Un profesor de letras está pasando por una mala racha. Luego de publicar varios libros hace tiempo no escribe nada, se separó de su mujer pero duerme en el sofá de su casa, no tiene dinero, y se gasta todo en drogas. En clase no deja de humillar e insultar a sus estudiantes, y en un momento empieza una relación con la única de sus alumnas que demuestra algún interés en lo que enseña. La sólida actuación de Facundo Cardosi es uno de los puntos fuertes de una buena película en busca de un trípode. Dado que uno de los productores es la Universidad del Cine, alguien podría haber advertido al director que, a veces, es útil un trípode para evitar rodar una película cámara en mano. Y como es un drama intimista, el recurso a veces puede justificarse, pero llegado un punto se vuelve cansador; por ejemplo, en una escena de sexo y drogas en el baño de una discoteca las imágenes movedizas sólo llaman la atención sobre la presencia de un cameraman (que por lo menos es muy profesional, por lo cual solo de vez en cuando se le va el foco). Como la historia está bien contada y los diálogos son ágiles y creíbles, el resultado es interesante.
La historia de Ruth Bader Ginsburg, una de las primeras mujeres en entrar en la Corte Suprema de los Estados Unidos, sin duda es fascinante e inspiracional además de perfecta para recordar a las mujeres del #MeeToo cómo se cimentó la igualdad por la que aún se lucha. Pero, a cargo de la televisiva directora Mimi Leder y en la piel de una actriz que no está a la altura del personaje, como Felicity Jones, el asunto no tiene ni la fuerza testimonial ni la intensidad dramática adecuadas. Leder ha logrado quitarle fuerza hasta a las imágenes apocalípticas producidas por Spielberg en “Deep Impact”: aquí muestra un edulcorado activismo feminista de los años ’70 que apenas se luce por el colorido del vestuario hippie de algunas escenas. Mejores son las escenas previas en la Harvard de los ’60, cuando entre 500 nuevos estudiantes hombres, sólo se permite el ingreso a 9 mujeres, y encima les dan la bienvenida en una reunión en la que la pregunta central es por qué cada una de una ellas merece el lugar de un hombre en universidad (el guión está escrito por un sobrino de Ginsburg, que debe haber escuchado desde chico la respuesta: “quiero estudiar leyes para entender el trabajo de mi marido y comprenderlo mejor”). El caso principal que marcó la igualdad entre hombres y mujeres, el climax de esta película, tiene grandes momentos, pero de todos modos uno no puede dejar de preguntarse qué tanto mejor habría sido esta biopic en las manos de algún experto en dramas tribunalicios, como el recordado Sidney Lumet.
Justo para el Día de la Mujer, Stan Lee trae desde el cielo a una de las mejores heroínas del cine moderno. En esta “Captain Marvel” (el título es mejor, ya que la palabra “Captain” no revela el género) hay, sin embargo, bastante violencia de género: la primera escena empieza cuando la protagonista, Brie Larson, recibe un tremendo puñetazo en la cara propinado por su oficial superior, Jude Law. Y para tener idea de la diversidad de situaciones políticamente incorrectas, en una de las varias secuencias de acción la Capitana Marvel muele a patadas a una pobre ancianita (en realidad es un extraterrestre camuflado, pero el público del tren en el que viaja no puede saberlo). Este film está entre lo mejor que haya producido Marvel: por un lado es una contundente “space opera” (sólo un tercio de la trama transcurre en la Tierra); es una vertiginosa película de superacción con un par de secuencias de persecuciones y violencia imperdibles, sin duda inspiradas en el James Cameron de “Terminator 2” y “True Lies”(la acción está ambientada en la década del ’90, con referencias a la cultura pop de la era); hay momentos de humor y además incluye algunas imágenes fantásticas notables. Pero, a pesar de esto, algunas de las escenas más brillantes son naturalistas, como cuando una chica amnésica se enfrenta por primera vez al álbum de fotos que le recuerdan su vida. Bien al estilo del Hollywood de los años ’90, también hay una “pareja despareja” de héroes de acción, ya que la Capitana Marvel está acompañada por un joven jefe de SHIELD, un divertidísimo Samuel L. Jackson con un toque de botox digital, para decirlo del algún modo. Y el guión alcanza una creciente intensidad dramática a medida que la protagonista reconstruye su identidad borrada mientras es perseguida por un ejército de aliens que pueden transformarse en cualquier persona, al estilo de aquel Terminator digital de Cameron. Stan Lee está canonizado en uno de los nuevos créditos de apertura del estudio (y hace un cameo póstumo). Esta producción es imperdible, desde su comienzo a las dos típicas secuencias “sorpresa” que aparecen en los créditos del final.
