Poner las cosas en contexto El creciente fundamentalismo y la renovación de la influencia religiosa en el mundo es un fenómeno mundial muy actual y con aparente potencia, el terrible atentado en París a la revista humorística Charlie Hebdo habla por sí solo. Sin embargo, hubo tiempos peores. La adaptación de Guillaume Nicloux de “La Religieuse”, célebre novela del escritor francés Denis Diderot, nos retrotrae a una época ajena, genera un rechazo diferente de aquel que pudo tener la obra original, y al mismo tiempo, diferente del que pudo ocasionar la película de 1966 hecha por Jacques Rivette. Porque el mundo cambió y el poder de la religión sobre nuestras vidas también lo hizo. Pero algo no cambió en la raíz del film: la crítica a la autoridad, al rol de la mujer en la sociedad, a la imposición familiar de un trabajo sobre el individuo. Hay que tener en cuenta que la obra fue escrita a fines del 1700, momento en el cual decir todo esto tenía un significado muy fuerte. La concepción de individuo, propia del capitalismo, no existía, entonces muchos de los problemas de Suzanne Simonin (Pauline Etienne) que se reflejan en la obra suenan antiguos, lejanos, pero hasta ahí. Porque la economía, la familia y la sociedad siguen limitando los deseos del individuo. Suzanne Simonin es una chica creyente de 16 años, forzada por su familia a entrar a un convento, a pesar de no sentir la vocación religiosa de dedicar su vida a Dios. Con rebeldía, intenta evitar su estadía en el lugar, pero choca con el rigor de la tortura y la jerarquía eclesiástica. Su lucha la lleva a enfrentarse a varias monjas superioras que imponen su deseo de diferente forma en distintas casas conventos, aún así, ella mantiene el objetivo de librarse de una vida que no eligió. La Religiosa es una película muy intensa, la gran actuación de su protagonista nos lleva a vivir su dolor, a sentir su pena y sufrir con ella. La cuidada y excelente ambientación, junto a la genial fotografía, logran su objetivo de hacernos viajar en el tiempo, a otro contexto, donde la religión domina todo, donde el pecado se lleva de nacimiento y el obispo tiene la misma importancia que Dios (con mayúscula). ¿Pero cuál es mensaje que deja en nuestras cabezas este film en este momento actual? Convengamos que se trata de un film de 2013, el mismo año de la asunción del papa Francisco, y dos años antes de Charlie Hebdo. El fenómeno del fundamentalismo islámico viene en crecida desde hace un tiempo, por lo tanto, las religiones en el mundo están fortaleciendo su potencia. La película claramente no alude a esto, pero cuesta evitar este pensamiento al introducirla en este contexto. La crítica de la obra no es al cristianismo en sí, en ningún momento cuestionan sus creencias o sus ritos, quizás por eso parezca una crítica devaluada. Es más bien una reflexión sobre las libertades individuales, la vocación y el deseo opacado por la institución, religiosa en este caso, pero amplía su universo cuando su protector le devela las verdaderas razones de la ayuda que le brinda. Esta versión de “La Religiosa” muestra tres tipos de la autoridad: la compasiva, la dictadora y la abusadora, interpretada de forma genial por Isabelle Huppert. En definitiva, se trata de la historia de Suzanne, una mujer creyente en una religión (cristianismo en este caso) que se ve obligada a seguir un destino que no le corresponde para tapar las culpas de otro, curar un “pecado” que no cometió (aunque en teoría ella sea ese pecado), porque de acuerdo a las normas religiosas, las reglas se cumplen o se es infiel. La autoridad se respeta, o hay problemas, por más que haya abuso. Ahí es cuando entran en la cabeza las atrocidades de Estado Islámico. La imposición y brutalidad religiosa que retorna a la primera plana, que se encuentra lejos del cristianismo hoy, sí, pero no muy distante de lo que exhibe este film. Por eso, a pesar de ser una película que parece blanda en su mensaje crítico, sacada de otro contexto y otra realidad, cobra una relevancia actual importante, para no olvidar que, más allá que el Iluminismo – época en la cual Diderot se desarrolló – tuvo sus equivocaciones y no resolvió efectivamente el problema, todavía es necesario volver a recordar parte de su mensaje, que sigue presente pero está amenazado. No olvidar que tener fe religiosa no es malo, el problema es cómo quieren hacernos interpretar (o imponer) esa fe.
