A comerse las uñas... Tener a Brad Anderson acreditado como director en alguna serie garantiza un trabajo bien hecho: hay pocos profesionales que lo superen. Y no pasa vergüenza con ninguno. Así de bueno es el hombre. Los mejores episodios de Fringe, antes de que la arruinaran como a Lost en sus últimas temporadas, fueron dirigidos por Anderson que también dejó su huella en otros shows como Boardwalk Empire, Treme o Masters of Horror. Fuera del ámbito televisivo la situación cambia un poco: sus largometrajes delatan su presencia detrás de las cámaras pero la calidad varía según el proyecto. El Maquinista (2004) y Transsiberian (2008) están por encima del promedio pero La Oscuridad (2010) es una película pésima. Curiosamente junto con El Maquinista es de las pocas obras en la que no estuvo involucrado como autor (sí, Anderson también escribe). 911 Llamada Mortal, su último filme, no termina de inclinar la balanza ni para el lado del debe ni para el del haber. Digamos que dejó el juego en tablas aunque en rigor los mayores aciertos son suyos. 911 Llamada Mortal es un típico producto de consumo rápido hollywoodense que iba a ser dirigido por Joel Schumacher con Halle Berry en el rol protagónico. Problemas de agenda llevó al realizador de El Fantasma de la Ópera a abandonar su puesto. Anderson ocupó su lugar. Estos cambios de última hora no son nada infrecuentes en la Meca del Cine y de hecho la misma Berry estuvo a punto de no ser de la partida. En definitiva el enroque ayudó a que el producto llegue al público con una solidez artesanal que probablemente Schumacher hubiese sido incapaz de proveer. Porque Anderson, si bien reconozco que no obra milagros, y ahí está La Oscuridad como evidencia, domina la narrativa con la sapiencia de un maestro potenciando los puntos fuertes del guión. El creador de Session 9 (2001) incrementa el suspenso con ese pulso magnífico que ha adquirido rodando decenas de capítulos de TV. Si el último acto de la historia estuviese un poco más pensado sin dudas estaríamos en presencia de un thriller memorable aunque ronde el fantasma de cintas tan disímiles como Celular y El Silencio de los Inocentes. Por algo no se registraban antecedentes en el cine de cómo opera el servicio telefónico de emergencias: es muy difícil sostener el punto de vista si el actor principal trabaja allí, como es el caso de Hally Berry. Es sencillo sacarlo de ese contexto laboral pero no tanto si se pretende mantener la verosimilitud del relato. Alfred Hitchcock no necesitó vulnerar la lógica para hacer una obra maestra del calibre de La Ventana Indiscreta: recordemos que el personaje de James Stewart no podía abandonar su departamento por estar fracturado. Si la protagonista no fuera Berry sino la chica que secuestra el asesino solucionaríamos el inconveniente pero el filme se vería afectado al perder la escasa originalidad que le aporta la descripción del lugar desde el que se reciben miles de llamados diarios por asuntos de la más diversa prioridad. Muchos de ellos de vida o muerte. Justamente uno de esos llamados desencadena el conflicto que arrastra la bonita cuarentona Jordan Turner (Berry): el pedido de ayuda de una adolescente sola en casa a la merced de un psicópata se ve trunco por un error tonto de la operadora. En este excelente prólogo (presten atención al tratamiento sonoro) Anderson y el guionista Richard D’Ovidio aúnan esfuerzos y dejan plantada la semilla para lo que vendrá después, elipsis de seis meses mediante, con un caso igualmente dramático que exigirá a Jordan hasta el límite de sus fuerzas, en particular desde lo emocional. Y es aquí donde la película empieza a trastabillar: se supone que los que atienden estas líneas de emergencia están preparados para asistir a la gente con un profesionalismo que Jordan, a medida que va avanzando la tensa trama, va perdiendo en su desesperación por ayudar y redimirse por aquel error fatídico que tanto la obsesiona. Una regla básica que enseña cualquier experto en guión consiste en que cuanto más se compromete al héroe (o antihéroe) en lo personal mayor identificación genera en la audiencia. Para llevar a cabo este consejo D’Ovidio extrae a Jordan de su entorno seguro para que tenga éxito donde el cuerpo policial fracasó: cazar al asesino en su propio terreno. 911 Llamada Mortal está actuada con propiedad por un elenco dotado de artistas conocidos, ninguno una estrella exceptuando a Halle Berry, como Abigail Preslin (que ya dejó de ser la Pequeña Miss Sunshine), Morris Chestnut, Michael Eklund (un formidable villano), Michael Imperioli o Roma Maffia. Su tarea, y en verdad la logran, es hacer creíble una historia simple cuyo devenir alcanza picos de intensidad en el clímax pero para ese entonces Anderson ya dejó que la pelicula se le escape de control. A Jordan (y por ende al público) le posibilitan un cierre impensado en la vida real: para estos sacrificados operadores cuando se corta la llamada siempre hay otra más entrando. Y bueno, esto es Hollywood... ¿qué le vamos a pedir ahora?
