Antes que parta el tren Esta coproducción entre Francia, Bélgica e Irlanda, escrita y dirigida por Jérôme Bonnell, guarda bastantes semejanzas con el film Antes del amanecer, pero sin la belleza visual de la geografía europea ni los filosóficos diálogos que presentaba esta primera película de la trilogía de Richard Linklater. El Tiempo de los Amantes es una crónica romántica de una jornada particular en la vida de una actriz, que tras abordar un tren camino a París, tendrá un intercambio de miradas con un hombre desconocido que marcará el inicio de una atracción mutua e irresistible, llevándola a abandonar su cotidianeidad y embarcarse en una aventura amorosa. Con una temática conocida pero sin la potencia visual de otros films, como el mencionado anteriormente, y con escuetos diálogos casi intrascendentes, el relato se destaca en las buenas interpretaciones que dan lugar al excelente juego de miradas y silencios, así como el encuentro apasionado que logra retratar de estos dos personajes sorprendidos por la soledad, la incomprensión y la adrenalina de lo prohibido. A pesar de sus personajes poco construidos, asoma cierta denuncia sobre la realidad del teatro y el arte en una Europa alcanzada por la crisis económica y social. Pero algunas situaciones inverosímiles y una banda sonora que por momentos acierta y en otros hasta desorienta, hacen que el tiempo de los amantes se prolongue en demasía, deseando como espectador que su protagonista no pierda su último tren.
Joseph Gordon-Levitt, debuta como director y guionista con esta comedia romántica entretenida, a ratos divertida y relativamente diferente, para un género en el que Hollywood nos tiene acostumbrado a la vulgaridad y falta de imaginación, salvo contadas excepciones. Entre sus manos nos presenta al famoso Don Juan del Siglo XXI, personaje que fue representado, tanto en la literatura, como en el teatro, la música o el cine por infinidad de grandes autores, con múltiples y muy dispares personalidades e incluso por Ingmar Bergman, que adaptó dos versiones, una para teatro (Don Juan, 1955) y otra para el cine (El ojo del Diablo, 1960), con la misma destreza para la seducción que su predecesor, aunque con unos métodos mucho más rudimentarios y una particular adicción: la pornografía. El relato se centra en la simple y rutinaria vida de un joven obsesionado con la pornografía por Internet y cuya existencia gira en torno su cuerpo, su casa, su auto y cada nueva conquista para redimirse cada domingo por la mañana en misa y terminar con la típica reunión familiar. Hasta que conoce a Bárbara, una chica tan bella como manipuladora, que obligará a Jon a dejar muchos de sus hábitos de vida. Comenzará entonces una lucha interna del onanista mujeriego que disfruta más del sexo viendo pornografía en su notebook que practicándolo en vivo. A pesar de la superficialidad de los personajes y el ritmo acelerado del relato, Joseph Gordon-Levitt logra exponer una leve crítica a la sociedad actual dependiente del fenómeno de internet y las redes sociales, donde las relaciones interpersonales y el amor a distancia están regidos por la incomunicación más absoluta, y como su personaje encuentra en la pornografía un vehículo de desahogo unidireccional, fantasioso y egocéntrico con la seguridad en un tipo de relaciones que siempre sale bien. También se da lugar para burlarse de las comedias románticas, con las que Hollywood nos abruma y que aquí quedan perfectamente parodiadas con los cameos de Anne Hathaway y Channing Tatum, y ciertas incoherencias propias de la religión y la iglesia como institución. Los personajes son simples y triviales, pero sus protagonistas se enfundan en sus arquetipos con notable talento y gracia. Con la bellísima Scarlett Johansson mascando chicle y muy alejada de su glamorosa imagen habitual, pero siempre cautivante; la siempre correcta Julianne Moore en el papel de una