La condición humana latente en una historia lamentablemente cotidiana Narra la historia de dos amigas que, provenientes del interior del país, llegan a Buenos Aires buscando cosas diferentes, una, Pato (Paloma Contreras), mejor futuro, la otra, Nancy (Maria Laura Caccamo), sostener la amistad entre ambas. Hay unos pequeños detalles para aclarar antes de continuar. Nancy es la mayor, con cinco años de diferencia, además de ser una joven ingenua, demasiado inocente, presenta un pequeño retraso en los niveles de inteligencia, se podría decir que es una border leve, pero todo afecto, como sucede muchas veces en estos casos. Pato es confiada, pequeña sutileza en la construcción del personaje, pues no es exactamente ingenua, quiere dejar atrás una vida de privaciones, pero lo quiere realizar desde el sacrificio que implica vivir en tierras extrañas, trabajar de mucama, pero poniendo como condición la posibilidad de estudiar. Cuando llegan a la gran ciudad, pintada con pequeños trazos por la realizadora como una gran fauces que se fagocita a las personas, lo hacen a una casa común y corriente en apariencia, pero son engañadas y obligadas a prostituirse. Si bien sólo observando a nuestro alrededor, y sin investigar demasiado, estas cosas suceden a diario en el país, empero fue el disparador de esta producción, una noticia que tuvo gran repercusión en la sociedad porteña. No parece, si bien funciona como tal, un texto de denuncia. Al primer contacto con el relato es más una historia de dos amigas en situación desesperada, donde sólo se tienen a ellas mismas, que la intención de denunciar la trata de personas. Por otro lado, es una realización que versa sobre la condición humana, el poder que se ejerce sobre los más débiles. También es un retrato del narcisismo primario en que se mueve la sociedad actual, algo así como lo peor del “Self Made Man” yankee, ajironado al Río de la Plata, temas como la indiferencia, el mirar para otro lado, el no te metas. Con respecto a los rubros técnicos y no tanto, Gabriela David confirma con su segundo largometraje que es poseedora de una sensibilidad extrema en la creación de climas, como así también en la construcción de personajes, aspectos que tienen muchos puntos de contacto con su primer film (Taxi, un encuentro”, 2001), si bien el anterior era más intimista. La puesta en escena, el manejo de la cámara y la elección de cada plano, así como el diseño de sonido, inclusive el montaje, están pensados para narrar más desde el fuera de campo, de lo que no se ve, pero se insinúa, se entrevé, y eso también le da cierto rasgo de misterio. En cuanto la dirección de arte se nota el deseo que funcione como tal, que pase desapercibido, diga cosas, destacándose el trabajo con la luz y el color, según donde los personajes estén desarrollando las acciones. Específicamente se podría decir que la fotografía tiene tintes expresionistas en el interior del prostíbulo, que es donde transcurre las escenas más dramáticas, con colores pasteles saturados pero cálidos, en cambio los exteriores de la ciudad se los muestra fríos. En el rubro de actuaciones deberíamos decir que todo el peso recae sobre las protagonistas absolutas, pero teniendo más peso Nancy, personaje cantante pues es quien lleva adelante la mayor parte de las acciones. El elenco se completa con Luís Machín, en un personaje que bien podría no existir, pero que su presencia le da carnadura, junto a Cecilia Rossetto, componiendo una madama increíble, y Luciano Cáseres como un cafiolo moderno y convincente. Por último, me quiero referir al título, “La mosca en la ceniza” alude a un truco popular de campo –que intenta llevar a la práctica insistentemente por una de las protagonistas-, que en este caso funciona de maravilla como una gran metáfora. Sólo les sugiero que se les develará el misterio cuando vean la realización de Gabriela David.