¿Secuestraron a la hija o al guionista? Sin prisas ni pausas la carrera de Nicolas Cage fue cayendo de productos clase A, con un par de nominaciones al Oscar e inclusive una estatuilla al mejor actor por Adiós a Las Vegas (1995), al abismo artístico de chapucerías como Contrarreloj, thriller disparatado cuya velocidad narrativa intenta vanamente disimular las inverosimilitudes de un guión horrendo. La película que ofició como punto de inflexión para Cage, cuyo apellido de nacimiento es Coppola y para sorpresa de algún distraído es sobrino del director de El Padrino, seguramente fue La Roca (1996) pero su consolidación como figura de acción vino después con Con Air: Riesgo en el Aire (1997), casualmente dirigida por Simon West que ahora reincide en Contrarreloj. Estos viejos compinches ya están de vuelta en Hollywood y agarran cualquier proyecto sin pensarlo demasiado. Porque si te ofrecen rodar un guión como el que escribió David Guggenheim decís no gracias y que pase el siguiente. Tenés que estar muy desesperado por la plata y tener la cara muy dura para andar por la vida promocionando una película tan mala como esta. Cage es Will Montgomery, líder de una banda de ladrones de banco a la que también pertenecen Hoyt (M.C. Gaines), Riley (Malin Akerman) y el desquiciado Vincent (Josh Lucas). Perseguido por los detectives Harlend (Danny Huston) y Fletcher (Mark Valley), Will termina tras las rejas luego de un robo malogrado. El botín de 10 millones de dólares no aparece. Ocho años después Will es liberado y para obligarlo a que entregue el dinero su ex socio Vincent secuestra a su hija adolescente Alison (Sami Gayle) otorgándole un plazo límite de 12 horas para cumplir con su parte del trato. Caso contrario, obviamente, matará a la chica. Con la ayuda de Riley y con todo lo demás en contra Will comienza una carrera contra el tiempo para rescatar a su hija. Como en verdad no posee el dinero lo único que se le ocurre para cubrir la cifra demandada es (¡sí, lo adivinaron!) robar otro banco. Sin planificación, improvisando sobre la marcha y con la sombra de los agentes que lo encerraran casi una década atrás, Will se juega el resto para salvar a Alison. En el horizonte sólo parece esperarlo la parca o nuevamente la cárcel. Lindo panorama, ¿no? Ambientada en una bullente Nueva Orleans durante el festejo de Mardi Gras Contrarreloj es un pavada suprema contada con un ritmo infernal sin acusar recibo de lo absurda que se pone la historia con cada decisión tomada por los personajes. En un rol border de esos con los que a veces se prodiga, Josh Lucas entrega una actuación estereotipada, ridícula y con escasos momentos de lucimiento. Desde la peluca hasta la pata de metal, todo hace ruido en este villano que compone Lucas. La acción física se la han reservado casi en su totalidad a Nico Cage que con 49 años todavía puede darse el lujo de andar corriendo, saltando, peleando y saliéndose con la suya sin que se le mueva un pelo de esa artificiosa cabellera suya. Tan artificiosa como este thriller más apto para un domingo de lluvia (¡sin inundaciones, por favor!) en casa que para pagar una entrada para ver un producto que ya viste mil veces y mejor
Aquí también podemos hacerlo La Memoria del Muerto es esa clase de cine que despierta adhesiones inmediatas entre los degustadores del cine de género. Después la película puede ser buena, regular o mala pero la empatía se la gana ya desde el siniestro, bellísimo póster. “Una de terror”, diría alguien y no se estaría equivocando. En la Argentina existe una cantidad impresionante de seguidores de este género, así como del fantástico en cualquiera de sus infinitas posibilidades. La revista La Cosa, los muchachos de Farsa, el Festival BARS, los hermanos García Bogliano, son sólo algunos nombres que surgen casi naturalmente. Y puedo asegurar que se trata apenas de la punta del iceberg. El cine comercial argentino ha demorado demasiado en dejar entrar a esta generación de sangre nueva que desespera de ganas por dejar su impronta. En tiempos más o menos recientes se han conocido algunos exponentes pero en verdad nada demasiado valioso hasta el momento. Visitante de Invierno (2006), Sudor Frío (2010) o Malditos sean! (2011) fueron propuestas que incursionaron en el terror con más o menos suerte. La más reciente, ya vendrán otras de a poco, es La Memoria del Muerto, segunda obra de Valentín Javier Diment luego de Parapolicial negro, apuntes para una prehistoria de la AAA (2010). Técnica y estéticamente hablando, es la producción nacional más destacada de este género que yo haya visto jamás. Pero el guión dista de ser bueno. Sí la idea. El problema es cómo la ejecutan… Me genera un auténtico placer encontrar a un compatriota que ha sabido expresar en su película todas las influencias típicas (Carpenter, Romero, Raimi) sin caer en el mimetismo burdo. Hay mucho de Diabólico (The Evil Dead, 1981) en algunos aspectos pero nadie osaría acusar a Diment de plagiar nada. Lo importante pasa por la muy cuidada puesta en escena y el trabajo excepcional que se llevó a cabo en los rubros de fotografía, arte y efectos especiales para narrar la historia. La música de Pablo Borghi es excelente aunque el director se equivoca al dejar que atraviese el relato de punta a punta casi sin descanso. A veces es preferible que el score no interfiera con la escena. Se gana en suspenso sin necesidad de caer en el artificio. Lo más destacado en general es el clima pesadillesco que le imprime Diment a un guión con problemas entre los cuales no pueden faltar los diálogos, eterno dilema del cine argentino. Las imágenes logradas por el DF Claudio Beiza con la colaboración del resto del equipo técnico son increíblemente fuertes y por demás convincentes. El dramatismo de las escenas es extremo y cuando las actuaciones acompañan, que no sucede siempre, el impacto es fulminante. Los toques de humor ayudan a descomprimir algunos pasajes brutales pero el verosímil de a poco se va perdiendo hasta derrapar por completo en el final. Aunque esté buscado no es un final memorable para una de las escasas películas del género que se ha dignado a subvencionar el INCAA. Y es una pena que así sea. Los actores se prenden de buen grado en los juegos del director: Lola Berthet, Luis Ziembrowski, Matías Marmorato, Jimena Anganuzzi y Lorena Vega no escatiman sangre, sudor, lágrimas… y unos cuantos alaridos estereofónicos. Con una premisa que parece sacada de una novela de Agatha Christie (siete personajes encerrados en una casa que empiezan a morir uno por uno) para luego adosarle un esqueleto fantástico, Diment entrega un surtido de horrores que el amante del terror clase B sabrá apreciar como se debe. Y espero que en su sala de cine favorita…
