Matrix: Resurrecciones es una película que probablemente dividirá las opiniones en el fandom de la franquicia por la vuelta que le da a la mitología construida en la trilogía original. Desde que se conoció el trailer promocional hace unos meses enseguida surgieron en internet numerosas teorías sobre el rumbo que tomaría el conflicto y la verdad es que no la pegó nadie. Algo que habla bien de la directora Lana Wachowski, quien tomó el enorme riesgo de intentar hacer algo diferente con un relato que tiene un contenido interesante. El film abraza el metalenguaje en la narración con la finalidad de darle una justificación al regreso de Neo, al mismo tiempo que plantea una reflexión sobre la cultura del entretenimiento de la actualidad. Se nota claramente que esta es una obra de autor donde la realizadora tuvo la libertad de hacer lo que deseaba y el guión no deja pasar la oportunidad para pegarle al propio estudio que financió su trabajo y a los hipsters que hoy generan contenido en Hollywood y en la industria de los videos juegos. Hay una escena post-crédito contundente que se relaciona con esta cuestión y no tiene nada que ver con el cuento de ciencia ficción. Otra cualidad del film es que se concentra en desarrollar un conflicto puntual en lugar de presentar un trailer extendido para vender futuras continuaciones, algo que suele ser moneda corriente en muchas franquicias de la actualidad. De hecho, me sorprendería bastante si se anuncia otra película en el futuro ya que Resurrecciones le da un cierre más que digno a la historia de amor entre Neo y Trinity y en ese sentido redime el sabor amargo que había dejado la entrega anterior. No obstante, el conflicto central que primó en las películas previas fue relegado a un plano marginal y esa elección de la directora tal vez despierte alguna reacción negativa entre los fans. En Resurrecciones ya no se trata de salvar a la humanidad del control de las máquinas sino que Neo y su gran amor tengan un destino más próspero. Dentro del reparto Wachowski rescata la figura de Carrie-Anne Moss, cuya carrera desde el estreno de la última producción de Matrix se concentró en propuesta del cine clase B. En esta película la actriz mantiene intacta su química con Keanu Reeves y brinda un muy buen trabajo en una trama que además le otorga más relevancia al rol de Trinity. Entre las nuevas incorporaciones, Jonathan Grofff sale bien parado como el nuevo agente Smith, donde tuvo la complicada tarea de reemplazar a Hugo Weaving, mientras que Neil Patrick Harris compone un antagonista decente. Yahya Abdul-Mateen II (Black Manta en Aquaman) no está mal como la versión alternativa de Morpheus pero carece de la presencia en pantalla que tiene Lawrence Fishburne y esto se nota en cada una de sus apariciones. Matrix: Revoluciones me dejó con sentimientos encontrados. Le valoro a Lana Wachowski la ambición de jugarse a proponer algo diferente y excéntrico con el concepto argumental pero la película en materia de acción me pareció terriblemente decepcionante. En este aspecto puntual dentro de la saga la nueva entrega es claramente la más floja de todas y carece de esa sofisticación que supieran entregar en su momento la dupla de cineastas. Hay secuencias de tiroteos y persecuciones pero resultan genéricas y redundantes. No hay un solo momento en este film que por ejemplo presente la puesta en escena que tuvo la extraordinaria persecución en la autopista de Matrix 2. Ni hablar de las peleas de artes marciales que son bastante pobretonas para las coas que se ven en la actualidad dentro del género. De la sofisticación, fluidez y belleza que tuvieran alguna vez las peleas coreografiadas por Yuen-Woo Pin pasamos al estilo Jason Bourne con la cámara movediza donde no se puede con apreciar con claridad los combates. Tampoco digo que el espectáculo que ofrecen sea malo pero se esperaba mucho más para una propuesta de esta saga que en el pasado sorprendió con grandes momentos en este campo. Matrix tampoco fue una obra de Tarkovsky (Solaris) y si bien elaboraba una trama con contenido interesante también apostaba al entretenimiento donde la acción tenía un protagonismo destacado. Resurrecciones tiene momentos de ese tipo pero resultan completamente olvidables. Más allá de esta cuestión, la película se deja ver y ofrece una fiesta del reencuentro amena con estos personajes.
