La supervivencia en primer plano queda registrada en La noche de 12 años, un filme que coloca la esperanza y la luz en el encierro que sufrieron José Mujica -el español Antonio de la Torre-, quien luego sería Presidente de Uruguay; Eleuterio Fernández Huidobro -Alfonso Tort-, ministro de Defensa, y el periodista y escritor Mauricio Rosencof -Chino Darín-, durante la dictadura militar en Uruguay. El director por Álvaro Brecher -Kaplan, Mal día para pescar- muestra sin tapujos el aislamiento y los experimentos secretos a los que ellos fueron sometidos por el régimen dictatorial uruguayo en esta travesía hacia el infierno. La incomunicación -tenían prohibido hablar entre ellos- y la denigración humana alcanzan límites insospechados en esta propuesta que convierte doce años de un encierro inexplicable en una verdadera pesadilla. Sin embargo, la esperanza se mantiene viva a través del lenguaje en códigos que los presos desarrollan tras las rejas o el impulso creativo de Rosencof en la redacción de cartas de amor para que un militar -de quien se gana su confianza- enamore a una joven, el espíritu lunático de Huidobro y la convicción política de Mujica. La película transita por momentos duros y nunca deja de lado la tensión en cada una de las escenas que plasma con eficacia hasta el momento en el que los tres personajes abandonan la cárcel y se reencuentran con sus familiares. Entre la denuncia, la pintura de una época negra, los flashbacks y la emoción colocada al servicio de una historia que golpea fuerte, la película logra su cometido y pinta su universo con trazos rojo sangre.
El personaje icónico de la ciencia-ficción buscaba aparecer nuevamente en la pantalla grande y lo hace por cuarta vez luego de Depredador, Depredador 2 y Depredadores, sin contar sus cruces con Alien en otras dos realizaciones. Bajo la batuta de Shane Black -eldirector de Iron Man 3 que también participó como actor en el filme original-, la acción no tarda en explotar desde el comienzo pero no siempre da en el blanco. El Depredador es un intento fallido por reflotar la saga que comenzó en 1987 con Arnold Schwarzenegger en esta historia que trae una nave extraterrestre que se estrella durante una operación militar antidrogas y de la que sólo escapa con vida el mercenario Quinn McKenna -Boyd Holbrook-, quien rescata de la zona el casco y el famoso brazalete del alienígena y lo envía a su casa, donde esperan su ex mujer y su pequeño hijo -Jacob Tremblay, el mismo de La habitación y Extraordinario-. No cuesta imaginar demasiado lo que vendrá después en este relato que empieza de manera inquietante y se va tornando tosco en su desarrollo. En medio de la acción y de una catarata gore en la que no faltan sangre y destripes varios, el guión de Black junto a otro especialista en el género, Fred Dekker, se ve transitadp por personajes que aportan poco: un grupo de militares que son enviados a un psiquiátrico con el protagonista, y que pone la cuota de humor lunático; a los que se suma la bióloga Casey Bracket -Olivia Munn- como la experta en ADN que advierte que los depredadores están evolucionando y necesitan de la raza humana. La cacería a las que nos tenían acostumbrados los filmes anteriores encuentra algunos momentos bien logrados -como la persecución en el micro y las escenas desarrolladas en ambientes naturales- pero falta suspenso y sorpresa. En tanto, la inclusión de un Depredador gigante con sus perros guardianes -generados por CGI- distorsionan el espíritu artesanal que ofrecía la primera película. Naves con desperfectos, sangre verde, cascos que se activan y laboratorios con la última tecnología disuelven la presencia del cazador amenazante y sus presas, volviendo un poco a los orígenes recién sobre el desenlace. Espectáculo hay pero no es el mismo de antaño.
Pueblo chico...infierno grande. La historia se ambienta en 1945, una vez finalizada la guerra, en donde los habitantes de un pueblo húngaro se preparan para la boda del hijo del alcalde con la hija de una familia campesina. La mirada del director húngaro Ferenc Török se posa en cada uno de los personajes de ese micromundo que intentan olvidar el pasado, pero la llegada de un tren con dos judíos ortodoxos despierta confusión entre los lugareños, ya que temen que se trate de los hijos de judíos deportados que llegan para vengarse o reclamar las tierras que ahora ocupan ellos y que sus dueños perdieron durante el Holocausto nazi. Filmada en blanco y negro, con una excelente ambientación, la película retrata entre la denuncia y el drama una época de transición en la historia de Hungría con una trama que impone una oleada de recuerdos y complicidades. Todos parecen mirar hacia otro lado y así desfilan por la pantalla el alcalde déspota que maneja a todos a tu antojo y conveniencia, arrastrando a una mujer adicta, al hijo próximo al casamiento, al cura del pueblo y al borracho de turno. Sin embargo, el peso del relato está en los recién llegados que, de manera parsimoniosa, trasladan dos cajas misteriosas desde la estación de tren hasta el pueblo con la ayuda de dos lugareños. La búsqueda de la verdad y de la justicia parece querer cerrar un ciclo en esta cautivante propuesta que coloca su mirada crítica en un pasado horroroso, tan negro como el humo que despide la locomotora al comienzo del filme.
