Tintín para millones Spielberg narra con una naturalidad que subyuga porque nunca pone el dispositivo por delante de la historia. Para los que no lo conocen es necesario contar que Tintín es la más famosa creación del historietista belga Hergé quien lo dibujó a lo largo de más de 50 años (desde 1929 hasta su muerte en 1983). El encargado de devolver al cine al joven reportero Tintín es nada menos que Steven Spielberg, un realizador amante de la aventura y admirador de la obra de Hergé desde que un artículo comparara a Indiana Jones: En busca del arca perdida con Tintín. Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio es un filme donde el espíritu del comic queda plasmado en cada fotograma. Filmada con lucidez e inteligencia la película cuenta la historia de cómo Tintín conoce al capitán Haddock cuando una pista sobre el tesoro de un antepasado de Haddock lo lleve hasta él. Ellos entonces emprenden la búsqueda de ese legendario tesoro. En una época en la que muchas películas incorporan el 3D de manera forzada como una mera herramienta para vender más entradas (o venderlas más caras) Spielberg lo hace con una naturalidad que subyuga porque nunca pone el dispositivo por delante de la narración. El secreto del Unicornio cuenta con una narrativa clásica plena de humor y fluidez. En esta película aparece el mejor Spielberg, el autor que narra con libertad una historia sencilla y a la vez apasionante cuyo motor único es la aventura. El filme está realizado con captura de movimiento, una tecnología que alcanza aquí un desarrollo sorprendente, muy superior a El expreso Polar (hasta hoy, la película más conocida realizada con esa técnica). Vale la pena señalar que la captura de movimiento estuvo a cargo de la compañía de Peter Jackson. Mientras vivió, Hergé no estuvo satisfecho con la suerte que su personaje más famoso corrió en cine y televisión (tanto en obras de animación como de acción real) sin embargo la Fundación Hergé hizo un extraordinario trabajo limitando la reproducción audiovisual de Tintín a dos obras de innegable calidad, la serie televisiva que coprodujo HBO a comienzos de la década del 90 y este secreto del unicornio que es apenas el inicio de una serie de colaboraciones pautadas entre Spielberg, Jackson y la fundación Hergé.
Filme tan necesario como emocionante, suma además en su excelente dirección de actores. No existen palabras que permitan expresar en su justa medida todo lo que, a través de una lucha que lleva casi 35 años, las Abuelas de Plaza de Mayo han hecho por la justicia, la verdad y la dignidad de todos los argentinos. Y entre ellas, entre todas nuestras abuelas está la presidente de la organización, Estela de Carlotto, una mujer que es uno de los mayores ejemplos morales de nuestro país y que a partir de su lucha que no cesa, siempre transmite convencimiento y serenidad. La estatura y el conocimiento público que existe sobre ella hacen que la idea de Nicolás Gil Lavedra de debutar en el cine con un biopic sobre esta notable mujer pareciera temeraria. Pero Verdades verdaderas, la vida de Estela es una película tan sensible como inteligente que capta la esencia del personaje en cuestión a la vez que esquiva los problemas que podría acarrear acercarse a la figura de una persona tan presente. Verdades verdaderas... arranca allá por mediados de la década de los 70 retratando el día a día de los Carlotto, una familia como cualquier otra. Estela, una docente que prefiere que su familia no participe de la política, su marido Guido, o simplemente "el tano", una persona con ideas claras y conciencia política, y cuatro hijos de los cuales tres (Claudia, Kibo y Laura) pertenecieron a la Juventud Universitaria Peronista. El núcleo familiar básico se completa con Remo, el hijo no militante. El retrato familiar es de una sensibilidad sorprendente, Gil Lavedra logra transmitir la cotidianeidad de los Carlotto generando una cercanía pocas veces vista. Claro que para generar esa proximidad fue fundamental un buen casting y una excelente dirección de actores. Susú Pecoraro vuelve a ofrecer una actuación memorable, con la frescura y perfección de su trabajo durante todo el metraje, Susú es Estela. Alejandro Awada ofrece una composición con el mismo nivel de excelencia y naturalidad interpretando a un Guido que emociona por su fortaleza y su convicción. Incluso Ines Efrón, una actriz cuyos defensores debemos admitir que lleva consigo cierta puerilidad que transmite a casi todos sus personajes, logra darle carnadura a Laura Carlotto, una mujer joven desbordante de energía y fervor militante. Justamente el rol de Laura es central, ya que ella es la hija de Estela que en cautiverio dio a luz al nieto apropiado que Abuelas de Plaza de Mayo buscan desde hace más de tres décadas. A la hora de cerrar el relato Nicolás Gil Lavedra comete algunos pequeños pecados de juventud al provocar la sensación de falsos finales. Pero todo ello tiene justificaciones posibles (la nevada remite a un diálogo entre Estela y Laura cuando esta era niña y los “finales felices” le ponen imagen y proximidad a los fríos números que intentan mensurar la tarea de las abuelas) mientras que la aparición en la pantalla de la verdadera Estela de Carlotto disimula esos fallos y le agrega emoción.
