Historias de ultratumba es la adaptación cinematográfica de una obra de teatro escrita por Jeremy Dyson y Andy Nyman que en los últimos años fue una de las grandes revelaciones entre los espectáculos de la cartelera inglesa. La obra comenzó en Liverpool en el 2010 como una propuesta independiente que le rendía homenaje al cine de William Castle y sus historias paranormales y a raíz del boca en boca adquirió bastante popularidad y la obra se expandió con una gira internacional. Era inevitable que con semejante repercusión el proyecto terminara en el cine y el resultado es más que satisfactorio. Los creadores de la obra estuvieron a cargo de la dirección y desarrollaron este film que captura el espíritu que tuvieron las antologías de terror de la vieja productora Amicus, como Cuentos de la Cripta (1972), Vault of Horror (1973) y Beyond the Grave (1974). El tono de la narración juega bastante con el estilo de cine de terror inglés de los años ´70 y no es una coincidencia en ese sentido que la trama se desarrolle en 1979. Uno de los realizadores, Andy Nyman, interpreta además al personaje principal, un intelectual que está convencido que no existen los casos paranormales y son obras de un fraude. Un parapsicólogo lo desafía para que investigue tres hechos sobrenaturales y través de esa premisa se desarrollan los relatos de horror. Historia de ultratumba es una película que consigue ser entretenida pero nunca le falta el respeto a la inteligencia del público. Hubo una clara intención de los realizadores por evitar los clichés clásicos del cine hollywoodense en este género y el terror se aborda más desde los aspectos psicológicos. A través de una gran labor de fotografía y el uso ingenioso de los ángulos de cámaras, los directores consiguen establecer algunas situaciones claustrofóbicas que están muy bien logradas. La película cuenta con un reparto decente, en el que se destacan especialmente Martin Freeman y Alex Lawter (Black Mirror) con buenas intervenciones. Tal vez para los espectadores que no se enganchan demasiado con el terror inglés de los años ´70 esta película podría resultar algo lenta debido a que el misterio de los casos se desarrolla de un modo más pausado. La obra de Nyman y Dyson se debilita un poco hacia el final cuando intenta cerrar todos los relatos con una situación trillada que ya vimos varias veces en otras películas y deja cierto sabor amargo. Sobre todo por el hecho que la película venían muy bien hasta la resolución. De todos modos esta cuestión será percibida de un modo diferente por cada espectador y no creo que afecte el balance general de film. Frente a las cosas que vemos todos los meses dentro del cine de terror, Historias de ultratumba al menos presenta cierta sofisticación que siempre es bienvenida.
El estreno más decepcionante del año. Nuevamente se repite el caso de La Liga de la Justicia, donde un estudio (en esta oportunidad Fox) arruina por completo con sus estrategias de mercadotecnia la visión original de un director que podría haber brindado una buena película. Es muy importante aclarar esto de entrada. Esta producción que llega a los cines, que ni siquiera debería titularse Depredador, no tiene nada que ver con la historia que concibieron originalmente Shane Black (The Nice Guys) y Fredd Dekker (director de clásicos ochentosos como The Monster Squad y Night of the Creeps). Su obra resultó masacrada por Fox, donde se eliminó buena parte del material original, para completar con reshoots, por demanda de la compañía, un segundo y tercer acto muy diferente del que figuraba en el guión inicial. Probablemente porque a un grupo de mamertos no les gustó en las funciones de testeo la versión original de Black. Por esa razón, escenas que se ven en los trailers ni siquiera aparecen en el corte para cines y a lo largo de la película se percibe un conflicto notable entre el tono que el director deseaba darle al film y la visión más comercial del estudio. No se entiende para que contratan a un realizador del cine de autor como Black, quien tiene un estilo muy personal a la hora de trabajar el cinismo de sus personajes y el humor negro, si después se altera su visión para brindar un espectáculo más genérico. Aunque al director en este proyecto se le pueden objetar algunas decisiones desafortunadas, la verdad que no es justo apuntar todos los cañones contra él porque esta ni siquiera es su película. La gran decepción pasa por el hecho que el film tiene un comienzo bastante sólido con algunas ideas interesantes que tenían potencial para ser desarrolladas. La primera secuencia de acción está muy bien realizada y nos presenta a un tremendo Depredador caracterizado con el estilo de la vieja escuela. Es decir, con los efectos prácticos donde un actor en un traje interpreta al personaje. El bicho luce espectacular, masacra gente de un modo brutal y sumado a la música original de la saga, uno se relaja con una sonrisa en la butaca. Hasta ese momento volvimos al ´87 y Shane Black no defrauda con una poderosa dosis de nostalgia. El director presenta con efectividad al francotirador que encarna Boyd Holdbrook (Narcos), en una secuencia que incluye un fan service al film original de John McTiernan y luego pasamos a conocer dos novedades interesantes. La trama esta vez se desarrolla en los suburbios y el conflicto tiene como disparador a un nene autista interpretado por ese gran actor que es Jacob