En la Inglaterra de principios del siglo XVIII, la desarrapada Emma Stone se aparece en la corte para pedirle alguna posición a su prima Rachel Weiz, que es la favorita de la reina, interpretada por Olivia Colman. Acostumbrada durante toda su vida al abuso masculino, la recién llegada pronto percibe que el mundo tal vez no esté dominado por hombres. Y así, dispuesta a todo, emprende una feroz competencia para ganar los favores de la reina. Comparada con “El sacrificio del ciervo sagrado” y otros films del auteur griego Yorgos Lanthimos, “La favorita” es bastante más convencional, probablemente debido a que esta vez no escribió el guión. La película podría ser explicada como una versión matriarcal de las dramáticas tensiones femeninas de “All About Eve” (“La malvada”), de Joseph Mankiewicz, mezclada con el corrosivo revisionismo histórico de “Barry Lyndon” de Stanley Kubrick. Argumento matriarcal que no se toma nunca demasiado en serio, lo que ayuda al humor negro y la incorrección política. Hay varios detalles en contra, empezando por algunas inconsistencias en el ritmo narrativo y la insistencia en filmarlo todo con un gran angular, “fish eye” y varios otros recursos visuales que parecen destinados a que la imagen básicamente distraiga y reste verosimilitud al conjunto, además de desaprovechar buena parte de la dirección de arte y la ambientación de época. A favor, basta mencionar a las tres protagonistas: sólo la actuación de Emma Stone justifica la película.
Las historias ambientadas en inextricables laberintos kafkianos se han filmado muchas veces, y traen ecos de más de un clásico episodio de la serie “Dimensión desconocida”. Si bien al comienzo del film resulta todo demasiado familiar, a medida que avanza la acción el asunto se va poniendo mejor, más interesante y terrorífico. Luego de un vertiginoso prólogo, el punto de partida de la trama lleva como protagonista a un grupo de personas diferentes, que no se conocen entre sí, y reciben una especie de cubo misterioso con una invitación para resolver un escape imposible y ganar 10 mil dólares. Todos aceptan y pronto se encuentran sumergidos en una auténtica pesadilla. Desde el primer lugar donde los reúnen, cada sitio y habitación se convierten en trampas mortales de las que sólo pueden escapar según una lógica más bien extraña. En especial, un paisaje helado y un bar que dan lugar a un abismo son algunos de los escenarios que funcionan bien para alterar tanto a los protagonistas como al espectador. Quizá lo mejor de “Escape room” es que hacia el final levanta vuelo con la explicación de las razones de estas espantosas pruebas. Como film de ciencia-ficción de bajo presupuesto, el resultado no esta nada mal.
Que la droga es un flagelo es algo que Hollywood viene explicando desde aquellos lejanos tiempos en los que Frank Sinatra se inyectaba heroína en “El hombre del brazo de oro”. Esto es, resulta difícil que aparezca algún guionista que logre sumar algo nuevo al tema, a pesar de las nuevas variedades de químicos que han ido apareciendo con el paso del tiempo. Tal vez por eso el asunto ha terminado recibiendo, más que nada, el tratamiento cómico de éxitos de taquilla como la saga de “¿Qué pasó ayer?”. Pero no, nada hay de cómico en este flamante melodrama producido por los estudios Amazon. “Beatiful Boy” es un viaje agridulce al mundo de la adicción a la anfetamina desde el punto de vista de la relación entre un padre escritor y un hijo víctima de la droga. En esta relación radica la originalidad de la película, y todo el peso recae sobre los dos excelentes protagonistas, Steve Carell, como el padre, y Timothee Chalamet como el joven de 18 años absolutamente brillante en todo sentido, con el único problema de que no puede dejar de consumir metanfetaminas. El guión recorre los caminos del caso, incluyendo los intentos de rehabilitación, los pequeños triunfos logrados por la sobriedad y las eventuales recaídas, sin lograr comprometer del todo en esta historia al espectador. El excelente soundtrack va desde la canción homónima de John Lennon a temas de Perry Como y Nirvana, y siempre mantiene las cosas animadas.
Junto a “Rojo profundo” e “Inferno”, “Suspiria” es una de las obras cumbres del maestro del terror italiano Dario Argento. El film sobre una estudiante perdida en los diabólicos vericuetos de una escuela de danza tal vez no tuvo mucho sentido desde un punto de vista lógico, pero aquella etapa del cine de Argento era pura imagen, empezando por algunos de los impresionantes más alucinantes de la historia del cine. Pensar en una remake de “Suspiria” era, desde el vamos, un despropósito, más aún cuando la nueva película de Luca Guadagnino dura casi dos horas y media, lo que implica o casi una dimensión épica, o una total falta de contención y pulso narrativo. La nueva “Suspiria” tiene varios cambios que llevan a esta duración. Por ejemplo, está ambientada entre las dos Alemanias de la época de la Guerra Fría, con detalles de la vida en el mundo comunista e inclusive del terrorismo del lado capitalista de la Cortina de Hierro. Lamentablemente estos detalles no suman mucho, y lo que queda de interés es una variación de la misma historia de los hechos horripilantes en la escuela de danza. Curiosamente, aquí está el único punto interesante de esta nueva versión: la fusión entre el ballet avant-garde y el terror gráfico y gore, que es convincente y le da un nuevo sentido a esta “Suspiria”. Pero, casi todo lo demás casi nunca llega a convencer.