El trabajo de Francisca Gavilán es consagratorio. En su Violeta se adivina una dedicación metódica casi obsesiva que no se traduce en un trabajo forzado sino, por el contrario, en una naturalidad infinita. La de Violeta Parra no fue una vida convencional de esas que se agotan en un biopic lineal de 90 minutos. Violeta vivió con la misma intensidad con la que escribió, cantó y se dedicó a la plástica. Produjo un trabajo memorable que hizo que su recuerdo perdure en el corazón de casi todos los chilenos, así como en infinidad de personas de todo el mundo y después “se fue a los cielos”. Es muy difícil encarar la biografía cinematográfica de esa señora que cantó y reescribió la música de su país tal vez como ninguna y que le puso el corazón a cada uno de sus actos de tal manera que apasionada y desesperadamente se fue de la vida, esa que le dio tanto como le quitó y, con diversos golpes la terminó moliendo a palos. Violeta se fue a los cielos generaba a priori dos dudas ¿Cómo lograrían abarcar la vida de Violeta? ¿Existe actriz capaz de darle carnadura a esta mujer única? Y las respuestas llegaron en forma de nombres propios: Angel Parra, Andrés Wood y Francisca Gavilán. Angel Parra es hijo de Violeta y autor del libro homónimo que es la base de la película, además colaboró durante el rodaje para darle mayor verosimilitud al filme. Andres Wood es un joven director con seis largometrajes en su haber entre los que se destaca Machuca (2004). Para él llevar a la pantalla grande la vida de la cantante es un viejo anhelo que finalmente logró concretar y lo hace con seriedad, respeto y una sensibilidad que traspasa la pantalla. Lo de la actriz Francisca Gavilán es sencillamente consagratorio. En su Violeta se adivina una dedicación metódica casi obsesiva que no se traduce en un trabajo forzado sino, por el contrario, en una naturalidad infinita. Durante los 110 minutos del metraje uno ve y escucha a Violeta Parra, a una Violeta sensible pero aguerrida, apasionada y furiosa como un huracán que nunca dejará de soplar. Vale destacar que todas las canciones de la banda sonora son interpretadas por la propia Francisca Gavilán. La decisión de Wood es la de estructurar el filme de forma no lineal, como si se tratara de recuerdos, tal vez postreros. Un poco en la línea de lo que había hecho Diego Rísquez con su biopic sobre Manuela Sáenz (2001). Una de las columnas sobre las que se sostiene la narración es una entrevista que Violeta le da a un periodista argentino que por algunos tics hace pensar en el recientemente fallecido Nicolás “Pipo” Mancera. Violeta se fue a los cielos prefiere mostrar las experiencias que forjaron la personalidad de la artista antes que perderse en anecdóticos encuentros con famosos. Prefiere no contextualizar políticamente sino mostrar el ninguneo que en más de un momento le toco sufrir a Violeta en su tierra a través de detalles, de pequeñas escenas o momentos. Gracias a estas y otras decisiones acertadas Violeta se fue a los cielos es profunda y sutil, delicada y poderosa, como la vida y obra de la Violeta que se fue a los cielos pero que permanece con nosotros en el recuerdo y en cada canción.
