Ruben Fleischer forma parte de esos laburantes de Hollywood que divide su tiempo entre las realización de comerciales, episodios de series de televisión y las películas que le encargan los grandes estudios. Sus trabajos no tienen una personalidad o visión definida y a veces puede sacar una buena película como Zombieland y en otras ocasiones un bodrio olvidable como Venom. En Uncharted presenta una labor correcta donde tuvo la tarea de desarrollar una propuesta de aventuras basada en el video juego homónimo de PlayStation que cobró popularidad en los primeros años del siglo 21. Durante más de una década los medios de prensa relacionados con el cine cubrieron la producción de este film que tuvo numerosos problemas para concretarse. Mark Wahlberg originalmente iba a encarnar al aventurero Nathan Drake en una película que lo reuniría con el director David O. Russell (American Hustle, Three Kings) y en la que participarían Robert De Niro y Joe Pesci en roles secundarios. El proyecto después se pinchó y aunque atravesó diversos contratiempos, Wahlberg siempre siguió vinculado con Uncharted. El tema es que con el paso de los años tuvo que cederle por una cuestión de edad el rol de Drake a otro actor. Nunca jugué este video juego por lo que no puedo analizar el film desde su adaptación. Como propuesta cinematográfica me pareció un film pochoclero sólido que trae al recuerdo ese tipo de aventuras que años atrás presentó Jerry Bruckheimer con Nicolas Cage en La leyenda del tesoro perdido. Inclusive hasta la estética de la fotografía y el estilo de realización de las secuencias de acción son parecidas a las entregas de aquella saga. Tom Holland en un papel diferente al Peter Parker aniñado de Marvel saca adelante el rol principal con mucha dignidad y la película se disfruta principalmente por la química que gesta con Wahlberg. La dupla es atractiva y funciona muy bien dentro de un relato que no tiene más ambiciones que ofrecer un buen entretenimiento pasable. Antonio Banderas aporta un villano excéntrico de cómic y el director Fleischer le pone la onda necesaria a las secuencias de acción para que las dos horas que dura el film se hagan llevaderas. Creo que un inconveniente que tiene Uncharted es que al haber sido realizada por un cineasta que abordó el proyecto en piloto automático tal vez le falta el golpe de efecto necesario para cautivar al público con una futura franquicia. Algo que consiguió en su momento Jerry Bruckheimer con el director Jon Turteltaub en los mencionados filmes de aventuras. Si Uncharted no llega a tener una continuación la verdad es que nadie terminará decepcionado porque es una producción que se borra de la mente con facilidad y tampoco te enamora para pedir más aventuras con estos personajes. Simplemente está bien para matar el tiempo mientras esperamos la llegada de Batman.
La temática de exorcismo y posesiones sobrenaturales es muy compleja de trabajar por el peso de los antecedentes históricos, imposibles de superar, y la saturación de las mismas propuestas que encontramos habitualmente en una temporada anual de estrenos. Salvo que este subgénero sea abordado por algún director inspirado que consigue evadir los clichés y homenajes burdos a películas famosas, en general el resultado de lo que se ofrece tiende a ser pobre o directamente olvidable. En esta cuestión no tienen nada que ver los presupuestos que se manejan. El mismo problema lo encontramos en producciones rusas o hollywoodenses. Lamentablemente la obra del cineasta venezolano Alejandro Hidalgo cae en esta categoría con un film previsible y genérico que ya vimos en otras propuestas malas del mismo estilo. Pese a contar con un buen reparto y una cuidada puesta en escena desde la estética, el cuento que propone Hidalgo es más de lo mismo y como ocurrió con tantos otros realizadores en el pasado, su relato se apega demasiado al inevitable homenaje de El exorcista. Salvo por aquellos espectadores más chicos que recién empiezan a incursionar en el género, el film como propuesta de terror es completamente fallido. Los momentos de tensión nunca terminan de funcionar a debido a que se siente un refrito de cosas que vemos habitualmente en este tipo de relatos. Al margen de las películas de James Wan, la única producción reciente que consiguió aportar algo diferente a la temática de posesiones fue la española Verónica (estrenada en el 2017), con dirección de Paco Plaza (REC) que tenía momentos estupendos. Al margen que la trama estaba inspirada en un hecho real, un condimento que la hacía más interesante. Por el contrario, en El exorcismo de Dios encontramos la típica película clase B sin recursos creativos que busca emular las glorias del pasado. Una debilidad que complica su recomendación para una salida al cine.
