Esos aviesos tiburones de Wall Street... En primer lugar aclaro que la temática que aborda esta correcta opera prima de J.C. Chandor no es precisamente de mi agrado. En segundo lugar encuentro que el conflicto que desarrolla –el instante en que explota la crisis económica en una compañía financiera allá por 2008 en Nueva York- debería funcionar como contexto o background. Eso es lo que me interesaría ver a mí, pero sería otra película… una que a Chandor no le inquietó hacer. Como relato coral animado por ejecutivos y brokers la historia está bien llevada, no lo niego, aunque tampoco seduce. No hay personajes con quienes empatizar, excepto el de Kevin Spacey que está obviamente humanizado para que el espectador se identifique con alguien, y sin embargo si vale la pena El Precio de la Codicia es por lo que aportan sus conocidos actores. Jeremy Irons, Simon Baker, Paul Bettany, Stanley Tucci, Demi Moore y Zachary “Spock” Quinto, además uno de los productores, se desempeñan magníficamente aunque si analizamos fríamente el guión no hay muchas escenas superlativas como para que puedan lucirse. El tópico quizás sea importante pero no por afrontarlo y enunciar cierta tendencia al realismo (para naturalismo le queda grande) podemos hablar de un trabajo memorable. El Precio de la Codicia, como sus personajes, es ambiciosa pero no sé si está tan bien escrita como muchos aseguran… ¿Qué se puede decir sobre el ambiente bursátil que no haya sido tocado hasta ahora? Muy poco, realmente. El anclaje histórico es aquí trascendental pero las motivaciones y acciones de sus protagonistas son las mismas de siempre: por la plata baila el mono, amigos… No obstante, sí es curioso observar cómo se relacionan jefes y subalternos en este esquema de roles. Irónicamente el que mejor capta lo que sucede, y al que a los demás les cuesta bastante seguir en su línea de pensamiento, es Peter Sullivan (Zachary Quinto) el empleado más inexperto del Departamento de Riesgos (divierte ver las reacciones de la junta de ejecutivos al revelarse que este buen muchacho es un ingeniero espacial egresado del MIT). La trama narra las 36 horas claves a partir del descubrimiento de la ecuación que anticipa la debacle económica que haría trizas a los Estados Unidos (y a varios países más; ni los argentinos nos hemos librado de ella). En un comienzo lleno de tensión somos testigos de cómo despiden a una cantidad de gente de la empresa para la que trabaja Eric Dale (Stanley Tucci), jefe de Peter y del analista Seth (Penn Badgley). Tras una escena humillante en la que dos mujeres enviadas por la compañía le notifican que debe retirar sus objetos personales de la oficina, Eric le entrega un pendrive con un proyecto inconcluso a Peter. Le advierte con razón antes de marcharse del edificio: “¡Cuidado con eso!”. En ese pequeño dispositivo Peter detecta el embrión de lo que sería una auténtica bomba para el mercado de valores. Alarmado llama a su flamante superior Will Emerson (Paul Bettany) para notificarlo... Tras esta situación desencadenante empieza un efecto dominó fascinante a medida que las malas nuevas son impulsadas de forma piramidal hasta que entra en escena el capo di tutti capi, John Tuld (toda una creación del inglés Jeremy Irons). Este bastardo despiadado no teme en aniquilar toda la economía del país con tal de no perder plata. Uno de los pocos momentos realmente vibrantes, al menos desde lo actoral, ocurre cerca del final. Un distendido Tuld almuerza animadamente mientras el mundo se cae a pedazos; sin dejar de comer, le explica a un apesadumbrado Sam Rogers (Kevin Spacey) su visión sobre los negocios. “Es sólo dinero –pronuncia muy suelto de cuerpo-, un invento, pedazos de papel con dibujos para que no debamos matarnos para conseguir algo de comer. No es algo malo…”. Luego, tras citar las crisis más importantes de los últimos dos siglos, completa su monólogo frente a un callado Rogers: “No podemos controlarlas, sólo podemos reaccionar. Ganamos mucho dinero si acertamos y quedamos a un costado si nos equivocamos…”. ¡Este señor sí que le da una nueva dimensión al adjetivo inescrupuloso! En el epílogo Rogers debe hacerse cargo de una tarea ingrata, dolorosa. Se parece mucho a una metáfora: Chandor cierra la película a través del único personaje capaz de expresar culpa. Una buena idea desde lo conceptual para un thriller sobrio y profesional que por suerte no se empantana con diálogos farragosos sobre cuestiones tan técnicas que ni los mismos ejecutivos de la financiera entienden a fondo…
La mamacita de todas las fiestas Proyecto X cristaliza en la pantalla grande un clásico anhelo adolescente: llevar a cabo una fiesta apoteósica que quede en la historia para siempre. Más que inolvidable sería mejor denominarla definitiva; algo así como la madre de todas las fiestas. De entrada Proyecto X apenas si aspira a una modesta reunión de un par de decenas de invitados pero paulatinamente degenera en lo que ya sabemos. La excusa para organizarla es un cumpleaños; claro, no es cualquier cumpleaños: el nerd Thomas (Thomas Mann) festeja sus 18 añitos y sus amigotes Costa (Oliver Cooper) y el gordito JB (Jonathan Daniel Brown), tan impopulares como él en el colegio, lo convencen para tirar la casa por la ventana aprovechando que los padres del muchacho se van el fin de semana a celebrar su aniversario de casados (lo cual da pie a una de las humoradas más felices de