lado oscuro del mundo, a medio camino entre el averno y la realidad terrestre. Acosada por pesadillas, onírico paisaje en donde se desatan sus peores temores cual generación insomne después de la saga de Freddie Krueger, Heather se da cuenta que ella es la llave para resolver este gran caos entre vivos y muertos, maldiciones y sangrientos crímenes que se extenderán ad infinitum. El 3D propuesto en esta segunda parte (los $40 del primer párrafo deberíamos entonces extenderlos incluso a unos $60 en algunas de las salas más caras del país) arroja encima nuestro dedos cercenados, cuchillas de todo tipo, espadas oxidadas y vísceras varias. Mero adorno que no suma nada al pobrísimo relato que estamos asistiendo. Incluso el diseño de los monstruos humanoides deformados se basa demasiado en aquellos creados por Guillermo del Toro para sus películas. Ah, lo más importante. La “revelación” que se promete en el título ya la conocemos desde hace siete años en el desenlace de la primera parte. Hasta ahora seguimos sin obtener nada de lo que nos prometieron. El primer Silent Hill ya era confuso y fracasaba a la hora de echar algo de claridad… esta continuación suma aún más confusión, pero del tipo: ¿a quién se le pudo llegar a ocurrir que era una buena idea hacer esta película?
Entendiendo que se trata de una historia familiar y apuntada en especial para aquellos que decidan ir al cine con niños, se entiende la decisión de Disney de presentar la mayor cantidad de copias doblada al español en lugar de su versión original en inglés. Teniendo en cuenta esta misma razón, diremos que Timothy Green es un buen producto si acertamos a la hora de definir a qué target estaba dirigida. El realizador Peter Hedges (guionista de ¿A quién ama Gilbert Grape? y director de Dan, un tipo de suerte) fue el encargado de contarnos la extraña vida del pequeño del título, surgido/creado en base a las cualidades que soñó un pareja imposibilitada de tener hijos biológicos. Cindy y Jim (encargada de museo y supervisor de fábrica de lápices, respectivamente) están desvastados con la noticia arrojada por los últimos estudios de fertilidad. Frente a ese panorama y en una noche de profunda tristeza imaginan cómo podría llegar a ser hijo, quien, realismo mágico mediante, crece en la huerta de la finca familiar. Esta primera oportunidad de probarse como padres será la historia que decidirán contar a los encargados de evaluar su aptitud en un engorroso y burocrático proceso de adopción. Jennifer Garner expresó hace poco tiempo en una entrevista que es difícil para una mujer de cuarenta y tantos encontrar papeles realmente comprometidos y profundos en la industria cinematográfica actual. Con eso y todo pudo brindar simpatía y emoción a su Cindy, creando un hermoso vínculo con Joel Edgerton, su marido en la ficción, y con la gran revelación de la historia: el carismático y divertido CJ Adams como el misterioso Timothy, quien tan rápido como llegó desaparecerá de la vida de sus padres momentáneos.
Confirmada la realización de una sexta entrega, se estrenó en nuestro país la quinta parte de la serie de acción ochentosa. Más grande, con las mismas mañas pero con la clara intención de ir comenzando a pasar el legado a una nueva generación, Bruce Willis vuelve a su papel de John McClane pero con un cambio de locación: Rusia. Allí su hijo está involucrado en una peligrosa misión para recuperar un expediente relacionado con Chernobyl retenido en una bóveda afectada por la radiación. Distanciado de su primogénito, McClane viaja hasta allí para recomponer la situación y termina sumándose a la vertiginosa aventura. Pochoclera hasta la médula, jamás habrá que tratar de encontrar profundidad en el argumento o composiciones brillantes: todos los ingredientes son prolijamente ubicados para disfrutar de pura acción en cine. Ni más ni menos. Persecuciones que desafían la ley de gravedad, tiroteos que parecen no acabar jamás y cuerpos resistentes a los peores golpes y caídas marcan el pulso de una buena dosis de acción sin demasiado sentido dramático. La decisión que trasladar la producción a Rusia es meramente decorativa.