Balada trans Sean Baker derrumba la estigmatización con humor, investigación, mucha creatividad y poco presupuesto. Tangerine es una película y una agradable batalla también. Una más en la filmografía de Sean Baker (Starlet, El príncipe de Broadway), que nuevamente eligió desafiar sus propias percepciones para contarnos esta historia de un día, en la ruda Santa Mónica, con sus travestis y prostitutas en la periferia de Hollywood. Independiente, teje desde allí una ficción realista este director neoyorquino mudado a Los Angeles. Tangerine transcurre en la víspera de Navidad. Un día que comienza cuando Sin-Dee (Kitana Kiki Rodriguez) sale de prisión y su amiga Alexandra (Mya Taylor) le cuenta que Chester, su novio y proxeneta, la engaña. “Te engaña con una chica real, con vagina y todo”, le dice. Y Sin-Dee comienza su cacería por los suburbios de Los Angeles, mostrando su mundo y sus relaciones dominadas por el aislamiento y la soledad, en un filme vertiginoso y colorido que suma el drama de una familia armenia. Subculturas. Una marketinera parafernalia rodea la trama sin quitarle una pizca de mística. Por escasez de recursos y para tener mayor cercanía con actrices debutantes, la película se filmó con un iPhone. No se nota. Y otra cosa que tampoco se nota es la inexperiencia de las protagonistas frente a cámara. Ambas, artistas transgénero ahora y ex trabajadoras sexuales de la zona, aportan color y diálogos reales para una historia que excede la ficción, y que en el caso de Taylor le valió un Spirit Award y una campaña masiva para que la nominaran a un Oscar. Todo ese trasfondo es parte de Tangerine. Película surgida de una idea, una locación, con una investigación de meses para escribir un primer guión que incluye inquietudes de la comunidad trans, que luego en el rodaje permite la improvisación de diálogos y que termina de coserse en la post-producción, donde Baker potencia su impronta. Ritmo, música, colores saturados para reflejar su percepción de ese mundo psicodélico con respeto y humor. Una película y un detrás de escena inspirador. Sustento y desafío para un cine independiente que todavía quiere narrar.
La Internet fecunda Íntimo, espontáneo y nada pretencioso ejercicio final para una experiencia colectiva en red. El cine fue sólo la excusa, el punto de inicio para una experiencia personal y colectiva, la de Milagros Amondaray, que ella refleja ahora en No estás solo en esto, un íntimo documental de 57 minutos cuya factura técnica es lo de menos. Su historia nació de una crisis, un trastorno de ansiedad para el que recurrió a un curioso tratamiento recreativo. Crítica de cine, en 2010 abrió Cinescalas, un blog publicado en La Nación en tiempos en que los blogs ya eran viejos. ¿Lo eran? Con esa decisión creativa, salió a pelearle a la ansiedad, a la soledad, al encierro. Y encontró un nuevo mundo: su comunidad. Ahora su película excede aquella experiencia de virtualidad fecunda, e indaga con honestidad brutal los entresijos de una conexión interpeladora. A través de entrevistas realizadas por la autora, recorremos testimonios sentidos y visiblemente emotivos del vinculo que fue tejiendo este grupo de escribas, integrado por amantes del cine, por un “club” de personas muchas veces en crisis, que junto a Milagros canalizan sus intimidades sin temores. Exponiendo sus personalidades. Contando. La factura modesta, estratégicamente casera del documental, el hecho de que se financiara a través del crowdfunding (aportes de público interesado), sintonizan con esta manera de narrar, y de leer esta historia que se tradujo en relaciones, en identificación, en catarsis. Está el riesgo, la sombra del rótulo de autoayuda, la posibilidad de contraponerle experiencias virtuales, diversas maneras de sociabilidad real que tienen lugar en Internet. Pero no es un tratado sobre el lugar de los vínculos en la web, y más allá de la identificación o el interés que pueda despertar, su gran virtud es contar una experiencia colectiva desnudando vulnerabilidades en las pantallas. Y dejando un mensaje proactivo e identificable entre tanto ruido y basura online.
