De malo a bueno, sólo un trecho Quizá por moda, agotamiento de ideas o simple casualidad temporal, el cine de animación digital vuelve a enfocarse en un personajes que detrás de la coraza malvada esconde a un auténtico pan de Dios. A la invernal Mi villano favorito (Despicable Me, 2010) se le suma ahora Megamente (Megamind, 2010), película que no sólo apila citas y referencias sello Dreamworks, sino que intenta bucear en la soledad y la insatisfacción. Como Superman, Megamente nació en las vísperas de la implosión de su planeta. Le espera un largo viaje cuyo destino final es el planeta Tierra. No tuvo la misma suerte que su compañero de viajes: si aquel bebé rubio, de tez blanca y rebosante de simpatía cayó como regalo del cielo para una familia acomodada que anhelaba un hijo, a éste diminuto cabezón azulado le tocó la cárcel. Criado por los reos, con el correr de los años descubre que satisfará sus ansias de trascendencia cuando ponga su inteligencia al servicio de la maldad. Y allí se embarca en un duelo en apariencia sin fin con su viejo compañero de viajes ubicado ahora en la vereda opuesta de la bondad y el servicio comunitario. Megamente jamás imaginaba que lograría su cometido. Ya sin Metro Man, ahora dispone a gusto y piacere de toda la ciudad. Solo, con el ansiedad de poder vacía, se da cuenta que en ese trayecto de un polo a otro de la antinomia debe ser contrapesado por una figura opuesta. Da la sensación que Hollywood busca sacudir el avispero del cine de animación mediante el corrimiento de las narraciones hacía aquellos usualmente marginados en pos del lucimiento del protagonista de turno: los malos. Y es posible ensayar una razón cargada de lógica y moral. Si la estructuración de una película se asemeja a una parábola donde hay (aunque no nos guste) un temido aprendizaje disparador de un Mensaje, qué mejor que hacerlo a través de un personaje cómodamente instalado en el lado oscuro que inicia el recorrido hacía la bondad: vean sino al maquiavélico protagonista de Mi villano Favorito y a este científico-tirano de Megamente. Esa irrupción de la corrección conspira contra una historia que decrece en el tiempo. La secuencia de montaje que recapitula la infancia de nuestro antihéroe (los naipes de policías y ladrones son memorables) es una de las mejores del cine de animación de los últimos años –después de Up (2009), claro. Justo después, en plena discriminación escolar, Megamente se da cuenta de que lo malo rankea mejor que lo bueno. “Y yo también te amo a ti, hombre común”, le dice Metro Man a un civil absolutamente preso de su figura endiosada, una curiosa mezcla de la egolatría y autosuficiencia de Iron Man con el porte físico de Mr. Incredible de Los increíbles (The Incredibles, 2004). Dos momentos punzantes, sí, pero cuya gracia inicial cae por el efecto residual de su crítica punzante. El resto del metraje deja la certeza de que esa lucidez fue un acto involuntario. No necesariamente porque el humor deje de funcionar –lo sigue haciendo, y muy bien- sino porque empieza a desperdigarse en citas culturales y la temida moraleja antes de ahondar en la experiencia de un personaje que aprende lo que quiere cuando deja de tenerlo. Era un terreno más profundo y a priori interesante para recorrerlo. Pero no, Tom McGrath (el mismo del díptico Madagascar) va hacia otro lado. Es tanto y tan largo el derrotero de adoctrinamiento de Megamente, que da la sensación que McGrath pierde el timón y Megamente naufraga, dejando notar el paso apurado y las costuras de la trama. Efectiva, visualmente notable (atención al movimiento y gramaje de los cabellos) y con un funcionamiento general aceitado, Megamente deja la sensación de que pudo haber sido más, mucho más.
