La noticia es que finalmente DC hizo una muy buena película de uno de los personajes principales de su “trinidad” en lo que viene siendo un rocoso camino para construir su universo cinematográfico expandido. Gal Gadot como la princesa Diana de Themyscira fue lo mejor de la despareja “Batman v Superman: Dawn of Justice”, y ella es todavía mejor, encabezando su propia aventura en solitario. Luego de ver este film, nadie extrañará al encapotado y al hombre de acero. “Mujer Maravilla” no sólo mejora muchas de las deficiencias que encontramos a diario en películas de superhéroes, sino que también le imprime inteligencia, sentimiento y adrenalina en el mejor estilo del viejo Hollywood. Esta es una película pochoclera de las buenas, no importa el género. Y logra esta hazaña aunque se circunscribe a un tropo del género: la historia de origen, y afortunadamente le escapa al continuismo del DCEU, sin coyuntura “Mujer Maravilla” funciona perfecto. El film brilla en los detalles. Los chistes estilo Marvel están contenidos, resultando más graciosos en dosis menores, el romance tiene química: la belleza descomunal de la pareja protagonista hace combustión en pantalla, los ojos profundos y oscuros de Gadot y los adorables azules de Steve Trevor (Chris Pine) son una combinación potente, y las peleas tienen un in crescendo natural, de las patadas y piñas, a los sablazos de espada hasta llegar a la lucha de poderes sobrenaturales. Todo resulta orgánico y no forzado. Un tercer acto con algunos agujeros en la trama no hieren la sensación final de diversión e inspiración, no por nada la mujer maravilla es a 75 años de su creación, todavía un icono feminista global. La directora Patty Jenkins (“Monster” 2003) además de explotar ese costado con gracia y sutilezas, se da el lujo de crear en el proceso una película anti-bélica. La guerra se ve real, con vidas perdidas, miembros separados, campos devastados y huérfanos que nunca se reunirán con sus padres. Las escenas de acción de Diana son emocionantes precisamente porque están destinadas a detener la guerra, no a fomentarla; La idea de una semi-diosa usando el amor para luchar contra la guerra podría sonar inocente (una característica que hace más hermosa a Diana), pero Jenkins le imprime de suficiente carácter al concepto para que resulte sustancioso. Cuando Diana atraviesa la “tierra de nadie” para atacar una trinchera alemana, la icónica serie de televisión del 77 palidece en comparación, y sin embargo la diversión nunca socava el heroísmo, por el contrario lo exacerba de manera genuina, como lo hace el mejor entretenimiento. La Mujer Maravilla como idea es más grande que la suma de sus poderes. “Pelear no te hace un héroe” dice el guión, lo que decides hacer con el poder que posees es lo que te define. La película trata a un personaje clásico e inspirador para niñas, adolescentes y mujeres con la dignidad que merecía, por fin.
“Colossal” es una película de mediano presupuesto, extraña y original. Tres características casi imposibles de encontrar en el cine de Hollywood actual. Al menos la mitad de la diversión de “Colossal” está en la audacia de su concepto. La idea misma, es una hermosa locura. ¿En que otro film pueden mezclarse con tanto éxito, dos géneros de películas? la dramedia indie de bajo presupuesto y las películas de kaiju. Improbable. A medio camino en la historia el espectador puede experimentar el vértigo que sobreviene cuando realmente no se tiene idea hacia donde está yendo la historia. Esa sensación se mantiene hasta el satisfactorio final. Anne Hathaway es natural y real en su papel de Gloria, una borrachita, tan inteligente, como autodestructiva. Gloria es una periodista de una revista on-line que vive en la ciudad de Nueva York con su apuesto novio Tim (Dan Stevens). Suena como la vida perfecta, pero Gloria suele ser su propio enemigo. Tim le reclama que nunca está presente y le empaca las maletas. Gloria vuelve a la casa de sus padres en su ciudad natal, Mainland. A pocas horas de llegar se encuentra a su mejor amigo de la infancia Oscar (Jason Sudeikis). Hasta este momento, “Colossal” parece estar en el camino de convertirse en una cool, cómoda, y predecible comedia romántica indie sobre la dura, mordaz, y cínica mujer de ciudad que llega