Un misterio congelado El Muñeco de Nieve es la adaptación cinematográfica de Tomas Alfredson (Tinker Tailor Soldier Spy) de la novela homónima del escritor noruego Jo Nesbø. En esta se presenta al investigador de la policía de Oslo Harry Hole como protagonista aunque esta historia corresponde a la séptima aparición del personaje en una saga que encuentra en esta obra su mayor éxito de ventas. Ese fue el motivo por el que se dicidiera empezar por este relato para su adaptación cinematográfica que incluye entre sus protagonistas a Michael Fassbender en la piel de Hole y a Rebecca Ferguson, Toby Jones, Val Kilmer y J. K. Simmons en los roles secundarios. Como suele ocurrir con las obras de Nesbø, los primero que tenemos es una escena que dista bastante en términos temporales de los hechos principales que conformarán la historia y esta tiene que ver con una introducción de tipo más bien psicológico de lo que será el criminal o figura antagónica del relato. En este caso vemos a un joven de entre diez y doce años sufrir los abusos de una figura paterna que puede o no ser su padre biológico. Lo cierto es que como consecuencia de una de tantas peleas entre este hombre y la madre del chico, esta muere en un accidente de auto ante los ojos de su hijo. Una primera crítica hacia la película tiene que ver conque en la novela este joven, diremos apuntando a quienes no la hayan leído, tiene un rol mucho más activo que el del simple testigo del accidente. Porque lo que sigue es un relato que responde a las características clásicas del policial negro donde un investigador recaba las pistas para descubrir la identidad de un asesino en serie que se caracteriza por elegir a sus víctimas entre las mujeres de mediana edad de la ciudad, que estén casadas, tengan hijos y experimenten serias dudas sobre quién es el padre biológico de sus criaturas. Haber decidido empezar con semejante cambio respecto de la novela en relación a un personaje que claramente tendrá mucho que ver con estos asesinatos que se producen varios años después de la muerte de su madre es demasiado arriesgado dada la gran carga psicológica que rodea a los crímenes que empezaremos a presenciar. Sobre la elección del elenco hay que decir que hubo muchos aciertos a partir de un Michael Fassbender (X-Men, Alien: Covenant) que interpreta a un muy buen Harry Hole a pesar del poco tiempo que la película le dedica a sentar las bases de su personaje, un detective brillante pero con grandes turbaciones personales y un severo problema de alcoholismo. Rebecca Ferguson (La Chica del Tren, Misión Imposible: Nación Secreta) probablemente sea la que más brille en la piel de Katrine Bratt, enviada a Oslo desde el cercano pueblo de Bergen para hacerse cargo del caso del llamado Muñeco de Nieve, ese asesino serial de mujeres que construye un hombre con la nieve en cada una de las escenas de sus crímenes. Más adelante iremos conociendo también al multimillonario Arve Stop a cargo del siempre genial J. K. Simmons (Whiplash, La La Land) y a dos miembros de la policía de Bergen que es el lugar donde se situaría el origen del Muñeco de Nieve con las actuaciones de Toby Jones (Alicia a través del Espejo, Los Juegos del Hambre) y Val Kilmer (Deja Vu, Batman Eternamente). Y si bien el elenco no deja mucho lugar a la crítica aunque tampoco al elogio desmesurado, vale reconocerles como conjunto la dura tarea que les impuso la película de hablar siempre en inglés en medio de una historia que transcurre en Noruega, con personajes noruegos, que tienen nombres noruegos y donde el inglés es un invitado poco grato al que el espectador nunca se termina de acostumbrar dado el contexto. De esta forma, El Muñeco de Nieve se erige como una aceptable adaptación de una novela interesante desde el punto de vista policial pero bastante sosa en términos de personajes y de esa profundidad psicológica que uno espera encontrar en historias de asesinos seriales turbados por su pasado. Si en la obra de Nesbø esa psicología que se propone estar siempre presente se queda corta desde su profundidad y su desarrollo, en la película esta falla se evidencia mucho más para obtener como resultado un relato plano, con giros poco sustentados por los hechos precedentes y un desenlace ultra simplificado que atenta contra ese juego mental que el espectador puede hacer en su propia búsqueda del asesino.
