Un encuentro amoroso, que se de prorroga por circunstancias externas, sirve de disparador en "Dos noches hasta mañana" para romper la coraza de dos almas solitarias que se auto impiden amar. Exhibida en el apartado "Últimas postales Nórdicas", del reciente Encuentro Cinematográfico Argentino -Europeo "Pantalla Pinamar", la película de origen Finlandés dirigida por Mikko Kuparinen y protagonizada por Marie-Josée Croze y Mikko Nousiainen, narra el encuentro casual en Vilna, capital de Lituania, entre un DJ finlandés que llego para dar un concierto y una arquitecta francesa que se encuentra en viaje de trabajo. Dos extraños en una aventura de una noche en un país extranjero, que da un giro inesperado cuando por inconveniencias climáticas quedan varados dos días mas en dicho lugar. Y es precisamente una nube de cenizas de un volcán en erupción el inconveniente climático que también sirve de metáfora para ilustrar un encuentro que dejara secuelas en sus protagonistas, un hombre y una mujer que se atraen y se repelen recíprocamente mostrándose mutuamente sus propias debilidades. Con ecos de Perdidos en Tokio -Sofía Coppola- y Antes del amanecer -Richard Linklater-, Dos noches hasta mañana aborda con sutileza, buen ritmo y las convincentes interpretaciones de Mikko Nousiainen y la estrella canadiense Marie-Josée Croze -Las invasiones bárbaras-, los sentimientos y verdades que florecerán del encuentro entre sus personajes sin ir, por lo demás, demasiado a fondo en la laceración de sus almas. Si bien Dos noches hasta mañana se desvincula del cine finlandés más conocido como el de Aki Kaurismäki o Mikko Niskanen, entre postales de la ciudad en cuestión y un gran sentido de contemporaneidad, logra la atención de estos personajes que deambulando en su soledad descubren a alguien por quien pensar y tal vez amar.
El provocador y controversial director belga Paul Verhoeven vuelve a dejar su huella con "Elle", que no será un hito como sus films "Robocop" -1987-, "El vengador del futuro" -1990- y "Bajos instintos" -1992-, pero con el cual vuelve a dejar en claro su incorrección política y gran capacidad para jugar con la ambigüedad moral de los espectadores. Si en 1987 Paul Verhoeven nos dejaba una huella en la memoria con Robocop, un Cyborg mitad maquina y mitad humano capaz de aniquilar sin compasión a otro en pos de la ley pero cuyos sentimientos aun vivos lo ponían en jaque permanentemente, y con Bajos instintos, que lo colocó como un artesano del thriller erótico girando en torno a los impulsos sexuales, los deseos y las pasiones de su protagonista, en Elle toma elementos de ambos en un drama que se torna comedia negra en la que una soberbia y contundente Isabelle Huppert es el hilo conductor del film. Isabelle Huppert juega a la perfección con el arco dramático y los matices de un complejo personaje interpretando a Michèle Leblanc, una tormentosa e irrompible mujer, con un sentido del humor ácido y cruel, que tiene claro su principal objetivo, su piedra filosofal y el sentido de su vida: ella.Michelle es una mujer culta y exitosa CEO de una empresa que diseña y produce videojuegos de marcada violencia y erotismo al estilo "Magna", que un día es violada salvajemente en su domicilio. Pero lejos de la lógica de la victimización, el hecho no revelará la conmoción esperada y nada parece perturbar a esta mujer fuerte e inusual que muerde las emociones, se traga los miedos y para la cual la violación se vuelve un reto a develar. Un personaje que parece salido de un videojuego, adaptándose a la realidad pero manteniendo los componentes extras e inhumanos con un cinismo inevitable, ausencia de remordimiento y una insensibilidad formidable, todo pincelado con un toque Frances. Verhoeven se aleja totalmente de los convencionalismos y la moralidad frivolizando acerca de un acto tan deleznable como es una violación y usándolo como un MacGuffin que le permite explorar a su protagonista, manteniendo una constante aura de misterio y de intimidad en torno a sus personajes, sin romper con la verosimilitud de su relato y capaz de mantener al espectador en vilo alrededor de esta mujer ambigua, impetuosa en sus deseos carnales, cruel con su familia y con unos personajes despreciables y con la de incapacidad de amar. Pese a este espeluznante escenario no se busca la empatía con