Grandes actores, comedia minúscula Viéndolo actuar a Billy Crystal en la comedia S.O.S.: Familia en apuros uno no puede menos que lamentarse por lo poco que se prodiga en pantalla últimamente este eximio comediante, tan apto para las réplicas ácidas en one-liners geniales como para el humor físico sin perder nunca el timing cómico exacto. Cualidades difíciles de encontrar en los actores del género hoy día. De hecho tanto su interpretación como la de su partenaire de ocasión, la Divine Bette Midler, son el principal atractivo de una película que atrasa en su postura ideológica, muy hollywoodense, sobre los valores familiares. El contraste entre la educación chapada a la antigua que representa la pareja integrada por Artie (Billy) y Diane Decker (Bette) en contraposición con la hiper moderna concepción formativa, con énfasis en la psicología, de la que se enorgullecen su hija Alice (Marisa Tomei) y su yerno Phil (Tom Everett Scott), es el eje de la historia escrita por Lisa Addario y Joe Syracuse; y dirigida sin alardes, con prolijo oficio, por Andy Fickman (La Montaña Embrujada). Aunque Parental Guidance, su más formal título original, no pueda superar a muchas comedias ATP de similar tenor, el talento de los actores involucrados le saca el máximo provecho a las numerosas situaciones de humor urdidas por los autores. Con todos sus problemas la película da en el blanco no pocas veces a través de gags de seguro efecto, siempre y cuando el espectador manifieste una mínima empatía por el estilo actoral de Billy y Bette. Para los que no comparten este gusto cumplo en advertir que la experiencia puede resultar intolerable... Como relato el filme de Andy Fickman no rehuye a la más arraigada de las convenciones yanquis ya desde la ocupación de su protagonista: Artie Decker es la voz del estadio de un equipo de béisbol de Atlanta, Georgia. En la ficción este trabajo cumple un doble propósito: permitirle a Crystal un pase libre para su formidable verborragia (los chistes están aquí a la orden del día) y, por otro lado, rendirle homenaje al deporte que el actor de Analízame más admira (ver el telefilme 61*, también dirigido por él, para despejar cualquier duda). Desde lo temático el muy temprano despido de Artie le concede a los guionistas y al director una oportunidad inmejorable para seguir refiriéndose a la recesión económica. El motivo que le esgrimen para el cese al veterano relator apunta a una renovación generacional que presenta puntos en común con lo que le ocurría al personaje de Clint Eastwood en Curvas de la Vida. Lo importante, más allá de los argumentos inferidos, es que la mala nueva impacta a Artie sobremanera. Pese al consuelo de su esposa el salvavidas llega desde la persona más inesperada: su hija Alice, con la que mantiene una relación distante. Alice y su marido recurren a los Decker, que como se podrá apreciar más adelante es la menos popular de las dos parejas de abuelos, para solicitarles que viajen a su hogar para hacerse cargo de los chicos mientras ellos se ausentan por unos días. La idea no le cierra a nadie excepto a Diane que considera la petición una segunda oportunidad para afianzar el vínculo con sus nietos. Presionado por su mujer a Artie no le queda más remedio que acceder. Ni bien instalados en la casa (un prototipo de vivienda del futuro con la que no se sienten cómodos) empiezan los conflictos para el matrimonio: Alice les desconfía, los chicos los desconocen y se horrorizan porque transgreden una larga lista de reglas instaurada por sus padres. Harper (Bailee Madison), de 12 años, es una chica muy dulce pero algo tensa por las exigentes prácticas de violín; el hermanito del medio, Turner (Joshua Rush), es tan inteligente como inseguro y no puede evitar tartamudear al hablar; Barker (Kyle Harrison Breitkopf), de sólo cinco años, es el más pequeño pero también el más alocado y travieso. Una escena en un baño público en la que participan Cyistal y este simpático niño debe estar entre lo más hilarante que he visto en tiempos recientes. No es un humor refinado pero Crystal de todos modos le saca lustre con su prodigiosa e inagotable vis cómica. Si otras escenas mantuvieran el mismo nivel la película generaría otro entusiasmo... Como todo el mundo se podrá imaginar, los resentimientos y el dolor de viejas heridas entre padres e hijos harán eclosión en esos escasos días de convivencia pero gracias a la buena fe de los implicados la redención no tardará en aparecer para que la familia vuelva a estar unida y, de paso, proveyendo por el camino lecciones de vida a discreción. Cada uno habrá aprendido que no hay un sólo abordaje posible para la formación de los chicos y que lo anticuado, mientras no falten el amor y el respeto, sigue funcionando tan bien como cualquier método actual de enseñanza. Este mensaje burdo no es algo que me fascine precisamente. Hay comedias que lo han formulado con más ingenio pero pese a esa media hora final en la que S.O.S.: Familia en apuros derrapa sin remedio, debo reconocer que el compromiso profesional de Billy Crystal y Bette Midler así como la frescura de los niños, de fantástico desempeño los tres, compensa en parte los excesos sentimentales. Y cuando hacen reír, lo hacen en serio. Estos actores son demasiado valiosos para desperdiciarlos en una historia tan básica y endeble. A elegir un mejor proyecto la próxima vez...