Tremblay (The room). Si bien a esta producción le falta una figura más carismática que Holdbrook (como un Jason Statham) y el sexismo con el que se retrata al personaje de Olivia Munn atrasa culturalmente un par de años, el comienzo es prometedor e inclusive expande la mitología de los alienígenas al explicar por qué viajan a la Tierra. Lamentablemente después de los 40 minutos iniciales el Titanic choca contra el iceberg y no queda otra que ponerse el chaleco salvavidas y sobrevivir el desastre que se avecina. El Depredador se hunde con la aparición de unos perros extraterrestres que son monigotes artificiales de animación computada y abren la puerta a la película mediocre que se desarrollará en adelante. A partir de ese momento el relato de Black se vuelve completamente incoherente y como ocurría en la Liga se nota que faltan escenas en la película. Durante la segunda mitad la explicación de por qué los alienígenas llegan a la Tierra cambia tres veces, Olivia Munn pasa de ser una científica a convertirse en la hija de Rambo, la subtrama del chico autista queda desplazada y la construcción del clímax se desarrolla de un modo muy acelerado. La película se excede con el humor Marvel, que en más de una oportunidad arruina situaciones de tensión, y cuenta con una edición frenética para que el bobero de estos días no se aburra y pueda seguir la historia. En el colmo de la estupidez, luego uno de los perros extraterrestres por motivos inexplicables se convierte en un aliado de los héroes. Se supone que esto iba a ser una película de Depredador. Durante el resto del film no hay una situación decente de suspenso o terror y nadie le tiene miedo a los alienígenas que son tomados para la chacota. De hecho, esta es la única entrega de la saga donde los personajes humanos se divierten en el combate contra los monstruos que deberían generar una reacción diferente. En los aspectos más técnicos las escenas de reshoots se notan con facilidad ya que los efectos especiales empeoran con el desarrollo de la trama y queda claro que los hicieron a las apuradas. El caso más lamentable tiene lugar en la artificial batalla final donde es evidente que detrás de los actores hay una pantalla de croma. Para tratarse de una película de Depredador el espectáculo que se ofrece es muy pobre y los supuestos elementos innovadores (chistes cada 30 segundos) no terminan de funcionar. No hay una coherencia narrativa y la visión original del director terminó manoseada por el estudio. El insulto final viene con un paupérrimo epílogo que presenta una de las ideas más idiotas que se concibieron en esta saga y esperemos que nunca se llegue a desarrollar. Salvo que tengas once años, no se puede justificar cualquier bazofia con la excusa del entretenimiento y el hecho que incluyeron escenas sangrientas. Nadie le exige a esta producción una historia de ciencia ficción de Philip K. Dick pero el argumento debe tener un mínimo sentido. Más allá del conflicto que hubo entre el director y el estudio, el corte final que llegó a los cines no ofrece una buena película de Depredador que valga la pena el costo de una entrada de cine.
Hotel de criminales es la obra de unos productores astutos que decidieron robar algunos conceptos originales de John Wick para desarrollarlos en un contexto futurista. Más allá de las secuencias de acción, un enorme atractivo que tiene la saga protagonizada por Keanu Reeves pasa por el retrato que presenta de la subcultura de los delincuentes. El recordado hotel para asesinos a sueldo de aquella historia en el film con Jodie Foster lo cambiaron por un hospital pero la idea sigue siendo la misma. La diferencia es que en la película del director Drew Pearce (guionista de Misión imposible 5) la trama incorpora elementos clásicos de los relatos ambientados en futuros distópicos. Más allá de la idea conceptual que copiaron de John Wick, Hotel de criminales tenía el potencial de ser una producción entretenida si la película que se exhibe en los cines hubiera sido la misma que vende el trailer. El film de Pearce en realidad no se centra tanto en la acción, como nos hace creer el avance, y hasta que el director establece el conflicto principal se va la mitad de su relato en presentaciones de personajes y subtramas que son aburridas de seguir. La película cuenta con un exceso de líneas argumentales intrascendentes y personajes que apenas llegan a tener un mínimo desarrollo. En algunos casos esto genera que los trabajos de actores como Jeff Goldblum y Zachary Quinto queden relegados a una breve participación, ya que la dirección de Pearce salta permanentemente de una subtrama a otra. Lo mejor de Hotel de criminales pasa por la fotografía de Chung Chung-hoon, el clásico colaborador del cineasta coreano Chan-Wook Park, quien le aporta al film una estética de Neo-noir interesante y la gran dupla que conforman Jodie Foster con Dave Bautista, la gran figura que se roba varias escenas de esta producción. La relación que se desarrolla entre la particular enfermera de este hospital de delincuentes y su jefe de seguridad brindan los mejores momentos de este film, que en el último acto se vuelve más predecible cuando se mete de lleno en el terreno de la acción. Si bien sería una exageración calificar de mala a esta película, el concepto que pretende desarrollar ya lo vimos trabajado hace poco en propuestas superiores y eso complica su recomendación.
