Un chico homosexual cubano se gana la vida como peluquero, sueña con ser un artista transformista de un local nocturno y se reencuentra con su padre, a quien creia muerto. Esta bienvenida producción cubana llevada adelante por el realizador irlandés Paddy Breathnach focaliza en la búsqueda de la identidad sexual y en las segundas oportunidades en una sociedad machista. Viva! cuenta la historia de Jesús -Héctor Medina-, un homosexual cubano de 18 años que se gana la vida peinando a señoras y como peluquero de artistas de un night club, mientras sueña con transformarse en una figura del local nocturno. Sin embargo, las cosas cambian cuando aparece su padre -Jorge Perugorría, el actor de la recordada Fresa y chocolate-, un ex presidiario a quien creía muerto y se instala en su casa. La película pinta una Cuba nostálgica en la que falta el trabajo, y donde cada uno hace lo que puede para sobrevivir. Jesús no es ajeno a esa realidad, y cuando el dinero no alcanza, se prostituye en una plaza del centro de La Habana. El film pasa de la visión machista que impone el padre luego de presenciar un show de Jesús vestido de mujer hasta una relación que se irá construyendo lentamente, en la que se intenta recuperar el tiempo perdido. Ambos están secundados por una rica galería de personajes marginales que sufren mientras se adueña de la pantalla: Mama, la cantante estrella del bar, las compañeras del lugar que habita y el amigo de la plaza que hace lo imposible para capturar la "atención" de los turistas. Después de una audición y actuaciones fallidas, Jesús ensaya, sueña y prueba mientras entona "Cuando tu te hayas ido..." en medio de una Habana lluviosa y nostálgica. La película expone las miserias de sus personajes, a veces sin profundizar demasiado, corriendo la atención a los números musicales, el playback y el ambiente decadente, y con un elenco que cumple con las expectativas del relato.
El viaje espiritual de un padre que se encuentra con Dios es el puntapié de este best-seller llevado al cine, que sólo puede interesar por su mensaje esperanzador, pero que no funciona en su mezcla de thriller y drama familiar. La adaptación del best seller de William P.Young encuentra en su versión cinematográfica una mirada redentora sobre el viaje espiritual de Mack Phillips -Sam Worthington, el actor de Avatar y Furia de Titanes-, un padre de familia cuya vida idílica se ve destruída ante el secuestro de su pequeña hija durante unas vacaciones. Como si fuera poco, Mack arrastra además un pasado de violencia infantil que no termina de resolver, pero todo se ilumina cuando recibe una carta que le dice que tiene que dirigirse a la cabaña donde hallaron a la pequeña, para encontrarse con...Dios. A través del racconto y con secuencias oníricas, La Cabaña hace alarde de su mensaje profundo de fe y transita por el thriller de la mano del director Stuart Hazeldine-El examen-, dotando a la película de un envoltorio visual atractivo, pero que resulta redundante, pueril y reiterativco en su combinación. Dios está personificado por una actriz de notables recursos expresivos como Octavia Spencer, una suerte de ama de casa que cocina, y vive acompañada por Jesús y el Espíritu Santo. Quizás sea demasiado para una sola película pero entrando en la lógica de los personajes y en el clima fantástico y religioso en exceso, allí está la Santísima Trinidad -en su visión moderna- para responder a Mack sus dudas existenciales y su enojo ante las injusticias del mundo, la muerte y la resurrección. Si bien hay escenas que podrían haberse evitado, resulta incomprensible por qué la mujer del protagonista -Radha Mitchell- no está en los momentos de mayor tensión y cuando más se la necesita, apareciendo en cambio, el vecino amigable para paliar esa ausencia. El hombre que es capaz de caminar sobre las aguas del lago encuentra respuestas de la Santísima Trinidad que lo guiará hacia el perdón. Quizás el film cumpla su cometido entre creyentes, pero resulta pueril y tedioso en su desarrollo como manual de autoayuda espiritual.