Interesante ópera prima que no consigue todo lo que se propone, pero funciona como entretenimiento. Güelcom, la ópera prima de Yago Blanco, es una película pequeña y bien intencionada que, con la forma de comedia romántica, pretende explorar la disyuntiva, migrar o permanecer en el terruño propio. Los protagonistas son Mariano Martinez y María Eugenia Tobal, quienes también comparten elenco en Los únicos, la serie con mayor rating del momento. Ellos interpretan a una ex pareja que se separó abruptamente unos años atrás cuando ella, Ana, decidió probar suerte en España. Leo no la acompañó, no quiso dejar su trabajo y sus raíces, y desde entonces no puede decir su nombre. Como tienen el mismo grupo de amigos Leo se entera del circunstancial regreso de ella. A esta altura vale la pena decir que Mariano Martinez realiza un trabajo sobrio y contenido que habla de su madurez como intérprete. El resto del elenco acompaña de forma despareja, Maju Lozano aporta desparpajo, Eugenia Tobal naturalismo y las demás actuaciones naufragan en un forzado registro de comedia que resulta desproporcionado en relación con lo realizado por los actores ya mencionados. Al comienzo da la impresión de que el filme se estructurará a partir de carteles de bienvenida que se van mostrando a lo largo del metraje en distintos idiomas o de las "10 frases más usadas por los argentinos que se van del país". Pero ninguno de estos aportes funcionan en clave rítmica o marcan climas o momentos importantes de la narración. Lo que se le agradece a Güelcom es su ligereza, el filme consigue agradar y entretener sin caer en moralinas ni intentar ser edificante. Pero ante sus múltiples problemas (dirección de actores, ciertas fallas del guión y esa incomprensible no estructura) las buenas intenciones y los logros parciales de Güelcom solo pueden transformarse en crédito abierto para Yago Blanco de cara a sus próximos emprendimientos.
Si la cosa funciona representa el regreso del autor a su mejor forma. El Opus 39 de Woody Allen marca el regreso del viejo maestro a la ciudad de Nueva York, ese gigantesco set que albergó a algunas de sus mejores obras. Y para ese regreso saca del baúl de los recuerdos a un viejo guión pensado originalmente para Zero Mostel (1915-1977) archivado tras la muerte del protagonista de la versión original de Los productores. El filme cuenta la historia de Boris Yellnikoff, un misántropo cuyo desprecio por la raza humana es tan alto como su autoestima. El galardón que exhibe hasta el hartazgo es haber sido considerado para el Premio Nobel de Física que, desde luego, no le fue concedido. La solitaria rutina que lleva Boris desde que abandonó su vida de físico eminente y padre de familia se verá afectada por la aparición en la puerta de su casa de Melody, una joven proveniente del sur profundo estadounidense. Pese a ser pensado para otro actor, Boris es uno de esos traumados personajes que Woody Allen supo interpretar más de una decena de veces, es neurótico, pesimista e hipocondríaco. El encargado de darle vida y carnadura a Boris es nada menos que Larry David. El trabajo del co creador de Seinfeld es notable, logra ciertos gestos y tics comunes al personaje alleniano arquetípico sin imitar nunca al autor de Manhattan, sino realizando una suerte de reinterpretación de sus personajes. Pero “la cosa” seguramente no funcionaría si el protagónico no recayera en Evan Rachel Wood, joven actriz de extensa carrera y notable capacidad y versatilidad. Su Melody es esa flor que nació en el fango de la ignorancia, el fanatismo religioso y el conservadurismo del interior estadounidense, pero que llega a Nueva York escapándose de todo ello y absorbe en primera instancia la cosmovisión, las enseñanzas y el pesimismo de Boris sin perder nunca la sonrisa y la alegría. Resulta muy entretenido e interesante ver como la ciudad de Nueva York, cosmopolita por excelencia, transforma la vida de los personajes más conservadores, como los padres de Melody, al poco tiempo de hacer pie en la gran manzana. Boris cree ser un genio, le gustaría serlo, su ego se alimenta con las cosas que le dicen sus pocos amigos y con lo que repite de sí mismo. Pero a juzgar por lo que muestra la película él es una persona crítica de todas las situaciones que se presentan frente a sus ojos o en su mente. La autoproclamada genialidad Boris no se fundamenta con ninguno de sus actos y solo se justifica con un ingenioso guiño/chiste que empieza con el relato y termina en la escena final. Sin alcanzar a ese Allen que entre finales de los 70 y la década del 80 estrenó algunas de sus mejores películas, el regreso de Woody a New York representa un regreso del autor a su mejor forma, por eso no sorprende que originalmente el guión haya sido escrito por aquellos años.