mujer que está de vuelta de todo y que conseguirá que el nuevo Don Juan se cuestione sus principios y hasta su fe; un divertido Tony Danza interpretando al padre de Jon Martello y una actuación cargada de originalidad para Brie Larson, como la hermana de Jon que sólo pronunciará una frase en toda su interpretación, que sintetiza la obsesión de toda una generación. Pero el mayor acierto del film, radica en el ritmo y estilo elegido para abordar el género, desplegando ciertos recursos cinematográficos tendentes a introducir al espectador en las sensaciones de su protagonista, como mecánicas repeticiones de planos a manera de insert y juegos con los sonidos y los silencios en la banda sonora (casi en la línea de Trainspotting o Réquiem para un sueño). Tal vez la falta de sutileza en el tramo final, a partir de la aparición del personaje interpretado por Julianne Moore, buscando cierta redención del personaje y exponiendo una moralina algo traída de los pelos al estilo “El sexo es una experiencia vacía y antes o después el protagonista se va a enamorar y darse cuenta de que el sexo con amor es mucho mejor”, sumado al abuso de determinados recursos que funcionan muy bien inicialmente (las repeticiones de las rutinas) pero que acaba desgastándolos al final, resten puntos al film. Esta especie de versión cómica de Shame: Sin reservas, el film de Steve McQueen en el que Michael Fassbender muestra los problemas de un hombre para encontrar una vida sexual equilibrada dando como resultado la pérdida total del control personal, mezclada con Alfie (versión original de 1966 o remake protagonizada por Jude Law) donde un joven carismático, encantador, promiscuo y metrosexual se dedica a conocer, enamorar y seducir mujeres como segundo trabajo, podría haber tenido mejores frutos, pero para ser su opera prima Joseph Gordon-Levitt ha salido más que beneficiado. Con un guion sencillo pero efectivo, sin profundizar en los personajes y cimentado en las buenas actuaciones y una estética original para el género, ha logrado un film entretenido y divertido que no retendremos mucho en la memoria pero habrá valido el tiempo que le dedicamos.
El consagrado director Martin Scorsese nunca deja de sorprendernos, y tras grandes filmes como Pandillas de New York, El aviador, la oscarizada Infiltrados y La isla siniestra, vuelve a superarse con este film que además marca la quinta participación de DiCaprio con el director, combinación que seguramente se sellará con varios premios. Basada en el caso real de Jordan Belfort, un corredor de Bolsa neoyorquino de orígenes humildes que en los 90 defraudó por millones de dólares convulsionando Wall Street, grandes corporaciones bancarias y la mafia, la película nos embarca en la vida de este especialista en la malversación de fondos que tergiversa el sueño americano para adaptarlo a su propia realidad llevando una vida de excesos, corrupción, sexo, drogas, poder y dinero que le valieron el apodo de El Lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street). A la precisión del guion que ya nos tiene acostumbrado Scorsese, y en la que mucho influyo Terence Winter (libretista de Los Soprano) contratado para la adaptación dotando al relato de dosis justas de cinismo, humor, acción y drama, se suma el frenesí de una cámara que energiza todo lo que toma y sumerge al espectador en una montaña rusa de fiestas, sexo, drogas y el espacio íntimo del mundo financiero que logra despertar el lobo que todos llevamos dentro. Durante tres horas, la película atrapa al espectador en la historia de un tipo brillante en un mundo totalmente desprovisto de moral, donde la codicia, ayudada por la falta de controles y el poder corrosivo del dinero fueron el combustible y el motor de un antihéroe corrompido por los dólares, la cocaína y las prostitutas, pero al que idolatramos y seguimos fascinados durante el relato. Scorsese no duda en