la película por parte del descarado de Costa). Las intenciones del trío reflejan lo que quiere la mayoría de los chicos: ser aceptados socialmente, divertirse (y no sanamente para ser sinceros) con gente de su edad y por sobre todas las cosas concretar la tan mentada tercera base con el sexo opuesto (al que ven de lejos con no poca tristeza). Ya lo dijo el maestro Dolina: “Las mujeres son la causa de todas las acciones de los hombres”. Y a los 18 años ni hablar… La desconfianza en el éxito de la empresa lleva a Costa a tomar medidas extremas para difundir el evento anunciándolo en sitios de Internet y programas de radio, además del boca a boca que se inicia en el ámbito estudiantil para trasladarse a otros. Acto seguido se juntan entre 1500 y 2000 personas en una casa de suburbio con pileta durante ocho frenéticas horas. ¡Un delirio absoluto! La fiesta que deviene de esta idea es una típica fantasía masculina en la que todas las chicas tienen carita de modelo, cuerpo de actriz porno y ninguna parece hacerle asco a parrandear con muchachos (el contacto carnal se da por descontado); además hay peripecias para todos los gustos (como la colorida presencia del sacado enano interpretado por Martin Klebba), y un desmadre tan grande en el final que más allá del sello de Todd Phillips (realizador de ¿Qué pasó ayer? y su secuela) se adivina la mano de uno de los productores más hiperbólicos del cine de acción de Hollywood: Joel Silver (el de la saga Matrix). Los disturbios con que cierra la historia catapultan la fiesta a otro nivel que sólo puede ser descrito como épico. ¿Creíble, verosímil? Ni por asomo. Todo el concepto obedece a los dictámenes de una mente teen calenturienta y los elementos que se observan responden a esa necesidad. Probablemente el target deje de lado a las mujeres porque el punto de vista del filme es nítidamente varonil. En Proyecto X las figuras femeninas sólo cumplen la función de objetos sexuales y por desgracia carecen de cualquier arista de interés. Para plasmar esta visión el director británico de origen hindú Nima Nourizadeh, de gran trayectoria como creador de videoclips y publicidades para marcas top, no se hace drama en acumular gratuidades de todo tipo (sexo, drogas, violencia, lo que quieran aquí lo tienen… amplificado). Enhebrar situaciones con adolescentes en ebullición dispuestos a todo parece algo muy trillado pero Nourizadeh (que rodara en el 2008 el famoso spot House Party para Adidas: sin dudas un antecedente válido para Proyecto X) ha salido bien librado de esta primera experiencia cinematográfica por su bagaje en el rubro audiovisual. El hombre sabe filmar, edita con fluidez y la hora y media de película se va desarrollando con un ritmo fabuloso al compás de una banda sonora que es una aplanadora. El recurso para narrar esta party desmesurada vuelve a recaer en el falso documental pero por esta vez no hay quejas: las cámaras en mano y la estética casera se ajustan mucho mejor a una propuesta como ésta que a la reciente, por citar un ejemplo, Poder sin límites. Un detalle que llama la atención en el guión -especialmente por provenir de Hollywood- es que no hay un afán moralizante sobre las consecuencias de semejante fiestón. Es como si a nadie le importara nada. Los daños y perjuicios por la jodita montada podrían llevar a los responsables a la prisión pero el espíritu de la película, supuestamente inspirada en un caso real acontecido en Australia, apunta a la comedia más desaforada y quienes se le animen así deberán tomarla si pretenden disfrutar de esta pequeña travesura a espaldas de mamá y papá que fue in crescendo hasta adquirir proporciones colosales. Por si no queda claro, estos adolescentes se parecen más a los de American Pie y Porky’s en la era de MTv antes que a esos seres sensibles y confundidos que tan bien describiera Greg Mottola en algunas de sus obras. Y es lícito que existan tanto unos como otros. Para emocionarme y reflexionar me quedo con Supercool o Adventureland pero en lo suyo Proyecto X tampoco defrauda... siempre y cuando seamos concientes de que estamos frente a una pavada suprema, atada con alambre y con el único propósito de aturdir los sentidos (lo cual logra). Ideológicamente estoy seguro que debería pegarle más pero me reí demasiado como para hacerlo. Sospecho que esto no habla bien de mí…
Kiss Kiss Bang Bang Era cuestión de tiempo. A alguien se le tenía que ocurrir crear una película de acción “arty” para beneplácito de esos individuos que ningunean el género criticando desde una nube de pedantería (por no decir otra cosa, Uds. me entienden). Pues bien amigos y vecinos, Drive: Acción a Máxima Velocidad es ese título destinado a hacer ruido entre críticos y cinéfilos varios. Resulta llamativa tanta alabanza para un filme considerablemente ascético, caprichoso y al fin y al cabo discutible. Ascético porque su protagonista lo es y la historia se nutre de su personalidad para desarrollarse; caprichoso porque los giros argumentales y varias instancias claves del relato lo son (por no mencionar un par de coincidencias que dan como para levantarse de la butaca y volar para la salida en señal de protesta); y finalmente discutible porque la tan anunciada acción está destilada en cuentagotas y el nivel de violencia resulta tan extemporánea que directamente no se entiende a qué obedece. La “violencia seca” de la que se jactan algunos como si se tratara de