Buscando a Dios en bote Las películas que desbordan de efectos visuales tienden a compensar con recursos de producción costosísimos la escasa, por no decir nula, riqueza de sus historias. Por eso merece celebrarse una excepción a la regla como Una Vida Extraordinaria, proeza fílmica hollywoodense que aúna los talentos de una multitud de artistas encabezada por el director taiwanés Ang Lee. Por muchos años este proyecto de Fox 2000 Pictures basado en la novela de Yann Martel fue pasando de mano en mano sin llegar a cristalizarse por varios motivos. En 2004 M. Night Shayamalan aceptó hacerse cargo del guión y la dirección pero se desligó para rodar La Dama en el Agua; en 2005 el interesado fue el mexicano Alfonso Cuarón aunque finalmente prefirió filmar Niños del Hombre; en 2006 fue contratado un tercer director, el francés Jean-Pierre Jeunet, pero a la larga también renunció. El cargo quedó vacante hasta que en 2009 se designó a Ang Lee como nuevo director. Más de tres años requirió la preparación de los elaborados efectos CGI implementados por la muy ducha empresa Rhythm & Hues Studios. Tantos meses de investigación dieron sus frutos en todas y cada una de las facetas visuales de la obra. Pero el triunfo más rotundo es la creación virtual del tigre Richard Parker, casi tan importante como Pi, el protagonista. Posiblemente Una Aventura Extraordinaria no se hubiese podido llevar a cabo sin él. Analizando todos estos pormenores resulta evidente que las postergaciones jugaron a favor de la película. Hace diez años hubiese sido imposible semejante logro técnico. Además el fantástico uso del 3D le permite a Lee y a su equipo potenciar la belleza, el lirismo y la majestuosidad de un relato tan simbólico como conmovedor. Una Aventura Extraordinaria desarrolla maravillosamente un tema clásico como el viaje iniciático. O, si prefieren, el Camino del Héroe. Las películas que se apoyan en este complejísimo andamiaje narrativo están por lo general muy conectadas a la fábula, a la mitología y a la fantasía pero el subtexto resuena muy profundo en el inconciente colectivo. Cuando la técnica está bien aplicada el espectador se identifica plenamente con la transformación interna del héroe. El filme de Ang Lee pertenece a esa clase de relatos que se ponen en marcha por intermedio de un personaje –generalmente el protagonista- que en el presente cuenta sus grandes hazañas mediante un extenso flashback. El guión entra y sale de ese flashback cada vez que la acción requiere de una pausa o de una breve reflexión sobre lo acontecido hasta entonces. No es necesario aclarar que dicha narración está teñida de subjetivismo y que lo que se cuenta puede ser real, imaginario, simbólico o una mezcla de cada cosa (como ejemplos podemos citar a Forrest Gump, Titanic, El Gran Pez o la reciente El Hobbit: Un Viaje Inesperado). En este caso el narrador es Pi en su edad adulta (interpretado por Irrfan Khan) y el oyente un escritor (Rafe Spall) empeñado en hallar material fresco para una novela. El trasfondo filosófico del libro de Yann Martel le cae de perillas al guionista David Magee que ha escrito una adaptación sensacional que acaba de ser recompensada con una nominación al premio Oscar. Es dable agregar que Una Aventura Extraordinaria ha conseguido un total de 11 nominaciones, entre las cuales se encuentran Mejor Película, Mejor Director, Mejor Fotografía y Mejores Efectos Visuales. Sólo la ha superado Lincoln, de Steven Spielberg, con apenas una nominación más. La información que se va sembrando sobre Pi desde su infancia hasta el naufragio que marca su vida en la adolescencia configura una crónica detallada y fascinante sobre un sujeto para nada convencional. Estamos hablando de un ser por demás inteligente, ávido de conocimiento y con muchas inquietudes sobre las religiones. A través de ellas Pi (Suraj Sharma) busca encontrarle un sentido al mundo pero como bien le advierte su padre Santosh (un formidable Adil Hussain) no es posible que el hinduismo, el catolicismo y el islamismo coexistan en un solo individuo. Pero Pi es joven, como se apresura en justificar su madre Gita (Tabu), y sólo está buscando una respuesta que lo conforme espiritualmente. El muchacho reside con sus padres y su hermano mayor Ravi (Vibish Sivakumar) en Pondicherry, región de la India que formaba parte del Imperio Colonial Francés. Durante un largo tiempo papá Santosh mantiene a los suyos gracias a un zoológico del que es propietario. Hasta que las circunstancias lo obligan a venderlo para emigrar al Canadá donde le han prometido un puesto de trabajo. Apenado por dejar atrás su cultura, su ciudad y su novia, Pi aborda junto con su familia el carguero japonés Tsimtsum. También son trasladados al barco muchos de los animales del zoológico para ponerlos a la venta en el continente americano. Tras unas pocas escenas de transición –la más trascendente la discusión con el cocinero brutal que encarna Gérard Depardieu- se desata la tormenta cuya furia provoca el hundimiento del Tsimtsum. Pi sobrevive milagrosamente pero todos los demás perecen. E imaginen su sorpresa cuando descubre que en el bote salvavidas se ha escondido Richard Parker, el tigre de Bengala con el que su padre le enseñara una inolvidable lección siendo un niño para hacerle comprender la naturaleza salvaje del animal. Aquí empieza la verdadera epopeya de Pi al experimentar una profunda transformación interior a partir de las situaciones extremas que le tocan vivir en los 227 días que permanece solo en medio del océano, dependiendo de muchos factores externos y de su propia habilidad para subsistir. El guión rebosa de peripecias dramáticas vinculadas a la supervivencia y a la áspera convivencia con el tigre que no acepta mansamente la presencia de Pi en el bote. Cada secuencia es una obra de arte pensada por Ang Lee con una