Como película sin ética Enésimo documental del año, Como bola sin manija (2010) muestra desde el pedestal de la suficiencia la cotidianeidad de un hombre ermitaño. El film de Miguel Frías, Pablo Osores y Roberto Testa tiene como protagonista a un jubilado de 77 años reclutado voluntariamente en su casa desde hace tres décadas. No sale a la calle, no recibe amigos, sólo tiene contacto con sus tres sobrinos: la psicóloga Ana, la bibliotecaria Nora y el director técnico Nicolás. Ellos intentan acabar con su soledad procurando que retome la amistad con Manija, con quien se peleó por razones nunca de todo claras varios años atrás. No vale la pena ahondar en la chatura formal de un film pegado y filmado en piloto automático cuando lo más destacado radica en la deshonestidad para con su protagonista. Problema menos cinematográfico que moral, Frías, Osores y Testa no lo acompañan sino que le tiran todo el dispositivo artístico. Da la sensación que Como bola sin manija es una jugarreta sabatina donde tres amigos confabulan contra un cuarto para enervarlo sin miramientos: cuando Rubén confiesa su amor por una vecina, la exhiben con sorna, menosprecian no sólo su sentimiento sino que desperdician el largo proceso de empatía entre cámara y entrevistado. Algo similar ocurre cuando dialoga con el médico creyendo que la cámara está apagada. Es un recurso de una bajeza moral llamativa, más aún cuando uno de sus tres directores desempeña el noble oficio del periodismo. Como bola sin manija discurre entre la bajeza y su historia cuyo minimalismo deviene en desinterés. Una película tan innecesaria como el maltrato a su protagonista.
Bateman, el caballero de la noche Postergada durante meses y con un -otro más y van...- horrible e inexacto título local, Papá por accidente (The Switch, 2010) era un presumible tercer fracaso artístico al hilo de la ex bonita Jennifer Aniston después de Nuevamente Amor (Love Happens, 2009) y El caza recompensas (The Bounty Hunter, 2010). Pero no. Gracias a la encomiable labor de Jason Bateman y a una concepción poco pueril sobre la niñez, The Switch es una película más que atendible. Soltera y con la presión de un reloj biológico que sobrepasa los cuarenta abriles, Kassie Larson siente el deseo irrefrenable de ser madre pese a que aún no haya dado con el príncipe azul (cualquier parecido con la vida de Jennifer Aniston difícilmente sea casualidad). Decidida a someterse a la inseminación artificial de un apuesto donante (Patrick Wilson) y a mudarse al campo para una crianza tranquila, su mejor amiga organiza una celebración donde su mejor amigo, ex pareja y secretamente enamorado Wally (Jason Bateman) trueca la “carga” del frasco -el “switch” del título original- por la propia en el anonimato del baño. Seis años después, ella y su hijo vuelven a la gran ciudad e irrumpen en la apaciguada vida de Wally, quien se encariña con el pequeño. Protagonista de Hancock (2008) y de la muy interesante pero inédita Extract (2009), última película del creador de Beavis and Butt-Head Mike Judge, Jason Bateman es un actor que reclama un protagónico que, a la manera de Robert Downey Jr. en la saga IronMan (2007 y 2009) o Johnny Depp en la trilogía Piratas del caribe (Pirates of the Caribbean), lo catapulte al estrellato que sus condiciones merecen. Actor de rostro aniñado y de porte cansino, Bateman le da a Wally Mars la carnadura necesaria para hacerlo creíble aún en las situaciones más inverosímiles. Por otro lado, Papá por accidente propone un interesante abordaje sobre la incomprensión infantil y la falta de comunicación entre padres e hijos. Porque allí donde la trama invitaba a una caricaturización del chico colocándolo en el un lugar relegado o burlón por sus características irremediablemente freaks (su soledad, su colección de marcos con sus fotos originales), Josh Gordon y Will Speck -los mismos de Deslizando a la gloria (Blades of Glory, 2007)- lo construyen con una fineza y delicadeza poco usual para el habitual trazo de las comedias más exitosas, con el cercano y triste ejemplo de la “reflexión” sobre “temas importantes” de Comer Rezar Amar (Eat Love Pray, 2010). Es sobre esa justificación y el fino equilibrio entre el chico que no sabe y el padre culposo que lo oculta donde descansa el raro mérito de este film. Papá por accidente sorprende transformando una potencial ñoñería romántica en una reflexión sobre la soledad y la infancia. Más vale tarde que nunca,la tercera fue la vencida para Jennifer Aniston.