Destrucción, Destrucción El documental de Alberto Zamarbide son 100 minutos de puro goce para cualquier fanático o interesado en el heavy metal nacional. De eso no hay dudas. Pero más allá de eso, se trata de un trabajo que aborda muy bien a la leyenda metalera, no profundiza en los golpes bajos y emocionales del rockero o el ídolo comprendido/incomprendido, como suele suceder con este tipo de trabajos, aún cuando hubo material para hacerlo, como las dificultades de ser pionero del heavy metal evangélico en la Argentina o el desarraigo en Miami. La naturalidad y el optimismo de Zamarbide están impresos en el documental. Entre imágenes de recitales, un buen archivo y una gran cantidad de entrevistas a figuras celebres del heavy metal argentino, Relámpago en la Oscuridad es un repaso que destaca tanto la figura del protagonista como a las bandas en las que estuvo involucrado (V8 y Logos) de forma equitativa. La línea temporal empieza con los últimos momentos de Logos de 2013, la última gira en el interior del país, con las dificultades que conllevan los tours y los motivos de separación de la banda. Para luego ir de lleno a la vida de Alberto Zamarbide – llevando a su hija a la escuela – y lo que todos esperan (“destrucción, destrucción”), el repaso por la banda fundadora del heavy metal nacional, V8, en honor al 30mo aniversario de la edición de “Luchando por el metal”, también en 2013. Fue desde la segunda hacia la primera banda. Más allá de mostrar una leyenda, exhibe una persona que siempre la luchó, sin hacer gala o dramatizar demasiado esa virtud. Desde ser pionero con el heavy en plena dictadura, animarse a mostrar su evangelismo en un ambiente no muy amigable para hacerlo, hasta probar oportunidad en otro país, las vueltas en la vida de Beto fueron varias, pero él sabe que su pasado siempre estará presente y el futuro lo seguirá viendo en el mismo lugar, arriba de un escenario. Eso es lo que en definitiva deja este merecido repaso. Por Germán Morales
Buscando un hogar La salada muestra una temática dura y frecuente en este país, la inmigración. Muchas personas vienen por un futuro mejor y se encuentran con las dificultades que implica el desarraigo, el empezar de cero en una cultura distinta, con costumbres chocantes, por eso elige como universo la famosa feria del sur del conurbano, lugar donde se encuentran varias nacionalidades. Sin embargo, solamente sirve el nombre para hacer conjunción de la vida de una chica coreana (aunque se sienta más argentina) cerca de casarse con el hijo de un amigo del padre, un adolescente boliviano que recién llega y un joven taiwanés que de alguna forma no llegó del todo a Sudamérica y se enfrenta a sus problemas de comunicación a una cultura diferente, a pesar de su fuerte esfuerzo al mirar casualmente películas de cine nacional. Todo un guiño de parte de Hsu. La inmigración es universal, pero el amor también, ahí es donde esos tres mundos se encuentran. La cultura del amor es diversa y no es simple nunca, los mandatos familiares mandan en ciertas culturas, en otros el romance se da naturalmente. Mientras las tres historias avanzan en paralelo se van uniendo ligeramente, pero a pesar de las diferencias que pueda haber entre culturas tan disimiles, la complejidad de esos personajes está muy bien abordada, con un relato que sabe emocionar y ponernos en el papel de los protagonistas. La lucha por la adaptación y por cumplir un rol a veces es más fuerte, los protagonistas de las historias nunca dejan de estar obligados por lo que traen detrás de ellos. El hecho de tomar a la Salada también como una escalera dentro del contexto social, y no como un antro ilegal de falsificaciones y negocio marginal es otro de los puntos favorables del director. Se trata de una historia que sabe emocionar, la opera prima de Juan Martín Hsu es un gran trabajo que no sólo supo hablar en primera persona, sino que tomó la experiencia de los demás y lo expuso en varias escenas con fuerza narrativa. Quizás fue en la historia de Bruno (el joven boliviano) la que menos riqueza tuvo, pero todas de alguna forma saben tomar las problemáticas que existen entre los inmigrantes.