imaginación admirable y diseñada por el equipo técnico (la dirección de fotografía del chileno Claudio Miranda es de un preciosismo asombroso y creo que ya tiene el Oscar asegurado) con un afán de perfección notable. La película causa un embeleso sensorial constante –la música de Mychael Danna colabora sobremanera para que así sea- y realmente deja un sedimento en la audiencia. El todo conforma un núcleo homogéneo y coherente en el que lo exótico comulga con lo sorpresivo pero siempre atendiendo una línea argumental fundamentada en la espiritualidad que además está excelentemente tratada para la comprensión de los miembros más chicos de la familia. Una Aventura Extraordinaria, por si no ha quedado claro, fusiona forma y contenido con la brillantez de las más espléndidas obras del género. Para Ang Lee seguramente será un hito en su carrera, siempre propensa a indagar en los pliegues más recónditos de la humanidad. En lo eventual se me ocurre que será difícil que entregue un film de una calidad superior a éste. Un elogio que en raras ocasaiones suelo dispensar... A esta altura encontrar una mínima originalidad en el cine es casi utópico pero la esperanza nunca se pierde, y de cuando en cuando una historia como la de Una Aventura Extraordinaria nos recuerda por qué nos enamoramos de este bendito arte. Y así, como espectadores, subsistimos también nosotros…
El héroe menos pensado Desde que John Lasseter, el fundador de Pixar, supervisa las producciones animadas para los Estudios Disney no hay franja del público que se quede afuera. Con Ralph, el Demoledor se confirma por enésima vez el olfato comercial del creador de Toy Story. La película es una comedia de aventuras multitarget que disfrutarán especialmente quienes hayan jugado con las consolas de video o hayan estado internado días enteros en galerías tipo Sacoa en las décadas del 80 y 90. Fui testigo de la mejor prueba de testeo en el reciente 27º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata donde el film se exhibió presentado ni más ni menos que por su director Rich Moore con una respuesta increíble por parte de los espectadores que lo ovacionó durante varios minutos al concluir la proyección. La historia trabaja sobre un concepto novedoso: ¿qué pasaría si el villano de un videojuego se cansa de su rol y quiere pasarse al otro bando? Con esta premisa los argumentistas, entre los cuales se encuentra el realizador, desarrollaron una trama elaborada hasta el mínimo detalle en la que abundan el humor, la fantasía, la acción, el vértigo, bellísimos diseños animados muy bien aprovechados gracias a la profundidad de campo y la nitidez del 3D; y el esperado homenaje a toda una galería de personajes del rubro que a muchos les hará sentir una profunda nostalgia. Después de todo en esos personajes está anclada la infancia de toda una generación que encontrará irresistible la oportunidad de volver a verlos aunque más no sea en un largometraje de ficción. Las decenas de cameos que se van hilvanando casi desde el comienzo –y que por suerte no le quitan impulso a la línea argumental ni se imponen como algo forzado por los escritores- son apenas un condimento extra porque Ralph, el Demoledor se apoya en un sólido trabajo de guión. Y ni hablar del aspecto técnico que como se imaginarán apunta muy alto tratándose de Disney / Lasseter. Hay algo del universo de Toy Story en la forma en que los personajes de los juegos de video esconden su secreto de los humanos. Y aquí el temor no es que el Andy de turno crezca y se canse de ellos sino una variación: que el dueño de la Arcade desenchufe el juego definitivamente dejando a sus “trabajadores” en la calle. Exactamente ése es el conflicto que se desencadena cuando en el 30º aniversario de Fix-it Felix Jr., ofendido por no haber sido invitado a la fiesta de celebración, Ralph se marcha del juego en el que el pequeño Felix va reconstruyendo con su martillo los edificios que él destruye sistemáticamente cada vez que alguien introduce un fichín en la máquina. Resuelto a demostrarle a todos que puede cambiar su naturaleza villanesca Ralph se infiltra en el violento Hero’s Duty tras enterarse que al ganador se le entrega una moneda con la que podría regresar victorioso a Fix-it Felix Jr. Pero nada es tan simple para Ralph que acobardado por el agresivo entorno del Hero’s Duty se escapa en una nave espacial perseguido por un Cybug, organismo biomecánico que ataca a los humanos, y sufre un aterrizaje forzoso en un juego para niñas de carreras de autos llamado Sugar Rush. Y aquí es donde Ralph conoce a la pícara y encantadora niña Vanellope von Schweetz que se apropia de su medalla para ganar el derecho a participar de la competencia de karts aunque lo tiene prohibido por el Rey Caramelo. Claro que la historia no concluye en este punto: el guión sigue evolucionando hasta el mismo clímax con sorpresas estilísticas y algunos giros narrativos inesperados que serán del agrado de grandes y chicos. Estén familiarizados con los juegos de video o no. Ralph, el Demoledor es una obra producida con tecnología de punta que denota muchísimo esmero como muchas otras películas del género. Lo que las demás no siempre tienen es un eje emocional que obligue al espectador a reverla incansablemente. Rich Moore ha plasmado una aventura animada inteligente y con corazón en la que cada recurso de producción invertido está al servicio de una historia bella, dinámica y divertida que apela a la memoria colectiva para lograr la identificación de su público. La advertencia que formula sobre los preconceptos es tan valiosa como el mensaje sobre la amistad que emerge nítidamente a partir de la relación entre Vanellope y Ralph, ese gigante de 2, 7 metros inspirado en Donkey Kong que al fin y al cabo demuestra estar más necesitado de un toque de afecto que de una gesta heroica.
