Inquietante thriller con un fugitivo francés Una película de envolvente suspenso y con muy buena factura técnica es la que plasma el joven realizador francés Guillaume Canet. El film, ganador de cuatro premios César, genera en el espectador dudas desde el comienzo. Un matrimonio vive un idílico romance, interrumpido cuando Margot (Marie-Josée Croze) es salvajemente asesinada y su marido, el pediatra Alexandre Beck (Francois Cluzet), golpeado. Ocho años más tarde, mientras él conmemora el aniversario de la muerte de su mujer, aparecen dos cuerpos, el caso se reabre y la investigación policial lo apunta como principal sospechoso. La razón podrían ser los 200.000 euros de la póliza del seguro de vida. Pero todo es dudoso. La historia incrementa su misterio cuando el protagonista recibe un mail anónimo con un link a un video que sugiere que Margot está viva y un mensaje: “no se lo digas a nadie”. Con este planteo, el relato echa mano a todos los artilugios para despistar al espectador (aún el más atento pueda perderse entre las explicaciones) y acumula sospechosos con el correr de los minutos.Una hermana lesbiana (Kristin Scott Thomas) y su pareja; una fotógrafa; un padre que reconoce el cadáver de su hija; un ejército de asesinos despiadados y un poderoso (Jean Rochefort). Cualquiera es sospechoso pero la película sigue la pista del "falso culpable", al mejor estilo de un film de Hitchcock, con la estética y el vértigo que requiere un policial, en un presente en el que el pasado vuelve y golpea con fuerza. En ese sentido, este inquietante juego de suspenso está articulado a través de una serie de flashbacks y (demasiadas) explicaciones que se dan sobre el final para que el espectador entienda qué es lo que ha sucedido ocho años atrás. Hay que estar muy atento a los detalles y a las vueltas de tuerca. En el medio, el público disfrutará de una historia laberíntica cargada de excelentes composiciones (Francois Cluzet es un discípulo de Daniel Auteuil y perfecto en su rol), una banda sonora impactante (de M), disparos, escapes y persecuciones. Esta es una historia de amor, con el envoltorio de un thriller que se las trae.
Hijas de la separación ¿Vamos a estar juntas para las vacaciones? dispara una de las niñas que protagonizan este bello relato sobre la mirada que los chicos tienen del mundo adulto. Todas las preguntas son válidas y más si se trata de niñas que afrontan el divorcio de sus padres. Este es el comienzo del film que co-dirigen la francesa Hyppolyte Girardot y la japonesa Nubuhiro Suwa. Para las dos amigas que animan la trama, Yuki (Noe Sampy) y Nina (Arielle Moutel) las cosas no son sencillas. Yuki se entera que su madre planifica llevársela de París a Japón y separarla así de su entorno social y cultural. Por su parte, Nina se quedará sin su amiga. ¿Cómo recomponer la historia de (des)amor de sus padres?. Primero, una carta y después una fuga, parecen ser la solución ideal. La película esatá cargada de dudas, reclamos, sentido de pertenencia, choque de culturas y ofrece una mirada a través de una ventana que desdibuja y separa el mundo de los que supuestamente todo lo saben: los adultos. La película transcurre con emoción gracias a la mano segura de las realizadoras y de las pequeñas (¿pequeñas?) actrices que llevan adelante esta historia sobre juegos, escapes y escondidas en el bosque. Allí, donde el lobo no está. Para entrar en el mismo, el espectador deberá adecuarse a los tiempos y a la atmósfera oriental que ofrece la realización, alejada de ritmos frenéticos.