Una mirada juguetona y sensible sobre las relaciones fraternales y la aparición del amor se dan cita a orillas del mar en esta nostálgica película del director Federico Godfrid. Después de La Tigra, Chaco, el director Federico Godfrid escoge la ciudad balnearia del título y, en plena época invernal, narra la historia de dos hermanos que llegan en auto después de la muerte de su madre para vender el departamento familiar. Pinamar ofrece una mirada sensible y juguetona sobre las relaciones fraternales en un espacio gris y vacío en el que Pablo -Juan Grandinetti- y Miguel -Agustín Pardella, también visto en Como una novia sin sexo-, supieron compartir veranos y amistades. Sin embargo, el presente parece menos esperanzador ante la toma de decisiones, el ritual de despedida de arrojar las cenizas de la madre al mar y el clima nostálgico que va impregnando el relato. La historia también se alimenta con la aparición de Laura -Violeta Palukas-, una joven lugareña que los involucra a ambos, cambia de dirección la historia y enciende rivalidades, enojos y celos. Entre la mirada contemplativa de Pablo y la personalidad enérgica y verborrágica de Miguel se construye este relato que expone sus lazos inquebrantables más allá de todas las diferencias y obstáculos que se presentan, con charlas, juegos entre amigos y caminatas en la playa. El paisaje, por momentos fantasmal, acompaña y espía a los jóvenes, y también despeja el camino de lo que será otra vida para cada uno de ellos. La película, correcta en sus rubros técnicos, y con buenas actuaciones, tiene algo para contar y lo hace con recursos simples y eficaces a la hora de emocionar.
Una mujer comienza a destruír la vida de la nueva esposa de su ex marido en este thriller protagonizado por Katherine Heigl y Rosario Dawson. Con ecos de "Atracción fatal" pero sin la intensidad ni el suspenso que la historia prometían. El tema de los celos y las obsesiones devenidas en locura han sido bien plasmados por exponentes como Atracción Fatal o La mano que mece la cuna, que acá alcanza una suerte de reformulación de la mano de la directora Denise Di Novi, quien acredita una larga carrera como productora de las películas de Tim Burton y que ahora debuta en este thriller sobre rivalidad femenina. En mío o de nadie, Tessa -Katherine Heigl, de la serie Grey´s Anatomy - es la madre perfecta, segura de sí misma y de su imagen impactante, pero cuya vida tambalea cuando su ex marido David -Geoff Stults- forma pareja con Julia -Rosario Dawson-. Tessa comienza a perder terreno y cuando se entera que ellos se casarán y se harán cargo de la custodia de su pequeña hija dos días a la semana, todo explota. Este es el comienzo de un thriller que expone una guerra entre mujeres que defienden lo suyo y con una obsesión por la perfección que también encamina a Tess hacia la locura. El film tiene momentos de tensión aunque resultan previsibles, utiliza el facebook como arma para que Tess comience a manipular la vida de su nueva rival -que además arrastra un pasado de violencia familiar-, pero se sostiene por la presencia de Katherine Heigl y Rosario Dawson, ambas actrices correctas en sus respectivos papeles. El relato ofrece una serie de situaciones vistas anteriormente que no tienen ni la intensidad ni el suspenso que prometían. Al elenco se suma Cheryl Ladd -recordada por Los Angeles de Charlie- como la madre obsesiva de Tessa. De tal palo, tal astilla y Tessa, que va de la perfección al derrumbe personal y familiar. Para no estar fuera de tono con la época, el final resulta casi hilarante sin proponérselo y entrega violencia, entre tomas subjetivas y con una forzada vuelta de tuerca.