Debido a un defecto congénito, Tina no es una chica muy agraciada, pero tiene el don de un olfato casi paranormal, lo que le permite lucirse en sus funciones de agente de aduana. Ella puede oler sentimientos como la culpa, la maldad o el miedo, e inclusive olfatear objetos escondidos. Sus dones también incluyen una conexión especial con los animalitos del bosque donde vive con un novio con el que, paradójicamente, no tiene el menor contacto sexual. Su trabajo en la aduana le permite conocer a otro extraño personaje que físicamente se le asemeja. Se trata de una mujer que luce como hombre -lo que se descubre en una exhaustiva revisión aduanera- y que se dedica a la cría de gusanos. Mientras crece la relación de la protagonista con este extraño personaje, la policía le pide su ayuda para desbaratar una red de pedofilia y pornografía infantil. Ganadora del primer premio en la principal muestra paralela de Cannes, Un certain regarde, “Border” es un film disparatado y perturbador por partes iguales. El argumento no deja de arrojarle nuevas sorpresas al espectador, lo que se vuelve un poco demasiado dado el planteo extremo del que parte todo el asunto. Con todo, es como mínimo original, aunque finalmente es ese tipo de películas más raras que realmente logradas.
Steven Knight, el guionista del policial de David Cronenberg “Promesas del Este”, es el escritor y director de esta mezcla de film noir y fantástico. En una exótica isla aparentemente cerca de Miami, Matthew McConaughey es un pescador obsesionado con atrapar un enorme pez que día a día se le escapa de las manos. Ex veterano de la Guerra de Irak, el protagonista bebe como un cosaco y no tiene claros muchos aspectos de su vida, aunque todos en la isla empiezan a verlo como alguien que no está bien de la cabeza. La extraña existencia del pescador comienza a volverse más extraña, y hasta un tanto macabra cuando aparece su sexy exmujer para proponerle llevar al nuevo y cruel marido de ella en un viaje de pesca en el que termine alimentando los tiburones. La idea no parece la mejor pero, cuando el pescador se entera de que su hijo también es víctima de la crueldad de ese hombre golpeador, la decisión está tomada. Sobre todo porque hay una extraña comunicación extrasensorial entre el padre pescador y su hijo, dedicado casi exclusivamente a jugar un videogame de pesca en su computadora. En general, las películas que mezclan realidad y fantasía llegan a un punto de confusión y hartazgo, pero una gran cualidad de “Obsesión” es que, a medida que las cosas se vuelven más fantasiosas, también aumenta la tensión. El guión, extraño como pocos, cierra perfectamente, y además el film está bien actuado y lleno de imágenes impresionantes.
Lo mejor de “Rey de ladrones” es un personaje que le permite a Michael Caine retomar el acento cockney de sus orígenes. Pero esta crónica del mayor robo en la historia de Inglaterra llevado a cabo por hampones de la tercera edad daba para muchísimo más. Y no es que la película esté del todo mal, sino que no aprovecha las posibilidades de un relato fascinante, filmado por un buen director como James Marsh (el de “La teoría del todo”), y excelentes veteranos del cine británico del nivel de Michael Gambon y Jim Broadbent. La película empieza a todo vapor con música mod de los Small Faces e imágenes de los años dorados de estos ladrones, y luego pasa casi directamente al robo, todo en un clima de comedia geriátrica algo obvio pero eficaz. Pero, ya a mitad del film, el tono se vuelve más oscuro por las suspicacias y la codicia entre los miembros de la pandilla, y el director no parece encontrar el equilibrio entre ambos estilos. Recalcando que ningún admirador de Michael Caine va a salir del cine decepcionado del todo, tal vez lo mejor sea volver a verlo en clásicos policiales como “The Italian Job”.
Luego de salvar gente en “La lista de Schindler”, Liam Neeson se dedicó casi exclusivamente a matar gente en una serie de policiales exitosos. El último es esta “Venganza”, que viene con una diferencia. Se trata de la auto-remake del director noruego Hans Petter Moland, que muda la acción de su durísimo y brillante policial “En orden de desaparición” a un pequeño resort de esquí cerca de Denver donde un tipo común y corriente, el encargado de mantener la nieve fuera de las rutas, ve su vida destruida cuando le dicen que su hijo murió de una sobredosis. Eso lo lleva a sospechar porque su hijo no se drogaba, y poco después se topa con alguien que le cuenta la verdad: lo mataron unos narcos. Ahí empiezan las masacres. Algunas películas están divididas en capítulos, pero la narrativa del film noruego y también de éste es muy original. Cada capítulo lleva el nombre de un muerto, y hay muchos capítulos. El asunto más interesante del guión es que el vengador mata tan discretamente a sus mafiosos que el jefe narco le echa la culpa a la banda contraria, por lo que también arranca una guerra de narcos. Este detalle logra que esta nueva versión tenga vida propia y no sea un calco del film de 2014. Aquí la otra banda de narcos está integrada por pieles rojas (en el original eran serbios), y estos miembros de los pueblos originarios mafiosos son algo que hay que ver, logrando que si el film ya fuera de por sí muy bueno, mejore. Una gran cualidad de Molland es cómo logra volver interesante hasta al último personaje secundario, y en este sentido también que Liam Neeson conserve la verosimilitud en todo momento, algo que no siempre ocurre en sus policiales.