Muerte en el Nilo trae de regreso al Kenneth Branagh inspirado que resucitó con Belfast el año pasado y brilló por su ausencia en el desastre de Artemis Fowl, la peor obra de su carrera, dentro de las propuestas más comerciales de su filmografía. Ya desde la secuencia inicial ambientada en la Primer Guerra Mundial, que expande los orígenes de Hércules Poirot, se puede percibir que Branagh le puso más onda a este proyecto y como actor disfruta encarnar al famoso detective. La adaptación de esta novela de Agatha Christie contaba con la gran desventaja de pertenecer a los misterios más célebres del personaje que encima ofreció un clásico del cine. La versión de 1978, dirigida por John Guillermin tuvo en el reparto un Dream Team de estrellas de Hollywood de ese momento, donde se lucieron Peter Ustinov (como Poirot), Maggie Smith, Bette Davis, David Niven, Angela Landsbury, Jack Warden y George Kennedy. El film de Branagh no contó con esa ventaja e inclusive el peso de las figuras es menos atractivo que el elenco reunido en Asesinato en el Oriente Express del 2017. Esta vez hay que conformarse con Gal Gadot, Annete Benning, Armie Hammer, Letitia Wright (la hermana de Black Panther), Russell Brand, y caras conocidas de series de televisión, como Rose Leslie (Dowtown Abbey) y Emma Mackey (Sex Education), que son artistas estupendas pero no forman parte de las estrellas famosas del cine norteamericano.Tal vez faltó una Lady Gaga o Nicole Kidman para mantener la tradición de las grandes figuras en las adaptaciones de Christie. Pese a todo, el director consigue que el espectáculo no sólo sea entretenido para el público que descubrirá esta historia por primera vez, sino también para los fans de Christie que inevitablemente conocen la resolución del misterio. Un detalle notable de esta versión es que continúa por expandir los orígenes de Poirot al mismo tiempo que adapta el material para el público del siglo 21 con un acento notable en el tema de la diversidad y la representación de las minorías. Lo interesante del caso es que Branagh acerca la historia a las sensibilidades culturales de la actualidad pero no le toca una coma al texto original de Christie que mantiene su premisa intacta. Con un gran dominio del suspenso en la narración la trama resulta atrapante y se disfruta por la labor del reparto, donde se destacan especialmente Kenneth como Poirot y Emma Mackey. Desde los aspectos técnicos Muerte en el Nilo sobresale por la puesta en escena de las locaciones que evoca el tipo de cine lujoso que solía ofrecer Hollywood en décadas pasadas. Si disfrutaron la entrega previa en el nuevo film encontrarán la misma clase de entretenimiento con un Kenneth Branagh que le aporta su propia personalidad a la adaptación a la vez que le hace justicia al material original.
A lo largo de su filmografía el director Roland Emmerich encontró una variedad de conceptos para destruir el mundo con diversos resultados. Aunque algunos títulos resistieron mejor el paso del tiempo, en general a esta altura el público tiene claro lo que puede encontrar en una producción del realizador alemán. Ya sabemos de entrada que la trama será olvidable y el atractivo pasa por el espectáculo visual donde el artista enfoca toda su atención. Moonfall es la peor película que hizo dentro de este género donde sorprende la desidia creativa de Emmerich y su pereza para ofrecer algo divertido con el delirio argumental que propone. Nadie espera que desarrolle alguna temática profunda pero sí que le ponga un mínimo de entusiasmo a su labor como realizador y en este punto se centra para mí el gran problema de este estreno. En esta oportunidad presenta una producción desganada donde copia de manera burda las mismas fórmulas argumentales y arquetipo de personajes que ya trabajó en Día de la independencia y 2012 con la diferencia que acá se replican en un film más aburrido. La trama no está exenta de los delirios conceptuales con los que se asocian sus trabajos pero en esta película deja la sensación que en algún momento del rodaje tiró la toalla y no le importó en absoluto la calidad del producto que iba a llegar al cine. Sobre todo en los aspecto visuales que son muy irregulares. Salvo por la secuencia inicial que es la más lograda del film y algún que otro momento durante el clímax, el tratamiento de la acción en general resulta terriblemente artificial, como si hubieran interrumpido las post-producción. En su última obra, Midway, las escenas de batallas contenían CGI, pero la narración era emocionante y los efectos visuales estaban cuidados. En Moonfall en más de una ocasión se nota que los actores se encuentran frente a una pantalla verde y cuando la destrucción intenta alcanzar una escala épica las imágenes parecen salidas de la gráfica de un video juego del 2002. Entre los filmes de este tipo que hizo hasta la fecha su nueva producción es la que peor va a envejecer con el paso del tiempo. En lo referido al argumento la película está plagada de situaciones estúpidas esperables, pero en esta ocasión aburre con las subtramas innecesarias que protagonizan los familiares de los