a su casa de pueblo chico con la cola entre sus piernas y se enamora del tipo sólido, leal, y buenazo. Pero no… Mientras Gloria trata de retomar el camino de su vida, un monstruo está haciendo apariciones periódicas en pleno Seúl. Lentamente, Gloria comienza a darse cuenta de que hay una conexión intensa y fuerte entre sus acciones y las del monstruo. Hay un poco de “Donnie Darko” en “Colossal”. El guionista y director Nacho Vigalondo (Cronocrímenes, Open Windows) traza la línea entre Gloria experimentando un colapso emocional, y el monstruo en Seúl, y el resultado es sorprendentemente convincente. Una vez que se establece la conexión Gloria-monstruo “Colossal” entra en modo metáfora y se convierte en la historia de una mujer que lucha contra los demonios de la adicción y el auto-odio, estirando su concepto barroco hasta donde puede, pero sin romperse nunca. Vigalondo subraya el egocentrismo moderno en la idea que “mis problemas son los problemas del mundo” hasta convertir la película en una parodia surreal. El film funciona bien tanto como narrativa superficial, como metáfora subtextual. Si King Kong representó el animal de la naturaleza salvaje que causa estragos en la civilización moderna, y Godzilla puede representar el miedo a la destrucción nuclear, ¿por qué un gigantesco monstruo CGI no puede ser una perfecta proyección de los dilemas de una joven actual?
Sexta “Alien” y todo es demasiado familiar. Dirigida al igual que su precuela inmediata Prometheus y la Alien original, por Ridley Scott, Covenant toca cada uno de los tropos del género que reinventó en 1979, reciclaje de la trama incluído. Tres secuelas, y ahora, dos precuelas, que ofrecen la misma cosa: los seres humanos se infectan, algunos mueren, y hay corridas por los pasillos. Agotador. A diferencia de Prometheus (2012), los ecos del ’79 abundan. Desde el score icónico de Jerry Goldsmith hasta, por supuesto, los estallidos de pecho (aunque en esta ocasión la “creatividad” de los guionistas hizo que algunos alien salgan por la espalda). Covenant es un viaje largo, plano, sin variantes ni sorpresas a pesar de sus sacudidas sangrientas. Aunque será de gran interés para los fans dedicados, parece poco probable que colonice nuevas audiencias. La película se siente menos como una secuela y más como una corrección tardía de Prometheus. La atmósfera pesadillesca y asustadiza está pero Covenant a menudo juega a lo seguro de una manera que Prometheus, con todos sus defectos, rara vez lo hizo. Establecido una década después de los eventos en Prometheus, la historia se centra en la tripulación de 15 miembros de la nave colonizadora Covenant, los pioneros son responsables de transportar a 2000 pasajeros al planeta Origae-6. Después de interceptar una señal de un planeta ignoto un grupo baja para investigar. Entre sus filas está el primer problema del film Katherine Waterston que interpreta a la insufrible Daniels. Años luz la separan de la Ripley de Sigourney Weaver, Daniels se pasa el primer acto de la película llorando a su novio, el segundo cometiendo errores de decisión (algo que comparte con el resto del equipo de científicos y soldados supuestamente inteligentes y entrenados) y el tercero simplemente aterrorizada al borde de la parálisis. En un film donde no podemos empatizar con los humanos, Michael Fassbender en un doble rol como robot, termina resultando lo más convincente. Las sorpresas que los guionistas John Logan y Dante Harper preparan hacia el final, se adivinan media hora antes que sucedan. Sólo los profundamente crédulos o cinematográficamente inexpertos no lo verán venir. La belleza biomecánica de H.R. Giger se abarata en Covenant, el “bicho” tiene mucho metraje (todo lo contrario del original) se lo muestra torpe, más animalito que alienígena y se ha sustituido el hombre disfrazado por un CGI genérico. Una secuela ridiculamente ilógica que se basa en la amenaza secundaria que siempre existió en el universo “Alien”. Supuestamente no es un monstruo sin ojos lo que tenemos que temer, sino a la tecnología creada por el hombre. Alien Covenant sufre por una galería de personajes tontos, opciones narrativas desconcertantes, las forzadas citas al original, y el hecho que el guión se hace preguntas que no sabe cómo responder.