El fan service, ungido como un caballero arturiano, sale al rescate del peor Spiderman que brindó el cine y consigue que el universo Marvel cierre con un gran espectáculo un año olvidable en materia de contenido. Junto con la serie Hawkeye esta producción integra lo más destacado de una Fase 4 que hasta ahora no despertó pasión de multitudes. Si hasta la fecha no había demasiados argumentos sólidos para defender esta representación blanda del héroe arácnido, la propuesta de Sin camino a casa termina por sepultar al Peter Parker del MCU que nunca conseguirá la misma empatía que despertaron las encarnaciones previas. Un problema que no tuvo nada que ver con el casting de Tom Holland sino con la manera en que los guionistas y el director Jon Watts abordaron al personaje. La curiosa paradoja de esta cuestión es que la entrega que más se apoya en el fan service también resultó la película donde Holland pudo sobresalir con su interpretación. El director inicia el film con un primer acto problemático que arrastra los vicios de los últimos episodios. Mucho humor tonto que no causa gracia destinado al público Ragnarok y enredos juveniles que retrasan la presentación del conflicto central. A partir de la introducción de Doctor Stange el tono de la narración de Watts cambia drásticamente y empieza otra película más emocionante que es la que le brindará las mayores satisfacciones al público. A través de una explicación sencilla del concepto del multiverso el conflicto explora la temática de las realidades paralelas con una aventura más contenida donde le dieron un descanso a las amenazas de las invasiones alienígenas y las apariciones de monstruos gigantes. Con la irrupción de Doctor Octopus y el Green Goblin de los filmes de Sam Raimi el Spiderman del MCU termina envuelto en un conflicto mucho más dramático y emocional de lo esperado que le otorga una enorme posibilidad a Holland para sobresalir como actor. Una de las mayores cualidades del film es que no toma el fan service para rellenar baches argumentales, sino que resulta funcional a la historia con el fin de brindar una propuesta entretenida. En ese sentido es una lástima que recién en esta entrega, donde le tiran todo el multiverso encima, Holland tuviera la chance de hacer algo más con el personaje. Todos tenemos claro el único motivo por el que este film despertaba un mínimo interés y la realidad es que Sin camino a casa no decepciona en absoluto y ofrece algunos momentos inolvidables dentro de este género. Me cuesta creer que un fan de Spiderman pueda salir decepcionado del cine cuando este cruce de universos además elabora una cariñosa celebración del personaje con todos esos conflictos y temáticas que le dieron una identidad especial en el campo de la historieta. Por este motivo Watts también consigue ofrecer una producción mucho más comiquera. En lo referido a los aspectos más técnicos el director presenta una labor inspirada en las secuencia de acción, donde sobresale especialmente una pelea entre Spiderman y Doctor Strange que es de una opulencia visual impactante. En lo referido al reparto (dentro de lo que se puede mencionar sin spoilers) Willem Dafoe la rompe como Norman Osborne, quien aporta un villano mucho más sólido que la mayoría de los antagonistas oficiales que vimos en el MCU. Alfred Molina (Octopus), Jamie Foxx (Electro) y Thomas Hayden Church (Sandman) cumplen con sus roles pero son las escenas de Dafoe las que quedan en el recuerdo a la salida del cine. Dentro del género de superhéroes esta película es por lejos lo más destacado que llegó a los cines este año y vale la pena disfrutarla en la pantalla grande. Durente los créditos finales hay una escena adicional intrascendente y luego una especie de trailer promocional de la próxima entrega de Doctor Strange.