protagonistas. Otra decepción es que se toma demasiado en serio el conflicto en lugar de divertirse más con los elementos extravagantes que cobran fuerza en el tercer acto. Sobre todo cuando tenía todo servido en bandeja para hacerlo. El film comienza como un exponente del cine desastre y luego de la nada misma y sin anestesia vira hacia la ciencia ficción alocada en un delirio bizarro que no termina de aprovechar. Por el contrario, Emmerich satura con un exceso de escenas de exposición con la intención que la trama se tome en serio, algo imposible de conseguir, sobre todo cuando Armageddon ahora queda como un documental realizado por la NASA. Después del trabajo que hicieron en esta producción Patrick Wilson, John Bradley y muy especialmente Halle Berry (a quien le tocaron los peores diálogos), los artistas tranquilamente puede integrar el equipo olímpico norteamericano de remo. Sin ellos tres la experiencia hubiera sido mucho más tediosa porque ni siquiera como espectáculo pochoclero el film hace el esfuerzo por ofrecer algo más entretenido. Todo se siente como un collage añejo de grandes éxitos de Emmerich que ya vimos en el pasado. La trama encima tiene la desquiciada ambición de gestar una saga que sería un milagro si se concreta en el futuro. Me cuesta mucho recomendar esta película que está más para alguna plataforma de streaming que una salida al cine.
El regreso de Gulliver ofrece una película de animación pensada para el target de espectadores de cinco a diez años, que es el público que llegará a disfrutar esta propuesta. Los chicos que pertenecen a ese nicho de público probablemente desconocen al clásico personaje literario de Jonathan Swift o no recuerdan la última adaptación live action protagonizada por Jack Black. El film es una producción independiente de Ucrania, un país que nunca fue una potencia en este género y presentaron su mayor esfuerzo en este proyecto. La animación tiene sus limitaciones y se nota que tuvo un presupuesto moderado pero dentro de todo el espectáculo que ofrece es decente. El diseño de los personajes es muy similar a lo que hicieron los rusos en los últimos años con la exitosa saga de La reina de la nieve, cuya última entrega llegó a los cines argentinos. La versión de Gulliver que se presenta en este film no tiene nada que ver con su fuente literaria y el protagonista está más inspirado en Flynn, el héroe de Enredados. La personalidad es la misma con la diferencia que acá no aparece Rapunzel. Si bien no es una producción precisamente apasionante, para los más chicos que no tienen tantas opciones en la cartelera es una alternativa para entretenerse con una historia de aventuras.
Si tenemos en cuenta la clase de relatos que componen la filmografía de Paul Thomas Anderson, Licorice Pizza sobresale como un canto a la vida del director Vice y Petróleo sangriento. Su nuevo proyecto ofrece probablemente el film más accesible que gestó en su carrera hasta la fecha, donde le dio un descanso a las historias relacionadas con las relaciones tóxicas oscuras que primaron en sus obras previas. En esta oportunidad toma el subgénero del coming of age y la comedia para elaborar una interesante experiencia inmersiva que transporta al público a la cultura de los años ´70. El vinculo sentimental que se gesta entre una mujer de 25 años y actor juvenil de 15 es el catalizador que utiliza Anderson para elaborar una radiografía social de las cuestiones de género y las dinámicas de la relaciones personales en los comienzos de esa década. La trama se desarrolla dentro del ambiente del Valle de San Fernando, en California, una locación que previamente sirvió de escenario a Boogie Nights y que en este caso se utiliza para explorar la comunidad hollywoodense de ese periodo. Cuesta mucho evadir la inevitable comparación con Once Upon a Time in Hollwood de Quentin Tarantino, ya que Licorice Pizza tiene algunos puntos en común con ese film. Anderson también incluye en su relato a celebridades famosas de esa época que aparecen encarnados en roles secundarios a cargo de Bradley Cooper, John C Reilly Sean Penn y el músico Tom Waits. Anderson no llega a presentar ese nivel desquiciado que tiene Tarantino por los detalles en la reconstrucción histórica pero el film te transporta en el tiempo con solidez, a tal punto que por momentos parece una obra de aquella década. Más allá de las idas y venidas en la relación de los protagonistas la película es muy interesante por todos los elementos culturales que rodean al conflicto central que van desde la crisis del gas del ´73 a la legalización de los pinballs que abrirían una nueva era para esa clase de entretenimiento. En lo referido al reparto las grandes interpretaciones la ofrecen las dos figuras principales. Cooper Hoffman, el hijo de Philip Seymour Hoffman no sólo heredó varios modismos de su padre sino su talento y desde las primeras escenas consigue que el público se conecte enseguida con su personaje. Sin embargo la gran revelación resulta la cantante Alana Haim, miembro de la banda de rock Haim, quien sorprende en su debut actoral con una composición muy espontánea. Junto con sus hermanas, que también aparecen en el film, esta artista hace rato que se viene destacando con una agrupación que casualmente tiene una enorme influencia del rock de los ´70. El tema es que nadie sabía además podía actuar y en esta producción sobresale como un gran hallazgo del director. Licorice Pizza, cuyo título hace referencia a una famosa disquería de ese período, no está exenta de los elementos extravagantes que suelen contener los trabajos de Anderson, la diferencia es que el tono de la película es un poco más light. Dentro de la trillada temática del coming of age esta producción al menos tiene más condimentos y contenido y consigue que el visionado además de interesante sea muy entretenido.
