egundo opus de Ezequiel Inzaghi, "El jardín de la clase media", es un vetusto manual de cine declamatorio que puede terminar rescatándose como un homenaje al cine de Emilio Vieyra. Principios del cine Siglo XXI. Mientras el país se derrumbaba estructuralmente, en el cine se desarrollaron dos vertientes diferenciadas que enmarcaban el clima en el que estábamos viviendo. El incipiente Nuevo Cine Argentino, con una generación joven que ponía el foco en los marginados y los “no mirados”, retratando la vida al límite; por un lado. También surgió algo que podríamos llamar cine del “Que se vayan todos”, demostrando el malestar general por las instituciones, con esa frase que se repetía por todos lados como emblema. Mayoritariamente directores no tan jóvenes, y un marcado tono declamatorio que hacía recordar a los policiales de otras épocas, para montar historias en las que la corrupción y los juegos sucios del poder manchaban todo. “Donde toco sale pus”, dijo Néstor Kirchner cuando asumió en 2003. De eso hablaba el cine del “Que se vayan todos”; que tuvo como coronación y final con "Cargo de conciencia", el último trabajo de Emilio Vieyra estrenado allá por 2005, con un elenco multiestelar ochentoso, y un tono general tanto en el relato como en lo técnico que abrazaba décadas, por lo menos, veinte años anteriores. ¿Clima de época? En momentos en los que nuevamente la clase política y las instituciones están gravemente cuestionadas, con el Poder Judicial metiendo cuchara, se estrena "El jardín de la clase media", un hijo, una escapada, de aquel cine del “Que se vayan todos”. Ezequiel Inzaghi había debutado en el cine en 2012, codirigiendo junto a Enrique Liporace, "La cama", una comedia que hacía gala de una supuesta mirada crítica hacia el ser argentino, con personajes que se la rebuscaban, y se inventan algo para vivir sin aportar. Era fácil leer algo de los mal llamados planeros en aquella. Seis años después recargó las tintas y vuelve sobre la cuestiones sociales, alejándose de los barrios trabajadores, y observando a la clase política y el ámbito en el que se mueve; una clase alta, o acomodada, que vive de galas y negociados turbios. Adaptando la novela homónima, publicada en 2004, de Julio Pirrera Quiroga; "El jardín de la clase media" es casi un film coral, o uno que presenta un mismo hecho central (de corrupción), pero desde sus diferentes aristas, intervinientes y afectados. Es año electoral, y los movimientos y jugadas están a la orden del día. Ernesto Lafuente (Jorge Martínez) es el Presidente de la Nación, y dentro de su partido hay mucho ruido. La intención es catapultar la carrera del joven Claudio Sayago (Luciano Cáceres), pero se hará en detrimento de la del longevo Antonio Gallaretto (Enrique Liporace). Hay que disputarse las bancas. Lafuente tiene su operadora política, Beatriz Santaclara (Leonor Manso), acostumbrada a mover los hilos desde las sombras, será ella la encargada de armar todo el operativo, y de dejar limpia la imagen de su jefe. Esto llevará a un enfrentamiento, simil guerra fría, entre Gallaretto y Santaclara, ninguno limpio; cada uno con su bando y sus figuras. Hay prostitutas, narcotráfico, policías corruptos, muertes, tramoyas varias, negocios muy turbios, y todo bajo el manto sagrado de la política. En el medio, Silvina Campas (Eugenia Tobal), médica, esposa de Sayago, la figura noble e impoluta, que se verá involucrada cuando quieran ensuciar a su pareja y literalmente le arrojen un cadáver en el jardín de su casa. Investigación que recaerá en la figura del fiscal Carlos Fernández (Esteban Meloni). Fundamentalmente son Gallaretto y Campas los que mueven el relato, o muestran sus ópticas, con Santaclara metiendo su ácida y pérfida cuchara. Pero en el film abundan los personajes de todo tipo. Todos con su frases típicas para enmarcar los diferentes momentos, o mensajes, de la película. El entramado intenta ser complejo, se enreda; obviamente, le sobran personajes, y lo que podríamos esperar, maneja un didactismo sobre la conducción política y el detrás de escena, para dar por seguro todo lo que el vulgo más imaginativo puede pensar. Todo lo que una mente conspirativa informada por titulares y zócalos puede elucubrar, sucede en "El jardín de la clase media", adornado con frases sobre explicativas, declamatorias, y ultra subrayadas para que no queden dudas de lo turbio. Los baches narrativos abundan, el elenco de probado talento naufraga con personajes y diálogos imposibles; hay increíbles errores temporales y una inverosimilitud reinante por pura acumulación. La frutilla del postre son determinadas escenas en las que nos será imposible no reírnos, aunque no haya nada de comedia como un extraño homenaje a "La masacre de Texas", o un extrañísimo partido de truco). Con todo, Inzaghi hizo un homenaje al cine policial de Emilio Vieyra, con cargado mensaje político, exagerado, conservador y reaccionario. Claramente es un cine que atrasa, como también es cierto que sus seguidores no faltan, quizás no tanto por emparentarse ideológicamente, sino como objeto de culto dentro del ya celebérrimo consumo irónico. Acá la tienen, "El jardín de la clase media"parece un film hecho justo a su medida.