exponer su crítica sobre la corrupción y los mercados, precisamente en un país cuya cultura del dinero conlleva una falta de escrúpulos colosal donde lo que importa es ganar a cualquier precio. Que un nativo del Bronx con tantas inhabilidades sociales, laxitud moral y poder de persuasión como Jordan Belfort haya llegado a la cima del mundo tiene algo de cómico, de trágico y de absurdo a la vez. Un intenso Leonardo DiCaprio aporta al personaje lo necesario para transmitir el espíritu de un hombre emocionalmente inestable, cínico, sin escrúpulos, permanentemente drogado y obsesionado en el dinero que pasa su vida al mejor estilo rockstar, pero que al mismo tiempo tiene el carisma y el don, cual pastor de iglesia o secta religiosa, para seducir, convencer y persuadir a sus seguidores. Escenas como la del club en la que DiCaprio, semiconsciente con su cuerpo paralizado por los efectos de una droga, dirime una lucha interna para subir a su auto y conducir, merecen que finalmente se lleve la preciada estatuilla en la próxima edición de los Oscar. Un reparto muy bien secundado por Jonah Hill, en un personaje grotesco, un tanto torpe y despreciable que evoluciona de perdedor a millonario, Jean Dujardin, en el papel del banquero suizo despreciable y la bellísima y cautivante Margot Robbie como la tentación rubia que promete para femme fatale pero deviene en inteligente y millonaria ama de casa. Muchas escenas quedan en la retina, pero sin duda una de las más significativas del film sea la de DiCaprio y su mentor, interpretado por un hilarante Matthew McConaughey. Dos hombres trajeados, sentados a la mesa de un lujoso restaurante con vistas de todo Manhattan, situados en la cima del mundo, entonando el grito de guerra (con golpes en el pecho incluidos) que transformará a nuestro protagonista en todo un depredador. Con sobrados elementos narrativos, visuales y temáticos que la justifican, un par de nominaciones al Globo de Oro y posicionada como favorita por varios de la prensa especializada, El lobo de Wall Street suena como la gran candidata al Oscar.
Esta ópera prima del director y guionista israelí Nadav Lapid, que llega a la cartelera precedida de algunos premios, como mejor nuevo director en San Francisco, premio especial del jurado en Locarno y mejor película y director en el último BAFICI, propone una mirada sobre Israel hoy, pero focalizándose en las discrepancias internas de la población judía como parte de una sociedad marcada por la cohesión hacia el enemigo externo. Estructurada en dos historias que luego se unirán, Policeman retrata, en un principio, la cotidianeidad de uno de los miembros de un grupo de elite de la policía israelí para luego pasar a un grupo de jóvenes judíos pretendidamente revolucionarios (desde una convicción ideológica anticapitalista, pero con la seguridad que su clase social les garantiza) que, descontentos por la política interna de su país, las diferencias sociales y la política externa invasora y militarizada, planean una acción suicida para hacer justicia a su manera. Terminando con el predecible e inevitable encuentro entre rebeldes y el comando de elite. Con una puesta que privilegia los tiempos muertos a la acción, buena fotografía y planos que por momentos permiten un acercamiento a lo interior de sus personajes y por otros nos alejan completamente, incluso proponiendo casi un punto de vista documental, arranca interesante hasta que comienza la historia de los jóvenes revolucionarios. El día a día de este policía y su interacción con su familia y amigos del escuadrón antiterrorista, actuando entre la indiferencia, la cordialidad y la frialdad, hecho que logra la empatía del espectador y resulta prometedor en cuanto al desarrollo de la historia, se desvanece en caída libre cuando da lugar a la historia de los jóvenes, donde la inverosimilitud de los hechos dificulta identificarse tanto con la