Un recorrido introspectivo por un dilema moral. El vecino (Un etaj mai jos) es un thriller psicológico que se adentra en la mente de Sandu Patrascu (Teodor Corban) que se cruza con gritos mientras volvía a su casa en la escalera de su edificio, entre Vali (Iulian Postelnicu) y Laura, su vecina del piso de abajo. Antes de volver a su casa, Vali sale y Sandu hace como si no hubiera escuchado nada, pero la mirada entre ambos es evidente. Un tiempo más tarde, Sandu se entera que Laura fue hallada muerta, casualmente en la misma franja horaria que ocurrió la discusión. Cuando el policía se acerca a preguntarle en relación a su vecina y qué sabía sobre su vida, el protagonista elige ocultar la información, no develar la discusión ni la pelea con su pareja. Además de tocar un tema más que presente en nuestra agenda pública, como la violencia de genero, El vecino es un relato más sobre el individualismo extremo de nuestra sociedad pero también un viaje sobre la culpa y la responsabilidad ciudadana. Porque a pesar que Sandu quiere escapar de la situación, no meterse y evitar problemas, también el supuesto asesino se mete cada vez más en su vida y su familia. Ese coqueteo incrementa la tensión y, a pesar que en muchos momentos parece no suceder demasiado, la actuación de Corban nos hace sufrir su dilema, que claramente no compartimos, pero su posición queda más que expuesta y comprendida. Los planos fijos y las largas tomas secuencias nos muestran que la acción está por un lado pero la cabeza, lo importante, está en otro. Al mismo tiempo, Iulian Postelnicu expresa muy bien el cinismo de su personaje y también nos demuestra como busca a Sandu, como en cierta parte también lo aborda la culpa por lo ocurrido. La tensión crece y crece hasta explotar, y a pesar que el final parece cantado, en realidad no lo es. En diálogo con uno de los guionistas, Alexandru Baciu, nos comenta que cada escena y cada hecho fue planeado y discutido democráticamente entre los tres guionistas, entre los cuales está el director Radu Muntean. Ahí se entiende que dentro de las posibilidades pensadas, también está el hecho que posiblemente no haya sido un asesinato, la apertura da lugar a que pueda no serlo porque lo jugoso de este thriller psicologico justamente no está en juzgar el crimen o no. Para Baciu, este film trabaja de dos formas para él, en un sentido realistico por un lado por el hecho de ser testigo de un posible asesinato, pero lo más jugoso está en la conciencia de los protagonistas, como las personas lidian con sus propios actos. Según su visión, la conciencia no es un juez que te juzga, sino que aparece de repente, es como un combate de boxeo con uno mismo, y que se evidencia en el protagonista pero que también ocurre con el asesino que en algún lugar de su mente hubiese querido que Sandu vaya y le cuente todo lo ocurrido a la policía porque no tiene el valor de entregarse él mismo. El vecino pone muchos dilemas éticos, por eso se entiende ese trabajo para desarrollar la introspección de los dos protagonistas. Construye esa tensión con éxito y también el testimonio de Baciu nos ayuda a pensar el final en relación al compromiso con la importancia de las denuncias y la actitud de Sandu: “Nos gusta pensar que las historias tengan un final feliz y que el mundo es un lugar muy lindo, que el karma existe porque si haces cosas malas algo muy terrible te va a pasar. Pero para mí son pensamientos mágicos, el mundo no funciona de esa manera”.
