¿Quién se ha robado mi bolso? Brisas heladas está hecha de buenas actuaciones, el clima adecuado y un director que antes la testeó como obra de teatro. No conforme, Gustavo Postiglione también se involucra en el guión, la banda de sonido y una aparición breve pero fundamental en el desenlace de la historia que rememora los cameos de Hitchcock (aquí y en Psicosis los realizadores aparecen con un sombrero). Los guiños al cine clásico, los policiales y el mundo cinéfilo están por todas partes, circunscriben una historia de traición. Entre hermanos, socios que no lo son y mujeres fatales; nadie confía y nadie es culpable. Porque al fin y al cabo los que cumplen condena son los que reunieron las pruebas suficientes para demostrarlo. Poco importa que Mabel (María Celia Ferrero) y Bruno (Juan Nemirovsky) sean hermanos, se reencuentran la noche equivocada y ahí comienzan las desventuras. Flashback: la mujer de pronto aparece interrogada por un detective (Gastón Pauls); se altera la cronología de los hechos de la misma manera que se tensan los lazos filiatorios y aparecen -muy pronto- los mafiosos liderados por Norman Briski que establecen el plazo de 24 horas para que aparezca un bolso con dinero que fue robado. Si no, prometen sangre. Los interrogatorios al principio son confusos pero la acusada usa la palabra “topo” y ahí nos acordamos de las novelas de John Le Carré y terminamos de sellar el pacto con la apuesta argentina por el noir. Postiglione es cínico, se ríe de las cosas más mundanas y del cine esnob, con sus críticos esnob. Los protagonistas son siempre Mabel y Bruno, ni las participaciones especiales ni el resto del elenco desdibujan esos dos personajes. El reparto es desde un principio interesante y saben ocupar bien su lugar; está bien filmada y abundan los planos secuencia. El director maneja bien la verosimilitud, aunque hay algunos excesos como la cantidad de veces que una mujer se saca y vuelve a poner los zapatos en un departamento. Toda mujer que tenga un chofer es de antemano enigmática, tal es el caso de la actriz Elli Medeiros siempre impredecible. Por si le faltara algo para seducir a la platea masculina en el clímax del film se despacha con una canción que funciona a la perfección para el momento, aunque también podrías sonar en las radios. Los autos, para quien preste atención, van a ser importantísimos para el trajín de esa noche. Desde los de alta gama hasta los que son de juguete, en la utilería hay muchos juguetes que le aportan una dosis de ingenuidad a un policial duro y rosarino. Y si bien Brisas heladas arrastra elementos narrativos del teatro, los fusionan bien con los recursos cinematográficos para esta apuesta por sucesos que se guardan en cajas chinas.
Honrarás a tu familia Fernando “Fercks” Castellani apostó fuerte para su primer film. Convocó actores de jerarquía, alguno debutó bajo su dirección; montó locaciones lúgubres en Escobar y en el barrio de Colegiales; y lo más importante: persiguió el suspense que distingue e inmortalizaron los yanquis. La violencia será el denominador común en cada una de las escenas y las microhistorias que se van develando de a poco como quien corre un telón. Desde la gráfica se anuncia: “Todo lo que él quiere es proteger a su familia, pero su amor por ellas lo llevará al límite”. Los amigos del trabajo hablan de infidelidades. Algunos se hacen la cabeza. La pregunta es: ¿cuánto? Así comienza la paranoia, los señuelos y una búsqueda incansable del protagonista por algo que no puede explicar. La depresión de la mujer la aísla hasta de su hija y los enigmas se van desentramando a fuerza de golpes bajos. El thriller está signado por la obsesión y la estética se cuida con mucha voluntad. No es un dato menor que la familia de Luciano Cazaux en la ficción es la misma que en la vida real, de ahí la chispa con su esposa Martina Perret y su hija Emma Spataro. El personaje de Víctor es el nexo entre una relación partida y tortuosa entre madre e hija, con tantos vericuetos que a veces exaspera aunque la película sea corta. Marcelo Sein es el comodín en toda esta historia, el que acecha en el umbral. Asimismo, es interesante la segunda línea de actuaciones: aparece Carlos Kaspar como un vendedor de armas y Tomás Fonzi como un proxeneta-bon vivant. Los guiños del joven cineasta son muchísimos y no caen en lugares comunes: desde la ducha icónica de Psicosis hasta la célebre manzana de los ¿primeros? humanos. Dicen que “somos seres humanos sin saber en verdad lo que es hoy un ser humano”. Aquí nadie sabe mucho, ni los icónicos pájaros negros que no auguran buena fortuna pero en la pantalla grande nos han demostrado en Los mensajeros que pueden ser, al menos, un poco amigables. El montaje, edición y el trabajo de post producción son acertados; mantienen la tensión hasta el final mientras se acomoda y se desacomoda la sucesión de cajas chinas. La música tiene los picos de una montaña rusa, se entremezcla con canciones infantiles, pasajes sombríos y gritos. Hay muchos gritos. Es interesante el recorrido que hizo el proyecto hasta llegar a una proyección comercial: antes estuvo en Ideame -crowfunding de participación colectiva- con poca repercusión, pese a contar ya con el apoyo de Perinola Films, Plastic Shit, y el apoyo de la escuela de cine CIC. Esta apuesta del cine nacional es osada, por un género que tiene mucho que explotar y cuando ha sido filmado fue por el mainstream y habiendo tomado de antemano muchos recaudos. Las pequeñas producciones pueden convivir en una esfera de anarquía donde se pueden tomar riesgos antes, durante y después de haber filmado. En Pájaros negros pasa esto. Vayan a verla porque se van a sorprender y porque de eso depende su presencia en la cartelera.