un rasgo estilístico asombroso es, a mi modo de ver, sólo violencia per se, puesta allí como emoción gratuita para quien quiera dejarse llevar. Drive no cuenta nada nuevo aunque el material en manos del danés Nicolas Winding Refn subvierte algunas características del género a piacere y habrá que buscar por ese lado las posibles bondades del producto. Si habría que describirlo en una frase diría que es un thriller de acción apto para el consumo de aquellos que no disfrutan este tipo de historias. Un filme snob, bah… Ryan Gosling interpreta a un parco e inexpresivo joven que trabaja en un taller mecánico (incursionando de tanto en tanto en la industria del cine como doble de riesgo) y en su tiempo libre oficia de conductor especialista en fugas para cualquier delincuente que pueda contratarlo. Como el Frank Martin de Jason Statham en El Transportador, un pariente fílmico que anda por ahí, el muchacho cuenta con un par de reglas monolíticas de las que no se aparta nunca. Nada insólito, sólo lo necesario para sobrevivir en un submundo peligroso que no perdona los errores. Lamentablemente para él su platónica vinculación afectiva con una joven madre (Carey Mulligan) redundará en una guerra previsible con los mafiosos encarnados por Albert Brooks y Ron “Hellboy” Perlman. El guión del prestigiosísimo autor iraní Hossein Amini si bien está basado en una novela de James Sallis parece homenajear bordeando el plagio a The Driver (Walter Hill, 1978), otro thriller neo noir desparejo. Y claramente han tomado la fábula del escorpión y la rana para contextualizar las acciones de los personajes. La chaqueta del conductor con un enorme escorpión en la espalda no es casualidad… La adaptación de Amini es extrañamente elemental. Parece un escritor sobrecalificado para un trabajo como este. Por su parte el realizador Nicolas Winding Refn apunta toda su atención a la creación de climas mediante largos silencios y miradas elocuentes que reemplazan a las palabras (los diálogos son muy escasos en toda la película). Esto estaría bárbaro… ¡pero no en un film que vende acción ya desde el título! La profundidad psicológica no existe, o al menos no pude apreciarla, por más que la cámara siga obsesivamente a Ryan Gosling hasta cuando va al baño. Y aquí está el meollo del asunto: Drive es todo estética y se vende desde su elegante puesta en escena, su magnífica fotografía y una musicalización “cool” perspicazmente mezclada. La edición es un tómalo o déjalo absoluto: una primera mitad llena de tiempos muertos que acompañan al protagonista mientras se establece la muy anormal relación amorosa con su vecina, luego la situación desencadenante que llega demasiado tarde (¡a los 45 minutos!) y por fin una segunda mitad donde las cosas se ponen en movimiento con un frenesí inesperado. Tan inesperado como la violencia contenida en un personaje que deviene en un psicópata en extremo perturbador. El director de Pusher, que reemplazó a Neil Marshall apadrinado por el mismo Ryan Gosling, tomó un guión chato como pocos y con su estilo avant-garde entregó este cuento de hadas macabro, desangelado y visualmente atractivo que algunos entusiastas se han apresurado en calificar de obra maestra. Pero no nos engañemos: el público que recibió con honores un título tuerca mucho más honesto como Rápidos y furiosos 5 difícilmente se enganche con esta propuesta mal titulada por la distribuidora local.
Apenas otro primo lejano de Carrie Si bien en el cine está todo inventado todavía queda un margen para sorprender con recursos lícitos a una audiencia cada vez menos propensa a dejarse arrastrar por el impacto fácil. Y muy especialmente cuando se trata de una producción proveniente de esa fábrica de chiches inútiles llamada Hollywood. A Poder sin límites no le sobran las ideas para plasmar en la pantalla grande dos conceptos hasta ahora nunca fusionados: el mockumentary (o falso documental al estilo de El Proyecto Blair Witch o la más fresca Cloverfield- Monstruo) y el relato de superhéroes. Comercialmente el filme creado por Max Landis (el hijo del subvalorado John) y Josh Trank (quien debuta como director con este trabajo) tuvo una primera semana soñada liderando la taquilla de los EE.UU. y hasta la fecha cuadriplicó su presupuesto estimado (51 millones de dólares contra una inversión de sólo 12: negocio redondo). Sin embargo lo más inexplicable fue la excelente recepción que le brindó la crítica especializada: uno de los tantos misterios que se pueden hallar en esta industria tan difícil de pronosticar. Seamos sinceros: la película en base a sus efectos, sus toques de humor y un ritmo parejo puede llegar a entretener a un público sin pretensiones pero la elementalidad del guión -con personajes torpemente construidos desde lo psicológico- es indefendible de comienzo a fin. El mix es novedoso, debe reconocerse, y sin embargo sólo se pueden rescatar algunos hallazgos de ingenio que se dejan ver cada tanto (como la justificación para la cámara flotante, la escena del número de “magia” y dos o tres travesuras más o menos bien humoradas). Durante el resto del metraje reina la mediocridad más tajante. La historia, para ser exactos, no es la de unos superhéroes sino la de tres muchachos adolescentes compañeros del colegio que en una secuencia harto caprichosa absorben una energía tremenda de algo (no se ve bien) que podría ser de origen extraterrestre. En realidad no importa