En los últimos años el rock nacional pasó a tener un lugar entre los documentales argentinos. La cantidad de fanáticos y de personas amantes del rock en nuestro país siempre hizo que preguntáramos porque no era proporcional a la cantidad de películas relacionadas con esa temática. En los últimos tiempos y entre algunos que podemos recordar, en esta edición del BAFICI estuvo la película sobre Adicta, de la edición anterior recordamos “Relampago en la Oscuridad”, sobre el Beto Zamarbide; o también “Desacato a la Autoridad”, la película sobre el punk contada por Tomas Makaji y Patricia Pietrafesa (música de Kumbia Queers o She Devils); “Solo”, el film sobre el Bocha Sokol, “El rey del rocanrol, la leyenda de Pajarito Zaguri”, entre muchos otros. Todo esto en un corto tiempo de dos años. Ahora volvemos sobre la temática del heavy metal para repasar su historia en el país en los últimos casi 35 años, Sucio y Desprolijo hace un repaso muy global sobre el movimiento metalero, en especial sobre sus bandas más populares y referentes más destacados. A lo largo de dos horas, el film se divide en capítulos entre la cronología y el hincapié sobre algunas figuras como Ricardo Iorio o Pappo. Sucio y Desprolijo comienza abordando el tema de los orígenes del movimiento, a través de testimonios de periodistas, músicos y fanáticos, todos muy conocidos en el ambiente, como el Ruso Verea, Alejandro Nagy, César Fuentes Rodríguez, Andrés Violante, casi todos los grandes músicos del metal pesado argentino, y etc, etc, etc. Con un interesante material de archivo sobre el que se apoya para desarrollar muy bien su argumento, sin narrador, ni voz en off, todo contado en primera persona por los protagonistas de primera mano. El único apoyo visual, por fuera del archivo y los testimonios, son gráficas que muestran la línea temporal de las bandas que surgieron. Como relato, el film no deja de lado las polémicas y reflexiones sobre el pasado, presente y futuro del heavy metal. No tiene pudor en exhibir las miserias de otros tiempos, como la famosa pelea entre “falso metal/careta” y el metal de verdad que estuvo muy arraigada en la cabeza de sus fans durante mucho tiempo. Por otro lado, muestra el panorama del ambiente actual, las influencias principales de otros momentos y también cierta preocupación sobre el futuro, por la falta de lugar para nuevos referentes en la música metalera. Los cuatro años de producción de la película fueron suficientes para tomar de primera mano varios encuentros interesantes para filmar como, entre otros, el recital de reunión de v8 o algún homenaje a Pappo. El film es casi obligatorio para cualquier escucha del heavy metal, pero también del rock. “Sucio y Desprolijo” no solamente está dedicado a los músicos, sino también tiene declaraciones de los grupos de fanáticos más conocidos del ambiente, que testifican las dificultades de otros momentos en el ambiente y su sentido de pertenencia. En muchas de esas anecdotas también se ve lo rico de la película, porque va a tono con lo que busca contar; el heavy metal no se trata solamente de un estilo musical, sino de un estilo de vida para una gran cantidad de fanáticos.
La amenaza roja se oculta Hay películas que tratan un personaje tan interesante que confunden al crítico o espectador al momento de hablar acerca del film. Creo que Trumbo entra en esa categoría porque a pesar de tener muchos aciertos en su fotografía, recursos originales al momento de retratar la época y muy buenas actuaciones, el guión y varios aspectos de la historia caen en un vacío y nos producen varios cuestionamientos. Por eso hay que dividir los criterios y hacer un balance entre los aspectos positivos y negativos. Como la bondad nos invade empezamos por los positivos (?). Dalton Trumbo (Bryan Cranston) es un guionista y director de Hollywood muy exitoso, tiene ideales y está afiliado al partido comunista en una época difícil -los inicios de la guerra fría y el mayor momento de esplendor del macartismo, que conllevó persecución hacia personas alineadas ideológicamente con la izquierda o con cualquier cuestionamiento al capitalismo y los valores de vida norteamericanos-. La película ahonda sobre los grandes problemas que tuvo en relación a eso. Por eso, la primera mención es para Bryan Cranston que tiene completamente justificada su nominación al Oscar en la categoría Mejor Actor. La versatilidad que explota desde la primera escena muestra muy bien lo destacado de su caracterización, es el centro del film y maneja todas las emociones y momentos del relato con una comodidad tremenda. Es cómico cuando tiene que