Peter antes de ser Peter Pan, y Garfio antes de convertirse en su némesis Joe Wright se mete con esos clásicos que parecen intocables y los reinventa. El director británico antes había filmado Orgullo y prejuicio (Jane Austen), Expiación, deseo y pecado (Ian McEwan) y Anna Karenina (León Tolstoi); ahora pretende contar la historia de Peter Pan antes de ser el que todos conocemos, el niño icónico de la cultura popular que supo apadrinar el escritor escocés James Matthew Barrie. Este personaje versión 2015 interactúa con personajes de ese universo caracterizados y jerarquizados de tal manera que termina destruyendo la cosmovisión Disney. Los efectos visuales y el 3D son un viento de cola para trazar la épica de esta (¿nueva?) aventura. Levi Miller es Peter Pan y tampoco quiere crecer, Hugh Jackman es el impiadoso Barbanegra, Garrett Hedlund es -paradójicamente- su amigo Garfio y Rooney Mara es Tigrilla, la princesa. En una segunda línea completan el reparto Adeel Akhtar, Amanda Seyfried, Nonso Anozie, Kathy Burke y Cara Delevingne. Campanita casi ni aparece. El primer flashback muestra el abandono de un bebé en un orfanato, ahí crece el -hasta entonces ignoto- protagonista de esta historia. Entre castigos y austeridad. Durante la Segunda Guerra Mundial, una de las monjas comete el pecado o la avivada de adueñarse de las provisiones; de carnes hasta golosinas pasando por lo insólito. La curiosidad de Peter le permite descubrir el escondite del motín y es la primera de las aventuras que lo llevarán del hospicio directamente a NuncaJamás. La escenografía y el vestuario están muy bien logrados, acompañan sin altibajos el desarrollo de la historia. Aunque las secuencias de acción se quedan a mitad de camino, contemplando el target son justificadas la ausencia de violencia desmedida o de sangre, pero podrían ser mejor y el relato no teme mostrar cómo mueren niños. Algunas persecuciones parecen una mala parodia de esos videojuegos donde el personaje corre de frente a la pantalla esquivando enemigos de izquierda a derecha y con suerte saltando. NuncaJamás es una cantera de polvo de hadas. El recibimiento a Peter Pan como parte del séquito de jóvenes que trabajan para Barbanegra es acompañado por el canto al unísono de un clásico de Nirvana, también hay uno de los Ramones que los +25 se van a descostillar de risa. Las situaciones hilarantes se contraponen a las condiciones infrahumanas del trabajo, que además de mostrarse como la tiranía misma, al mismo tiempo esconde cierto cinismo con la burocracia extractivista. La profecía indica que un niño salvará de la tiranía pirata a la célebre isla, los pobladores originales que esperan por ese mesías deberán someter a determinadas pruebas al intruso que busca a su madre perdida más que la emancipación. Si vuela, lo confirma. Allí encontramos a la princesa interpretada por Mara, quien se esfuerza desde un principio para que sus apariciones empeoren escena tras escena. Los vericuetos con el linaje de Tigrilla son el pasaje más aburrido, con escenas obvias y un doble del Ravi Shankar (bueno) que no llega a reunir el suficiente temple ni gracia. Los paisajes son asombrosos; justamente el asombro y el drama son los adjetivos principales que describen la filmografía de Wright. El trabajo del guión es bueno, allá tendremos a los popes que intentarán contrastarlo con el libro original o las otras seis versiones del cine, pero las comparaciones están hechas para los titulares. Por decantación, el pirata que encarna Jackman podrá también ser comparado con el Jack Sparrow de Johnny Deep en Piratas del Caribe. Los dos son desafiantes y graciosos a la vez. La caracterización de Barbanegra es llevada al límite y algunos no lo reconocen. Peter Pan es una película entretenida, aunque empiece lenta y tenga obviedades. Las actuaciones, música y guión están bien entrelazados y el producto final es digno de recomendación. Será cuestionada, para la inmensa mayoría no podrá superar a la versión del 2003 pero funciona como precuela de una historia que conocen casi todos. Toma riesgos y resuelve los interrogantes que eso conlleva sin dejar de contar bien una aventura que parecía haber agotado todos los recursos narrativos.