Con un guión que firma Jane Anderson, basado en la novela de Meg Wolitzer, la película sobre los vaivenes del matrimonio, está protagonizada por Glenn Close -Atracción fatal y Relaciones peligrosas, entre otras tantas- y Jonathan Pryce, reunidos bajo la batuta de Björn Runge. Parece una rareza que un filme de la actualidad reúna a una dupla de setenta años y hable de las relaciones de pareja -una lástima el trailer que spoilea-: Joan -Close-, es la esposa dulce y que está en todos los detalles de la vida de su marido David Castleman -Pryce-, un exitoso novelista estadounidense que es galardonado con el Nobel de Literatura. El viaje de la pareja a Estocolmo para recibir el premio altera la rutina y la convivencia de ambos y deja al descubierto un secreto bien guardado. Con esta estructura, el relato alterna el pasado a través de flashbacks en los años 50 -cuando Joan y David se conocieron como alumna y profesor- y un presente rodeado de aduladores en un ámbito aristocrático al que ninguno está acostumbrado. La historia trae también a los hijos -uno de ellos es también escritor y arrastra varios conflictos durante la estadía- y al periodista Nathaniel Bone -Christian Slater- quien prepara la biografía de Joe y los persigue sin descanso hasta Suecia, intuyendo un ardid que intentará sacar a la luz. Se trata de un drama marital bien narrado y magníficamente interpretado por una hipnótica Glenn Close, nominada en seis oportunidades para el premio Oscar, que da con el gesto adecuado y sin grandilocuencias en cada una de las escenas, mutando de la mujer sumisa y compañera a una que quiere un cambio en su vida. Quizás es ésta labor la que la haga abrazar la ansiada estatuilla de Hollywood. Por su parte, Pryce no se queda atrás con su David de espíritu donjuanesco, exaltado por la presencia de una joven fotógrafa. El film combina acertadamente humor y drama en las dosis justas, colocando en primer plano la postergación de Joan en una relación amorosa que lleva cuarenta años de escritura, pasión e infidelidades.
En Villegas, el anterior filme del director Gonzalo Tobal, se mostraba el reencuentro de dos primos que buscaban su propio camino, y en Acusada, la juventud aparece amenazada por un crimen brutal. Navegando entre el policial y el drama familiar, Acusada cuenta la historia de Dolores Dreier -Lali Espósito-, una joven estudiante de clase acomodada que vive una vida normal hasta que su mejor amiga aparece asesinada luego de una fiesta liderada por el descontrol y un video sexual que se viraliza. Dos años después, ella es la única acusada por el crimen en un gran caso mediático que la señala como culpable o inocente. En medio de esa salvaje exposición, Dolores está bajo el ala protectora de sus padres -Leonardo Sbaraglia e Inés Estévez- y de su abogado -Daniel Fanego, de destacada labor- que la entrena para exponer su declaración en Tribunales. También aparece Gael García Bernal como un entrevistador de la televisión y un novio de Dolores como otro sospechoso. Sin embargo, las dudas crecen y las sospechas recaen en la familia en este thriller judicial en el que la libertad de la protagonista pende de un hilo, al igual que el puma suelto al que se hace referencia en la pantalla chica y que aterroriza al barrio. Acusada descansa en el buen desempeño de Lali Espósito, en un papel instrospectivo capturado en reiteradas oportunidades por los primeros planos y diferente al que su público está acostumbrado a verla, y está rodeada por un sólido elenco. Pero la historia resulta tan confusa como el accionar de los personajes que la rodean, sumando desinterés en un filme que privilegia lo discursivo antes que el clima de suspenso que exigen este tipo de relatos y el público. En medio de tomas aéreas y travellings circulares, la incertidumbre domina la historia en la que conviven el romance adolescente, el choque generacional y la destrucción de la familia con una broma que se traduce en asesinato.
