En buena medida podemos afirmar que lo único relevante en Loco Corazón (Crazy Heart, 2009) es la prodigiosa actuación de Jeff Bridges. Más allá de algunos detalles astutos del guión y el interesante nivel de las canciones, la película en sí no aporta demasiado a los dramas musicales: resulta muy extensa, cae en varios lugares comunes y el tópico de la “redención” ha sido trabajado en muchísimas ocasiones. En síntesis, hablamos de un film correcto aunque olvidable…
Expedición a Wyoming Estamos ante una de las comedias románticas más insulsas y bobaliconas de lo que va del año, curiosamente realizada por un equipo que cuenta con una amplia experiencia en el subgénero: aquí se repite la dupla conformada por el guionista/director Marc Lawrence y el inefable Hugh Grant, responsables de Letra y música (Music and Lyrics, 2007) y Amor a segunda vista (Two Weeks Notice, 2002). A este simpático par debemos sumar la presencia de Sarah Jessica Parker, refritando su caracterización de la serie televisiva Sex and the City. ¿...Y dónde están los Morgan? (Did You Hear About the Morgans?, 2009) es una película fallida que utiliza como excusa al “programa de protección de testigos” para retratar el proceso de reconciliación de una pareja en crisis, anonimato y convivencia forzada de por medio. Sucede que durante una caminata nocturna por New York ambos se transforman en testigos de un asesinato, por lo que sus vidas comienzan a correr peligro. Así tendrán que suspender la separación, dejar su amada ciudad y mudarse a un pueblito de Wyoming. Que el producto sea previsible vaya y pase, pero el problema principal es que a lo largo del metraje no se decide entre el dramatismo light y el humor simplón: en lo que respecta al primero hace abuso de las coyunturas más estereotipadas y en lo referido al segundo casi todos los latiguillos cómicos giran alrededor de la desgastada oposición campo/metrópoli. La morosidad narrativa, los diálogos paupérrimos, las situaciones carentes de imaginación, el ritmo soporífero y la falta de ideas destruyen con rapidez la paciencia del espectador. Para tomar real dimensión de lo que se habla sólo basta recordar que Hugh Grant no ofrece un trabajo interesante desde la lejana Ladrones de medio pelo (Small Time Crooks, 2000) del gran Woody Allen. Lo mismo podría decirse de Sarah Jessica Parker, en este caso remontándonos hasta Cuéntame tu historia (State and Main, 2000) de David Mamet. Parece que les sienta mejor elegir roles secundarios que protagonizar sus propios proyectos: buenas intenciones mediante, aquí por lo menos cumplen dentro de sus posibilidades. Lamentablemente el film en conjunto es un barco a la deriva. Por momentos la química dice presente pero Lawrence la desaprovecha en pos de un relato monocorde que pide a gritos alguna sorpresa: si no fuera por la participación de Sam Elliott y Mary Steenburgen la propuesta tocaría fondo. La trama es demasiado esquemática y el final constituye el epítome de la torpeza, aún para los niveles habituales de Hollywood. Sin la soltura necesaria, ¿...Y dónde están los Morgan? retrasa varias décadas a puro cliché pasatista.