Pegame y decime Marta Uno de los usuarios de rottentomatoes.com sintetizó a Jackass 3D (2010) con igual carga de contundencia y veracidad: "Entre más estúpidos son los trucos, más divertido es". Y de eso se trata: Jackass (serie y películas) valida al hombre como animal concebido para la gracia por la desgracia ajena. Surgida hace diez años en la pantalla de MTV, Jackass mostraba un loop infinito de golpes, asquerosidades y truculencias pergeñadas por un grupo de amigos que de buenas a primeras ponían su idiotez (la traducción literal de Jackass es "idiota") al servicio de una cámara. Dos años después dieron el salto a la pantalla grande en Jackass: The Movie (2002) con la misma fórmula: más y más tonterías. Vilipendiada por la crítica que no entendía cómo "eso" se consideraba cine, los fanáticos estuvieron de parabienes y engrosaron la taquilla hasta los 80 millones de dólares. La industria norteamericana poco sabe de pruritos morales cuando los números cierran, y menos de un lustro después el estudio Paramount y MTV motorizaron una continuación. Tanto o más extrema y escatológica que la primera parte -no por nada hay un cameo de John Waters, fanático confeso de la serie-, obtuvo otra vez pésimos comentarios que sin embargo no alcanzaron para mellar su éxito y recaudó algunos millones más que su predecora. Sin aire desde hace un par de años, con sus integrantes tratando de forjarse una entidad autonómica (quien mejor recorre esta senda es Johnny Knoxville, líder de la trouppe y protagonista de Hombres de Negro II, Adictos al sexo y El farsante, entre otras), los muchachos decidieron juntarse para celebrar la primer década de vida y rodaron la tercera parte de Jackass. Para el colmo de la horda de declamadores, ahora validan sus pruebas con la tecnologia 3D. Si la crítica de arte es quizá el género periodístico más cargado de subjetividad e imposible de limitarlo al estricto formato de la crónica, resulta prácticamente imposible ensayar un abordaje evaluativo de Jackass 3D sin que éste quede apresado dentro del gusto personal del cronista. Como la serie, la nueva aventura de Knoxville y su séquito de masoquistas polariza opiniones entre aquellos que denigran la gratuidad de la violencia y el maltrato físico con el único fin de una diversión pura aunque para ellos inentendible; y los otros, quienes encuentran -encontramos- un placer inexplicable en la condición larval de travesura adolescente amplificada por la picardía del registro público. En una de las decenas de pruebas que componen el metraje de Jackass 3D, Knoxville ríe a carcajada limpia y suelta una afirmación indispensable para entender la concepción de este producto. Él dice algo así como "qué feliz me hace" o "qué bien la estoy pasando". Y es que Jackass no es ni menos que una película transmisora de la alegría inocultable de quienes la conciben, adultos que plantan una resistencia al paso del tiempo no con recuerdos fútiles sino celebrando la amistad mediante las vejaciones de sus cuerpos gordos o flacos, flácidos o torneados, altos o bajos. Esa forma de hacerlo es una rara paradoja de Jackass 3D: la preponderancia del físico excede su forma, aquí no hay posibilidad de divertimento sin la aceptación plena de sus defectos y virtudes. Bien sirve el ejemplo de la escena donde un grupo de enanos ficcionaliza una pelea en un bar, con médicos y policías incluidos. Impredecible, eficaz, desprejuiciada, los méritos no sólo radican en la emanación de gracia a cada segundo sino en la autoconciencia del cuerpo de quienes participan allí, quienes optan por dinamitar prejuicios y discriminaciones simplemente riéndose de ellas. Vómitos, pintura, culos, patadas, piñas, lanchas, agua, bicicletas, skaters, víboras, toros, motos, sudor, excremento y hasta una subjetiva de un pene mientras orina. Todo fluido corporal, todo objeto contundente, todo ser vivo bien sirve para la diversión. Jackass 3D es un manifiesto a la inclusión por sobre las diferencias, una oda a la amistad a través del paso del tiempo y las circunstancias, una monumento al espíritu lúdico de la adolescencia. Como en esa etapa, los muchachos sólo quieren divertirse.