La sensibilidad del extraño fue en parte una de las características que separó a Guardianes de la Galaxia (2014) del resto de películas/evento del universo cinematográfico de Marvel y de las películas de superhéroes en general. Guardianes ha encontrado -junto a Logan y Deadpool- una manera distinta de acercarse a un cine más preocupado por la taquilla que por el arte, pero sin perder corazón. Este Vol. 2, es un film que logra soportar un volumen excesivo de narración (incluso para los estándares de Marvel) sin colapsar bajo su propio peso. Vol. 2 se siente como una película de Marvel independiente de sus obligaciones episódicas. Todo lo bueno de Guardianes se lo debemos a James Gunn, ya desde la secuencia de créditos el tono de la película está planteado, al ritmo de “Mr. Blue Sky” de ELO. La pandilla espacial está en medio de un trabajo que los enfrenta a un pulpo interdimensional. Ese punto de partida los llevará a una serie de eventos que desembocan en la revelación del padre de Star Lord (Chris Pratt) como el mismísimo Ego (Kurt Russell). Gamora (Zoe Saldana), Rocket Raccoon (voz de Bradley Cooper), Mantis (Pom Klementieff), Baby Groot (voz de Vin Diesel), Yondu (Michael Rooker) y Nebula (Karen Gillan) todos tienen momentos para lucirse, pelear y mostrar su lado tierno, pero Drax (Dave Bautista) se roba el show, con los mejores destellos de humor en el guión. Bautista sigue el camino de otro luchador de catch devenido en actor/estrella de acción: The Rock. Afortunadamente, más alla del inevitable festival de CGI del tercer acto, al final la historia tiene una potente recompensa emocional. Vol. 2 apuesta a seguro, como todas las películas de Marvel, pero aquí todo parece más orgánico y la sensación que actores, guionistas y el director se están divirtiendo al filmar se traslada al espectador. El infaltable momento de cámara lenta ajustado a “The Chain” de Fleetwood Mac casi permite fingir que estamos viendo la película original de nuevo, rompiendo el paradigma que segundas partes nunca fueron buenas. Seguramente Vol. 2 va a ser la mejor ópera espacial que podremos ver en los cines hasta que Star Wars: Los últimos Jedi se estrene. La música es un personaje más del clan, y no sólo es un rejunte de viejos hits radiales, además está el hecho que artistas como Sweet, Sam Cooke y Cheap Trick se usen en una película de Marvel de la forma en que se usan, conectando de manera casi inocente con la simplicidad de la vida en la Tierra vista desde una galaxia grande y peligrosa. Ese recuerdo melancólico golpea más duro y mejor en este Vol. 2 que lo hecho hace tres años. “Brandy (You’re a Fine Girl)” de Looking Glass es reproducida y mencionada varias veces en Vol. 2, e incluso cuando Kurt Russell la enuncia dramáticamente, “mi amor, mi amante, mi mujer es el mar” la letra se convierte en un mantra conmovedor sobre este grupo de almas a la deriva que sólo pueden pertenecer al espacio infinito.
La última película de Olivier Assayas, un thriller profundo disfrazado de historia de fantasmas con una atrapante actuación de Kristen Stewart, es una pequeña obra maestra imposible de quitarse de encima que deja al espectador sorprendido, no por su revelaciones, sino por su compromiso con lo abstracto y los tópicos acerca del dolor, la soledad y la mayoría de edad. Stewart, que interpreta a una joven estadounidense que vive en París, transita y transmite notablemente la pérdida de su hermano gemelo mientras -aparentemente- se comunica con su espíritu, a la vez que hace malabarismos con las exigencias del guardarropas de su jefa/celebridad. Al igual que a Maureen (Stewart), la compradora personal del título, esta película nos obliga a llevar la intuición al análisis de los procedimientos. Muchos aspectos de la historia están abiertos, y exigen que el espectador sospeche su relevancia y significados. Otros aspectos, principalmente la historia de fantasmas que es el núcleo de la película, nos piden que canalicemos la surrealidad de la película para comprender la importancia de esta presencia sobrenatural en la vida de Maureen. En cuanto a los eventos narrativos, Personal Shopper es bastante sencilla, pero la película te desafia minuto a minuto. Es imposible abandonarla, aunque no siempre puedas identificar porqué. Si el camino de Maureen se dirige hacia la locura o la claridad es algo que finalmente desconocemos. En Personal Shopper, es sólo el viaje lo que importa. En este caso no para buscar entender, sino para experimentar un tipo de cambio más inquietante: uno que supone el cierre de etapas.