serlo, dramático si la escena lo requiere y firme al exponer sus posiciones. Un personaje tan tierno como fuerte. Sin embargo, no es el único que se destaca. Helen Mirren (Hedda Hopper) encarna su papel de malvada con excelencia, y logra el objetivo de ser muy odiada por el espectador. El elenco en sí acompaña correctamente, además de ser de muy buena calidad (Louis CK, John Goodman, Diane Lane, Michael Stuhlbarg, entre otros). Entonces podemos decir que el film apueba más que bien a nivel actoral. Otro de los aspectos positivos de la película es la fotografía y los recursos utilizados para mostrar la época, tanto en imágenes de archivo como en representaciones actuales. Están tan bien realizados a nivel fotografía que la distinción entre el archivo y la representación es difícil de distinguir y llama la atención por lo destacado de su mezcla. Pero lo más positivo es el contexto que trata. Se hace muy interesante el retrato de lo nefasto que fue la época y los problemas que surgieron en un montón de personas que reaccionaron como pudieron y como supieron. Pedirle valentía implacable a todos los participantes de un momento histórico es un acto estúpido y egoísta. El relato logra transmitir muy bien esa idea. Sin embargo, en ese punto también es donde empiezan nuestros cuestionamientos sobre el film. Al principio se ve claramente la ideología y afinidad con los trabajadores por parte de Trumbo, pero a medida que se desarrollan las acciones, esto parece perderse, pareciera que el protagonista se desvincula del todo con el pensamiento comunista. No sucede así con su forma de vivir, ya que su principal lucha contra el sistema macartista imperante fue lo central. Ese es el primer ruido, porque el tema no es ignorado, y si bien fue una víctima de la persecución, no era una persona inocente al oponerse al sistema capitalista. Tratar a Trumbo como un ser inocente en ese aspecto es lavar un poco su lucha y las dificultades que fueron tan bien retratadas. Al seguir con los cuestionamientos que me surgieron al finalizar el film es que se trata de la historia de un guionista fantástico, con un talento tan grande que supo esquivar la censura y aún así ganar dos premios Oscar en su época. Todo un logro. El problema es que, como una de las mayores de las ironías, la película que lleva su apellido justamente tiene inconvenientes en ese aspecto. Se hace larga, se dispersa entre la gran cantidad de los inconvenientes del protagonista, remarca innecesariamente algunas obsesiones, ciertos problemas con su familia, pero ignora, por ejemplo el sufrimiento social más allá de alguna mirada o pintada en el patio de la casa. En ese sentido, Puente de espías (2015), logró mostrar mucho más en menos tiempo, por ejemplo. La lucha de Trumbo está bien retratada pero el fondo de su ideología o pensamiento queda muy diluído, casi vacío. Eso es lo más injusto. A pesar de eso el film logra emocionar, genera que el espectador empatice con el problema y se entretenga, y además que se eduque con las injusticias y persecuciones de un tiempo nefasto que nunca debe volver a repetirse. Por eso vale la pena verla.
Al ver la película que dio puntapié inicial al Festival de Cine Inusual 2015 en Buenos Aires, Internet Junkie, se me vino a la cabeza una entrevista que le hicieron al director. Ante la pregunta: ¿A ti te ha pasado quedarte encadenado a alguna de estas tecnologías? Ah sí; yo soy el primer ‘Internet Junkie’ del mundo y me doy cuenta de mi adicción. Por eso mismo ni tengo Facebook, ni Skype, ni Twitter, pero ya sólo entre los e-mails, la información que puedo leer y los vídeos que puedo ver, me puedo tirar diez horas sin darme cuenta y noto que es algo negativo, no lo veo como algo positivo. (Link Entrevista) Esa respuesta es importante para entender a “Internet Junkie” y la satírica crítica que hace de las relaciones humanas mediadas por la red de redes. Porque si bien el desarrollo de las acciones está bien armado, los personajes son bien claros y hay varios momentos muy cómicos, en el fondo, la Internet de la cual está hablando Alexander Katzowicz se asemeja más al estado de la red en 2006-08 que a la ultra conectada Internet actual de los celulares, las apps y redes sociales como protagonistas. Por un lado, eso no evita que el relato mantenga cierta actualidad, por compartir el mismo universo y las obsesiones de los usuarios. Pero se nota en los detalles que no parece ser un film contemporáneo, por ejemplo en el momento de una imposibilidad de utilizar el “Messenger” en la computadora, no lo pueda hacer desde el celular. Le faltó incorporar nuevas obsesiones