Gitanos, los demás: foráneos De los gitanos aprendimos a juzgarlos antes de conocerlos. ¿Qué sabemos acaso? Después de ver este documental, hay que celebrar la iniciativa del director, Tomás Lipgot, por desasnar(nos) e intentar contar una historia sin juzgar en el desarrollo. El producto final es de antemano interesante, cómo de una familia (los Campos) se intenta construir el arquetipo de una comunidad que -haya sido donde se quiera su origen- está en las antípodas del conurbano bonaerense. Ellos viven ahí. La invitación a polemizar queda presentada también. Cuando una historia está marcada por constantes persecuciones, la desconfianza queda adyacente y la de este clan hace gala de la premisa. Lipgot delimita la sociedad entre gitanos y payos (fuera del conglomerado anterior). Va de lo pequeño a la grande; en los primeros planos un joven se entretiene con el Preguntados -juego donde prima la cultura general-, un niño se abre una cuenta en Facebook -le sugieren sólo vincularse con gitanos-, una chica de 14 contrae matrimonio -con un primo lejano- y una de 15 comienza a pintarse. Las mujeres no van solas a casi ningún lado y poco se cuestiona, sí el uso de la vestimenta. Polleras más o menos cortas según el índice de recato. El debate antropológico a veces de desfasa con el metafísico: ¿está devaluado el amor por los cristianos occidentales? El ritmo de Vergüenza y respeto (81 minutos) es vertiginoso; ser gitano es crecer más rápido pero sin dejar pequeños vestigios de inocencia: un póster de Violetta sobre una pared. Las familias son juez y parte. Uno de los Campos reflexiona: “la familia, los no gitanos, la destruyeron en son de la economía. Dejaron a los hijos a la libertad”. ¿La educación? En la propia casa, el trabajo también, la vida misma. Como si temieran al silencio, o al set de filmación que se montó en su propia casa, siempre es una buena ocasión para cantar. No faltan los que se animan a capella y cuando se tienen a mano las guitarras puntean el flamenco como si fuese su credo. Los gitanos son dóciles y estrellas en esta apuesta de la productora Duermevela, la picardía de todos ellos conforma un crossover de las obras picarescas de Moliére con la viveza criolla. No pueden escapar a la cotidianeidad, se muestran cómodos con ropa de diseño, cerveza de multinacionales y durmiendo en camas cuchetas. Como en cualquier familia, también están los que son más carismáticos y al final uno termina con menos prejuicios, los mira con más empatía. El nivel emotivo llega a su clímax con la mayoría de la familia Campos en la playa: se meten al mar, con ropa, de otra forma no lo pueden hacer. La cámara es uno más, al principio desde la orilla y después sumergida en la costa entre payos y gitanos.