Este tipo de películas suelen ofrecer propuestas familiares cuya calidad artística a menudo tienen dos perfiles definidos. Puede tratarse de la mediocridad de Alvin y las ardillas, El pájaro loco y la lamentable Peter Rabbit (horrenda adaptación de la obra de Beatrix Potter) o la grandeza de los filmes del oso Paddington, que representa todo lo que está bien en el cine infantil. Dentro de estos extremos Clifford se encuentra en un término medio y si el productor Jordan Kerner (quien tiene experiencia en este género) le pone un poco más de esfuerzo, la continuación que ya está programada podría ofrecer un film superior. Kerner fue responsable de la trilogía de los Mighty Ducks y la excelente adaptación de La telaraña de Charlotte (2006), con Dakota Fanning, y en los últimos años gestó los filmes live action de los Pitufos. En este nuevo proyecto trasladó en un formato live action el clásico personaje literario de Norman Bridwell que es más conocido a nivel internacional por la gran serie animada que en Latinoamérica se emitió en Discovery Kids. Cualquiera que haya tenidos hijo/as o sobrinos/as en la primera década del siglo 21 probablemente está familiarizado con el perro gigante ya que fue muy popular entre los niños de cuatro a nueve años. Un programa muy tierno que presentaba el balance perfecto entre el entretenimiento y el contenido educativo. La película live action hace el esfuerzo de replicar en el cine la identidad de la serie con el tipo de argumento que suelen tener estas producciones hollywoodenses y dentro de ese combo algunas ideas funcionan mejor que otras. Entre las adiciones malas sobresalen la presencia del tío idiota de la protagonista, interpretado por Jack Whitehall, quien hace un esfuerzo descomunal por ser gracioso y no funciona, un villano genérico a cargo de Tony Hale que la historias de Clifford nunca necesitaron y la trillada subtrama relacionada con el bullying, donde las chicas ricas molestan a la protagonista por "ser pobre". Algo gracioso ya que Emily, encarnada por una sólida Darby Camp, está muy lejos de ser pobre y vive en un barrio de clase media donde puede gozar de varios privilegios, como el hecho de poder asistir a una escuela privada. Ese argumento quedó raro. En cuanto a la representación de Clifford la realización de los efectos especiales es irregular. En el primer acto del film hicieron un muy buen trabajo con el CGI del cachorro rojo y cuando crece queda la sensación que Paramount no le permitió a los realizadores terminar la post- producción. Dentro del reparto los adultos podrán reconocer los cameos de varias figuras de Saturday Night Live y una simpática participación del legendario John Cleese. Aunque no consiga capturar esa ternura especial que tenía la serie animada, como lo hicieron las producciones inglesas de Paddington, la película de todos modos es una muy buena opción para los más chicos. La dirección corrió por cuenta de Walt Becker, quien fue responsable de la última entrega de Alvin y en esta producción elevó un poco más la calidad del contenido.
A comienzos de los años ´60 el director Robert Wise sobresalió en Hollywood como una especie de Rey Midas que convertía en sucesos comerciales los proyectos que desarrollaba con una calidad artística excepcional En apenas cinco años estrenó filmes que con el paso del tiempo obtuvieron la calificación de obras maestras y clásicos de sus respectivos géneros, como West Side Story (1961), The Haunting (1963), The Sound Of Music (1965) y The Sand Peebles (1966). Wise tenía una versatilidad increíble para pasar de los musicales a las historias de terror y luego al cine bélico con un dominio impecable de esos géneros. Por ese motivo los refritos de sus obras siempre fueron complicados de realizar debido a la jerarquía que poseían las películas originales. A mediado de los años ´90 Steven Spielberg intentó hacer una remake de The Haunting junto a Stephen King pero durante la producción no se pusieron de acuerdo con tono que debía tener la historia y el proyecto quedó en la nada. Eventualmente la dirección corrió por cuenta de Jan de Bot que brindó un film insulso donde lo único destacable fue el diseño de producción del argentino Eugenio Zanetti. King por su parte luego hizo su propia versión con la miniserie Red Rose. En este segundo