El altruismo de una madre Tras su promisorio debut con El Orfanato (2007) el español J.A. Bayona se tomó cinco años para plasmar su segundo opus. La espera valió largamente la espera porque Lo Imposible no sólo supera el nivel alcanzado en su ópera prima sino que se constituye en un conmovedor registro de lo que es capaz la voluntad humana en instancias de máximo dramatismo. La historia que aborda Bayona junto a su guionista Sergio G. Sánchez es la odisea que vivió una familia de origen ibérico tras ser arrastrados por una ola gigantesca -¿recuerdan el tsunami del sudeste asiático de 2004?- y perder el contacto entre ellos. La adaptación modificó la nacionalidad de la familia Álvarez- Belón que aquí se apellida Bennet y está integrada por Henry (Ewan McGregor, estupendo), Maria (Naomi Watts en un papel merecedor de un premio Oscar) y sus hijos Lucas (Tom Holland, también excelente), Thomas (Samuel Joslin) y Simon (Oaklee Pendergast). Debido al trabajo de Henry los Bennet son una familia itinerante que en los últimos meses han residido en Japón. Para pasar la Navidad Henry y los suyos viajan a un complejo hotelero situado a metros de la costa en una paradisíaca playa de Tailandia. En ese lugar privilegiado del Océano Índico la Madre Naturaleza les tenía reservado el desafío más grande de sus vidas: sobrevivir a la catástrofe y afrontar la búsqueda de los familiares extraviados con la zozobra de no saber si están vivos o no. Spoiler. La estructura de la película consta de una presentación con la llegada de los personajes al hotel para disfrutar las fiestas; luego la situación desencadenante que divide a los Bennet: por un lado tenemos a una Maria muy lastimada por los escombros que impulsó la ola, y a su hijo mayor Lucas; y por el otro lado a Henry y los pequeños Thomas y Simon. El segmento que se lleva las palmas en términos dramáticos es el que da cuenta del periplo de Maria y Lucas desde que los azota el tsunami hasta que logran ser trasladados a un hospital. El esfuerzo físico y la templanza de espíritu que evidencian madre e hijo en circunstancias tan extremas me hacen pensar en cómo reaccionaría uno en un evento así. Una vez bien desarrollada esta línea de acción el film vuelca su atención a Henry que tras dejar los nenes a resguardo sale desesperado a recorrer la zona con la esperanza de hallar con vida a su mujer y a su primogénito. Tras el milagroso reencuentro la parte final de Lo Imposible narra la evacuación de la familia del país mientras miles de personas siguen llorando la desaparición de otros tantos miles. Quienes vivieron para contarlo podrán hablar de un antes y un después al 26 de diciembre de 2004… Bayona como director acertó en el tono realista con que impregna al relato desde la puesta en escena y la marcación actoral. La hecatombe que se desata sobre esa pobre gente en la primera parte de Lo Imposible fue minuciosamente captada por las cámaras del director de fotografía Óscar Faura y prodigiosamente trabajada codo a codo por los diseñadores de arte, los creadores de efectos especiales y la editora Elena Ruiz para conseguir el más contundente de los testimonios brindados hasta el momento sobre este tópico en particular. Más allá de la Vida (Hereafter, 2010) de Clint Eastwood también entregó una secuencia inolvidable al recrear la misma catástrofe pero luego la película se disparaba en otra dirección. Otro punto en común es la fuerza visceral en la interpretación de sus protagonistas femeninas: Cécile de France estaba extraordinaria bajo la batuta de Clint aunque el rol de Naomi Watts en la producción española le exige un compromiso físico y mental claramente superior. El dolor y la angustia que expresa en su rostro Maria elevan a la Watts a una altura artística inédita hasta ahora en una carrera rica en papeles de diversas características. El rescate del pequeño Daniel (otro niño que perdió a su familia) y el pedido que le hace a Lucas en el hospital para que ayude en lo que pueda a quien lo necesite son símbolos de cómo deberíamos proceder en el peor de los escenarios si pretendemos aferrarnos a nuestra cada día más golpeada humanidad. Lo que emocionan estas actitudes de una mujer que se encuentra al borde la muerte está más allá de lo que puedo transmitir con palabras… Aún con menos minutos en pantalla la contribución de Ewan McGregor es igualmente valiosa y a él le debemos una de las escenas emocionalmente más fuertes del filme: la llamada telefónica al suegro para explicarle lo ocurrido. Lo Imposible presenta varios momentos cinematográficos que podrían adjetivarse como “mágicos” y sin dudas McGregor es el responsable de cuanto menos uno de ellos. El uso de la música quizás sea uno de los pocos puntos débiles digno de mención. El compositor Fernando Velázquez peca de excesivo con los violines en algunas secuencias claves y por desgracia afecta a la percepción de la obra. Cuando se manifiesta tan abiertamente un artificio externo el efecto por lo general tiende a ser adverso. El reencuentro de la familia está viciado por el efectismo que brota de la banda sonora. No socava toda la película pero sí su clímax. Una pena. Fin de Spoiler Ya en El Orfanato J.A. Bayona aplicó un criterio realista que no pasó desapercibido aunque se tratase de una película de género. Lo Imposible redobla la apuesta potenciada por una poderosa, casi increíble, historia verídica que gracias al formidable desempeño de sus actores y de un virtuoso staff técnico quedará en el recuerdo por un largo tiempo.