La morgue : Cuando los muertos hablan. Un médico forense y su hijo reciben el cuerpo de una joven asesinada y se enciende el misterio. Una película tenebrosa que genera buenos climas y mucho suspenso. El realizador noruego André Ovredal -Trollhunter- transita nuevamente por la senda del terror en su segunda película y lo hace crispando los nervios del espectador, lo que no es poco para los tiempos que corren dentro del género. La morgue -La autopsia de Jane Doe en su título original- nos introduce en un mundo frío y pesadillesco y despierta los temores más íntimos cuando el forense Tony Tilden -Brian Cox- y su hijo Austin -Emile Hirsch- reciben el cadáver de una joven que fue encontrada bajo tierra en el sótano de una casa. Acostumbrados a trabajar con cadáveres y con un hijo que recibe los conocimientos médicos de su padre dentro de la actividad, la película les reserva unas cuantas sorpresas a los personajes que intentarán develar la intriga de un cuerpo que no presenta ninguna causa aparente de muerte. La vieja casona que tiene su laboratorio y servicio de autopsias en el subsuelo resulta lo suficientemente claustrofóbica y tenebrosa como para que cualquiera dude en visitarla. El director se las ingenia desde el comienzo para instalar una sensación de que algo ocurrirá de manera inminente, jugando con la atmósfera pesadillesca y el tono científico -los primeros planos de la víctima- y sobrenatural, en su segundo tramo, y lo hace con los mejores instrumentos quirúrgicos, generando climas más que bienvenidos para este tipo de producciones. Esta es una película sobre fantasmas, maldiciones y un caso que coloca los protagonistas al borde del peligro y las dudas constantes. Todo el peso lo llevan Emile Hirsch -La hora más oscura y recordado por Meteoro- y el veterano Brian Cox -Zodiaco- con buenos trabajos, ya que todo recae sobre sus espaldas y en un puñado de personajes como la novia que visita la morgue y el sheriff. El resto es tensión, solvencia y un final que para muchos podría opacar el nivel general de la película, pero con una propuesta que demuestra que los muertos también hablan.
La película francesa expone los conflictos que nacen de los vínculos familiares y alterna dramatismo con oportunos toques de humor, entre hijas revoltosas y afectos eternos. Como una suerte de evolución lógica después de Les murs porteurs, su película anterior, el realizador francés Cyril Gelblat escoge nuevamente el seno familiar para contar una historia relacionada con los vínculos alterados y la vida cotidiana. En ese sentido, Todo para ser felices logra una empatía inmediata con el espectador, no sólo por ser una historia totalmente reconocible y cercana, sino por la manera de contarla. La película alterna momentos de dramatismo con oportunos toques de humor que descomprimen la tensión del relato. Antoine -Manu Payet- es un cuarentón insatisfecho que le dedica tiempo al mundo de la música y busca apoyo financiero para su banda, pero en su camino descuida a sus pequeñas hijas de 5 y 9 años. En medio de un entorno familiar que se va enrareciendo, su mujer Alice -Audrey Lamy- decide abandonarlo y le confía a sus hijas para que las cuide durante 15 días. Antoine se encontrará en arenas movedizas y deberá transformarse para aprender su verdadero rol de padre. La pelicula extiende sus lazos al amor de pareja, al amor filial, e incluso la aparición de la hermana de Antoine, con quien empieza a redescubrir una relación que se había mantenido en suspenso desde la infancia, contribuyen a que el relato pueda crecer dramáticamente en varias direcciones. Al tono nostálgico al que se sumerge a Antoine, también se suma el desafío de convertirse en un hombre nuevo ante los ojos de quienes más quiere. El film, sin otras pretensiones que las que muestra, se enriquece en detalles, situaciones de convivencia y escenas como la del final que logran emocionar y sorprenden al mismo protagonista. Buenos intérpretes al servicio de un relato que vale la pena visitar, entre afectos eternos y parejas fugaces.