Más figuras, menos acción G.I. Joe: El Contraataque tenía pautado su estreno para mediados de 2012 pero tras algunos testeos de público Paramount y la línea de juguetes Hasbro dueña de los derechos de la marca resolvieron aplazar un año el lanzamiento del film. ¿Motivos? Al parecer hubo reacciones desfavorables en las privadas con respecto al destino argumental de Duke (Channing Tatum) protagonista de G.I. Joe: El Origen de Cobra (2009). Y las malas lenguas aseguran que la película era lisa y llanamente mala. Algo imposible de demostrar pero es probable que así fuera luego de que el estudio descartara a casi todo el elenco original por no mencionar al director estrella del género Stephen Sommers (además de la primera G.I. Joe responsable de la saga de La Momia). Debieron rodarse escenas nuevas con Tatum aunque de todos modos apenas participa en el primer acto del guión escrito por Rhett Reese & Paul Wernick, los autores de Tierra de Zombies. El otro motivo de la postergación: la conversión de las imágenes a 3D para continuar explotando el formato de moda en Hollywood. Tras todas estas idas y venidas, G.I. Joe: El Contraataque ha llegado por fin a los cines y si bien es claramente inferior a la aventura anterior cuenta con un par de secuencias espectaculares que vale la pena ver. Por otra parte la presencia de figuras carismáticas como Dwayne Johnson o Bruce Willis no debe ser menoscabada: son leyendas del cine de acción que con su sola imagen potencian cualquier proyecto. Se temía que para la secuela Paramount/Hasbro disminuyeran el presupuesto considerando que la recaudación en aquella oportunidad no fue tan fabulosa. La presunción se confirma en un 100%. Tal vez los productores hayan pensado que cambiando el enfoque podrían obtener un éxito equivalente o superior al del 2009. Lo cierto es que al reemplazar al director Stephen Sommers por el mucho más impersonal Jon M. Chu se perdió el sentido de la aventura épico, frenético y lleno de humor que es moneda corriente en el infravalorado creador de Agua Viva y Van Helsing, el Cazador de Monstruos. También se erradicó el muy costoso concepto futurista desplegado en escenarios (por aire, tierra y agua), vehículos y gadgets de todo tipo. No hay explicación para la desaparición de muchos personajes pero sí se continúa con la línea argumental iniciada en El Origen de Cobra con Zartan (Arnold Vosloo), un esbirro del Comandante Cobra, todavía asumiendo el rol del Presidente de los EE.UU. (Jonathan Pryce), convertido en una réplica perfecta del Primer mandatario gracias a una revolucionaria cirugía estética. Del elenco primigenio vuelve el astro surcoreano Byung-hun Lee (I saw the Devil) como Storm Shadow (en un rol más ambiguo) y Ray Park como Snake Eyes. Los demás actores brillan por su ausencia: Dennis Quaid, Joseph Gordon-Levitt, Rachel Nichols, Sienna Miller, Marlon Wayans, etc. De los contratados para la secuela podemos mencionar en el bando de los buenos a D.J. Cotrona, la sexy Adrianne Palicki, la francesa Elodie Yung; el enorme, granítico Dwayne Johnson y Bruce Willis como un militar retirado (pero no tanto, ejem); por el bando de los malos tenemos al carismático Ray Stevenson y al ignoto Luke Bracey en el papel del Comandante Cobra (que de todos modos aparece poco). La historia es una mera excusa para enhebrar unas cuantas escenas de acción. La mejor, lejos, es la vertiginosa batalla entre los archienemigos Storm Shadow y Snake Eyes en las montañas. El uso del 3D es impecable en esta secuencia y está bien aprovechado en otras. Nada mal para ser una película no rodada en el formato tridimensional. Como producto esta nueva entrega queda a mitad de camino entre el nivel del filme anterior y lo que sería un directo a Blu-Ray con ambición. Si no se le exige nada G.I. Joe: El Contraataque quizás cumpla con su propósito de entretener. Empero los entendidos en la materia se harán un festín y no quedará nada en pie. Es entendible. A muchos de ellos tampoco los había complacido la película de Sommers. Afortunadamente está bastante recatada la vena patriótica. Si esta franquicia la hubiese hecho propia un tipo como Michael Bay distinta sería la cuestión. Imagínense al chauvinista de Bay, un incondicional de cualquier fuerza militar estadounidense, metiendo las garras en un proyecto de este perfil. Gracias, Dios. En estos pequeños detalles también vemos Su mano…
Aunque Hopkins se vista de Hitchcock... En su época Alfred Hitchcock (1899-1980) fue un director de enorme popularidad que si bien se dirigía al público masivo siempre se las arreglaba para hacer películas de autor disfrazadas de vehículos comerciales. Por desgracia debieron pasar muchos años para que al viejo Hitch se lo reconozca como lo que fue: uno de los más grandes realizadores de la historia del cine. Es inaudito que el artista que estuvo detrás de las cámaras en filmes antológicos de la talla de Pacto siniestro, La Ventana indiscreta, Vértigo o Intriga Internacional jamás haya recibido un premio Oscar de la industria a la que tanto ayudó a cimentar. El ego de los directores es una cuestión álgida y no son pocos los que han pisoteado sus propios ideales para obtener esa traicionera caricia por parte de Hollywood. Sin ir muy lejos pensemos en Martin Scorsese con Los Infiltrados, patética versión hiper comercial del formidable policial hongkonés Asuntos Infernales. Hitchcock sufrió largamente por el desplante de la Academia a lo largo de casi tres décadas pero siguió adelante con una prolífica producción que abarca más de cincuenta obras. Como paliativo en 1968 le entregaron el Irving Thalberg Memorial Award, una estatuilla que está lejos de hacerle justicia como director. Hitchcock, el Maestro del Suspenso propone un homenaje a esta legendaria figura del séptimo arte sin profundizar demasiado en su personalidad ni abundar en datos biográficos que ensombrezcan de alguna forma su memoria. El origen del proyecto surge del libro Alfred Hitchcock and the Making of Psycho (1990) escrito por Stephen Sembello, un auténtico especialista en el británico que aborda en este trabajo todo lo acontecido antes, durante y después del rodaje de Psicosis (1960). Sembello fue la última persona en entrevistar al cineasta el mismo año de su muerte y en 2008 fue convocado para grabar el único audiocomentario para la edición en DVD de este clásico absoluto. Por ende estamos hablando de una reconocida autoridad en el tema. Pese a ello la