Pura vida Las historias detrás de los horrores de la dictadura militar nunca dejan de impactar. Sobre todo en el comienzo de “Margarita no es una flor” que, ante la pregunta de la directora Cecilia Fiel, varios habitantes de Resistencia declaran desconocer lo ocurrido cerca de su propio lugar de origen. Ahí sigue gran parte del horror, en el desconocimiento, pero también en el ocultamiento y la mentira instalada durante ese tiempo. Ese terror está bien tratado en el film de Fiel, pero lo novedoso es la elección narrativa para esta historia. Hay varias reflexiones y conclusiones que se pueden encontrar detrás de “Margarita no es una flor”. En primer lugar, está la intención de hacer entender al espectador el drama de la interrupción de la vida, a través del trágico asesinato ilegal que se realizó por esos años. La directora eligió una protagonista, una luchadora para darle vida, literalmente. Muchas veces en los documentales de tragedias, guerras, o en los de la dictadura que empezó en nuestro país en 1976, se tratan los hechos, las causas y consecuencias que derivan en los incidentes macabros, pero muy pocas veces se puntualiza en las vidas detrás de las víctimas. Por eso es importante no quedarnos con los 22 asesinados, sino hacernos conocer directamente a Ema Cabral, para empatizar con su vida, su entorno, sus ilusiones y su militancia para fortalecer nuestro lazo con ella. La directora se pone en su piel, y reconstruye su trabajo poniendo directamente el cuerpo y la vida por la protagonista. Así logra hacer presente a Ema, extendiéndola sobre su propio pensamiento e ilusiones. Aunque las pretensiones son demasiado altas y la protagonista puede quedar opacada por la visión de la directora, no deja de ser un juego para entender que hay detrás del horror. Su asesinato se produjo en la masacre de Margarita Belén, en la provincia del Chaco, donde los militares alegaron que ocurrió en el marco de un enfrentamiento con presos fugados de un penal. Como mucho de lo sucedido en esa época, se disfrazaron los hechos, pero luego los testimonios dieron cuenta que se trató de una acción premeditada en el marco del terror de la dictadura. Muchas de las características de su detención y su caso pueden ser paradigmáticas de lo que sucedió, una detención ilegal, una muerte disfrazada para tapar las reales intenciones detrás de esas muertes. El film es un viaje para reconstruir la muerte y la vida de Ema, pero también el juicio posterior y la esperanza de justicia de estos años. Los testimonios son muy variados y el trabajo detrás es notable para lograr sus intenciones, sobre todo cuando va a buscar a Alfredo Germiniani. Pero el film por momentos se diluye en el efecto de introducirnos de lleno en la historia. Más allá de ser una historia fuerte, el problema está en la sobreinformación y los diferentes saltos que se desarrollan, junto con el tono de voz de la locutora que se mantiene neutro en todo el trabajo y no logra robustecer los hechos de potencia narrativa. A pesar de eso, “Margarita no es una flor” logra convertirse en un testimonio conmovedor y bien elaborado de la tragedia, un trabajo que prioriza verdaderamente la vida por encima de la muerte. El drama de la dictadura no solamente se entiende a partir de cuestiones ideológicas, económicas y políticas, que muy importantes son, sino en interpretar también que no se puede interrumpir arbitrariamente el derecho a la vida, la verdad y la justicia.