Al otro lado del muro En su batalla por afirmarse, la tercera entrega de la saga, encuentra mejores recursos. Con Divergente, la serie: Leal, esta saga distópica suma un nuevo capítulo, tercero y anteúltimo en esta carrera frenética por adaptar los libros de la estadounidense Verónica Roth. La historia mantiene protagonistas y director de la anterior entrega (Insurgente), y sigue buscando recuperarse de un arranque débil e insulso, objetivo que a fuerza de costumbre e imposición va consiguiendo. Se sabe, la trama transcurre en una Chicago pos apocalíptica, lo que quedó de un mundo destruido, donde la sociedad se organiza y divide en cinco facciones que ahora están en crisis, al borde de la guerra civil. Sin brillar en su papel, Tris (Shailene Woodley) sigue siendo la gran protagonista, acompañada por Cuatro (Theo James) el guerrero del grupo. Ambos deciden que es tiempo de atravesar el muro, de escapar de esta ciudad cercada, desafiando a la nueva líder de Chicago, Evelyn (Naomi Watts) para buscar las respuestas que ya no encuentran. Son cinco los disidentes que saltan al otro lado, donde reina la devastación, donde todo es dominado por otro líder, un tal David (Jeff Daniels) que los guía hasta su modernísima y desértica ciudad, un laboratorio genético en el que la historia dará un nuevo giro. La escenografía futurista, la acción, y la ciencia ficción jalonan más que el contenido de la historia, que sin embargo arroja algunas subtramas y por momentos nos permite olvidar que se trata de una franquicia con gran reparto. Ganan espacio las actuaciones de James y Ansel Elgort, y mejora la película con debates sobre la memoria, la génesis del poder, y el conflicto de personalidades que se genera entre Tris y Cuatro, ella pura y él dañado, según las categorías que les adjudican en su nuevo lugar, en la oficina de David. Aunque la escenografía futurista del laboratorio y del mundo ácido que se expande más allá de Chicago está bien logrado, no hay grandes sorpresas tecnológicas, nada que no hayamos visto. Tampoco son profundos ni riesgosos los vínculos entre los protagonistas; más allá de los contrapuntos no se calienta nunca la relación entre Tris y Cuatro. La película, y el público joven, necesitan de ese riesgo. Pero al salir de la ciudad, la historia recupera otro punto de vista, un poco de aire para una saga que necesita mantenerse viva hasta que llegue el final.
Venganza de una loba nórdica Una película de terror fortalecida con metáforas y paradojas rupturistas para el género. Si el cine nórdico llega a arrimarse al fenómeno que despertó la literatura de suspenso y terror en aquella región, da para esperanzarse. Un buen paso en esa dirección es el que ha dado el danés Jonas Alexander Arnby con su opera prima, Cuando despierta la bestia. Una historia austera, pequeña, con varias decisiones a destacar. En primer lugar, aparecen varios hechos rupturistas. El principal, que sea una mujer, o dos, la que se convierta en este monstruo, inaugurando la leyenda de la mujer lobo en el cine. Marie (Sonia Suhl) es la joven protagonista, y sostiene la película de punta a punta. Vive con sus padres en un pequeño pueblo nórdico, en el que todos se conocen, en el que todos parecen saber algo que ella no. En la primera escena la vemos con su médico, buscando el porqué de unas erupciones en su piel. Y luego somos testigos de sus pesadillas sangrientas. Y de su vida familiar. También saben algo que ella no. No hay héroes en la película, todos son víctimas, pero el director empuja las acciones para que nos transformemos y enojemos junto a Marie, o al menos nos compadezcamos de ella. Los cambios físicos que la atormentan, sus arrebatos violentos, parecen una reacción natural a su historia familiar, al maltrato de su primer trabajo en esa isla de pescadores. Y una sensación de venganza recorre el filme. El director trabaja pocas escenas, exteriores e interiores, que en su alternancia construyen un clima de opresión poderoso y omnipresente. El padre de Marie esconde la verdad, pero su madre, postrada en una silla de ruedas, medicada, es su conexión con el mundo. Junto a Daniel, el distinto del pueblo. Como en todo filme de terror, el tema es comprar o no lo monstruoso, lo sobrenatural. Y allí se vuelve más previsible, frío, como la geografía del lugar. Pero hay una metáfora fuerte entre esa bestialidad sangrienta y la crueldad del entorno, que Marie sólo puede enfrentar convirtiéndose el lobo.