La primera imagen de Acusada es una placa negra con una frase que le indica al espectador que la película no está basada en ningún hecho real. Un recurso que por lo general suele emplearse en los créditos finales, pero en este proyecto los realizadores decidieron aclararlo de antemano ya que el vínculo del film con casos policiales famosos es inevitable. Aunque el director Gonzalo Tobal manifestó en numerosas entrevistas que su historia no tomó como inspiración esos hechos, la realidad es que el argumento enseguida trae al recuerdo el caso de Lucila Frend en Argentina y muy especialmente el de Amanda Knox en Italia. El caso europeo es más curioso todavía ya que es un calco prácticamente del drama que vive Dolores Dreier, el rol de Lali Espósito en este film. Nos referimos a chicas muy jóvenes que fueron acusadas de asesinar brutalmente a sus mejores amigas y además del litigio judicial tuvieron que lidiar con el juicio de los medios de comunicación. La película de Tobal deja en segundo plano el misterio policial para explorar principalmente como los vínculos familiares de la protagonista se van deteriorando con la injerencia de los medios de comunicación y las redes sociales en la situación traumática que atraviesa. Acusada tiene la particularidad de trabajar diversas temáticas a la vez y el relato del director se debilita por momentos al no profundizar ninguna de esas cuestiones. Se mete con el periodismo sensacionalista, la influencia de las redes sociales en la vida cotidiana, las estrategias judiciales, los vínculos entre adolescentes de la actualidad (que es bastante débil) y en el medio de todo esto aparece una subtrama con un puma que anda suelto en un vecindario. El animal aparentemente representaría una analogía de la libertad pero la idea quedó ejecutada de un modo confuso y no termina de convencer. El fuerte de esta película y su característica más interesante pasa por el retrato que presenta sobre las estrategias de los abogados para convencer a un tribunal de la inocencia de su cliente. Toda la manipulación psicológica a la que se somete el personaje principal por parte de su familia ofrece algunos de los mejores momentos de esta producción. En los últimos días noté que la interpretación de Lali dividió la opinión entre los críticos. En mi caso creo que hizo un muy buen trabajo para tratarse de su primera incursión dramática, con un personaje complejo que demandaba desenvolverse con una ambigüedad particular. Algo que no es tan sencillo de conseguir para una artista que viene del género de la comedia o ficciones más livianas y no tenía experiencia en estos roles. Lali resulta convincente en el personaje y su labor se potencia al estar rodeada de un gran reparto secundario en el que sobresalen con más fuerza Leonardo Sbaraglia (como el padre de la protagonista) y Daniel Fanego, quien tuvo un gran 2018 en el cine con su labor en El ángel y el abogado que compone en este film. Gonzalo Tobal, quien en el 2012 debutó con Villegas, una producción independiente que presentaba un relato minimalista, en este caso sacó adelante con éxito un proyecto de mayor proyección comercial que no debería tener problemas para atraer a los seguidores del género a las salas. Aunque la resolución de la trama tiene algunas situaciones forzadas que no terminan de convencer y abarca más temas de los que llega a profundizar, el sólido trabajo del reparto consigue que el film se disfrute y sea entretenido.