Las puertas deben permanecer cerradas A esta altura no existen palabras que puedan describir el aporte de Martin Scorsese al séptimo arte, simplemente diremos que es uno de los mejores cineastas a nivel mundial. Su nueva película, La Isla Siniestra (Shutter Island, 2010), constituye otro ejemplo extraordinario de ese enorme talento para la edificación de la intensidad dramática y el realismo obcecado, elementos primordiales no aptos para los diletantes del medio pelo contemporáneo y la mediocridad fílmica. Sus trabajos en ficción siempre han respetado la estructura de los géneros clásicos hollywoodenses, potenciando las aristas más incómodas del relato sin jamás descuidar intereses personales como la corrupción, la violencia progresiva, la derrota, la enajenación individual, el sarcasmo y la vida metropolitana. El machismo sin culpas y la vehemencia intransigente son marcas centrales de su accionar. En un claro regreso al tono asfixiante de Cabo de Miedo (Cape Fear, 1991), el director combina el thriller psicológico símil Vertigo (1958) de Alfred Hitchcock con un andamiaje conceptual cercano a las exploraciones sobre la demencia de la recordada Shock Corridor (1963) de Samuel Fuller. Por momentos haciendo uso de la típica ambientación del horror clase B, el film propone una primera hora orientada al suspenso de entorno cerrado para luego paulatinamente girar, a partir de su segunda mitad, hacia un misterio muy lúgubre con profundas raíces psicóticas. Al igual que en Pandillas de Nueva York (Gangs of New York, 2002), El Aviador (The Aviator, 2004) y Los Infiltrados (The Departed, 2006), Leonardo DiCaprio vuelve a protagonizar una historia ambiciosa en donde la identidad, el hambre de poder, el remordimiento y los conflictos entrecruzados son los ejes principales. El excelente guión de Laeta Kalogridis está basado en la novela homónima de Dennis Lehane, el mismo de Río Místico (Mystic River, 2003) y Desapareció Una Noche (Gone Baby Gone, 2007). La trama comienza en 1954 con el arribo del U. S. Marshal Teddy Daniels (DiCaprio) y su compañero Chuck Aule (Mark Ruffalo) al Hospital Ashecliffe, una institución mental ubicada en la Isla Shutter de la Bahía de Boston. Ambos deben investigar la enigmática desaparición de Rachel Solando (Emily Mortimer), una paciente que en el pasado ahogó a sus tres hijos y hoy se ha fugado de una habitación cerrada. Como los máximos jerarcas del lugar, los doctores John Cawley (Ben Kingsley) y Jeremiah Naehring (Max von Sydow), no expresan ánimo de cooperar con los recién llegados, Daniels de a poco aumenta la virulencia de su pesquisa y decide no revelar sus motivaciones secretas. Los rumores que circulan acerca del establecimiento hablan de prácticas semi-nazis que abarcan desde la experimentación con psicofármacos hasta lobotomías y distintas mutilaciones del cerebro con objetivos “terapéuticos”. La obra en conjunto, más allá de la intriga y sus resortes cinematográficos, funciona como un retrato certero de la etapa más inhumana de la psiquiatría en Estados Unidos: entre 1936 y mediados de los ’50 el campo fue hegemonizado por un procedimiento inventado por el neurólogo Walter Freeman que consistía en clavar un picahielo en los conductos lagrimales del paciente para cortar las conexiones entre el lóbulo frontal y el resto del cerebro. Precisamente esta variación de un método atroz se abre camino a lo largo del metraje como un fantasma espantoso que encontramos empardado con los campos de concentración y el despotismo de los médicos. Si bien la química del elenco y la fotografía de Robert Richardson son puntos admirables, sin dudas aquí la música se roba la función a través de una manipulación intrusiva a la Bernard Herrmann: el realizador se reunió con su colaborador habitual Robbie Robertson de The Band y juntos crearon un soundtrack con material previamente grabado. El resultado es una de las piezas más memorables de los últimos tiempos, una fascinante articulación entre imágenes y melodías. La escena inicial, el travelling del fusilamiento y la toma final son detalles exquisitos: se puede “vivir como un monstruo o morir como un hombre decente”. Debido a que la frontera que separa a los facultativos de los enfermos es minúscula, no está de más la exhortación del cartel colgado a la entrada del manicomio. No vaya a ser que el régimen vigente se de vuelta y nadie pueda diferenciar quién es quién…