Al igual que otro anime llevado a la pantalla, Attack on Titan, Ghost in the Shell, está técnicamente adaptado de los manga originales, pero toma inspiración de la primera adaptación, la del anime (especialmente en algunas secuencias), mientras que también se basa en elementos de su secuela y spin-off de televisión. El núcleo de la historia será familiar para cualquiera que haya visto la película de 1995 de Mamoru Oshii. Aunque la historia ha sido despojada de toda complejidad y segundas lecturas. Es Hollywood. La Sección 9 es una división secreta del gobierno que investiga el delito cibernético y el terrorismo. La “Major” (Scarlett Johansson) es un cyborg, con un cerebro humano limpiado de memoria que controla un cuerpo completamente artificial, creado por Hanka Robotics. Takeshi Kitano (lo mejor del film), interpreta al jefe Daisuke Aramaki, que supervisa la unidad, que también incluye el fornido Batou (Pilou Asbæk, de Game of Thrones), Major y el equipo son llamados cuando un oscuro hacker conocido como Kuze (Michael Pitt) comienza a perseguir a los empleados de Hanka. Desafortunadamente Ghost in the Shell agiliza algunos de los elementos más impenetrables del original, haciendo más simplona la trama que por ende pierde sustancia. Los temas de privacidad, identidad, inmigración y terrorismo están ahí, pero sin el marco de importancia. El director Rupert Sanders (Blanca Nieves y el cazador) demuestra poco interés en el desarrollo de sus personajes y la paleta visual se limita al neon japonés que ya vimos en mil películas, llenando la pantalla de detalles que parecen más un distracción que una decisión estética. Las escenas de acción sufren de la misma falta de inventiva, todo en Ghost in the Shell es predecible y chato. El traje que lleva Johansson puede hacerla invisible, lo que es imposible no ver son las curvas que buscan emular al desnudo del anime. Johansson, que ya fue una alienígena con un rostro sin expresión en Under the Skin y una divertida genia mejorada genéticamente en Lucy, está perfecta aquí como un híbrido cibernético, eso si, sin los pathos del replicante visionario de Rutger Hauer en Blade Runner. En el terreno de las comparaciones, la mueca de Alicia Vikander en el exoesqueleto de Ex Machina persiste de una manera mucho mejor que la del personaje de Johansson. Los pronunciamientos de Major son planos y carentes de todo carisma y sólo Pitt maneja un tono de ansiado anhelo a pesar de las convencionales lineas del diálogo. El casting caucásico causó controversia antes del estreno por el “blanqueo” al que Hollywood nos tiene acostumbrados, algo que sólo cambiará el día que la industria pueda producir su propia estrella oriental (seguramente nacido en Estados Unidos), mientras tanto en sus películas los orientales son figuras decorativas que les proveen de la cuota exótica necesaria. Es Hollywood. Como tal, la película carece de un ancla emocional, y algunas de las revelaciones no se sienten como deberían. Todo lo que se siente es el deseo del estudio que este producto sea un éxito de taquilla. Ghost in the Shell sacrifica su calidad independiente y estatus de culto en un intento fallido de construir una franquicia. Otra más.