porque el guión se desentiende de inmediato de este aspecto para concentrarse en lo que le interesa enfatizar: cómo reacciona cada personaje con estos superpoderes que ellos no pidieron. Y es aquí donde el filme empieza a desbarrancar: Landis y Trank arman un triángulo con dos típicos chicos de la prepa como el afroamericano Steve (Michael B. Jordan), un avezado deportista que empieza a incursionar en la política estudiantil, y Matt (Alex Russell), un imbécil que cree que citando a pensadores célebres logrará borrar un pasado de adolescente chato e intrascendente; finalmente, y como el anómalo del trío, está el primo de Matt: el conflictuado (y conflictivo) Andrew (Dane DeHaan). Como si no fuera suficiente con un padre abusivo al muchacho le endilgaron el cuidado de una madre moribunda de cáncer. Más que de Matt el antisocial Andrew parece un primo lejano de la pobre Carrie (del film homónimo dirigido por Brian De Palma en 1976). El tipo es una olla a presión y se cae de maduro que los poderes sólo van a servir para potenciar toda esa oscuridad que subyace en su interior y que se adivina con suma facilidad desde el mismo prólogo de la historia. Si hay que hablar en términos de “buenos” y “malos” ya se sabe quién es quién con esta breve reseña… El “found footage” está aquí bastante más tirado de los pelos que en otros productos recientes (hoy también se estrena Con el diablo adentro) pero de todos modos la situación desencadenante ya era un delirio total. Lo que vende la dupla Landis / Trank es difícil de comprar con personajes y acciones tan previsibles que a los cinco minutos uno ya se imagina para dónde rumbea el clímax (espectacular si no se le exige demasiado al equipo de efectos). Algún detalle en la relación entre los primos parece inspirada en De hombres y ratones (mea culpa si no es así), genial novela de John Steinbeck, pero básicamente estamos ante un cóctel que aúna los elementos ya mencionados sin un rasgo estilístico que los cohesione o una estructura que intente superar esas limitaciones a través de una forma narrativa más creativa.
Para amar u odiar En todas las épocas han existido temas de especial sensibilidad para la gente. Cuando los mismos son abordados por el cine con demasiada proximidad el asunto puede ocasionar las más disímiles reacciones. Por ejemplo, ¿cuántas veces se ha dicho que el espectador no estaba preparado para tal o cual experiencia cinematográfica? Seguramente no pocas… Ya ha transcurrido una década desde aquel fatídico 11-S que además de un inmenso dolor provocara una reacción en cadena con consecuencias tremendas en todos los órdenes imaginables. Las películas que se rodaron hasta ahora se han concentrado en la crónica de ese día que enlutó a la humanidad entera y la gesta de tantos hombres y mujeres anónimos que lucharon codo a codo, cada cual desde su lugar, para tratar de salvar vidas y sostener a los familiares que debieron sobrellevar semejante tragedia. Analizadas en retrospectiva esas historias respondían a la necesidad imperiosa que tenía la sociedad estadounidense de empezar a cicatrizar la herida de alguna forma. Hacer esto está bien visto, es como una catarsis controlada en la que no caben los riesgos de ninguna índole: mucho menos los artísticos. Tan fuerte y tan cerca, la nueva película del inglés Stephen Daldry, es una de las primeras obras en plantear el atentado a las Torres Gemelas como disparador de una ficción que, pese a las opiniones vertidas por ahí, conmueve hasta lo más profundo sin recurrir a golpe bajo alguno. Claro que esto es subjetivo y digno de ser debatido. El filme tendrá algunas pocas fallas pero no es tibio, se juega el todo por el todo cargándole el absorbente rol del niño protagonista a Thomas Horn, un muchachito sin experiencia actoral, y presenta unas cuantas facetas como para explorar largamente. El joven escritor de origen judío Jonathan Safran Foer publicó su novela Tan fuerte y tan cerca en 2005. El galardonado guionista Eric Roth (Oscar por Forrest Gump) se encargó de adaptarlo para la pantalla grande con suma habilidad y Daldry le imprimió su sello poético a un drama hipnótico que pasa de la intensidad emocional más crispada a elucubraciones metafísicas prácticamente sin despeinarse. Nada aquí luce forzado, todo fluye maravillosamente en una trama que debe ser la más original que he visto en años. Oskar Schell (prodigioso e inolvidable Thomas Horn) perdió a su padre (un muy cálido Tom Hanks) en el World Trade Center hace apenas un año. El contexto traumático de esa desaparición –los seis mensajes de voz guardados en el teléfono- y el sentido de pérdida han dejado en un estado de convulsión y furia permanentes al chico de nueve años, cuya tarjeta de presentación lo identifica como inventor, diseñador de joyas (el oficio paterno), astrofísico y pacifista. Oskar se refiere con razón al 11-S como “The worst day” (El peor día). El precoz e inteligente niño avasalla con su personalidad y sus fuertes conflictos existenciales (“¿Nadie sabe que no hay nadie en el ataúd?”, exclama en el funeral) a su golpeada madre (una impecable Sandra Bullock). Padre e hijo eran tan inseparables que por momentos tememos por la salud mental del pequeño. Durante esas largas jornadas de depresión y nostalgia alternadas Oskar descubre un jarrón en el que su papá dejó un sobrecito con una llave. Recordando los juegos de expediciones con pistas que solían