Michelle, casi todas las acciones que realiza son reprochables y generan animadversión alejando cualquier nexo emocional con el publico pero cuyo cinismo y fortaleza atrapan por igual. Pero las insensibles relaciones que sostiene con su torpe y desesperante único hijo veinteañero, su botoxeada y grotesca madre que gusta de ligarse jóvenes gigolós y su fracasado exmarido escritor, van preparando el terreno para la tragedia familiar que sufrió de niña, y desde la cual empiezan a cobrar sentido parte de sus actos.A partir de aquí, sumado a las amenazas telefónicas y llamadas anónimas difamatorias que Michèle asume con naturalidad, comienza un proceso de empatía por el cual aceptamos a Ella y todas sus decisiones, hacia quien nos sentimos más atraídos en cuanto tomamos conciencia de que su mundo está rodeado de monstruos, desde su fracasado exmarido, un hijo inútil hacia quien no siente ningún vínculo afectivo que además debe cuidar de una cazafortunas sin escrúpulos a la que desprecia, una figura paterna perversa y sus vecinos, entre otros. Con un planteamiento controvertido y arriesgado, Elle atrapa al espectador ante un personaje que pasa de victima a victimario y viceversa a lo largo del relato, con la interpretación de I. Huppert que nos hipnotiza, escondiendo en la frialdad e insensibilidad a una mujer tan cínica como independiente, con el cansancio y el hartazgo de quien ha acabado aburriéndose hasta de sí misma y con un distanciamiento por lo afectivo que nos perturba y nos atrae a partes iguales. Elle, que fue ovacionado en el último Festival de Cannes e inauguró el pasado sábado el Décimo Tercer Encuentro Cinematográfico Argentino-Europeo Pantalla Pinamar 2017, es un film transgresor que irónicamente propone mostrarle al público su propia ambigüedad moral.
El asesinato de JFK narrado a través de los ojos de una mujer que supo dejar su huella, en una nación que la recuerda entre el glamour y el dolor. Apoyado en una compleja interpretación de Natalie Portman, que le valió la nominación a mejor actriz en los últimos premios Oscars, el director chileno Pablo Larraín -El club, Neruda- reconstruye en este biopic sobre Jacqueline Lee Kennedy Onassis los días vividos por la célebre primera dama estadunidense justo después del asesinato de John F. Kennedy. El relato, que parte de una entrevista -basada ligeramente en el biógrafo Theodore H. White- dada por Jackie a un reportero tiempo después de los hechos, no pone el acento en aquel 22 de noviembre de 1963 que incontables documentales y ficciones ya se han encargado de recrearlo, sino que se enfoca en la desolación, miedos, dudas y luto de una viuda muy consiente de su imagen pública, su ambición y la imagen real de su esposo. La narración, que intercala la entrevista con flashbacks que recrean exactamente los momentos icónicos ya conocidos, revela no solo aquella Primera Dama elegante que invitó al público estadounidense a conocer la Casa Blanca en una emisión televisiva, sino a la viuda que reflexiona profundamente sobre su papel en esos días y se empeña en la importancia que la vida y muerte de su marido tiene para la sociedad estadounidense, merecedor de un entierro digno del mismísimo Abraham Lincoln. Natalie Portman no sólo recrea cada movimiento e inflexión en la voz de la Primera Dama, su expresión, su mirada y movimientos, sino que logra añadirle un nivel de empatía y trasmitir el sufrimiento, incertidumbre y conmoción de una viuda obsesionada por engrandecer a su difunto esposo, y tan valiente como necia para marchar en una riesgosa procesión. Aliñada por la idea o la metáfora de un Camelot que jamás se repetirá -la presidencia de JFK y una Casa Blanca encantada-, Jackie hace tres tipos de confesiones, frente a frente con el periodista en una versión de los hechos, con el cura paseándose por un cementerio revelando sentimientos ocultos, rabia escondida y reproches divinos, y una tercera frente a sí misma a través de los espejos. cámara inquisidora busca reflejar ese viaje interno de Jackie, con una fotografía que logra exponer el legado de dos cosas tan contradictorias como el dolor y el glamur y una banda sonora que sabe acompañar el retrato del sentimiento de la mujer que recompuso su existencia casándose un tiempo después con el hombre más rico del mundo, un naviero griego llamado Onassis.