La suerte del feo La novela La Délicatesse fue publicada en Francia en 2011 con un éxito enorme: 700.000 ejemplares vendidos hablan a las claras de un boom editorial pocas veces visto en el mundillo literario. David Foenkinos, el autor del libro, tenía alguna experiencia en el campo audiovisual junto a su hermano Stéphane por haber realizado el cortometraje Une histoire de pieds (2006). Dada la popularidad de la obra muy pronto se le dio luz verde para la infaltable adaptación cinematográfica con la que los hermanos terminaron por concretar su ópera prima al compartir la dirección del filme. Por desgracia la lectura de la novela probablemente sea un requisito fundamental para una comprensión cabal del personaje principal, la joven animada por Audrey Tautou. Con esto quiero decir que hay algo en la historia que no funciona, que no cierra, al extraer la base del libro y trasladarla a la pantalla grande. La Delicadeza es una comedia romántica rarísima, casi hecha a contrapelo del género y con más elementos para criticar que para ensalzar. Y es realmente difícil imaginar que exista un público que la vaya a saber apreciar. En el primer acto de La Delicadeza nos presentan a la feliz pareja integrada por Nathalie (Tautou) y François (Pio Marmaï). Sus sueños y esperanzas quedan truncas al morir el hombre en un accidente de tránsito absurdo. Devastada por la pérdida, Nathalie se concentra en su trabajo -una empresa de origen sueco- y con el tiempo logra acceder a una posición de jerarquía. Pero en lo personal se vuelve distante, muy fría en el trato con sus compañeros y familiares. Hasta que aparece en escena un subalterno, el sueco Markus Lundl (François Damiens, uno de los protagonistas de la desopilante Rompecorazones), que al ser convocado a la oficina de la chica es recibido insólitamente, sin previo aviso, con un beso en la boca. Y aquí empiezan los problemas de la película. Esta situación desencadenante carece por completo de sentido. No se entiende a qué obedece semejante impulso, no está argumentado ni justificado desde el guión. Por otra parte tampoco es lógico que al volver a confrontarla ella no recuerde lo acontecido y por un buen rato incluso lo niegue. En el libro de Foenkinos quizás esto esté mejor desarrollado. En el filme sencillamente es algo inverosímil que impide engancharse con la historia. El “romance” extremadamente light que se da entre Nathalie y Markus bien avanzado el segundo acto degenera en un conflicto sobre la fealdad de él que no está mal pensado, pero no es suficiente para compensar las fallas de un libreto que se extiende mucho más de lo debido hasta llegar a un desenlace literario/metafórico francamente impresentable. La Delicadeza es una comedia romántica apta, quizás, para esos espectadores inconformistas que no gustan de los típicos exponentes del género. Es muy propio de los franceses este tipo de búsqueda pretenciosa. Pese a algunos pasajes graciosos el debut de los hermanos Foenkinos sólo puede ser categorizado como una propuesta “difícil”. Por la época del año en que se estrena en la Argentina es evidente que la distribuidora no sabía muy bien qué hacer con la película ni cómo venderla exceptuando la presencia de la siempre llamativa Audrey Tautou. Claro que la encantadora Amelie no podría estar más en las antípodas que esta rebuscada Delicadeza…
A los adolescentes con respeto y calidez Que un novelista pruebe su suerte como realizador cinematográfico es casi un lugar común y son relativamente pocos los que han demostrado la suficiente jerarquía como para dejar una huella en su opera prima. No lo logró ni siquiera una celebridad como Stephen King con la desastrosa Ocho Días de Terror (Maximum Overdrive, 1986). Aunque en rigor debutó en 1995 con la comedia ultra independiente The Four Corners of Nowhere habría que agregar a la lista el nombre de Stephen Chbosky, autor de la novela de corte epistolar The Perks of Being a Wallflower (1999) que acaba de estrenarse en la Argentina con un título que respeta el espíritu del original: Los Beneficios de ser Invisible. Chbosky, además del filme ya citado, contaba entre sus antecedentes con la adaptación para la pantalla grande del musical Rent (2005) y también fue el creador de la serie de culto Jericho (2006-2008), pero en tanto director era una incógnita como sería su desempeño profesional. Aún desconociendo si el libro contiene pasajes de corte autobiográfico (mi primera impresión es que sí), lo extraordinario del trabajo de Chbosky es que ha sabido inyectarle la misma sensibilidad de la obra literaria a un guión fantástico en el que todo se encadena a la perfección. Si a esto le sumamos el aporte de unos actores descomunales –que en verdad le dan vida y carnadura a sus personajes- no quedan dudas de la impecable elección de los productores entre los cuales se encuentra el ecléctico John Malkovich. Stephen Chbosky era la persona indicada para llevar al cine esta historia sobre adolescentes que está llamada a ser un clásico del futuro. Con justa razón, además… Los Beneficios de ser Invisible está ambientada a comienzos de los 90’s y narra lo que le sucede al introvertido Charlie (Logan Lerman) cuando ingresa a un colegio secundario en el que los chicos sensibles como él suelen pasarla bastante mal. Y en un principio es así, con sólo el apoyo del profesor de inglés (Paul Rudd) que lo alienta a leer y escribir y en definitiva a creer en sí mismo. Desesperado por conectar con alguien, a Charlie le cambia la vida al conocer a los un tanto excéntricos hermanastros Patrick (Ezra Miller) y Sam (Emma Watson). Tras enterarse de que el único amigo de Charlie se suicidó unos meses antes el dúo integra exitosamente al muchacho a su grupo pese a la diferencia de edad (son estudiantes senior, es decir que tienen entre 17 y 18 años). Chbosky no pierde de vista quién es el protagonista pero no por eso desatiende a los demás personajes. Patrick es un joven gay enamorado de Brad (Johnny Simmons), la estrella del equipo de football del colegio que retribuye el sentimiento pero es incapaz de salir del placard por los prejuicios y el mandato social puestos en juego. Sam, por su parte, es una chica de baja autoestima que ha cometido todo tipo de excesos y se ha ganado la fama de “chica fácil”. Charlie busca en sus nuevos amigos la comprensión que no le dan en su sólidamente constituida familia (padre, madre, hermano y hermana). Lo quieren, sí, pero no lo entienden. La única que sí lo hacía era su querida tía Helen (Melanie Lynskey) pero ella ya no está para ayudarlo. La película se va construyendo en torno a estos tres adolescentes cuyas vivencias emocionales funcionan como un resumen de los típicos conflictos que afectan a los que atraviesan esa difícil transición hacia la vida adulta. Por ende es lógico que el target natural del filme sintonice empáticamente con sus miedos, angustias y alegrias. Simple como parece la historia detrás de Las Ventajas de ser Invisible seguramente le deparará algunas sorpresas al espectador más desprevenido. Como un buen tahúr Chbosky esconde algunas cartas claves y las sabe jugar en el momento justo. No obstante hay detalles vinculados a la psicología de los personajes que pueden estar abiertos al debate. Emma Watson no da exactamente con el perfil de Sam: su caracterización transmite una inocencia quizás poco acorde para una chica con un pasado de promiscua tan marcado desde el guión. Logan Lerman -muy lejos de sus limitadas actuaciones para Percy Jackson y Los Tres Mosqueteros- y Ezra Miller, en cambio, brillan con luz propia y cargan con el peso dramático de la película. Que no será una obra maestra pero ilustra como pocas las inseguridades de los adolescentes con recursos genuinos y una poderosa banda de sonido ochentosa en la que no podían faltar grupos clásicos como New Order, The Smiths, Cocteau Twins y el extrañamente desconocido (para los protagonistas, se entiende) David Bowie con su hermosa canción Heroes.