historia como con los personajes. Más allá de la mirada sesgada y parcial que los medios mundiales se empeñan en difundir sobre Israel, como un estado concentrado solo en el enemigo externo y cuya verdad defiende puramente con eficiencia militar, cualquier persona (interesada en conocer, mas allá de oír o ver) puede interiorizarse sobre la historia y actualidad de dicha sociedad y país y deducir que la idea de que ciudadanos israelíes-judíos luchen contra Israel es prácticamente un descalabro. Un país de gran heterogeneidad cultural y social con una sociedad poliétnica, religiosa, cultural, integrada por colectivos de los más diversos orígenes, donde los israelíes se enorgullecen de ver como su pueblo pudo restablecer su patria resurgiendo de las cenizas, desarrollarse económicamente a un ritmo casi sin parangón, ocupando un lugar de honor en el campo de la alta tecnología, con las mejores universidades y centros médicos de Oriente Medio y siendo líder mundial en la tecnología de riego, investigación en la medicina y desarrollo de energías alternativas, no se condice con la disconformidad planteada por los personajes del film. Es cierto que la sociedad israelí se encuentra profundamente dividida sobre el tema de la paz con sus vecinos árabes, entre la izquierda y la derecha, entre seculares y religiosos ortodoxos, entre las etnias que la componen, y que ello la llevo a ser temperamental y vehemente con políticas que aseguren los derechos y la representatividad de minorías religiosas y étnicas. Pero a pesar de vivir actualmente situaciones políticas de grandes tensiones, ninguna evidencia semejanza alguna con la expuesta por los personajes revolucionarios. Es impensado y casi delirante, en un momento en que los temas de seguridad como el insoluble conflicto con los palestinos, la posibilidad de una nueva guerra con Siria y/o con el movimiento fundamentalista radical libanés Hezboláh y, sobre todo, la amenaza nuclear iraní y las declaraciones de su presidente de borrar del mapa a Israel, la escena de una pandilla de punks destruyendo un coche en plena luz del día, y mucho más bizarra la del secuestro de una de las personalidades más influyentes en la economía israelí en manos de un grupo de inexpertos durante un casamiento. Tal vez, si de comienzo, en lugar de trascender el relato bajo un registro realista hubiera tomado el sendero de la parodia o el absurdo, el film cobraría más sentido. Si el mensaje de Policeman solo era reafirmar lo que cadenas de noticias nos brindan diariamente, corroborando la terminante política externa antiterrorista del estado de Israel, su aporte es intrascendente. Si su intención fuera el entretenimiento, falto acción.
Damián de Santo regresa a la actuación en esta simpática comedia que con una historia muy pequeña, personajes estereotipados bien actuados y un registro que transita por el grotesco con ritmo televisivo, cumple su objetivo de entretener sin otro tipo de pretensión. Damián de Santo encarna a un hombre común que atraviesa un difícil momento en su vida, todo le sale mal, su mujer lo deja, deudas y problemas en su trabajo lo llevan casi al suicidio cuando una revelación divina le anticipa los 6 números ganadores de un sorteo. Juega sus últimos pesos a lotería y gana pero lo asaltan llevándole LA BOLETA que terminara en manos mafiosas. Considerada su única salvación, intentara recuperar la boleta sin medir las consecuencias, generando unas serie de situaciones grotescas, incluso inverosímiles, pero manteniendo el ritmo. El uso del lenguaje vulgar característico y la gracia de tres actores (Claudio Rissi, Roly Serrano y Marcelo Mazzarello), encarnando personajes estereotipados a los que ya nos tienen acostumbrados tanto en el cine como en la pantalla de TV, denotan la influencia de Pol-ka en los orígenes de su director, que parece haber aprendido la receta para un entretenido y breve pasatiempo.