El ex-seminarista Martin Scorsese logra finalmente llevar a la pantalla un sueño de casi tres décadas, “Silencio”. Basada en la novela del mismo nombre de Shusaku Endo. Scorsese es uno de los grandes maestros vivos de la cinematografía que, unido a la duración, fotografía y tono de la película, podría llevar al espectador a confundir a “Silencio” con un obra importante. “Silencio” no es un film noble, es ingenuo. Para empezar sus interpretaciones fluctúan entre acartonadas y sobreactuadas. Los diálogos (los muchísimos diálogos) se sienten afectados, y el guión repleto de lugares comunes y one liners religiosos no ayuda. Por suerte casi todos los japoneses en el siglo XVI hablaban inglés. “Silencio” cuenta la historia del misionero jesuita Rodrigues (Andrew Garfield), que recibe noticias inquietantes sobre su mentor y padre espiritual Ferreira (Liam Neesson). A él y a su colega el Padre Garrpe (Adam Driver) se les comunica que Ferreira se ha vuelto apóstata. Capturado por los señores feudales durante una misión a Japón, Ferreira renunció a su fe y así salvó su vida, y la de muchos cristianos. Los jóvenes sacerdotes no creen la historia, y tienen la idea que justifica la realización de la película, ir a Japón y tratar de rescatarlo. Ellos creen que los rumores de apostasía son calumnias y que Ferreira está oculto o preso. Dos jóvenes armados con nada más que su convicción religiosa, que ni siquiera hablan japonés, van a un lugar donde pueden ser asesinados en cualquier momento y es allí cuando la película comienza a tomar posición ideológica lentamente al presentar la opresión de los cristianos como implacable y la idea de imponer una religión completamente foránea y que contradice la tradición japonesa como romántica. Gran parte del guión “Silencio” gira en torno a las implicaciones de esos renunciamientos, pero las discusiones nunca llegan a ser lo suficientemente sofisticadas – y ciertamente no son lo suficientemente variadas – para mantener un interés sostenido. Las autoridades sólo ofrecen una opción para escapar: pisar un icono religioso, un símbolo del rechazo implícito al cristianismo. Si pisar un símbolo sagrado equivale a perturbar la fé de una persona pero a la vez salva la vida de otros, el absolutismo moral del joven sacerdote comienza a parecer excesivo. ¿Un Dios misericordioso puede arrojar a los creyentes a las fauces del infierno sólo por cometer un acto inofensivo que les evitaría una muerte horrible? ¿Por qué alguien elegiría enfrentarse a las grotescas torturas -literalmente representadas en “Silencio”– si la apostasía no requiere nada más que poner el pie sobre la imagen de un santo? Ni Rodrigues ni el guión hacen nunca el razonamiento obvio ante los japoneses: “Si la tuya es la “verdadera” fe de Japón, ¿qué tienes que temer del cristianismo?” La trama elige quedarse sin responder preguntas aún más profundas o hacer un comentario acerca de como estas creencias primitivas (hoy instituciones religiosas) continúan arrasando la razón y la libertad. La tensión emocional de la película disminuye y no es sólo la culpa de la dirección de Scorsese y el guión (que co-escribió con Jay Cocks) que parece utilizar los diálogos para llenar los espacios en blanco, sino que es también es el producto de un casting oportunista. Garfield y Driver son dos buenos actores jóvenes de moda sin el pathos necesario para estos roles. “Silencio” tiene pretensiones de ser una gran película, seria y tan segura que ni soundtrack necesita. Sin embargo se siente como una película sobre dos formas rivales de dogmatismo en el que ninguna de las partes se da cuenta de que ambos pueden estar equivocados. Con un ritmo indisciplinado y sinuoso que carece de estructura, urgencia, suspenso y una absoluta falta de impulso narrativo. Es extraño, pero en todo caso “Silencio” podría ser una película sobre la duda espiritual que involuntariamente provoca la duda espiritual.