La segunda película de Dan Fogelman como director, "La vida misma", es un melodrama coral tan sobrecargado que termina por agobiar al espectador. Dan Fogelman se hizo un nombre dentro de la industria de Hollywood. Como guionista, varias películas de Disney ("Enredados" y "Bolt") y Pixar ("Cars" y su secuela), tienen su firma. "Loco y estúpido amor", clásico instantáneo de la comedia romántica actual, también tiene guion suyo. Lo mismo para "Last Vegas", que sin ser una gran película, es de lo mejorcito de ese fatídico género de ancianos comportándose como jóvenes ridículos. También es conocido en la televisión por la popular "This is Us", con la que terminó por posicionarse como guionista de oro. Sin embargo, a la hora de dirigir, pareciera no tener el mejor tino para encarar proyector. "Danny Collins", su ópera prima, es una de las peores películas que encaró el actual Al Pacino de capa caída. Ahora, en su segundo trabajo, "La vida misma", lejos de mejorar el promedio, lo tira para abajo. "La vida misma" sigue la mecánica que hizo popular Robert Altman, y estandarizó excelentemente Richard Curtis en "Realmente amor". Pero aparte de ellos dos, son pocos los que han tenido fortuna a la hora de presentar un drama, o comedia dramática coral, empezando por el último Garry Marshall, y terminando con este Fogelman. Una historia que va y viene en el tiempo, con distintas generaciones, de un continente a otro, que se linkean apenas lo suficiente para tener ilación, y se ramifican hacia todos los costados. Este juego es una tentación para perderse en dar consejos de vida y autoayuda, poner a los personajes a arrojar máximas y hacerlos vivir situaciones edificantes; y Fogelman cede demasiado rápido y profundo. Marisa Tomei decía en "Sólo Tu", que el destino está escrito en las estrellas, como una forma poética de decir que el destino ya está escrito y que siempre nos alcanzará. Claro, en aquel film romántico, era un postulado para luego ser desmentido y querer demostrar que en verdad el destino, o el amor, es inesperado, y hay que salir a buscarlo. Por el contrario, "La vida misma" se toma la cosa del destino muy en serio, y jugando al efecto mariposa de un modo obvio, hará que los hechos de uno, repercutan en otras historias, a lo largo del tiempo, como una larga cadena de buena fe. El relato en off de Samuel L. Jackson guía, al principio nos engaña, pero no, los protagonistas o epicentro son Olivia Wilde y Oscar Isaac, o Abby y Will; una pareja prototípica que cumple el sueño de todo normado. Se conocen estando en la universidad, y de ahí la relación irá quemando todas las etapas, la convivencia, el matrimonio y la proyección de la familia; pero no, hay que empezar con los dramas. Esta parejita será el disparador para todo lo demás, componiendo un total de cinco episodios intercalados. Quizás, cada uno de estos cinco, presentados de forma individual, hubiesen servido de base para capítulos de "Alta Comedia" o "Teatro como la vida", o "La comedia de Darío Vittori"; todas cosas que veinte o más años atrás funcionaban, en otro contexto, en otro formato, que no es para nada, lo que propone Dan Fogelman. A Isaac y Wilde (Jackson es sólo voz en un off y una pequeña aparición), se le suman Antonio Banderas (porque la historia va de Nueva York a España), Olivia Cooke, Laia Costa, Annette Bening, Mandy Patinkin, Jane Smart, y Sergio Peris Mencheta, entre otros; todos actores de peso y renombre que Fogelman trata de conducir de modo correcto, aunque apenas lo logra, en medio de un guion de vuelo muy bajo. La idea pudo resultar simpática, de haber sido tomada a la ligera, pero no, el tono edificante, y la permanente búsqueda de verosimilitud, es lo que termina por arruinarlo todo. Desde el guion, Fogelman se encargó de darle forma a un proyecto que hace años rondaba por Hollywood, y al que nadie se la animaba por su megalomanía, pero que parecía un número puesto de éxito. Como prueba de que el destino no es tan certero, lo que en la previa parecía que no podía fallar, plasmado como película se estanca y no despega de su pantanosa moralina. "La vida misma" está tan empecinada en arrojar consejos, en hacernos ver que nuestros actos tienen consecuencias, y en marcarnos cómo debemos actuar frente a determinados hechos, que se olvida de construir una narración sólida y de interés. Abunda el melodrama, el golpe bajo, la moralina, y el inverosímil comportamiento biempensante. Escasea la frescura y la naturalidad. Quizás, más cercano a "La vida misma" sea aquel film dirigido por Chaz Palminteri, "Noel". Pero aún aquel, con sus escasas intenciones, conseguía un relato coral más simple y entretenido. Fogelman tenía en sus manos algo enorme y se empalaga, comienza a arrojar consejos y lugares comunes, a forzarnos el llanto o la emoción. En el medio, se olvida que todo lo que debía hacer era construir una película para esta época navideña de buenas, pero sobre todo, pasatistas intenciones. "La vida misma" es tan pasatista en estas fiestas como una nuez tragada entera con cáscara y todo; indigerible.