Nominada a seis estatuillas para el Oscar ¨Un camino a casa¨ narra un drama basado en hechos reales que, cimentado en un convincente reparto, destacada fotografía y banda sonora, cautiva al comienzo y va perdiendo profundidad hacia un final que almibara el relato en búsqueda de la lagrima. A partir del libro autobiográfico “Un largo camino a casa” -Lion-, de Saroo Brierley, que sigue el itinerario de un niño perdido y luego adoptado que en su etapa de universitario decide buscar y reencontrarse con su familia y sus raíces, el film cautiva en su primera mitad del relato que se mueve entre la incertidumbre y la frialdad de un mundo desconocido al que Saroo, un niño de 5 años de una pequeña aldea de la India, debe hacer frente tras perderse en una estación de tren durante una escapada junto a su hermano en busca de trabajo. Cimentado en un carismático y conmovedor Sunny Pawar -interpretando a Saroo niño-, la buena dirección de Garth Davis capaz de introducirnos con un naturalismo y sin sensacionalismos en la vida del pequeño sin utilizar casi diálogos, la destacada fotografía -también nominada al Oscar-, que sabe dotar de cierta belleza a los paisajes de la parte más desfavorecida de la India, y la tragedia de este niño perdido en las calles de Calcuta a miles de kilómetros de su casa y sin poder comunicarse hasta que acaba siendo adoptado por una familia australiana, atrapan a un espectador absorbido por el personaje y la situación. En su segunda mitad, veinticinco años después cuando Saroo -interpretado por Dev Patel- totalmente asimilado a la vida occidental y su nuevo hogar remueve los recuerdos de su infancia y decide buscar su familia biológica y sus raíces basándose solamente en un reciente descubrimiento tecnológico de la época como el Google Earth -que parecería una broma si la historia no estuviese inspirada en un caso real-, el relato opta por acentuar dicha búsqueda y no profundiza en la crisis de identidad que sufre un hijo adoptado cuando entra en la madurez. Si bien Un camino a casa propone un tratamiento verosímil y contemplativo sobre la adopción, los sentimientos tanto del adoptado como el que adopta y el inevitable vacío de no saber de dónde venimos y quiénes somos -temas sintetizados prácticamente en la conversación entre Saroo y su madre australiana respecto a la necesidad que siente él de reencontrar a su madre india-, también florecen de esta historia una serie de temas como el pasado heredado de un niño adoptado, las implicaciones sociopolíticas que acompañan a las adopciones internacionales y su consiguiente choque cultural -en La India desaparecen unos 80.000 niños anuales-, entre otros, sobre los que no profundiza. El director debutante Garth Davis evita la incomodidad de los temas y prefiere encauzar el relato focalizado en la resolución de una historia cuyo final ya fue programado por los hechos reales, desaprovechando por ejemplo, actores de la talla de Nicole Kidman y Rooney Mara que se quedan en roles algo secundarios, con personajes poco definidos y sin afianzar algo más de su relación con el protagonista. Dev Patel, Nominado al Oscar por su trabajo, logra construir un personaje sensible y delicado, al cual el relato no le da mayores posibilidades de profundizar pero que logra del espectador una mezcla de simpatía, compasión y solidaridad. Nicole Kidman, encarnando la sufrida madre adoptiva de Saroo sigue brillando por pequeño que sea su papel y vuelve a poner su nombre en las nominaciones de los premios de la academia.