intento por evocar los clásicos de Wise a Spielberg le salieron mejor las cosas con West Side Story donde consigue un enorme logro que parecía imposible. La remake tiene la virtud de superar a la original en varios aspectos artísticos que no se pueden ignorar. En principio el director tuvo la inteligencia de respetar el material original y no alterarlo con cambios argumentales modernos que hubieran sido innecesarios en este relato específico. Un particularidad especial de West Side Story es que más allá de adaptar el clásico romance de Romeo y Julieta en un contexto urbano, las problemáticas sociales que trabaja después de 60 años siguen vigentes en la sociedad actual. El racismo y la xenofobia hacia el inmigrante, la delincuencia juvenil y la cultura machista que termina por generar muertes sin sentido son temáticas cotidianas que están presentes en todos los continentes. Por ese motivo, aunque el conflicto se desarrolle en la Nueva York de los años ´50, los personajes conectan con el público ya que las causas de los conflictos que atraviesan siguen vigentes en la sociedad del 2021. Spielberg entendió perfectamente esta cuestión y por eso eligió no tocarle una coma al texto original ni hacer inventos extraños para satisfacer al fan service de la corrección política. Los cambios aparecen en la narrativa visual con la que se presenta la historia, donde la película deja en claro desde la secuencia inicial quién es el director detrás de las cámaras. A diferencia del film de 1961 que abría con una obertura de cuatro minutos, la remake va al grano con un fantástico plano secuencia que introduce de un modo más dinámico a la pandilla de los Jets. A partir del primer número musical, donde establece la tensión entre los personajes, el film elabora un espectáculo muy entretenido que no decae hasta su conclusión por el suspenso y el drama que tiene el conflicto. Spielberg escogió recrear la experiencia de la obra de Broadway con una puesta en escena más teatral. Si prestan atención a las escenas en exteriores van a notar que en ocasiones los edificios que aparecen en el fondo están pintados como el decorado de un teatro. Sin embargo la gran virtud de esta remake y el motivo por el que para mí supera a la original reside en el casting y las interpretaciones de los protagonistas. En la producción de Wise las figuras principales fueron dobladas por cantantes profesionales, mientras que el reparto de Spielberg ejecuta sus propias interpretaciones vocales con una labor estupenda. Muy especialmente ese gran hallazgo del director que resultó ser la debutante Rachel Zagler, quien supera claramente a la versión de María encarnada por Natalie Wood. Cada vez que aparece en escena la rompe con su carisma, la empatía que transmite en el rol y la ejecución de las canciones que son excelentes. Su labor en tema I Feel Pretty no solo le pasa el trapo a Wood sino a muchas actrices que vimos en musicales recientes, donde en algunos casos hasta deberían devolver el premio Oscar que recibieron. En la misma sintonía se encuentran los trabajos de los personajes secundarios en el que sobresalen también Ariana Debose, David Alvarez y Mike Faist. La diversidad que tenía West Side Story también está mejor representada con el casting del reparto general que reúne la remake. Rita Moreno, quien fue parte de la película original en esta versión cuenta con una simpática participación en un rol que antes fue encarnado por un hombre y aporta muy buenos momentos. En cuanto al trabajo de Ansel Elgort (Baby Driver) su labor es decente para tratarse de un actor que no contaba con la misma experiencia en el género musical que sus compañeros que pasaron por espectáculos de Broadway. Elgort brinda su mejor esfuerzo y consigue salir bien parado. Hace unos meses surgió el rumor en la prensa que a raíz de una denuncia que recibió por una causa de abuso sexual el estudio iba a editar sus escenas para concentrar el film en el rol de María. Al final eso no ocurrió y el trabajo de Spielberg le otorga al personaje de Tony el mismo espacio que tenía en la trama original. Lo cierto es que el debut en el género del director resultó más que positivo con una gran producción que sobresale entre los mejores estrenos hollywoodenses del año y acerca este clásico a una nueva generación de espectadores.