La esperanza es lo último que se pierde El director Destin Daniel Cretton vuelve a trabajar junto a la ganadora del Oscar Brie Larson como ocurriera en la excelente Short Term 12, en este caso para darle forma a una biopic que cuenta la particular historia de una familia nómade de la actualidad. El elenco lo completan los nominados al premio de la Academia Woody Harrelson y Naomi Watts. Distintas idas y venidas en el tiempo le dan forma a esta historia real que sigue los pasos de Jeannette (Larson) en dos etapas muy distintas de su vida divididas por la difícil decisión de abandonar la convivencia con sus padres a muy temprana edad. Porque lo que tenemos es una muy buena escena inicial donde vemos a una Jeannette vestida muy elegantemente a la salida de un evento social de alta alcurnia solo para que todos esos elementos choquen con una pareja que está pidiendo plata en la calle y acomodando algunos colchones viejos para pasar una nueva noche a la intemperie. Ese choque, que se produce metafórica y literalmente cuando el desalineado hombre vestido con harapos hace a un lado a su mujer y casi se lleva por delante el auto en el que va Jeannette, marca el inicio de ese relato que va y viene en el tiempo para explicarnos cómo cada uno de estos tres personajes llegaron a ese momento que los reúne porque lo que nos enteraremos a continuación es que estos dos desafortunados que viven en la calle son los padres de la protagonista. Basada en la novela que cuenta el caso real de esta familia, El Castillo de Cristal se presenta como un relato dinámico y de alta carga de empatía mientras vemos como una familia muy unida y cuyos miembros (además de sus padres, Jeannette vive con sus dos hermanos menores) permanentemente demuestran el amor y solidaridad que los une debe afrontar la difícil situación económica que siempre los ha caracterizado y que encuentra su origen un poco en la herencia y en las circunstancias poco favorables en que nunca dejaron de estar y otro poco en el proceso de autodestrucción involuntaria que Rex y Rose Mary, padres de los tres chicos, proponen a partir de su estilo de vida libre, despreocupado y reticente de acatar las normas sociales impuestas. Con una madre que siempre dedicó su vida a la pintura y un padre sin trabajo estable y con severos problemas de alcoholismo, estos tres niños -con especial foco en Jeannette- constituyen el centro de una historia marcada por la supervivencia, el amor familiar, la capacidad de nunca perder las esperanzas y el crecimiento en tan difíciles circunstancias que indefectiblemente termina decantando en la toma de autoconciencia de que los padres no siempre tienen razón y nos llevan por el camino correcto. El fuerte trinomio protagónico sostiene a una historia de alta profundidad emocional que por las complejas características de varios de sus protagonistas y de ese salteado recorrido temporal se vuelve algo desorganizada aunque sin perder el foco de su verdadera tesis. Tesis que es expuesta de forma muy contundente en la escena de mayor carga dramática al final de la película y que tiene como protagonista a la relación entre padre e hija que, incluso después de todo lo vivido, tiene tiempo para mirar atrás y recordar esos momentos de dulce esperanza, tal vez ficticia pero esperanza al fin, cuando el contexto y sobre todo el futuro parecían prometer nada más que oscuridad.
La riqueza del que no tiene Hace unos días, Zama fue elegida para representar a Argentina en los premios Goya y en los Oscar. Para estos últimos se realiza una preselección donde cada país elige su película para mandar y es la Academia la que se encarga de seleccionar a las cinco que luego integrarán la categoría Mejor Película Extranjera. Un Minuto de Gloria es la enviada por Bulgaria para esa preselección y esta semana llega a los cines argentinos. Con una forma de filmar muy minimalista, hasta austera por momentos, Un Minuto de Gloria cuenta la historia de un trabajador ferroviario que durante una mañana de trabajo como cualquiera otra, mientras ajusta las tuercas de las vías de uno de los tantos sistemas de trenes búlgaros, encuentra un millón de levs (algo así como 500.000 euros) en billetes tirados a un costado de esas vías. El Ministerio de Transporte de la Nación, luego de una sencilla ceremonia, le otorgará un premio y lo erigirá como héroe ante toda la sociedad luego de que este humilde trabajador decida, tras el descubrimiento del dinero, llamar a la policía para devolverlo. Hablaba de minimalismo y austeridad fílmica porque los directores Petar Valchanov y Kristina Grozeva tomaron la decisión de hacer foco en la historia y mostrarla a partir de encuadres clásicos, sin música de ningún tipo y sin recurrir tampoco a saltos temporales violentos u otros recursos técnicos que desvíen la atención de los hechos que se desarrollan en pantalla. Esto le aporta no sólo verosimilitud al relato, sino la sensación de estar viendo algo cotidiano, terrenal, con personajes que, aun siendo contrapuestos entre sí, nos obligan a realizar ese ejercicio de empatía para ponernos en su lugar en todo momento. Y esto no lo hace desde la subjetividad de un protagonista heroico y de cuya heroicidad los demás abusan para que el espectador se conmueva con él y condene a los que se aprovechan de su situación ya que en una historia, cuyo protagonista experimenta exactamente eso, el discurso de la película se mantiene lejano a cualquier tipo de toma de posición, mostrando a cada uno por lo que es y dejándole al espectador el trabajo de juzgar. Y al hacerlo desde esa distancia consigue darle la complejidad adecuada a ese personaje principal pero también a sus antagonistas, que no toman decisiones desacertadas porque sí sino por las circunstancias que los rodean, por eso es también interesantísimo ponerse en su lugar y entenderlos. Párrafo aparte merece la actuación protagónica de Stefan Denolyubov que logra la difícil tarea de transmitir todo tipo de emociones desde un personaje hosco, reservado y que habla muy poco a partir de un impedimento físico que no le permite expresarse oralmente como quisiera. Ese doble reto, con lo desafiante que siempre es componer a un personaje con alguna discapacidad, queda resuelto con abrumadora brillantez por un Denolyubov que sabe cargar con el peso protagónico del relato pero dejándole el espacio suficiente al resto de los personajes que son los que narrativamente hacen avanzar a la historia. Un Minuto de Gloria es la historia de un hombre común, que fue premiado por un acto que de común no tiene nada y que, en un contexto de idolatría y entrega de premios (el Ministerio de Transporte lo condecora con un bonito reloj pulsera por haber devuelto el dinero) sigue sosteniendo esa humildad y simpleza del trabajador que nunca conoció otro mundo más que el del esfuerzo y el sacrificio, cosa que queda demostrada en el principal objetivo que lo moviliza y que consiste en recuperar su antiguo reloj, ese que le sacaron en la ceremonia de premiación para poder darle el nuevo y que, en medio de la conmoción y la organización, la encargada de prensa del Ministerio perdió. Una historia que por su enorme simpleza logra una profundidad humana gigantesca.