Su alma sigue bailando... La situación es la siguiente: Werner Herzog, autor mítico del “nuevo cine alemán” de los ’70, aceptó dirigir en Hollywood una remake de Un maldito policía (Bad Lieutenant, 1992), aquel clásico de culto del también enajenado Abel Ferrara, representante insignia del cine independiente norteamericano de los ’80 y ‘90. Las circunstancias contextuales no dejaban mucho margen para las predicciones por lo que el resultado de la aventura era toda una incógnita. Un maldito policía en Nueva Orleans (The Bad Lieutenant: Port of Call - New Orleans, 2009) es un film extraordinario que se abre camino a pura exuberancia y desenfado, una verdadera anomalía que combina sin prejuicios el drama criminal con la comedia negra, la sátira social y los apuntes alucinatorios- surrealistas. Nada quedó de la redención harcore con aires católicos de la original, la irreverencia cínica tomó su lugar. El convite se torna todavía más bizarro si consideramos que el protagonista absoluto es Nicolas Cage, el cual no entregaba una obra interesante desde la lejana El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002): por suerte en los últimos tiempos ha vuelto a su mejor forma, pensemos en Cuenta regresiva (Knowing, 2009). Su Teniente Terence McDonagh prácticamente no tiene contacto con el personaje alguna vez interpretado por Harvey Keitel, factor decisivo que se desprende además de la confesión por parte de Herzog en relación a que jamás vio el opus de Ferrara (desconocimiento que llega al punto de que ni siquiera sabe quién es el neoyorquino). Ambientada en la ciudad del título durante los meses posteriores a la devastación provocada por el Huracán Katrina, la película del alemán no evade las tragedias que expone sino que se sumerge en ellas con ironía y gran realismo. Nuevamente nuestro terrible “oficial de la ley” está empantanado hasta el cuello en el asesinato, el robo, la corrupción, las apuestas, el estupro y la adicción a las pastillas, la marihuana y la cocaína. Sin solemnidad o pedantería acartonada, el excelente guión del veterano William M. Finkelstein retrata las contradicciones del accionar policial a través de varias líneas de desarrollo paralelo: tenemos la relación de McDonagh con su padre alcohólico Pat (Tom Bower), su vínculo afectivo con la prostituta de lujo Frankie Donnenfeld (Eva Mendes), los problemas con el corredor de apuestas Ned Schoenholtz (Brad Dourif), los “arreglos” que atesora con el responsable del depósito de evidencias Mundt (Michael Shannon), etc. La coyuntura trágica está dada por la masacre de cinco inmigrantes senegaleses a manos de uno de los capos del narcotráfico de la zona suburbial. El relato se balancea entre la vertiente investigativa símil thriller, los chispazos de un humor extremadamente crítico y las secuencias orientadas al retrato de otro de los típicos antihéroes trotamundos del director. Sólo hace falta recordar su legendaria pentalogía con el inolvidable Klaus Kinski o el díptico con Bruno S. para tomar conciencia de hasta dónde puede llegar el hombre en su afán por registrar tanto las actitudes individuales más difíciles de asimilar por el colectivo social como los páramos más oscuros y recónditos de la enigmática naturaleza. Toda su producción se ha caracterizado por un constante porfiar a favor de los misántropos de índole quijotesca: desde sus primeros trabajos de fines de los ’60, pasando por la consagración de los ’70 y el período ulterior dedicado en esencia al formato documental, hasta la vuelta reciente a la ficción a partir de Invincible (2001). Según el cineasta la utopía visionaria y las luchas idealistas siempre aparecen amalgamadas a la autodestrucción progresiva, los ataques del entorno y el desbordar la frontera que separa cordura y psicosis violenta. En este sentido la posibilidad de colaborar con Cage, todo un experto en la sobreactuación, le vino como anillo al dedo: al igual que Christian Bale en la anterior Rescate al amanecer (Rescue Dawn, 2006) o el mismo Michael Shannon en la próxima My Son, My Son, What Have Ye Done (2009), el californiano desparrama impetuosidad y valentía (en este caso mezclando el reptar de Quasimodo con los exabruptos de Sledge Hammer y/ o Harry, el sucio). La bella fotografía de Peter Zeitlinger y la música incidental de Mark Isham, más detalles como la selección de las canciones o la enorme imaginación en la puesta en escena, hacen que el combo funcione de maravillas. Para los que hemos seguido la trayectoria de Herzog a lo largo de los años este no es el “gran regreso” del realizador por la sencilla razón de que nunca se fue a ningún lado. Si bien es cierto que es su primer estreno comercial en Argentina en más de veinte años, sus trabajos, cada vez más inaccesibles para el público masivo, no han dejado de obnubilarnos década tras década. De hecho, podríamos afirmar que su propio ímpetu perseverante e iconoclasta es el encargado de armonizar esa fuerza visceral que no deja nada en pie con las descripciones preciosistas de un universo vital en franca descomposición. Los conflictos culturales, ideológicos, sociales, procedimentales y éticos son el eje de una carrera única en la historia del séptimo arte. Las iguanas que piden libertad, el interrogatorio en el geriátrico y el alma que baila breakdance son manifestaciones concretas de esta sardónica genialidad.