Si hay una franquicia que no necesitaba un relanzamiento en este momento era Resident Evil, cuyas extenuantes películas previas con Milla Jovovich se encargaron de desgastar todo lo posible el concepto de esta propuesta. Tal vez porque era necesario dejar un tiempo en el freezer a los zombis de la compañía Umbrella o el estudio Sony no supo encontrar el realizador adecuado, en cualquiera de los casos la nueva película ofrece un espectáculo fallido. Pese a tener la buena intención de evocar con una mayor fidelidad los dos primeros juegos originales, el director Johannes Roberts decepciona con la producción más aburrida que se hizo en esta saga. Las piruetas locas de Milla y las secuencias de acción exageradas en esta oportunidad fueron reemplazadas por una obra insípida y tediosa que tarda una eternidad en establecer el conflicto que pretende narrar. Se nota que ni siquiera el estudio le tenía fe al proyecto ya que el destinaron un presupuesto muy inferior a los que tuvieron los episodios previos, a tal punto que parece una película de televisión del canal Scy- Fi. De esas malas que se podrían emitir en continuado con Jurassic Shark o Mega Shark Vs Giant Octopus. Salvo por el mínimo atractivo de centrarse en el concepto del juego clásico con los protagonistas cazando muertos vivos dentro de una mansión, la labor de Roberts en términos narrativos, tratamientos de los jump scares y las secuencias de acción ni siquiera presentan un producto de calidad. En el film abundan las típicas escenas mediocres de tiroteos donde no se entienden absolutamente nada de lo que se ve frente a la pantalla, debido al trabajo desastroso que hicieron con la iluminación y edición de esos momentos, Una adormecida Kaya Scodelario (Crawl), quien parece aburrida con el rol que le tocó, hace lo que puede por levantar un argumento que desaprovecha al resto del reparto, donde Hannah Jonh Kammen (la próxima Red Sonja) y Neal McDonough tampoco cuentan con el espacio para sobresalir. No importa todo el fan service que incluya para los gamers o si la trama es menos ridícula que las entregas anteriores, como producto cinematográfico brinda un espectáculo desapasionado con secuencias de acción horribles y un argumento aburrido que nunca genera entusiasmo por el relato que se presenta. Si el estudio tenía la intención de revivir la franquicia después de esto deberán dejar descansar a los zombis de Umbrella por diez años, cómo mínimo.
"Somos una familia del gueto, no venimos a robarle sino a hacerlo rico". Antes que se cumplan los cinco minutos de haberse iniciado la película, Rey Richard trae de regreso a ese gran actor que cada tanto aparece en la filmografía de Will Smith. La última vez que lo encontramos en el cine fue en el drama deportivo Concussion, estrenada en el 2015, que no llegó a tener la notoriedad que se merecía. Un género que le sienta bien a Smith y con esta nueva incursión podría obtener su primer Oscar por la interpretación dramática que ofrece como el padre de las tenistas Serena y Venus Williams. Habrá que ver el año que viene como queda conformada esa categoría pero si lo ignoran en la nominaciones va a ser un escándalo ya que claramente sobresale entre las actuaciones destacadas del 2021. El film de Reinaldo Marcus Green (Joe Bell), un cineasta que proviene del circuito independiente, narra los orígenes e irrupción en el mundo del tenis de las famosas hermanas desde la perspectiva de su padre, el controversial entrenador Richard Williams. Una mezcla bizarra entre un Jerry Maguire del guetto de Compton y Ray Kinsella (El campo de los sueños) con esteroides. Cuando sus hijas tenían cuatros años El Rey Richard escribió un plan de 85 páginas donde detallaba el modo en que las niñas terminarían por conquistar los circuitos internacionales del mundo del tenis. En ese momento la idea que una chica negra del barrio de Compton (ni siquiera pensemos en la posibilidad de dos hermanas) pudiera acceder al ambiente elitista de esta actividad deportiva más que una utopía era un concepto que pertenecía al realismo mágico. Salvo por su esposa que lo apoyaba, mientras mantuviera su trabajo como efectivo de seguridad en un comercio, el resto de las personas que conocían a Williams creían que estaba completamente loco. Sin embargo Richard con una determinación increíble se mantuvo firme a su visión contra viento y marea y ya sabemos cómo termina la película. Spoilers: Venus y Serena se convirtieron en dos de las jugadoras de tenis más importantes de la historia. Más que una crónica deportiva el film de Green explora la psicología de este hombre que se desenvuelve como un jugador de póker que siempre parece tiene un as debajo de su manga y está convencido que es la única persona que puede cuidar a sus hijas e impulsar su carrera a largo plazo. Hay una escena muy particular que el director musicaliza con el clásico tema de Kenny Rogers, The Gambler, un clásico de la música country que se refiere a las estrategias de juego y no podía retratar mejor la personalidad de Williams. Will Smith elabora una composición magnífica que lejos de glorificarlo muestra diferentes matices de su carácter que en ocasiones genera conflictos con su familia y entrenadores famosos del mundo del tenis. Si bien el espectáculo que se ofrece prácticamente está pensado para el lucimiento del protagonista, la obra de Green cuenta además con un muy buen reparto donde sobresale especialmente Jon Bernthal, como el célebre coach Rick Macci. Adenás de las hermanas Venus otros celébres deportistas que dirigió fueron Jennifer Capriatti, Andy Roddick y Maria Sharapova. Bernthal tiene muy buenos momentos junto a Smith y vuelve a demostrar que puede sacar adelante todo tipo de roles más allá de los tipo duros con lo que suele estar asociados. Rey Richard es una gran película que no defraudará a los seguidores de este tipo de historias o del protagonista, quien hace rato no encontraba un proyecto donde pudiera lucirse otra vez con una sólida interpretación dramática.