practicar se da cuenta que la única forma de que esa venerada figura no se desdibuje es tratar de hallar la cerradura para la cual fue construida. Una tarea por demás ambiciosa en la que recibirá la comprensión y la ayuda de un anciano que podría ser su abuelo (el genial Max Von Sydow, nominado al Oscar por este papel) y que ha renunciado a hablar por una serie de eventos traumáticos que el director prefiere dejar en un segundo plano. Todos los sábados sale Oskar acompañado por el anciano y munido de sus mapas, su mochila y su pandereta (que le sirve para no paralizarse ante la multitud de Manhattan) para buscar el objeto misterioso que su querido papá le encomendó como misión póstuma y que podría de alguna manera traerle algo de consuelo para, por fin, empezar a superar tan irreparable pérdida. Los detractores de la película están en condiciones de acusar a sus creadores de utilizar el 11-S como trasfondo con fines sensacionalistas. Yo no lo veo así. La carga emocional no sería la misma si, por ejemplo, el personaje de Tom Hanks perdiera la vida en un accidente de autos. Ese contexto en particular y el tratamiento, insisto, para mi nunca especulativo que le da Daldry empuja hacia delante la historia dramáticamente. Y estoy convencido de que los tiempos, los climas y el personaje de Oskar en sí son menos hollywoodenses que varias de las otras películas nominadas al Oscar en este 2012. La clave del relato, no obstante, recae en la actuación de Horn que por suerte no intenta congraciarse con el espectador haciendo caritas ricas a cámara; Oskar no es un nene para poner en la mesita de luz: es complejo, por momentos lo odias, en otros te compadeces por su sufrimiento pero siempre resulta creíble en sus berrinches, arrebatos y extrema sensibilidad. Esta actuación es el verdadero triunfo de Tan fuerte y tan cerca… El tiempo pone en perspectiva a las obras de arte. Lo que hoy es calificado como obra maestra mañana puede ser destrozado sin culpa (y viceversa). El valor de una película valiente, poco concesiva (hay algunos subrayados que se podrían haber evitado cerca del final) y honesta como esta no puede ser objetado con argumentos irrefutables. Todos podemos cambiar nuestro sentir eventualmente. Aquí y ahora, un film brillante. Quizás lo mejor que haya realizado Stephen Daldry en toda su carrera. ¿Para amar u odiar? Eso parece...
Las bondades del Tercer Mundo La saga de Mini espías se había agotado con la trilogía rodada entre los años 2001 y 2003 pero al infatigable Robert Rodriguez parece que todavía le quedaba algo por decir al respecto. Tras seleccionar una parejita de nenes que pudiera reemplazar a la original se despachó con esta innecesaria Spy Kids: All the Time in the World in 4D que por pertenecer al Tercer Mundo nos llega con una D menos: el sistema Aromascope se extravió en la Aduana. Por una vez hemos salido beneficiados: si la tan mentada tarjeta de olores incluía las caconas de la beba del personaje de Jessica Alba, las “explosiones” de las bombas de pañales sucios y demás lindezas derivadas sólo puedo agradecer al cielo por la cortesía… A Robert Rodriguez uno no sabe si admirarlo o simplemente detestarlo por su intrepidez al encarar un proyecto: el tipo no duda en meter mano en cualquiera de las muchas actividades relacionadas con la filmación de una película. Fotografía, efectos especiales, música, producción, escenografía, edición, sonido, a nada le hace asco el muchacho en su ambición por dominar un arte que por sobre todas las cosas es esencialmente colectivo. Tal vez por una megalomanía que le impide confiar en los demás o quizás por el más sencillo motivo de abaratar costos de presupuestos nunca demasiado generosos, lo cierto es que Rodriguez abarca más de lo que el sentido común indica. Y esto siempre se nota en el resultado final. Al director de Sin City se le observa un estilo propio instaurando en sus obras un universo desquiciado basado en sus variadas influencias (hay mucho de animación en las Mini espías) donde nunca falta la libertad creativa ni el sentido del humor. Ideas se le ocurren, prestadas o no, y por algún motivo inexplicable su trabajo engancha a los chicos que disfrutan abominaciones como La aventuras del niño tiburón y la niña de fuego. Como su amigote del alma Quentin Tarantino, el texano saca la multiprocesadora y de ese mix surgen las historias más disparatadas en la que no es raro encontrar esos “mensajes” profamilia que en un filme como Mini espías 4: Los Ladrones del Tiempo se hacen evidentes desde el vamos. ¿Es competente en lo que hace?, ¿cumple medianamente esta nueva entrega su propósito de entretener? Desde un punto de vista adulto posiblemente no. De todos modos como el público al que apunta Rodriguez tiene 10 años o menos es difícil ser tan concluyente. Jessica Alba interpreta a Marissa, una espía que se retiró del oficio para criar a su beba, consentir a sus hijastros Rebecca (Rowan Blanchard) y Cecil (Mason Cook) y hacer una vida hogareña junto a su despistado marido periodista Wilbur (Joel McHale). La aparición de un terrorista llamado Time Keeper (Jeremy Piven) que está dispuesto a robarle el tiempo al mundo provoca que Marissa regrese a la acción ahora con su bebita como “sidekick”; mientras tanto Rebecca y Cecil acceden al área de Spy Kids en la OSS que estuviera cancelada desde la partida de Juni Cortez (Darryl Sabara) siete años antes. Juni y su hermana