Glorioso regreso al clasicismo. Desde hace más de un lustro, algunos de mis colegas más queridos y admirados ponderan las virtudes de aquellas películas a las que agrupan con el mote de “Nueva comedia americana”. Personalmente creo que la “Nueva comedia americana” vive la misma crisis que la comedia americana en general (por no irme más allá de los límites de Estados Unidos). La mayoría de lo que se exhibe en nuestras salas año a año, y las que pueblan las bateas de los, pocos DVDclubs que sobreviven en Buenos Aires, están bastante lejos del nivel de los grandes clásicos del género. Por eso es de elogiar que Un despertar glorioso intente alcanzar la brillantez de aquellas grandes comedias con un vital regreso al clasicismo puro. El filme cuenta la historia de Becky, una productora de televisión adicta al trabajo que consigue hacerse cargo del programa matinal menos visto de la televisión. En su intento por sacar a flote a ese Titanic de seudo periodismo, contrata a Mike Pomeroy, una gruñona estrella del periodismo más áspero, a quien no le queda otra que aceptar. Las dos grandes armas con las que cuenta el director sudafricano Roger Michell (Notting Hill) para sacar adelante este trabajo, son una narrativa fluida y una dirección de actores extraordinaria. Porque para lograr el perfecto timming de la comedia se necesita de intérpretes que estén a la altura de la circunstancia. En Un despertar glorioso Hay dos actores con trabajos insoslayables, Rachel McAdams en el papel de Becky y Harrison Ford dándole carnadura a Mike Pomeroy. Ellos se destacan, pero el resto del reparto acompaña atildadamente. Hay cosas que se le pueden reprochar a este filme. En particular algunos sostienen que este filme anuncia el triunfo de la TV basura contra el periodismo “serio”. Y esa es una tesis más que atendible. Pero Becky intenta hacer un programa de Televisión que pueda mantenerse en pantalla y Pomeroy al acompañarla nunca renuncia a hacer periodismo, se vuelve un poco más dócil, más humano, más sensible y acepta los cambios como algo natural pero sin bajar sus banderas y eso es lo que cuenta.
Pese a algunos detalles Sudor Frío es una muy buena película realizada por gente muy apasionada que está reescribiendo la historia del terror latinoamericano. Desde 2004 la productora platense Paura Flics realiza películas de terror. A pulmón, sin la posibilidad de estrenar en salas argentinas, casi siempre trabajando por fuera del INCAA y con presupuestos en ocasiones ínfimos, la pasión de los hermanos García Bogliano y Hernán Moyano pudo más y hoy, siete años y seis largometrajes después, estrenan en más de treinta salas Sudor frío. El filme muestra como, siguiendo las pocas huellas que dejó Jaqui (Camila Velasco), Román (Facundo Espinoza), su ex novio, y Ali (Marina Glezer) llegan a una casona. Ellos no son conscientes de los peligros a los que se enfrentarán una vez que ingresen a esa casa derruida cuyos moradores son un par de perversos ancianos que, debido a su arcaica cosmovisión, parecen detenidos en el tiempo. Detenidos en los años 70 cuando formaron parte de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A). El pensamiento de esos seres decrépitos responde a la lógica binaria del ellos o nosotros. Ese espacio será una suerte de casa de los horrores, y los protagonistas se verán expuestos al peligro y correrán mil riesgos en su afán de salir vivos de allí. Sudor Frío tiene un ritmo constante, altas dosis de adrenalina, emoción y una pizca de horror. Sin ser la mejor película de Paura Flics no defraudará a sus fanáticos ni a los amantes del género. Sin embargo el filme tiene algunos problemas importantes que afectan el resultado final. Tanto la banda sonora, que no siempre resulta efectiva y por momentos es innecesariamente estruendosa, como cierto abuso con los planos detalle conspiran contra el resultado final. Por otra parte la dirección de actores también es algo deficitaria y el que sale más airoso en este aspecto es Facundo Espinoza, quien demuestra mucho oficio. Vale la pena también destacar la fotogenia de Marina Glezer a quien la cámara ama y le resta fácilmente diez años. A lo largo de los años Paura Flics ha construido una filmografía valiosa que justifica ampliamente el (tardío) apoyo del INCAA y el estreno comercial de Sudor Frío una obra, en este sentido, absolutamente necesaria que será apenas la primera de muchas películas de terror made in La Plata que disfrutaremos en salas comerciales en los próximos años.