A la caza de un nazi Un valioso testimonio histórico que deja en segundo plano las flojas tramas secundarias del filme. La batalla que el fiscal general Fritz Bauer libró para juzgar al nazi Adolf Eichmann es la llave de Agenda secreta para recrear el clima político de la Alemania occidental a fines de la década del ‘50. Claro que la película pretende ser también un homenaje a este hombre que luego fuera uno de los grandes artífices de los procesos de Auschwitz. Pero aquí damos con la mirada alemana sobre la búsqueda judicial de un nazi y las contradicciones y miserias que esa investigación desataba en el país gobernado entonces por el canciller Konrad Adenauer, en plena Guerra fría. La película recurre a un metalenguaje curioso para narrar la lucha casi solitaria de este hombre. Vemos en la escena inicial a Bauer casi muerto en la bañera de su casa. La imagen es un anticipo de lo que le ocurriría diez años después, cuando muera de esa manera. Pero más allá de los guiños, de las historias paralelas que entreteje el director Lars Kraume, también guionista, resulta muy valiosa la perspectiva con la que se encaran los hechos. Hechos que por cierto involucran a nuestro país, ya que a nadie escapa que Eichmann se escondió y fue capturado luego por el Mossad en la Argentina. Es conocida esa historia. La de Eichmann celebrándose culpable del exterminio de judíos en una entrevista con Willem Sassen en Buenos Aires, escriba del panfleto nazi Der Weg. Por cierto, la película vincula a Sassen con Perón, pero nada de esto es eje del filme. La mayor denuncia de la película, de hecho planteada en aquel entonces por Bauer, es contra sus colegas, su entorno cercano, el propio gobierno. “Nadie, de Bonn a Washington, quiere un juicio a Eichmann”, dirá. Toda la trama gira alrededor de esa confrontación, desatada en sus propias oficinas, que todavía están llenas de nazis. Hay un conflicto generacional allí. Y hay una lectura, tal vez benevolente, de su relación con el Mossad, la única vía que encontró para capturar a Eichmann. La exagerada edad del protagonista (adrede para confrontar el tema generacional) y varios lugares comunes en el vínculo con el joven y fiel fiscal que lo secunda en su batalla, atentan contra la historia mayor, que al final se impone. La infelicidad, el aislamiento de un hombre valiente enfrentando los resabios de la jerarquía nazi, buscando justicia con pocas armas y muchas ideas como ésta: “Se pueden tener leyes, pero lo que necesitamos es gente que viva con ideas democráticas”.
Quién es quién El thriller de Calparsoro está lleno de intrigas, con muy buen elenco argentino y español. Son ladrones profesionales a uno y a otro lado del mostrador, los que animan 100 años de perdón, la coproducción española-argentina dirigida por Daniel Calparsoro (Invasión, Ausentes). Un policial, un thriller que transcurre en Valencia con una banda de rioplatenses entrando a robar un banco. Su plan es perfecto, o casi, y el trasfondo son los grandes negocios financieros. Políticos, banqueros y ladrones van mostrando sus verdaderos rostros con el correr de la trama, pero unos deben disfrazarse. “Argentinos”, anota en un papel el negociador de la policía ni bien se comunica con el líder de la banda, El Uruguayo (Rodrigo de la Serna). Debe su apodo a uno de los hechos reales que inspiró este guión, El robo del siglo, perpetrado acá nomás, en el Banco Río de Acassuso. También El Gallego (Luis Tosar), el otro líder de la banda, construye su personaje con elementos de ese atraco. Y entre ellos hablan del corralito, de la “estafa” de las hipotecas, como para que quede claro que no son los únicos ladrones. Pero adentro del banco algunos planes salen mal y el robo se complica. Siempre hay variables de ajuste en esos edificios. La historia se construye entonces en varios planos, con lo que ocurre dentro del banco, donde la banda desanda sus vínculos desarrollando las tensiones entre Tosar y De la Serna, o aportando una cuota de humor a través de El loco (Joaquín Furriel). Y en las afueras con el rol de los negociadores, y con la trama política que se teje entre Madrid y Valencia. Sospechas, desconfianza, información sensible para el gobierno de turno, corrupción en todos los niveles, son el verosímil contexto de este thriller que atrapa con guiños para el público español y el argentino en igual medida. Y que con buenas actuaciones cautiva por frentes varios. El cinematográfico primero, con mucho ritmo y la demostración de que las películas de género son cada vez más precisas acá y allá; el histórico, porque apela a la conciencia colectiva; y hasta cautiva el parentesco arquitectónico de ambos países, porque aún con la lluvia como actor de reparto no deja de ser atractivo descubrir cómo todo lo que ocurre en ese banco, en esa ficción que transcurre en Valencia, se filmó en gran parte en Buenos Aires. El thriller es el gran anzuelo, sí, pero qué curioso es el prisma global y particular con el que se puede ver este robo.