Sangre a borbotones Todo vuelve a empezar en esta segunda parte que comienza cuarenta y ocho horas después del final del film original. Sarah (Shauna MacDonald) despierta en un hospital luego de haber sobrevivido a una experiencia traumática en el corazón de la montaña. Ahora es empujada por el comisario Vaines (Gavan O´Herlihy) para regresar a la cueva, enfrentar sus miedos y encontrar al resto del grupo. Con cambio de timón, Jon Harris (montajista de la primera) se coloca detrás de cámara y entrega un producto que si bien pierde el impacto del anterior, se las arregla para mantener en vilo al espectador a lo largo de noventa minutos. Con la "reaparición" de un personaje, la película alterna inserts con imágenes ya vistas y pone a los personajes cara a cara con la oscuridad, la claustrofobia y con criaturas voraces. Sangre a borbotones, un chiste sobre los norteamericanos y el uso de las armas (que causa aquí el desastre); un grupo de rescate dividido y convertido en presa; recuerdos de infidelidad y un montaje vertiginoso que no da respiro, son los resortes narrativos de este film inglés sólo para fanáticos de situaciones extremas (taladro incluido). Todo queda listo para la tercera...
Entre la lucha y el esquematismo Año 1890. "No nos quieren escuchar, pero nos vamos a hacer oir" es una de las frases del grupo de obreras textiles que impulsan este relato de la española Laura Mañá, que se mueve entre dos mundos: uno de lujos y otro de lucha en medio de un contexto de cambios políticos y sociales. El despido de una empleada de la hilandería hace estallar el conflicto y el relato cuenta los acontecimientos que protagonizaron esas mujeres junto a la anarquista Virginia Bolten (Laura Novoa) y la estrella del canto lírico nacional Lucía Boldon (Esther Gortis)i, quienes se unieron para publicar La Voz de la Mujer, el primer periódico anarquista feminista de Latinoamérica. En ese marco, Lucía Boldon es una suerte de Camila, una mujer que enfrentó las convenciones de la época y se enamoró de Federico Pardo (Joaquín Furriel), el sobrino de un coronel, desafiando a un senador (Daniel Fanego, siempre correcto). Ni Dios ni patrón ni marido tiene un elenco interesante que nunca encuentra el punto emotivo exacto como consecuencia de diálogos forzados y frases hechas que atentan contra la credibilidad de la película. La recreación de época es correcta y la trama se mueve a tropezones erntre romances contrariados, carruajes, imprenta clandestina y La Bohemei. Los personajes como Genaro (Jorge Marrale) aparecen atrapados por el esquematismo de un film al que le faltan matices dramáticos.
No todo es color de rosa Los irreverentes Glenn Ficarra y John Requa, guionistas de la película Un santa no tan Santo, debutan en la dirección con este inspirado drama (que por momentos amenaza con convertirse en comedia o...¿es al revés?) supuestamente basado en hechos de la vida real. Una pareja despareja (desacertado título local sobre el original I love you Phillip Morris) cuenta los días de Steven Russell (Jim Carrey en otro rol dramático como en Man of the moon), un hombre casado que sufre un accidente y, al despertar, descubre que es homosexual (de chico veía nubes con forma de pene). Steven es mentiroso y está buscado por cometer fraude de seguros en Texas. El resultado: la cárcel donde conoce a Phillip Morris (Ewan Mc Gregor), un joven que cumple condena por no "devolver un auto alquilado" y de quien se enamora perdidamente. Russell logra escapar cuatro veces de prisión (de las maneras más absurdas) para luego reunirse con el hombre de su vida. Y todo vuelve a empezar. El relato pone el foco en el "renacer" y en el tema del "autodescubrimiento" que atraviesa el personaje central para subsistir entre el horror de la cárcel y el mundo lujoso de Florida ("Ser gay es realmente muy caro") al convertirse en un sospechoso asesor financiero. Su devoción por liberar a Phillip Morris y conseguir una vida perfecta lo lleva a plasmar una estafa detrás de otra. Una pareja despareja es un cóctel atípico y episódico de situaciones que terminan funcionando gracias al andamiaje de mentiras y simulacros (de muerte). Y, sobre todo, por las buenas actuaciones de la dupla protagónica. Jim Carrey tiene escenas fuertes y las sortea cómodamente; Ewan McGregor con su pelo rubio y su tono delicado aporta el tono justo sin excesos y, por último, Rodrigo Santoro (el villano de 300) que aparece en un rol breve pero convincente. El film entrega emoción y lágrimas en una trama en la que no todo es color de rosa.