Una buena comedia para toda la familia Una comedia nacional que podría calificarse con la frase “para toda la familia”, no brinda una buena carta de presentación. Pero créanme que “Sin hijos” es una excepción para esos prejuicios, porque al tratarse de una película que se puede denominar costumbrista, al dramatizar los problemas del cuarentón con hijos, es fresca en muchos aspectos. Gabriel Cabau (Diego Peretti) está separado hace cuatro años, y desde ese momento su hija de ocho años, Sofía (Guadalupe Manent) se ubicó en el centro de su vida, al nivel de convertir su casa en un salón de juegos exclusivo para ella. Para Gabriel no existe otra cosa, no desea siquiera intentar construir otra relación. Entre su hija y la tienda de instrumentos musicales que heredó se encuentra toda su energía. Ni siquiera la ayuda de sus amigos impulsa al protagonista a buscar algo nuevo, hasta que Vicky (Maribel Verdú), amor platónico de su adolescencia, vuelve a entrar a su vida para cambiar todo de un saque. El enredo de Sin Hijos se desarrolla cuando Vicky, una mujer independiente y moderna, muestra abiertamente su desprecio por los niños, haciendo de la no-maternidad una militancia filosófica. En ese momento, empiezan los miedos de perder un nuevo romance y Gabriel hace malabares para ocultar a su hija y las responsabilidades que la tarea conlleva. Técnicamente, la película cumple; pero lo importante es que el ritmo de la comedia y los gags son naturales y se sostienen, los personajes están bien consolidados y son efectivos con las intenciones del film. Peretti lleva muy bien su papel, no es el único, los personajes secundarios como Keko (Martín Piroyansky) suman al drama, pero es Sofía el personaje que se lleva buena parte de las risas en los intercambios con su padre, y gana en la empatía con el espectador. Los únicos que se puede decir que no estuvieron bien explotados fue la expareja de Cabau (Marina Bellati) con “Bruce Lee” (Pablo Rago), más por lugar en el guión que por el tipo de personaje. Como punto negativo, aunque puede ser considerado como una virtud por algunos, es que sigue muchas de las bases de las comedias internacionales relacionadas con esta temática, con About a Boy como referencia más fuerte. Sin embargo, el film cumple su tarea de entretener, divertir y de contar una historia que le llegue al espectador. Ariel Winograd se consolida en un género en el que es difícil destacarse, y si bien no hace falta romper esquemas o ser siempre original, lo importante es ser efectivo y sólido en la historia que se cuenta. “Sin Hijos” lo logra. Por Germán Morales
Going To California with an aching in my heart El nuevo film de Paul Thomas Anderson es un gran viaje. Un recorrido por la California de fines del sesenta junto a Doc Sportello (Joaquin Phoenix) que nos introduce sin escalas a un mundo oscuro del cual desconocemos sus implicancias desde el principio, pero que se desarrolla con una profundidad que no parece tener fondo, en el cual encontramos respuestas limitadas que sugieren mucho más de lo efectivamente resuelven. Inherent Vice se basa en su libro homónimo de Thomas Pynchon, un conocido escritor norteamericano con una narrativa laberíntica y lisérgica. El film hace honor a las características del escritor, se trata de una ramificación de tramas, de personajes y de misterio que se desvela con el avance del film. Con ambientación en la época del Flower Power, los tiempos de romanticismo bajo el lema de cambiar al mundo, amor y paz, de todo eso en Inherent Vice solamente quedan las drogas, el trauma de Charles Manson todavía sigue rondando en el imaginario popular de la película. Nada parece limpio, Sportello es el detective hippie que debe investigar la desaparición de un promotor inmobiliario relacionado con su exnovia, en esa búsqueda descubre un mundo clandestino en el cual la comunidad afroamericana se relaciona con neo-nazis, la mafia china hace negocios con dentistas por la heroína de la forma menos pensada, junto a personajes cocainómanos, un policia conservador (Josh Brolin) que utiliza a Sportello en su conveniencia o un saxofonista que se creía desaparecido y está metido en un problema del cual no puede escapar (Owen Wilson). Todo eso es la fauna de personajes y situaciones que el protagonista debe lidiar para encontrar una respuesta. Una fotografía notable, muy buen elenco y actuaciones, una banda de sónido que acompaña muy bien (a cargo del gran Johnny Greenwood, de Radiohead), con una reminiscencia al cine noir y varias escenas notables, que van entre una comedia sutil, personajes delirantes, lo sensual y el dramatismo. No se trata de un film sencillo de seguir o comentar, hasta puede parecer pesado. Es necesario verla dos o más veces para entenderla un poco más, pero siempre queda algo sin descifrar. Cada personaje se queda con la solución que necesita, pero en definitiva mucho queda sin resolverse. No importa. En este caso el viaje es lo que atrae y lleva al espectador por ese laberinto con salidas paralelas.