De Niro es el jefe, aunque esta vez no “La camisa siempre adentro”, aconseja Ben (Robert De Niro) a otro de los jóvenes pasantes en la empresa de moda que dirige Jules Ostin (Anne Hathaway), quien para ganar la aceptación de nuevos clientes ha tomado la iniciativa de abrir la convocatoria de personal con un criterio tan amplio que hasta admitieron gerontes. El choque generacional es el quid de la cuestión: notebook versus anotador; migrantes y nativos digitales disputando aptitudes en una película a la que le queda muy mal el título Pasante de moda. Encontramos más estilo, por ejemplo, en cualquiera de Sex and the city o venido al caso El diablo viste a la moda. Los protagónicos de peso están en sintonía con la realización de Nancy Meyers, que carga con éxitos en sus espaldas (como las comedias Juego de gemelas y Alguien tiene que ceder), y está acostumbrada a que actores de renombre no entren al set en piloto automático. El híbrido comedia-drama es una historia que se la roba instantáneamente y hasta el final el carisma del jubilado Ben, quien luego de enviudar toma cada día como una apuesta por ganar. La pasantía en la empresa “About the Fit” se produce por casualidad, luego de probar suerte con el yoga, deportes y actividades de esparcimiento. Aunque es casi imposible imaginarse a Robert De Niro haciendo una fila en la ANSES o retirando medicamentos en el PAMI, aquí es un anciano simplón y metódico que a pesar de gozar de un (muy) buen pasar económico contempla la cotidianeidad como un abismo: salir de casa es obligatorio para él. En ese sentido representa con creces la tenacidad. Los emprendimientos exitosos surgidos de Internet han encontrado su boom el último decenio: es una constante encontrar empresarios jóvenes a cargo de grandes firmas. Esto ha roto con el dogma que más años son directamente proporcionales a más capacidad operacional, aunque como anuncia el slogan de esta película, “la experiencia nunca envejece”. Los problemas del trabajo se trasladarán rápidamente a los de la vida privada de estos protagonistas que necesitan del otro para lograr cierta estabilidad emocional. Así buscarán emparentarse con muchas idas y vueltas. El paso de empleado indeseable hasta confidente tiene muchas escalas y en algunas mesetas pasa de comedia a drama aburrido o predecible. La mujer como sostén del hogar es poco común en películas de Hollywood, la visión del film intenta transgredirla hasta que deja como moraleja a las féminas que, si es de esa manera, con el tiempo sus maridos las van a terminar engañando. Las actuaciones principales son buenas y la segunda línea de protagónicos es aún mejor, con nombres en el reparto como Rene Russo, Anders Holm, JoJo Kushner, Andrew Rannells y Zack Pearlman. La ostentación cae en lugares tan comunes como improbables (¿es necesario andar en bicicleta en una oficina de un piso que es grande pero tampoco tanto?). Y sigue la cuenta: choferes, alta costura, autos caros, CEO´s, cervezas belgas y computadoras sponsoreadas. No son cosas que le pasen a cualquier hijo de vecino. En contra de la pluralidad que vende al principio la empresa no encontramos en el desarrollo de la historia ninguna persona que salga de esa esfera privada que ha constituido, sólo el nuevo pasante. Aunque en una breve visita a la fábrica vemos algunos negros que trabajan allí, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. El film es dulce y divertido, a veces cursi. La historia está bien contada, aunque con altibajos en el guión y usos indebidos de la música para rematar determinada escenas. De Niro y Hathaway son magnéticos y aunque no hayan hecho su mejor trabajo, uno le compraría un auto usado después de verlo. Pasante de moda deja a todos con una sonrisa, sin ser una película para alquilar balcones. O para alquilar un balcón y tirarse. No se esperen un romance entre ellos -como lo creí- por más que el afiche y el tráiler dejaban entrever algo de eso.
Puede fallar Prepárense. Volvió el fenómeno Avatar, ahí donde las historias por más buenas que sean parecen quedar en segundo plano. Lo ¿importante? es cómo se filman. Everest visualmente es maravillosa, tanto que obnubila y nos cuesta identificar la acumulación de lugares comunes. Una película es buena cuando trasciende en el tiempo, esta en unos meses -sin la parafernalia 3D encima- probablemente sea otra película de montañistas. El caso es real, circa año 1996, una tragedia en la meca de los escaladores donde el ascenso no es un simple hobby sino motivo de explotación de empresas de turismo extremo. Suben los más aptos, paradas más o menos, y llegan. El tristemente célebre terremoto de Nepal encuentra a este grupo de casi desconocidos en la cima de la montaña más alta del mundo y podemos elucubrar sus vidas gracias a que el director Baltasar Kormákur nos reseña la de cada uno para ese entonces. Tienen que bajar a contrarreloj, las tormentas impiden la asistencia de otros colegas y la altura el ascenso de helicópteros. Los guionistas William Nicholson y Simon Beaufoy se apegan la mayor parte del tiempo a la leyenda que precede al film: “basado en una historia real”. Usan como Biblia Mal de altura, el best seller que cuenta la tragedia en primera persona por uno de sus sobrevivientes; el periodista (Jon Krakauer) es interpretado por Michael Kelly, quien comparte reparto nuevamente con Robin Wright (esposa de uno de los alpinistas), compañera de elenco de la serie House of cards. El vértigo de la historia es condimentado con lo que se proyecta en la pantalla, 8000 metros de altura y la niebla que se confunde con la lluvia y la nieve. A veces es lenta y previsible, sobre todo en los campamentos que sirven de escalas para llegar a la cúspide del Everest, y se deja poco librado a la imaginación. Everest es un drama que atraviesa una película de aventuras y la