adaptación de John J. McLaughlin dista de ser interesante y toma varias decisiones que no funcionan. Por ejemplo las escenas imaginarias en las que Hitch interactúa con el tristemente célebre asesino Ed Gein (Michael Wincott) están claramente de más. El tono proclive a la comedia por el que se ha inclinado el muy flojo director Sacha Gervasi tampoco ayuda mucho. Las humoradas de Hitch a veces surten efecto y otras no, lo cual nos lleva al problema mayor de la película: Sir Anthony Hopkins. El actor de El Silencio de los Inocentes por desgracia se revela demasiadas veces por debajo del maquillaje y la caracterización de Hitchcock. Aunque Hopkins se vista del creador de Los Pájaros, Hopkins queda… Los conflictos que plantean Gervasi y McLaughlin sobre la génesis de Psicosis son de público conocimiento por cualquier cinéfilo bien informado. No hay nada, o casi nada, que nos sorprenda en la narración. En resumidas cuentas tenemos a Hitch buscando un proyecto diferente para no seguir repitiéndose tras el exitoso estreno de Intriga Internacional (1959), el hallazgo de una escabrosa novela de Robert Bloch que todos sus colaboradores consideran inadecuada para ser llevada a la pantalla grande, la contratación de Joseph Stefano como guionista (extraordinario aporte de Ralph “Karate Kid” Macchio que hace maravillas con una sola escena), el complicado financiamiento del filme (con Hitchcock y su mujer Alma Reville asumiendo los gastos tras hipotecar su casa hollywoodense), la negociación que hace en persona Hitch con la Oficina del Código Hays siempre dispuesta a censurar a piacere, la elección del elenco (muy buenas actuaciones de Scarlett Johansson y James D''Arcy como Janet Leigh y Anthony Perkins; sólo correcta de Jessica Biel como Vera Miles), las inseguridades de Hitch por lo que parece ser un coqueteo entre su esposa Alma (una vigorosa Helen Mirren) y el mediocre escritor Whitfield Cook (Danny Huston), los entretelones más jugosos del rodaje (no puede faltar la escena del asesinato en la ducha, por supuesto), las campañas de marketing encabezadas por Hitch que debían llamar la atención de los potenciales espectadores, el estreno en sólo dos salas y la contagiosa recomendación del público mediante el boca a boca que convirtió a sus responsables en millonarios en tiempo récord y, por último, la reconciliación de Alma y Hitch. Fin. Hitchcock, el Maestro del Suspenso intenta sacar provecho de un libro magnífico pero el resultado carece de auténtica pasión quedándose en un anodino término medio. Seguiremos esperando que alguien esté a la altura de un personaje tan grande. Aún con sus miserias y obsesiones, ése es el Hitchcock que queremos ver retratado…
Brujerías inocuas para adolescentes En Hollywood se desesperan por encontrarle reemplazo a las sagas literarias que se han adaptado al cine con cierto suceso comercial (el artístico nunca parece ser prioritario). Para tomar la posta de Crepúsculo, una berretada que en un par de años ni la adolescente más fanática recordará sin sentir un poquito de culpa, la productora Alcon Entertainment ha adquirido los derechos de la denominada The Caster Chronicles que consta de cuatro libros: Beautiful Creatures, Beautiful Darkness, Beautiful Chaos y Beautiful Redemption. En principio las novelas de Kami Garcia y Margaret Stohl presentan algunos puntos en común con Crepúsculo: una parejita central de aspecto juvenil que debe superar un montón de obstáculos para estar juntos; el concepto tradicional de pueblo chico, infierno grande; dos o más grupos antagónicos que llevan adelante la historia y hasta ahora no muchas más coincidencias. Porque Hermosas Criaturas, la primera novela, adopta una temática diferente a Crepúsculo: la brujería. Lo importante es observar cómo se desarrolla la misma y qué novedades nos tienen reservadas las autoras. No habiendo leído los libros sólo me queda expresar mis sensaciones con respecto al filme que cuenta con un director sólido y un guionista fantástico: ambas funciones a cargo de Richard LaGravenese (Pescador de Ilusiones, La Princesita, Los Puentes de Madison). Si este hombre se hubiese hecho cargo de algún título de la saga Crepúsculo… bah, no exageremos, ni un mago hubiese logrado el milagro de hacer una buena película con la soporífera obra de Stephenie Meyer. Después de todo Bill Condon, responsable de las penosas dos últimas partes de Twilight, también era un reputado guionista y correcto realizador y demás está decir que fracasó en el intento… Para ser absolutamente sincero Hermosas Criaturas no deslumbra ni es un producto memorable por motivos que ya voy a enumerar. Lo que sí tiene para ofrecer es talento y profesionalismo en la figura clave del adaptador, el mencionado LaGravenese, que sabe escribir diálogos con ingenio, frescura e inteligencia. Si algo no le falta a su trabajo es buen gusto y sentido del humor. Además hay otro acierto esencial para que nos creamos cuanto acontece en la pantalla: dos actores protagónicos que estén a la altura de lo que se espera de ellos. A diferencia de los anodinos Robert Pattinson y Kristen Stewart, la dupla compuesta por Alden Ehrenreich (que estuvo en la Argentina hace unos años filmando Tetro a las órdenes de Francis Coppola) y la neozelandesa Alice Englert (hija de la cineasta Jane Campion, la de La Lección de Piano) quizás no provoquen un revuelo hormonal entre el público teen pero aportan una química excelente e indudables condiciones actorales. En rigor ella pasa por quinceañera a duras penas (alcanzó los 18 el pasado año) y él, con 23 años cumplidos, definitivamente no lo parece. No obstante, la magia del cine permite que estos detalles ocupen un segundo plano a medida que nos vamos introduciendo en el relato. El reparto que se seleccionó para rodearlos tampoco es para despreciar: Jeremy Irons, Viola Davis, Margo Martindale, Emma Thompson y la sensual Emmy Rossum llevan a cabo sus roles con suma facilidad concediéndole a la producción una pátina de bienvenido prestigio actoral. El problema con esta primera entrega que firma LaGravenese hay que buscarlo por lo minimalista que resulta el guión. Sin haber leído la novela no puedo adjudicarle toda la culpa al director de Posdata, te amo pero está claro que el desarrollo de los personajes absorbe unos cuantos de los 124 minutos que dura el filme. Muy poco sucede que no pueda ser narrado inclusive en un episodio televisivo estándar. Afortunadamente tanto el personaje de Ethan Wate como el de su media naranja Lena Duchannes están maravillosamente escritos y aún mejor actuados lo cual compensa las limitaciones