No hay camino No hace falta entrar en una travesía interminable para entender que los viajes cambian la vida. Cualquier camino que se decida emprender cambia perspectivas, reconstruyen la mirada del mundo y nos hacen entender que las posibilidades de vida no se terminan en los límites de la propia ciudad de origen. Algunos utilizan el viaje como una especie de purgación de los grandes dramas personales, como una búsqueda de esa carencia, como si el cambio espacial permitiera encontrar la solución. En muchos casos es concreta y real, ya sea por una necesidad económica-material-laboral, en otras es simbólica, un escape de la civilización y de los afectos, reencontrarse con uno mismo. No hace falta entrar en una travesía interminable, pero hay veces que sí, Alma Salvaje se encarga de llevar a la pantalla grande el best seller de Cheryl Straid (aquí encarnada por Reese Witherspoon) en el cual hace un detalle de su larga caminata a través del Pacific Crest Trail, un camino arduo de la costa Oeste de los Estados Unidos que va desde California hasta el límite con Cánada, y también de las dificultades concretas que tuvo y el drama personal oculto detrás de ese viaje. El nuevo film de Jean-Marc Vallée, a pesar de ser opuesto en la temática de su antecesor “Dallas Buyers Club”, coincide en ser un biopic y en una intensa búsqueda personal por parte del protagonista por encontrar una sanación, en este caso, una solución más personal de los dramas de la vida que física. Cheryl empieza la película con una mirada completamente perdida, profunda y esencialmente triste, ya pasó mucho tiempo desde los hechos que la afectaron, pero continúan como un tatuaje en su porte. Reese Witherspoon sabe imprimirle muy bien ese aura y conforme avanza la película se nota el gradual cambio, el descenso a lo más profundo de su mente para recordar momentos de su vida que atraviesan el presente narrativo constantemente. La película es sobre un viaje personal utilizando un largo trekking como paisaje, hace acordar un poco a 127 horas (Danny Boyle), pero más a Into the Wild (Sean Penn), a diferencia de ésta última, los personajes secundarios que se encuentran con la protagonista son realmente eso, accesorios ocasionales que no aportan al drama personal de Cheryl. El verdadero personaje secundario del film está en los flashbacks, su madre Bobbi (Laura Dern) es quien le otorga humanidad al relato, contrasta con su protagonista, que de alguna forma se siente culpable por muchos malos aspectos de su relación con ella. La madre es un personaje adorable que oficia de verdugo y salvadora al mismo tiempo, su prematura muerte llevó a Cheryl a ese “infierno” pero también es quien guía la caminata. Las dos nominaciones al Oscar están bien justificadas. Se hace camino al andar Alma salvaje genera la misma empatía y ganas de huir que Into the Wild, por la belleza visual de la vida salvaje, con muchas diferencias en los dramas que motivaron al personaje principal, en ambos casos el egoísmo los iguala pero el motor y la explosión es diferente, por eso algunos se podrán identificar más con un trabajo que con otro. Quizás porque en Alma Salvaje el discurso romántico (no entendido como romance) de Into the Wild está muy lejos de exhibirse, sobre todo en la conclusión del relato. Se trata de un film bien musicalizado, con los típicos momentos emotivos de este tipo de dramas, permite disfrutarse más allá de los paisajes, por momentos se hace confuso entre tanto ida y vuelta, pero no es tan complejo como para huir de la sala. Por Germán Morales
El lado oculto de la ciencia La Teoría del Todo es un acercamiento a la vida del célebre científico Stephen Hawking. Es importante hacer la aclaración para aquellos interesados en buscar una explicación llana y masiva de sus teorías que tiene poco que ver con sus descubrimientos, su inteligencia o su camino para llegar a ser uno de los hombres de ciencia más reconocidos del siglo XX, ya que se basa en el libro de su primera esposa para dramatizar la relación entre ellos y las dificultades que atravesaron por la conocida enfermedad de Hawking. Es inevitable que estén, pero las teorías están en un segundo plano y no se encargan de iluminar a ningún desprevenido. Con una fotografía original que refuerza la melancolía de los planos y le da un toque conocido a este tipo de films dramáticos, la “Teoría del