Ni el béisbol puede arruinarla Se decía que Gran Torino sería el canto de cisne de Clint Eastwood en su vertiente interpretativa. Y tal vez sea así en su triple función como actor / director / productor. La buena noticia es que Curvas de la Vida (2012) viene a desmentir su retiro de la actuación aunque dada su edad (82 años) nadie puede saber cuántos papeles más le quedan guardados bajo la manga. Después de todo en la última década sólo ha protagonizado cuatro largometrajes: Deuda de Sangre (2002), Million Dollar Baby (2004), Gran Torino (2008) y el que motiva estas líneas. Razón de más para disfrutarlo como si fuera la última vez en la ópera prima de Robert Lorenz, su asistente de dirección devenido con los años en productor y mano derecha, que en tanto realizador ha asimilado varios recursos estilísticos del maestro. Y no lo hace nada mal, por cierto, pese a que el guión de Randy Brown carece de grandes sorpresas en su ameno transcurrir. Las películas deportivas con el béisbol o el football americano como telón de fondo se me antojan insoportables con honrosas excepciones. Curvas de la Vida es una de ellas aunque insisto en afirmar que no es de ningún modo una gran obra. Como en cualquier drama competente lo que importa aquí son los personajes, sus conflictos y cómo se relacionan unos con otros. Conflictos universales, comunes a todos los seres humanos, sabiamente potenciados por los mejores actores que se le puede reclamar a Hollywood hoy día. Clint Eastwood, Amy Adams (que es quien en verdad se pone la historia al hombro), Justin Timberlake (que hace rato dejó de ser considerado apenas una cara bonita), John Goodman, Robert Patrick, Bob Gunton, el veteranísimo Ed Lauter y Matthew Lillard son demasiados nombres de peso como para que las cosas salgan mal. En esta oportunidad el deporte escogido es el béisbol. Podría haber sido otro sin que eso cambie la esencia del film que gira en torno a Gus Lobel (impagable Clint), un hombre viudo con edad de jubilarse, con serios problemas de visión y con un contrato a punto de expirar como buscador de talentos para el equipo Atlanta Braves. No obstante estos obstáculos pasan a segundo plano con la entrada en escena de su hija Mickey (una Amy Adams fantástica, cada día más actriz), abogada de profesión y con muchas cuentas pendientes con un padre que la dejó al cuidado de unos familiares tras fallecer su mamá a la tierna edad de seis años para mandarla a un internado de señoritas al cumplir los 13. ¿Por qué? Ése es el gran interrogante de Mickey (nombre de varón atribuible al jugador Mickey Mantle, ídolo de Gus) que el guión se irá ocupando de responder a partir de varias pistas sembradas aquí y allá. Curvas de la Vida es lo que en la jerga del cine se denomina una “crowd pleaser”, una película pensada para complacer al gran público a través de situaciones –algunas trágicas pero muchas otras netamente humorísticas- ya vistas en la rica historia de Hollywood. Los estereotipos están ahí y si bien algunos hacen un poco de ruido (el villano amante de las estadísticas encarnado por Matthew “Shaggy” Lillard sería el peor para el caso) las maravillosas actuaciones de los actores logran que funcionen dentro del universo propuesto por Randy Brown y ejecutado perfectamente por Eastwood, nuevamente productor con su compañía Malpaso, Lorenz y el resto del equipo. Como en cualquier emprendimiento de Eastwood hay mucho para sacar en limpio en cuanto a la filosofía de vida que impulsan a sus personajes. Y que uno intuye son los mismos en los que debe creer el icónico actor de la Trilogía del Dólar. Que Gus no necesite ver a los jugadores para tener la certeza de si valen el esfuerzo de ser contratados es una idea genial. El sonido del golpe sobre la pelota le alcanza al hombre para definir lo que muchos no pueden ni siquiera viéndolo a cinco metros de distancia. Curvas de la Vida es una comedia dramática tan interesante como previsible que explota muy bien la química entre Adams y Clint, y entre Adams y Timberlake. La subtrama romántica quizás no sea nada del otro mundo pero ayuda a darle matices al papel de Amy. La revelación del módico misterio que rodea a la separación de Gus de su hija llega con cierta dosis de melodrama pero por fortuna nada tan extremo como el final de Million Dollar Baby, filme que no por nada vincula a Clint con una chica que podría ser su hija. Se ve que la temática le gusta… Atención con la escena en la que un imberbe beisbolista conversa con Gus a principio de la película: si ven al joven deportista con un aire a Clint no se habrán equivocado. El actor es Scott Eastwood, de 26 años, uno de los nueve hijos que ha engendrado el admiradísimo creador de Los Imperdonables. Prolífico para todo el señor...