¿La década ganada? Con levedad positiva, consigue divertir e interpelar al mismo tiempo que cuenta una historia. Escenas no deseadas, pero inevitables de la vida conyugal a los 40. Y con hijos. En tono de comedia es un drama común el que condensa y retrata Una noche de amor, la nueva película de Hernán Guerschuny (El crítico). Y todo ocurre en la previa, el durante y el pos de una salida en pareja, la de Leonel (Sebastián Wainraich) y Paola (Carla Peterson), que llevan más de diez años de casados. El es guionista (Wainraich también es el autor del guión de la película), ella psicóloga, y a pesar de la rutina, se nota que todavía le ponen garra, que la pareja funciona. Pero hay un desencadenante. Los amigos que van a salir con ellos en esta noche especial acaban de separarse sin aviso. Y arrecia el efecto contagio en este raid nocturno con la sombras del paso del tiempo, la rutina y el desgaste. Es una noche, ciertamente, pero como ya dijimos también es el corsé de un sinnúmero de síntomas y arenas movedizas que arrastran las parejas con más de una década de convivencia en una sociedad que naturalizó la separación casi sin dramas. En esa condensación de temas radican los pros y contras de la película, porque permiten desgajar situaciones arquetípicas, quejas, cruces y tensiones tragicómicas, un universo compartido que por ello se vuelve interpelador. Pero esa misma cantidad de subtemas (los hijos, la suegra, un viejo amor, la falta de deseo, el efecto contagio de otra separación, el espejo de otras parejas) arman una lista demasiado larga para una noche. Son protagónicos creíbles y queribles los de ambos pese a algunas situaciones conscientemente estereotipadas. Además, cuentan con el apoyo de la única pareja que encuentran en esa noche agitada (encarnada por Rafael Spregelburd y María Carámbula), con Soledad Silveyra haciendo de suegra y con el trasfondo de la comunicación, de los celulares, minando o aportando a un vínculo que empezó en otra década, otra era tecnológica. Todos elementos que hacen a una trama y a un síntoma generacional bien encuadrado, para reír y pensar la pareja. Y ese decir ciertas cosas queriendo decir otras.
Lo que queda de un hombre Abordaje subjetivo de Auschwitz en este filme húngaro que desafía la pasividad del espectador. Incomodidad. Una entre varias sensaciones que provoca el joven director húngaro László Nemes con El hijo de Saul, su opera prima. Desde el comienzo nos sumerge con (y por la) fuerza en una trama disruptiva, a contrapelo de la clásica, en un dilema moral que desafía incluso nuestros cánones de lectura, nuestra cada vez más abúlica naturaleza de espectadores. Desgarrador y exasperante a la vez, el filme se desarrolla íntegramente en Auschwitz. Elige el punto de vista de Saul, un sonderkommando, un judío húngaro que trabaja para los nazis limpiando las cámaras de gas, llevando cuerpos de los suyos a los hornos crematorios. La expresión más aterradora del Holocausto, de la humanidad. Pero Nemes se desmarca rápido de ese plano general conocido, asimilado, contado y mostrado de diversas maneras. Y se va centrando en este hombre, obsesionado con una historia que lo mantiene activo, que le da un mínimo espacio de libertad, de supervivencia en ese infierno. Saul quiere salvar del fuego el cuerpo de un niño, busca un rabino para enterrarlo según su ley, que hace rato no existe. Actúa, piensa y decide desesperadamente, lo guía el instinto tras ese objetivo. Tremendo drama y experiencia subjetiva el que cuenta este joven director que perdió a gran parte de su familia en ese lugar. Punto de vista individual para hablar de un tema colectivo. De allí la incomodidad, que fluctúa en el espacio íntimo de lo que él decide mostrar y nosotros elegimos mirar, o podemos mirar. La historia del protagonista en la película como la de nosotros en el cine es conscientemente subjetiva, como la cámara que sigue a Saul, a su historia y su misión en primer plano con el horror de fondo. Nemes ha leído los testimonios de estos hombres que actuaban como robots en el infierno. Un infierno caótico, sensible, audible detrás de la trama principal. Ruptura entonces, disputa entre figura y fondo, como herramienta para salir de la parálisis, para requerir el esfuerzo de cada espectador, para sacudirlo. Prácticamente no hay diálogos en la película. No es un lugar para charlar. Y los personajes apenas si tienen nombre. Saul, un rabino, y los sonderkommandos que ostentan cargos en ese infierno, que apenas distingue entre día y noche, entre vida y muerte. Y mucha cámara en mano con primeros planos del rostro de este hombre sumergido en una misión. “Ya estamos muertos”, repetirá. Pero un instinto animal y humano lo guía. ¿Vamos a pedirle que se integre a la rebelión o le permitiremos que siga en su mundo a Saul? Desespera, incomoda, perturba a la vez que transgrede El hijo de Saul. La rara sensación de romper el canon.