de la línea argumental. Que no es mala, insisto, sólo insuficiente para llenar más de dos horas de película. Un aspecto complementario que les da material para trabajar a los intérpretes es la ambientación sureña: la acción transcurre en Gatlin, un pueblito ficticio situado en el estado de Carolina del Sur, de activa participación en la Guerra de Secesión. Esta particularidad es de vital trascendencia histórica para sus habitantes que la celebran todos los años con una recreación bélica que enfrenta a las dos facciones que desangraron al país entre 1861 y 1865. De la trama se puede anticipar que gira en torno a la llegada a Gatlin de la joven Lena (Alice Englert), oveja descarriada de una familia tradicional del lugar entre cuyos fundadores se encuentra su abuelo. Habiendo sido expulsada de varias instituciones educativas la adolescente causa revuelo al ingresar al aula del colegio del pueblo donde conoce a Ethan (Alden Ehrenreich), un muchacho con inquietudes que sueña con marcharse a una ciudad grande ni bien se reciba. Jeremy Irons es Macon Ravenwood, el desamorado tío y tutor de Lena. El apellido Ravenwood es mala palabra para los pobladores de Gatlin: todo el mundo sabe que en esa familia la brujería es algo perfectamente normal… y temible al mismo tiempo. En verdad, como se encarga de aclarar la maléficamente bella Ridley Ravenwood (Emmy Rossum), el asunto es que al cumplir los 16 años cada integrante de la familia debe enrolarse para las fuerzas del Bien o del Mal. Los hombres pueden elegir a voluntad un bando pero las mujeres dependen de su naturaleza. Y Lena, que está cerca de ese fatídico día, desconoce para qué lado de la balanza se inclinará. En este momento crucial de su vida se encuentra la chica cuando se cruza con Ethan. En un comienzo son todas burlas pero detrás de esa pose rebelde y obstinada hay una vulnerabilidad que sólo Ethan percibe. De aquí al amor sólo puede haber un paso… y un millón de motivos para abandonarlo. En base a esta relación que va creciendo con una fuerza tremenda Hermosas Criaturas encuentra el tono adecuado para enganchar al espectador. Más que el argumento lo que seducen son los personajes y las complicaciones que deben enfrentar para sostener el vínculo amoroso. Cada uno evaluará si este esquema apenas salpimentado por unos pocos efectos especiales bien puestos alcanza para seguir de cerca una saga que inevitablemente deberá crecer y sofisticarse en los próximos capítulos. Como puntapié inicial no está nada mal…
Venganza de género rioplatense Los cinéfilos que recuerden la escena del cineclub en El mismo Amor la misma Lluvia, el injustamente olvidado filme de Juan José Campanella, podrían formularle al realizador Israel Adrián Caetano la misma frase desencajada que un espectador, en esa ficción, le espetaba al responsable de un cortometraje recién proyectado: “Flaco… ¿qué quisiste decir?”. Y ahí se armaba la bronca porque si hay algo que no les gusta a los cineastas es tener que explicar su obra, ese viejo lugar común de que el “arte” no se explica. No obstante un caso como Mala, el último opus de Caetano, habría que reconsiderarlo y exigirle al hombre unas palabras que justifiquen semejante desatino. Es tan poco lo que se saca en limpio tras visionar los noventa minutos de puro desconcierto que brinda el uruguayo con su versión sui géneris de un subgénero tan típico de la clase B como “La mujer y la venganza”, que dan ganas de confrontarlo y aclarar los tantos. Porque Mala, el violento derrotero de una sicaria de nombre Rosario a la que insólitamente interpretan cuatro actrices diferentes, se nutre de la reconocida cinefilia de Caetano para construir un relato al que se le pretendió dotar de algunas características más propias del cine de autor. Y me refiero al peor cine de autor, a aquél que deja afuera al público alevosamente para regocijo de cuatro locos sueltos entre los cuales seguramente se encuentran los familiares y amigos del director. Mala fusiona el esqueleto de un exploitation con unas ideas supuestamente avant garde que la desnaturalizan por completo hasta convertirla en un producto híbrido, desabrido. La película no fluye ni interesa, presenta tiempos muertos inexplicables en una historia de este tipo y sólo será recordada por la bizarrísima escena final. Un Caetano pretencioso como pocas veces se lo ha visto en su carrera parece haber olvidado que la simbología debe estar al servicio de la historia y no al revés. Al menos si pretende que la gente acompañe lo que hace. En un punto es entendible querer escapar de las limitaciones del subgénero pero considero harto difícil que esto suceda. Los filmes de clase B que se aferran a esta temática son al cine lo que el blues es a la música: indefectiblemente debes tocar ciertas notas y escalas y el atractivo se basa más en la ejecución que en las diferencias que puedas encontrar en las canciones. La calidad fílmica del creador de Un Oso Rojo está desconocida en Mala pero los problemas ya vienen desde el desastroso guión que firma conjuntamente con Bruno Hernández y su asistente de dirección Luciana Piantanida. No hay nada que funcione: las escenas de acción casi no existen, el suspenso no llega ni a esbozarse, los diálogos dan vergüenza ajena y la línea argumental es de una chatura imperdonable. La audaz jugada de sumar a Liz Solari, María Dupláa y Brenda Gandini como proyecciones que se hacen los personajes de la asesina interpretada con convicción y garra por Florencia Raggi (la única actuación rescatable, dicho sea de paso) provocan un distanciamiento enorme en el receptor que debe ponerse a elucubrar el significado de cada transformación en lugar de apreciar la escena por lo que es en términos dramáticos. La trama es tan caprichosa como deshilachada. En un confuso prólogo se supone que Rosario ve cómo un hombre (¿su hombre?) estrangula a su pequeño hijo. Atropelladamente nos enteramos que con el paso del tiempo Rosario se convirtió en una extraña “defensora” de las mujeres golpeadas o abusadas psicológicamente por sus parejas. Por un precio justo Rosario ajusticia sin miramientos a estos machos alfas aunque se juegue la piel en la misión. Y esto es lo que sucede apenas iniciada la proyección: tras asesinar a un político prominente Rosario se da a la fuga (ridícula por las decisiones de Caetano en materia de puesta en escena y montaje) pero es capturada, retenida en una casa segura y golpeada por la policía. De esta tensa situación es rescatada por María (Ana Celentano), personaje con zonas oscuras que debido a un accidente ha quedado incapacitada para