Humor de trazo grueso en un sátira política Ni Will Ferrell ni Zach Galifianakis se destacan precisamente por su sutileza para hacer humor. No obstante, son dos comediantes populares de sobrada eficacia y su última película, la sátira política Locos por los Votos, los tiene a ambos manteniendo un formidable duelo interpretativo en el que el ganador, como era de imaginarse, es el espectador. La comedia de Jay Roach (el de la saga de Austin Powers y La Familia de mi Novia) puede jactarse de reidera pero dista de ser brillante: el guión de Chris Henchy y Shawn Harwell apela al efectismo más burdo para llegar a su público. A nada se le hace asco aquí: lenguaje explícito, sexo, drogas y crítica social convergen en una historia que interesa bastante menos que muchos de los sobrecargados gags que la nutren. Hay escenas que de tan divertidas valen la admisión a la sala pero la idea daba para más y debería habérsela explotado con mayor rigor. El cambio operado en los personajes hacia el final, por ejemplo, aunque se trate de un vehículo cómico carece de sentido. Y a ninguno de los involucrados en el proyecto parece importarle demasiado. Desde luego que una campaña proselitista puede ser terreno fértil para todo tipo de conflictos. Con la misma premisa que plantea Locos por los Votos también se podría haber pergeñado un drama o una tragedia que valga la pena ver. Sin ir más lejos recordemos la pesimista visión de George Clooney sobre el ambiente de la política en Secretos de Estado. Otras tantas miserias e hipocresías son descritas en el filme de Jay Roach pero exacerbadas hasta el grotesco para que se luzcan sus actores en pleno plan festivo. Más que una reflexión sobre la decadente actualidad de la gente que detenta el poder o procura alcanzarlo a cualquier costo, la intención aquí pasa por hilar a todo ritmo un humor desbocado, a caballo entre lo políticamente incorrecto y lo simplemente chabacano. El trasfondo de la trama, el que hace alusión a los lobbystas encarnados por Dan Aykroyd y John Lithgow, es de un realismo indiscutible y tranquilamente merecedor de un relato con aspiraciones más serias que esta comedia tan breve como contundente. Tras dejar por error un desubicadísimo mensaje en el contestador telefónico de una familia tipo, al candidato a congresista por el distrito 14 de Carolina del Norte Cam Brady (Will Ferrell) le diseñan “a dedo” un rival que en el boxeo sería denominado como un “paquete”. Marty Huggins (Zach Galifianakis), el hombre en cuestión, es el hijo de un poderoso ex jefe de campaña (Brian Cox) que se avergüenza de él por un sinnúmero de razones. Con la guía del inescrupuloso Tim Wattley (Dylan McDermott) Huggins le da batalla a Brady en una escalada de bajezas que va in crescendo constante. Después de todo había que justificar la cita del político estadounidense Ross Perot con que abren los títulos: "La guerra tiene reglas, la lucha libre tiene reglas. La política no tiene reglas". Es en esa fricción de dos personalidades contrapuestas que apuntan a un mismo objetivo y que avanzan arrasando lo que se cruce a su paso, que la película gana comicidad a partir del histrionismo histérico de Ferrell y la extraña capacidad que demuestra Galiafinakis para que su personaje de freak sin luces pero querible exhiba algunos vestigios de humanidad. Edificante, moralista y poco creíble en este contexto, el final de Locos por los Votos decepciona por su nulo ingenio para resolver de manera satisfactoria la relación entre sus personajes centrales. No se observa un esfuerzo en ese sentido. Ahora si lo único que se le pide es que provoque unas cuantas carcajadas seguramente esta es una de las mejores comedias que podremos disfrutar este año. ¿Podría ser más de lo que es? Sin dudas. Claro que con la anemia de buenas comedias que sufre la cartelera de cine sus hallazgos quizás terminen pesando más que sus puntos flojos.
Muerto al llegar No es habitual encontrar una película con tantos elementos reconocibles (de otros exponentes clásicos del género, sí, pero también de la literatura fantástica) como Looper: Asesinos del Futuro que sin embargo triunfa en despegarse del pelotón debido a la audacia e inteligencia puesta de manifiesto por el autor y director Rian Johnson. La lista de referencias es larga y Johnson, el creador de ese rarísimo homenaje al filme noir que es Brick (2005), no se pone colorado de meter en la misma coctelera a Terminator, 12 Monos, Scanners: Los Amos de la Muerte y Niños del Hombre, entre otras obras. Lo remarcable, en todo caso, es la originalidad volcada en un relato que, como quedó dicho, si bien recicla de otras fuentes lo hace con una inspiración inusitada. Looper: Asesinos del Futuro contiene escenas de acción y violencia pero básicamente es una historia de personajes bien delineados, con un trasfondo de ciencia ficción atrayente y un tercer acto que abunda en climas enrarecidos. No es el típico blockbuster del verano, precisamente. De hecho otra particularidad del guión es que transcurren dos tercios del metraje en un ambiente urbano para concluir en una granja lejos de la ciudad y con una fuerte connotación onírica. Los roles principales están a cargo de Joseph Gordon Levitt, Bruce Willis, Paul Dano, Piper Perabo, Noah Segah y el inmenso Jeff Daniels pero recién con la aparición de Emily Blunt y el niño Pierce Gagnon en el último segmento de la trama se consolida de manera satisfactoria el intrincado argumento (más por la cantidad de derivaciones y ramificaciones que surgen si se analizan las paradojas temporales que por la intención de Johnson). Si los dos primeros actos llevan a pensar en un thriller noir futurista con algún sesgo de imaginación deslumbrante la parte final provoca una deliberada ruptura en la narración tal como ocurriera en el fantástico segundo acto de Testigo en peligro (John Book conviviendo con los amish). Y digo que hay una evidente imaginación porque la premisa de que la mafia del 2072 haga viajar a sus condenados a muerte al 2042 para ser exterminados por asesinos a sueldo, los “loopers” del título, creo merece ser reconocida como tal. Lo bueno de Rian Johnson es que asume riesgos, no le da nada por sentado al espectador y trabaja muy bien con la ambigüedad a través de las