Siempre dije como si fuese una máxima propia, lo creí, y lo sigo haciendo, que el cine es francés, los demás le van a la saga. Pero como toda regla tiene su excepción, los franceses produjeron este bochorno, incalificable, desde todo punto de vista, a decir verdad, no creo que este texto fílmico resista el más mínimo análisis. He aquí la una apretada apreciación. Coco, un hombre de alrededor de 40 años, que ha logrado todo lo referente a lo económico, es un ejemplo perfecto del éxito social. Empezó de la nada, supuestamente, de familia de inmigrantes, realizó en 15 años una de las más impresionantes carreras en pos de fortuna, y todo gracias a su invención: agua mineral “chispeante”. Pero para Coco, el más importante de sus actos esta por venir. Sería consagración definitiva: el Bar Mitzvah de su hijo Samuel que se llevará a cabo en seis meses. “Todo” el mundo estará invitado y promete que será una fiesta inolvidable. Obsesionado con el evento, Coco actúa desmesuradamente y llega casi a la locura sin registrar cual es el deseo de su hijo, ni percatarse que se está alejando de su familia y sus verdaderos amigos. Gad Elmaleh, coguionista, realizador y protagonista de este mamarracho peligroso, es un emulo de ese otro “payaso”, pidiendo perdón a quienes realizan esa noble tarea de divertir, con delirios de actor como el italiano Roberto Benigni, hasta se parecen físicamente, incluso en los movimientos corporales exagerados, con la intención de hacer reír, por supuesto, muy lejos, demasiado lejos, de Jim Carrey y mucho más de los geniales Buster Keaton, Charles Chaplin o Jaques Tati, entre otros Pero si sólo de pavadas se tratará, no es el caso, el texto es superfluo, reiterativo, sin sorpresas, para colmo con tintes misóginos y discriminativos. No despierta la más mínima sonrisa. Algunos espectadores se retiran antes de finalizar la proyección enojados, otros que no se atreven a pedir que le devuelvan el dinero de la entrada se queda hasta el final, pensando también en alguna que otra vuelta de tuerca que nunca se produce. Tampoco es posible encontrar algún acierto en ninguno de los rubros que componen una realización, ni el sonido muy de estudio, prefabricado sin intenciones narrativas, ni arte (ni parte), ni montaje que es de cortes lineales, ni la fotografía demasiado insulsa que no lega a crear clima alguno, ni de fiesta, y menos las actuaciones lamentables, ni siquiera la aparición demasiado fugaz de Gerard Depardieu relaja un poco.
La funesta maquinaria industrial de Hollywood parece no saber de limitaciones, no es la primera vez (ni será la última), que retoman un texto fílmico de otras latitudes y la rehacen al uso propio. En este caso el realizador irlandés Jim Sheridan (“Mi Pie Izquierdo”) adapta para el espectador estadounidense un film del mismo nombre realizado por la directora danesa Susanne Bier, en el año 2004. Cuando se habla de adaptar, se esta poniendo en juego una serie de variables que hacen al lenguaje cinematográfico, de las diferencias entre Hollywood y el cine europeo. Como ejemplo es muy común escuchar que tal o cual película es “lenta”, no voy a entrar en discusión sobre eso, sí tengo que decir respecto del tema de ajustar los tiempos narrativos a lo que han acostumbrado al público en general, y al yankee en particular, que la producción de Sheridan cumple con todos y cada uno de los puntos de quiebre necesarios y estipulados por la producción media hollywoodense. Pero esto no sería importante, ni significativo, si no fuese por los cambios de discurso que instala el texto copia del original. Un patrioterismo tonto, reaccionario en relación a una cuestión claramente antibelicista de la original. También hay modificaciones en cuanto a los personajes, más que nada en su construcción, hay una marcada diferencia de edad entre los personajes de la europea, ya entrados en los treinta y pico largos, en relación a los veintipico de los personajes del film de Jim Sheridan. Siendo honestos con el producto y sabiendo que la original fue muy bien recibida por la critica especializada, pero no tuvo la repercusión esperada en cuanto a cantidad de público, habría que decir que la apuesta de lo productores es buena, citar a jóvenes actores, consagrados, convocantes, como Jake Gyllenhall (Tommy) y Tobey Maguire (Capitán Sam Cahill), rodearlos de actores secundarios de la talla de Natalie Portman (Grace Cahill, la esposa), Sam Shepard (Hank, el padre) o Mare Winningham (Elisie, la madre), darle las riendas de la filmación a un conocedor del séptimo arte como Jim Sheridan, el resultado al que aspiran de recaudación parecería estar asegurado. La historia se centra en un capitán de los marines, Sam Cahill, quien regresa de Afganistán después de mucho tiempo y de haber sufrido una experiencia atroz como prisionero de guerra, sólo para descubrir que lo habían dado por muerto. En su ausencia, su hermano Tommy, vago y ex convicto, intenta hacerse cargo de la viuda, tal como el precepto bíblico, y con su accionar termina ganándose el corazón de la mujer de Sam, Grace y de sus dos hijas. Sam se imagina traicionado y reacciona con violencia. Lo dicho buenas, actuaciones, buen diseño de arte, buena fotografía, muy buenos recursos técnicos, pero lejos de la original.