caminar. Esta ex competidora de lanzamiento con ballesta quiere vengarse de su ex marido Rodrigo (Rafael Ferro), a quien culpa de su infortunio, que se ha vuelto a casar y espera un hijo con la pusilánime Angélica (Juana Viale). El pedido de María obliga a Rosario a modificar su forma de trabajo porque la asignación requiere específicamente hacer de la vida de Rodrigo una pesadilla pero no la autoriza a matarlo. Evidentemente esta idea le sirve a Caetano para desarrollar una especie de vínculo entre Rodrigo y Rosario (su alter ego aquí es la veterinaria a la que le presta el cuerpo María Dupláa). Para Rosario quizás no sea exactamente una conexión amorosa sino más bien un replanteo de su visión unívoca sobre los hombres. Sin embargo el extremo clímax de Mala vuelve a arrojar un manto de dudas con respecto a lo que le pasa a este personaje cuya humanidad fue aniquilada en su juventud debida a una pérdida irreparable. Que Caetano conoce su oficio es una obviedad sabida por todo el ambiente desde sus primeras obras. ¿Será posible que las atroces incoherencias argumentales, el humor (involuntario) y las desprolijidades técnicas estén ahí como algo ex profeso? El realizador de Crónica de una Fuga declaró que Mala no debía ser juzgada con solemnidad pero para eso le faltó dar con el tono “festivo” y la sabrosa complicidad con la audiencia que sí logró Quentin Tarantino, por ejemplo, con Kill Bill, Vol. 1 y 2. En mi opinión el experimento de Caetano no salió bien y viendo el escaso público que está llevando a las salas su película deberá analizar detenidamente en dónde se equivocó. Pese al traspié sigue teniendo carta blanca… por ahora.
Un regreso digno pero con altibajos Con El Vuelo se produce el esperado retorno del consagrado Robert Zemeckis a la dirección de films no animados. Al bueno de Robert lo habíamos dejado en penitencia luego de que nos defraudara con sus últimos trabajos rodados con la técnica de captura de movimiento. Ni El Expreso Polar (2004) ni Beowulf, la leyenda (2007) ni Los Fantasmas de Scrooge (2009) han estado a la altura de un realizador que en los 80 y 90s nos deleitó con algunos de los títulos más emblemáticos del cine estadounidense (¿es necesario recordar cuáles son?). De algún modo es como si Náufrago (2000) fuera la última película que uno recuerda con cierto cariño y respeto. Encaprichado con la animación para Zemeckis la década pasada transcurrió con más pena que gloria. Para colmo su entusiasmo provocó un efecto contagio en su antiguo mentor Steven Spielberg quien asociado con Peter Jackson incursionó en el rubro sin mucho éxito artístico con Las Aventuras de Tintín (está planificada una segunda entrega para el 2015). Lo importante en todo caso es que hay una buena y una mala noticia. La buena es que El Vuelo nos muestra a nuestro admirado Zemeckis en pleno uso de sus capacidades, que no son pocas, para contar una historia con su reconocido pulso narrativo intacto. La mala es que el material escogido es de un interés relativo, al menos para mí, y sufre del síndrome “telefilme de la semana”. El paquetito es lindo, la envoltura también, pero el contenido no genera ninguna emoción en particular. Un avance modesto sería la conclusión más justa. El director de la trilogía de Volver al Futuro ha logrado reunir a buena parte de su equipo habitual (entre ellos el DF Don Burgess y el compositor Alan Silvestri) y se ha rodeado de un estupendo plantel de actores para plasmar un relato que prioriza el estudio de caracteres y se desentiende de innovar o sorprender desde el plano argumental. El guión de John Gatins toca varias cuerdas del género pero no profundiza mucho en ninguna de ellas: hay algo de cine catástrofe, una innecesaria subtrama romántica con la colorada Kelly Reilly (la inglesita descubierta en Eden Lake), un esbozo de drama familiar, toques de humor y una secuencia final con una audiencia símil juicio que permiten el lucimiento de varios intérpretes secundarios (John Goodman, Don Cheadle, Melissa Leo) y no mucho más. La diversidad de elementos puestos en pantalla no terminan de cohesionar como deberían y estiran una trama cuyo ritmo de a ratos se resiente sin llegar al extremo de aburrir. En los 25 minutos iniciales tenemos una presentación de alto impacto con el accidente de aviación que dispara el drama concreto del Capitán William “Látigo” Whitaker (un tremendo Denzel Washington): el hombre es adicto a las drogas y un borracho perdido. Que en estado de ebriedad consiga la hazaña de aterrizar de emergencia una nave con más de 100 pasajeros a bordo salvando la vida de casi todos no quita la gravedad de su condición y una alarmante falta de profesionalismo. Por extraño que parezca, aún alcoholizado, Whitaker exhibió recursos notables para pilotear el avión cuando nadie hubiese podido hacerlo ni siquiera estando sobrio. Este ser atormentado que ha perdido a su mujer e hijo debido a sus excesos con la bebida se convierte de la noche a la mañana en una figura mediática ensalzada por propios y extraños. La situación cambia drásticamente cuando se revela la presencia de sustancias prohibidas en los resultados de los análisis de toxicología que le efectúan en el hospital donde se recupera de sus heridas. Aquí entran en juego su amigo del sindicato Charlie (Bruce Greenwood) y el abogado Hugh Lang (Don Cheadle) que interviene para intentar salvarlo del escarnio público y, todavía más importante, de evitar que la Justicia lo condene penalmente. John Goodman, en un rol muy pobre para un actor de su estatura, encarna a un “dealer” cool siempre listo para “ayudar” a Whitaker. Kelly Reilly, por su parte, es Nicole, una heroinómana que el piloto conoce en el hospital y a la que invita a pasar una temporada con él en su granja oculta al escrutinio de la prensa. El último personaje que voy a mencionar es el de la investigadora Ellen Block, un papel que Melissa Leo resuelve con suma autoridad pero que carece de desarrollo. Esta representante de la National Transportation Safety Board (Junta Nacional de Seguridad del Transporte) es, apenas, la amenaza visible para que la película cuente con un antagonista humano. Porque para Witaker hay un solo rival a vencer y es él mismo. Zemeckis narra esta lucha interna con su proverbial solvencia técnica y un buen gusto innegociable para la puesta en escena. Con algunos ajustes más de guión el saldo final sería mucho más satisfactorio. Tal como están las cosas, El Vuelo es un filme menor y correcto con una nominación al Oscar lógica para Denzel Washington y otra para el escritor John Gatins francamente incomprensible.