La monja es esa clase de personajes que funcionan muy bien dentro de un conflicto cuando tienen un rol secundario, pero carecen de la fuerza necesaria para acarrear una película por su cuenta. Un tema que está muy presente en este estreno, donde se nota que a los productores les costó encontrar un argumento interesante para desarrollar la historia de esta aterradora señora. La nueva entrega de este universo de ficción que se originó en El conjuro contó con la ventaja de tener un buen director como Corin Hardy y un reparto decente en el que sobresalen Demián Bichir y Taissa Farmiga, la hermana menor de la actriz Vera Farmiga, una de las figuras principales de esta franquicia. Hardy es un realizador que viene del circuito independiente y llamó la atención en el 2015 con su ópera prima The Hallows que fue bastante elogiada. En su debut hollywoodense vuelve a demostrar su dominio del suspenso en una película que se destaca principalmente por los aspectos visuales. A diferencia de lo que fue la paupérrima primera entrega de Annabelle, en La monja nos encontramos con una producción de mayor calidad en lo referido a la puesta en escena, que se vincula mejor con la estética que tuvieron los trabajos de James Wan (El conjuro). A lo largo del relato Hardy juega muy bien en su narración con los elementos del terror gótico, atmósferas agobiantes y escenas de susto que son efectivas. Los espectadores más sensibles probablemente van a saltar en la butaca en más de una ocasión. En esta película me gustó mucho lo que hicieron con el diseño de producción de ese convento aterrador que se termina por convertir en un personaje más de la historia. Otro detalle para destacar es el modo en que conectan este relato con el resto de la serie que estuvo muy bien pensado. El problema que tiene La monja es que el guión no consiguió evadir los clásicos clichés de las historias de posesiones demoníacas, algo que la vuelve muy predecible. Sobre todo porque este mismo argumento lo vemos prácticamente todo los meses en otros estrenos. Sin ir más lejos, esta semana llega a la cartelera otra propuesta que se centra en la misma temática. Por esa razón la película no tiene el mismo impacto que otras entregas de esta saga y si bien su visionado ofrece un espectáculo decente no es una historia que te entusiasma a esperar una continuación. Creo que los realizadores fueron conscientes de esta cuestión y eso explica que no dejaran la puerta abierta para una segunda parte ni incluyeran escenas de post-créditos. Si al film le llega a ir bien en la taquilla la trama presenta algunas ideas que se podrían desarrollar más adelante pero el argumento principal tiene un cierre definido. La verdad es que a la monja se le acabó la nafta en su primera película y mucho más de los que se vio en esta historia no se puede hacer con ella. El personaje funciona bien cuando se manifiesta sutilmente cada tanto. Sin embargo, en las escenas del clímax donde el director la expone demasiado pierde su gracia por completo, ya que parece Marilyn Manson vestido con la indumentaria religiosa. Los espectadores más chicos que recién comienzan a incursionar en el género probablemente la disfrutarán con más intensidad. Para el resto es un estreno decente que se deja ver si sos seguidor de esta franquicia.
Mi ex es una espía aborda una de las premisas más explotadas por el cine hollywoodense en las últimas décadas, donde personas corrientes se ven involucradas en una intriga de espionaje internacional. Abundan los antecedentes de este tipo, especialmente en lo referido a la sátira del mundo de los agentes secretos. Aunque la película de la directora Susanna Fogel no le aporta nada nuevo a esta temática, su trabajo presenta un pasatiempo decente gracias a la dupla que conforman las protagonistas. Mila Kunis, quien cuenta con buenas comedias en su filmografía se desenvuelve bien en este género y es raro que decepcione. Un caso diferente es el de Kate McKinnon (Los cazafantasmas), quien suele ser graciosa en el programa Saturday Night Live pero en el cine no tuvo la posibilidad de destacarse con un papel decente, aunque los críticos la inflen de un modo exagerado. Sus personajes tienden a ser muy sobreactuados y después de un tiempo termina por cansar con sus excentricidades. En esta película su interpretación no se desborda tanto con estas cuestiones y tiene algunos buenos momentos junto a Mila Kunis. Por lejos, lo mejor que hizo McKinnon en la pantalla grande hasta la fecha. Las dos protagonistas consiguen elevar un guión que no es muy creativo a la hora de parodiar el género y cuyo humor se debilita bastante en el tercer acto, cuando el clímax se estira de un modo innecesario y los chistes empiezan a ser redundantes. No obstante, la gran sorpresa de esta producción pasa en realidad por la calidad de las escenas de acción que son estupendas. El trabajo de la directora Fogel ofrece algunas secuencias de persecuciones automovilísticas y tiroteos que no tienen nada que envidiarle a El justiciero 2 con Denzel Washington. Inclusive el tratamiento de la violencia en ocasiones es intenso, con algunos momentos sangrientos que se contraponen con los enredos humorísticos que propone la historia. Por esa razón el film resulta un híbrido extraño que no se termina de definir entre la película seria de acción que por momentos pretende ser y las situaciones absurdas que viven las protagonistas a través de la comedia. Mi ex es un espía de todos modos consigue brindar un espectáculo entretenido, aunque su visionado enseguida quede en el olvido.