Encanto representa el largometraje animado número 60 de los estudios Disney y en un comienzo generó cierta expectativa al contar con el artista Byron Howard en la dirección. Un realizador que fue responsable de dos títulos magníficos como Enredados y Zootopia. Lamentablemente su nueva obra no se encuentra a la misma altura que sus trabajos previos y tampoco llama la atención que resultara una decepción comercial para la compañía estudio que esperaba más de este abrazo a la inclusión latina. Realizada con un presupuesto de casi 150 millones de dólares hasta la fecha el film generó un poco más de 72 millones de dólares, una cifra muy por debajo de lo que proyectaba Disney. Probablemente también les va a quedar un stock considerable de merchandising, ya que cuesta imaginar que los chicos, especialmente las niñas, salgan desesperadas del cine por tener las muñecas de Mirabel o los productos concebidos con estos personajes. Un inconveniente notable de este film es que desarrolla una historia que parece concebida por la Asociación Cooperadora de un colegio primario para una obra de teatro en el acto de fin de año. El típico caso donde los padres hicieron un esfuerzo descomunal y admirable por conseguir la aprobación y aplausos de los adultos con una moraleja positiva pero se olvidaron de entretener a los más chicos. La gran paradoja de esta producción es que a diferencia de los que plantea el título el film carece de ese “encanto” especial que tuvieron los trabajos previos de Byron Howard. Esto se relaciona con el problema de siempre donde el mensaje que se busca predicar está por encima del entretenimiento y el estímulo de la imaginación y la fantasía. Si no fuera por las canciones de Lyn-Manuel Miranda que levanta el relato con los ritmos latinos cuesta muchísimo llegar al final de Encanto porque los personajes son un bodrio. El tratamiento de la fantasía no podría ser más insípido y tampoco ayuda que la trama se relacione con el trillado tópico de la heroína que debe salvar su comunidad y familia, que también abordaron Moana y Raya y el último dragón entre otros títulos previos. Tras una introducción simpática con la canción “La familia Madrigal”, Maribel, la figura principal, enseguida se vuelve un personaje monótono. No alcanza con que se presente una protagonista de origen latino que usa anteojos si después el guión sabotea la posibilidad de que pueda sobresalir cono una heroína notable dentro del cuento. No hay grandes momentos de aventura ni villanos destacados (desterrados por los ñoños de la corrección política) ya que todo pasar por machacar el sermón de “vos también podés ser especial”. Inclusive cuando integrás el reparto de ficción más aburrido que se concibió en el último tiempo. En materia de representación latina en la animación la excelente serie de Nickelodeon Los Casagrande, spinoff de The Loud House, le da 500 vueltas a Encanto con personajes más divertidos y carismáticos y no es casualidad que hoy sea un éxito consolidado en el público infantil. La intención del mensaje que se busca expresar en este film es noble pero los realizadores descuidaron un argumento que resulta trillado y predecible. Para tratarse de la película animada número 60 de la compañía se esperaba mucho más de esta propuesta. El espectáculo al menos se compensa con la banda de sonido que es simpática y la puesta en escena visual que obviamente está a la altura de lo que suele brindar esta compañía. A quienes les guste el fotorrealismo de CGI, muy propio de los títulos de Pixar, también, encontrarán otro condimento para apreciarla. Encanto tampoco es una película mala pero dentro de esta temática Disney ofreció en el pasado obras muy superiores.