En los últimos años el cine hollywoodense evocó la nostalgia por el viejo cine noir americano con películas decentes que pasaron sin pena gloria por las salas. Tanto Ben Affleck (Live By Night) como a Edward Norton (Motherless Brooklyn) no tuvieron suerte en los aspectos comerciales cuando abordaron como realizadores el género, en parte a que se trata de una temática que ya no llega a un público masivo. El nuevo film de Guillermo del Toro, que encima tuvo que enfrentar el contexto de la pandemia, padeció hasta la fecha el mismo destino y después Nightmare Alley (su título original) va a pasar un largo tiempo hasta que los grandes estudios vuelvan a invertir en una producción de este tipo. Esta historia concebida en la literatura policial por William Lindsay Gresham en 1947 tuvo su primera adaptación con una película muy controversial por las temáticas turbias que trabajaba. Por entonces el actor Tyrone Power (La marca del Zorro) buscaba despegarse de los roles de héroes de aventuras y galanes románticos y gestó este proyecto que le brindó la oportunidad de encarnar uno de los personajes más siniestros de su carrera. Lamentablemente la película surgió en el contexto de post-guerra donde el público norteamericano no tenía ganas de ver historias oscuras de este tipo ni a Power en esta clase roles y resultó un fiasco en la taquilla. No obstante con el paso del tiempo se convirtió en un clásico de culto. Guillermo del toro, que es un muchacho inteligente, tenía claro de entrada que jamás en la vida iba a superar el film original y en lugar de refritar el film del ´47 optó por elaborar su propia adaptación de la novela de Gresham. El camino más acertado, en parte porque 250 Bradley Cooper no hacen un Tyrone Power. Esta versión de Nightmare Alley es una producción ambiciosa que demanda paciencia del espectador ya que el thriller que ofrece se cocina a fuego lento y tanto la intriga como su atractivo en materia de intensidad va de menor a mayor. El primer acto es un poco complicado porque el director expande la historia con una introducción de los personajes que se hace eterna y alarga de un modo innecesario el disparador del conflicto. Después de la primera hora fatídica la trama cobra fuerza y se vuelve más interesante hacia la gestación del clímax, pero hay que tener paciencia porque el comienzo la verdad que es un poco aburrido. El poco interés que puede generar en un principio el relato se compensa con el soberbio espectáculo visual que elabora el realizador mexicano. Junto con el director de fotografia Dan Lausten desarrollaron una marcada puesta en escena artificial que tiene la función de evocar el imaginario de un cómic pulp, más que una reconstrucción histórica realista de 1939. De hecho, hay más de una escena que remite más a las historietas de Batman de los años ´40 que cine noir clásico hollywoodense que iba por otro lado. Se nota toda la atención que le pusieron a los decorados con el fin de construir una experiencia audiovisual fascinante. Desde lo técnico no se le puede objetar nada y probablemente coseche un par de nominaciones al Oscar en varios rubros. A diferencia del film de 1947 que padeció las restricciones de la censura de ese momento, el film de del Toro va al hueso en lo referido a la brutalidad del cuento y su contenido turbio. En esta cuestión sobresale una de las grandes debilidades del film que es el casting de Bradley Cooper, a quien le queda demasiado grande este rol y ni siquiera se acerca a evocar la oscuridad de estafador Stan Carlisle como lo hizo Power en la original. Sólo el director entiende por qué este personaje no quedó en manos de Willem Dafoe, quien tiene una participación en el film y se hubiera hecho un festín con este rol. Cooper ofrece un trabajo decente pero no es la gran figura de la película y termina opacado por Cate Blanchett, quien sobresale con una mayor intensidad. El resto de la grandes figuras acompañan con roles más acotados, con la excepción de Rooney Mara, cuyo personaje encuentra un lugar para destacarse un poco más. Aunque la adaptación original sigue siendo muy superior, esta nueva versión al menos resulta satisfactoria si bien está destinada a quedar en el recuerdo en la segunda línea de la filmografía del cineasta mexicano. Algo similar a lo que ocurrió con Crimson Peak que es una buena película pero no sobresale entre los cinco títulos más populares de su obra.