todo” encuentra a una pareja en dificultades en la cual Eddie Redmayne lleva muy bien un papel complicado, con una evolución correcta de la enfermedad. Sabe interpretar muy bien el empuje por vivir y la fuerza de su personalidad, a pesar de los momentos emotivos que se exhiben, Redmayne nos muestra a un Hawking contemplativo con un amor por vivir que no parece tener fisura alguna, que comprende su situación y no tiene ataduras, o más bien, celos. El film se encarga de mostrar la relación del científico con sus teorías, en el que Hawking, como todo buen hombre de ciencia, sabe que lo que hoy funciona, mañana es descartable. Esa es la filosofía de fondo, pero también plasma muy bien el hecho de que las relaciones humanas son más fuertes que un vínculo de momento, como ocurre en papeles de genios sociópatas que están de moda (teléfono Cumberbatch (?)). Se trata de una conmovedora historia de amor y lucha, donde la que más parece sufrir es Jane Hawking (Felicity Jones), cuya posición no es fácil pero no tanto como la del científico, y en su interpretación ella no se destaca ni para bien ni para mal al demostrar ese papel. El resto del elenco sabe acompañar, pero ninguno es demasiado relevante dentro del argumento, inclusive Jonathan (Charlie Cox). La teoría del todo, película que cosechó varias nominaciones a los Oscars, es una película recomendable, bien llevada por el director James Marsh que supo como mantener cautivo y no convertir este film en una película con el golpe bajo constante donde la moraleja se ve sobre el final. La lucha y las dificultades son naturales, pero también la alegría de vivir aún en condiciones adversas y esa es la alegría que logra transmitir el film. No significa que no haya drama o no pueda haber más de una lágrima, porque lo hay en grandes cantidades, pero los logros y la exhibida personalidad del científico con toques alegres saben matizar los golpes bajos, al punto de hacerlos insignificantes. Por Germán Morales
Una pregunta que alguna vez escuchaste Cheap Thrills (Apuestas perversas) aborda un tema muy presente en el contexto actual, sobre todo el norteamericano por la crisis económica, un argumento no demasiado original pero capaz de llegar a todos por igual. ¿Por qué? A quién no se le ocurrió la pregunta, ¿Por cuánto dinero harías [agregar algo que no quieras hacer]? Inclusive son muchas las películas y relatos que ya tomaron esa cuestión. Bueno, la película gira alrededor de eso, focalizando sobre todo en los problemas económicos de Craig (Pat Healy) que se encuentra con esta “oportunidad”, luego de ser despedido de su empleo y además estar al borde de ser desalojado de su vivienda. En plena depresión, Craig se encuentra con Vince (Ethan Embry) un viejo compañero de la secundaria y de la vida con el que se pone al día luego de 5 años, justo en ese día tan triste. Cuando va al baño, Craig se cruza con Colin (David Koechner) que luego de drogarse, sin querer, le muestra su despilfarro y abundancia de dinero al tirar un billete al inodoro, como un preámbulo de lo que vendrá. Al volver del baño, su amigo Vince está invitado a la misma mesa de Colin y su esposa Violet (Sara Paxton), festejando el cumpleaños de ella de una forma muy ostentosa. Aquí el relato cambia de tonalidad y de ritmo, Colin y Violet le proponen a sus invitados pequeños desafíos por dinero, para ver hasta dónde llegan sus límites. Craig no se engancha como Vince, todavía está golpeado por las malas noticias y no ve una salvación en el ofrecimiento, sin embargo, a medida que crecen monetariamente los duelos, su compromiso progresa. Apuestas perversas se trata de una propuesta con un mensaje contundente. El dinero deforma a las personas y sus valores, la ambición por ver una salvación económica incita al hombre a cualquier acción, y a medida que crece la suma, cuando se encuentra inmerso en el baile, no hay límites que paren al necesitado. El dialogo entre Craig y Vince a mediados de la película se muestra como revelador de la posición de los realizadores acerca de la figura favorita de los norteamericanos, “el perdedor”, el verdadero perdedor no es aquel que no formó nada en su vida, sino aquel que con todas las posibilidades por triunfar, no se animó a lograr algo mejor para su existencia. La visión del “american way of life” está siendo muy golpeada en varias producciones del último tiempo, Breaking