Asalto a la casa de la moneda ofrece la primera incursión en el thriller de acción del director español Jaume Balagueró, cuya filmografía hasta la fecha se había centrado exclusivamente en el género de terror. Más allá de las continuaciones de la saga REC, también fue responsable de otros títulos como Los sin nombre, Frágiles y Mientras duermes que tuvieron su popularidad en el continente europeo. Su nueva obra se desarrolla dentro del subgénero de la Heist Movie relacionada con la planificación de los robos complejos. Una temática que en España se puso en boga en el último tiempo a raíz de la popularidad de la serie La casa de papel. Aunque la premisa es familiar y ya la vimos en otros filmes, el gran gancho de esta película se encuentra en el regreso de un buen actor como Freddie Highmore, quien no aparecía en los cines locales desde el 2008, cuando protagonizó la fallida Crónicas de Spiderwick que nunca llegó a tener una continuación. En este film donde además es productor, lidera un reparto internacional en el que también tienen sus momentos destacados Liam Cunningham (Game of Thrones), Famke Janssen y Luis Tosar. Balaugueró posee un gran dominio del cine de género y en esta labor desarrolla una película entretenida donde tiene claro el tipo de espectáculo que busca ofrecer. El film tiene un buen ritmo donde administra muy bien los momentos del suspenso y más allá de la acción y la aventura también se toma su tiempo para desarrollar el vínculo entre los protagonistas. Por otra parte, el hecho que el conflicto se desarrolle en el marco del Mundial del 2010 de Sudáfrica le aportó un condimento adicional para diferenciarse de las típicas películas hollywoodenses dentro de este estilo. Aunque no quede en el recuerdo entre los estrenos destacados del año, no deja de ser una opción amena para disfrutar una película diferente de este realizador español.
La casa Gucci representa una adición decente a esa segunda categoría de la filmografía de Ridley Scott conformada por películas que pueden ser apreciadas en el momento de su estreno y luego quedan en el más completo olvido. Son producciones que tienen una factura técnica impecable pero las historias que brindan no generan el atractivo necesario para repasarlas en posteriores visionados. Otros ejemplos del pasado fueron Un buen año, Red de mentiras, El abogado del crimen y más recientemente Todo el dinero del mundo. En este caso la propuesta desarrolla la crónica de los hechos que derivaron en el homicidio del empresario Maurizio Gucci en 1995 y el principal gancho del espectáculo pasa por disfrutar a Lady Gaga en el rol de Patrizia Reggiani. Una especie de Lady MacBeth de la vida real que fue un catalizador importante en la caída de la dinastía de empresarios italianos, cuyos conflictos internos parecen salidos de una telenovela de los años ´80. Los hechos verídicos que se narran en el film tienen todos los ingredientes de un culebrón televisivo, donde no faltan la traiciones entre los miembros de la familia, la codicia y los juegos de poder. Pese a un acento complicado, que por momento remite a una espía rusa, Gaga ofrece una muy buena interpretación dramática que además cuenta con una lograda caracterización física del personaje. Su labor se complementa muy bien con los trabajos de Adam Driver, Jeremy Irons y Salma Hayek, quienes salen muy bien parados de esta producción. Para variar, Jared Leto vuelve a caer en una de sus "Leteadas" con el fin de brindar la mejor sobreactuación del 2021. En esta oportunidad el genio del arte toma al Fredo Corleone de esta historia, Paolo Gucci, y lo convierte en una especie de Marios Bros grotesco que representa la mirada estereotipada que tienen los norteamericanos de los italianos. El acento exagerado y el modo en que se desenvuelve el personaje no sólo van a contramano del resto de reparto sino que se contrapone con el tono general del film. En ese sentido La casa Gucci ofrece dos películas en una. El drama que llevan adelante Gaga y Driver se combina con el sketch de Saturday Night Live de Jared que cuenta con algunas escenas desopilantes, especialmente las que comparte con Al Pacino. Hace unos días la hija de Paolo Gucci manifestó en la prensa su indignación por la payasada que hace el actor en este film y la verdad que no se le puede objetar nada porque el personaje termina siendo una burda caricatura. La gran paradoja de esta cuestión, también es justo mencionarlo, es que sin el espectáculo adicional de Leto, esta producción hubiera resultado un tedio absoluto. Sobre todo en el tercer acto cuando la trama desplaza a Gaga a un plano secundario para concentrarse en las internas comerciales de la empresa Gucci. Aunque esta propuesta no represente los más destacado de Ridley Scott, quien ya cumplió este año con una gran producción, para quienes no estén familiarizados con este caso mediático la temática de la historia podría resultar un poco más interesante.