tensión queda relegada para el final: el hombre se enfrenta con la naturaleza con todas las de perder. El trabajo del director de fotografía Salvatore Totino es para sacarse el sombrero, a veces no sabemos si estamos en presencia de Hollywood o National Geographic. El film deja sabor a poco pero cumple los objetivos, aunque el exceso de primeros planos parece orientar a la figurita conocida antes que a la épica de la historia, con lo que se infiere que podría haber funcionado mejor quizás con actores ignotos. El reparto se completa con nombres magnánimos como el presupuesto asignado: Jake Gyllenhaal (Scott Fischer, líder de un grupo de expedición), Jason Clarke (Rob Hall, otro líder de los alpinistas), Josh Brolin (Beck Weathers, un médico), John Hawkes (Doug Hansen, escalador), Vanessa Kirby (Sandy Hill, escaladora), Sam Worthington (Guy Cotter, alpinista experimentado), Thomas M. Wright (Michael Groom, montañista australiano), Clive Standen (Ed Viesturs, sexta ascensión), Tom Goodman-Hill (Neal Beidleman, escalador y documentalista), Ingvar Eggert Sigurðsson (Anatoli Bukréyev, escaló sin oxígeno suplementario), Martin Henderson (Andy Harris), Emily Watson (Helen Wilton), Micah Hauptman (Breashears, montañista y documentalista), Naoko Mori (Yasuko Namba, montañista y segunda mujer japonesa en llegar a las siete cumbres) y Keira Knightley (Jan Hall, esposa embarazada de Rob Hall). El paso por Katmandú es fugaz, vemos pocos lugareños o símbolos culturales que permitan anclar o ubicarnos en tiempo y espacio. Es que Everest es una historia netamente occidental, donde tanto el lugar en el que ocurren los hechos como los protagonistas asiáticos -y los femeninos- quedan como parte del decorado. El cosmopolitismo es un poco tirado de los pelos, esta expedición la pueden hacer personas de una clase social tan similar que se confunden entre sus dramas familiares y existencialistas. Con el perdón de los alpinistas, Everest es una película de micros de larga distancia o digna del programa de Virgina Lago. La mayor parte del tiempo floja, pero espectacular. Entre muchos errores, el que ya no se puede perdonar es el final con los protagonistas reales: ya colapsó con Los 33 mineros almorzando a orillas del océano pacífico. También son burdas las publicidades a bebidas energizantes y de empresas especializadas en equipamientos para los montañistas.
Agentes eran los de antes ¿Qué distingue a un aficionado por los videojuegos de un gamer? Dicen que los últimos son fundamentalistas, los que saben todo: por qué ese cuadro en esa habitación, el motivo de la indumentaria, la paleta de colores, dónde están los pasadizos y cómo hacer justicia sin gastar muchas balas, perder en salud o siquiera agotarse físicamente. Después están los que juegan por la sola satisfacción de hacerlo, los que cuando explican de qué van las cosas presionan “skip” y lo saltean. Los responsables de Hitman tenían cuentas pendientes con sus gamers o una ambición desmedida que los hizo llegar a la pantalla grande en 2007. En ese caso el agente sufría una traición y debía matar a cambio de dinero. Un sicario cool, de buen porte y con un código de barras tatuado en la nuca, para que la cruzada sea más épica. Las críticas no fueron las mejores, la historia original y del largometraje coincidieron en su falta de profundidad. Este Agente 47 (Rupert Friend), Hitman versión 2015, se encuentra con una mujer que huye (Hannah Ware) pero no conoce los motivos y menos aún a sus aliados. El camino hasta encontrar al padre de Katia van Dees, quien en el transcurso del film se descubre como otro agente modificado genéticamente, encontrará resistencia en El Sindicato, cuyo villano principal será John Smith (Zachary Quinto), un duro de matar pero de elegante sport. La morbosidad a veces crece exponencialmente con el número de espectadores, por lo que aclaramos en este sentido que el protagónico principal estaba pautado para Paul Walker aunque por motivos de público conocimiento debieron encontrar un reemplazo. Ya circulan algunos GIF o montajes que abarcan desde el humor hasta el drama. Guíense por prensa más o menos amarillista, la película es mala. Muy mala. El que diga lo contrario es un impostor, nos encontramos ante uno de los peores estrenos de este año. Están los tiros, las explosiones y las acrobacias pero dentro de lo que en el videojuego podríamos sectorizar como “niveles” pasado al lenguaje cinematográfico queda desfasado o acusa dificultades en el montaje. No era sencilla la tarea del director Aleksander Bach pero los resultados hablan por sí solos. Lo que no quita que el público que consume Hitman pueda quedar conforme: al menos en la Comic-Con de 2014 las primeras imágenes fueron celebradas por jóvenes y adultos disfrazados, quienes las asimilaron a la cultura popular. Si vemos el trasfondo comercial, el film quizás sea meramente un condimento entre los lanzamientos de un juego que ya supera las quince ediciones. La fotografía es lo más aceptable, resaltando los escenarios imponentes de Singapur donde se desarrolla esta ¿película? Las actuaciones están a punto de convencer pero la historia atenta contra ellas y se terminan desplomando. La brutalidad parecía ser la condición necesaria para buenas secuencias de acción -así lo anticipó el tráiler-, pero tampoco alcanzó para lograr la verosimilitud como valor agregad. Para colmo, el Agente 47 muchas veces queda relegado al papel de un actor secundario dentro de la trama, sin explotar su potencial atractivo. Lamentablemente queda abierta la puerta para una continuación, con lo que cruzamos los dedos para que eso no suceda, o para que al menos convoquen a un pelado más creíble, como puede llegar a ser Jason Statham. En Argentina, al menos, los que se tatúan códigos de barras siguen siendo los fanáticos del grupo Cielo Razzo.