Al revisitar la historia de las primeras damas norteamericanas queda claro que Jacqueline Kennedy no es Eleanor Roosevelt. Jackie no empujó políticas, no caminó entre los necesitados, no visitó otros países como embajadora, y ciertamente no aconsejó a su marido en cuestiones de guerra. El papel de Jackie Kennedy se limitó al de los quehaceres domésticos, el cuidado de sus hijos – dos de los cuales murieron siendo bebés – y la redecoración de la Casa Blanca. Jackie, del director Pablo Larraín, es un atrapante y por momentos aterrador viaje a través de la psique de una mujer muy especial, que sirve como recordatorio que la figura de JFK y su veneración le debe mucho a la mujer detrás del mito y la tragedia. Jackie es una audaz biopic que comienza apenas una semana después de que John F. Kennedy fuese asesinado en Dallas. Aunque recibe a un periodista (Billy Crudup) en una de las residencias de Kennedy, la ex primera dama, Jacqueline Bouvier Kennedy (Natalie Portman), no tiene un hogar permanente. La entrevista del periodista es una excusa para regresar a escenas como la fiel recreación de la gira televisiva por la Casa Blanca en 1962 que Jackie dió para la CBS. Larraín lo imagina como una experiencia tensa para ella, llena de nerviosismo en la que tropieza con sus descripciones de antigüedades y se fuerza a sonreír. En la primera toma era Natalie Portman, a partir de ese momento, es casi imposible separar a Portman de la mujer que encarna, ya que cada uno de los enunciados tiene la dicción perfecta de la Jackie Kennedy que todos recordamos. Portman camina con el elegante andar de Jackie de brazos inmóviles con la misma cualidad mecánica y ensayada de la primera dama. Incluso dentro del marco estructural en el que se desarrolla la historia -el tropo de la entrevista- resulta totalmente revigorizada por la conversación, que va y viene con frases punzantes de juegos verbales entre el poder y verdad. La brillantez de la Jackie de Larraín -asistido por un guión ingenioso de Noah Oppenheim– es que presenta un biopic que realmente está interesado en la persona, y no sólo en lo que le sucedió. La variada inventiva visual de Larraín y el dominio de la estructura sirven como un recordatorio de cómo un director creativo puede desviarse de lo que de otro modo podría haber sido otra biopic convencional. En este sentido el tono de Jackie es difícil de identificar, la película es un funeral, casi literalmente, y la música se encarga de remarcarlo con solvencia. Más que ofrecer simplemente una mirada al “detrás de escena” de la historia, Larraín nos muestra la singularidad de una situación en la que la pérdida personal y el deber nacional chocaron tan violentamente, que no se puede separar un evento del otro. Ninguna persona razonable puede absorber una tragedia de esa magnitud, de manera natural, pero Jackie toma decisiones políticas astutas y se mantiene firme cuando otros piden cautela. El shock y la lucidez parecen ser respuestas contradictorias, pero Jackie hace que la dualidad parezca posible y asombrosamente heroica. Jackie es un retrato agudo y obsesivo de una mujer con una pena tan grande como el magnicidio. Después de ver esta película, tal vez se analice desde una nueva mirada a la mujer que se mantuvo compuesta por el bien de Estados Unidos, justo cuando parte del sueño americano se empezaba a desmoronar.
Podría haber sido una estafa. El tipo de engaño que Renton (Ewan McGregor) hubiese perpetrado en la película original de Danny Boyle en 1996. Pero T2 se hace cargo de su nostalgia y revive a sus personajes en una historia que se siente convincente y debido al pulso de su director, todavía vivaz. “Lo tienes, y luego lo pierdes, y se ha ido para siempre.” dice Sick Boy (Jonny Lee Miller), una sentencia que se podría aplicar a Boyle y su despareja filmografía, pero al parecer el director, nunca lo ha perdido del todo. Cada fotograma de esta película parece significar algo para él. Muy meta, y por momentos extrañamente conmovedora, T2 toma al espectador de las solapas, y lo cachetea hasta tener toda su atención, como si veinte años no fuesen nada. ¿Podrá hablarles a los millennials, con tanta facilidad como a la generación X? Y en todo caso cabe preguntarse que puede tomar aquella generación noventosa de esta historia, ya que la reflexión (explicitada con la nueva versión del “choose life” de Renton) no deja dudas, nos convertimos en lo que odiabamos. La película comienza, por supuesto, con Renton corriendo. Pero en una máquina de gimnasio. Un bobazo y el fin de su matrimonio lo arrastra de vuelta a casa, luego de veinte años en Amsterdam. En Escocia, Sick Boy es proxeneta de su novia Veronika (Anjela Nedyalkova), Francis “Franco” Begbie (Robert Carlyle) está tratando de escapar de la prisión, y Spud (Ewen Bremner) sigue siendo un junkie con el alma buena, luego de perder su trabajo y a su pareja. “Eres un turista de tu propia juventud”, le dice Sick Boy a Renton, después de una merecida golpiza. “¿Qué otros momentos estarás revisitando?” La película empieza así a mirarse el ombligo y el resultado es atrapante. Como en 1996, la dirección de Boyle es la estrella. Ocupado en la efervescencia de las imágenes enmarcadas por una banda de sonido fantástica (Young Fathers, High Contrast y un remix