Un periplo espiritual Frecuentemente, el cine aborda personajes con vidas rutinarias que desean dar un vuelco en sus vidas. Comer, rezar, amar no es la excepción y muestra el periplo espiritual que inicia Liz Gilbert (Julia Roberts) para lograr la felicidad. Con cierta similitud a Yo amo a Shirley Valentine en su planteo, el film cuenta con un elenco de lujo y una historia que apuesta todas sus fichas a la emoción. Y lo consigue más por la fuerza interpretativa de su elenco que por la historia en sí, una mezcla de manual de autoayuda con bellos paisajes, pensado para un público femenino que lo aceptará sin demasiadas vueltas. Este drama romántico de construcción casi episódica está basado en el libro de memorias de Elizabeth Gilbert y muestra la travesía que la protagonista emprende durante un año. En Italia conocerá el placer de la comida; en la India descubrirá la oración y, finalmente, conocerá la paz interior y a su verdadero amor en Bali. Julia Roberts es la actriz ideal para este tipo de papeles y aparece bien secundada por actores de peso como Bardem o Richard Jenkins. La excusa ideal para sacar el pañuelo, el tarro de miel y pasar la lengua por sus situaciones empalagosas. No mucho más que eso.
La dama regresa a un camino con espinas El director Juan José Jusid filmó en la provincia de San Luis este policial que trae nuevamente a Isabel Sarli a la pantalla grande y marca el debut de su hija, Isabelita Sarli. El film es un thriller que cruza las vidas de dos personajes: un asesino a sueldo (Luque) que está en conflicto con su trabajo y Gloria (Sarli), una diva de la pantalla grande que vuelve a su pueblo para saldar una deuda personal. Por una confusión, ambos se necesitarán más de lo pensado. La película tiene un inspirado clima de los policiales de Juan Carlos Desanzo y puede resultar anticuada, pero Jusid se las ingenia para contar una historia entretenida, cuyo ritmo se mantiene hasta el final. Mis días con Gloria mantiene el suspenso (a pesar de su presupuesto módico) y los asesinatos a sangre fría en una trama alimentada por un personaje siniestro. El mismo que busca su redención y es presionado por un policía corrupto (no convence el papel de "duro" de Nicolás Repetto) cuando se pierden cien mil dólares durante un "trabajito". Tambaleando entre el bien y el mal, con persecusiones automovilísticas bien resueltas, bellos parajes de la provincia puntana y una lograda iluminación, la película resalta los claroscuros de los personajes. Y también funciona como un homenaje a Isabel Sarli, un nostálgico juego del "cine dentro del cine". Ver a Gloria consumiendo drogas y recordando tiempos mejores frente a la pantalla de un televisor que destella fragmentos de sus trabajos, resulta fuerte y trae ecos de Gloria Swanson en Sunset Boulevard. Luis Luque es, lejos, lo de mejor de la propuesta, mientras que Sarli se muestra contenida por la dirección. Un policial para revivir momentos de Gloria.