Luego del desastre que hizo en X-Men: Dark Phoenix, que representó el tiro de gracia final a la saga de los mutantes, Simon Kinberg vuelve a ofrecer otra película horrenda con esta inepta incursión en el género de acción. Un sujeto que hizo una carrera decente en Hollywood donde fue responsable de filmes de calidad como The Martian, Cenicienta y Sherlock Holmes (Guy Ritchie) pero en su faceta como realizador hasta ahora llamó la atención por su incompetencia. La premisa de la trama presenta una mezcla entre Los Ángeles de Charlie y Misión: Imposible con una historia genérica donde un grupo de agentes femeninas deben impedir que se desate la Tercera Guerra Mundial. Una idea que por cierto hubiera sido más efectiva si se trabaja desde la sátira, sin embargo el film escoge el camino contrario y genera que todo resulte más ridículo. El argumento es tonto, los personajes no tienen un mínimo desarrollo y el mismo tipo de conflicto en el pasado se trabajó en producciones mejores. Sin embargo el gran problema del film no pasa por estas cuestiones sino por la dirección chapucera de Kingberg, quien desperdicia un reparto que estaba para más. La debacle surge en los primeros minutos con una persecución deplorable entre Jessica Chastain y Diane Kruger que sienta las bases del tratamiento que le otorgará el director a la acción en el resto del film. Toda la secuencia es retratada con la nefasta cámara movediza que no se detiene un segundo e impide registrar lo que ocurre en la pantalla de un modo claro y prolijo. A esto se le suma los reiterados cortes de edición que arruinan permanentemente la tensión de la situación que se presenta y dan como resultado una película para el dvd concebida en el 2002. Kingberg no demuestra el mínimo interés en elaborar escenas de acción emocionantes y después de la tercera pelea y tiroteo filmada con el mismo estilo, su trabajo resulta mediocre y redundante. Hasta la serie de televisión Nikita, con Peta Wilson, de fines de los años ´90 tiene momentos de ese tipo mucho más destacados que este bodrio, que tampoco funciona en lo argumental. Las heroínas son caricaturas sin vida que nunca consigue formar un equipo con química, en parte porque el guión tampoco les da espacio para que se conecten entre sí. Dentro del reparto Diane Kruger y Lupita Nyong'o lo único destacable de este estreno) le ponen un poco más de onda a sus personajes y con eso les alcanza para sobresalir frente a sus compañeras que trabajan en piloto automático. El peor caso es el de Penélope Cruz quien suele expresar más entusiasmo en las publicidades de perfume. No ayuda tampoco el ritmo de la narración que genera que los 124 minutos de duración se vuelvan interminables. Como propuesta de acción Agentes 355 es realmente olvidable y por ese motivo cuesta recomendar su visionado en el cine.