Entre el 2007 y el 2011 uno de los programas más populares del canal History Channel fue Camioneros del hielo (Ice Road Truckers) que seguía a un grupo de choferes estadounidenses, quienes se adentraban en las peligrosas rutas de Manitoba, en Canadá, para entregar diversas cargas. Los camioneros lidiaban con condiciones climáticas adversas y las amenazas de tormentas y avalanchas convertían el trabajo en una experiencia de supervivencia. A partir de esta premisa el director Jonathan Hensleigh concibió Riesgo bajo cero, una película que representa su regreso al cine después de una década. Su última obra había sido Kill The Irishman, una muy buena propuesta relacionada con el cine gánster. Otro de sus trabajos conocidos es la subestimada adaptación del Punisher con Thomas Jane y John Travolta, estrenada en el 2004. Su nueva película fue filmada en las mismas locaciones naturales en la que se realizó el reality de History, con la particularidad que en esta propuesta el trabajo de los camioneros de hielo obviamente se presenta de un modo más exagerado. A igual que las últimas producciones de Liam Neeson la prensa la aniquiló y la verdad que no es para tanto. Neeson para variar le saca agua a las piedras con su interpretación y gracias a su trabajo una propuesta de cine clase B como esta consigue ser amena. Se los pongo en estos términos. No esperen encontrar una película de acción de la calidad de Nobody o Wright of Man (Guy Ritchie) pero para ver algo entretenido un fin de semana lluvioso está bien y zafa. La trama tiene un comienzo lento pero una vez que se presentaron los personajes principales el espectáculo se vuelve más entretenido. Un problema que encontré en esta película, más allá de algunas secuencias donde el CGI es horrendo, es la crisis de identidad que presenta el relato. Me quedó la sensación que Hensleigh no terminó por decidirse si quería hacer un drama de supervivencia en la línea del programa de History o un thriller de acción y al final combinó las dos ideas con un resultado raro. El argumento presenta una misión de rescate que emprenden unos camioneros para salvar a unos mineros que quedaron atrapados en un accidente. Durante la travesía por los caminos de Manitoba el director incluye también una trama de corrupción y un villano que da pie a que el viejo Liam haga de las suyas. El tema es que termina siendo algo forzado. Pese a todo, Riesgo bajo cero es mucho menos terrible de lo que indican sus reseñas negativas y el film tiene algunos pasajes que están bien logrados. El tramo final donde la relación del protagonista con su hermano discapacitado adquiere un tono más dramático creo que ofrece muy buenos momentos del protagonista. Otro acierto del director es el modo en que utilizó los paisajes naturales que ambientan la trama y aportan una atmósfera inmersiva dentro de ese invierno brutal que rodea a los personajes. Me hubiera gustado ver menos CGI y tal vez si se concentraba exclusivamente en el drama de supervivencia era una película más sólida, pero tampoco representa lo peor de Neeson en el último tiempo. Vuelvo a insistir en una cuestión que no me canso de repetir. A este tipo de figuras hay que disfrutarlos a pleno mientras los tenemos activos, aunque no todas sus películas sean obras de arte memorables, ya que después se los va a extrañar. Para entretenerse un rato no está mal.