Acertadas actuaciones, gran dirección de David Mackenzie y un conciso guión dotado de sutiles cuotas de humor negro, hacen de "Sin nada que perder" un western moderno con un giro fresco y original que expone, con el oeste de Texas como escenario y la crisis financiera como trasfondo, un drama moral donde buenos y malos se confunden. Una Texas desértica y desolada, aquella América blanca, de mestizos, mexicanos e indios que eran ninguneados e insultados, es el escenario de este western moderno que ofrece una abrumadora mirada de una sociedad contemporánea decepcionada y herida, donde los bancos no se roban a caballo sino en coche, los jinetes atan sus caballos en las gasolineras y los indios regentan casinos. Sin nada que perder tiene como protagonistas a Chris Pine y Ben Foster, dos hermanos con una hipoteca que pagar para lo cual deciden asaltar las pequeñas sucursales del banco al que deben, convirtiéndose en forajidos a los que un veterano sheriff a punto de jubilarse y su compañero, interpretados por Jeff Bridges y Gil Birmingham, respectivamente, se obsesionan en darles caza. David Mackenzie, que parece inspirarse en gran medida de los hermanos Coen, se nutre de un conciso guión de Taylor Sheridan -el actor convertido en guionista que debutó el año pasado con Sicario- y pequeñas dosis de inteligente humor negro para dar cuenta de la idiosincrasia texana muchas veces sin necesidad de pronunciar palabra, mostrando en acciones y con sus personajes desahucios, pobreza, mala educación y un legado de violencia característico. Sin nada que perder mantiene aquello de los tradicionales western, dos vaqueros identificados como los defensores de una causa justa, abnegada y redentora convertidos en forajidos y perseguidos por un Marshall cuya ultima misión en su vida es atraparlos, y es a la vez retrato y metáfora social de una época de crisis financiera y confuso cambio, donde una línea muy delgada separa buenos y malos y ambos se alternan en cruzar. El relato permite brillar lentamente personajes rodeados por un hálito romántico y trágico, donde indios y vaqueros luchan juntos por la justicia en una causa que éticamente deben defender pero en la cual coinciden con sus enemigos.Jeff Bridges sobresale como ese sheriff de movimientos lentos, tan astuto y quejoso con comentarios racistas constantes hacia su compañero -nativo americano-, fiel a su código de honor y chapado a la antigua que se ve sobrepasado por una contemporaneidad donde aliados y enemigos se confunden.Chris Pine y Ben Foster, dos hermanos muy diferentes unidos por un objetivo en común, hacen creíbles sus personajes aunque Foster añade algunos matices finos y poderosos que realza su personaje. Sin nada que perder va equilibrando con sutileza y al ritmo de una banda sonora ecléctica -compuesta por Nick Cave y Warren Ellis-, violencia, nostalgia y reflexión, en un relato en el que familia, fraternidad y aquello de que “quien roba a un ladrón....", hará que el espectador vaya saltando de un bando al otro.
Rompiendo con el arquetipo de personaje afroamericano que el cine comercial nos tiene acostumbrados, muñido de buenas actuaciones y una gran fotografía, "Luz de luna" narra con sutileza y sensibilidad el paso desde la infancia hasta la adultez de un niño combinando momentos crudos y realistas, reflejo directo de una situación social determinada, con momentos casi poéticos. El nuevo film del director Barry Jenkins, ganador del premio a Mejor película Dramática en los recientemente entregados Globos de Oro, y que formó parte de la Competencia Oficial del ultimo Festival Internacional de Cine de Mar del Plata llevándose el premio a Mejor Actor por Mahershala Ali, es una adaptación de la obra de teatro de Tarell Alvin McCraney "In Moonlight Black Boys Look Blue" -cuyo título hace referencia a un dicho que afirma que los chicos negros parecen azules bajo la luz de la luna- y se estructura alrededor de tres momentos clave en la vida de un protagonista afroamericano desde su infancia hasta la adultez. La infancia de un pequeño y retraído Chiron -gran interpretación de Alex R. Hibbert, un niño cuya mirada y gestualidad transmiten todo-, que padece a una madre -Naomie Harris- adicta al crack y es víctima del bullying de sus compañeros, e irónicamente encuentra amistad y contención familiar en un amable traficante interpretado por Mahershala Ali -House of Cards- y su novia Teresa -la cantante Janelle Monae-. Ya en la adolescencia, Chiron -interpretado por Ashton Sanders- sigue sufriendo el acoso escolar y continua descubriendo su propia identidad y despertar sexual, silenciada en parte por el duro contexto social en el que se va criando. En el tramo final, Chiron -Trevante Rhodes- ha cambiado su físico y no solo adopta el apodo Black, sino también el estilo y la forma de ganarse la vida de su salvador en la infancia, aunque su interior no es menos confuso ni retraído, sobre todo, cuando vuelve a encontrarse con su antiguo amor. Luz de luna combina momentos crudos y realistas, reflejo directo de una situación social determinada, con momentos casi poéticos sobre lo que este personaje vive y debe enfrentar. La película supone una ruptura con el arquetipo de personaje afroamericano que solemos ver en el cine y no se enfoca en el problema racial, sino en temas como el reconocimiento de la homosexualidad en un entorno conflictivo, el acoso escolar y las familias rotas por las drogas, pero fundamentalmente en como cada individuo, a pesar de su pasado, puede elegir forjarse por caminos diferentes o repetirlo. El sutil y sensible tratamiento de las relaciones amorosas, con diálogos precisos y un reparto de uniforme solvencia -sobre todo la gran interpretación del pequeño Alex R. Hibbert-, hacen de Luz de luna un film interesante y emotivo que, tal vez, hacia el final extiende demasiado su resolución, y al que las ultimas tendencias lo ubican como uno de los títulos más fuertes para recibir varias nominaciones en los próximos premios Oscar.