Esto ya se ha visto Llega a los cines la secuela de Kingsman, la producción de Matthew Vaughn de 2014 que, sin haber sido pensada para tener una segunda parte, aprovecha el éxito de su antecesora para traernos una nueva historia de estos agentes secretos tan particulares. A la presencia del reparto original compuesto por Colin Firth, Mark Strong y Taron Egerton se suman las adquisiciones de Chaning Tatum, Halle Berry, Julianne Moore, Jeff Bridges, Michael Gambon y una genial participación de sir Elton John. Sin contar con la frescura y novedad de la primera película que, a partir de su paródico sentido del humor y de muy buenas actuaciones protagónicas, supo ganarse el aprecio del público, esta secuela viene a cumplir con la difícil misión de hacer sus propios méritos fílmicos con un origen obligado dado el boom de taquilla que resultó ser su predecesora. Todos estos antecedentes posiblemente expliquen el traslado de la acción a un contexto americano y ya no tan británico, la inclusión de muchos actores y actrices de renombre, un mega presupuesto orientado a la acción y la variedad de locaciones y un antagonista de mayor presencia en pantalla a cargo de la mencionada Julianne Moore. Lo que tenemos es a una malvada villana que vive recluida en su cuartel general dado que su principal fuente de ingresos, el tráfico de drogas a nivel mundial, no le permite salir mucho a la puerta que digamos. Pero El Círculo Dorado, como fue bautizada su organización criminal, tiene tal alcance que, con solo oprimir unos pocos botones, puede prácticamente aniquilar al Servicio Secreto británico conocido como Kingsman. Este ataque, que deja en pie solamente al querido Eggsy (Egerton) y al hábil Merlín (Strong), obliga a estos héroes a trasladarse a América donde, oh casualidad, existe una organización idéntica a Kingsman pero yankee. Todo esto ocurre mientras el bueno de Eggsy trata de hacer buena letra con sus suegros, reyes de Suecia, encuentra la forma de que su amigo y mentor Galahad (Firth) recupere la memoria y a su vez idea un plan conjunto con los amigos estadounidenses para ponerle fin a los planes del Círculo Dorado que incluyen un virus mortal ya distribuido por medio de sus drogas que amenaza con borrar de un plumazo a casi toda la población mundial si no obedecen sus órdenes de legalizar el uso y tráfico de los narcótios que ellos mismos venden. Exacto. Muchas cosas juntas. Con sus extensos 141 minutos de duración, Kingsman: El Círculo Dorado apela a una extensa lista de actores consagrados -muchos de ellos desaprovechados-, a una villana bastante estrafalaria y bien compuesta por la enorme Julianne Moore, varias líneas de acción que por momentos se molestan entre sí, buena carga de acción, algunos giros poco creíbles y el mismo humor satírico de las películas de acción y agentes secretos que ya habíamos visto en la primera para intentar estar a la altura de ese precedente que, en su secuela, encuentra una copia bastante ruidosa y rimbombante en vez de una historia distinta y que desafíe lo ya visto como parecía pedir a gritos dadas sus propias características.