Abuelos y obreros Tercer entrega del ciclo El documental del mes, Pensioners Inc. (2008) aborda la historia de una fábrica que se caracteriza por la contratación de jubilados y pensionados. Demasiado clásico en su factura, ameno en su escaso metraje, el film se apoya en el carisma y franqueza de sus protagonistas. Vita Needle tiene 35 operarios, un jefe y decenas de máquinas: nada por fuera de la imperiosa rutina de una empresa dedicada a la manufacturación de agujas y tuberías. La peculiaridad radica en que las edades de los empleados oscilan entre los 75 y 96 años. El director polaco Bertram Verhaag pone la cámara al servicio de la rutina de los empleados. Muestra sus pasos cansinos, su técnica parsimoniosa pero regular, el constante devenir diario al que acceden siempre y cuando puedan subir la escalera que los separa de la puerta. En ese pequeño acto en apariencia nimio el film expone sus mejores cartas. Verhaag logra en menos de una hora un fino delineamiento de cómo los límites se trastocan con el derrotero de la vida sin que eso anule la quinta escencia del ser humano. Porque ellos no van allí por el dinero, quieren la sana certeza de que aún están vigentes y en plena utilización de sus capacidades independientemente que el sistema se empecine en decirles lo contrario. Bajo la liviandad de sus charlas, las humoradas propias de la cercanía continua del trabajo, palpita una lucidez que, a diferencia del físico, no se oxida. Si todo documental es un recorte de la realidad, el polaco elige apenas una faceta del emprendimiento. Decisión no necesariamente incorrecta, pero sí poco correspondida con la idea de documentar el funcionamiento pleno de una empresa. Pensioners Inc deja la sensación que no estamos ante una entidad con fines de lucro sino a una iniciativa propia de un recreo, de un eslabón más de una cadena pensada para el bienestar psicológico de los empleados. Verhaag soslaya el elemento fundacional de cualquier empresa, no habla de dinero, de rentabilidad ni de números sino que se queda en la superficie de la felicidad y alegría de los protagonistas. Pensioners Inc muestra que no existe ley ni reglamento que disponga el pase a servicio de la utilidad y lucidez. Más allá de visión demasiado ladeada hacia la tesis, Verhaag consigue un film eficaz e interesante. Es el nieto que todos los empleados de Vita Needle quisieran tener.