Un drama humano inteligentemente tratado y con un Jeff Bridges inolvidable Una road movie por el interior de un personaje, en pleno proceso de decadencia. Jeff Bridges es Bad Blake, tal su nombre artístico, un viejo, arruinado cantante de música country folk, que ha sabido tener éxito, ha sabido de gloria, ha sabido de inspiración para crear canciones, ha sabido que es estar casado, demasiadas veces, Sabe que es estar alcoholizado, sabe que no puede defraudar la público que lo va escuchar, sabe que esta quebrado económicamente, sabe que su fin se esta acercando. Pero no sabe todavía que y para que es la vida, sabe leerla, sabe reflejarla en sus canciones, pero no sabe vivirla. Ya no cree en el amor, reniega de su pasado, reniega de su nombre verdadero, hasta reniega de su gran “don”, la composición. No reniega de la amistad, como así tampoco de la bondad, se sabe un hombre bueno, perdido, pero cree que nunca le hizo mal a nadie. Va recorriendo pueblitos por el interior de los EE. UU. ofreciendo pequeños recitales en pequeños bares y tabernas, por unos míseros dólares que apenas si le alcanzan para sus vicios: el tabaco y el alcohol. Todavía, con sus ya declarados 57 años, tiene encanto, es querido y respetado por los hombres de su edad y apetecido por sus fans, mujeres ya no tan jóvenes. En ese recorrido por la pendiente descendiente encuentra a Jean (Magiie Gyllenhall), una joven reportera de un diario local, de un pueblito, madre soltera de un pequeño de 5 años. Ella quiere hacerle un reportaje y descubrirá al hombre detrás de la fachada de músico, con sus miserias, sus silencios, sus tormentos. El la vera como una última oportunidad, ¿una posible salvación? ¿Una salida? El filme esta nominado en tres rubros para el premio “Oscar” 2010, entre ellos el de mejor actor (Jeff Bridges), quien con esta sería su quinta nominación, entre actor de reparto y principal, nunca lo obtuvo, y en esta oportunidad tiene un gran contrincante en Morgan Freeman con su Nelson Mandela del filme “Invictus”, pero le habrá llegado su turno. Bridges realiza una composición de antología, un antihéroe, que se hace querer, que produce identificación y empatía con los espectadores. No hay una escena del del relato en que no aparezca, y uno en realidad espera su presencia en la pantalla. Excelentemente secundado por Gyllenhall, y Colin Farrell quien interpreta a otro cantante, exitoso y mucho más joven, quien fuera en sus principios el protegido de Blake, y como frutilla del postre aparece el gran Robert Duvall, como el amigo incondicional de toda la vida. Como estamos hablando de un drama, que se sustenta en la vida de un músico, las composiciones que ilustran al film son de excelente factura, y mire que no soy adicto a la música country.