Esta película empieza lentamente, luego se vuelve original, pero finalmente demasiado previsible y grotesca. La protagonista es India Eisley, una adolescente problemática que sufre bullyng en el colegio; tampoco se lleva bien con su familia, de clase media alta, con un padre cirujano plástico que también tiene sus problemitas. El asunto es que en uno de sus tantos momentos conflictivos ella hace contacto con su mitad siniestra, materializada en su otro yo reflejado en el espejo -de ahí el “no mires” del titulo-. El argumento está planteado con una narrativa descriptiva que provoca que el punto de contacto entre ambas personalidades tenga lugar promediando la proyección, y de ahí en adelante, obviamente, el lado siniestro queda desencadenado y empieza a cometer todo tipo de fechorías, tanto sexuales como homicidas. Esta dualidad, por momentos, genera escenas interesantes y bastante bien actuadas por la exigida Eisley en un doble papel de buena/mala, pero pronto el guión se va a la banquina con maldades desaforadas y, sobre todo, con una explicación que ni bien se insinúa se torna totalmente obvia. Como terror adolescente daba para más.
Una secuela del clásico de Disney “Mary Poppins” no parecía la mejor idea del mundo, sobre todo si se considera el más de medio siglo desde el estreno del original con Julie Andrews. Sin embargo, ya desde su primer número musical -una delirante odisea submarina- este regreso tiene todo para atrapar a espectadores de todas las edades. La acción transcurre en la Londres poco alentadora de la década de 1930. Un padre viudo trata de mantener a sus tres hijos con la ayuda de su hermana y una doméstica de pocas pulgas mientras, desde el banco, le aseguran que si no paga la hipoteca de su casa en cinco días irán a parar a la calle. Pero, claro, allí es cuando cae del cielo la niñera mágica Mary Poppins (Emily Blunt) para arreglar las cosas. El director Rob Marshall, un experto en musicales, logra aportar algo nuevo al clásico personaje sin perder de vista el estilo anticuado pero muy querible del original. Algo que se aprecia y se disfruta especialmente en la extensa secuencia en la que los personajes interactúan con dibujos animados de la vieja escuela, no digitales –los amantes de la animación no deberían perderse este gran momento. Por otro lado, el talento involucrado es inmenso, ya que además de Blunt hay un banquero villano encarnado por Colin Firth, una excéntrica que ve todo al revés a cargo de Meryl Streep, y hasta el mismísimo Dick Van Dyke, protagonista de la versión anterior, que a los 93 años baila un tap en una escena clave.
“El vicepresidente: más allá del poder” arranca de la tesis acerca de que a partir del 11 de septiembre de 2001, día de la caída de las Torres Gemelas, el vicepresidente de los Estados Unidos en la gestión de George W. Bush, Dick Cheney, se convirtió en el hombre más poderoso del mundo, con la virtud adicional de lograr que nadie se diera cuenta. Luego, las siguientes dos horas se ocupan de describir cómo un borracho pendenciero, expulsado dos veces de la universidad, logró adquirir y manejar ese gran poder desde las sombras. Esta es una película tan ambiciosa como divertida sobre los vericuetos del poder. Interpretada por un camaleónico Christian Bale, empieza como el joven borracho y peleador recriminado por su esposa, Amy Adams, y tomado como discípulo por una especie de mentor dentro del partido republicano, el asesor de Nixon encarnado con su talento habitual por Steve Carell, que aporta a esta comedia negra algunas de sus mejores escenas y logra un apropiado retrato sobre el cinismo de los políticos. Por último es Sam Rockwell como Bush el que termina por definir con su caricaturesco retrato a este film, que podrá tener muchos ángulos serios, pero que en el fondo no abandona su espíritu de comedia sobre el mundo en el que vivimos. Hay que destacar el estilo de collage multimedia cosechado con mucha originalidad por el director y guionista Adam McKay, que se ocupa de mezclar permanentemente su biografia ficticia con imágenes de la realidad y de insertar bombardeos a Vietnam con los comentarios cínicos de un burócrata de Washington.