Alicia en el país de las maravillas (Alice in Wonderland, 2010) es quizás la película más intrascendente de Tim Burton, aquí trabajando en piloto automático y atrapado en su propia medianía. Los únicos puntos positivos son el diseño de producción y la hilarante participación de Helena Bonham Carter, en el resto de los apartados reaparecen viejos vicios del director: tenemos problemas narrativos varios, un guión escuálido, colores poco sutiles, personajes desaprovechados y un ritmo general un tanto tedioso. El formato 3D pasa sin pena ni gloria, recién durante el desenlace nos topamos con algunos detalles interesantes. Para colmo de males cae de maduro que han insertado en la mayor cantidad de escenas posibles al Sombrerero de Johnny Depp con vistas al innecesario lucimiento del actor, todo a través de martillazos contra una historia que le debe mucho al Hook (1991) de Steven Spielberg. Tan infantil como pasatista, la propuesta a fin de cuentas es otro triunfo del estilo por sobre la sustancia. Alguien le tendría que avisar al buenazo de Tim que el público agradece el equilibrio entre ambas vertientes más que la mera sobrecarga visual…
El Doctor Parnassus es el mismo Terry Gilliam y no hay mucho más para agregar. Sus apuestas con el diablo, esas que le han garantizado la inmortalidad, son la metáfora perfecta de su conflictiva relación con los estudios de Hollywood. La muerte de Heath Ledger es apenas otra triste anécdota dentro de una carrera plagada de las más bizarras eventualidades, chequear sino Lost in La Mancha (2002). Tan exuberante y enajenada como cabía esperar, la película es una extraordinaria montaña rusa visual que celebra en términos conceptuales todos los desbordes posibles de la imaginación humana. A pesar de un elenco repleto de apellidos ilustres, el que se roba el show es el genial Tom Waits componiendo a un Mefistófeles de antología...