Yo soy tu amiga fiel Constanza Novick, más conocida por su trabajo como guionista de TV en producciones como El Sodero de mi Vida o Son Amores, debuta en el cine con esta ópera prima que apuesta a la fuerte dupla protagónica conformada por Pilar Gamboa y Dolores Fonzi para ofrecernos un relato moderno y descontracturado sobre la amistad entre dos chicas de barrio. Romina y Florencia son amigas desde que tienen memoria. Son compañeras de escuela, viven a pocos metros de distancia y aprovechan cada momento para estar juntas, para compartir las actividades que las apasionan y para ir descubriendo, también juntas, de qué se trata la vida. La relación con sus padres, con sus obligaciones a pesar de su corta edad, con los chicos y con la ardua tarea de crecer son los elementos que cruzan las charlas y las vivencias de estas jóvenes a lo largo de toda esta historia que no se conforma con abordar esas temáticas solo en esa primera etapa de la vida, sino que sigue a sus protagonistas a lo largo de una relación que atraviesa varias décadas. De esta forma, la directora y autora del guion, Constanza Novick, toma la buena decisión de abordar el relato no mediante el recurso del flashback con el fin de explicar algunas cosas del “presente adulto” de las protagonistas a partir de ciertos sucesos vividos en su niñez o adolescencia sino que plantea un relato lineal en términos cronológicos pero que está marcado por grandes elipsis, es decir grandes saltos temporales entre todos esos momentos que unen a Romina y Florencia. Esa particular forma de ofrecernos los hechos funciona muy bien a partir de que cada uno de esos saltos vienen marcados por algún elemento particular que deja bien en claro que ha pasado un tiempo considerable entre lo que acabamos de ver y lo que acaba de empezar. Pero todo eso que hay en el medio y que no vimos no queda en un limbo inaccesible sino que se va explicando sobre la marcha, de forma agradablemente dinámica mientras recorremos ese nuevo escenario que reúne a estas amigas. Vale decir también que resulta muy destacable en términos de construcción narrativa el hecho de no necesitar recursos extra (como el blanco y negro, el viraje hacia el sepia del pasado o el más burdo sobreimpreso en pantalla que nos informa cuánto tiempo pasó entre escena y escena) para que igual quede claro el paso del tiempo y de cuánto fue ese lapso para así conseguir fluidez de relato e interés en el espectador que, mientras ve lo que pasa, va también asociando con lo último que vio. Respecto a la historia propiamente dicha, estamos frente a uno de esos casos en los que resulta muy difícil saber dónde poner el principal elogio sin preguntarles a los protagonistas. Porque lo que tenemos es la relación entre dos amigas que experimenta las idas y venidas propias de la vida misma a lo largo de un período de tiempo establecido que puede ser el que propone la película o que bien pudo haberse extendido o acotado con natural facilidad. Así, podemos pensar que las directrices expuestas en el guion pudieron haber sido lo suficientemente laxas como para permitirles a las protagonistas, Dolores Fonzi y Pilar Gamboa, total libertad creativa para componer a dos personajes que permanentemente aparecen como muy naturales y realistas sin importar el contexto donde las encontremos. O puede ser el caso contrario, donde el guion y la dirección de actores aporten hasta el más mínimo detalle en pos de esa naturalidad, de esa familiaridad que transmite la película. Sea como fuere, lo que queda claro es el gran trabajo que realizan las protagonistas y la química que tienen dado que la historia gira a su alrededor prácticamente en todo momento. Las cosas que las diferencian, lo que las hace confrontar, la forma que tiene cada una de lidiar con esto y de trabajar para cambiar, con las miles de consecuencias que esos cambios suponen para cada una, es lo que hace a la historia, a esta linda mirada sobre la amistad relatada con gran carga de sensibilidad y de empatía hacia un espectador que indefectiblemente ha pasado por los mismos lugares que Romina y Florencia.