como la selfie, el retrato constante de la vida cotidiana para su propia comunidad, o a Tinder como medio de levante, etc. internet-junkie Más allá de ese detalle, el guión de Internet Junkie lo hace un film entretenido y gracioso, las actuaciones de los diferentes protagonistas le otorgan a las situaciones la frescura para que el espectador disfrute en la sala. La película conecta una serie de hechos que involucran un coronel (Antonio Birabent) que se encuentra con varias mujeres que conoce por internet; una familia mexicana que comparte el hecho de estar pegados a la compu las horas que están despiertos; un hombre en Tel Aviv cuya sabiduría es brindada por Youtube, pero continúa viviendo con su familia sin trabajar porque desprecia el mundo en el que vive; y una pareja de novios cuya vida se ve complicada por la forma de financiamiento online que ella utiliza. La mayoría de las escenas fueron hechas en interiores, ahí es donde los protagonistas se mueven más cómodos y sin problemas, en cambio en las pocas escenas que son en exteriores, el ambiente es hostil, difícil e incomodo para los personajes. Como una metáfora de lo que significa Internet para el director, porque a pesar de todo, él mismo reconoce las virtudes y los efectos negativos que la red otorga a las relaciones y emociones humanas. Pero, nuevamente, esa alienación, esa distancia con la emoción humana y el miedo al mundo exterior por la comodidad del click queda como una crítica de Internet que ya oímos, y por lo tanto, no agrega mucho más para reflexionar. Quizás lo más grave es que ya naturalizamos los defectos de los personajes que el film exhibe, que ya no nos chocan, que se hicieron tan habituales que no sorprenden. Si bien continúa siendo una gran exageración, es más común de lo que los sentimos. Ahí quizás está la virtud de Internet Junkie como crítica, en que entendamos que lo que vemos ahí no es algo nuevo, sino que está muy instalado en nuestras sociedades. Mucho más de lo que pensamos. Si no, vean la película y piensen en el nuevo gran personaje mediatico de este país.
Muchos suelen decir que los primeros minutos de una película son fundamentales para enganchar al espectador y lograr su atención. Es cierto. Pero muchos géneros suelen ser un cliché y para capturar requieren imaginación, frescura y originalidad. La Casa del fin de los tiempos es la opera prima del director venezolano Alejandro Hidalgo, tuvo una gran taquilla en su país de origen, fue la 6ta película más vista en su país en el 2013 y tuvo una buena recorrida en varios festivales, incluído el BARS 2014, en la cual ganó el el premio a Mejor Largometraje Iberoamericano y estará durante abril en el Festival fantástico de Bruselas. Debo decir que varios prejuicios abordaron mis pensamientos al introducirme en el inicio de las acciones, y no por carencia de dramatismo, sino por una escena con una resolución fantástica que generó dudas. Los primeros momentos de La casa del fin de los tiempos muestran una escena clave para el desarrollo de las acciones, como sospechamos, y luego se produce un flash-forward al presente, Dulce (Ruddy Rodríguez) vuelve a la casa con custodia, después de pasar varios años en la cárcel y empieza a revivir el hecho que la llevó a prisión. Una historia de una casa embrujada más, sí, pero no por ello poco original. A medida que transcurren las acciones la casa y la película saben atrapar al espectador, Dulce fue arrestada por el asesinato de su hijo Leopoldo (Rosmel Bustamante) y su marido Juan José (Gonzalo Cubero), y el film recrea los hechos sucedidos varios meses antes en la familia, incluido su otro hijo Rodrigo (Héctor Mercado). Entre el pasado y el presente va el film y la narración de los hechos empieza a mostrar una historia sobrenatural, que logra conmover y dar un giro interesante al narrar las acciones, un thriller que rompe con las expectativas que uno va intentando anticipar y siempre tiene una vuelta de tuerca más para ofrecer. Un guión excelente que sabe encontrar una explicación a un hecho complicado y muchas veces difícil de justificar, no sólo eso, se sostiene también por las actuaciones que logran la empatía de los espectadores. La frescura invade en todo momento y no solo por el guión, se trata de un film recomendable que logra involucrar al público con lo que ve. El desarrollo de las acciones va claramente de menor a mayor y, si bien el terror es su género, no gana por ese lado, sino por una historia bien fundamentada, a pesar de sus intrincadas vueltas y su desarrollo fantasioso que logra convencer y cautivar con lo difícil que a veces puede ser.