Nicole Kidman ofrece una notable actuación en este perturbador policial que se pasa un poco de la raya en cuanto a sus pretensiones. Kidman es una curtida policía de Los Angeles que, tal como demuestra sus ominosa mirada, ha visto el infierno más veces de lo recomendable, sobre todo cuando mucho tiempo atrás se infiltró como agente encubierta en una salvaje banda de ladrones de bancos. Cuesta creer, entre otras cosas, del argumento de “Destroyer”, que una policía tan malograda por el lado más oscuro de su trabajo pueda seguir en servicio, pero este tipo de detalles no amilanan a la directora Karyn Kusama para brindarle más situaciones tremendas a la tortuosa protagonista. Hay mucho del Michael Mann de “Fuego contra fuego” en esta historia de venganza y enfrentamiento entre malos y buenos, pero Kusama no es Mann y su estilo narrativamente moroso sólo despega cuando las situaciones explotan en serio, lo que por suerte sucede cada tanto equilibrando una película que daba para mucho más, sin que por eso deje de tener muy buenas escenas, una excelente fotografía y, sobre todo, una sorprendente actuación de Nicole Kidman, que por momentos está casi irreconocible. Con todos sus altibajos, conviene aclarar que ningún fan del policial negro moderno debería dejar de darle una mirada a esta “Destroyer”.
Al final de su último y complicadísimo psychothriller “Fragmentado”, el director de “El Sexto sentido “, M. Night Shyamalan sorprendía al público al retomar al personaje de Bruce Willis de su muy anterior “El protegido”, una película fantástica e inspirada en el mundo de los superhéroes de historieta en donde también aparecía un extraño personaje a cargo de Samuel L . Jackson. Ahora, con “Glass”, Night Shyamalan cierra una trilogía que combina estas tres películas de modo un poco tirado de los pelos, pero con muchos momentos más que impactantes. La trama describe los intentos de una psiquiatra por lograr que a través de un tratamiento ad hoc los tres protagonistas se convenzan de que no son seres especiales con poderes sobrehumanos surgidos de algun comic, sino personas comunes y corrientes. Claro que el público ya sabe que esto no es así, y por lo tanto las consecuencias de tratar de tener a estos personajes en un psiquiátrico finalmente demostrarán no sólo ser inútiles sino también negligentes. Esto especialmente cuando el Dr. Glass, interpretado por Jackson, le explique a una de las nueve personalidades de Mc Avoy la necesidad de asociarse, como en las historietas en las que los archivillanos se alinean en contra del superhéroe. Si bien las intrincadas vueltas de la trama no siempre convencen ni lucen sensatas, en “Glass” hay tensión suficiente para mantener entretenidos a los fans de las dos películas anteriores y del género fantástico en general. El que vuelve a descollar es McAvoy con sus personalidades múltiples siempre sorprendentes, que el director aprovecha muy bien en su fase llamada “La bestia”, que da lugar a fascinantes escenas de super acción historietística.
Despues de las películas de “Rocky”, la anterior “Creed” mantuvo vivo al personaje que lanzó a al fama a Sylvester Stallone, sólo que ya no como peleador sino como entrenador del hijo de su rival y luego mejor amigo, Apollo Creed. Justamente Apollo tuvo una muerte trágica en una exhibición “amistosa” de “Rocky 4” clásico del cine reaganiano en el que aparecía en los Estados Unidos un boxeador ruso dispuesto a demostrar la contundencia deportiva de los soviéticos. Lógicamente, luego el mismo Rocky le daba una soberana paliza en un ring soviético a ese boxeador cargado de anabólicos que interpretaba Dolph Lundgren. Ahora, tantas décadas después, “Creed II” retoma esta historia: el boxeador ruso viene entrenando a su hijo con la sola idea de poder vengarse de algún modo de Rocky, y cuando Creed se convierte en campeón mundial de los pesos pesados, encuentra la oportunidad precisa. Si bien Michael B. Jordan es un tipo mas bien grandote, el boxeador ruso con el que tiene que enfrentarse, interpretado por Florian Monteanu, es prácticamente un hombre montaña, y obviamente Rocky tiene miedo que la historia se repita y no quiere estar otra vez en la esquina de Creed. “Creed” tiene el mismo pulso narrativo que el film anterior, pero ahora redobla la apuesta con todo lo que tiene que ver con el atractivo nostálgico y el espíritu de venganza. Otra vez están Stallone y Doph Lundgren –un gran actor muy subestimado- mirándose a cara de perro, y hasta reaparece Brigitte Nielsen, que sigue tan mala como antes. Y por supuesto, aunque no boxee, Stallone se guarda para él los mejores diálogos y escenas clave. El resultado es recomendable no sólo para las varias generaciones que crecieron con Rocky, sino también para los jóvenes que tomaron contacto con la primera “Creed”.