Pormenores de la resignación Resulta extraordinario que los hermanos Joel y Ethan Coen todavía puedan venderle a Hollywood una película tan exquisita y valiente como Un hombre serio (A Serious Man, 2009), tercer opus seguido en el que los realizadores apabullan a pura inteligencia. La seguidilla iniciada con Sin lugar para los débiles (No Country for Old Men, 2007) y continuada con Quémese después de leerse (Burn After Reading, 2008) encuentra su correlato perfecto en esta comedia negra que combina el humor mordaz de la segunda con los detalles abstractos de la primera, elipsis y tragedias incluidas. Sin embargo debemos aclarar que en términos conceptuales la propuesta reenvía al tono de sátira implícita de Barton Fink (1991) y El hombre que nunca estuvo (The Man Who Wasn''t There, 2001), aunque con una virulencia que recuerda a El gran Lebowski (The Big Lebowski, 1998). Luego de un hilarante prólogo acerca del conflicto que despierta en una pareja la aparición o no de un “dybbuk”, un cuerpo poseído por un alma condenada, la historia propiamente dicha comienza presentando los infortunios de Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg), un profesor de física amante del rigor académico, la “seriedad” del título: un estudiante asiático pretende sobornarlo, su mujer le pide el divorcio, sus hijos no le prestan la más mínima atención, su hermano tiene actitudes de parásito, se siente atraído por su vecina y para colmo de males ve peligrar la posibilidad de convertirse en un catedrático a raíz de una misteriosa serie de cartas en las que una figura anónima se divierte denigrándolo. Estas tristes circunstancias lo van llevando en forma progresiva hacia una crisis existencial de increíbles connotaciones, en función de la cual solicitará asistencia a tres rabinos diferentes. Si bien el film lanza sus dardos contra la religión y filosofía judías, en sí éstas constituyen otra metáfora más de la deplorable cultura estadounidense y los juegos de espejos tras el siempre escurridizo “sueño americano”. Aquí más que el consumismo, la estupidez, la violencia casual, la sed de éxito o el culto por la belleza, prevalece lo que aparenta ser el extremo opuesto del andamiaje social: una suerte de auto- marginación generada por una cosmovisión hueca sumida en la pasividad, el empecinamiento y la indulgencia. En varias escenas Larry afirma que “no ha hecho nada” para merecer esto o aquello, ese es precisamente el leitmotiv: los Coen cargan las tintas con sabiduría sobre cada uno de los pormenores que caracterizan a la exasperante resignación del protagonista, un ser que jamás considera devolver los golpes recibidos o por lo menos defenderse según la ocasión. El atrevimiento cinematográfico de los directores pasa por el hipnótico pulso narrativo, una trama inconformista saturada de un cinismo demoledor, el trasfondo lúdico del proyecto en conjunto y la ejemplar utilización de un elenco de ilustres desconocidos, casi todos con una vasta experiencia a cuestas. Destaquemos la labor de Richard Kind como el hermano, la de Fred Melamed como Sy Ableman y en especial el desempeño del estupendo Stuhlbarg. Más allá del prodigioso desarrollo de personajes o los diálogos de ensueño, la genialidad de estos creadores solitarios arremete con una furia digna de sus mejores obras. Mucha marihuana, situaciones patéticas, cantidades generosas de hebreo y la clásica Somebody to love de los Jefferson Airplane son elementos de este retrato de un país cuya “fe” se tambalea al ritmo del desconsuelo de un Job moderno que busca certezas donde no las hay. Secuencias como la de los dientes del “goy”, la pesadilla de la fuga a Canadá o el “descubrimiento” de la vecina ponen de manifiesto la enorme capacidad de los hermanos para trazar alegorías de una profunda riqueza simbólica, las cuales a su vez cumplen a la perfección el rol que se les ha asignado en consonancia con un verosímil enrarecido. Tampoco obviemos el contexto autobiográfico del relato: la acción se sitúa en los suburbios de Minneapolis durante 1970, año de edición -como se señala- del Abraxas de Santana y el Cosmo''s Factory de Creedence Clearwater Revival. Nuestro antihéroe de turno, respetando la lógica de la mediocridad, sufre impasible y confundido los duros embates de familia, colegas, extraños y el mismo Hashem, ese Dios que se parece a los Coen de tanto sadismo para con los humanos más grises. El Apocalipsis final indica que todos merecemos morir…
Chris Columbus no hace una buena película desde Mi pobre angelito (Home Alone, 1990). Toda su carrera fue una interminable sucesión de bodriazos y Percy Jackson y el ladrón del rayo (Percy Jackson & the Olympians: The Lightning Thief, 2010) no es la excepción. Por momentos apenas pasable, el film tiene todo lo necesario para engatusar a la fauna adolescente burguesa: un protagonista carilindo con tendencias homosexuales, una compañera histérica sin mucho para decir y un negro seudo- lisiado que desesperadamente intenta hacerse el gracioso. Como puede apreciarse, estamos ante un éxito de taquilla garantizado. Lo único rescatable es el pinball de Contacto en Francia (The French Connection, 1971)...