Todos lo saben, que inauguró el Festival de Cannes, está dirigida por el iraní Asghar Farhadi, reconocido por abrazar el premio Oscar en dos ocasiones con Una separación y El viajante. Su nueva creación, hablada en español, es un thriller familiar que se inicia en un campanario al mejor estilo de una vieja película de suspenso, donde el reloj marca las horas desesperadas que vivirán los personajes a lo largo de la historia. Laura -Penélope Cruz-, es una española que vive en Buenos Aires junto a su esposo Alejandro -Ricardo Darín- y es invitada con sus hijos Teresa y Felipe, a la boda de su hermana en las afueras de Madrid. Allí se reencontrará con su antiguo amor Paco -Javier Bardem-, ahora dueño de un viñedo que ella misma le vendió y con todos los integrantes de su amplia familia. Aunque el buen tiempo les da la bienvenida, la tormenta no tarda en desatarse cuando Teresa, la hija adolescente, es secuestrada durante el casamiento. Todos se convierten en sospechosos como si se tratara de una novela de Agatha Christie. El realizador combina el drama, alimentado por tensas relaciones familiares y hechos del pasado que salen a la luz, con el suspenso que genera la desaparición de la joven, que hace que Alejandro también deba viajar a España. Con el marco escenográfico adecuado de un pueblo chico y una extensa lista de personajes dudosos que alimentan la trama coral -desde el chico que conoce a Teresa y la lleva en moto hasta los lugareños que se reúnen en un bar-, el derrumbe familiar es un hecho, instalando también el tema de la duda y la doble moral en una búsqueda que se transforma en desesperada. Y hasta se ven obligados a revisar la filmación del casamiento para descubrir al responsable. Farhadi acierta más en el manejo de los climas dramáticos y en los romances solapados que en la intriga pero su trabajo es bien respaldado por un elenco solvente, en el que sobresalen Penélope Cruz, como la madre desesperada, y Javier Bardem, que se ocupará del caso hasta las últimas consecuencias y, con un desaprovechado Ricardo Darín en un rol que tiene más participación en la segunda mitad del filme. Fiesta, dudas y sospechas que no alcanzan el nivel de los anteriores trabajos del realizador.
La nueva creación de Pablo Trapero después de El Clan nos muestra a otra familia con más sombras que luces, mientras sumerge a los personajes en vaivenes emocionales inesperados y en secretos que están por salir a la luz. No todo es idílico en la estancia La Quietud, en la que Mia -Martina Gusman- se críó junto a sus padres, pero una situación inesperada hace que ella y su hermana Eugenia -Berenice Bejo, la actriz de El Artista-, recién llegada de París, se reencuentren en la casa comandada por la implacable madre Esmeralda -Graciela Borges-. Ese ansiado acercamiento entre Mía y Eugenia despierta entre ellas un juego de exploración sexual y pasiones al que se sumarán luego Vincent -Edgar Ramírez-, el marido de Eugenia que también arriba al lugar, y Esteban -Joaquín Furriel-, el escribano de la familia. El filme tiene la estructura de un drama que juega con el erotismo, las pasiones cruzadas y el suspenso, en ese orden, y en el que el deseo ocupa un lugar preponderante. El plano secuencia que sigue a Mía desde atrás o el ingreso de las hermanas a una estancia cubierta por la bruma presagian tiempos poco felices para todos en los que se irá desempolvando un pasado nefasto, atrocidades y apropiaciones perpetradas por la dictadura militar en la Argentina. La película cautiva desde el comienzo gracias a la hipnótica labor de Martina Gusman, que logra transmitir los diferentes estados por los que atraviesa esa hija en tensión y conflicto constante con su madre y la devoción por un padre anciano y enfermo. Por su parte, Graciela Borges compone magníficamente a una Esmeralda que recuerda el pasado con dolor y aflora su lado oscuro. Esta es una historia que aborda el universo femenino y lo hace con sensibilidad narrativa a través de una temática arriesgada que cubre varios flancos. El silencio, lo no dicho y la historia del pasado también son comensales de esa gran mesa donde la comida reúne a los miembros de un clan muy particular, entre cortes de luz, miserias y miradas solapadas.
Basada en la historia real que sufrió Tami Oldham a bordo de un velero que iba desde Tahití hasta San Diego, el director islandés Baltasar Kormákur vuelve a mostrar la lucha del hombre contra la naturaleza luego de su film Everest. A la deriva es una historia de amor y de supervivencia en medio del océano, como tantas otras: Tami -Shailene Woodley-, una chica sin rumbo fijo que prueba trabajos temporarios y va donde la lleva el viento, conoce al carismático Richard -Sam Claflin-, que tiene una embarcación. Ambos inician un romance y una travesía por el mar y son sorprendidos por una de las mayores tormentas jamás registradas. Sin comida, sin agua y con un velero casi destruído, deberán hacer frente a las adversidades climáticas. La película va alternando el pasado -antes del viaje- y el presente a bordo del velero que los tiene como rehenes de un mar embravecido y en medio de una atmósfera de desconcierto y alucinaciones. Con este esquema narrativo, el realizador propone una película que se apoya más en las escenas dramáticas que en el cine catástrofe, permitiendo el lucimiento de Shailene Woodley,quien también oficia de productora, luego de sus aplaudidos papeles en Los descendientes, Bajo la misma estrella y la saga Divergente. El drama es su fuerte y lo transita con comodidad, brindando potencia interpretativa en cada una de las escenas cuando queda a merced del huracán junto a su compañero malherido. El relato, sencillo y tramposo, abre con el naufragio y traza un paralelismo entre las vidas de los protagonistas de espíritu libre que viven sin demasiadas preocupaciones y la pesadilla que duró 47 días. Sin ser La tormenta perfecta y con más suerte que la reciente Un viaje extraordinario, que protagonizó Colin Firth, la película se mantiene a flote.