La sola mención del titulo hace clara referencia, inevitable por cierto, a la realización de Abel Ferrara “Un maldito Policía” (1992) protagonizado por Harvey Keitel. Pero hay diferencias entre una y otra producción, no sólo desde lo estrictamente cinematográfico, digo, estética, estructura, discurso e interpretación, sino también en lo referente a la historia. La original ya es considerada entre de culto y clásica, hasta joya del cine, por algunos fanáticos, esta nueva versión tiene los toques autorales de su realizador, el gran Werner Herzog, que no es un improvisado, sabe lo que hace, que quiere decir y como decirlo. El problema esta (y esto es casi un axioma del séptimo arte, los actores no hacen las películas), en el responsable del producto terminado es decir el realizador, pero, y esto es netamente una sensación muy personal, a Nicolas Cage (Teniende Terence) no le creo nada. Así como hay actores que hacen creíble cualquier personaje, y son otro elemento para atrapar al espectador, y vaya como ejemplos Robert de Niro, Dustin Hoffman, Meryl Streep, etc. otros producen el efecto contrario. La historia gira alrededor de un teniente de policía, corrupto, drogadicto, violento, muy “inteligente”, al que se le encarga la investigación de una masacre perpetrada a inmigrantes senegaleses, la que tienen relación directa con el mundo de las drogas. En ese andar por la vida, tiene relaciones más o menos estables, como una prostituta, encarnada por Eva Mendes, o su compañero Val Kilmer, ambos lo protegen, lo cubren, y en algún momento son su cable a tierra. El guión peca por momentos de incorporar datos que sólo tienen como objetivo construir al personaje, no sólo desde las acciones sino como marcación de actuación. Es así que el Teniente Terence sufre un pinzamiento de las vértebras de la espalda y el médico que lo asiste le informa que ese dolor lo va a tener de por vida (pleno siglo XXI ¿Algún incrédulo por ahí?), la situación hace que el personaje transcurra durante todo el filme encorvado, pero también da lugar a escenas de violencia injustificada, además de valerse de su placa para conseguir el remedio que le alivia los dolores. La historia esta bien narrada, con muy buen diseño de montaje, aunque le sobren algunos minutos. Dispone de muy buena banda de sonido, mejor arte y fotografía, crea atmósferas por momentos asfixiantes, y cuenta con algunos momentos de buenos diálogos. Todo lo cual termina por redondear un buen producto, lástima el actor elegido para protagonizarla. El giro del final es netamente una manifestación de principios y una mirada critica del realizador sobre la sociedad actual, las estructuras de poder y su impunidad.
Mel Gibson vuelve a la actuación después de varios años, y lo hace en el género que mejor le sienta, el policial. Lejos ya de la saga de “Arma Mortal” (1987/89/92/98) encarna a un policía que es testigo del asesinato de su hija, supuestamente por error. Ël quiere hacerse cargo de la investigación del caso en el esta directamente involucrado, cualquier semejanza con “Un detective suelto en Hollywood” (1995) es mera coincidencia, pues carece de cualquier tipo de humor, por más que la historia sea básicamente la misma. Lo que sí tiene es esa costumbre de los filmes realizados en la factoría del gran país del norte: justificar de alguna manera la acción de buscar justicia por mano propia. También encontramos, como tantas veces en este tipo de productos, que la maldad esta personificada, o, mejor dicho, corporizada, no en el sentido de corporación sino de un único responsable de los males. En cuanto a la disposición del relato, es clásica, de estudio, moldeada pero bien hecha, a pura adrenalina por momentos, sin demasiada creación de climas y excesivamente previsible, lo que la torna aburrida. Ni que hablar del discurso instalado por el texto, por más que alguien crea que las producciones fílmicas no tienen mensaje, esta si lo emplaza y es bastante reaccionario Como dije al principio, Mel Gibson se mueve como pez el agua, es convincente su interpretación, al igual que los demás intérpretes, también son correctos los rubros técnicos, pero no alcanza.