Hoy tus alas se queman al sol Siempre frente a una película como Plumíferos (2010) afloran sentimientos encontrados: por un lado está la obligación de juzgar el producto tal cual nos llega a los espectadores y por el otro tenemos la clásica -y nunca bien ponderada- “decepción cinéfila”. No importa el número de films consumidos, uno se aferra a la esperanza loca de que en algún momento el cúmulo de apellidos detrás del proyecto genere algo que podamos clasificar como “una gran realización de la animación mainstream nacional”. Pero no hay caso, nada más lejos... Nuevamente Telefé ha financiado un engendro que pretende captar a los niños y los curiosos circunstanciales que deseen chequear el estado del cine televisivo local, en esta Pampa lo más cercano a una “industria del espectáculo” (como las productoras no pueden sostener el gasto casi siempre deben recurrir a los canales de aire). Si encima sumamos el infaltable subsidio del INCAA nos damos cuenta de la cantidad de recursos y esfuerzo que se desperdician en bodrios vergonzosos, que a lo sumo durarán dos semanas en cartel... ¿Cómo describir la mediocridad llevada al extremo de la más penosa incomodidad? El nivel de la animación nos retrotrae a principios de los ’90, cuando se estaban dando los primeros pasos en el 3D y los CGI en general: los fondos son paupérrimos, los personajes parecen incompletos y las secuencias de acción causan risa. Plumíferos aparentemente está hecha con “software libre” pero en sí no había ninguna necesidad, bien se podría haber realizado mediante técnicas tradicionales para evitar caer en semejante despropósito... Sin embargo los factores que más molestan son el guión (increíblemente estúpido) y las voces (carentes de toda profesionalidad y buen gusto). La “historia”, si acaso la podemos llamar así, recorre el tópico “protagonista engreído se une a coprotagonista insegura”, moraleja de auto- aceptación incluida. Juan, un gorrión manchado con pintura, afirma ser un “pájaro exótico” al tiempo que se enamora de Feifi, un canario hembra fugitivo “propiedad” de un magnate. Los chicos se aburren porque estas alas se queman al sol... Con la ayuda de sus amigos, una paloma y un colibrí, Juan por supuesto deberá rescatar a su amor cuando el villano de turno dé con ella. La participación de Mariano Martínez, Luisana Lopilato, Carla Peterson y demás miembros del elenco es por lo menos lamentable, no tanto por culpa de ellos sino por la no- dirección de Daniel De Felippo, responsable de la también patética Los Superagentes, nueva generación (2008). El diseño está calcado de la fallida aunque infinitamente superior Valiant (2005): aquí ya ni originalidad nos queda...
Estamos no sólo ante la peor película de Peter Jackson, también es uno de esos films que a los pocos minutos se vuelven francamente insoportables. Desde mi cielo (The Lovely Bones, 2009) intenta refritar la atmósfera y el tópico “crisis adolescente en un contexto trágico” de la recordada Criaturas celestiales (Heavenly Creatures, 1994), pero termina confirmando que King Kong (2005) no fue un accidente: esperemos que este declive creativo no se transforme en un período de decadencia. La propuesta es pomposa casi en todo momento, está llena de imbecilidades, aburre a fuerza de lugares comunes, carece de imaginación y pretende manipular al espectador con una inocencia que genera tanta risa como asco. El realizador no se decide por ninguna línea argumental, desaprovecha al personaje de Mark Wahlberg y abusa de un tono narrativo monocorde, siempre entre afligido, meloso y alegórico. Aquí los únicos elementos rescatables son el acento de Stanley Tucci, la maravillosa participación de Susan Sarandon y el vinilo que se ve por ahí del primero de Black Sabbath...