Cuando el deseo no entiende de razones Diego Kaplan (Igualita a mí, Dos más Dos) dirige este drama que marca el debut cinematográfico de Carolina “Pampita” Ardohaín quien, además, comparte elenco con Mónica Antonópulos (Muerte en Buenos Aires, El Amor y otras historias), Juan Sorini (Educando a Nina), Guilherme Winter (Moisés y los 10 Mandamientos) y Andrea Frigerio (El Ciudadano Ilustre). Década del ochenta. Lucía (Antonópulos) se encuentra en La Soñada, una casa de verano ubicada sobre un acantilado al borde del mar que, además, es el escenario de su boda de ensueño con Juan (Sorini), su candidato ideal. Todo va sobre rieles y la fiesta es un éxito pero Lucía no cuenta con la inminente llegada de la invitada sorpresa de su madre Carmen (Frigerio). Se trata nada menos que de Ofelia (Ardohaín), la hermana de Lucía, a quien no ve desde hace siete años. Su llegada se produce y quien le da la bienvenida no es otro que Juan, con quien Ofelia experimenta una atracción física tan fuerte que hasta amenaza con romper la barrera de su vínculo como cuñados o de la presencia de Andrés (Winter), marido de Ofelia que también asiste a la fiesta. Da comienzo así una historia familiar de celos, envidias, heridas reabiertas y deseos prohibidos. Lo destacable de la película consiste en las idas y vueltas que propone en términos temporales para, en código de flashback, ir construyendo la conflictiva relación que une a Lucía y Ofelia ya desde su infancia. La primera escena sin ir más lejos muestra a las hermanas en su infancia justo en el momento del despertar sexual de Ofelia, la más liberal y lujuriosa de las dos, que contrasta con el accionar de Lucía en esa misma situación, relegada al papel de espectadora que se limita a observar sin entender del todo lo que está presenciando. Y ahí es donde reside el núcleo del conflicto entre ambas. Esa permanente ventaja que le lleva Ofelia en términos de madurez y experiencia sexual es lo que, desde el primer momento, conforma el caldo de cultivo para el odio y el resentimiento que Lucía empieza a experimentar hacia ella. Queda claro que los años que separan a esta y otras escenas de la niñez/adolescencia de estas chicas del momento de su reencuentro no hacen más que potenciar esa animosidad que las separa. Así que en términos estructurales la cosa va bien. El problema viene después, con las formas. Desde un primer momento no podemos dejar de notar que todo tiene un cierto aire de melodrama exagerado, ya sea desde el vestuario -estrafalario y propio de la época-, desde la estética de la casa donde todo sucede, desde la música que ambienta cada momento y, sobre todo, desde las formas utilizadas por los personajes, propias de esas telenovelas mejicanas histriónicas, donde cada parlamento parece propiciar un zoom in hacia la cara de su autor con redobles de fondo y un plano general que lo sucede con el resto de los personajes boquiabiertos por la rimbombante declaración. A esto se suman actuaciones pobres (con la excepción de Andrea Frigerio, que consigue destacarse en un ámbito para nada favorable), giros inverosímiles y un tono de laxa defensoría del feminismo que, en este contexto, no sólo resulta pobre y oportunista sino hasta equivocado desde algunas actitudes machistas que los personajes femeninos de la película tienen y que poco representan a la verdadera lucha del feminismo con base en valores mucho más profundos que apuntan no a la dominación, sino a la igualdad de género. Sin embargo, y contra lo lapidario que pueda sonar esto último, existe un momento en que no sólo el espectador sino también la propia película se da cuenta de que ella misma carece de la seriedad para abordar estos temas con la profundidad que se merecen y lo que ocurre es un corrimiento bastante radical del foco con que se analizan los sucesos expuestos en pantalla. Es como si todo lo estrafalario, todo lo bizarro, todo lo que está fuera de lugar pasara a adoptar un tono paródico, de burla de sí mismo y es ahí donde lo surrealista se convierte en divertido y lo incómodo en disfrutable. Después, el desenlace de la historia ya pasa a ser una anécdota y lo único que cabe esperar es enterarse de hasta dónde se correrá el límite de la exageración.
Treinta años después, habemus futuro. Luego de más de tres décadas de espera Blade Runner tiene su secuela y esta llega de la mano del binomio que convirtió a la historia en un clásico de culto en los ochenta: Ridley Scott y Harrison Ford. Y si bien Scott se encarga de producir el proyecto y no de dirigirlo, los aciertos en cuanto a la elección de las nuevas caras de la saga fueron vistos como un punto positivo antes incluso del inicio del rodaje dada la presencia de Denis Villeneuve (Prisoners, Arrival, Sicario) en la dirección y de Ryan Gosling como el protagonista de esta continuación que, como indica su título, transcurre treinta años después de los hechos acaecidos durante el primer film. Para empezar hay que decir que aquellos que recién ahora se incorporan a este universo y no vieron la primera película prácticamente no deberían ni molestarse en ver la secuela. Primero porque Blade Runner es un verdadero clásico que todos deberían ver y segundo porque dejarían de apreciar como es debido esta segunda parte prácticamente en su totalidad. Y esto último no tiene que ver sólo con los típicos guiños y referencias que las secuelas suelen tener para con sus antecesoras sino con elementos esenciales de esta nueva historia que carecerían de significado si no fuera por los antecedentes relatados en la primera parte. Aclarado esto, vale decir que igualmente la película se toma el trabajo, con el típico texto sobre la pantalla a modo de intro, de informarnos que la historia transcurre en un futuro en el que una empresa del campo de la robótica logró fabricar seres casi idénticos a los seres humanos, que son usados como mano de obra esclava por los hombres en planetas cercanos a la Tierra con el fin de prepararlos para ser habitados. También, sabremos desde el inicio que un grupo de estos seres, conocidos como replicantes, protagonizaron una revuelta contra sus creadores y desde ese momento son perseguidos para su eliminación por representantes de la policía, quienes reciben el nombre de Blade Runners. Hasta acá, todo