A Spielberg la trascendencia le sienta bien Durante toda su vida adulta Steven Spielberg buscó con ahínco el reconocimiento de la industria, de la crítica y, porqué no, también del público que lo había etiquetado, algo apresuradamente, como un notable narrador de películas de alto perfil comercial pero incapaz de trascender esa barrera. Más de un colega se hubiese aferrado alegremente al sayo de Rey de Midas de Hollywood. No así Spielberg que en su carrera nunca pecó de conformista. Quizás no siempre le han salido bien pero sus obras denotan una búsqueda (temática, estilística) que con el transcurrir de los años se ha intensificado y perfeccionado hasta alcanzar la madurez con Lincoln, su primera obra maestra desde La Lista de Schindler (1993). Claro que el camino que ha desembocado en este espléndido presente tuvo desvíos, bifurcaciones, avances y retrocesos varios. Algo lógico si analizamos su filmografía en la que ha alternado proyectos personales (Amistad, Rescatando al Soldado Ryan, Munich) con otros inobjetablemente orientados al éxito de taquilla (El Mundo Perdido: Jurassic Park, Guerra de los Mundos, Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal). Allá a lo lejos queda el infausto recuerdo de las 11 nominaciones al Oscar de El Color Púrpura, el melodrama con el que el realizador de Tiburón se calzó los pantalones largos en 1985, y que pasara a la historia no sólo por perder en cada una de ellas (África mía resultó la gran ganadora de la noche) sino por el desaire que representó excluir a Spielberg de la terna correspondiente a Mejor Director. Le costó recuperarse de esa humillación pero eso no impidió que el hombre continuara abriéndose paso en la Meca del cine a fuerza de convicción en sus ideales. Y así nos entregó la bella y despareja El Imperio del Sol (1987), que ahonda en temas que Steven volvería a desarrollar en trabajos posteriores. La Academia, no obstante, lo ignoró una vez más. Recién con La Lista de Schindler, en la entrega de 1994, se haría justicia en Hollywood. Y en 1999 repetiría con Rescatando al Soldado Ryan, drama bélico de gran vigor y también con varias fallas atribuibles a un espíritu en ocasiones excesivamente sentimental. Lincoln, biografía parcial del 16º presidente de los Estados Unidos con el que Spielberg ha manifestado estar obsesionado desde los seis años de edad, es la película con mayor cantidad de nominaciones en este 2013: 12 en total, incluyendo los rubros principales. Con dos Oscar en su haber S.S. puede olvidarse de sufrir esa ansiedad desesperante por ganar. Más allá de lo que suceda en la ceremonia del próximo 24 de febrero, creo que merece llevarse a casa un tercer Oscar. Lincoln es maravillosa porque Spielberg además de su talento como cineasta ha sabido brindar una visión ecuánime sobre el personaje sin ensalzarlo por sus logros ni destruirlo por sus errores. Y por cierto que no es una versión lavada del primer mandatario ya que ambas facetas están a la vista en el extraordinario guión de Tony Kushner. La trama disecciona un momento crucial en la historia estadounidense: la aprobación de la 13ª Enmienda a la Constitución que abolió para siempre la esclavitud y dio por terminada la cruenta Guerra de Secesión que enfrentó a la Unión con los Confederados entre 1861 y 1865. Kushner se basó parcialmente en el libro de Doris Kearns Goodwin “Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln” y estuvo once años escribiendo, resumiendo y puliendo un guión original que contaba con 500 páginas. De haberse rodado tal como fue concebido estaríamos hablando no de un largometraje sino de cuatro. En la versión primigenia Kushner tomaba los últimos cuatro meses de la vida del presidente. Correcciones mediante quedarían sólo dos, aunque en rigor casi toda la acción transcurre en apenas un mes: enero de 1865. El primer acierto de Lincoln es lo bien que administra una enorme cantidad de hechos verídicos al espectador que asimila la información correctamente aún sin estar empapado en el tema. Que los sucesos sean de corte netamente político y sin embargo conserven la claridad expositiva, el nervio dramático y hasta una dimensión emocional en las instancias claves del relato es el gran triunfo de Spielberg. El rasgo que sobresale en Lincoln es la decisión de estructurar el filme como un thriller político antes que como una biopic tradicional. Abraham Lincoln (1809-1865) fue una figura esencial para la consolidación de los derechos civiles en su país pero para hacerlo debió implementar una compleja estrategia política que le posibilitara negociar el fin de la guerra mientras sus colaboradores conseguían la cantidad de votos necesaria para sacar adelante la 13ª Enmienda. Era de una importancia vital que la misma se aprobara antes de decretarse el cese definitivo de las hostilidades entre el Norte y el Sur. En una carrera contrarreloj un Lincoln generalmente reflexivo y más bien lento para tomar decisiones apela a todas las triquiñuelas que le posibilita su cargo y va por el objetivo sin que le tiemble el pulso. El fin revestía de una trascendencia tan grande que los medios quedaban en segundo plano. La ética quedaría para otra oportunidad. Junto al presidente (interpretado sabiamente por el genial e inigualable Daniel Day Lewis) se alistan varios políticos abolicionistas que en otras épocas le han antagonizado debido a diferencias ideológicas. Aquellos que animaron titánicas batallas de escritorio con Lincoln esta vez compartían una idéntica postura. Son muchos los que trabajan a favor de la 13ª Enmienda pero el que más se destaca por peso propio es el republicano radical Taddheus Stevens, miembro de gran influencia en la Cámara de Representantes que abraza la causa con una pasión llamativa. Si alguien piensa que detrás de ese ardor civil hay gato escondido quizás no esté tan desacertado. Como Stevens aparece en todo su esplendor el recio Tommy Lee Jones en un papel a su medida que posiblemente sea recompensado con un Oscar. Del extensísimo reparto también merecen mención Sally Field (en el rol de la atormentada esposa de Lincoln), David Strathairn (el Secretario de Estado William Seward), James Spader (un vulgar y encantador lobbysta), el nonagenario Hal Holbrook (el líder del Partido Republicano Francis Preston Blair) y una breve participación del inglés Jared Harris como el General de la Unión Ulysses S. Grant que algunos años después sería elegido presidente de los Estados Unidos. ¿Cómo hacer atractiva una historia cuya resolución todo el mundo conoce sin adornarla con escenas épicas o giros novelescos? Sólo el maestro Spielberg puede responder el interrogante y como es dudoso que esté dispuesto a revelar los secretos de su magia lo mejor es sentarse en la butaca y disfrutar de la inteligencia de una película que conmueve, deslumbra y sorprende por su alto nivel narrativo.