Luego del inesperado éxito de taquilla “Feliz día de tu muerte” (2017), el director Christopher Landon y su actriz, Jessica Rothe, vuelven a la carga con esta secuela que básicamente plantea más de lo mismo, es decir, las desventuras de una adolescente que, muera como muera, siempre despierta indemne poco tiempo después, como si nada hubiera sucedido. Es decir, una variación de “Hechizo del tiempo” de Harold Ramis, pero en plan película de terror adolescente. La original tenía bastante de comedia negra y esta secuela acentúa ese tono y también intenta complicar un poco las cosas argumentalmente, aunque también se ocupa demasiado insistentemente de que si algún espectador no vio el film anterior aquí haya detalles que le recuerden de qué va la cosa. Además, hay toda una teoría del espacio-tiempo surgida del departamento de física de la universidad donde transcurre la acción que casi parece salida de “Volver al futuro”. Landon conoce bien el género y saca de la galera algunas escenas imaginativas, y el asesino con máscara de bebé siempre dispuesto a asesinar a la protagonista es bastante carismático, pero hacia el final de la película las ideas parecen un poco agotadas, lo que no significa que esta franquicia vaya a morir aquí sin resucitar para una tercera parte.
Año 2573, Iron City, vulgo Ciudad de la Chatarra. Un doctor medio raro, pero buen tipo encuentra piezas importantes de una cyborg, la reacondiciona y la bautiza Alita, como su finada hija. Pero la criatura, que en un principio no sabe ni quién es, empieza a tener recuerdos de un pasado atroz. En viejos tiempos fue una luchadora muy hábil, y quizá demasiado cruel. Ahora conviven en ella la dulzura de una chica con un buen padre y un amiguito cariñoso, y la precisión de una máquina de matar. Así planteó la historia, en manga y en animé, Yukito Kishiro, a principios de los 90. La cosa se complica cuando la chica empieza a entender el mundo postapocalíptico que la rodea. No anticipamos nada más, salvo que ella practica un arte marcial llamado Panzer Kunst, Arte Blindado, que el deporte local tipo Rollerball no es nada recomendable, y, por supuesto, que hay gente mala en todas partes, y cyborgs malos. Y que ver esto en 3D, y más aún en Imax, es impresionante. Lo produjo James Cameron, muy bien, privilegiando el impacto visual sin límites. En esto se lucen bárbaramente los muchachos de la Weta Digital de Peter Jackson y Roberto Rodríguez, director, de nuevo a la altura de “Sin City”. Según dicen, gastaron como 170 millones de dólares sólo en efectos, a ver cuál lo deja a uno con la boca más abierta. Lástima que el guión también lo hizo Cameron y lo dejó confuso, superficial, previsible, sin emoción profunda ni mayor sentido del humor. Deslumbra, entretiene, pero daba para más.
“Green Book” es una excelente comedia dramática sobre la intolerancia, sentimiento que se hace explícito en un viaje en automóvil por todo el sur de los Estados Unidos a principios de la década de 1960. Viggo Mortensen, en un trabajo que bien podría darle el Oscar, es un portero del club Copacabana de Nueva York que se queda sin trabajo y es contratado como chofer y guardaespaldas de un virtuoso músico afroamericano, que debe hacer una gira por el Big South racista. El guión está basado en una historia real, pero de todos modos el personaje del Dr. Shirley, el músico, tal como lo interpreta Mahershala Ali, es casi un marciano, y que en 1962 encontrar un afroamericano que habla varios idiomas y nunca comió pollo frito parecería algo imposible. El personaje de Mortensen es un ítaloamericano con ribetes gangsteriles que resulta más familiar gracias a tanta película de Scorsese. De hecho, también podría haber salido de la serie “Los Soprano”. Que ambos congenien ocurrió en la vida real (el libro es del hijo del personaje auténtico, Villalonga), pero de todos modos necesitó de un brillante armado por parte del director, Peter Farrelly, y sus dos actores, para que todo resulte verosímil. El titulo ya adelanta varias de las amargas situaciones que el viaje le deparará al dúo: el “green book” era una guía turística de hoteles del sur segregado donde solo podían alojarse los afroamericanos. La película representa un singular cambio de tono para Peter Farelly, codirector de comedias como “Tonto y retonto” y “Loco por Mary”, que ahora filmó sin su hermano Bobby. La música, que recorre estilos desde Chopin y Debussy hasta el mejor soul y rock and roll es uno de los factores que sirven para apuntalar esta excelente “road movie” formidablemente actuada y dirigida.