Carmen (Alex Vega) se suman también al grupo junto con Argonaut (en la voz del inglés Ricky Gervais), el perro robot protector de los chicos. Rodriguez instala en la platea a puro machaque la moraleja de que los papis deben dedicarle todos los minutos que puedan a sus hijos para no tener nada de lo cual arrepentirse el día de mañana. No hay nada como el HOY, podría ser el slogan tranquilamente… Ocasionalmente a Rodriguez se le prende la lamparita y brinda una idea tan brillante como la de los audífonos de Cecil (el chico padece de una sordera parcial), que debidamente convertidos en casi un gadget a lo James Bond le permite al público infantil identificarse con un pequeño que de otro modo podría ser visto como a sapo de otro pozo. Y este es el karma de Roberto: ésta y otras ideas potencialmente buenas se pierden en su caos creativo, tanto argumental como narrativamente, en el cual para colmo se ha asentado con placentera comodidad esa escatología tan cara al sentimiento de la Nueva Comedia Americana. El fin por sobre los medios: si los chicos se ríen todo vale. Ah, Jessica Alba y Joel McHale demuestran entre ellos tanta química como Daniel Aráoz e Ingrid Grudke en Mi papá se volvió loco!!! Más que esposos parecen vecinos, che…
Despanzurrando mitos Después de un hiato bastante pronunciado Hollywood regresó a la mitología griega sui generis con Furia de titanes, una película mediocre orientada a un público de preadolescentes que alcanzó una proyección comercial acaso inmerecida. Los Inmortales, por su parte, es una película muy menor orientada a un público de jóvenes y/o adultos que guarda varias similitudes estéticas con la en su momento sorprendente 300 (inclusive comparten los mismos astutos productores). La diferencia más radical entre Furia de titanes y Los Inmortales es que esta última al menos cumple su función de entretener con una historia que se nutre del mito de Teseo aunque con unas licencias dramáticas tan disparatadas que sería un error exigirle exactitud a la adaptación realizada por los hermanos Charley y Vlas Parlapanides. Los responsables del proyecto le pidieron sangre, vísceras y un gore ultraviolento al director de origen indio Tarsem Dhandwar Singh (sí, aquel que debutara en el cine en 2000 con el lisérgico e imaginativo thriller de horror La Celda) que como buen soldado acató las órdenes y volcó todo su saber –dicho esto sin ironía- en composición, imágenes alucinantes, un CGI deliberadamente artificioso y el condimento final que tanto convoca por estos tiempos: el polémico 3D… Ya que el guión es un desatino constante voy a plegarme a la causa para enunciar uno propio: ningún filme de aventuras que empiece con la narración en off de John Hurt puede ser totalmente malo. La voz de este simpático veterano inglés le saca el jugo a cualquier texto –aún a los más profanos- y automáticamente, al reconocerla, te roba de prepo una sonrisa. El elenco de Los Inmortales es claramente superior al de Furia de titanes: hay muchas figuras de una fuerte presencia escénica. Algunos (Mickey Rourke, Stephen Dorff, Freida Pinto, el mencionado John Hurt) son más conocidos que otros (el protagonista Henry Cavill, Luke Evans, Joseph Morgan, Isabel Lucas) pero el casting es sin dudas uno de los puntos fuertes que potencian el relato. Aunque algunos papeles han sido asignados de manera caprichosa (el Zeus demasiado juvenil de Luke Evans encabeza la lista) esto no impide un buen desempeño por parte de la gran mayoría de los artistas involucrados. La jugada de mezclar intérpretes de trayectoria con ex modelitos, estrellas de la TV y actores que recién comienzan a forjarse un nombre en la industria podría haber salido terriblemente mal. Que no haya sucedido así es el gran logro de Singh: después de todo la calidad del apartado visual ya estaba garantizada de antemano… ¿Con qué se van a encontrar quienes se acerquen a esta versión hiper pochoclera de los mitos griegos que muchos descubrimos en nuestra infancia gracias a los poemas épicos de Homero? Pues ni más ni menos que esa técnica de guión que se dio en conocer como el Camino del Héroe (ver enlace) y que tan buenos resultados tuviera en títulos clásicos como Star Wars o la trilogía de El Señor de los Anillos por mencionar sólo los más obvios. Como he dicho en más de una oportunidad la estructura del Camino del Héroe no genera milagros si el material es ramplón pero sí le da a la película una base sólida sobre la cual moverse. Las peripecias de Teseo (Henry Cavill) en Los Inmortales no asombran a nadie pero pese a todo se siguen con cierto interés culposo. Como en Star Wars, el inicio de la aventura encuentra a nuestro personaje principal trabajando como granjero y nada hace suponer que dejará su oficio para liderar a los suyos contra el despiadado rey invasor Hyperion (un dignísimo Mickey Rourke) que por venganza contra los dioses quiere liberar de su prisión a los temibles titanes para que lo ayuden a aniquilar la raza humana. Modesto el hombre… El asesinato de un ser querido y las circunstancias llevarán a Teseo a sumarse a la resistencia contra el rey demostrando su valor en batalla y enamorando de pasada a la virgen oráculo (Freida Pinto) mientras los dioses se debaten entre ayudar o permanecer ajenos al conflicto que se desata en la tierra… Los Inmortales tiene tantos efectos visuales generados por computadora que da la sensación de estar pintada de punta a punta. El artificio está un poco menos volcado al comic que en 300 pero no se puede negar que navega en esa dirección. El nivel de violencia bordea la desmesura más insólita cuando las explosiones de sangre que provocan los mazazos, espadazos y cadenazos de los guerreros se entrelazan en cámara lenta para regocijo de los adictos a las emociones fuertes. La película es simplemente eso: un relato pueril pero contado con garra y una convicción que, debo reconocer, no me esperaba de ninguna manera. Sorpresas te da la vida…