Nueva adaptación de la clásica historia del arquero inglés, "Robin Hood" de Otto Bathurst, se queda a mitad de camino entre los anacronismos y una falta de inventiva interesante que la llevan al peligroso terreno del aburrimiento. La mayor defensa ante el llamado cine pochoclero suele ser que es un cine para divertir, para entretener. Una especie de freno para no pedirle más que eso. Basándonos en esto, cuando una película no llega a lograr el parámetro de “ser entretenimiento” ¿qué sucede? "Robin Hood" es una de las historias con mayor cantidad de adaptaciones y aproximaciones en el mundo del cine. Proveniente de una leyenda folclórica inglesa, tiene varias adaptaciones en la literatura, de diferentes autores, pero en sí, es una historia anónima. Para los más jóvenes, o lo de mediana edad, la referencia cinematográfica será la versión de Kevin Reynolds con Kevin Costner; o la más sombría y “realista” de Ridley Scott con Russell Crowe. Para los amantes del cine clásico, Errol Flynn es inigualable. Las hay animadas de Disney, televisivas, en versiones femeninas con Keira Knightley como “la hija de”, y hasta algunas que vaya uno a saber por qué, le cambian los nombres y datos para hablar de lo mismo. Finalmente, está la genial parodia de Mel Brooks “Las locas aventuras de Robin Hood”. Las expectativas frente a una propuesta que apunta a contar con anacronismos modernos la historia del príncipe de los ladrones, eran: “sino resulta atractiva como aventura, quizás divierta como comedia ¿involuntaria?” No, "Robin Hood" (2018) decepciona hasta a los amantes del consumo irónico. Robin de Loxley en la joven piel de Taron Egerton, es un noble que vive una vida tranquila junto a su enamorada Marian (Eve Hewson). Pero de un día para el otro la taba se le da vuelta y todo comienza a salirle torcido. Es enviado a la guerra de Las Cruzadas (expuestas como si fue la actual Guerra de Afganistan), y al regresar hay un complot en su contra a costa de la codicia del Sheriff de Nottingham (Ben Mendelsohn), que lo lleva a quedarse sin nada. Hasta Marian, que prometió esperarlo, parece que la mató la ansiedad y se fue con otro. Ah sí, dijeron que estaba muerto. Robin planea una venganza que incluye devolverle al pueblo todo lo robado por la tiranía reinante, y acabar con el complot en su contra. Para eso, se encapucha de un modo que parece Sub Zero Ninja de Mortal Kombat, o algún protagonista de Assasins Creed, oculta su identidad, y les desbarata todo las fechorías en nombre de la justicia. Hasta el buenazo de Juan (Jamie Foxx) ahora es un maestro y posterior secuáz al estilo Robin (de Batman, no Loxley). Lo primero que vemos en "Robin Hood" (2018) es una animación (bastante precaria, ciertamente) de un libro antiguo abriéndose como para contarnos una leyenda. Si eso no nos hizo huir de la sala, prepárense porque lo que sigue es una transformación de la historia que parece mezclar lo que ya conocemos popularmente de "Robin Hood" con "El Conde de Montecristo", y la más ramplona historia de superhéroes. Hay cámara slow motion, luego aceleraciones, vueltas y volteretas, un lenguaje canchero, vestuario indefinido, y una supuesta imaginaria puesta en el armamento (¡bazookas y metralletas de flechas!), para el enganche de un público joven… entendiendo por público joven el menos exigente y el más conformista. Digamos que no es la primera vez que se plantea narrar una historia de aventuras clásica con anacronismos temporales. Las hay de a montones, y más en los últimos tiempos. "Rey Arturo", y dos "Los tres Mosqueteros" diferentes, son las más recordadas. Las hay de las que salen bien (como "Corazón de Caballero"), y de las otras, como la gran mayoría. Existirá algún multiverso en el que todos estos personajes convivan en extraña armonía. El problema con "Robin Hood" (2018) es que cuando uno, a los pocos minutos, resigna sus esperanzas de ver algo atractivo narrativamente, le queda la chance de divertirse con algo liviano para pasar el tiempo y reírse un rato. Pero no, dura 116 minutos, y pareciera que durara aún más, mucho más. Hay chispa en los diálogos, no hay humor (ni voluntario, ni involuntario), no hay personajes atractivos, ni conexión alguna entre los personajes. A lo sumo, nos causará risa lo precario de algunos FX expuestos como si fuesen grandes presentaciones visuales. Taron Egerton está permanentemente en otra película, probablemente en alguna tira juvenil. Jamie Foxx es el ingrediente “apiádense, sáquenme de aquí” de la película. Ben Mendelsohn es exagerado, pero ni siquiera caricaturesco. Mejor ni hablar de Eve Hewson. Tres guionistas tiene esta entrega de Robin Hood, y un director novel en la pantalla grande. Entre baches, ideas ridículas no graciosas, y personajes y actores anodinos; ni siquiera es una propuesta que se haga odiar, es directamente algo para el olvido fugaz.
Las bajas pretensiones le juegan a favor a "Familia al instante", comedia dramática familiar de Sean Anders, con Rose Byrne y Mark Wahlberg, sobre un matrimonio atravesando el difícil proceso de adopción. En momentos en los que una nueva ley de adopción se encuentra en debate social y en cámaras legislativas del país, una película como Familia al instante adquiere un valor extra. Basada en una historia real, que puede ser universal, su historia es simple, vivir desde adentro el proceso de adopción, cuando es múltiple y no son bebés. Ellie (Rose Byrne) y Pete (Mark Wahlberg) son un matrimonio de un pasar tranquilo, si bien no son de clase alta; por ejemplo, juegan al golf, y viven bien, aunque evidencian algunos comentarios sobre la crisis actual del país. No pareciera faltarles nada, se quieren y tienen algo sólido. Nada, excepto hijos. Ante una broma de Pete, Ellie es la primera en entusiasmarse con la idea de adoptar. Pete, primero se niega, luego la sigue, y en la charla informativa es quien más se entusiasma. "Familia al instante" sigue el paso a paso de los trámites que deberá dar una familia en el plan de adopción; claro que algo apresurados, los tiempos del cine no son los de la vida real. Ya en el hogar refugio, Pete y Ellie terminan escogiendo un desafío mayor, serán el hogar temporario de una adolescente que los conquista con su indiferencia, Lizzy (Isabela Moner); la cual viene con sorpresa. Tiene dos hermanos menores, Juan (Gustavo Quiroz), y Litta (Julianna Gamiz). De un momento al otro, Pete y Ellie pasaran a ser los guardas tutores de estos tres hermanos de ascendencia latina con una historia detrás. A Sean Anders le sientan bien las historias de familia, más allá de algunos títulos poco alentadores como "Sex Drive" y "Quiero matar a mi jefe 2"; logró sus mejores momentos con "Guerra de papás" y su secuela, y "That’s My Boy" (esta más zafada, aunque también atravesada por la familia). Familia al instante es su mejor película hasta el momento. El guion del propio Anders con John Morris no recurre a los muchos escapes ligeros que pudo tomar. Por el contrario, mantiene siempre su línea límite entre la comedia y el drama, sin volcarse hacia la parodia, ni hacia el exagerado golpe bajo. Para todo aquel que haya atravesado por una situación similar – adopción de chicos mayores – notará que "Familia al instante" juega la mejor carta, la de la sinceridad. Si bien no será una propuesta que arranque enormes carcajadas, ni se refugie en hacernos llorar a mares; logra que la veamos siempre con una sonrisa, que lancemos alguna risa natural; y que, en su justa medida y sin forzar las situaciones, lagrimeemos lindo. Sus casi dos horas de duración pasan volando. Con "Un simple giro del destino" y "Corazones rasgados" como antecedentes similares, "Familia al instante" es menos forzada que la de Steve Martin, y menos melodramática que la Jessica Lenge y Hale Berry. Pete y Ellie deben aprender a adaptarse a hacer padres de chicos que ya están formados, que tienen su forma de ser. Si nadie nace con un manual de padre bajo el brazo, menos aún si los chicos ya llegan parcialmente criados. De las situaciones de paz, pasan al caos, al conflicto, a sentirse sobrepasados, pero siempre con la esperanza de la luz sobre el final. Lizzy, Juan y Litta tienen sus mañas, sus problemas, en especial Lizzy (se hace hincapié principal en la relación Lizzy y Ellie); y tienen una coraza frente a mayores daños, y el deseo de regresar con su madre biológica por más que esta sea lo que sea. No son en ningún momento niños exageradamente problemáticos por necesidad del guion, o con ocurrencias inverosímiles; todo está sujeto a lo factible. Quererlos no será complicado. Rose Byrne y Mark Wahlberg ya se probaron en la comedia y son muy eficaces, ambos son adorables, y entre ellos hay muy buena química natural. Nuevamente, lo que sucede entre ellos tampoco pareciera forzado, sus reacciones, tanto de amor y cariño, como de desesperación y hasta rechazo, son comprensibles y creíbles. Otro acierto son los personajes secundarios, Octavia Spencer, Tig Notaro, Margo Martindale, Julie Hagerty, y hasta una llamativa participación de la maravillosa Joan Cusack, refuerzan la propuesta. Hay situaciones idílicas, algunas simplificadas (aunque no se ahorra alguna crítica al sistema), y algunos hechos que caen en el momento justo para que el cause sea el correcto. Nada que alarme y no nos encontremos hasta en el mejor de las dramas y la más efectiva comedia. "Familia al instante" no se propone más que contar una buena historia que, más allá de estar inspirada, se siente real. Hay algún mensaje remarcado, y hasta puede que alguna bajada de línea, siempre correcta y puesta de un modo convincente. Con vuelo bajo, pero nobles intenciones, Familia al instante se gana un lugar cómodo dentro de las ofertas de cine familiar. Vale la pena ir por ella.
De la mano del director de "The Boy", Charles William Macneill, "El asesinato de la familia Borden" es una fría aproximación a uno de los sucesos criminales más famosos de la historia estadounidense. Así como nuestra (es uruguaya pero la queremos como nuestra) Natalia Oreiro soñó con interpretar a la estrella de la bailanta Gilda, y pugnó hasta conseguirlo. Chloe Sevigny hacía años que tenía un personaje en mente al que ponerle el cuerpo, la famosa asesina Lizzie Borden. Luchó por hacerse con los derechos, por encarar la producción, hasta pensó alguna vez en autodirigirse, y finalmente lo logró. Chole Sevigny es Lizzie Borden en la pantalla. ¿Pero quién es Lizzie Borden? Para los que buscan referencias en todo, es la figura femenina que aparece en el jurado que enjuicia a Homero Simpson cuando termina comiéndose la tentadora rosquilla que le consiguió Flanders Satanás. Lizzie es conocida popularmente como la asesina del hacha. El 4 de agosto de 1892, presuntamente, aunque nunca fue condenada, asesinó a su padre y a su madrastra, empuñando el arma de marras de un modo frío y calculador. Tan frío como el resultado de El asesinato de la familia Borden. Craig William MacNeill tiene como único antecedente en el cine, The Boy. No, no la del muñeco que aparentemente cobra vida. Un thriller (muy) dramático, independiente, sobre un niño que crece en un pueblo rural, salvaje, y expresa conductas que revelan un costado muy oscuro. En su segunda película como director, MacNeill vuelve a hacer gala de un modo narrativo que decide inclinarse más por el drama que por la vertiente de género que insinúa la premisa; aunque de un modo menos críptico, y con menos sublecturas que en su ópera prima. En realidad, "El asesinato de la familia Borden" nos habla más de la represión, del querer y no poder, de la sangre contenida; más que de la sangre derramada. Como si se tratase de un capítulo largo de Mujeres asesinas; el film comienza exponiéndonos el crimen. Ya sabemos cuál es el resultado, y a raíz de las imágenes, podemos hacernos una idea por dónde vendrá la mano, olvídense de algo realmente jugado. Tal cual sucedía en el unitario de Pol-Ka, iremos conociendo varios aspectos de la vida de Lizzie Borden, haciendo foco en lo emocional, específicamente en la relación que esta entabla con Bridget (Kristen Stewart), la empleada doméstica con la que creará un potente lazo. Los Borden son una familia respetada, de alto nivel, y Lizzie, por supuesto, es la oveja negra. Es incomprendida, y mantiene una conflictiva relación con su padre Andrew (Jamey Sheridan), y mejor ni hablar de Abby, la madrastra (Fiona Shaw). Bridget es el único refugio, aunque ni siquiera eso es bien visto. En el guion de la debutante Bryce Kass, Lizzie es una mujer de avanzada, progresista, que busca liberarse de las ataduras para vivir una vida como quiere, pero sufre constantemente las consecuencias de la represión. El crimen será visto como el único escape. Todo nos lleva a sentir empatía por Lizzie y a comprender el por qué de los hechos cometidos. Nuevamente, similar a lo que sucedía en la serie argentina. Ya existen otras adaptaciones de la historia de Borden, como la reciente miniserie con Christina Ricci, que por una cuestión de extensión permitió un mejor desarrollo de las aristas del personaje. "El asesinato de la familia Borden" peca de un tratamiento demasiado solemne para un personaje supuestamente apasionado que vivía bajo las reglas de la represión. Como si el mismo MacNeill se impusiese esas reglas, el film discurre con una lentitud y una tranquilidad que no le permiten elevarse más allá del drama de época que cae en la trampa de escandalizarse por las mismos elementos sobre los que proclama liberación. En el elenco, Chole Sevigny, por supuesto, brilla, aunque ya la hemos visto componer roles similares a este. Una actriz adorada por el cine indie estadounidense, especialista en personajes parcos, de expresiones mínimas, de gran pesadumbres; todo lo que es Lizzie Borden. Kristen Stewart se ubica por debajo de Sevigny, aunque supera la media de sus criticadas composiciones habituales. La química entre ellas no es la más lograda, pero cumple. Del resto del elenco, Fiona Shaw impone su talento; aunque ninguna adquiere la dimensión necesaria en el guion. Charles William MacNeill logra en "El asesinato de la familia Borden" una propuesta correcta, elegante, refinada, de tonos opacos, y composiciones adustas. Pero sin el riesgo, la vena, y sobre todo, la pasión y pulsión que el hecho merecía. Es correcta, demasiado correcta.