igual a la uno. Pero los cambios no tardan en aparecer. Porque resulta que un nuevo gurú tecnológico ha aprovechado estos treinta años para apropiarse del lugar dominante que supo ocupar el señor Tyrell, creador de los primeros replicantes. Se trata de Niander Wallace (Jared Leto), un visionario que encontró la forma de controlar a sus replicantes e incluso utilizarlos para cazar a los pocos modelos viejos que todavía andan sueltos. Y así es como conoceremos al nuevo protagonista de la historia porque K, el personaje de Ryan Gosling, es tanto un replicante como un Blade Runner, toda una contradicción para el mundo del ya lejano año 2019. Con un Deckard (Harrison Ford) prófugo y sin ser visto en estos treinta años, la historia se desencadenará a partir de un descubrimiento que hace K y que cambiará el curso de la historia para siempre: los restos mortales de una replicante que estuvo embarazada. Lo que Blade Runner 2049 propone es un universo ultra futurista que sabe respetar la estética del clásico de los ochenta en su esencia, con esa ambientación de podredumbre urbana, lluvia constante, anuncios y carteles de neón deslumbrantes y contrastes de luces y sombras que cubren con un halo de misterio a toda la narración pero, a su vez, imprimiéndole un sello de avance y aggiornamiento radical. Si los fanáticos de la ciencia ficción encontraron una obra que admirar en el trabajo de Ridley Scott, probablemente no podrán menos que maravillarse con lo que aporta Denis Villeneuve en esta secuela que desde el primer momento se erige como un viaje multisensorial, lleno de recursos visuales perfectamente utilizados, y ambientado con esa música que hace un culto de los sintetizadores. En términos narrativos esta segunda parte tampoco se queda atrás porque aprovecha de gran forma los elementos fundacionales de su universo para profundizar en algunas cosas, resignificar otras tantas e incluso contradecir lo ya asentado siempre a favor del avance narrativo. En este sentido, la labor de guion hace foco en el personaje de K que, sumado al excelente trabajo de Ryan Gosling en lo actoral, conforman a un protagonista que nunca pierde la compostura y frialdad propias de los replicantes mientras experimenta en simultáneo emociones y preocupaciones humanas, elementos que en combinado hacen a la evolución del personaje. Vale agregar que los 163 minutos que la película dura encuentran equilibrio y en cierta forma una renovación de aire cuando hace su aparición el personaje de Deckard en la segunda parte de la trama. La importancia del personaje y el magnetismo que genera Harrison Ford son lo que la historia necesita para empezar a rumbear hacia el desenlace que, como todo lo demás, tiene ese dejo de vaguedad, intriga y ambivalencia. Blade Runner 2049 es la prueba de que, sin apurarse, es posible darle continuidad a un clásico haciéndole justicia y no por el mero hecho de estrenar algo que, solo por el nombre, asegura el éxito de taquilla.
El amor nunca muere Luego de tres años sin dirigir, Darren Aronofsky (Réquiem por un Sueño, El Cisne Negro) vuelve a la pantalla grande con un thriller psicológico que presenta las actuaciones protagónicas de Jannifer Lawrence, Javier Bardem, Ed Harris y Michelle Pfeiffer. En el medio del campo hay una casa. Una casa de madera, vieja, grande, que oculta más de lo que muestra. En ella vive una pareja. Él, hombre de mediana edad, culto y resuelto dedica su vida a la escritura y ella, bastante más joven, solo tiene ojos para él y para hacerlo feliz por eso el inicio de la historia la encuentra remodelando la mencionada casa que, más tarde sabremos, tiene un gran valor sentimental para él. Y en ese contexto, el conflicto aparece. Resulta que un buen día, un conocido del señor escritor se presenta de improviso alterando la rutina y los nervios de su mujer. Porque sus actitudes son extrañas, porque desoye las sugerencias que ella le hace y porque parece que piensa quedarse a pasar unos días a pesar de ser prácticamente un desconocido. Después aparece su mujer y hasta sus hijos, todos con el mismo abuso de confianza que empieza a minar lentamente la tranquilidad que esta pareja había sabido construir. Lo que tenemos es una atmósfera opresiva, asfixiante que sirve de telón de fondo para una historia que no se molesta en hacer demasiadas presentaciones sino que le propone al espectador descubrir lo que tiene que saber partiendo del inicio del relato y de ahí para adelante, sin demasiado contexto previo ni nada que le permita presagiar lo que vendrá. Esto, sumado al ambiente de incertidumbre que rodea a los personajes sienta las bases de una historia que genera tanto misterio como incomodidad en todo momento, sensaciones que nunca dejarán de ganar en intensidad hasta ese punto de explosión que parece acecharnos con su inevitable llegada desde el minuto cero. Por lo dicho, queda claro que la mano de Aronofsky dice presente en todo momento dada la importancia que ese clima de hermetismo a presión tiene para la historia. Esto lo logra con una muy buena dirección de actores, prescindiendo prácticamente de cualquier tipo de música y con muchos planos medios de la protagonista, el personaje de Jennifer Lawrence, mientras esta recorre su casa en una caminata frenética e incesante intentando encontrarle sentido a la situación que se encuentra viviendo. No está de más decir, en este sentido, que la labor de Lawrence es tan buena como fundamental para sustentar el relato. Su personaje es el de un ama de casa joven, devota y hasta sumisa por lo que su evolución dramática experimenta un arco muy pronunciado conforme avanza la acción y, tanto en un extremo como en el otro, Jennifer Lawrence está a la altura. Lo mismo cabe para Javier Bardem en su rol de coprotagonista y para Ed Harris y Michelle Pfeiffer, quienes aportan y mucho en eso de darle argumentos a la protagonista para perder su paciencia estilo zen. Una película que aparenta ser de lo más simple y mundana toma un cariz inquietante y hasta sobrenatural gracias a un director tan particular como es Aronofsky, que acá también es guionista, para terminar con una reflexión final muy bien trabajada y de profunda reflexión sobre el último tema en el que uno podría estar pensando mientras la ve, como es el amor.