Suspenso sin recursos trillados El director canadiense Denis Villeneuve (Incendies) incursiona en la producción hollywoodense con este envolvente thriller que reúne los elementos clásicos del género, con un estilo que evita el ritmo acelerado y frenético de las producciones comerciales y guarda muchas relaciones con la magistral Rio Místico de Clint Eastwood, sin llegar claro, a la excelencia del maestro. La historia transcurre en un pueblo del norte de EEUU durante la celebración del Día de Acción de Gracias, donde dos familias devotas de clase media reunidas para la ocasión se ven sorprendidas por la desaparición de sus hijas menores. Tras la intervención de un detective local, que no logra dar con el paradero de las niñas, el pánico va dominando a las familias y a uno de los padres, que desesperado y dispuesto a todo, decide ocuparse personalmente del asunto. Un pueblo de la Norteamérica profunda, gélido y donde la lluvia nunca cesa es el marco ideal para un relato absorbente y perturbador que va construyendo en cada paso un drama intenso, donde el conflicto moral es el principal elemento catalizador de sus personajes. Los laberintos que la película usa como insistente motivo visual también sirven como metáfora del dilema moral que enfrentan los personajes a medida que avanza la historia y los miedos, obsesiones y desconfianzas se apoderan de ellos. Villeneuve logra usar con solvencia los elementos propios del thriller, sin necesidad de caer en recursos trillados, creando una atmósfera densa e inquietante al tiempo que perfila una bidimensionalidad a unos personajes que en otras manos podrían quedar en simples clichés, sin lograr la profundidad con que lo hizo Eastwood en Rio Místico, pero haciendo igualmente partícipe al espectador del dilema moral en el que estos sobreviven. Pero gran parte del mérito reside también en las estupendas actuaciones, tanto de Hugh Jackman (claro favorito al Oscar), en el papel de ese padre normal, civilizado y sereno capaz de cubrirse de maldad y odio con tal de proteger a los suyos más allá de los límites racionales, como de Jake Gyllenhall (Donnie Darko, Secreto en la montaña), encarnando al detective encargado de la investigación, y el buen hacer de secundarios contrastados como María Bello (Una historia de violencia), Terrence Howard (Crash) o Paul Dano (Ruby Sparks, Pequeña Miss Sunshine, etc.), un chico capaz de provocar desconfianza, lastima e ira en cuestión de segundos. Un par de equívocos narrativos y algún cabo suelto al final de la película no alcanzan para opacar este sombrío thriller que pese a su larga duración, absorbe y mantiene la atención hasta el final.
Cómo apagar el suspenso En esta película confluyen tres datos que en la teoría garantizarían el éxito rotundo. La experiencia del prestigioso Ridley Scott (Alien, Blade Runner, Thelma y Louise), dirigiendo una historia adaptada de la novela homónima del estadounidense Cormac McCarthy (Ganador del premio Pulitzer por La carretera y autor de Sin lugar para los débiles, adaptada eficazmente al cine por los hermanos Coen y galardonada con cuatro Oscars), sumado un reparto de lujo con Michael Fassbender, Penélope Cruz, Cameron Díaz, Brad Pitt y Javier Bardem, logran un film que rompe con todos los pronósticos favorables transformándose en un fracaso tras su estreno en los Estados Unidos. Un thriller con una historia varias veces vista pero con un guion pretencioso, donde un ambicioso abogado (Michael Fassbender) se involucra en el tráfico de drogas para poder llevar adelante una vida con su prometida (Penélope Cruz), mientras una pareja frívola y perversa (Cameron Diaz y Javier Bardem) y un misterioso intermediario (Brad Pitt) lo arrastran a un verdadero infierno. El estilo visual y jerarquía de un director que sabe crear clímax a la perfección, y las estupendas actuaciones de un elenco de lujo, no alcanzan para volver entretenido un relato que prescinde bastante de la acción (salvo dos o tres violentos asesinatos y una escena erótica que por pecar de exótica no produce nada), y todos los diálogos se tornan extraños, enigmáticos y con comentarios pseudo-filosóficas que terminan desviando el interés del espectador. Incluso por momentos sus personajes parecerían comunicarse por aforismos, algo que podría funcionar más eficazmente en el papel pero no en el lenguaje cinematográfico. El abogado del crimen, tiene huellas de Sin lugar para los débiles, pero demasiadas influencias de El árbol de la vida en sus diálogos, extinguiendo el drama, suspenso y acción propia de un thriller. Con una Penelope Cruz desperdiciada en un personaje subdesarrollado cuya única intervención interesante tiene lugar cuando comparte escena junto Diaz, en la que hablan, obviamente, de sexo y dinero.
Esta ópera prima, cuya historia comienza en Buenos Aires para trasladarse luego a la ciudad donde paradójicamente vio la luz por primera vez en la anterior edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, comienza como una road movie para luego establecerse como una comedia ligera sin pretensiones pero entretenida. Dos amigos de la infancia en plena crisis de los treinta y abandonados por sus parejas, viajan a Mar del Plata para pasar el fin de semana y descansar. Pero la llegada de una ex pareja de uno ellos complica las cosas de estos dos personajes que actuarán como verdaderos adolescentes. Con una historia muy sencilla y trillada, casi sin situaciones trascendentes, pero con dos personajes queribles bien interpretados y el uso de distintos recursos formales, como la pantalla dividida para las situaciones paralelas, notas aclaratorias en forma de dibujo y la búsqueda de complicidad con el espectador por parte de uno de los personajes, hacen llevadero el relato y que el film cumpla finalmente su meta. Una comedia que entretiene sin dejar huellas.