Mónica Lairana debuta como directora en largometraje con "La cama", un drama sutil que expone de manera brillante el transcurrir de una pareja antes de darle final al vínculo. Mónica Lairana quizás sea de esos rostros que el público popular tiene muy presente, aunque su nombre no ocupe los grandes titulares. Fue la esposa del martirizado empleado de carnicería de Joaquín Furriel en la maravillosa "El patrón". También se lución con grandes roles en "Marea Baja" y "Los del suelo", entre muchísimas otras. Una actriz muy expresiva, que ahora se ubica detrás de cámara, para su ópera prima en el largometraje, luego de los celebrados cortos "Rosa" y "María". La misma expresividad y sensibilidad absoluta que Lairana logró siempre como actriz, es la que encontramos en "La cama", una película intimista, delicada, y potente. Jorge y Mabel rondan los 60 años, son un matrimonio que debe mudarse. Hay un detalle, al finalizar esa mudanza, finalizará el vínculo que los une, es el divorcio. "La cama" nos muestra la relación entre estos dos personajes, y una casa, ya vendida, que se transfigura como el núcleo de lo que aún los mantiene juntos bajo un mismo techo; aunque no por mucho más tiempo. Son los últimos instantes que pasarán juntos. Ya está todo embalado, finiquitado. También expresa esas horas agónicas, en las que ambos tratarán de aferrarse a lo que pueden para mantener, aunque sea un rato más, el vínculo. No hay dudas, la separación es un hecho. No es cuestión de decidir si se van a separar, o se replantearán dar marcha atrás. "La cama" no es una comedia romántica, ni siquiera llega a ser un drama romántico, por lo menos no uno puro o tradicional. Es un drama sobre una pareja, sobre un lazo, y la dificultad de darle cuerpo y presencia a la decisión que ya está tomada. Son dos personajes, y una casa que se transforma en el tercero. Pero "La cama" no es una obra de teatro, es profundamente cinematográfica, gracias a la gran labor de su realizadora. Cada ambiente es vivido, corporizado, y tiene múltiples representaciones. La cámara funciona como esa lente que espía, como algo imperceptible que se mete en una intimidad profunda. El teatro, con otros artilugios y otras técnicas de representación, difícilmente logre esa sensación de intimidad, aun teniendo la posibilidad de llevar a los espectadores a los diferentes ambientes de forma abierta. Lairana sabe qué mostrar, dónde, y cuándo, ahí está la agudeza de su lente, del ojo que espía pero sabe dónde posar el ojo. Como en sus cortometrajes anteriores, Lairana vuelve a hablar a través de los cuerpos, y elige hacerlo sobre figuras de la tercera edad, que le escapan a los cánones de la belleza pre impuesta. Los de La cama, son cuerpos frágiles, pesados, con los años y la experiencia encima. No son cuerpos cuidados. Jorge y Mabel intentan moverse y les cuesta. Quieren hacer el amor, y el resultado es trunco, pareciera patético, pero en realidad está cargado de amor. Es un día soleado, aunque el sol sólo se ve desde la ventana. Adentro, las luces están apagadas, y la única luz es la del reflejo que penetra. Hace calor, lo cual hace que esos cuerpos sufran más, transpiren , se arrastren, vayan lento, y se muestren en ropa interior, o directamente desnudos. Es un matrimonio de años, no hay necesidad de seducirse visualmente ¿o sí? La casa también tiene los años del matrimonio. Está descascarada, y se va desarmando, despojando de objetos, a medida que la desvinculación avanza. Es un hogar, que pasa a ser un inmueble. La cama, llegamos a la cama, no el título, el objeto. La pareja aún la comparte, aunque por última vez, quizás ese colchón sea el último nudo a destrabar. No es solo sexo, es abrazo, es caricia, es dormir juntos, es estar recostados juntos. Cuando estas acostado el cuerpo duele menos. Sandra Sandrini y Alejo Mango llevan adelante a este matrimonio. Lo que les toca no es sencillo, y lo hacen magistralmente. La película requiere de un química permanente, los diálogos no abundan, porque en este matrimonio ya no hay mucho más que hablar. Se conocen, y alcanza con los gestos. Mabel y Jorge son un matrimonio real, natural, más que creíble, vívido. Cada uno por separado y juntos transmiten todo lo que les pasa. Lo que crean junto a la realizadora es hipnótico. "La cama" es un film para apreciar con todos los sentidos, tiene capas, se siente, traspasa la superficialidad, angustia, y refleja. La mirada de Lairana es mucho más profunda e inteligente de lo que aparenta. Es cine de autor, sensorial, sentimental, único. Mónica Lairana nos regala una obra que no pasa desapercibida, nos hace vivirla, y deja en el espectador más lastre cultural que el de muchos otros films de estructura innecesariamente ampulosa. Al finalizar, nosotros tampoco querremos abandonar.