La policía bajo la lupa Con el espíritu de denuncia y el sentido del humor que caracteriza su cine, Enrique Piñeyro se sumerge en un caso de gatillo fácil que culminó con la injusta condena de Fernando Ariel Carrera a treinta años de prisión. El Rati Horror Show es un documental que está alimentado por una investigación precisa, declaraciones e imágenes de archivo que dejarán con la boca abierta al espectador. El caso, conocido como la tragedia de Pompeya, involucra a civiles, personal policial y a un sisterma judicial que acomoda las piezas a su conveniencia. En ese sentido, Piñeyro se vale de tecnología en 3D para aclarar el confuso tiroteo que terminó con vidas inocentes y una condena injusta. En su película, comanda por él mismo, se vale de material de archivo, deja al descubierto plantación de pruebas y falsos testimonios que embarraron la cancha del caso que tuvo amplia difusión en los medios. El realizador, mezcla de Michael Moore y del detective Columbo, arma un personaje para su película y no se calla nada. Por el contrario, pone las pruebas de corrupción policial sobre la mesa, la misma donde se ejemplifica todo con un sistema de animación en 3D. El y su asistente se preocupan por erradicar la corrupción (como lo hiciera en Whisky Romeo Zulú y en Fuerza Aérea S.A.) y se mete con la policía (de ahí el término "rati" que da título a su nuevo trabajo). Todos los recursos son válidos para demostrar como se fraguó la causa de Fernando Ariel Carrera: desde cámaras ocultas, material de noticieros y hasta un archivo de Tato Bores explicando el funcionamiento de la jusdticia. Piñeyro entrega un trabajo impecable desde lo técnico y conoce perfectamente el lenguaje del cine, sin dejar de lado el entretenimiento.
Western urbano con robos y romances El ladrón de cajas fuertes Vergara Grey (Ricardo Darín) sale de la cárcel para rearmar su vida junto a su mujer y su hijo; mientras Angel (interpretado por Abel Ayala, de El polaquito), un joven presidiario, también queda libre y se cruza con una bailarina callejera. Sus caminos no tardarán en unirse para dar un nuevo golpe. Con este esquema argumental basado en la novela de Antonio Skármeta (El caretero), el director español Fernando Trueba asume esta co-producción con mezcla de acentos (el taxista cubano que se convierte en secretario de Vergara Grey) y ambientada en Santiago de Chile. Ni los díalogos ni la variedad de estilos por los que atraviesa el relato ayudan para que éste se haga creíble. Resulta poco probable el encuentro entre el muchacho que sale con ira de prisión y se termina enamorando de la bailarina callejera (muda). El film mezcla el drama romántico, el policial y el western urbano, en el que se dan cita hampones, crímenes carcelarios y un alguacil que tiene una deuda por un abuso del pasado. Todo junto en una pelicula que no seduce y que tiene un clima romántico forzado a pesar de sus bellas imágenes. Ricardo Darín aparece como desconcertado en un papel que no le sienta (roba pero se siente maravillado ante la presencia de la Cordillera) y se luce (aunque por momentos exagerado) Abel Ayala, quien imprime carisma a su personaje.
Un ilusionista del demonio! Concebido como un falso documental, el relato genera dudas en el espectador desprevenido y pone en juego los mismos recursos expresivos de títulos exitosos como El proyecto Blair Witch o la más reciente Actividad paranormal. Se sabe que el alumno aprende del maestro y eso es lo que hace Eli Roth (Tarantino presentó su película Hostel) al producir este film de un desconocido realizador alemán. El último exorcismo focaliza su historia en el reverendo Cotton Marcus (un convincente Patrick Fabian) quien expulsó en varias ocasiones los "demonios" de varios poseídos y ahora permite que su gran acto final sea registrado por un equipo de documentalistas. El fraude y la mentira serán grabados para mostrar los secretos de su comercio. Un fanático religioso, Louis Sweetzer, quiere que Marcus ayude a Nell, su hija adolescente. Sin embargo, la verdadera función está por comenzar. Entre fundamentalismo religioso, una granja siniestra, un hermano más malo que el mismo demonio y un padre rígido pero desconcertado, el protagonista debe hacer frente al verdadero horror. El relato se apoya constantemente en la cámara en mano para crear los climas que la historia necesita y no recurre a efectos digitales para sorprender al espectador. El film inquieta gracias al andamiaje narrativo que a estas alturas no es novedoso, pero sí efectivo, y a los tics de la joven adolescente, sus posturas retorcidas y atemorizantes, muy similares a las que décadas atrás hicieron famosa a Linda Blair.