Dentro de la sección Noches Especiales del festival, tuvo su Premier la película Argentina de la directora Laura Casabé -"El Hada Buena: Una Fábula Peronista"-, protagonizada por Norma Aleandro,Jorge Marrale y Guillermo Pfening. Basada en el cuento homónimo de Samanta Schweblin, La valija de Benavidez es una especie de Thriller psicológico, por momentos fantástico y con algunos ribetes de humor negro, donde Pablo Benavidez -Guillermo Pfening-, un escultor y profesor de plástica e hijo de un respetado artista, una noche se pelea con su esposa -Paula Brasca-, una pintora en ascenso, y huye de su casa con su valija a la residencia de su psiquiatra -Jorge Marrale-, quien también está vinculado al mundo del arte. Allí, lo que parece haber sido una ayuda en la noche tomara otras dimensiones cuando a la mañana siguiente el doctor le proponga quedarse en la residencia y comenzar un tratamiento especial diseñado para ampliar su espectro creativo. Tomando como disparador el comienzo del cuento original, pero sin revelar cierta información, utiliza la valija como especie de MacGuffin hitchconiano para dar curso a un relato cuyo comienzo nos ubica en las puertas de un Thriller psicológico, pero que a medida que avanza se zambulle en lo fantástico con escenas kafkianas y por momentos surrealistas -por cierto muy bien logradas-, pero demasiadas inverosímiles y con tonos caricaturescos para el tono del relato, quitándole tensión y distanciando de algún modo al espectador. Las buenas actuaciones del elenco protagónico, Guillermo Pfening en un gran trabajo manteniendo siempre el tono del genero, Norma Aleandro como la curadora y Jorge Marrale como el psiquiatra -tan perversos como caricaturescos-, no se condicen con la galería de estrafalarios personajes secundarios que caen en el grotesco, y lo que prometía ser un oscuro y siniestro Thriller psicológico termina siendo una simpático film (de impecable factura técnica) que satiriza al esnobismo y las pretensiones del mundo del arte, donde muchas veces los críticos se empeñan en extraer significados forzados o ven belleza en aquellas producciones que son la herida abierta del artista.
Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia protagonizan este thriller que brilla más por su puesta en escena y fotografía que por la historia que presenta, con un relato que al final no convence. Filmado en los imponentes escenarios del sur argentino, con un comienzo que hace recordar el inicio de Noches blancas -Christopher Nolan- y con pasajes que traen a la memoria El Renacido -claro que vale recordar el paso de DiCaprio por los escenarios del sur-, Nieve negra tiene como protagonista a tres hermanos, un ermitaño -Ricardo Darín- que vive en una cabaña en medio de las montañas, una paciente psiquiátrica -Dolores Fonzi- y el tercero -Leonardo Sbaraglia-, que tras la muerte del padre llega del exterior junto a su esposa Laura -Laia Costa- para tratar la venta de los terrenos que comparten por herencia. Pero el cruce de los hermanos reaviva un secreto dormido durante años que separó a la familia. Intercalando el presente y pasado mediante flashbacks que experimenta uno de los protagonistas, una excelente fotografía que logra fundir el clima frío, denso y sombrío del paisaje con el accionar de sus protagonistas y un acertada banda sonora, el relato va develando lentamente y con muy buenos clímax -aunque suceda muy poco- los secretos guardados, hasta casi el final del film, cuando una vuelta de tuerca poco verosímil acelera los hechos y finaliza una historia que deja sabor a serie de TV o pensada para secuelas. Con prolijos trabajos actorales en general que cumplen pero no brillan, es Ricardo Darín quien se destaca con su papel de ermitaño, retraído y perturbado, aunque pareciera desaprovechado al igual que la muy breve aparición de Dolores Fonzi, en un papel que podría haber aportado mucho mas a la trama. Un relato en el que poco sucede y los clímax y aspecto visual se sobreponen a una historia simple, donde la ambición es mas fuerte que la culpa y con un final que demanda venganza.