El mismo estudio que ya trajo El Lorax, presenta "El Grinch", nueva adaptación de un cuento del famoso Dr. Seuss, en el que otra vez se apuesta a la medianía general. Cuando en 2010, se estrenaba Mi villano favorito, su humor caricaturesco disparatado que hacía recordar a Chuck Jones, y la idea de reversionar la figura del malo, prometía que los recién inaugurados Illumination Studios traían aire fresco al cine de animación mainstream. Ocho años después, la respuesta es menos certera; pero ¿Qué mejor que ellos para traer la historia de otro villano protagonista? Quizás el más famoso del mundo infantil. Theodor Seuss Geisel, más conocido como Dr. Seuss, escribió más de 60 libros infantiles, que se caracterizaron por poseer personajes muy inventivos, coloridos en todo sentido, y sobre todo, por la pegajosa rima en la que estaban escritos. El hombre es una eminencia en EE.UU., lo que permitió que muchas de sus mejores obras sean adaptadas, primero al mundo de las series de caricaturas, y luego como películas. "El Grinch", o "How The Grinch Stole The Christmas"; es, probablemente, su creación más conocida. Al punto de que su nombre ya es sinónimo del típico aguafiestas. La adaptación de Chuck Jones con voz de Boris Karloff es todo un clásico de la animación; y hasta fue homenajeada por Tim Curry en "Mi pobre Angelito 2". Otra generación más actual puede recordar el live action de Ron Howard con Jim Carrey y Christine Baransky. Ya pasaron más de quince años de aquella versión cuasi kitsch de la historia, es tiempo de que el ogro peludo salga otra vez de su cueva. La historia es sencilla, y es mejor verla que contarla, las aventuras de un ser ermitaño, que vive alejado sólo con su perro, y detesta la felicidad permanente en la que viven los habitantes de Villa Quién; en especial la navidad, época del año alegre si las hay. Por eso mismo, El Grinch pergeña un plan para dar fin a esa felicidad, lo que desatara una puja entre la felicidad acérrima de unos, y la amargura exasperante del otro. Acá advertimos el primer y más notorio cambio. Lo dice hasta el mismo título del cuento en inglés, el Grinch quiere robarse la navidad, sabotearla del peor modo. Es el Sr. Burns queriendo privar del sol a todo Springfield. En esta película que dirige el novato Scott Mosier, junto a Yarrow Cheney ("La vida secreta de las mascotas"), el robo de la navidad, es cambiado por un intento de evitarla, casi como el de "Christmas with the Kranks", pero a mayor escala. ¿Qué significa cambiar un robo por impedirla? Un cambio en la forma de ser del personaje. Illumination demostró en "Mi villano favorito" tener un sentido del humor irónico, que luego no pudo sostener en sus siguientes producciones más sencillas, tradicionales, y livianas, aún las secuelas y spin off de aquella. "El Grinch" era una oportunidad para volver a las fuentes, pero no, lo que hicieron fue endulzar al personaje. Hacerlo un cascarrabia querible, justificarlo, y bajarle el tono a su villanería. Todo es más simple en "El Grinch" versión 2018, bajo la excusa de ser un film para niños, aunque los otros también lo fueron, y el cuento más. El tratamiento que se le da a la película, es bastante similar a lo que ya habían hecho con "El Lorax", simplificar, y alargar los tramos más alegres de la historia. A su favor, la metáfora que Dr. Seuss había planeado como similitud con "Un cuento de navidad" de Dickens, está ahí; aunque, sí, remarcada para simplificarla. La menos de hora y media de duración se pasan de un modo alegre y entretenido, con chistes que funcionan, y otros menos. También tenemos un intento de la métrica de diálogos de. Dr. Seuss. Pero lo que falta es la inventiva, el desborde de creatividad, la locura simpática sin caer en lo frenético; en definitiva, la marca del creador. Chuck Jones fue quien mejor interpretó al autor original. La magia de uno y de otro se potenciaron, y no en vano el propio Seuss le dio su valoración. La versión de Howard es impropia del relato original, se aparta lo suficiente. Pero tiene un estilo propio muy llamativo, distintiva de cualquier otro producto similar. Nada de eso hay en la película de Cheney y Mosier, en la que sólo vemos las puntas del autor en las rimas, y el estilo es de por más convencional. Pensada para un público infantil poco exigente (¡Ay! ¿Cuándo van a entender?), "El Grinch" aprueba, divierte, y logra que pasemos un rato alegre con un lindo mensaje de unión y felicidad pese a las adversidades. Quienes busquen más que eso, no lo van a encontrar.
¿Reinicio de la saga? que intenta trasladar a Hollywood la idiosincrasia sueca de Stieg Larsson, "La chica en la telaraña", de Fede Álvarez, cumple con los estándares de la alta producción. Allá por 2005, Suecia sumaba a su acervo cultural popular de Bergman, ABBA, Roxette, Ace of Base, y A Teens; un nuevo nombre, Steig Larrson, novelista, que presentaba su novela póstuma "Los hombres que no amaban a las mujeres". Sí, Larsson había fallecido un año antes, en 2004, pero tenía escrito una trilogía entera que comenzaba a publicarse y le otorgaría fama mundial; a él, y a su dúo de personajes protagónicos, Mikael Blomkvist, y sobre todo, Lisbeth Salander. Esta fama se multiplicaría en 2009 con el estreno de la adaptación cinematográfica sueca de la primera novela, y sus dos secuelas. Hollywood no fue lento, y para 2011, tenía lista su adaptación, "La chica del dragón tatuado". Uno de los films más impersonales de David Fincher, con Daniel Craig y Rooney Mara como protagonistas. Como suele suceder con los proyectos con muchas expectativas, rara vez, las alcanzan. Las posibilidades de continuar la historia, rápidamente fueron canceladas; hasta hoy. "La chica en la telaraña" en realidad es un reinicio de la saga, aunque toma elementos del film de Fincher, o toma una historia ya iniciada y nunca contada cinematográficamente, lo mismo da. La cuestión, es que hay cambio de actores, y también en las características de los personajes, muy notorias respecto de las edades. Fincher dijo que sí, que no, que sí, que no; finalmente llegó el niño mimado de Sony, el uruguayo Fede Álvarez que de los excelentes cortos en su país, salto a romperla en Hollywood con "Evil Dead" y "No Respires", de lo mejor del cine de género (semi) mainstream de los últimos tiempos. "La chica en la telaraña" representa la primera superproducción de Álvarez con todas las letras. Aunque hay que decirlo, la promoción (y en parte producción) respecto del film de Fincher, es bastante menor. ¿Qué cuenta "La chica en la telaraña"? En principio, toma una historia nueva, que podría ser el del primer libro de la saga "Millenium" que no escribió Larsson, aunque con libertades. También hay cosas de "La chica que soñaba con un cerillo y un bidón de gasolina" (el segundo libro); y mucha “inventiva” de los guionistas. La historia de la saga comenzó con una primera novela, y película, bien metida en el suspenso, y en la resolución de un crimen oscuro, con el dúo como detectives modernos. Para luego ir volcándose hacia entramados de poder y conspiraciones. Algo de eso hay en "La chica en la