Desgraciados “Estamos bien en el refugio los 33”, mostró sonriente el presidente Sebastián Piñera mientras fotografiaban un deteriorado papel y las imágenes comenzaban a transmitirse en directo en medio de un despliegue mediático colosal. El derrumbe en la mina San José comenzaba a convertirse de tragedia a epopeya en el seno del gobierno chileno, algunos ya empezaron ahí mismo a hablar de una historia cinematográfica sin importarles realmente mucho el destino de los trabajadores que recién pudieron reencontrarse con sus familias después de dos meses. Llegó a Hollywood, el gestor fue Mike Medavoy (productor de El cisne negro y Robocop, entre otras) que vivió un decenio en Chile y conoció a los damnificados, aunque quedó encallado en la vacuidad. En sintonía con El clan, este film parte de una historia que todos conocemos de principio a fin y no sabe contarla bien, menos generar interrogantes o aportar datos hasta el momento desconocidos. El reparto es injustificable (ingleses, españoles, chilenos, mexicanos, norteamericanos y un filipino), increíblemente fue filmada en Colombia y termina convirtiéndose en una película descabellada en el afán de un patriotismo exacerbado. Mario Sepúlveda (Antonio Banderas) es el líder de los mineros y a pesar de los 700 metros de profundidad, la escasez de comida y una temperatura que no baja de los 35º, nunca intenta desanudarse un pañuelo que no cumple un fin más que estético. La iluminación es de las pocas herramientas bien utilizadas: siempre en penumbras, transmite la claustrofobia y la opresión alcanzando el clímax cuando la inanición genera alucinaciones. El presupuesto abultado y la multiplicidad de recursos son la otra cara de películas de encierro como Enterrado que en la austeridad llegaron a reflejar de forma exitosa argumentos escabrosos en espacios incluso más reducidos. En el desierto de Atacama no hay mucho para ver, bajo la tierra hay yacimientos mineros y por sobre ella las empresas que los explotan; van y vienen mineros. Ellos trabajan entre 8 a 12 horas diariamente en las minas subterráneas, la jurisdicción no lo señala como trabajo insalubre aunque es de sentido común el riesgo al que se ven expuestos. Parecía un día como cualquier otro cuando el jueves 5 de agosto de 2010 un derrumbe sepultó vivos a 33 empleados de San Esteban Primera. Lejos de utilizar la exposición para denunciar las condiciones laborales de estas personas que de un tiempo a esta parte no vieron grandes mejorías, aquí se termina reivindicando la figura de un presidente que vio en esta tragedia un manotazo de ahogado en un gobierno que se precipitaba en la caída de su imagen positiva. Piñera (Bob Gunton) no aparece mucho en cámara pero está en los momentos claves para connotar las intenciones. El papel del Estado está representado por Laurence Golborne (Rodrigo Santoro), el ministro de Minería y jefe del operativo de rescate que es también el mediador entre las familias de los mineros que rápidamente armaron un acampe en la entrada al yacimiento de oro. Golborne simboliza la persistencia en un caso que en su génesis ya estaba perdido, y la actuación de Santoro es aceptable aunque la que se lleva los aplausos (si los hay) es la chilena Cote de Pablo, encargada de personificar a la novia embarazada de un joven minero e interpretar -con creces- Gracias a la vida, fundamental en el cancionero sudamericano y leitmotiv de las 33 historias que se cruzan dentro y fuera de la mina. La alcaldesa del “Campamento esperanza” es la hermana de un minero, María Segovia (regular pero magnética Juliette Binoche), quien pone el cuerpo al pedido por una búsqueda exhaustiva que todo el tiempo parece flaquear. Completan los mineros protagonistas: Luis Urzúa “Don Lucho” (Lou Diamond Phillips), Darío Segovia (Juan Pablo Raba), Edison “Elvis” Peña (Jacob Vargas), Alex Vega (Mario Casas), Yonni Barrios (Oscar Núñez) y José Henriquez (Marco Treviño). Estábamos bien sin Los 33, película a veces lenta y vacía de contenido, que no termina de convencer ni por el peso de la narrativa o la historia en sí misma. Como último golpe bajo se intercalan con los créditos imágenes de los mineros mirando fijo uno por uno a la cámara; después comparten una comida cerca de la orilla del mar. Algunos parecen con sus gestos pedir perdón porque seguro la habían visto en pre-estreno y no deben recordar que entre sus compañeros estaba el gladiador que interpreta Antonio Banderas.