EL director belga Jaco van Dormael -"Toto el héroe", "El octavo día", "Mr. Nbody"- propone una singular, ingeniosa y mordaz película combinando la comedia, el drama, la fantasía y humor irreverente, para una historia cuyo disparador es que sucede cuando el hombre vuelve a tomar conciencia de su propia muerte, pero explotado de forma cómica y poética. Contada en clave de fábula fantástica, con ingenio, humor irreverente, gags más lúdicos que subversivos y sin excesivas pretensiones intelectuales, El nuevísimo testamento plantea que Dios existe y vive en Bruselas, en un pequeño piso con su esposa sumisa -Yolande Moreau- y su hija muy rebelde Ea -Pili Groyne-, bajo el aspecto de un irascible padre de familia -protagonizado por el gran cómico Benoît Poelvoorde-, desaliñado, malhumorado, odioso y patético, que bebe y maldice permanentemente a todo el mundo y se divierte creando leyes en su computadora para amargar la existencia a la humanidad. Pero un día, harta de sus injusticias y maltratos, Ea se rebela a su padre y con la complicidad de su hermano mayor Jesucristo -cuya presencia se reduce a una imagen sobre un ropero que solo habla con la niña- decide ofrecer una nueva oportunidad a la humanidad y de paso fastidiar a su padre. Para ello hackaeará la computadora que rige los destinos del mundo enviando un SMS a los celulares de todos los seres humanos revelando el tiempo que les queda de vida, e huirá a la ciudad en busca de redactar un nuevo Testamento con seis nuevos apóstoles, variopintos y marginales, que se sumaran a los 12 conocidos -para hacer feliz a su madre ya que el equipo ideal es el de béisbol con dieciocho jugadores-, y así corregir las mezquindades de su padre instaurando una nueva era bajo el signo de lo femenino e inclusivo. Tras la humanización irreverente de Dios y una versión condensada -e hilarante- del Génesis, el relato dará lugar al conflicto central y éxodo de Ea en un divertido y cínico replanteamiento de la trascendencia del tiempo, del sentido que cada quien puede darle a su paso por la vida, y de la honestidad con los propios deseos. Y cómo la falta de libertad para dibujar el propio futuro y lo absurdo de cómo vivimos la mayoría nuestra existencia, sale a la luz cuando somos realmente conscientes de lo que indefectiblemente nos aguarda, más tarde o más temprano. El relato se va enriqueciendo con las seis historias que a veces se tocan y entrecruzan y es capaz de utilizar la voz en off conjuntamente con bellas imágenes oníricas -recuérdese esas dos manos buscándose y encontrándose-, con cierto barroquismo visual, vestuario y decorados llevados al límite, para explotar la teatralidad que los actos más cotidianos de la vida nos proporcionan y mostrando en imágenes cualquier pensamiento que se pronuncie, o sueño que un protagonista tenga. Todo sumado a una gran selección musical -desde Handel, Rameau o Purcell hasta la canción "La mer", de Charles Trenet- que toma verdadero protagonismo y se convierte en uno de los elementos más entrañables y simbólicos de la película. El nuevísimo testamento guarda ciertos parecidos con Amélie, de Jean-Pierre Jeunet, en cuanto en su estética y realismo mágico, y a Micmacs y Delicatessen, también de Jean-Pierre Jeunet, respecto al humor corrosivo e inteligente. A pesar de poseer personajes estereotipados, el encanto y naturalidad de Pili Groyne -galardonada en Sitges-, interpretando esa niña que vive casi en el anonimato a causa de la fama de su hermano y que creara su propia historia y legado con su cómplice más tierno, un niño que anhela terminar sus días cambiando de sexo; la gran composición de Benoit Poelvoorde como el Dios malhumorado, violento y casi perverso; acompañado de la infalible Catherine Deneuve y la reconocida actriz francesa Yolande Moreau, se encargan de justificarlos con acierto. Jaco van Dormael aprovecha para reflexionar sobre la evolución, el futuro y las nuevas tecnologías -El hecho de que sólo los que dispongan de móvil y puedan recibir un SMS de Dios tendrán sus días contados-, sin tomárselo demasiado en serio y dándose el lujo de jugar con los roles de género, de burlarse de ciertos prejuicios y posturas religiosas, amén de evidenciar lo absurdo de algunas interpretaciones que se hacen del libro sagrado. A pesar de cierta cursilería sobre el tramo final, que no alcanza a empañar ningún aspecto del film, El nuevísimo testamento refresca la pantalla con un cine original, divertido, políticamente incorrecto y estimulante tanto visual como argumentalmente, que a manera de fabula nos recuerda que sólo seremos conscientes de saber qué queremos si lo somos, también, de que nuestra vida es finita.