Estilo inconfundible en la más personal de las obra de los Coen El último film de los hermanos Ethan y Joel Coen es posiblemente el más personal de ellos. El relato se centra en la vida de un profesor universitario de matemáticas, en la ciudad de Minneapolis a fines de la década de los ´60. Hay, se podría decir, pues nunca lo afirman, dos supuestas bases de inspiración para la construcción de esta realización, primero la infancia de los directores, judíos y educados como tales, en un recorrido retrospectivo de su niñez, y la segunda posibilidad es que la fuente de “iluminación” sea bíblica. Así como “¿Donde estas, Hermano?” (2000) estaba claramente basada en “La Iliada” de Homero, esta última producción tiene muchos puntos de contacto con “El libro de Job”, incluido en el Antiguo Testamento. Por supuesto esta referencia en manos de los Coen funciona como parodia del original. Hasta se podría decir que en realidad es una hermosa conjunción de esto con la tan mentada “Ley de Murphy”. Job era el hombre justo al que le pasan todas las desgracias al que tres amigos le insisten en que nada de lo que le sucede es por azar y termina desafiando a Dios, pues cree que el castigo que le impone es desmesurado. Lo único que recibe como respuesta es que Dios no tiene que justificar sus actos y además no hay respuestas posibles. Pero no se quedan allí. El relato esta plagado de simbología judía, que trasciende lo meramente religioso y se asienta en parte en el dybbuk, un personaje del folklore judío de mediados del siglo XIX en Polonia y Rusia, pero que tiene su origen a mediados del siglo XVI, y también en los cambios en la comunidad judía de posguerra, con el crecimiento de la vertiente conservadora de la religión judía, alejándose de la ortodoxia, pero todavía lejana a la liberal, iniciada en los EEUU, esto ya sería la parte casi autobiografíca. Yendo específicamente al filme, anticipado por una frase del Rabi Rashi, (considerado entre los más importantes pensadores e interpretes del Antiguo Testamento), “recibe con simpleza lo que sucede”. La narración se abre con una escena de antología, ubicada en Europa oriental, hablada en yddish, idioma del pueblo judío en el norte de Europa, (el idioma original es el hebreo) La razones que tienen es para ubicar al espectador en “que estamos hablando aquí”, y presentando uno de los personajes más importantes de la historia,. El Dybbuk, una figura del folklore judío que personifica a un alma en pena, puede ser bondadoso o maligno, un alma en busca de venganza o con una deuda pendiente de su vida pasada, que reencarna en cuerpos de seres vivos para así obtener una segunda oportunidad, que pueden ser otras personas o animales. Recién después, fundido a negro mediante, el filme tiene su apertura clásica, con los títulos y los intérpretes. Ahí nos encontramos con Larry, un profesor de matemáticas, al que las cosas le suceden más allá de sus actos o sus “no” actos, ante estas situaciones dramáticas de la vida cotidiana el no reacciona, y estamos hablando de dramas y no de tragedias, hace lo que se “debe” hacer, hasta un recorrido por varios rabinos en busca de consejos. Problemas maritales, con sus hijos referente a la función paterna, un hermano genio en pleno brote delirante viviendo en su casa, problemas laborales, educativos y por si esto fuera poco los cambios culturales que se avecinan. Pero el texto se universaliza, “pinta tu aldea y pintaras el mundo” reza una frase atribuida a León Tolstoi pero también a Pablo Picasso, y esto es lo que hicieron los hermanos Coen, en el filme y específicamente en los personajes encontramos toda una serie de conductas muy identificables: obsesiones, paranoias, fobias, sospechas, genialidades, estupideces, amor, odio, indiferencia, perversiones, maldades y el destino. .Desde lo estrictamente fílmico, está estructurado en forma clásica, con un montaje lineal, progresivo, algo así como el camino del héroe. Estéticamente se va adecuando a la época en la que se sitúa la acción, tanto la secuencia inicial ambientada a mediados del siglo XIX, con dominio de los tonos pasteles y el formato cuadrado para la presentación de las imágenes, hasta la historia familiar y personal del protagonista a fines de los sesenta del siglo pasado. Desde la utilización del color en los ambientes y en la ropa de los personajes hasta en el tratamiento lumínico, tanto a los espacios abiertos o cerrados y los personajes, está trabajado en forma empática. La música merece un párrafo aparte, la canción “Somebody to Love” de Jefferson Airplaine recorre todo el relato, y no es casual, pero también la música litúrgica judía en la voz de Joseff Rosenblatt, que supo ser conocido allá por 1927 como uno de los vocalistas del filme “El Cantor de Jazz”, considerada la primer producción hablada, animada centralmente por Al Jonson., y esto tampoco es accidental, menos en una realización de los Coen. Como dice uno de los personajes en una de las escenas mas graciosas, “acepta el misterio” se corresponde con el final del filme en forma muy ilustrativa.