Un flagelo que no se va Las heridas pueden cerrar, pero la cicatriz nunca se va. Operación Zulu, basada en el libro de Caryl Férey, retoma un tema muy sensible y difícil como es el régimen racista del Apartheid. Un film de acción de dos horas que tiene varios detalles que lo hacen muy interesante, tanto en las teorías conspiranoicas que están presentes, como en la concepción de los personajes y el desarrollo de las acciones. La buena actuación tanto de Forest Whitaker, como (sorprendentemente) de Orlando Bloom, arman dos personajes sólidos, tan opuestos como unidos por sus diversos dramas. El thriller policial se desencadena por la muerte de una joven, hija de una leyenda del rugby, que en un principio parece un asalto seguido de una violación. A medida que los policías empiezan a investigar, entienden que la relación sexual no fue forzada y que los rastros de una novedosa droga los lleva a una organización delictiva de características especiales. Como crítica social, el film toma una visión típica de los medios de comunicación que los casos de asesinatos de mujeres, blancas y lindas son los que generan la conmoción social, en cambio la desaparición de niños pobres que, paralelamente era advertido a Ali Sokhela (Whitaker) por su madre, fue sistemáticamente ignorado por el detective policial más allá de sus orígenes. Ambas líneas argumentales se fueron vinculando sutilmente y se unen con la historia profunda del país sur-africano. Ali tuvo un pasado muy sufrido durante el Apartheid. Muchas de las escenas del film se encargaron de presentar su drama personal y de mostrar a la redención y la filosofía de Mandela como el catalizador de su ira. En forma paralela, el sufrimiento de su compañero Brian Epkeen (Bloom) es muy distinto: fiestero, mujeriego y alcohólico, está peleado con su hijo y ex-mujer, y busca recuperarlos constantemente. Ambos se unen en su soledad y sus pesares, funcionan como la típica dupla policial tan opuesta como complementaria que, a pesar que se encuentran pocas veces juntos en pantalla, su unión termina siendo tan simbiótica como simbólica. La acción y el suspenso no están a cuenta gotas. La trama se toma el tiempo en desarrollar el eje central y entrega las pistas a lo largo de los contrastes sociales y económicos de Ciudad del Cabo, pero cuando la acción empieza lo hace brutalmente y sin piedad. La droga que encuentran tiene un propósito que se vincula con el viejo sisma social de Sudáfrica, con un cuestionamiento del perdón y la filosofía de Mandela, que a pesar de reivindicarla sobre el final, lo hace imperceptiblemente y apta para el debate. Tanta contención, mostró una furia sin piedad, y esa venganza no termina siempre en buen puerto. La escena de la persecución final en el desierto es una genialidad, la anti-acción y la desesperación como contraste con lo que se ve habitualmente en este tipo de films. Los planes de la conspiración biopolítica fueron un giro algo fantasioso e inesperado, pero interesante. La conclusión es que, si bien no hay tanta sofisticación (todavía) para los planes étnicos y racistas, nada asegura que no pueda aparecer algo así en un futuro. En definitiva, Operación Zulú toca temas sociales muy profundos y enquistados en una sociedad que parece haber encontrado la paz y hace la catarsis en un policial con toques de ciencia ficción. En estos tiempos de guerra e intolerancia, algo que vale la pena valorar.