Robos y risas Steven Soderbergh vuelve al ruedo con una nueva comedia que combina el humor con la acción en una trama marcada por un gran robo. Exacto, tal y como ocurriera con la trilogía de La Gran Estafa, a cargo del mismo Soderbergh. ¿Director que se copia a sí mismo o especialista que saber reinventarse? Pasen y vean. Los hermanos Clyde y Jimmy Logan administran un pequeño bar en Carolina del Norte. Uno es el hombre de familia: casado, luego divorciado y con una hija. El otro va por el lado de la acción: veterano de guerra, soltero y con una mano menos, producto de su tiempo de servicio a la patria. Pero si hay algo que une a Jimmy y a Clyde es la convicción de ambos sobre la forma de triunfar en la vida. Y esta poco tiene que ver con tener un bar. Impulsados por una pequeña idea de Jimmy, que poco a poco va tomando forma, los Logan’s se plantearán el objetivo de robarse las ganancias de uno de los eventos más convocantes del año en su estado como lo son las 600 millas Coca-Cola, es decir, una carrera de Nascar. El plan, sencillo y libre de riesgos al principio, empieza a complejizarse y el número de involucrados en el atraco también se dispara rápidamente para darle a una historia ya de por sí atractiva sus elementos más jugosos. Si establecemos la ineludible comparación con La Gran Estafa, hay que decir que Soderbergh vuelve a dar en la tecla tomándose todo el tiempo necesario para el planeamiento de lo que será el núcleo de la trama, o sea el robo. Planes, control de riesgo, pruebas piloto y, sobre todo, el reclutamiento de los recursos humanos, elementos que encuentran ese precioso equilibrio entre la generación de suspenso e interés en el espectador por lo que espera que pase, la construcción de las bases dramáticas de una historia que en cualquier momento podrá girar para cualquier lado con la dosis de humor necesaria para que estos particulares personajes funcionen en semejante contexto. Vale decir también que, en términos de comedia, esta obra poco tiene que ver con cualquiera de las entregas de las aventuras de Danny Ocean y compañía ya que lo que tenemos es un humor más atemporal y no de situación, más absurdo y propio de la parodia, pues nunca busca el chiste inteligente ni mucho menos, pero lo consigue sin caer en la vulgaridad. Todo un logro. Y es en esa parte cómica donde el elenco no sólo dice presente sino que se luce prácticamente sin dejar fisuras. Los protagonistas de la cuestión, Jimmy y Clyde, están a cargo de Chaning Tatum (conocido de Soderbergh tras haber compartido set con él en Magic Mike) y Adam Driver (el famoso Kylo Ren de la nueva saga de Star Wars) respectivamente. Tatum, que ya hace rato supo demostrar que es mucho más que un conglomerado de músculos para hacer cine de acción, lleva el peso de protagonizar la historia y ésto lo consigue a partir de ofrecer el elemento del que “pone orden” en la historia cuando las excentricidades de quienes lo rodean afloran, aspecto que le da una estructura concisa al relato y a su vez permite el lucimiento de sus compañeros. Por su parte, Adam Driver se constituye como el perfecto coequiper y además aporta, desde una aparente inocencia, el toque ácido del relato con sus chistes negros sobre su mano faltante. Completan el elenco Daniel Craig, con un personaje desaliñado, burdo, bruto y todos los adjetivos existentes que se opongan a lo que representa su ya muy conocido Bond; Seth MacFarlane, que representa un poco ese tipo de humor que propone la película y que antes describía (con un personaje delicioso con acento inglés al más puro estilo de su Stewie de Padre de Familia); Riley Keough como la hermana sexy de los Logan; Katie Holmes en la piel de la ex esposa de Jimmy y Hilary Swank como la férrea agente del FBI, quien investigará las acciones de estos díscolos hermanos. Todos ellos, como las aristas de la misma figura, van dándole forma a un todo que, además de entretener y causar gracia, encuentra el tiempo de reflexionar sobre temas como el éxito, el destino o el karma, solo por mencionar algunos, con la profundidad que se merecen. Un género por demás explorado como es éste que combina el crimen con la comedia encuentra un soplo de aire fresco de la mano de un gran director, un excelente elenco, una historia convincente y una banda sonora explosiva. Para no perdérsela.