emociones. A diferencia de otros prductos, aquí todo es ambiguo hasta que deja de serlo. La historia no queda inconclusa ni te deja furioso por malas decisiones creativas. Es más de lo que se le puede exigir a Hollywood hoy día: una película que estimula las neuronas del público es como hallar un animal en extinción a la vuelta de la esquina. Extraño pero, creer o reventar, nada imposible… En el 2042 la solitaria vida de Joe (Gordon Levitt) como hitman cambia drásticamente al no poder ejecutar a su alter ego adulto (Bruce Willis, espléndido) que se da a la fuga. Perseguido por sus antiguos empleadores, Joe intenta encontrar a su otro yo para cumplir con el mandato y así ser condonado. Claro que esto es más fácil concebirlo que cumplirlo porque el viejo Joe tiene una agenda propia para llevar a cabo en esa línea temporal. Esa misión es tan extrema como para reforzar en el joven Joe, aún más si cabe, la idea de asesinarse a sí mismo. Una propuesta bizarra por donde se la mire por más implausible que parezca. Looper: Asesinos del Futuro de haber sido filmada por Quentin Tarantino en este momento se estaría vendiendo por la crítica como una obra maestra que se nutre de aquí, allá y más allá para dar forma a algo con identidad propia, mucho sentido del humor y un vuelo poético virtualmente desconocido para el género. De más está decir que es uno de los mejores títulos estrenados en lo que va del año. Rian Johnson puede dormir sin frazada: Looper llegó para quedarse…
De Noruega con tensión Si Cacería implacable proviniera de los EE.UU. cualquier desprevenido podría concluir que andan los hermanos Coen detrás del proyecto. Efectivamente, es un thriller muy en la vena de los creadores de Sin lugar para los Débiles pero sin los manierismos o el particular sentido del humor que los hiciera famosos. En realidad la película es de origen noruego y tuvo tanto éxito en su país que se convirtió en la segunda más vista de la historia durante su primer fin de semana de exhibición. Por otra parte, tanto la trama –basada en una novela de Jo Nesbø- como el acabado técnico –sin olvidar el formidable nivel actoral del elenco- han sido trabajados con una sapiencia digna de los mejores exponentes del género. En una época Hollywood podía brindar cómodamente varios títulos de esta calidad por año. Por desgracia hoy día ya es imposible que esto ocurra. El film recibió tantos elogios que se vendió a todas partes del mundo y gracias a eso podemos darnos el lujo de recomendarlo y disfrutarlo infiltrado en la pobrísima cartelera local. Con los principales complejos de cine monopolizados para la explotación de todo lo que producen los yanquis es casi asombroso que se nos permita el acceso a una obra de tan inusitada procedencia. Headhunters, que es el título original de Cacería implacable, se les llama a las consultoras que se dedican a reclutar talentos de perfil gerencial. Es lo que hace Roger Brown (el extraordinario Aksel Hennie) para ganarse el pan: contactar a un candidato, convencerlo de que la empresa interesada invertirá en él lo suficiente como para que renuncie a su actual trabajo y cobrar una comisión muy bien remunerada. Claro que no tanto como para sostener el tren de vida que lleva: una bella y altísima esposa rubia (Synnøve Macody Lund), una casa de lujo y todos los gustos que el dinero es capaz de comprar. Por ello el bueno de Roger tiene una segunda ocupación: el hombre es un ladrón de guante blanco especializado en obras de arte (pinturas básicamente). El personaje parece un primo europeo lejano de aquel que interpretara Steve McQueen en El Affaire de Thomas Crown (1968) y luego Pierce Brosnan en la simpática remake de 1999. Claro que esas películas estaban jugadas a la comedia mientras que Cacería implacable apunta para otro lado (hay abundante humor negro como en la Simplemente Sangre de los Coen). El disparador del nudo central viene de la mano de un personaje un tanto enigmático, el ex militar danés especializado en tecnología de rastreo Clas Greve (Nikolaj Coster-Waldau, de imponente presencia, construye un gran antagonista pese a no participar en muchas escenas). Roger intenta posicionar a Greve como CEO de una compañía de seguridad millonaria. Al comprobar que el apuesto galancete está flirteando con su esposa el tan mentado “headhunter” no duda en irrumpir en el departamento del danés con la ayuda externa de su cómplice Ove Kjikerud (Eivind Sander, otro actor notable) para sustraerle un cuadro de Rubens. De aquí en más la trama no para hasta el final. Se suceden las vueltas de tuercas y las situaciones más extremas sin que, ¡milagro!, se pierda el verosímil por el camino. Mérito, me imagino, que ya sería patrimonio de la novela en la que está basado el guión de Lars Gudmestad y Ulf Ryberg. Veremos qué pasa con la remake que está preparando Hollywood, por ahora con Mark Walhberg en el rol de Roger. Cacería implacable es de esas historias escritas y dirigidas magistralmente pero sin buscar el lucimiento desde el exhibicionismo autoral. No está sobredirigida ni sobreescrita de modo que el beneficiado es siempre el espectáculo. Como esos partidos de fútbol donde no se nota la presencia del árbitro. No existen en este thriller de tensión inigualable esos vicios estilísticos que han arruinado a muchos filmes de similar tenor. Por ejemplo, un especialista en mirarse el ombligo como Mark Pellington (Intriga en la calle Arlington, Mensajero de la Oscuridad) se me ocurre que sería el peor aspirante a director para la versión estadounidense. Lo conspicuo del filme de Morten Tyldum es que cada nuevo punto de giro ayuda a darle más dimensión a sus personajes, sobre todo a Roger que pese a sus graves defectos se convierte en una especie de antihéroe querible, impulsando la trama con bríos dramáticos y, lo más insólito, sorprendiendo al público con recursos narrativos lícitos. Con inteligencia, sin hacer trampa y apelando a las más nobles armas de un género que los europeos, se ve, dominan a la perfección. Bien planteado, desarrollado y con un tercer acto sencillamente memorable, Cacería implacable atrapa desde la primera imagen y posee todo lo necesario para convertirse en un programa de visión obligatoria para los amantes del suspenso de buen cuño.