de “Lust for Life” por The Prodigy). Tal vez no sea la extrema pureza de la película original, pero conserva el golpe de una de esas pastillitas “uppers” que sólo pueden ser contrarrestadas por una “downer”. Con Renton en el centro, todo el mundo era un jugador importante en la historia, el alardeo y la inmortalidad, la forma en que todos nos sentimos cuando somos jóvenes. Con las derivaciones de lo que ocurrió veinte años después, Renton se convierte en una hoja en blanco, una silueta, el hombre gris que él siempre evitó ser. Entre sus muchas sorpresas, el film guarda lo mejor para el final. Empapado de neón, amenazante, divertido, desesperadamente triste, y visualmente siempre audaz. El espíritu de Trainspotting renace como una escabrosa y brutal comedia negra sobre la depresión masculina de los cuarentas y el miedo a la muerte. Tal vez sea necesario haber visto la primera película para sentirse, como los jóvenes aficionados de Harry Potter, que han crecido con sus protagonistas. Culpable de cierta auto-mitificación, pero con la misma energía punzante, y el mismo pesimismo desafiante, de hace dos décadas. Esta secuela fue un acto de valentía que salió demasiado bien. Y como en la saga “Before” de Linklater habrá que ver como sigue la historia de Trainspotting dentro de 10 o 20 años. Trainspotting, nunca fue sobre las drogas, la delincuencia, o la búsqueda desesperada de dinero fácil. Se trataba de la juventud, de la juventud en fuga constante. Escapando de los padres, de la sociedad, de la masificación y del conformismo. Veinte años después, con todas las esperanzas de escape diluidas, T2 es una mirada cínicamente real sobre la crisis de la mediana edad y la búsqueda de nuevas motivaciones que le den sentido a la existencia.
50 sombras de Grey, la saga de erotismo blando para -ciertas- audiencias femeninas, donde es difícil encontrar algo que despierte la líbido, presenta en esta segunda entrega, 50 sombras más oscuras una continuación temática con un agregado, los momentos de comedia involuntaria. La trama de 50 sombras más oscuras es bastante mundana, pero a diferencia de la primera película, al menos hay una trama. Centrada -como no podía ser de otra manera- en torno a la reunión de Ana (Dakota Johnson) y Christian (Jamie Dornan). Aquí veremos como la joven “independiente” que “ama trabajar” tiene sus reservas sobre ser verdaderamente sumisa, hasta que aparecen los regalos y el límite entre el control absoluto y la atención romántica se borran. A pesar de la “fuerte” determinación de Ana que una relación con Christian es mala para ella, se necesita apenas una conversación de 5 minutos antes de que se besen de nuevo. Entonces, minutos después de haber acordado “tomar la relación despacio”, ya están teniendo sexo. No pasa mucho tiempo antes de que Christian regrese a sus manías controladoras. No tanto porque está locamente enamorado de ella -al menos eso es lo que afirma- sino más bien porque es un psicópata acosador consumado. Es patéticamente gracioso que Ana escape llorando del acoso de su jefe (Eric Johnson) para caer en los brazos de Grey. Así durante la primera extenuante hora de metraje, con una subtrama que involucra a una ex-sumisa que quedó loca por Grey. Si esto ya suena a telenovela, esperen al tercer acto… El último tercio de la película desciende directamente a una combinación de la serie “Dinastía” con diálogos de Pol-Ka. ¡El helicóptero de Grey se estrella, y él parece ileso, no se explica cómo! ¡Cachetazos! ¡Copas de vino arrojadas a los rostros! Todos los ingredientes de un clásico camp de culto instantáneo. Sólo faltaría un poster enmarcado de “La Crónicas de Riddick”, esperen… lo hay! En todo caso la película resulta fiel a su gimmick, a medida que avanza y te dá la sensación que no va a terminar nunca, comienzas a entender lo que debe sentirse al ser castigado por un sádico. Esta es una mala película, por momentos inmirable, pero eso no importa mucho. Cincuenta sombras más oscuras se produjo con una audiencia en mente y a los productores no les importa si alguien fuera de ese grupo ve o disfruta este resultado. Confundiendo el melodrama con madurez, esta secuela dolorosamente soporífera, estética, artística y conceptualmente abyecta, es demasiado tonta para ser sexy y de alguna manera termina siendo aún menos tentadora y excitante que el tedio original. La falta de química entre los protagonistas, la falta de talento en la realización cinematográfica, la falta de una historia plausible, nada importa. Lo único que importa es perpetuar a escala global la fantasía que la gente cambia por amor.