Sólo se conocen bien las cosas que se domestican Por Federico Bruno (@_federicobruno) principito 2 Los derechos de autor de la novela corta de Antoine de Saint-Exupéry entraron en dominio público luego de cumplirse setenta años de la muerte del escritor y aviador francés. ¿Cuándo sucedió esto?, el 1 de enero de 2015. La apuesta entonces del film de Mark Osborne (dirigió Kung Fu Panda y la primera de Bob Esponja) es arriesgada cuando ya están en imprenta nuevas traducciones y emergen nuevos proyectos e interpretaciones. La historia -aggiornada- se sale de libreto sin perder el respeto por la versión original de El principito, es su nexo pero la protagonista en realidad es La Niña (voz de Mackenzie Foy) que intentará despegarse de la opresión de una madre (voz de Rachel McAdams) que planea hasta el último detalle de su vida y un padre viajante. El quiebre en sus monótonas vidas será cuando se muden al vecindario de El Aviador (voz de Jeff Bridges), autobiográfico de Saint-Exupéry, quien prepara su tercer despegue desde el patio de su casa en búsqueda del icónico niño (voz de Paul Rudd). Osborne es uno de los alumnos notables que egresaron en el Instituto de Artes de California (CalArts), entre otros como es el caso de Tim Burton, John Lasseter y Andrew Stanton. El principito, de alguna manera, puede materializarse en un Elige tu propia aventura, cada nueva lectura abre nuevos caminos, esta película mantiene dicho paradigma e invita a la reflexión al espectador, cualquiera sea su edad, acerca de la cotidianeidad, la sociedad y los valores. El montaje es excelente y el ensamble de la animación por computadora con el stop motion -el director dictó esa materia en CalArts- no tiene fisuras, rememora los trazos naif que dibujaron la serpiente, el cordero y el elefante de los libros que pudieron llegar a nuestras manos a partir de su publicación en 1943. Como si fuese poco, el 3D potencia los recursos visuales y las escenas nos atraviesan como si estuviésemos en la inmensidad del desierto o en el asteroide B 612. “Elemental, Watson”, “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos” y “Telepórtame, Scotty” son frases-hito en la cultura popular que carecen de fuentes para comprobar su existencia y mucho menos sus emisores. En este (sin)sentido quedaron encriptados algunos pasajes de El principito, que bien decodificado por los guionistas rescataron citas interesantes y supieron corresponderlas con los personajes adecuados. Quedan advertidos: no es necesario ningún conocimiento previo acerca de este clásico universal antes de verlo en pantalla grande. “Lo esencial es invisible a los ojos”, enseña El zorro al niño, que antes tuvo que domesticarlo porque si no sería como cualquiera de su especie. Ya domesticado se convierte en su amigo y sólo se conocen bien las cosas que se domestican. La crítica principal se dirige al capitalismo desmedido, culpable del asesinato de la niñez, la inocencia y la pérdida de la capacidad del asombro. Una hora y media de estímulos que tienen como único destino el hemisferio derecho del cerebro, para los adultos será un pasaporte a la infancia y para los más chicos una lección de aprendizaje y emancipación. Al final quedarán convertidos todos, los protagonistas y los espectadores. La música a cargo de Hans Zimmer es un buen ingrediente de las secuencias narrativas y la versión de Lilly Allen del clásico de Keane, Somewhere only we know, aporta la carga emotiva para los que son duros de emocionar o reírse, y se les ablanden los músculos de la cara. Las películas dobladas pierden en el camino parte del encanto, aunque mire cómo y por dónde se la mire no deja de ser una de las mejores que han salido este año. En los cines no encontraremos otra alternativa que verla convertida al español. El film original completa el reparto con las voces de James Franco (El zorro); Marion Cotillard (La rosa); Benicio del Toro (La serpiente); Ricky Gervais (El vanidoso); Albert Brooks (Hombre de negocios) y Bud Cort (El rey). Algunos no estarán de acuerdo con que el célebre personaje haya crecido, pero al fin y al cabo es lo que nos toca. El otro lado de El principito: en 1974, había sido filmada por Stanley Donen en clave de fantasía musical. Más allá de la ficción conllevó una carga de realismo desmedida con actores de carne y hueso: Steven Warner y Richard Kiley en los papeles principales, Principito y aviador, respectivamente. La locación fue montada en Túnez.