Ni siquiera la presencia de dos buenos actores como Stephen Dorff y Lily Taylor consigue sacar a flote el espectáculo soporífero que presenta este nuevo relanzamiento del loco de la motosierra. La franquicia de La masacre de Texas no tuvo suerte en Hollywood y la gran mayoría de las películas que se hicieron con estos personajes hasta la fecha fueron decepcionantes. En el 2006 la productora de Michael Bay había realizado una historia de origen sobre Leatherface que funcionaba como una precuela de la remake del 2003. Los derechos de la franquicia luego quedaron en manos de la compañía Millennium Films, la gran heredera del viejo sello Cannon, que intentó revitalizar sin éxito esta saga. Primero con La masacre de Texas 3D (2013) y ahora con esta nueva producción que propone explorar otra vez los orígenes del famoso asesino serial. La dirección corrió por cuenta de los realizadores Alexandre Bustillo y Julien Maury, quienes se destacaron hace una década en la corriente del nuevo cine de terror francés, con esa escalofriante obra que fue Al interior. Otro motivo por el que esta película resulta una decepción, ya que pese a contar con buenos directores que conocen el género, la propuesta de todos modos resultó aburrida. El problema con Leatherface es el propio concepto del film. Al crear un origen para el asesino se pierde todo el misterio que le había dado Tobe Hooper en la película original de 1974. Uno de los motivos por lo que lograba ser aterrador. En este caso tampoco ayudó el hecho que el guionista de esta producción se limitó a copiar el origen de Jason Voorhees y su enfermiza relación con su madre para adaptarlo al mundo de La masacre de Texas. Todo el argumento se desarrolla dentro de un terreno predecible y la película no le aporta ningún elemento interesante a esta interpretación del personaje. Tiene un buen elenco y para tratarse de una producción de bajo presupuesto los directores hicieron un trabajo correcto en los aspectos técnicos. Sin embargo, la trama es aburrida porque resulta demasiado familiar y falla a la hora de relanzar el personaje con un enfoque atractivo. Cabe destacar que este relanzamiento que se había previsto con Leatherface encima quedó en la nada, ya que la productora Millennium perdió los derechos de la franquicia el año pasado y ya no podrán hacer más filmes relacionados con la saga. Tal vez sea lo mejor. La reputación de Leatherface como ícono del terror debería quedar asociada con los dos filmes de Tobe Hooper de 1974 y 1986 que siguen siendo las mejores producciones de esta franquicia.
Cuesta muchísimo entender qué le pasó a Brian Henson para realizar la obra más decepcionante de su carrera, ya que hasta la fecha había logrado mantener vivo con honores el legado de su padre. Un artista que más allá de su apellido logró trascender por su cuenta con producciones estupendas, como las películas que hizo para chicos con los Muppets y esa maravillosa adaptación humanista de Jack y las habichuelas mágicas (con Matthew Modine). No puedo olvidarme que también nos brindó la mejor y más fiel versión de Alicia en el país de las maravillas (con Tina Majorino y Martin Short) y la serie de culto Farscape. Una propuesta de ciencia ficción cuyo contenido humorístico luego sería replicado en los cómics de los Guardianes de la Galaxia de Marvel. Al ver ¿Quién mató a los Puppets? queda la sensación que Henson hizo la película luego de sufrir una lobotomía o tal vez una abducción extraterrestre, ya que no parece una obra del artista que sigo desde hace décadas. Puedo entender su intención de querer explotar comercialmente el estilo de comedia zarpada que desde hace unos años viene saturando este género pero el resultado final no termina de convencer. La idea de narrar una propuesta con marionetas para adultos no es nueva ni revolucionaria. De hecho, el propio Jim Henson lo hizo en 1975 con el piloto The Muppets: Sex and Violence que contenía referencias sexuales y parodiaba con un humor más picante los contenidos de ese momento en el cine norteamericano. Sin embargo, ningún canal aceptó la serie y recién cuando el programa se orientó a un público más familiar los personajes se instalaron en la televisión. Años después, en 1989, Peter Jackson brindó una polémica sátira de los Muppets, como fue Meet The Feebles, que incluía varias escenas repugnantes y retorcidas. No obstante, a lo largo de la trama al menos había una variedad de las situaciones humorísticas que se presentaban, además de plantear una parodia brutal de la industria de Hollywood. La gran debilidad de ¿Quién mató a