Áspera narración tratada con genuino lenguaje fílmico Ambientada a mitad de la Segunda Guerra Mundial, en Túnez, específicamente en 1942, narra la historia de dos amigas, Nour (Olympe Borval) y Myriam (Lizzie Brocheré), ambas de dieciséis años, que desde niñas residen en el mismo inmueble, ubicado en un barrio modesto donde judíos y musulmanes coexisten en supuesta perfecta armonía. Pero cada una (a su manera) envidia la suerte de la otra. En noviembre, el ejército alemán entra en Túnez. Aliados con el gobierno francés de Vichy, los nazis exigen a los judíos a pagar gravámenes descomunales. Les coartan las posibilidades de trabajo, por lo cual la madre de Myriam, queda desocupada y para poder hacer frente a sus deudas intenta, en realidad obliga, a su hija a casarse con un medico judío, rico, mucho mayor que ella, destruyendo los sueños de Myriam de casarse por amor como le sucederá a su amiga. En esta segunda realización de la directora y actriz francesa Karin Albou (“La Pequeña Jerusalem”, 2004) usa este contexto histórico para indagar sobre temas espinosos dentro de la cultura semita, como son los contrastes ideológicos, religiosos y de educación, y le sirve asimismo para denunciar prácticas ortodoxas, que todavía se sostiene como habituales, y se constituyen como misóginas. Otros temas que preocupan a la directora, dejando de lado el retrato histórico, que bien podría ser una o dos historias de sus antepasados (ella es francesa de origen tunecino), expone muy claramente como ante situación de supervivencia los factores de poder pueden generar libremente y sin mucho esfuerzo cambios de conducta en los oprimidos, divide y reinaras, dice el saber popular. De esta manera aborda temas como la discriminación, nacionalidad, las clases sociales y, fundamentalmente, el acceso a la sexualidad. La sofocación cultural, la iniciación sexual, la amistad, el amor, desde un padre musulmán que sin tergiversar los mandatos puede encontrar y mostrar una luz de esperanza en medio de la oscuridad, o de una madre extremadamente cariñosa que defenderá la vida de su hija, poniendo en riesgo la suya. Hay una escena en tal sentido, en que Myriam, escondida debajo de la cama, es testigo del maltrato de los policías para con su madre, y que la resolución de la misma da cuenta de un nuevo nacimiento. También y a través de la exposición de ritos en forma pormenorizada, sobre todo lo relativo a la sexualidad, conjugados en ambas protagonistas, planteando de diversas maneras los anteriormente dicho de la misoginia, llevan al público a identificarse en la amargura y el dolor de los personajes. Albou maneje los movimientos de cámara con sutileza dando lugar a una percepción muy natural de las imágenes, como si estas fluyeran, escondiendo la construcción de las mismas, haciéndonos creer que no hubo una búsqueda de las mismas, sino que estas fueran encontradas casi de casualidad. La dirección de arte, esto es escenografía y vestuario, es justa, moderada. No es una superproducción Hollywood, pero no le hace falta, ya que en el diseño de sonido, el fuera de campo construye tanto como la imagen, para esto utiliza además tonos fríos para la iluminación dando lugar a una fotografía, ascética, oscura, que refuerza el clima opresivo, que la realizadora indudablemente procura mostrar. El clima de todo el film es angustiante, la tensión dramática inquebrantable, y la estructura narrativa es poseedora de buen ritmo, otorgado en principio por el guión, donde la carga dramática no cae en golpes bajos, no busca el efecto de lacrimógeno. Por otro lado, la historia en sí misma es atractiva y atrapante. Las interpretaciones de las jóvenes Lizzie Brocheré y Olympe Borval, están por encima del resto de la producción fílmica, y eso ya es mucho decir.