El anti-espía Es difícil pensar que la historia que se presenta en “El Crazy Che” sea real. Pero efectivamente lo es. Es inclusive difícil creerle a su protagonista cuando declara haber actuado por ideología en todo momento. Pero también es lo único que puede explicar lo sucedido. La imaginación popular indica que los espías son personas completamente entrenadas, nacidas en el seno de una organización gubernamental que logran su posición por merito o escala política. Gaede es el tipo que tira abajo toda esa ilusión. Sobre todo en la forma que una persona común y corriente, en realidad un civil, puede cantarle retruco al FBI, la CIA, los rusos y los cubanos al mismo tiempo. El Crazy Che retrata la historia de Guillermo Gaede, un argentino, simpatizante de las ideas comunistas, que trabajó en Estados Unidos en la empresa AMD, y con su posición privilegiada en el mundo de la computación, decidió tocarle la puerta (literalmente) a la embajada cubana y convertirse en un “espía”, liberando información de tecnología de punta perteneciente a una de las empresas más avanzadas del mundo al bloque soviético en su conjunto. No tiene sentido seguir mencionando el detalle de la alocada vida de Gaede, la película es detallista en las idas y vueltas del espía. El film empieza narrando el momento en el cual los planes del protagonista se derrumban, que es igual de delirante e inverosímil para un espía que quiere enterrar su información. La dramatización de los hechos está realizada en una excelente animación que hace las anécdotas que se narran aún más exquisitas. El buen trabajo de Pablo Chehebar y Nicolás Iacouzzi repasa la vida del protagonista en entrevistas a familia, amigos, conocidos y aún al mismo Guillermo, y sabe exaltar una historia que hace quedar al contraespionaje de la guerra fría en un ridículo tan profundo que ni siquiera el agente 86 logró llevar. Quizás porque nadie se esperaba ese golpe, entonces fue más difícil asimilarlo. Quizás haya que tomarlo como un asterisco en esa pugna. Nadie se lo vio venir. Como un antihéroe nos hace amar todo lo que no queremos ser. Este documental glorifica a una persona que derrumba todos los estereotipos de espía que conocimos en nuestra vida, y eso nos encanta.
Vivir la inestabilidad Hay muchos títulos de films que, en su traducción, ahuyentan más de lo que ayudan. Sentimientos que curan es uno de esos casos. Si no fuese por las referencias que leí acerca de este film, creo que nunca me hubiera acercado. Afortunadamente dejé los prejuicios atrás y pude ver este buen film. Su gran variedad de matices, entre la comedia y el drama, la ternura y la locura, está muy bien representado en el protagonista Cameron (Mark Ruffalo), por su enfermedad maníaco depresiva. La interpretación del actor sabe explotar muy bien esa inestabilidad emocional. Para repasar el detrás de escena de “Infinitely Polar Bear” (nombre original de la película), se trata de un film muy íntimo, es precisamente la historia personal de la directora y guionista del film, Maya Forbes, que retrata el momento en que su padre Cameron se tuvo que hacer cargo de ella y su hermana China Forbes (artista del grupo musical Pink Martini), a pesar de sus problemas psicológicos y emocionales. Su madre Maggie (Zoe Saldana), al ver la difícil situación económica de la familia, decide ir a estudiar un MBA a la Universidad de Columbia para conseguir trabajo con mayor facilidad. Para hacer eso, necesita que su marido cuide de las pequeñas por el lapso de un año. Lo curioso es que Cameron apenas puede mantener su situación emocional en equilibrio, y así aprende a llevar el rol de padre con mayor responsabilidad y presencia. Ese conflicto tan simple como duro, nos muestra una serie de situaciones que rodean entre lo absurdo, lo gracioso y lo peligroso, y que son interpretadas de manera excelente por Mark Ruffalo. El actor logra armar un gran personaje tan cómico y tierno, como duro y agresivo en sus momentos más difíciles. También es para destacar la actuación de sus hijas, Amelia (Imogene Wolodarsky, hija de la directora) y de Faith (Ashley Aufderheide), que interpretan bien la madurez y el fuerte, pero frágil, sentido común de los infantes para ayudar a su padre en la difícil tarea. Por momentos, la situación de la historia parece un grupo de niños cuidándose entre sí, y eso es destacable en la interpretación de todos los actores. Es una linda historia, bien contada y simple. Se trata de un film acotado y sólido, no se extiende de más, ni busca forzar un golpe emocional. Logra naturalmente transmitir y generar emociones en el espectador sin necesidad de apelar a grandes escenas dramáticas, más allá de algún momento triste. Ahora que lo pienso, si se busca apelar a un público necesitado de un film emocional y familiar, el título no está tan mal. Pero al hacer eso, se pierde un público mucho más amplio que busque humor o situaciones graciosas y absurdas, que en Sentimientos que curan abundan, y mucho. De una forma o de otra es un filme recomendable para todo tipo de público, en serio.