Con espíritu ultra bizarro Hansel y Gretel: Cazadores de Brujas recrea el cuento clásico de los hermanos Grimm con fines inconfesables y en mi opinión, contra todos los pronósticos, se sale con la suya. Justificar este aserto, sin embargo, puede caer en el subjetivismo absoluto. El filme del noruego Tommy Wirkola (Dead Snow) de algún modo se sobrepone a los prejuicios en ciernes después de las malas experiencias que vivimos recientemente con las recreaciones de las historias de Caperucita Roja y Blancanieves. Creo que la gran diferencia con La Chica de la Capa Roja y Blancanieves y el Cazador es la personalidad explosiva de Wirkola que mezcla sin titubeos el gore más impactante visto en una sala de cine de un tiempo a esta parte con la acción desaforada que le permite una producción holgada aunque en rigor el espíritu de la clase “Z” sobrevuela constantemente el relato. De acuerdo a cómo puedan asimilar los espectadores las características extremas de esta aventura con elementos de horror magníficamente ensalzada por el uso del 3D, se disfrutará más o menos del convite. Almas sensibles y buscadores de filmes de qualité: esta no es su película. Sépanlo. La trama desarrollada por el propio Virkola junto a D.W. Harper es poco fiel al cuento de hadas y sólo respeta parcialmente su punto de partida. Recordemos que los hermanos, siendo apenas unos niños, son abandonados en el bosque por sus padres. Luego de esa escena en Hansel y Gretel: Cazadores de Brujas hay una elipsis que deja afuera el regreso a casa a través del camino de piedras, y el segundo abandono con el plan del sendero de migas de pan malogrado por los pájaros hambrientos. Corte al hallazgo de la casa de la bruja construida en base a caramelos, chocolates y diversos dulces y la posterior captura de los chicos. La muerte de la anciana en el horno es la última coincidencia con la famosa historia recopilada por los Grimm. A partir de esta confrontación la adaptación toma por carriles insólitos. El concepto a vender: pasaron unos cuantos años y Hansel y Gretel ya son adultos y se dedican al pingüe negocio de cobrar una recompensa por cazar y matar brujas. Es un trabajo sucio pero alguien lo tiene que hacer… ¿o no? Ya cómodamente instalados en este particular universo medieval lleno de anacronismos (por ejemplo las armas de fuego sofisticadas que utilizan los hermanos), Virkola no pierde ni medio segundo de la vertiginosa hora y media de metraje para dar rienda suelta a una imaginación tan salvaje como sus personajes principales. El nudo central del guión narra la llegada de Hansel (Jeremy Renner) y Gretel (la sexy británica Gemma Arterton) a un pueblo donde impiden la ejecución de una mujer (Pihla Viitala) acusada de bruja por el sheriff del lugar (el especialista en villanos Peter Stormare que aquí le va peor que en la prodigiosa El último Desafío). Convocados por el intendente Engleman (Rainer Bock) los cazadores se muestran ante la población tan arrogantes como confiados en su fuerza conjunta. Gretel exhibe sus buenos modales partiéndole la nariz de un cabezazo a Berringer y Hansel padece de una enfermedad en la sangre por la cantidad de golosinas que lo obligó a comer la bruja en su niñez (!). Para combatirla se inyecta un preparado cada tantas horas que le estabiliza el metabolismo. Cualquier semejanza con la diabetes… El motivo de la contratación de estos posmodernos cazarecompensas es la desaparición de varios niños. Detrás de estos secuestros se encuentra una Gran Bruja, la maléfica Muriel (una decente Famke Janssen), quien desde hace siglos intenta llevar a cabo un ritual que le permita resistir -a ella y a sus congéneres- el único elemento que las destruye: el fuego. Paralelo a esto se van produciendo revelaciones sobre el origen de Hansel y Gretel que no serán de una creatividad abismal pero que al menos le agregan un par de vueltas de tuercas al lineal argumento. Una criatura solitaria magníficamente diseñada por el que Virkola y su socio merecen una nota sobresaliente (hago extensible la felicitación al equipo de efectos) es el troll Edward (la voz pertenece a Robin Atkin Downes) que se roba varias escenas con total justicia. Edward no sólo resulta creíble sino que también emociona. No se puede decir lo mismo de ningún otro personaje de la película. Los actores humanos superados por una creación digital. El futuro llegó, señores… Esta versión pop bizarra de Hansel y Gretel es tan absurda que no se preocupa por lo ridículo que se ve Jeremy Renner, una elección de casting harto improbable para el rol protagónico masculino, al lado de su “hermana” Gemma Arterton. El actor de Vivir al límite le lleva quince años de edad a la inglesita. Esta peculiaridad refleja cabalmente la irreverencia con que Virkola ha tratado su material. La apuesta era riesgosa pero al noruego el capricho le salió bien: la película es realmente divertida.