telaraña", pero al estilo Hollywood. Hay espionaje cibernético, escena de acción, y un ritmo vibrante que la aleja de la suciedad y negrura de los films y las novelas suecas, pero también de la elegancia gélida de Fincher. Este es un producto 100% de Hollywood. Al principio veremos como Lisbeth escapa siendo niña de su padre (un predador sexual) y abandonando a su hermana Camilla. En la actualidad, Lisbeth (Clare Foy con un personaje más cercano al de Noomi Rapace que al de Rooney Mara) se dedica a estafar y torturar hombres poderosos y violentos sexualmente, para vaciarles las cuentas y repartirlas entre las víctimas. Una Robin Hood feminista. Lisbeth es contratada como hacker por un ex empleado de la CIA, Frans Balder (Stephen Merchant) para desintegrar un programa que él mismo creo para obtener los códigos localización nuclear de todo el mundo, ahora en manos de agentes inescrupulosos. Este hecho pone a Salander en medio de un conflicto internacional que involucra a los agentes de la CIA, a una agente rusa que quiere frenarla a ella, a los yanquis, y también a Camilla. Porque sí, Camilla regresa como la líder de un cuartel criminal conocido Las arañas. Para completar el cuadro, hay un niño superdotado, August, el hijo de Balder, que es el único capaz de desencriptar el código del programa de marras, y al que, obviamente, hay que proteger. ¿Y Blomkvist? Por ahí anda. Lisbeth recurre a él cuando las cosas se le complican; pero olvídense de un rol protagónico. Sverrir Gudnason interpreta a un Blomkvist más joven, y sí, más intrascendente que el de Daniel Craig. Como si entendiesen que todos quieren a Lisbeth y con eso alcanza. Álvarez hace un trabajo correcto, aunque claramente se nota que estamos frente a una película “de productor”. Sobresale un alto despliegue tecnológico, y agilidad en las múltiples escenas de acción. Como si por momentos estuviésemos viendo "XxX", en vez de la saga Millennium. Claire Foy cumple frente a un papel importante. Toma elementos propios, y construye una Lisbeth más joven y activa, necesaria para esta propuesta. El resto de los personajes, no cuentan con peso suficiente. "La chica en la telaraña" es un híbrido entre una historia que parte de una idiosincrasia que le es ajena, pero trata de representar (punto a favor respecto a la de Fincher); y el cine de Hollywood más tradicional y menos personal. Fede Álvarez se ubica ahí, en el limbo, y entre eso, logra un resultado aceptable.
La nueva película de Martín Desalvo, "Unidad XV", plantea una reformulación de su filmografía como un film intensamente político. ¿Qué es el peronismo? Hay que sentirlo, antes que definirlo; dirán sus más fervientes representantes. Es un gran frente. La tercera posición. La famosa marcha popularizada por Hugo del Carril dice en su primera estrofa “Los muchachos peronistas, todos unidos triunfaremos…” Quizás como un guiño a la situación actual, Martín Desalvo presenta "Unidad XV", un thriller carcelario, centrado en el hecho real de una fuga que en 1956 se llevó a cabo en el penal de Río Gallegos; y del que participaron una heterogeneidad de referentes peronistas. En realidad, el film de Desalvo, se diferencia de exponentes locales como "La Fuga", de Eduardo Mignona; o la reciente hermana "La noche de los 12 años" (ni que hablar de películas como "El túnel de los huesos"); en el tratamiento con el que aborda su historia. Acercándolo de algún modo a experiencias como "El almuerzo", de Javier Torres, o "Puerta de Hierro", de Victor Laplace; por su reconstrucción histórico política. Entre fines de 1955 y mediados de 1958 se llevó a cabo en Argentina un proceso de dictadura cívico – militar que se autodenominó Revolución Libertadora. Derrocaron al gobierno de Juan Domingo Perón, y llevaron un oscuro proceso cuya excusa era exterminar cualquier rasgo identificatorio del movimiento peronista, que pasó a estar proscripto. Perón se exilia, y muchos de sus dirigentes son apresados como presos políticos; entre ellos, un puñado que terminó en la Unidad XV del penal de Río Gallegos. "Unidad XV" aborda el período en el que cuatro dirigentes son llevados a ese penal, y tratados en forma diferencial a presos comunes, y el momento en el que logran fugarse a Chile. Guillermo Patricio Kelly, John W. Cooke, Héctor J. Cámpora y Jorge Antonio; son los cuatro líderes peronistas encarcelados que emprendieron la fuga. Desalvo plantea una estructura de film de género, pero la deconstruye para centrarse en las diferentes personalidades de estos líderes, con un marcado rasgo político. El director, que hasta ahora sólo se había asomado al cine de género en el film de ¿terror? experimental con "El día trajo la oscuridad"; logra un trabajo sólido en el que conjuga, la tensión precisa de un film de fuga carcelaria, con el drama de la vivencia y el trasfondo político a flor de piel en el que puede aventurarse una atemporalidad. Kelly, Cooke, Cámpora, y Antonio vienen de ramas diferentes dentro del peronismo, tienen ideas distintas, y sus personalidades también son contrapuestas. La lucha interna es palpable. Sin embargo, hay algo superior, terminar con el sufrimiento, lo que los llevará a dejar de lado sus diferencias y pensar en la unión, en el movimiento, para con una ayuda externa/interna, lograr huir. El que no le encuentra una transversalidad actual, deberá pisar un poco más tierra. La experiencia de Desalvo en el drama y la comedia más intimista, colabora en delimitar bien las personalidades de sus personajes, crearles un contexto, y hacer que el espectador se emparente con uno, con otro, o con todos. El director logra traspasar su estilo a una tónica diferente, de género, y de fuerte contenido político, y sale más que airoso. Diego Gentile, Rafael Spregelburd, Carlos Belloso, y Lautaro Delgado; como Kelly, Cooke, Cámpora, y Antonio respectivamente, logran un conjunto sobresaliente. La marcación actoral, y el sólido trabajo de cuatro actores de tablas, con experiencia de sobra en cine y teatro, logra química y una composición sentida. A diferencia de lo que suele suceder en las reconstrucciones históricas, los intérpretes, no tratan de imitar a los personajes reales, hay determinados rasgos que sí o sí deben estar, pero en el general, son ellos mismos, que comprenden las posturas de cada uno, y en base a eso, trabajan una interpretación propia. El timing de tensión con un montaje denso aunque no lento, la fotografía de colores opacos, y el rigor histórico general, ayudan a construir la atmósfera necesaria que "Unidad XV" necesitaba. Hay frases para el recuerdo, bajada de línea sin temor y sin recaer en lo estrictamente declamatorio, y una lectura política muy vívida que sí o sí, lleva a la reflexión. Martín Desalvo logra con Unidad XV su trabajo más sólido, comprometido, y a la vez dinámico. La fuerza con la que encara un desafío diferente en su filmografía, y el compromiso con el que le habla al espectador, nos hablan de una obra madura, y de un realizador que tiene muchísimo para seguir sorprendiendo. Unidad XV es uno de los mejores films históricos argentinos de los últimos tiempos.