La gloria o Sing Sing Con el único antecedente del largometraje documental Ghosts of Cité Soleil, el danés Asger Leth se posicionó inmejorablemente en Hollywood al obtener en 2006 el premio del Sindicato de Directores de los Estados Unidos dentro del rubro “no ficción”. Al borde del abismo, su flamante opus, es exactamente todo lo contrario: un thriller policial ajustadísimo en su narrativa que atrapa irremediablemente al espectador desde la primera escena. El realismo obtenido en Ghosts… sedujo a los productores de Man on a ledge (frase con la que se identifica en la jerga policial a los potenciales suicidas que amagan con arrojarse al vacío desde la cornisa de un edificio). La elección fue perfecta porque Leth no sólo saber filmar muy bien: con su simpleza para la puesta en escena y su dominio de la marcación actoral también es capaz de hacer creíbles las situaciones más extremas. Cuando promediando la película el guión del venezolano Pablo F. Fenjves se excede de revoluciones (abundan las giros sorpresivos) es la mano firme del realizador la que impide que desaparezca el verosímil cinematográfico. La trama no es de hierro pero aún con algunos hilos sueltos está muy por encima del promedio. Sin revelar demasiado puede decirse que detrás de un supuesto intento de suicidio por parte del ex policía Nick Cassidy (extraordinaria actuación de un empático Sam Worthington) en el piso 21 del Hotel Roosevelt de Nueva York hay un plan maestro para robar un diamante valuado en 40 millones de dólares. El propietario de la joya es el villanesco David Englander (un formidable Ed Harris), un millonario inescrupuloso que comparte un pasado con Cassidy. Para persuadir a este último de que no se tire es convocada la conflictuada mediadora Lydia Mercer (la linda Elizabeth Banks) quien al poco tiempo de llegar se da cuenta que hay algo raro detrás de todo ese circo (con los medios cubriendo la noticia y la gente observando todo desde la calle con más morbo que curiosidad). En otros roles de peso brillan además Jamie Bell, Génesis Rodríguez (¡hija de José Luis "El Puma" Rodríguez!), Titus Welliver (el anti Jacob de la serie Lost), Anthony Mackie, Kyra Sedgwick y el buenazo de Edward Burns. Un elenco así de sólido no se ve muy seguido por estos días… Al borde del abismo es cine de género puro, un escapismo de lujo, bien escrito y mejor montado y dirigido para agradar a un target amplio ya que no hay escenas demasiado fuertes o explícitas. Una película que gana en emoción minuto a minuto, con una historia que funciona como un mecanismo de relojería durante la mayor parte del metraje y con un in crescendo dramático notable. El suspenso gana a la platea y ni un clímax algo deshilachado por algunos detalles descuidados logra atenuar el impacto que genera este gran espectáculo. Este thriller tan intenso como disfrutable es un tapado que los fanáticos de la acción sabrán apreciar si le dan una oportunidad...
Un vestido y un amor J. Edgar, la película número 32 de Clint Eastwood en su faceta de director, acaba de sufrir un duro castigo por parte de la Academia de Ciencias y Artes de Hollywood que la ha omitido por completo de las nominaciones al premio Oscar. Ni siquiera un rubro técnico para un filme con visibles esfuerzos en materia de escenografía, vestuario y maquillaje. ¿A qué se debe esta saña para con el por lo general más que respetado realizador de tantas obras memorables del cine? A no dudarlo, señores: el viejo Clint perdió el pelo pero no las mañas. El problema de la biopic sobre la controvertida figura del funcionario público J. Edgar Hoover es la visión demasiado blanda que de él presenta el siempre vigente cineasta de Los Imperdonables. No lo aseguramos nosotros sino la abrumadora mayoría del periodismo de su país… En los Estados Unidos quien fuera el férreo director del temido FBI durante cuarenta y ocho años ininterrumpidos nunca ha contado con el favor de sus compatriotas pese a la gran cantidad de innovaciones que implementara para combatir el crimen (el análisis científico de la escena del crimen, la sistematización de una base de datos de huellas dactilares, la incorporación de profesionales universitarios en las diversas especializaciones del organismo, etc.). En su persecución indeclinable de un modelo de justicia (SU modelo de justicia) Hoover no hesitó en chantajear, extorsionar, manipular y quizás (no hay pruebas que lo confirmen) mandar a borrar del mapa a quienes se opusieran a su voluntad. No por nada el slogan de J. Edgar reza: “El hombre más poderoso del mundo”. Consagrado en cuerpo y alma a su trabajo es muy poco lo que se conoce de la intimidad del hombre excepto la versión de que era un homosexual malamente asumido y que habría mantenido una larga relación con el director adjunto del FBI, Clyde Tolson. La injerencia directa o indirecta del todopoderoso e intocable Hoover en la gestión del