Hace ya algún tiempo se estreno en Argentina, (se consigue en DVD y la repiten mucho en los canales de cable) “Realmente Amor” (2003), una comedia romántica de origen ingles, de factura perfecta y que se desarrollaba durante las cinco semanas anteriores a Navidad. Un film de varias historias de amor entrecruzadas que vagaba desde una Cenicienta moderna hasta Melody, pasando por todas las formas de amor trabajadas por Erich Fromm en “El arte de Amar”, si se quiere. Pero cuando ya nadie se lo esperaba, Hollywood, y su maquina trituradora de buenos productos, realizo una remake camuflada con el nombre original de “Valentine´s Day”. El encargado de su realización fue Garry Marshall, conocido por la exageradamente sobrevalorada “Mujer Bonita” (1990), a la que Ken Russell le respondiera en su momento con “Prostituta” (1991). En esta ocasión, el tema vuelve a ser el amor. Para ello hace uso de varias historias cruzadas en un mismo día, el de San Valentin. Así tenemos historias de amor no correspondidos, gente que no se merece que la quieran, una pareja con 50 años de casado, un chico enamorado, pero que el objeto de su amor ni sospecha de tener un “admirador” secreto. Todas y cada una de estas historias tienen su correlato directo con la original británica, se descubren, se huelen, pero no se disfrutan. Típico relato de factoría, se torna previsible, salvo en aquellas en que el espectador es engañado a través de una mentira, y el giro particular de esta intenta sorprender, pero sólo se muestra como lo que es, una manipulación del espectador. Si es para destacar la cantidad de actores de primera línea que conforman, que le dan vida a estos personajes, desde Julia Roberts, una integrante del ejercito, en un vuelo en proceso de retorno a su hogar después de 11 meses de ausencia; Shirley MacLaine y Héctor Elizondo, como la pareja de viejos: Jamie Foxx como un periodista deportivo escéptico del amor haciendo notas al respecto; Jennifer Gardner como una enamoradiza empedernida, junto a Patrick Dempsey en el rol de un “cardiocirujano” famoso. Todas los relatos parecen girar alrededor del personaje Ashton Kuchter, un florista, (¿bastante simbólico, no?) enamorado de Jessica Alba, etc. La lista es casi interminable, y en realidad los actores son lo mejor del filme, las actuaciones, digo, las historias no están bien hilvanadas, como si no hubiese un esquema de montaje, el diseño de sonido sólo es un rejunte de canciones pegadizas, melosas, empáticas, la dirección de arte brilla por su ausencia, algo así como hagámoslo rápido, sólo algunos detalles de escenografía correctos y las más de dos horas de duración se hacen eternas. Por los resultados se podría decir que le hace más homenaje al 14 de febrero de 1929, el día que Al Capone produjo la masacre, que al símbolo del amor. Si usted es de aquellas personas que disfruta de las comedias románticas, remítase a la original.