los Puppets? no pasa por el humor vulgar o las situaciones de mal gusto que presenta, sino por tratarse de una película estancada en la redundancia. El film de Brian Henson se desinfla 10 minutos después de los créditos iniciales porque no sale de los chistes de penes y drogas y la mención de la palabra “fuck” cada 30 segundos. El tratamiento de la comedia es realmente muy pobre y se limita a un chiste que se repite hasta el hartazgo y genera que la trama se haga interminable, pese a que dura 91 minutos. La sátira al policial negro apenas llega a ser explorada porque el foco está puesto en la idiotez y los momentos más graciosos se incluyeron en el trailer. Si ver a un muñeco aspirando crack o eyaculando sobre una puerta te parece desopilante tal vez te alcance para pasarla bien en el cine, pero la realidad es que el contenido humorístico es bastante limitado. El film se termina de hundir con el casting de Melissa McCarthy, quien una vez más vuelve a interpretar, literalmente, el mismo papel que hizo en todos sus trabajos para el cine hasta la fecha. La actriz no es graciosa y con esta labor termina por cansar al brindar más de lo mismo. Ese mundo bizarro donde las marionetas conviven con los humanos abría un montón de posibilidades para explorarlo a través de la sátira. Lamentablemente, Henson en este caso prefirió satisfacer al club de fans de Seth Rogen. En resumen, el concepto del film no era malo, pero su ejecución resultó decepcionante, ya que se podía esperar un contenido más creativo en base a los buenos antecedentes del director.
La continuación de El justiciero no defraudará a los espectadores que hayan disfrutado la primera entrega del 2014, gracias a un inspirado Denzel Washington, quien vuelve a lucirse en el rol del vengador Robert McCall. Si bien la premisa es similar a los que fue la historia original, la dirección de Antoine Fuqua (en su cuarta colaboración con Washington) presenta un notable cambio en su narración. El argumento se desarrolla de un modo pausado con varias subtramas que por momentos generan una dispersión del conflicto central. La película es un poco más lenta de lo que fue la obra original, pese a que Fuqua añade las secuencias de acción necesarias para hacer entretenido su relato. La cuestión con estas subtramas, como la relación de McCall con un sobreviviente del Holocausto o un joven artista al que intenta alejar de una banda de criminales, es que si bien alargan el film de un modo innecesario al mismo tiempo brindan los mejores momentos dramáticos de Washington en este rol. En esta oportunidad se percibe una clara intención del director por explorar más a fondo la humanidad del personaje principal, con el objetivo que McCall no sea otro clon de los clásicos vengadores fríos que solía encarnar Charles Bronson. Algo que no está mal ya que contribuye a darle su propia identidad al film. Dentro del campo de la acción Fuqua se vuelve a lucir con algunas escenas intensas, que encuentran su mejor momento en un clímax influenciado por el género western. En la comparación creo que me quedo con la primera película, si bien El justiciero 2 es una secuela decente que se hace llevadera gracias a la interpretación de su protagonista.
Latidos en la oscuridad representa la segunda incursión como director de Dean Devlin, el histórico socio de Roland Emmerich (Día de la Independencia), quien debutó el año pasado como realizador con ese disparate horrendo que fue Geo-tormenta. Su filmografía no evoluciona demasiado con esta nueva película que es bastante aburrida y repite una temática que encontramos en varios estrenos en el último tiempo. Unos delincuentes entran a robar una casa y la víctima resulta ser un psicópata más peligroso que ellos. Un rol que en este caso estuvo a cargo de David Tennant, quien sobresalió como villano en la serie de Marvel, Jessica Jones. El actor suele lucirse en este tipo de papeles y su interpretación en el film es de lo más destacable que ofrece esta producción. Devlin en un comienzo hace un buen trabajo con la presentación del conflicto pero luego no consigue sostener el suspenso y su narración se vuelve muy densa y desapasionada. No ayuda tampoco una extraña musicalización que desentona por completo con las imágenes que se retratan en la pantalla y un guión con demasiados lugares comunes que genera que la llegada del clímax se haga interminable. La verdad que cuesta encontrar algún mérito para recomendar su visión en el cine, ya que es una película de una pereza creativa notable. Quienes decidan dejarla pasar no se pierden nada relevante.