gobierno de turno (¡logró mantenerse en su cargo durante ocho presidencias!) con tristes antecedentes como la caza de brujas en la década del ’50; su responsabilidad en la condena a muerte a los esposos Rosenberg acusados de traición (se demostró que por su antisemitismo Hoover no verificó las pruebas en su contra) o, entre muchos otros, las sospechas de su participación de los atentados que culminaron con las vidas de los hermanos Kennedy o Martin Luther King Jr. Claramente era esto lo que la prensa de Estados Unidos quería ver en la pantalla y no una radiografía ecuánime y equilibrada de los vicios y virtudes de este terrible megalómano. Clint Eastwood, que aquí demuestra una vez más su sabiduría como artista, es demasiado inteligente como para cometer el error de filmar un panfleto para denigrar a Hoover. No sólo porque no es su estilo sino también, insistimos, porque ciertos hechos no han podido ser debidamente corroborados. La J. Edgar de Eastwood enuncia y denuncia cuando así se lo requiere pero también sugiere y deja a criterio del espectador la decisión final sobre la culpabilidad de Hoover en algunos de los más destacados sucesos de la historia estadounidense. Y está bien que así sea. Eastwood ha logrado no transparentar enfáticamente su postura personal pese a que en su fuero íntimo con seguridad ya tiene un veredicto. Clint expone al personaje, lo ubica en el tiempo y el espacio, le da un contexto emocional además de histórico, desnuda sus motivaciones, revela por primera vez sus altas y bajas pasiones (la soterrada pasión por Clyde, el extraño vínculo con su dominante madre) y no olvida remarcar tanto lo bueno como lo malo con la inestimable colaboración de Leonardo DiCaprio en la mejor actuación de toda su carrera. Ya establecido el QUÉ de un relato sólido como casi todos los que entrega habitualmente Eastwood sólo nos queda ocuparnos del CÓMO. La estructura de J. Edgar juega con los tiempos sin prisas ni pausas: transcurre en tiempo presente durante los últimos años de su conducción al frente del FBI mientras paralelamente se van disparando flashbacks –con la excusa de estar redactando sus memorias a un joven escriba- que dan cuenta de su ascenso meteórico dentro del Departamento de Justicia, su asignación como máximo jefe de los federales a los 29 años de edad, la lucha contra el hampa en la época de la ley seca, las consecuencias trascendentales derivadas del secuestro y muerte del bebé del famoso aviador Charles Lindbergh, sus celos profesionales para con algunos de sus agentes (mandó al destierro a Melvin Purvis, el G-Men más popular, solo porque le hacía sombra ante la ciudadanía), su obsesión con los comunistas, las reuniones con los presidentes recién electos que buscaban apartarlo de su puesto e indefectiblemente terminaban siendo persuadidos de no hacerlo cuando Hoover les mostraba sus expedientes Top Secret en los que se acumulaban documentos, fotos u otros elementos incriminatorios de llegar a los medios de comunicación. Este montaje no lineal jamás cansa ni abruma con la información brindada. Con todo lo que se puede recopilar sobre Hoover un director como Oliver Stone hubiese ocupado un tercio de su película con el guión completo de J. Edgar. Desde luego que hay limitaciones, todas las biografías las tienen. La clave es saber elegir de tanto material exactamente lo que se quiere contar. En ese sentido Eastwood separa la paja del trigo: no innova en lo que ya es vox populi y se la juega sobre lo que ocurría con Hoover fuera de lo laboral. La historia de que alguna vez se lo descubrió usando un vestido es un clásico mito del folclore yanqui. Y su parco amor fou con Clyde (sensible aproximación al personaje de Armie Hammer) contrasta con la sumisión y adoración para con su madre (Judi Dench). La frase “No seas marica, sé un hombre; prefiero verte muerto antes que tener un hijo marica” que le espeta dona Anna Marie Hoover, dice más sobre el vínculo madre e hijo que varios tratados que se puedan escribir al respecto. Fuera de Clyde y de su madre una de las personas que más trató a Hoover fue su leal secretaria personal Helen Gandy (Naomi Watts). Es una pena que tras la muerte de su jefe Gandy no haya contribuido a disipar algunos de los tantos misterios que aún hoy le sobreviven. A medio camino entre lo íntimo y lo público, la J. Edgar de Eastwood humaniza sin exagerar al hombre y pone en su lugar al funcionario del gobierno que supo mantener su posición de privilegio en base a una combinación de inteligencia, cintura política y malas artes. ¿Analogías por suelo argento? Salvando las distancias: Don Julio, claro…
Anexo de crítica: Brett Ratner es el más impersonal de los directores de Hollywood pero para productos inocuos como Robo en las alturas con su profesionalismo le alcanza y sobra para entregar un típico pasatiempo de verano. Ben Stiller no está en plan gracioso pero se pone la película al hombro; Eddie Murphy, además uno de los productores, tiene curiosamente pocos minutos de pantalla y te logra sacar un par de sonrisas a puro carisma pese a estar desaprovechado en un 100%. Alan Alda compone de taquito al villano de turno y los demás actores parecieran divertirse con los papeles que le tocaron en suerte. Como comedia es modesta a más no poder pero si no le prestan demasiado atención a los agujeros de la historia se puede pasar un rato ameno (¡¡¡ameno que sean exigentes, claro!!!).-