Refrito de ideas...sin ideas Endilgarle su génesis mercantilista a una película es remar contra la corriente de una industria experta en reiterar fórmulas de éxito probado: no hay nada malo en la concepción de Todo un parto (Due date, 2010) como un spin off que amalgame la trama de Mejor solo que mal acompañado (Planes, Trains and Automóviles, 1987) con un estilo narrativo y jirones del humor del film previo de Todd Phillips,Qué pasó ayer? (The hangover, 2009). La cuestión es que esa cercanía temática entre dos grandes, enormes películas la ubican en un raro limbo de desajustes e imperfecciones. Peter Highman (Robert Downey Jr.) es un empresario exitoso que corre contra el reloj esperando llegar a tiempo para el nacimiento de su primogénito. Ethan Tremblay (Zach Galifianakis) es, obvio, su opuesto: tosco, frontal, sin demasiadas luces, aspira a conquistar Hollywood actuando en la exitosa serie Two and a half men. Como en el clásico de John Hughes, Todo un parto narra la historia de esta pareja despareja que debe atravesar transversalmente Estados Unidos luego de un entuerto aéreo. Es inevitable ubicar la piedra basal de este proyecto en el inesperado éxito que fue Qué pasó ayer?, cuyo costo de 45 millones de dólares y su taquilla global de casi 280 millones la convirtieron en una de las producciones más rentables de 2009. Fue además la catapulta al estrellato para el siempre subvalorado Todd Phillips y el cómico de origen stand up Zach Galifianakis, quien puso sus voluminosas carnes al servicio del cuñado del novio desaparecido a horas de su boda, en lo que era un auténtico pelmazo con destino de mito. Brillaban demasiado los dientes de ese caballo como para no encandilarse aún más. Y así se concibió la secuela, actualmente en rodaje, y seguramente ésta, una película que repite director y actor protagónico –no por nada el trailer anuncia con bombos y platillos lo nuevo del “director de Qué pasó ayer?”- y le suma a una estrella re-cotizada en las huestes de la comedia gracias al díptico de Iron Man (2007) y Una Guerra de película (Tropic Thunder, 2008) como es Robert Downey Jr. El banquete se imaginaba completo con la premisa salpimentada por el brío del gran John Hughes. Pero la promesa se arruina en una larga seguidilla de chistes vetustos y personajes lineales creados con fibrón grueso, una larga perorata de situaciones previsibles que incluyen redenciones y arrepentimientos. Más allá del absoluto inverosímil de las situaciones (la de la frontera mexicana gana por varios cuerpos) y de su carencia de lógica en el universo narrativo de la película, Todo un parto es un mero viaje rumbo al temido mensaje igualitario y tranquilizador que empapaban las películas un tiempo atrás, una película que, sí, funciona, pero que luce anacrónica luego de la frescura y desparpajo la factoría Apatow. Es curioso notar cómo Phillips borronea aquí toda una línea autoral trazada desde Viaje censurado (Road Trip, 2000) y hasta Qué pasó ayer?, donde construía historias primadas por la amistad por sobre el prejuicio, poblacada por criaturas que consentían el utilitarismo mutuo en post de un bienestar mayor, casualmente en ambos casos se trataba de un viaje para salvaguardar una relación. Esa conciencia de la manipulación los dotaba de una franqueza y una sinceridad ausente en Todo un parto, donde Peter aparece un pedestal arriba del naif Ethan, siempre dispuesto a pisotearlo y traicionarlo, a dejarlo de lado ante la primer oportunidad. Como si fuera poco, el vínculo inicialmente utilitarista que vinculaba al primero con el segundo deviene no hacia la amistad o la aceptación de las diferencias irreconciliables, sino a la lástima. Todo un parto es poco de lo que promete. Lejos de las vertientes fílmicas que nutren su raíz, sólo queda esperar poco más de seis meses para el estreno de la nueva aventura de los cuatro amigos aún resacados o aprovechar el merecidísimo homenaje al director de El club de los cinco (The brealfast club, 1985) que programó el festival de Mar del Plata. No estará Mejor solo que mal acompañado, pero igual vale recuperar la filmografía de un tipo que sobre la amistad sabía bastante.