En la última década Mamoru Hozoda se convirtió en uno de los directores más aclamados de la animación japonesa. Tras realizar un serie de filmes más comerciales con la franquicia Digimon su carrera explotó cuando comenzó a desarrollar propuesta con mayor contenido, donde sobresalieron Summer Wars, Wolf Children, The Girl Who Leapt Through Time, The boy and The Beast y Mirai, que recibió una nominación al Oscar. Curiosamente Belle, su película menos memorable, el año pasado recibió una aclamación desquiciada de 14 minutos en el último Festival de Cannes frente a una audiencia que si mira una propuesta de animé por año es demasiado. Motivo por el cual llega a los cines con un exceso de elogios desmedidos que exageran un poco su valoración. En esta oportunidad el cineasta ofrece una adaptación extravagante y moderna del cuento clásico de La Bella y la Bestia que toma como premisa para explorar las dinámicas de las conexiones humanas en los mundos virtuales. Hosoda presenta una mirada bastante optimista del concepto del metaverso y sus plataformas que dentro del conflicto principal sirve de catalizador para que la protagonista pueda expresar su talento musical reprimido. Suzu es una adolescente que vive en un pueblo rural con su padre y se convierten en una especie de Jem (sin las Holograms) dentro de un mundo virtual que la idolatra como una estrella pop. A través de esa experiencia encuentra una manera de sanar el trauma que le ocasionó la muerte de su madre. Si la narración se hubiera enfocado exclusivamente en este concepto Belle hubiera sido una película muy superior. Sin embargo, en su ambición por darle una mayor complejidad a su obra terminó por construir un relato caótico al que le sobran personajes y subtramas innecesarias que no tienen nada que hacer en este film. El relato se desbanda con romances escolares y hasta un conflicto que hace referencia a la violencia doméstica que nunca se termina de desarrollar. Frente a los filmes previos del artista la verdad que Belle no es su mejor guión y la película termina salvada por la puesta en escena a la que no se le puede objetar nada. Visualmente es una belleza y tiene algunos momentos magníficos cuando el film le da rienda suelta a la fantasía. Por momentos hasta resulta un poco abrumadora por todos los colores y detalles que sobresalen en mundo virtual pero que contribuyen a levantar las debilidades del guión. Ni de casualidad es la mejor obra de Hosoda pero para cualquier amante del animé no deja de ser un espectáculo que se disfruta muchísimo en la pantalla de cine.
Dentro de las franquicias populares del género de terror, Scream tuvo la virtud de poder sostener un contenido de calidad a lo largo de la serie. Si bien ninguna de las tres continuaciones previas pudieron superar a la entrega original de 1996, una tarea imposible de concretar, dentro de todo los argumentos siempre aportaron algún elemento atractivo para desarrollar los personajes con un entretenimiento ameno. Este nuevo capítulo que llega a los cines fue el primero en no contar con la intervención de los padres de la saga: Wes Craven y el guionista Kevin Williamson. Un tema que generaba cierta inquietud sobre todo por las numerosas decepciones que ofreció Hollywood en el último tiempo. En esta oportunidad la realización quedó a cargo de los directores de la excelente Boda sangrienta (Ready or Not), Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, quienes lograron salir muy bien parados ante el desafío de ofrecer una película de Scream tras el fallecimiento de Craven. Aunque inevitablemente se nota que los fundadores de la franquicia no fueron parte del proyecto, el film ofrece una sólida continuación adicional que se complementa muy bien con el resto de la serie. Quienes disfrutaron las películas previas no van a salir decepcionados del cine, ya que se nota el esfuerzo de los directores por ser respetuosos con una saga que redefinió el género de terror en los años ´90. Olpin y Gillet ya habían demostrado su dominio del gore y las secuencia de acción en la última película que hicieron y en esta producción los ataques de Ghostface no pasan desapercibidos. En materia de violencia inclusive es un poco más intensa que las entregas anteriores. Un condimento interesante del argumento es que se apoya muchísimo en el metalenguaje para celebrar no solo el legado de la franquicia de Scream sino de Stab, la película de ficción que recreaba los hechos del conflicto original. El juego que plantea con este tema está muy bien elaborado y más allá de las secuencias sangrientas los realizadores proponen una reflexión interesante, donde se compara el contexto cultura en el que surgió la primera Scream con el fandom geek multimedia del siglo 21 que recibe la nueva película. Los tres protagonistas originales tardan un poco en reunirse pero hasta que ese momento se concreta las nuevas figuras sorprenden con muy buenas interpretaciones. Muy especialmente la actriz mexicana Melissa Barrera que el año pasado tuvo un rol destacado en el musical In The Heights. Entre las figuras veteranas David Arquette es quien más logra sobresalir debido a que el guión le da un mayor peso a su personaje dentro del conflicto. A Courtney Cox y Neve Campbell se las disfruta con el retorno de sus personajes pero terminan opacadas un poco por el retirado oficial Dewey. En resumen, la nueva Scream tal vez no sea una obra memorable pero al menos elabora un producto entretenido dentro del subgénero slasher y no decepciona como los últimos bodrios de Candyman y el reboot de Halloween que se pinchó en su segunda entrega