Filme menor sobre una mujer con una vida marcada por una decisión ajena. Amor de madres, segundo largometraje de Rodrigo García, hijo del ganador del Nobel de literatura Gabriel García Márquez, cuenta la historia de tres mujeres unidas por un destino cruel. La saga familiar se inicia cuando Karen queda embarazada a los catorce años y su madre la obliga a dar la beba en adopción. Karen, devenida en madre biológica ausente, encarnada en la adultez por la siempre sólida Annette Bening, vivirá las siguientes décadas llena de culpa y arrepentimiento. Elizabeth, su hija biológica, es una mujer que ha construido una coraza protectora de frialdad y profesionalismo extremo. Cuestión que le sirve tanto para protegerse del dolor, como para hacerse un lugar dentro de la abogacía. El azar hará que Elizabeth, a pesar de métodos anticonceptivos aplicados, quede encinta dándole continuidad a la saga familiar. El estado de gravidez dotará al personaje, interpretado por Naomi Watts, de una flamante sensibilidad que la vinculará a una niña ciega. En las charlas que compartan estas dos mujeres la figura de su madre ocupará un lugar central, a partir de este hecho tomará la decisión de hacer un intento por saber quién es y llegar a conocerla. Paralelamente a las historias de Karen y Elizabeth se describe la vida de Lucy, una joven estéril que tiene una pareja estable y necesita adoptar un hijo para sentirse completa. El carácter coral de la historia y los saltos temporales, atentan contra la posibilidad de que se establezca rápidamente un ritmo adecuado y el filme por momentos aburre bastante. Lo peor de Amor de madres es que una vez que madre e hija ansíen conocerse Rodrigo García elige una salida previsible y trágicamente gratuita, proponiendo el cliché de una repetición tan innecesaria como efectista.
Para el éxito de este documental resulta vital la acertada decisión de Juan Baldana de no ejercer ningún tipo de intervención sobre el material registrado. Durante unas vacaciones el realizador Juan Baldana conoció a la tribu huaorani, que habita la amazonia ecuatoriana. Así nació Soy Huao, un fluido documental de observación que expone la vida cotidiana de una familia de nativos. A primera vista se nota que los huaorani son un pueblo con una creciente relación con la sociedad hispanoparlante del Ecuador. Si bien al momento de comunicarse entre ellos mantienen su dialecto, el Huao Terero, no son pocas las costumbres que perdieron y eso se nota ya desde la vestimenta (pantalones de jean, remeras y zapatillas). Si bien en un primer momento Soy Huao muestra como se organizan y relacionan los huaorani como sociedad y la armónica relación que tienen con la tierra, más adelante profundizará en los aspectos más negativos de las tribus “contactadas”, veremos a la familia protagonista en la iglesia y en la escuela. Así como la penetración de la televisión en la selva ecuatoriana. Aunque no se mencione en la película vale contar que la relación entre la sociedad occidental y los huaorani está marcada por las protestas, y algunas claudicaciones, contra las corporaciones petrolíferas que intervienen en el territorio donde habitan. Distinta es la suerte de los “no contactados” (los que no tienen relación con la “civilización”) como los Taromenani, una tribu hermana de estos huaorani, que pese a su instinto de preservación y su violencia para con el foráneo, mueren día a día exterminados por los pueblos vecinos y los madereros. Para el éxito de este documental resulta vital la acertada decisión de Juan Baldana de no ejercer ningún tipo de intervención sobre el material registrado, más allá de elegirlo, ordenarlo y editarlo.
Uno de los mejores filmes del año. Este largometraje, segundo de Miguel Gomes, es uno de los filmes más arriesgados y sorprendentes de la temporada. A lo largo de varios minutos, más de una hora, Gomes retrata a partir de planos fijos distintas presentaciones de músicos amateurs en ferias estivales, así como una serie de viñetas de la vida cotidiana en los pueblos del interior de Portugal. Gracias a la precisión de su trazo el realizador nos traslada hipnóticamente al corazón de la tierra lusitana. Hasta ahí presenciamos un documental despojado y alegre en el que tímidamente se nos presentan algunos personajes que bien podrían adquirir rol protagónico. Pero es a partir de una discusión en la que vemos al productor reclamándole a Miguel Gomes por la ausencia de personajes protagónicos que el film cambia. Con los elementos (personajes, espacios, bandas) sobre los que había trabajado en la primera parte Gomes hilvana, desde ese momento, una ficción pequeña y cálida como si se tratara, formalmente, de una de las comedias y proverbios o de los cuentos estacionales rohmerianos. No se veía un trabajo donde la narración diera un giro tan marcado desde Blissfully Yours , el segundo largometraje de Apichatpong Weerasethakul. Pero de alguna manera Gomes va un poco más allá, merced a que con su giro hace una colaboración más (como lo hacen habitualmente Lisandro Alonso e Isaki Lacuesta) para derribar las cada vez más tenues fronteras entre la ficción y el documental.