En 1996, el Congreso Nacional dispuso que se construyera en Buenos Aires un monumento que conmemorara a las victimas del Holocausto judío. Diferentes trabas y burocracias retrasaron la obra hasta 2009, cuando la Secretaría de Cultura retomó el proyecto y mediante concurso público designó a los arquitectos Gustavo Nielsen y Sebastián Marsiglia para que estuvieran al frente de la obra.
Resultaría un sacrilegio indagar en la historía de la ventriloquía en nuestro país sin pasar por Chasman y Chirolita. Ícono de la cultura popular durante las décadas de los 70 y 80, la dupla encarnada por Ricardo Gamero y esa extensión de su ser que fue su muñeco provocaba carcajadas frente a las cámaras, pero fuera de ellas hubo una existencia rodeada de misterio. Qué fue de la vida de Mr. Chasman y su criatura es la piedra angular de ¿Dónde estás, Negro? y una excusa para asomarse a un universo tan bizarro como entrañable.
Aún quienes no estén familiarizados con el universo del psicoanálisis sabrán que Enrique Pichon-Rivière fue una eminencia en la materia no sólo en Argentina -país que a su vez fue una usina de especialistas-, sino a nivel mundial. En este documental, Miguel Kohan -que además es psicoanalista- intenta reconstruir vida y obra del "Francesito" (como lo llamaban sus amigos de la infancia) a través de testimonios de quienes se vincularon profesional y sentimentalmente con él.
"Producida por el director de El conjuro", reza, a modo de señuelo, el afiche de Cuando las luces se apagan. Pero si la referencia a James Wan hace suponer un film a la altura de su obra como realizador, hay que decir que no serán pocos los que saldrán decepcionados de la sala. Es que la película del joven David Sandberg -versión expandida de un corto suyo de 2013- cae sin remedio en lo que, salvo honrosas excepciones (justamente Wan es una de ellas), ya es una patología que padece el cine de terror actual: una idea interesante que no se logra capitalizar del todo y cuyas carencias son disimuladas por sustos efectistas y aisladas vueltas de tuerca.
Irene (Margherita Buy) parece encarnar a la persona ideal para su trabajo. Atractiva, sin esposo ni hijos y con plena disponibilidad de su tiempo, esta mujer que transita la mitad de los cuarenta se dedica a recorrer de incógnito hoteles cinco estrellas elaborando puntillosos informes -que en la mayoría de los casos son lapidarios- para una agencia de viajes. Cada vez que se hospeda, Irene toma en cuenta desde la sonrisa del conserje hasta la temperatura de la sopa que va a cenar, pasando por el tiempo de tardanza (¡cronometrado!) del servicio de habitación. Es lo que en la jerga hotelera llaman "huesped misterioso". Claro que esta rutina de suites de ensueño, comidas sofisticadas y piletas fastuosas amenaza con convertir a Irene en un ser frío y desapegado.
Podría considerarse a La helada negra, segundo opus del entrerriano Maximiliano Schonfeld, como parte de un cine que mira al interior del país despojándolo de los estereotipos propios del "campo" y considerándolo terreno fértil para los riesgos formales, las búsquedas narrativas y los climas enrrarecidos. En esta corriente están incluídos algunos estrenos locales recientes como Camino de campaña (Nicolás Grosso), Crespo (Eduardo Crespo, también entrerriano) y El eslabón podrido (Javier Diment), que pueden provocar extrañeza ante la mirada foránea.
Se desconoce si el veterano Fabrice Luchini es en verdad un aficionado a la literatura, pero en el último lustro fue convocado en dos oportunidades para interpretar a obstinados hombres de Letras. Primero fue En la casa (2012), de Francois Ozón, donde se ponía en la piel de un profesor obsesionado con los relatos de uno de sus alumnos, y ahora, en La ilusión de estar contigo -que en realidad es de 2014 y su título local no le hace justicia al original Gemma Bovery-, de Anne Fontaine, el personaje de Luchini es un fanático recalcitrante de Madame Bovary, la clásica novela de Gustave Flaubert. Pero el característico empecinamiento francés en conectar la literatura con el cine no tiene en esta oportunidad resultados auspiciosos.
Tras la relativa decepción de Los amantes pasajeros (2013), Pedro Almodóvar llega a su película número veinte retornando al universo que más conoce (el femenino) pero a su vez alejándose de las estridencias que dieron origen al ¿subgénero? basado en su apellido (el "almodovariano"). En esta oportunidad, el director manchego sienta un contundente manifiesto sobre la culpa, el peso de las ausencias, las heridas abiertas del pasado y la tragedia que se repite como farsa.
La premisa de Yo antes de ti se adivina a los pocos minutos y tampoco habrá demasiados misterios respecto a lo que seguirá. Pero dentro de obviedad de su estructura -a lo que se agregan cursilerías varias, clichés de clases y algún golpe bajo-, la película de Thea Sharrock (basada en el libro homónimo de Jojo Moyes, también autor del guión) regala más de un momento entrañable y, contra lo que pueda esperarse, sus casi dos horas de duración no pesan en absoluto. ¿La responsable? Emilia Clarke, cuya gestualidad, carisma y fotogenia se imponen por sobre cualquier propuesta almibarada.
Posiblemente se recuerde a 2016 como uno de los años más fructíferos en lo que respecta al cine de amor entre mujeres. Entre varios otros títulos con temática lésbica que se estrenaron en nuestro país, el último arribo viene desde el otro lado de la Cordillera (aunque está coproducida por Argentina): Rara, de Pepa San Martín, narra un caso real en el que una jueza chilena pierde la tenencia de sus dos hijas porque -vaya paradoja- la Justicia considera inmoral que conviva con otra mujer.