Vejez, en el peor sentido Dos actores, Robert De Niro y Zac Efron,.sumergidos en un clip fuera de registro con el chiste fácil como única apuesta. No lo va a lograr Robert De Niro. Toro salvaje, El Padrino seguirán siendo su espejo. Aún y a pesar de “suicidios” como el de Mi abuelo es un peligro. Asoma irrepetible el tándem que armó con Ben Stiller en La familia de mi novia y secuelas a la luz de películas groseramente insulsas como ésta. Típica comedia que busca salvarse con dos grandes nombres, De Niro y Zac Efron, el abuelo maldito y el nietito aburrido que se debe convertir. Nada más. Mira porno, corretea jovencitas, habla casi sólo de sexo mientras busca “liberar” al chico. Todo eso le ocurre al personaje de De Niro cuando queda viudo. Un despertar sexual en la senectud. Y un discurso horrible sobre las normas del matrimonio siendo su personaje un degenerado antes y después de casarse. Pura institución. La historia es ésa, arranca en el funeral de la abuela, donde Jason (Efron) y Dick (De Niro) se reencuentran y emprenden por pedido del viudo un viaje a Florida. Jason quería ser fotógrafo y se volvió abogado, y va a casarse con una chica insoportable y controladora. Pero antes debe llevar al abuelito. Lenguaje extremo y exhibicionismo ramplón dominan la mayoría de las andanzas en las que el abuelo se revela como un personaje desconocido para su nieto. Si la intención era apostar a un De Niro políticamente incorrecto el filme produce el efecto contrario. Sabemos que hay un contrato de sobreactuación y de parodias, pero aún aceptando ese tono la película no ofrece más. Muchas chicas en bikini, musculosos tontos, y una tensión entre pasado y futuro para recuperar ciertas pulsiones latentes, que en el caso de Jason se ven reflejadas en Shadia, una vieja compañera de fotografía que ahora está comprometida con el ambientalismo, a Dick le toca su amiga Lenore, una ninfómana dispuesta a saciar la voracidad del abuelito. Sobra de todo en la película de Dan Mazer, plagada de escenas innecesariamente escatológicas lideradas por un tal De Niro.
Aventura y drama en la selva Un historia cuidada en forma y contenido, entre la aventura y la interpelación. Candidata colombiana al Oscar al mejor filme hablado en idioma extranjero. Funcionan a la perfección los contrastes que propone el colombiano Ciro Guerra en El abrazo de la serpiente. Un pulcrísimo blanco y negro para filmar paisajes cuyos colores se adivinan alucinógenos, un director joven para hablar de temas ancestrales, el cruce de civilizaciones visto desde la mirada de dos científicos que recorrieron y describieron la región a principios y mediados del siglo pasado y la de su protagonista, el chamán Karamakate, sobreviviente de su tribu, que ofrece una manera propia para asimilar lo que pasó. Hay una construcción cuidada, perfeccionista, en esta historia atrapante y reflexiva, y una manera de contar elocuente, más allá de que podamos discutir puntos de vista, los argumentos con los que Guerra se apropia de la mirada indigenista. Bienvenido el debate. Karamakate, en su juventud y madurez, es interpretado por dos no actores indígenas, testigos y víctimas de una constante en el pulmón del mundo, en este caso la amazonia colombiana, con pueblos originarios perdiendo derechos, tierras y costumbres. Cuerpos desnudos, rostros curtidos, historias torturadas. También son testigos y narradores los expedicionistas blancos, obsesionados por una planta sanadora, la yakuruna, excusa del filme para avanzar entre ríos y selva, entre dramas históricos. La naturaleza, el paisaje, es otro gran protagonista. También testigo. Quizá mostrada de manera exageradamente idílica, a contrapelo de uno de los mensajes de la película. Teniendo a mano la posibilidad de una vida no destructiva, espiritual, la “colonización” sólo potencia lo peor de ambos mundos. ¿Quién lo dice, los expedicionistas en sus memorias o los aborígenes? ¿Escuchó Guerra a los pueblos originarios? Los protagonistas hablan Uitoto y Kubeo, dialectos prácticamente borrados, como sus pueblos. Lo mismo ocurre con sus cosmovisiones. Hay un intento por recuperar, por enseñarle al blanco aquella cultura. Aunque muchos crean que ya es tarde, y que la madre Tierra ya está furiosa, y que sólo resta esperar qué clase de abrazo nos dará la serpiente.