El nuevo Clint Eastwood Bajo el encasillamiento fácil de “película de robos”, en Atracción peligrosa (The town, 2010) palmita un implacable drama sobre la soledad, el encierro y la pertenencia, involuntaria o no, a un espacio de tiempo y espacio. Clasicista en forma y narración, el opus de Ben Affleck es, además de un film excelente, un acto de validación: el tipo es un gran, enorme director. La ciudad del título original es Charlestown, barrio al sur de Boston donde el lumpenaje se trasmite por genes: de padres a hijos, ya no es una necesidad sino una vocación. En ese contexto vive Doug MacRay (Ben Affleck), líder de una banda especializada en el saqueo de bancos, al que el hastío empieza a carcomerme el alma. Más aún cuando un golpe falla y una testigo pone en peligro su libertad (Rebecca may) . Y allí irá él, en un acercamiento en principio por interés que rápidamente muta por amor. Ella es el empujón emocional que necesitaba. Ahora no le caben dudas. Debe dejar el robo y salir de ese templo de la perdición en el que el destino lo tiene encerrado. Vaya uno a saber en qué momento ocurrió, qué gracia divina lo hizo posible. Porque era imposible imaginarse al galancito de Pearl Harbor (2001) filmando, porque era imposible no caer ante la tentación de trasponer sus escasas condiciones actorales al sillón de director. Pero sorprendió con Desapareció una noche (Gone baby gone, 2007), un intenso drama sobre el secuestro de una niña que no sólo no era bochornoso sino demostraba un pulso clasicista envidiable. Tres años después, el estreno de su segunda película se presumía fundamental: o aquello había sido una mera casualidad, un capricho del destino empecinado en colocarlo en un lugar no correspondido, o Affleck es efectivamente un buen director. Es lo segundo. Y por varias razones La primera, negativa, le viene de rebote. La elección de Atracción peligrosa como traducción de The town bien merece un mea culpa de la mente poco brillante perpetradora del rebautismo. Se sabe que las nomenclaturas estadounidenses a veces resultan poco “traducibles” al español, no tanto en el sentido literal sino en la acepción hispana de los modismos locales. O que un título, al fin al cabo envase de un producto, debe tener la encomiable tarea de aprehender la atención de los ocasionales espectadores, y que cada cultura funciona como una microcosmos con reglas propias a las que éste debe adaptarse. No es éste el caso. The Town La ciudad. Seco, tajante, sugestivo, invita a un relato centrado en ella, en sus peripecias y vicisitudes. Y justamente de eso se trata. Porque Charlestown es una ciudad-cárcel de la que no hay salida, habitada por seres inconscientes de su condición presidiaria en cuerpo y alma. Como en Gran Torino (2008), las calles son el campo de una batalla silenciosa de la muchos optan por mantenerse fuera. Si en aquella Walt Kowalski sale con los tapones de punta encarando la batalla como propia, Doug en cambio se recluye en un hipotético viaje. Y Affleck lo muestra solitario, embutido en un corsé de mediocridad y chatura, con una posición de cámara perfecta. Como los personajes, como la medianía que impera la vida en The Town, el lente observa la acción desde media altura o baja altura. De allí el clasicismo formal que atraviesa la película. Como en aquellos films blanco y negro, aquí casi hay techos, hay un cielo que se presume encapotado por la página gris que envuelve todo, vida y obra de sus pobladores. El encuadramiento de Affleck como heredero del clasicismo remite invariablemente a Clint Eastwood. Su compañero de clase bien podría ser James Gray. Por que ambos no sólo saben cómo y dónde poner la cámara sino que demuestran una enorme sapiencia para la narración. Porque el robo del banco inicial es una trabajo de relojería impecable, porque el discurrir romántico de Los amantes (Two lovers, 2008) y The town avanza sin agilidad pero con la seguridad propia de un norte claro, con una observación silenciosa a la espera de que el proceso vincular se solidifique paro luego sí concretar el amor: Leonard besa con suavidad a Michelle, el primer beso entre Doug y Claire es más fruto del destino que acto hormonal. The town es un film de múltiples aristas concebido con partes iguales de reflexión y entretenimiento. Con él mismo a cargo del protagónico (que por si fuera poco no lo hace mal) y como los buenos directores, Affleck construye un mundo con peso y lógica propia. La claridad en sus conceptos y la solvencia de su forma hacen de The town una película formidable.