Paris Reborn love París, París… Ciudad simbólica para la cultura occidental por muchos motivos. Imposible condensar toda una ciudad en una sola característica, pero si se sabe que supuestamente el amor tiene una oficina central y especial allí. El amor, que en teoría no tiene edad, se encuentra asociado a la juventud y su nacimiento como la etapa más excitante, luego crece y las chispas que generan sus diferencias lo hacen menos atractivo para contar historias. Este no es el caso de Fin de semana en Paris, ya que el film trata de una historia de amor en búsqueda del renacimiento, al acudir a ese lugar mágico para recordar y reremorar la antigua juventud romántica de una pareja en una escapada al lugar de su luna de miel. Nick (Jim Broadbent) y Meg (Lindsay Duncan) nos cuentan mucho de sus vidas en detalles, sin decirlos explícitamente. Ambos son profesores en distintas materias – biología y filosofía –, sus personalidades son opuestas y su vivencia del amor también lo es, así como la dependencia que tiene uno del otro. Le Weekend Directed by Roger Michell Starring Lindsay Duncan and Jim Broadbent Ambos personajes son profundos, y no necesitan diálogos tan elaborados para saberlo, el guión en ese sentido es filoso para saber utilizar las múltiples referencias sutilmente –Jean Luc Godard, Bob Dylan, Nick Drake, Wittgenstein, entre otros-. Ambos personajes se encuentran bien interpretados por los actores, y tal como ocurría con la famosa trilogía de Richard Linklater (Before Sunrise, Before Sunset y Before Midnight), es fácil encariñarse con los personajes. Sin embargo, a diferencia de la obra del norteamericano, Fin de semana en Paris no tiene intenciones de quedar en nuestra memoria y hacernos recordar frases o reflexiones sobre la vida. Quizás sea la química de los dos actores principales lo que más quede en nuestra memoria. Se trata de una historia simple, un viaje problemático e inesperado en muchos sentidos, donde los profesores buscan recuperar el amor que tienen entre sí. La historia por momentos cae en intensidad y en nuestro interés, pero de alguna forma volvemos en ella. La aparición del insoportable personaje de Jeff Goldblum le dio un cierto aire para mantenerse y no quedar en una historia intrascendente. Más allá de ciertos cuestionamientos con el argumento del film, Fin de semana en Paris es una película de un amor adorable pero agudo, con una gran dirección de actores que logra llegar a cualquier espectador. Por Germán Morales
Manual de autoayuda para la mafia La mafia es un tema recurrente en los films. Sobre todo en el estereotipo del mafioso italiano, un recurso que en cierta forma ya se encuentra agotado, y aún así no deja de ser atractivo para los diferentes realizadores. Un poco de eso hay en Pacto Criminal, la película de Scott Cooper, una sensación de volver a ver algo que ya vimos, por eso la referencia a Buenos Muchachos (1990) o a Los Infiltrados (2006, The Departed – que también dramatiza a Whitey Bulger) es difícil de esquivar. Pacto Criminal empieza por el inevitable final, con la confesión de varios de los exmiembros del grupo mafioso y con la brutalidad de Jimmy Bulger (Johnny Deep) que desde el principio nos muestra la clase de intimidación que impone. El rol está bien interpretado por el actor, que se corrió de los géneros fantásticos y sus personajes excéntricos, para ir a un extremo opuesto que no recuerdo, ni siquiera en Enemigos Públicos (2006). Se trata de un matón que asusta solamente con su pose y mirada, sin necesidad de hablar, y que en su crueldad no tiene contemplación con nadie que pueda arruinar sus planes. A medida que transcurren las acciones, no sólo observamos el crecimiento de la influencia y el poder del mafioso, ayudado por el agente del FBI, John Connolly (Joel Edgerton), que tiene una relación con Whitey desde la infancia y planea convertirlo en colaborador de la agencia para derrocar a la mafia italiana, aunque se trata de una pantalla para hacer negocios. También Bulger sufre mutaciones y pérdidas que lo distancian de la pantalla, en la cual pasa de ser una imponente amenaza física a una amenaza espectral, simbólica, que está presente en todos lados y que, al mismo tiempo, no pierde potencia. Esto se evidencia en la fotografía oscura y tenebrosa que gana espacio en el film.