Los planes de los ladrones pueden alterarse de manera impensada. Eso es lo que ocurría en El juego del terror -The Collector-, cuando un ladrón ingresaba al hogar de un asesino serial y también sucede en Latidos en la oscuridad, confuso título local para el original Bad Samaritan. La película de Dean Devlin -el mismo director de la olvidable Geostorm- retoma el tema de la invasión al hogar y narra una historia llena de suspenso a la manera de los viejos títulos del género. Sean Falco -Robert Sheehan- es un valet parking de un restaurante italiano y trabaja con su amigo Derek Sandoval -Carlito Olivero-. Ellos ejecutan un plan arriesgado que, a priori, parece controlado y sencillo: estacionar los autos y robar con ellos las casas de los clientes mientras están cenando. Todo parece sincronizado hasta que Sean decide ingresar a la lujosa mansión del millonario Cale Erendreich -David Tennant- y encuentra a una mujer encadenada. Con este comienzo inquietante, el relato va construyendo un juego de tensión que no decae hasta el final y pone en funcionamiento el accionar siniestro del antagonista de turno, un psicópata que arrastra un trauma infantil -que se ve al inicio del filme- y que se lanzará tras los pasos de quien violentó su lugar y descubrió su plan macabro. Con el marco de la ciudad de Oregon y poniendo en el centro de la acción a dos inexpertos jovencitos que funcionan como antihéroes y quieren hacer dinero fácil, la trama está alimentada por la culpa y el abandono familiar, brindando logradas escenas a manera de una cacería y persecución constantes. El garage con herramientas que sirven para ultimar a las víctimas y las cámaras de seguridad de la casa inteligente del villano sirven para alimentar el inquietante desarrollo de la trama, en la que también aparecen la policía y el FBI sin intervenir demasiado en el conflicto de la pareja protagónica. Si bien el desenlace no está a la altura del resto y se extiende más de lo necesario, el resultado es favorable gracias a los climas creados y el desempeño del elenco, inmerso en una cacería feroz.
Un film sobre la amistad y el fraude en el mundo del arte es el que aborda Gastón Duprat en su primera película en solitario luego de co-dirigir con Mariano Cohntítulos como El hombre de al lado y El ciudadano ilustre. En Mi obra maestra, Renzo -Luis Brandoni- es un artista que ha pasado al olvido, ya que sus obras no parecen entusiasmarle a nadie y está a punto de ser desalojado. Su amigo desde hace años y marchand, Arturo -Guillermo Francella- discute con él, está cansado de sus desplantes y se siente cada vez más distanciado. Sin embargo, intentará que sus pinturas ocupen nuevamente un lugar importante dentro del mercado con un arriesgado experimento. La película contrapone la visión de Renzo, un artista conservador que plasma en sus obras temas sociales, con el esnobismo del mundo moderno, revalorizando el espíritu bohemio. También entran en juego las distintas miradas en torno a una obra de arte que puede valer una fortuna o nada. Duprat apoya su realización en la relación que se teje entre los dos personajes centrales a través de situaciones graciosas y diálogos chispeantes en los que Renzo tiene el remate cómico, pero la historia tiene un pliegue más que tarda en aflorar. En ese sentido, el conflicto de mayor peso dramático aparece en la segunda parte del filme, direccionando la trama -aún con situaciones inverosímiles- hacia una zona más oscura. El guionista Andrés Duprat, hermano del realizador, es el director del Museo Nacional de Bellas Artes, por lo que conoce bien el mundo que describe y los personajes que se mueven en él. No conviene adelantar demasiado más que la aparición de Alex -Raúl Arévalo-, un admirador español y alumno de Renzo; la galerista prestigiosa y calculadora -una convincente Andrea Frigerio- y un accidente que cambiará el rumbo de los acontecimientos. El mundo del arte es explorado entonces desde una visión nostálgica sobre la que se construye un relato que permite el lucimiento de Brandoni y también de Francella, éste último en un rol ambiguo que se mueve entre la lealtad y la negociación. Los escenarios naturales también pintan un universo alejado de las grandes urbes, las especulaciones y negociaciones que rodean el negocio.