El caballero contra el rebelde Borg McEnroe es la nueva producción del director danés Janus Metz, quien hasta ahora sólo había incurrido en la ficción tras dirigir un episodio de la serie True Detective dado que su carrera fílmica siempre estuvo más ligada al género documental, período que también incluyó una obra que da cuenta de la rivalidad tenística entre los protagonistas de su primer largometraje ficcional. Con las actuaciones protagónicas de Sverrir Gudnason, Shia LaBeouf, Stellan Skarsgård y Tuva Novotny, la película aborda el enfrentamiento deportivo que desde fines de los setenta sostuvieron el sueco Björn Borg y el estadounidense John McEnroe haciendo especial foco en la final de Wimbledon que disputaron en 1980. El relato comienza precisamente a mediados de 1980 cuando se disputó una de las más célebres finales del torneo de Wimbledon de la historia (tal vez la más recordada hasta que Federer y Nadal protagonizaran la suya en 2008). Con una elección de encuadres sobresaliente en la que se destacan planos subjetivos desde la óptica de los jugadores y tomas en cenital que ayudan mucho para tomar dimensión del partido, Metz propone una inmersión completa en el juego y en la adrenalina que este propone para luego realizar un retroceso temporal con el doble objetivo de presentarnos a estos dos deportistas que ya sabemos que son muy buenos por el escenario donde los acabamos de ver y también para adentrarnos en su psicología y su forma de afrontar la competencia, dos elementos esenciales para conformar esa grandeza que los caracterizó. De esta forma, la película irá yendo y viniendo en el tiempo para construir un relato muy sólido que desemboca en el mismo lugar donde empezamos: la final del 80, pero esta vez hacia su resolución. Además del trabajo de dirección, la otra pata que sostiene a la película son las actuaciones protagónicas de Gudnason y LaBeouf ya que en ellos recae el peso de mostrar no sólo a dos deportistas, sino a seres humanos radicalmente opuestos. La labor es especialmente brillante en el caso de Gudnason ya que consigue captar de gran manera la especial forma de ser de Borg, un tenista frío y calculador dentro y fuera de la cancha pero a su vez pasional y obsesionado con la victoria. LaBeouf de todas formas no se queda atrás y nos brinda un McEnroe muy convincente, con toda su desfachatez, irreverencia y hasta irrespetuosidad tanto en los partidos como en su vida en general. Lo destacable en su caso es que como actor logra mezclar los berrinches e insultos que McEnroe no se molestaba en ocultar con su faceta interna en la que se producía una batalla mental para tratar de controlarse, no perder el foco de sus objetivos pero tampoco dejar de lado su pasión que al estar tan a flor de piel también constituía su principal virtud para jugar al tenis. En términos de guion lo que se le puede cuestionar al autor Ronnie Sandahl (al margen de alguna imprecisión reglamentaria muy sutil, cosa curiosa dada la rigurosidad de un documentalista de origen como lo es Janus Metz) es quizás la falta de equilibrio entre los protagonistas de la historia. La película se centra bastante más en Borg que en McEnroe cuando su objetivo principal es enfocar la rivalidad deportiva marcada por dos formas de ver y tomarse la competencia (y en una extrapolación, la vida) completamente opuestas. El duelo entre el caballero y el rebelde fue como se vendió en los medios esa famosa final de Wimbledon y, si bien queda perfectamente claro en la película que cada jugador representa uno de esos lados, no hay tanta profundización en el caso del singlista norteamericano, cosa que hubiera ayudado a darle mayor potencia a la resolución de la historia. En este sentido, resulta ineludible la comparación con otras películas del género como Rush o La Jugada Maestra por mencionar a dos de las más recientes y en esos casos sí es patente ese complejo trasfondo que los personajes traen consigo, lo que genera mayor identificación con el público hacia ellos y mayor compromiso hacia la historia. Tal vez el mensaje final en este caso no es todo lo potente que podría exclusivamente por este motivo. Sin embargo, ya sea que uno ame el tenis o no tenga idea siquiera de la existencia de estas dos leyendas que fueron Borg y McEnroe, la película resulta atractiva visualmente (y sonoramente también con un soundtrack incidental magnífico que le da emoción tanto al juego como a las escenas dramáticas) e interesante narrativamente, que no es poco.