Bad es el principal paradigma de la época en ese sentido. Por eso, la propuesta de Cheap Thrills es interesante para ver, pero está en la misma sintonía, y por lo tanto parece repetido por los dilemas que se ponen en la mesa. A pesar de eso, es un trabajo interesante para disfrutar y horrorizarse un poco más, logra enganchar al espectador a pesar de ser un tema recurrente. El clima logrado por el director E.L. Katz, en su opera prima, es correcto a las intenciones de escalar en el mensaje final. El sexo y el morbo no están exentos en su aparición, pero no de las formas habituales, su extrañez es acorde con la comedia negra y el drama que propone, como dijimos anteriormente, el clima deforma a los personajes y las decisiones en las cuales se involucran. La escena que cierra el drama es destacable, un golpe frío y seco, que deja helado, pero no sorprende. El monstruo final es un golpe contundente a las buenas intenciones de cualquier tipo de salvación a través de la vía fácil. El fin no justifica los medios, una vez más. Por Germán Morales
Los hombres son golpeados por el arbitro Para aquellos amantes del fútbol, “El arbitro” de Paolo Zucca es una película que deben ir a ver. Filmada en un cálido blanco y negro, se trata de una comedia italiana que satiriza muchos de los lugares comunes que se ven en el fútbol corriente, sin pretender denunciar absolutamente nada, simplemente por el hecho de reírse de lo absurdo que puede ser el fútbol por momentos. El arbitro toma 2 historias en paralelo que se cruzan por lo descabellado de la película, por un lado está la historia del Cruciani (Stefano Accorsi) cuya excelencia al momento de impartir justicia lo pone al borde de uno de los hechos más esperados por cualquier juez, dirigir la final europea de clubes. Por el otro lado vemos la parte más amateur de este deporte y es la competencia de aficionados en Italia, como eje en los equipos de Atletico Pabarile, un equipo humilde y sin expectativas de ganar con un entrenador ciego llamado Prospero (Benito Urgu), frente al “poderoso” Montecrastu, con el arrogante Brai (Alessio di Clemente) y su entrenador Quirico (Quirico Manunza) que tienen todas las chances de ganar el torneo. Sin embargo, el destino de perdedor del Pabarile es torcido con la habilidad, los amagues y las simulaciones en el área de parte del nuevo jugador Matzuzi (Jacopo Cullin) que vuelve al pueblo luego de que su familia haya probado suerte en Argentina. Toda una declaración de las cosas que le brinda el fútbol argentino al europeo, la picardía criolla no sólo se ve en la cancha, sino en el porte del jugador italiano criado en Sudamérica que busca reconquistar al viejo amor de su infancia Miranda (Geppi Cucciari). La fotografía, la dirección y los planos que eligió Paolo Zucca embellecen el relato, más allá de la trillada última cena y que el blanco y negro la mayoría de las veces enamora por convención, el retrato del fútbol de aficionados muy pocas veces se sabe condensar de forma exitosa en la pantalla y la habilidad para representar ciertos personajes también fue acertada. En Matzuzi vemos el típico jugador latinoamericano que va a Europa a hacer una nueva vida, se gana al pueblo a fuerza de goles y también la representación de aquel jugador estrella del cual depende todo un equipo. La metáfora de Prospero y su ceguera remite a aquellos entrenadores cuyas decisiones nadie logra entender, o la excentricidad y la corrección del arbitro Cruciani le da un toque especial a sus apariciones, sin embargo, en las escenas del arbitro Mureno (Francesco Pannofino) está el punto más alto de la película. Es difícil que la intervención grotesca del referee no haga tentar a más de uno. El arbitro se trata de una comedia negra donde los pequeños gags son los que llenan al espectador, pero en la mirada global, muestra al fútbol exponiendo lo turbio de su naturaleza de forma divertida y sin pretender una denuncia a la FIFA, UEFA o el organismo que quieran, simplemente son los intereses del fútbol de todas las competencias, desde la ultra profesional hasta el fulbito de barrio. Todos quieren ganar a costa de cualquier hecho fortuito que suceda, y eso implica que el cambio de héroe a villano sea tan volátil como instantáneo. En definitiva, todos lloramos por las injusticias en el fútbol, pero si algún día nos dan una mano, miraremos para otro lado.