Papás por siempre ¿Cómo abordar una película cuyo enfoque resulta tan necesario para una sociedad que pregona un mirada al pasado?¿Hasta qué punto la temática soslaya el dispositivo cinematográfico? Bien sirve Padres de la Plaza: 10 recorridos posibles (2009) para un intento de respuesta. Emotiva, sincera, honesta con su alcance, conciente de sus limitaciones, la ópera prima del también músico, docente y compositor Joaquín Daglio recupera la figura de aquellos que apuntalaron el dolor de las Madres. Ellos son los Padres de la Plaza. El documental recorre las historias de diez padres de hijos desaparecidos y asesinados durante la última dictadura militar. Figuras desconocidas para gran parte de la sociedad, ellos, juntos a las incansables Madres y Abuelas, también sostuvieron (y sostienen) la lucha por conocer el paradero de sus hijos. Rafael Beláustegui, Mario Belli, Mauricio Brodsky, Ricardo Chidíchimo, Oscar Hueravilo, Julio Morresi, Bruno Palermo, Teobaldo Altamiranda, Marcos Weinstein y Jaime Steimberg, quien falleció durante la post-producción de la película, abren no sólo la puerta de sus casas, cuna de infinitos recuerdos de quienes ya no están, sino también sus corazones para contar sin tapujos cómo se vive con la incertidumbre constante del paradero de un hijo. Es curioso: Daglio no procura una búsqueda cinematográfica y sin embargo logra una película por demás emotiva: el valor, la entereza y la fuerza para soportar el desarraigo del dolor que se desprenden de los testimonios posicionan al film como un legado de esas cualidades. El cine no se había fijado en ellos. Desde las sombras, alejados de las cámaras, soportaron estoicos durante los años oscuros de Argentina. Su grandeza parece quedar chica hasta en la pantalla grande. Nunca el cine fue una experiencia tan nimia.
Las patas de la mentira Luego de su exitoso paso por el Festival de Mar del Plata y de recibir numerosos premios en los más diversos certámenes nacionales se estrena en el Cine Gaumont e Incaa Doc. Orquesta Roja (2009). La ópera prima de Nicolás Herzog centra su relato en como los medios de comunicación pueden manipular la información y llevarla a extremos de falsedad absoluta. Orquesta Roja exhibe el artificio de la construcción que Crónica TV y Radio 10 hicieron con el Comando Sabino Navarro, una apócrifa organización guerrillera que supuestamente invitaba al levantamiento en armas de una sociedad harta del maltrato y el olvido estatal. A mediados de 2000, ambos medios confabularon una historia de ribetes cinematográficos cuando, en medio de la “llanura” de Concordia, dialogaron en “exclusiva” con José María Lima y Carlos Sánchez, los encapuchados “comandante” y “sub-comandante” del inexistente grupo insurrecto. Días después, se supo de la farsa. Crónica TV y Radio 10 sepultaron su credibilidad y los revolucionarios, su libertad. Ambos pasaron un mes en la cárcel. Rodada durante los tres últimos inviernos, es entonces el reverso de La Crisis causó dos nuevas muertes (2006), documental que analiza la manipulación que Clarín hizo con las muertes de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, asesinados por la policía durante la toma del Puente Pueyrredón en 2002: Ahí el medio ocultaba noticias, faltaba a la verdad. En este caso, el medio no falta a la verdad, sino que la crea. A través de la mezcla de géneros Orquesta Roja logra un pintoresco retrato acerca de los medios de comunicación y el poder que ejerce cada uno de ellos, no sólo sobre la gente sino sobre un país. Tema que en los últimos meses ha estado en boca de todos y que Herzog cuestiona fundamentando cada una de las aristas por las que la historia transitó.