El género de terror es uno de los más conflictivos para el público. Si bien suele ser uno de los que mayores dividendos en taquilla deja en promedio; es difícil convencer de que no se trata de un género menor. Estrenos como Malicious: En el vientre del Diablo no colaboran en absoluto con desterrar de una vez aquel mote. Existe la idea de que hacer terror es el género más sencillo. La respuesta está en películas como esta. Hacerlas puede ser simple, si se lo hace desganado; hacerlas bien , no. Michael Winnick es un director con un puñado de títulos, todos dentro del terror, la acción, o la Ciencia Ficción, ninguno demasiado destacable. Películas de esas que quizás terminemos eligiendo a ciegas dentro de un catálogo streaming, como rellenos. Ese destino es el mismo de Malicious: En el vientre del Diablo; pensada como algo directo a VOD, que, de alguna forma, termina estrenándose en salas en nuestro país. Fantasmas, maldiciones, objetos malditos, gritos, y jump scares; de todo hay en Malicious, salvo sangre, e inventiva. Lisa (Bojana Novakovic, una abonada a este tipo de películas) y Adam (Josh “cara de apatía” Stewart) son un matrimonio que decide mudarse a un nuevo hogar estando ella embarazada. Vida nueva, hogar nuevo; todo es luz y renovación. Entre los regalos de bienvenida al nuevo hogar, reciben una cajita extraña de parte de Becky (Melissa Bolona), la hermana de Lisa con la que tiene una relación distante por personalidades contrapuestas. Por supuesto, Lisa abre la cajita; y al poco tiempo empiezan las desgracias. Pierde el embarazo, y paso siguiente, comienza a ser perseguida por apariciones fantasmagóricas femeninas. ¿Está todo esto relacionado? Acá no lo vamos a revelar, pero la verdad es que todo es tan obvio que podríamos contar hasta el final sin que sea un spoiler. Lisa comienza a enloquecer, se siente cada vez más perseguida, y nadie le cree, en especial Adam, que la trata decididamente mal (atención feministas si ven esta película, tenemos un machirulo fuerte), hasta que no, por imposición del guion, como todo lo que sucede en esta caprichosa película. El problema con films como Malicious, es que ni siquiera podemos hablar de algo mal hecho, o con tremendos errores, no. Maneja todo con medianía, y lejos de asustar, aburre. No genera empatía alguna con sus personajes, y las decisiones que toman son antojadizas en función de lo que la historia va necesitando. Ni siquiera hay una claridad inicial en saber si lo maldito es el hogar, o la caja. Mejor dicho, los personajes parecen no tenerla, cuando es evidente qué es lo que sucede. Delroy Lindo, que también oficia como productor, aparece como un profesor colega de la universidad en la que trabaja Adam que ¡oh casualidad!, se dedica a estudiar el ocultismo. Su aparición es lo mejor de la película, no por su actuación, ni porque el personaje esté bien construido. Son en los minutos en los que él está (es ciego, pero sabe en dónde están todos los objetos que necesita ¿?) que finalmente saldremos del aburrimiento para reírnos un rato, aunque sea involuntariamente. No hay química alguna entre Novakovic y Stewart, y ni siquiera de forma individual para con el espectador. La actriz se limita a poner cara de sufrida de telenovela, y el actor… bueno, ya lo vimos en The Collector y The Collection, tiene esa cara y ese gesto permanente a estar chupando un caramelo Media Hora, o comiendo una milanesa de soja, que no ayuda en absoluto. Y esperen a ver a la actriz que hace de hermana. Lugares comunes por doquier, la posibilidad de adivinar todo lo que sucederá antes de que suceda, cero empatía. Como si esto no fuese suficiente, el clima es denso, como si de un drama intimista se tratase, invitando a un sueño profundo. Colores opacos, y una producción muy pobre, con fantasmas que no dan miedo (ya basta con los ojos negros profundo, no asustan), y diálogos sobre la nada. No hay clima de tensión en Malicious. Cine de terror suele estrenarse mucho, más aún cuando hay que recurrir a una cartera de estrenos baratos por la crisis. Cine de terror bueno, se estrena poco, y Malicious: En el vientre del Diablo no es uno de ellos, apenas puede servir como distracción para alguien con muy pocas expectativas.