Con una mirada que no escapa al registro documental, la película traslada a una madre y su hijo autista hasta un lugar aislado, donde un guardafauna argentino trabaja con las orcas. El film impone belleza y personajes que están al borde del acantilado. Basada en hechos reales ocurridos en la Península de Valdés, Provincia del Chubut, El faro de las orcas impone su marco de belleza natural y cuenta una historia que apunta a la emoción a través del descubrimiento de mundos opuestos. Lola -Maribel Verdú-, una madre desesperada que busca la sanación para su pequeño hijo autista Tristán -Quinchu Rapalini-, emprende su travesía desde Madrid hasta Punta Norte, donde irrumpe en la solitaria vida de Beto -Joaquín Furriel-, un guardafauna que descubre la conexión del niño con las orcas y lo ayuda para salir de su encierro. El director Gerardo Olivares - recorrió el mundo rodando documentales para televisión- muestra el choque de dos mundos opuestos a través de personajes que, a su manera, están encerrados en sus propias vidas y buscan la tranquilidad espiritual. Beto arrastra un pasado trágico mientras Lola escapa también de su ex marido y agota todas las posibilidades que aparecen en su camino para ayudar a su hijo. Todos están al borde de un acantilado, de un abismo que implica tomar decisiones y correr riesgos. La cámara de Olivares no escapa al registro documental y ofrece un relato en el que las soledades son interrumpidas ante nuevos desafíos que corren los protagonistas. La magnífica fotografía, las secuencias de caza de las orcas con lobos marinos, el faro ubicado en el fin del mundo, las tonalidades del agua y del cielo o el caballo blanco de Beto, forman parte de este melodrama familiar que, en determinados tramos, se paraliza dramáticamente para mostrar el entorno natural o los festejos lugareños. Sin embargo, tanto Furriel como Verdú, intérpretes de peso, logran sacar adelante este film sobre cetáceos que harán lo impensado para la vida de un niño incomunicado y con adultos que atraviesan una parálisis emocional.
Con mucho oficio, Michael Caine, Morgan Freeman y Alan Arkin, se colocan la película al hombro y hacen de las suyas en escenas logradas y con un robo que trae diversión, tensión y muchas sospechas. Llega esta comedia protagonizada por un trío de ancianos, una rareza dentro del Hollywood actual, que no es otra cosa que la remake del film homónimo de 1979, dirigido por Martin Brest. Un golpe con estilo trae a tres jubilados: Willie-Morgan Freeman-, Joe-Michael Caine- y Albert -Alan Arkin- que se convierten en víctimas de un sistema que los acorrala cuando les quitan el régimen de pensiones. De este modo, Willie que sueña con viajar y conocer a su nieta combatiendo una larga enfermedad; Joe que recibe una carta que le informa que le hipotecarán la casa y Albert, quien aún da clases particulares y mantiene un affaire con la empleada de un supermercado, ingresan en un círculo desesperante que los hará tomar medidas extremas: un robo audaz para derribar al banco que huyó con su dinero. El realizador pone el acento en el tono ingenuo, en la larga amistad entre los protagonistas que se reúnen a cenar siempre en el mismo restaurante y se burla también de los achaques de la edad y del tono crepuscular que tiene impregnado el relato. Pero como nunca es tarde, ahí está el juvenil trío de ancianos para hacer de las suyas, desde el robo de mercadería a un supermercado hasta la minuciosa planificación del atraco que pondrá sus vidas nuevamente en su lugar. Con mucho oficio y precisión, Caine, Freeman y Arkin, se colocan con comodidad la película al hombro y despiertan la sonrisa en escenas logradas, con un ingreso al banco que también trae tensión y sospechas. En su osada y riesgosa aventura los acompañan figuras de renombre como Ann-Margret, Christopher Lloyd -el inolvidable Dr. Emmett Brown de la saga Volver al futuro- con sus graciosas intervenciones ante la pérdida de la memoria, y también el reaparecido Matt Dillon, en el rol del policía que desconfía e investiga.