Queríamos tanto a Seth Rogen Llámenlo deja vú o como quieran, pero el que no vea en Bajo el mismo techo (Life as We Know It, 2010) y Ligeramente embarazada (Knocked Up, 2007) dos películas fichadas por la misma matriz que tire la primera piedra. Premisa similar (dos seres opuestos unidos por una eventualidad) y misma actriz (Katherine Heigll) soplan hacia esa dirección. Pero he aquí dos menudas problemáticas: el fino contorno y pulso de Judd Apatow detrás de cámara fue reemplazado por el ignoto Greg Berlanti, y a Josh Duhamel le falta mucha pero mucha sopa cómica para semejarse al enorme Seth Rogen. El film comienza con Messer y Holly encontrándose para una cita que siquiera es tal: no llegan ni encender el auto. Mejores amigos de una pareja felizmente casada e inevitables padrinos de la primogénita, serán los encargados de educarla cuando el malvado Dios de Hollywood se empecina con los tortolitos y el auto “se voltea”, tal como dice el subtítulo. La historia de dos personajes opuestos obligados a conciliar posiciones por razones de fuerza mayor cuyo desenlace los encuentra enamorados es casi tan vieja como el cine mismo, y resultaría imposible determinar un culpable de plagio cuando difícilmente quede posibilidad argumental por transitar. Porque a priori eso era la historia Ligeramente Embarazada, la del gordito desocupado Rogen y la hermosa presentadora televisiva con un futuro más que promisorio que era Heigl, embarazada luego de un encuentro casual motorizado por una incuantificable cantidad de bebidas blancas. Conciente de la imposibilidad de evadir el lugar común, Apatow decidió recorrerlo seguro de sus armas, personajes magnéticos y un guión férrico, con un timing admirable. Todo eso le falta al film de Berlanti, guionista de algunos capítulos de esa bobaliconada catódica que era Beverly Hills 90210. Ya el quiebre argumental habla no sólo de un crueldad inusitada para una comedia familiar sino de un profundo desapego por los personajes. Luego un tercio de hora donde el film ruega por la empatía del espectador hacia los padres de Sophie, la película los elimina en un auto “volteado”. Afortunadamente se soslayan imágenes del hecho. Más increíble resulta la voltereta legal para que sean los infortunados amigos los tutores legales del vástago. Pero eso quedará un sitio sobre derecho y asuntos legales. Sigamos con el cine. Bajo el mismo techo es también un buen caso de análisis de Marketing. El póster muestra al torneado Duhamel corriendo cerveza en mano y semidesnudo por un gigantesco comedor al lado de la pequeña protagonista, ambos perseguidos por la enfermera de Grey´s Anatomy. Es una imagen descontrolada y libertina, algo así como una virtual secuela de ¿Qué pasó ayer? (The Hangover, 2009). Se promete una incorrección ausente en el corte final. Porque Bajo el mismo techo es una comedia plástica, lavada, de innegables ribetes igual de consumistas que sus protagonistas (hay no menos de 5 escenas con comidas dignas de banquetes palaciegos). En la película de Apatow todo exuda realismo. Desde el contexto socio-económico donde se desarrolla la trama hasta el suave discurrir de la relación central pasando por su accionar ante la incertidumbre de lo no deseado, se respira una empatía no generada a fuerza de música sino como premio al trazo cercano y reconocible de esas criaturas. Ligeramente embarazada tomaba la premisa periodística de “un dato por palabra” para traducirla a “un chiste por línea”. Sí, es fácil hacerlo cuando se tiene una tropilla de secundarios como Paul Rudd, Jonah Hill y Jay Baruchel. Eso hace aún más notable la ausencia de personajes destinados a insuflarle frescura a los protagonistas. ¿El médico que flirtea con Heigl? Un muñeco de torta ABC1. ¿La asistente social? Apenas un fusible transitorio que explota al final de cada escena. La previsibilidad de trama resulta apenas una minucia al lado del humor al que apela Berlanti, talibán de lo simplón y obsoleto que aún cree un pañal y la palabra “popo” dan gracia. Bajo el mismo techo sirve para certificar el physique du rol casi patológico de Heigl, que repite por enésima vez el personaje de soltera-buenuda-desafortunada-con-los-hombres (la mencionada Ligeramente embarazada, 27 bodas, Asesinos con estilo, La cruda verdad). Y también para darnos cuenta cuánto amamos a Seth Rogen y sus inefables amigos.