Nat Faxon y Jim Rash, actores de Community y coguionistas de Los descendientes, debutan en la dirección con este film donde personajes tiernos y divertidos, un reparto integrado por varios nombres conocidos y cierto aire nostálgico y retro, desarrollan una historia sobre el proceso de crecer y madurar. Siguiendo la línea de producciones independientes como Pequeña miss Sunshine y con ciertas huellas de Adventurelan, de Greg Mottola, Un camino hacia mi se centra en un adolescente retraído y conformista, que en el curso de un verano junto al indeseable nuevo novio de su madre descubrirá un parque acuático, que será el escenario clave para afrontar la madurez, aprender a valorarse y enfrentarse a su familia. Con una historia poco novedosa, pero con personajes identificables, logradas actuaciones y poniendo afortunadamente poco énfasis en las necesidades románticas de Duncan, el film permite brotar el melodrama familiar y mezclarlo muy bien con las situaciones humor convirtiendo una trama convencional en algo fresco y divertido. Las actuaciones de Steve Carrel, en un personaje alejado del tipo serio que suele hacer, Sam Rockwell, Toni Collette y Liam James, creando una identidad solitaria y vergonzosa muy bien lograda, se complementan con unos personajes secundarios excéntricos y bien logrados. Con los típicos giros argumentales del género, pero funcionales a la trama, Un camino hacia mi logra ser una agradable y entretenida comedia sobre la amistad, la madurez, la importancia de la familia y los amigos.
Lucha de egos sobre ruedas Ron Howard, uno de los realizadores mas reconocidos del cine mainstream (Una mente brillante, Ángeles y demonios, El Luchador), es el responsable de esta biopic que logra un marco dramático interesante dentro de la vida de sus protagonistas más allá de apegarse a los detalles reales, y al mismo tiempo hacer que el espectador vibre con cada nuevo desafío de sus protagonistas. Rush recoge el histórico combate entre dos leyendas de la FORMULA 1, James Hunt y Niki Lauda. Dos hombres radicalmente opuestos tanto física, moral, intelectual y socialmente hablando, cuya rivalidad automovilística trascendió lo comercial, mediático y personal. El film cuenta el inicio en el mundo de las carreras de los dos pilotos y sus particulares rasgos, para centrarse luego en el campeonato de Formula 1 del año 76, en donde ambos personajes lo darán todo por superar al otro. Una rivalidad que los motivará a llevar su carrera y su vida al límite sólo para superar a su contrincante. Howard logra retratar muy bien las personalidades opuestas de estos dos pilotos que, con sus meritos y sus defectos, ganan rápidamente la empatía de un espectador al que le costará discernir entre el héroe y el villano. La química entre Chris Hemsworth, interpretando a un piloto innato, arrogante, impulsivo e irresponsable que lleva una vida plagada de excesos, y Daniel Bruhl, en el papel de un Niki Lauda racional, metódico, serio y con un conocimiento abrumador de los autos, contribuyen mucho al desarrollo de dichos personajes. Más allá de algunas escenas, que explican una y otra vez lo que resulta más que evidente, Howard, el film consigue un equilibrio perfecto entre las escenas dramáticas y de suspenso con secuencias de acción en la pista que cautivan al espectador. El look retro, numerosas texturas de todo lo que lo acompaña en las pistas de carreras, un original montaje con múltiples encuadres que da la sensación interna del corredor de autos y un excepcional trabajo de sonido, emociona y entretiene dejando al descubierto una lucha de egos que se volvió una tragedia de las más legendarias del deporte internacional.