En una mezcla de Thriller psicológico con cine de acción y una pizca de superhéroe modelo ochentoso, "El Contador" se adentra en una figura paradigmática dentro de la historia de las organizaciones criminales, con una historia cuyas subtramas dan fluidez al relato demandando constantemente la atención del espectador y donde prevalece la acción. Ben Affleck interpreta a un infalible contador obsesivo, maniático y con serios problemas para socializarse, que tras los primeros flashbacks descubriremos que ha tenido una infancia complicada, y que tras su apacible y pequeño estudio contable de pueblo, lleva una doble vida como blanqueador de fortunas ilegales para algunas de las organizaciones de delincuentes más peligrosas del mundo.Pero cuando es contratado por una empresa de robótica para buscar unos millones perdidos y descubrir el responsable, deberá cambiar indefectiblemente sus rutinas para siempre. Este simple contador con vínculos con el crimen organizado, que padece Síndrome de Asperger -un tipo de autismo- y cuyo padre psicólogo del ejército decidió lidiar con su necesidad especial entrenándolo para pelear desde niño en lugar de otras terapias, es un extraño cruce entre Rain man, Steven Segal y Jason Bourne, que desde el inicio resultará carismático y según el sesgo que se lo mire alternará de héroe a villano. Tras un atrapante inicio, donde prevalece el Thriller psicológico y algunos guiños al origen de los superhéroes al convertir la enfermedad del personaje de Affleck en una diferencia a su favor que revelara una serie de claves para entender los comportamientos obsesivos y extraños del contador, el relato ira abriendo múltiples subtramas dando lugar cada vez más a la acción. Así aparecerán, entre las subtramas, un empresario que quiere pasar por honesto sin serlo -John Lightow-; una joven -Anna Kendrick-, que quizá sea la clave para cambiar la vida del contador; y un policía -J.K. Simmons- obsesionado con el protagonista que le encarga a una agente del Departamento del Tesoro -Cynthia Addai-Robinson-, también con un pasado oscuro, descubrir la identidad del enigmático contador. El relato, estructurado como un puzzle cuya pieza central recae en Ben Afleck y donde todos sus personajes son bidimensionales, se desarrolla con fluidez y mantiene la tensión del espectador sobre todo en su primera mitad, pero tal vez, la aparición de algunas subtramas y personajes secundarios sobreexplotados para que la audiencia entienda lo que ya de por sí resultaba claro, sumado a una imperiosa necesidad del director a que el espectador no consiga juntar todas las piezas hasta el final, no logra el resultado esperado y cobra mayor protagonismo la acción, seguida de tiros. A la buena química entre Affleck y Kendrick se suman la jerarquía de J.K. Simmons, John Lithgow y Jon Bernthal, entre otros, en los personajes secundarios, para hacer de El contador un thriller de acción interesante, entretenido y efectivo. Algo que será explotado, seguramente, en próximas secuelas. Y para los mas curiosos, no faltan los guiños a los superhéroes, por ejemplo en el tráiler donde el protagonista guarda sus tesoros, entre los que encontramos un ejemplar de Action Comics, un sable láser de Star Wars firmado o la canción infantil sobre Solomon Grundy que el personaje repite como un mantra desde pequeño, nombre que los lectores conocerán por ser también un villano del universo DC Comics.