Con un personaje que parece salido del cine de terror de décadas pasadas, la película presenta un inquietante comienzo pero se desdibuja en medio de una trama repleta de locura, alucinaciones y muerte. La directora Stacey Title, que tuvo mejor suerte con La última cena, instala el terror alrededor de tres estudiantes universitarios que se mudan a una vieja casa y, sin quererlo, liberan a una criatura sobrenatural que persigue a quien descubre su nombre. Atada a un cine que inmortalizó décadas atrás a personajes como Jason, Michael Myers y el mismísimo Freddy Krueger, la película -convertida en una próxima saga- trae la figura de "Bye Bye Man" -Doug Jones-, un fantasma monstruoso con capucha, acompañado de una mascota terrorífica salida del infierno, que deambulará y enloquecerá a todo aquel que se anime a invocarlo. Con elementos del cine de terror y fantástico, la realizadora ofrece un comienzo inquietante ambientado en la década del sesenta, que se va borroneando y desdibujando con el correr de los minutos cuando los sobresaltos y el suspenso dejan lugar a una trama repleta de locura, alucinaciones, paranoia y muerte, narrada con puntos de vista confusos desde los mismos personajes para desorientar al espectador. De este modo, la escena de la biblioteca es la que mejor funciona, mientras que los flashbacks que van salpicando la trama, para unir pasado y presente, no resultan del todo eficaces. El trío protagónico de jóvenes poco convincentes está conformado por una parejita, encarnada por Douglas Smith yCressida Bonas, y un joven -Lucien Laviscount- que mira con buenos ojos a la novia de su mejor amigo, respaldados por Carrie-Anne Moss -Trinity de The Matrix- y una irreconocible Faye Dunaway, como la viuda que puede ayudar a resolver el misterio que se presenta. Posiblemente, la cosa hubiese funcionado mejor si la figura de "Bye Bye Man" hubiese sido el núcleo del relato, que deriva en otras situaciones y juegos que no aportan ni clima ni atmósfera a la trama central, entre el tablero "ouija", una casa fantasmal, toques de humor involuntarios y un mundo adulto que también corre peligro. "No lo pienses, no lo nombres, no lo mires": Habrá que hacerle caso al leit motiv del film.
Visualmente inspirado en "Blade Runner" y "The Matrix", el film basado en el manga de ciencia-ficción, impresiona desde lo estético pero resulta convencional. Scarlett Johansson es una robot con cuerpo artificial y cerebro humano que combate el crimen. Basada en el manga de ciencia ficción creado por Masamune Shirow, la nueva aventura del director Rupert Sanders -el mismo de Blancanieves y el cazador- se ambienta en un futuro distópico, en el que la tecnología y la humanidad se funden en una primer modelo de cyber que combate el crimen. Visualmente inspirada en Blade Runner, con rascacielos llenos de publicidades, neones y holografías en movimiento, y una cámara lenta que remite al cine de los hermanos Wachowski, La vigilante del futuro impresiona desde lo estético pero también resulta convencional en su desarrollo, plagado de diálogos sobre la crisis existencial que afronta Major, la robot con cuerpo artificial y cerebro humano que encarna Scarlett Johansson, capaz de volverse invisible y saltar desde lo alto de un edificio. Su "depredadora" figura recuerda a Lucy, el personaje que interpretó en el film de Luc Besson. Hay varias películas dentro de una que seguramente asaltarán la memoria del espectador cuando vean a esta protagonista de la Sección 9 en acción y enfrentando a un enemigo cuyo objetivo principal es anular los avances de Hanka Robotic en el campo de la ciber-tecnología. Entre acción sin pausas, persecuciones automovilísticas, regreso al hogar, un laboratorio y hackers de las mentes, la película permite ver a buenos intérpretes en roles menores: Juliette Binoche como la doctora que "arma" a Major; Takeshi Kitano, actor y director emblemático del cine japonés, acá nuevamente con arma en mano y desaprovechado, y Michael Pitt. La fuerza vita encerrada en un armazón, como sucedía en Robocop, es un tema recurrente de la ciencia-ficción y aparece plasmado aquí con un envoltorio atrapante y lujoso, pero no mucho más que eso.