De lo personal a lo social, otra aguda visión de los hermanos Dardenne Esta realización podría inscribirse en lo que se conoce como drama social, al igual que otras grandes películas como “Ladrones de Bicicletas” (1948), de Vittorio De Sica, o, más próximo en el tiempo, “Germinal”(1993) de Claude Berri, pero algo la hace diferente y la misma razón es lo que produce la indefinición del genero. “Rosetta” es al decir de sus directores una “sobreviviente” de la globalización, del capitalismo salvaje, que ha unido en la miseria a mucha gente en todo el mundo. El filme se centra en su historia en particular, que bien podría universalizársela, pero el empleo de la cámara en mano a lo largo del rodaje, siempre muy próxima a ella, mediante los planos medios y primeros planos, como persiguiéndola, da cuenta de otra cosa. Ella se encuentra en el borde de la sociedad. El trabajo dignifica, pero también da pertenencia. Una terrible imagen abre la obra, una joven es despedida de su empleo en una fábrica, ella se niega a aceptar la realidad y su obstinación provoca un incidente violento que termina cuando es arrastrada, literalmente, por dos policías, fuera de la fábrica. Esta es una escena que muestra las intenciones discursivas de los realizadores, así crudamente y sin preámbulos. Rosetta no recibe explicaciones. Se sabe una buena empleada, pero el hecho esta consumado, y se queda sin empleo. Avatares de nuestro tiempo. Vive con su madre alcohólica en una casa rodante, en un camping de algún suburbio de una ciudad al sur de Bélgica. Su vida transcurre entre los viajes a la ciudad y básicas tácticas de pesca en un pequeño lago al borde del camping. La soledad profunda es fáctica, sólo su endeble relación con Riquet, otro joven perdido en la selva de cemento, que trabaja en un puesto callejero de venta de wafles, es lo que parecería ser el único resquicio de afecto que le queda. La perdida del trabajo hará estragos en los residuos de los conceptos morales que todavía parecen sostenerse en Rosetta. La historia del personaje se nos muestra tensa, centralizada y tenebrosa desde su origen, de la misma manera que el accionar de Rosetta, quien no es más que una jovencita con una vida particular, sin lugar permanente en el mercado laboral lo que se constituye en su tragedia personal y la fuente de todos sus sufrimientos. Mirando su realidad sólo sería modificable si pudiera proyectarse en un futuro laboral duradero, pues de la manera en la que vive, y el poco tiempo en sus trabajos, no le permite construir relaciones de amistad, pero tampoco sabemos nada de su pasado, ni se lo juzga importante. La vida en el remolque, la difícil relación con su madre, el retraimiento social, su falta de cariño, ni tener donde depositarlo ni de quien recibirlo, termina produciéndole quiebres personales que se traducen hasta en dolores físicos. La propuesta se apoya certeramente en un inteligente empleo de la cámara en mano, con los consecuentes encuadres, y en Emilie Dequenne (belga, 28 años, con 20 cuando protagonizo “Rosetta”) en una labor brillante que le valió el premio como mejor actriz en el Festival de Cannes, constituyéndose en su debut como una promesa en el panorama cinematográfico internacional. Esta realización data de 1999, nos llega con demora por problemas legales, revalida, si cabe, la excelente calidad humana y artística ya ampliamente reconocida por la crítica y el público respecto la obra de los hermanos Dardenne (Jean-Pierre, 58 años, y Luc, 55 años). Se iniciaron cinematográficamente en1978 sumando 5 documentales, para debutar en 1987 en el largometraje con “Falsch” a la que le siguieron otros siete producciones, de las cuales “Rosetta” fue la cuarta, habiéndose exhibido en la Argentina las tres que le siguieron: “El hijo” (2002), “El niño” (2005) y “El silencioo de Lorna” (2008). El interés y la preocupación por los temas sociales se encuentran presentes en toda su filmografía, desde los documentales en los que se ocuparon de la resistencia antinazi en Wallonia, la huelga general belga de 1960, los periódicos “underground”, las radios libres de Europa, y de cinco generaciones de exilados polacos. Inteligencia en la selección de las temáticas y las historias, agudas observaciones en el tratamiento fílmico, consecuente estilo y áspera narrativa caracteriza las realizaciones de los Dardenne. “Rosetta” es un claro ejemplo.