El oso desgastado ¿Era necesario? La secuela de Ted no llega a estar a la altura de la primera, la compra ciega de todo lo que lleve la rúbrica de Seth MacFarlane en este caso no lleva a buen puerto. El reparto promete y la seguidilla de chistes genera un buen timing en la comedia, aunque el exceso de golpes bajos la torna una historia con un dramatismo exagerado. El acuerdo tácito con el espectador, por más que no haya visto la película anterior, acerca de la existencia de un peluche que cobró vida -personifica un reventado- permite apostar por una historia que empieza y termina en el oso. Antes la historia se construyó como un relato cronológico desde la infancia hasta la adultez de John (Mark Wahlberg) que ahora queda un tanto relegado y el protagónico femenino se transfiere para Amanda Seyfried, quien arrastra una gran racha de películas regulares a muy malas y aquí no pudo repuntar. El humor es inteligente, a veces básico y siempre cínico. Charlie Hebdo, 9/11, Germanwins, Robin Williams, matrimonio igualitario y racismo son parte del catálogo de incomodidades para el público estadounidense que preparó MacFarlane. Ted quiere ser padre luego de contraer matrimonio y se encuentra con un impedimento legal por su condición de propiedad, el engranaje burocrático termina convirtiéndose en una sátira a otras películas que representan un subgénero en sí mismas: La dama de oro, Una mente brillante, El juez, Mi nombre es Sam, A sangre fría, entre otras. Entre los alegatos se pone en duda la condición de ser humano de Steven Tyler, por citar sólo un ejemplo. El principio muestra una coreografía al estilo Magical Mistery Tour y es prometedor, de todas maneras los personajes (en particular Ted) terminan desdibujándose en el transcurso de una comedia donde el valor fundamental es la amistad por sobre todas las cosas. Por supuesto nunca deja de ser ajeno el lenguaje soez y el consumo de drogas. Salvando las distancias, el suceso que inspiró el nuevo desembarco de Ted en la pantalla grande fue el Caso Dred Scott contra Sandford, durante la Guerra de Secesión, cuando a un esclavo (considerado propiedad) se le negó el derecho a convertirse legalmente en ciudadano libre. Fue un factor importante el desarrollo de la siguiente Guerra Civil. El revisionismo del director y guionista se ocupa también de revivir viejas glorias del cine, cuyo clímax lo alcanza en la visita a la Convención Internacional de Cómics de San Diego (Comic-con) donde hace justicia con muchos personajes olvidados por las nuevas generaciones. No se repite la célebre canción del trueno, tampoco se incorpora alguna original, aunque se mofan con algunas versiones desopilantes que disimulan una trama que se cae a pedazos; el doctor que recibe en un hospital a Ted se presenta como Dr. Danzer e instantáneamente el oso le retruca “Tiny Dancer”, de Elton John. El papel de la esposa, Tami-Lynn (Jessica Barth), es el más flojo de todos. Causa poca empatía y está lejos de competir con la sociedad construida por los amigos. La nueva y enigmática cajera del supermercado resultaba más atractiva en su incursión a la historia, y lo mismo pasa con Mila Kunis, que funcionaba mejor que Seyfried, una joven abogada que será imprescindible en la cruzada legal pero dista de poner orden en la vida de los protagonistas y carece de conocimientos culturales impostergables como la saga Star Wars y El señor de los anillos. Ted 2 es ideal para televisión, aunque si lo que buscan es comedia no tiene competencia en la cartelera. Las risas están aseguradas, pero no esperen algo que se asemeje al primer largometraje de MacFarlane. De yapa: Morgan Freeman, Liam Neeson y Sam J. Jones hacen breves pero anecdóticas apariciones.